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domingo, 31 de julio de 2022

31 de Julio ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Observo el perfecto gladiolo que adorna La Madriguera. Nadie está dentro de nosotros para saber realmente cuál es la magnitud de los sentimientos que nos invaden, ni de la emoción que en ciertos momentos nos embarga. Nadie sabe de la medida de nuestro esfuerzo y padecimiento para estar donde estamos. Cuando observo el cansancio, la experiencia, los años buenos y los no tan buenos, en el rostro de un hombre o de una mujer, me produce un enorme respeto, puesto que siempre pienso lo mismo, pienso, que nadie excepto él o ella conoce el verdadero significado de lo que está viviendo. Nadie sabe realmente el valor de lo conseguido, de los pequeños y grandes logros, de las gestas particulares, quizás inconfesables, que quedan ocultas en la esfera más íntima de la consciencia pero que para cada uno de nosotros son transcendentales. Nadie sabe, ni siquiera los seres que nos son más próximos y que creen conocernos. Lo que motiva la entrada de hoy en el diario del discurrir parece extraño, pero no lo es. Acuden a mí las ganas de escribir sobre lo profundo. Tal vez, porque en algún lugar de mi interior quedó prendido el rostro sin máscara del tenista que gana en un París desmantelado su decimocuarto Roland Garros, y que mientras alza el trofeo y escucha el himno de nuestra amada España, me conduce a pensar que nadie sabe qué es lo que verdaderamente en ese punto conmueve su recuerdo; como también, quedó prendido el rostro sin máscara y la voz sin artificios del veterano periodista al que la jubilación lo deja fuera de juego en un rincón del viejo Bierzo, y al oírlo y verlo, pienso que nadie sabe en verdad a qué se ha tenido que enfrentar para reír con franqueza en ese instante en que cuarenta años de trabajo se evaporan frente al micrófono; y en un tercer caso, de mí quedó prendido el rostro sin máscara de la anciana que contempla la puerta que se cierra al paso del que fue su único y verdadero amor, al que tuvo que renunciar en su juventud por hacer lo correcto: cuidar de la granja familiar y de su hermano huérfano en la rural isla del Príncipe Eduardo en Canadá, y al contemplarlo, sé que soy incapaz de imaginar si quiera la profundidad de lo que mis ojos ven. Por eso escribo esta entrada. Para intentar explicarme lo grandioso de los actos de fe. Sé que si ordeno los pensamientos y los plasmo en negro sobre blanco les doy una oportunidad, la de manifestarse. La posibilidad de dejar de ser sombra para ser luz. Y todo, porque hoy, en este último día del mes de julio observo uno de mis gladiolos, y sólo mi mente, conoce cuál ha sido el camino que he tenido que recorrer para llegar a este minuto en que mi mirada con detenimiento admira la complejidad y la belleza que posee cada una de las doce flores que lo forman; y solamente mi corazón, comprende la razón por la que albergo hacia él un auténtico sentimiento de gratitud. Es como si de pronto hubiese recuperado los deseos de mi infancia. Él es la materialización de lo proyectado para mi vida adulta en mis sueños de niña. Para la inocencia de mi yo infantil, el éxito adulto estaba representado por tener una casa propia con un jarrón de gladiolos de mi propio jardín que adornarse la mesa en la que yo, escritora, escribiría mis historias. Absurdo, quizás. Un deseo pueril, tal vez. Sin embargo, no hay deseos vacuos cuando somos niños. Ya que en esa época lo simple, lo sencillo, lo cotidiano es la maravilla a conseguir de mayores. Tiempo después descubres que es exactamente ahí (en lo simple, en lo sencillo y en lo cotidiano) donde reside la bondad y lo importante de la vida. Mi existencia actual no es fácil, la dureza de estos años veinte no es lo que hubiese escogido para mi vida de adulta. Pero aun así, en el gladiolo veo que he alcanzado mi posición, en el gladiolo veo meta y triunfo, dicha y alegría, fuerza interior e integridad moral; y aunque la humanidad al completo (salvo mi Dios) ignora que es lo que puebla mi interior, yo que sí que lo sé, sé que esta rama adornada representa el acto de fe de la niña que fui.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 31 de Julio de 2022)

lunes, 25 de julio de 2022

25 de Julio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Mis particulares colinas de Ngong están cubiertas por la niebla baja. Una niebla matinal que apenas deja entrever a esta hora el verde botella de las copas de los árboles que la pueblan. Ocultar su frondoso bosque es su modo de rebelarse ante el bochorno de la noche. Y así como hoy se puede apreciar parte de su contorno; hay días en que ni eso, desaparecen en su totalidad, borrándose del mapa. Juguetonas ellas, juegan a hacerte luz de gas. Juegan a un juego tremendamente viejo, el de manipular la realidad o su percepción. Ilusas. Río cuando observo sus tretas. Las conozco demasiado bien. Sé de su ardides, y por supuesto, de su belleza. Esta última, incluso, oculta la veo si cierro los ojos. Es mucho el tiempo que ha transcurrido desde el primer amanecer en que levanté mi mirada para encontrarme con ellas. Y son ellas y sólo ellas, no otro lugar en el planeta, quienes en exclusiva provocan en mí un sentimiento de pertenencia, seguridad y hogar. Miro en este instante la niebla. Blanca, densa y húmeda.《En un rato os cansaréis de tanto teatro 》, les digo. De sobra sé que tal como la mañana avance volverán a mostrarse. Entonces a lo largo del día, según la luz que reciban a cada hora, se glorificarán como un paisaje de una superproducción cinematográfica a más bonito cada cual. Hace un rato (antes de salir al camino) mientras las colinas ya jugaban a esconderse, aprovechando que el sol estaba lejos de apretar, he cortado gladiolos a mi antojo. Su lento y firme crecimiento está culminando brillantemente. Desde que los sembré, he estado observándolos con detenimiento y muchísima ilusión, pues es una realidad, que de todas las flores que elegí sembrar, los gladiolos, eran los que más ganas tenía de cortar para arreglar. La rusticidad natural y honesta del gladiolo se adecua con mi forma de entender la vida. Hay algo especialmente silvestre y honrado en su manera determinada de crecer hasta florecer. Los gladiolos no engañan a nadie, no les va la luz de gas, no juegan contigo. Van de frente desde el minuto uno. Crecen, buscan altura, siguen creciendo. No dejan de crecer hasta que se forman y con generosidad te regalan lo que son. No sé si es cierto que su nombre se debe a que era la flor que se entregaba a los gladiadores que salían victoriosos; lo que sí que es cierto, es que en Caótica era la flor del verano, la que ofrendar a los Santos y la escogida para hacer un ramo con el que adornar las mesas de domingo y días de guardar. Al igual que las calas, los gladiolos son las flores de mi infancia. Y, muy probablemente, ese es el motivo por el que quise que honrarán mi jardín. Entre todas las flores tenía ganas de tener también para cortar una cosecha propia de gladiolos con las que adornar La Madriguera. Era tanta la ilusión que acabé plantando sesenta bulbos de diferentes colores. El sueño se ha hecho realidad. La ilusión se ha visto colmada. Ahora, cuando julio está a las puertas de expirar, puedo afirmar que la experiencia de trabajar un jardín está llena de satisfacciones más que de sinsabores y, que el objetivo de que no faltasen flores de cosecha propia en La Madriguera, conseguido. Y por fortuna todavía estamos como quien dice a mitad de temporada. Llega a agosto con sus zinnias y sus dalias. Llega agosto con su propio festival de flores. En este minuto que oscila entre las ocho y cincuenta y ocho y las nueve y dos de la mañana del último lunes del mes, aquí de pie, dejo durmiendo el sueño que es para mí alcanzar al octavo del año y retomo a julio donde lo dejé: contemplando la niebla baja sobre mis particulares colinas de Ngong. 《Hay paz en este julio》. Me digo a mí misma. No sé por qué acabo de tener esta especie de revelación. Quizás al pensar en que verdaderamente mis gladiolos crecen a los pies de las colinas de Ngong, y el hecho me parece un logro, y la imagen una provocación del destino. 《Hay paz en este julio》, vuelvo a decirme. Como si por fin todo estuviera en el lugar que le corresponde estar. Como en un mueble de oficios. Cada cosa está en su cajón. Nada fuera. Todo es su sitio. Todo bien. Todo en paz, gracias a mi Dios. 


“Guíame, pues eres mi roca y mi fortaleza, dirígeme por amor a tu nombre. Salmo 31: 3”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Julio de 2022) 

lunes, 18 de julio de 2022

18 de Julio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Es primera hora de la mañana, he salido a caminar. Inesperadamente sopla una brisa veraniega que me traslada a otra época de mi vida, la que transcurría en la mar. Pero en vez del olor a salitre es el olor a flores lo que percibe mi nariz. El vientecillo me lleva a caminar con más ahínco. Caminar (el milagro de caminar) al calor del aire fresco siempre es mucho más agradable que hacerlo al calor del sol madrugador y despiadado del estío. La mayoría de las noches cuando me levanto a beber agua fresca es el olor de las flores, el olor a un mundo verde que no se detiene, quien me acoge a través de las ventanas abiertas de par en par. Inspiro, respiro en verde. Bebo agua fresca en la cocina consciente de que afuera en el exterior continúa la magia y que con el amanecer el jardín me dará los buenos días con más de una sorpresa. En estos momentos, en el kilómetro no sé cuántos del camino mis rodillas se quejan, las dos, una más que la otra. Noto su dolor, su dolor es mi dolor. 《Sólo es dolor. No os preocupéis 》, les indicó. En momentos como este me sé veterana de guerra. No sé de qué guerra, pero lo soy e intento con todas mis fuerzas vivir una vida digna de su sacrificio. Hay algo silenciado dentro de mí. Una parte enorme de renuncia, de rendición, de haber bajado los brazos. De lo contrario, si quisiera seguir librando ciertas batallas sería insoportable. Es importante aceptar la realidad sin causarte daños. Aceptas. Te obligas a resignarte. Callas. Vives en silencio. Contemplas el jardín desde tu porche, las colinas de Ngong desde La Madriguera, el paisaje desde el camino. Observas la hecatombe en la que se ha convertido la sociedad de la que te alejas. Abres la boca sólo cuando es estrictamente necesario. Abandonas las luchas que no te pertenecen ni a las que perteneces. Te centras en lo verdaderamente importante: el milagro de caminar. Y a la que va a la que viene, te ves mirando el sol cada amanecer y cada atardecer de una forma muy concreta, entonces reparas en que ya eres una de ellos. De esos tipos silenciosos del Oeste. Duros, de gran corazón, que se han ganado a pulso el derecho a permanecer en silencio, a callar, a vivir tranquilos y en paz, a no ser molestados ni insultados dentro de los márgenes de su rancho, propiedad, hogar. Al serlo me he reencontrado con la calma y serenidad que perdí a los pocos segundos de nacer, y que he añorado recuperar desde que tuve conciencia de la pérdida. A diferencia de entonces que tanto la una como la otra intuyo eran algo intrínseco a mí, el reencuentro en la actualidad ha sido fruto del coste de vivir, de asumir que con una realidad (la propia) complicada es más que suficiente; y que el objetivo u objetivos (de ahora en adelante) sólo deben ser aquellos que me faciliten allanar mi particular camino, cuidar de mí como nadie lo ha hecho antes, guardarme de todo lo que no sea éso exactamente. Llego al escaño natural. El sol tardará un poco en llegar a su cúspide. Me siento. Estiro las piernas. No corto ninguna de las flores silvestres que me rodean. Dejo tranquilo el hábitat en el que me encuentro, del mismo modo, como deseo que me dejen tranquila a mí. Me vienen a la mente unas interesantes palabras sobre el sino de la flor en general: “Esta se consagra por entero a un solo propósito: ganar altura y escapar de la fatalidad del suelo; eludir, transgredir la pesada y sombría ley, liberarse, quebrar la estrecha esfera que la constriñe, inventar o invocar unas alas, evadirse lo más lejos posible, vencer el espacio al que la condena el destino, acercarse a otro reino, penetrar en un mundo movedizo y animado.” El viernes llegó a mi mesa de trabajo el libro de Maurice Maeterlinck, La inteligencia de las flores. Escrito en 1907. Sentada en el porche de La Madriguera leí las primeras páginas. Maurice Maeterlinck les presuponía a las flores el íntimo y firme deseo de encontrar la manera de desplazarse, de moverse, huyendo de su destino sujeto a una raíz bien enraizada en suelo firme. Desde ese momento mi percepción sobre las flores que pueblan el jardín ha variado significativamente. Me pregunto desde esa hora si debo darle pábulo a esa teoría. Y si me contesto que sí, a continuación, me pregunto si toda su belleza en verdad oculta la necesidad de moverse, y no sólo responde al deseo de agradar. Al dar crédito a la teoría de Maurice Maeterlinck, ellas (las flores) a las que siempre he considerado mis pares, lo son todavía más. Puesto que nos une irremediablemente el milagro de caminar. Acabo de descubrir en un pequeño volumen de apenas cien páginas que el milagro de caminar no sólo a mí me ocupa en tiempo, espacio y propósito en La Madriguera; y, sinceramente, eso es algo a lo que no dejo de darle vueltas porque de igual modo me fascina como me sobrecoge. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 18 de Julio de 2022 ) 

lunes, 11 de julio de 2022

11 de Julio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En las últimas horas, y todavía más, en el día de hoy, el mes de julio acaba de hacerme un regalo. Ayer por la tarde se formó una tormenta veraniega y no sólo pude disfrutar de nuevo del olor a tierra mojada, también el invierno que llevo dentro mí, reaccionó como un niño el día de su cumpleaños. Fue como si una mano invisible acabase de abrir expresamente para mí la puerta que me conduce siempre a la vida que realmente me gusta. Pero no finalizó ahí el regalo. Hoy ha amanecido lloviendo y ha continuado durante todo el día. Lo que me ha permitido realizar una de mis actividades preferidas: caminar bajo la lluvia; y con ello, también, recuperar el tono, el horario y las pisadas invernales. En estos momentos me encuentro escribiendo (sentada tras el ventanal) en mi mesa de trabajo en el interior de La Madriguera. Me encanta escribir en este lugar cuando afuera en el exterior llueve. Distintos puntos de luz permanecen encendidos otorgándole a la estancia la calidez de un refugio. Es tan agradable lo que mi vista ve y tan confortable lo que mis sentidos perciben, que me siento profundamente agradecida y bendecida por poder habitar una casa como esta. El punto de aislamiento y silencio que posee, muy probablemente, es lo que más me satisface de ella. Definitivamente, sé que estoy donde amo estar. ¿Y si cierro los ojos y pido un deseo? ¿Sería estar ya en el otoño, quizás? ¿Si cerrase los ojos, ahora mismo, qué es lo que encontraría tras los párpados? ¿Qué clase de deseo? ¿Acaso se trataría sólo de un capricho? ¿O tal vez, por el contrario, hallaría uno de esos deseos que emergen de lo más profundo del alma y que de alguna manera nos retratan? A saber. La lluvia me inspira. Siempre lo ha hecho. Me vuelve porosa a toda clase de sentimientos y experiencias. Y las palabras brotan como de un manantial sin filtros, del todo poético y sincero. Cuando llueve soy más yo que nunca. Lástima que el verano resulte ser un páramo yermo. Un desierto de bostezos. Una duna en la que hundirse en la impaciencia de lo bueno que está por llegar cuando los paisajes se vistan de otoño. Menos mal que por unas horas he vuelto a respirar. Ahora, guardaré en mí, la lluvia recorriendo cada átomo de mi ser. Guardaré estas últimas horas para poder reencontrarme con ellas tras lo párpados al cerrar los ojos. Sí, guardaré en mí la lluvia, como un estado de ánimo inmenso y feliz. La guardaré para cuando no pueda soportar más una existencia sin la poesía del golpeteo de la lluvia sobre las hojas de los árboles del jardín de La Madriguera, sin el olor a tierra mojada, sin esa sensación de libertad que me inunda al caminar bajo la lluvia. La guardaré como se guardan las verdaderas historias de amor. Heme aquí, tan ricamente, como si por un tiempo el verano hubiese quedado atrás. Pero no, el tic tac continúa. El reloj avanza. La templada noche asoma. Tengo ganas de que mi mente ágil encuentre entre el maremágnum de lecturas el párrafo idóneo para terminar la primera entrada del mes de julio en el diario natural. Mi cabeza en estos momentos es como el bombo del sorteo de la lotería de Navidad. Ignoro qué número será el agraciado, qué párrafo el escogido. 《Por favor, ayúdame》, le digo a la María de nueve años que traslada su dibujo (a pie de calle) en el muro de una escuela. Miro afuera, la mirada me devuelve un jardín en su máximo esplendor, que es motivo de orgullo. 《¿Qué hago realmente aquí?》, me oigo decir. La pregunta brota con la espontaneidad del mundo natural. Es decir, me sale al paso. La respuesta no tarda en llegar. La más sincera de las respuestas. Mi respuesta. Y va de la mano del párrafo. Unas líneas de Camino de vuelta de Mark Boyle. “Quería volver a palpar la vida con los dedos. Quería sentir los elementos en toda su enormidad, retirar todas las capas de absurdeces y exprimir los componentes fundamentales de la existencia. || Quería buscar la verdad para ver si existía y, si no, al menos encontrar mi propia verdad. Quería sentir frío, hambre y miedo. Quería vivir, no simplemente tener constantes vitales, y después, cuando llegara la hora, estar dispuesto a adentrarme en el bosque, en calma y con lucidez, y dejar que los seres vivos que allí habitan se alimentaran de mi carne y mis huesos, tal como yo había hecho con ellos. || Es lo justo.”



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 11 de Julio de 2022 ) 

lunes, 4 de julio de 2022

4 de Julio ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬

Si julio fuese un lugar sería un punto equis en el mapamundi donde tomar el descanso por días y la vacación como estilo de vida. Si fuese un objeto sería un termómetro a punto de explotar. Si fuese una historia de amor sería más bien una historia de deseo. Si fuese un mueble sería una tumbona. Si fuese un anhelo sería una sombra. Si fuese una flor sería un lirio mexicano como los que brotaron de las lágrimas de Eva cuando fue expulsada del paraíso. Si fuese un alimento sería un helado. Si fuese una bebida sería agua fresca de arroyo en verano. Hoy escribo esta entrada en el diario del discurrir (dándole la bienvenida a julio) sentada a la mesa del porche de La Madriguera. En este primer lunes del mes este espacio vuelve a ser sólo mío. Exclusivamente mío. Y como una reina con su trono, tomo posesión. Como todos los domingos, ayer, tuvimos invitados. Dicen que soy buena anfitriona, también dicen que poseo la cualidad de convertir una casa en un hogar. A lo primero le resto importancia, pues el resultado siempre va en función de las molestias que uno se toma. En cambio, lo segundo, me sonroja porque verdaderamente me halaga. Ya que detrás hay mucho trabajo y un objetivo a conseguir bien definido. Ayer entre las muchas conversaciones que no van a ninguna parte, quedó sujeta a la jornada con un imperdible ficticio una reflexión que he recordado esta mañana en el camino porque verdaderamente coincide con mi forma de ser. Al pensar en ella, he pensado a su vez (valga la redundancia) en que últimamente en demasiadas ocasiones observo lo mucho que me cuesta recordar cómo era mi vida antes del accidente. Sólo recuerdo que era feliz,  y eso, no es tanto un recuerdo como  la consciencia de haberlo sido y mucho. Sé que todo está dentro de mí, en esa concatenación de instantes que conforma toda una existencia. Pero a no ser que me obligue a mí misma, aplicándome en la tarea de recordar por la fuerza, los recuerdos no me saltan al paso de manera espontánea. Algo que me lleva a considerar cuán real es la reflexión que quedó prendida del domingo de ayer. Cuando se vive no hay tiempo para recordar. Siempre me ha sucedido. No sé si está en mi naturaleza o es consecuencia del oficio de contar, donde toda lo vivido se torna materia prima. Vives, rememoras, ficcionas, escribes una historia; y todo convertido en literatura se desvanece dentro de ti. A esta altura del veintidós echo mucho de menos sentarme a escribir una novela como Caótica, con la que tanto disfruté escribiéndola. Echo mucho de menos sentarme a escribir una historia larga plagada de pequeños tesoros. Ir descubriéndolos poco a poco, tal como los personajes se asoman y me toman de la mano para contarme mirándome a los ojos que esconden en su alma. Lo echo mucho de menos. E intuyo que puede ser un buen antídoto contra los inconvenientes del calor despiadado de julio, ir pensándola, e imaginar el hermoso día en que sentarme a escribirla signifique un nuevo comienzo. Como también sé que será un buen contrapeso adentrarme en los mercadillos y ferias del séptimo del año con tal de ir completando los regalos para el calendario de Adviento. El plan es ir escogiendo los regalos según las características de la lista que hace unas semanas ideé. De los veinticuatro cajoncitos que tiene el calendario, quiero que al menos diez contengan regalos; pero no solamente regalos sin más, no. La intención es que de los diez regalos, seis se ajusten a unas particularidades concretas. Me explico, uno debe ser un regalo inesperado (por ejemplo, a alguien que jamás ha pensado en cocinar regalarle una olla express); otro, un regalo útil; otro, un regalo navideño; otro, un regalazo (es decir, un regalo caro, carísimo); otro, de letras (obviamente, muy bien puede ser un libro); otro, un regalo clásico. Sonrío al repasar la lista. La necesidad de disponer de tiempo para ir tachándola punto por punto  es un hecho. No puedo parar de reír ante lo que es. Cómo me van a quedar horas para recordar; si vivo, vivo, vivo, y yo solita me complico la existencia. Carcajada y, punto final. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Julio de 2022 ) 

lunes, 27 de junio de 2022

27 de Junio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Junio acaba, se va, pero deja en La Madriguera la intuición convertida en certeza de que habitar un jardín es sanador. Cada mañana a eso de las once y media me anudo el delantal a la cintura, cojo mi cubo rojo, las tijeras de podar y aireo el jardín. Por un rato regreso al Edén. Hago mía la antigua creencia de que todo aquel que anhela regresar al campo, como todo aquel que desea convertir una pequeña parcela de tierra en su particular jardín obedece al impulso de vivir (de nuevo) en el paraíso perdido. Lo de tener un jardín en mi caso está en los cimientos de quien soy. Desde niña deseé tener mi propio jardín del que cortar flores para vestir los rincones de mi hogar. Por aquel entonces, ya sabía que jamás me sería suficiente la contemplación de jardines ajenos, aunque fuese el jardín de mis abuelos. No me bastaba con la contemplación. Necesitaba un jardín en el que tener voz y voto, en el que hundir mis manos, por el que batallar. Un jardín cuyo destino estuviese ligado al mío y su esplendidez fuese consecuencia de mi disciplina, sudor y trabajo. Me di cuenta de que quería un jardín propio con la misma terca obstinación (quizás inexplicable para otros) de quien desea tener un tractor, un vestido de novia o un ciclomotor. Sin embargo, siendo justa, en aquella época no sólo anhelaba fervientemente mi propio jardín, también deseaba poseer mi propia biblioteca. Y, si bien, la biblioteca fue lo que en primer lugar me insté a construir, y fue lo primero que alcance a tener volumen a volumen hasta superar los tres mil; la voluntad de poseer un jardín que floreciese en virtud de mis decisiones y mi esfuerzo estuvo en mí (entretanto) de igual manera. De hecho, a lo largo y ancho de mi existencia ha sido meta a conseguir; y por fin, aquí y ahora, en La Madriguera tengo el jardín del que disfrutar y cortar las flores del cada día. Por fortuna, el relato de la entrada en el diario natural de este lunes, que lleva en sus entrañas el adiós del sexto y la bienvenida del séptimo del año no acaba aquí. Al revés, todo lo contrario. Pretendo que continúe. De ese modo lo prefiero, porque estoy afuera en el exterior bajo un cielo nítido y un sol abrasador, escribiendo mentalmente lo que a la tarde transcribiré al papel. No hay que desaprovechar la mañana. No hay que rehusar el regalo que es el momento presente. Acabo de realizar un arreglo floral y en este mismo instante un jarrón repleto de media docena de grandiosas amarilis rojas estriadas de blanco y verde luce en el interior de La Madriguera como un recuerdo de Feria de Abril recién cortado. En el tiempo en que en su postrer ubicación las amarilis inundan de alegría el hogar creado, yo cavo dos pequeños hoyos en un rincón del jardín en el que sembraré a continuación dos dalias de talla XXL sobre un lecho de estiércol de caballo y humus (caca) de lombriz. Antes de enterrarlas, anoto en pizarritas sus nombres: Kogane Fubuki y Dazzling Magic. Seguidamente coloco cada raíz con sus yemitas mirando el cielo en su hoyo correspondiente, las cubro con un poquito (tres centímetros) de tierra, y sin regarlas (no hay que regarlas hasta que broten) pongo mi corazón en ellas y les doy la bienvenida a La Madriguera. Como hago con cada ser vivo que llega a este enclave. En este punto del texto reconozco divertida que estas páginas de estos diarios van camino de convertirse en una manual de jardinería si sigo así. Miro el reloj. La una y diez del mediodía. Recojo los bártulos. Los guardo en el cobertizo. Borro todo rastro de desorden y en un acto reflejo respiro profundamente mientras contemplo el jardín en su amplitud, al hacerlo, sin saber la razón (como en tantas ocasiones) me descubro a mí misma compartiendo con él un versículo. Mi voz se alza con la cadencia del rezo y se abraza a mis pares: “Entonces Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto? Juan 11: 25-26”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 27 de Junio de 2022 ) 

domingo, 19 de junio de 2022

19 de Junio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾






Estoy sentada afuera en el exterior. Es domingo y son poco más de las nueve de la mañana. Los domingos desayunamos en el porche, más bien, nuestros domingos transcurren en este espacio realmente perfecto. Contemplo maravillada (sentada en la mesa mientras me termino el café con leche) el destino de las peonías. El tránsito del color por ellas. Su evolución. En una semana, tras abrirse al mundo, han vestido el jardín de La Madriguera en los tres primeros días de un coral intenso, vivo y rojizo; de un elegante rosa aterciopelado en los siguientes; de un sabroso naranja, posteriormente; y de amarillo pálido en esta hora. Observar el paso del tiempo a través de las peonías es un absoluto espectáculo. En cada una de sus horas, el vuelo del plumaje que son sus pétalos libres y sedosos barre los límites imaginables de lo sublime y alcanza cuotas verdaderamente sorprendentes. Al contemplarlas se constata como ni por un segundo renuncian a la belleza, ni siquiera cuando se encuentran al borde de la desaparición. Aprovechan su vida de extremo a extremo, dándolo todo. Y resultan ser todo lo contrario a la mediocridad. En este punto, me pregunto si no deberíamos como humanos a aspirar a eso mismo, tal como nos aproximamos a desaparecer. Aspirar a darlo todo, según se acaba el tiempo, renunciando a la mediocridad. Levanto la mirada hacia el cielo azul verano radiante. Una avioneta sobrevuela las colinas de Ngong, no la veo, no veo las colinas desde mi porche, pero oigo la avioneta, y a ellas, las sé, están ahí presentes. Son parte fundamental de mi existencia. Aunque mi corazón no se escapa hacia ellas cuando sueño despierta, porque ya no sueño despierta. Lo he descubierto en esta semana. No me es menester. No deseo otra vida distinta a la que tengo. Asumo como parte inevitable, el coste de vivir, como el precio por la bendición que es ver materializados mis sueños, por mi existencia en sí. Y lo asumo, agradecida. Vivo serenamente en un presente lleno de fe y esplendor que me aleja de huidas, del deseo de fuga de una realidad que no gusta. Estoy donde amo estar. Levanto de nuevo la vista al cielo. Son las diez y media. Sé sin mirar el reloj la hora que es por el vuelo rasante de las golondrinas que regresan a sus nidos. Regresan a las diez y media de la mañana, y a las seis y media de la tarde. Tengo la sensación de que al habitar el mundo natural, la presencia de uno mismo se suma hasta confundirse o fusionarse con la de otros seres; y en la fracción de segundo, en que esa sensación se torna pensamiento en mi mente y se deja caer como hoja de otoño, sé (sin dudarlo) que La Madriguera y su jardín son el gran nido que lo contiene todo. El continente que alberga la vida en mayúsculas. Algo muy pero muy superior está en este lugar permitiendo y alentando que así sea desde siempre. Algo muy pero que muy superior que sólo puede ser mi Dios. El Dios de todos nosotros. El Dios de todas las cosas. Y, de repente, recuerdo con gran nitidez como en alguna hora de hace muchos, muchos, muchos meses tomé la decisión consciente de apartar la mediocridad y aspirar a dar toda la belleza, la bondad y la verdad que hay en mí, obligándome a ello, puesto que comprendí que según se acaba el tiempo es el único camino para llegar a casa. A la verdadera casa. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 19 de Junio de 2022 )

lunes, 13 de junio de 2022

13 de Junio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Amanezco. Salgo al jardín y reparo en que anoche cuando llovía, llovió barro. Las plantas están sucias. Su verde está sin lustre, moteado por el barro. Respiro profundamente. Desenrollo la manguera y coloco la pistola en posición de lluvia fina. Le lavo la cara al jardín. Aunque sé que esta martingala no será suficiente. El barro está adherido como si le fuese la vida en el apego. Dibujo un arco de agua bien alto con la manguera y espero que surta efecto, entretanto, recuerdo que anoche al oír desde el porche el croar feliz de las ranas en su charca y el golpeteo de la lluvia en las plantas también respiré profundamente. Amo el olor de la tierra mojada. Últimamente respiro profundamente en bastantes ocasiones, sea para detener el tiempo y atesorar la belleza del momento en la memoria, o, con tal de no perder la calma. En el segundo caso, mientras respiro, me sirve como ardid preguntarme si mi salud o mi integridad física están en peligro; si la respuesta es no, el enfado no tiene lugar y dejo correr lo que me molesta. Cierto es que son una o dos de cien las que respiro para mantener la paz conmigo misma, el resto (por fortuna) es como consecuencia de la belleza. Algo no extraño de experimentar cuando se habita un jardín. Cuando acabo la tarea de borrar el rastro de fango, sé que la resina azucarada en forma de gotitas que adorna la bola perfecta que es la flor de la peonía cuando está cerrada, ha saltado a mis ojos humedeciéndolos. Una mezcla de emoción, euforia y tibias lágrimas de gratitud estallan en mis ojos cuando una flor se abre por primera vez en el jardín de La Madriguera. Ahora mismito contemplo admirada la exuberancia de la flor de la peonía Coral Charm que sembré en diciembre con mis propias manos. Respiro profundamente, de nuevo. Retengo en mí su espectacular belleza, sus llamativos colores, la elegancia con la que viste el jardín de La Madriguera. Tres años son los que de media tarda una peonía en florecer. Afortunado es el jardín y el jardinero que obtiene su fruto a los pocos meses de su siembra. Sonrío. La sostengo entre mis dedos. Se lo agradezco. Seguidamente, la dejo a su aire. Con respeto me alejo para contarme su historia, para dibujarla con palabras. Ella es la rendija por donde entra la alegría, el tiempo de la felicidad que antaño fue para mí el verano, la constatación de que todo invierno necesita de una flor con la que o por la que sonreír, la prueba y la muestra de lo necesario del estío. Tanto ella como el jardín de La Madriguera en su totalidad son la excusa y el escudo para no renunciar del todo.《Bien vale el esfuerzo》, me digo, aupando sobre mis hombros la batalla que supondrá en las próximas semanas el calor y sus incomodidades. Cuando La Madriguera nos eligió para vivir nos obsequió con el extra de los atardeceres de invierno que se suceden en su cielo. Realidad es que con el transcurso de los años su magnetismo tiene fuerza y valor de ley para nosotros. Y confieso con honestidad haberme convertido en una adicta de lo invernal. Puesto que el invierno resulta más sencillo, tranquilo y menos complicado de vivir. Pero lo más destacable es que él (el propio invierno) está dentro de mí. La María de hoy, es más invernal; por tanto, más seria, triste, silenciosa y sólida que la de ayer. Y el verano que reinó en mí con su inocencia y volatilidad lejos queda. No obstante, llegados a esta época del año, a este segundo mes sin erre, a este junio ecuador del veintidós, de sobra sé lo impagable de lo que la vida afuera en el exterior me regala; pero no es menos cierto, que me digo a mí misma reconfortándome, que lo que ahora sucede son los minutos de descanso, de publicidad, que lo real es el otoño y el invierno. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 13 de Junio de 2022 )

lunes, 6 de junio de 2022

6 de Junio ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Me acaricio el cabello. Entrelazo mis dedos con mi pelo. Juego con él. Señal de que todo mi ser se concentra. Acabo de sentarme a escribir al auspicio del sereno atardecer del primer lunes de junio. Dejo atrás con este acto de recogimiento el día con su notable alto en el exterior. Un suave viento del oeste balancea los últimos narcisos de la temporada. Por estos pagos las flores necesitan que las temperaturas aumenten de manera sostenida para formarse del todo. De manera que desde que asoman a principios de marzo hasta que se consolidan puede transcurrir sin ningún tipo de prisa diez o doce semanas. Variedades que a principios de abril lucen hermosas en algunas partes del hemisferio norte, en este lugar (por el contrario) es a finales de mayo o principios de junio cuando se encuentran en su máximo esplendor. Constato jornada tras jornada como en mi existencia las flores son una bendición; otra, es poder adentrarme en el jardín al amanecer (antes de salir al camino a caminar mis kilómetros diarios) para seleccionar unas cuantas, cortarlas y regresar al interior de La Madriguera a crear un pequeño arreglo floral a poder ser con aire, con vuelo, esbelto. Un arreglo en el que la elegancia sea la característica predominante. Mis ojos se detienen (en este punto) en el que he elaborado esta mañana con calas blancas. La perfección a la vista y a los sentidos. No he necesitado surtirme de nada más para alcanzarla. Pienso de nuevo en lo tremendamente gratificante que es plantar con tus propias manos los bulbos que acabarán convertidos en flor en uno de tus jarrones, dándole nombre y textura a la belleza. Al posar mi mirada en las calas blancas recuerdo que es mi flor preferida desde niña, como lo es la enorme planta de amplísimas hojas desde la que se elevan al cielo. Y en ese misterio que resulta ser la forma en que los recuerdos se engarzan los unos con los otros (como los rabos de las cerezas depositadas en un cuenco) recuerdo aquello que Walt Whitman solía repetir: "Si quieres saber dónde está tu corazón, mira adónde va tu mente cuando sueñas despierto.” Sonrío. Junio (el primer mes de calor de los meses sin erre) ha llegado con ganas de buscarle tres pies al gato. Mi mente viaja lejos a lomos del sexto del año. Viaja y regresa; y mi vista se queda fija en esta página. ¿Dónde está tu corazón, María? Ojalá poder dibujar todavía con el talento de los nueve años, pero no. Hay dones que menguan, incluso se extinguen, en favor de otros. Pero de poder hacerlo, dibujaría a ese león y a esa leona que todos los días (tumbados uno al lado de otro) contemplan apaciblemente el atardecer desde las auténticas colinas de Ngong en África. Evocar esa imagen me proporciona una inusitada paz. Los dibujaría, para seguidamente arrancar el dibujo; y hacer con él, una avioneta de papel que sobrevolase aquí, en el entorno de La Madriguera, mis particulares colinas de Ngong. Las que cada mañana cuando alzo la vista provocan en mí un sentimiento de pertenencia, seguridad y hogar. Pero lo cierto es que no sé dibujar salvo con palabras. Así que con ellas imagino, dibujo, trazo, cuento una historia, escribo, y me sé (por un rato) completamente feliz. E incluso puedo verme a mí misma en las colinas lejanas de Kenia, siendo yo la leona. Alma libre, siempre. Sobre todas las cosas el don de escribir, la literatura, me permite seguir siendo el alma libre que nunca he dejado de ser. El arte de contar, como el de vivir, es ir envolviendo la realidad, los secretos y los sueños en la historia adecuada, para componer un arreglo como el de las flores lo más perfecto posible a la vista y a los sentidos. En este momento una luz se enciende dentro de mí como un fogonazo. Una luz a la que la acompaña la sensación de que dentro de nosotros todo lleva trillones de trillones de años. Sin pasado. No existe el pasado en el interior de cada uno. Sólo existe una sucesión de presentes en sesión continúa. Y en este minuto de esa concatenación de instantes sucesivos, pide la vez, a la búsqueda de respuesta la pregunta: ¿Dónde está tu corazón, María? Uff. Río ante la dificultad para contestarla. Aun así, prometo hacerlo, si un día de estos cuando cómoda y silenciosamente instalada en el porche reparo en que estoy soñando despierta. Aunque no me sorprenderá, si es el caso, encontrar a mi corazón en el mismo porche de La Madriguera. ¿Quién sabe? 



“A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. Salmo 121: 1-2”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 6 de Junio de 2022 )

lunes, 16 de mayo de 2022

16 de Mayo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾



Abril marchó y mayo llegó con la esplendidez de las flores y de los días repletos de vida afuera en el exterior. Mayo borró la lluvia de abril, pero no, lo que la lluvia trajo consigo. Estoy donde amo estar, le indiqué nada más llegar. Tenía inmensas ganas de abocárselo alegremente a la cara como un notición. La lluvia me lo había mostrado. Ella es el mejor indicador. Uno debe estar allí donde la lluvia aumenta, eleva, la belleza del lugar, del entorno. No se debe habitar en la fealdad. Y cuando llueve lo que mi vista ve y mis sentidos perciben en La Madriguera y desde ella es una absoluta bendición. Por eso sé que estoy donde amo estar. Y le agradezco todos los días a mi Dios el privilegio que es habitarla. De pie, en uno de esos días lluviosos de abril, en su interior (tras el ventanal) recordé un pasaje que escribió la Baronesa Karen Blixen en su diario sobre su vida en la granja cerca de Mombasa: “Pero cuando la tierra respondía como una caja de resonancia, con un ruido fértil y profundo, y el mundo cantaba entorno a ti, en todas las dimensiones, por encima y por debajo, ésa era la lluvia. Era como volver al mar cuando has estado mucho tiempo lejos de él, como el abrazo de un amante". De pie, hoy, en su exterior (concretamente en el porche) siento una enorme gratitud al apreciar el fruto de esa lluvia. Entiendo como un enorme honor hacia La Madriguera cada flor nueva que frente a mí se abre a la vida en este lugar. El haber elegido para florecer este paraje y no otro. Y a cada una, se lo hago saber. A cada flor un gracias de corazón y el respeto y la admiración por tantísima belleza inabarcable. No exagero si escribo que desde que el quinto mes de año hizo acto de presencia, son más las horas que paso afuera en el exterior que adentro. Entre el jardín y el porche, el camino y los picnics al aire libre (en la milla de alrededor) se arman las horas y las jornadas deliciosamente naufragan en la orilla de la noche. Es entonces, a la luz de la luna, cuando las luces de La Madriguera se encienden y el refugio recobra su pulso. Pero hasta el atardecer es en el jardín donde transcurre mi existencia. Mi cuerpo se entiende bien con él. Los músculos, las piernas, su fortaleza, este estar de nuevo en forma gracias a mi Dios. Momentáneamente olvido entre hojas, savia y fotosíntesis la dureza de los entrenos de estos dos años, de la misma manera como lo hago sentada en el porche con una taza entre mis manos de dulce infusión. Hay algo muy del oeste en esa actitud. En ese sentarse y perder la vista reposadamente en el horizonte. Pero esa es otra historia. En las horas compartidas con el jardín de La Madriguera he descubierto lo mucho que me compensa trabajar a su antojo. Al haberlo ideado a varias alturas y por capas, resulta ser un espacio cambiante, que varía con cada amanecer, sujeto a una fuerza y un lenguaje invisible y silencioso. Desde él sé que nunca voy a captar una misma fotografía, pues la repetición no está en sus hechuras. Lo idéntico, tampoco. He aprendido de su mano que nada hay más parecido a la vida que un jardín. Ambos se escapan al férreo control humano, ambos acaban desarrollándose según su propio guión. Reparo en este punto en que la manera sorpresiva en que la vida se presenta ante nosotros ha sido el gran tema en el que mis novelas se han sustentado. Cada una de ellas. No suelo en estos diarios referirme a mis libros, porque deseo que estos escritos sean otra vertiente de mi obra, pero lo cierto es que esta mañana en el camino he caído en la cuenta de que un lunes como el de hoy de hace once años se publicó El olor del silencio. El 16 de mayo de 2011. Y el orgullo me invade. Recuerdo que comencé a escribirla en los primeros días de marzo de 2008, y no dejé de trabajar en ella ni un solo día hasta ese radiante mayo de 2011. Lo que su publicación supuso para mí fue una sucesión de maravillas, que once años después todavía perduran y no sólo en mi corazón. Asocio desde siempre esa época con los narcisos en flor, con el sol, el salitre, el amor y la pasión; y me es imposible no sonreír al recordar. Fue reto, aventura, muchísimo trabajo y desafío. Como lo han sido cada una de mis novelas, como lo ha sido volver a caminar. En mi larga vida de casi medio siglo lo que mejor he hecho, lo que verdaderamente ha retratado quien soy, lo que me ha definido, mi orgullo y fortaleza, ha sido escribirlas, escribir cada una de ellas, y volver a caminar en cada nueva ocasión en que se me ha privado de la característica principal de los bípedos. Cada palabra depositada en silencio para que tomasen forma mis historias, como cada ejercicio también en silencio para sostenerme en pie y un paso tras otro volver a caminar es lo que conforma mi ADN, mi nombre y apellidos, el aire que respiro, mi corazón bondadoso e inmensamente agradecido, mi alma libre, mi sentido común, la valentía de mi espíritu, la mirada alegre de mis ojos llenos de esperanza, la sonrisa en mis labios de fresa y la absoluta fe de todo mi ser (hasta el último pensamiento) en mi Dios. Y, ahora, en este instante cuando la tarde va camino de replegarse sobre sí misma, antes de que mi mente cace al vuelo la nostalgia que sé que una parte de mí siente por los días de lluvia, por el otoño y el invierno en general, recojo los bártulos y pongo el punto y final a la entrada de hoy con la intención de torcerle el ánimo. Mejor levantarme, salir al jardín y tijeras en mano preparar un pequeño arreglo floral. Me alegra enormemente tener mi propia cosecha de flores. A la vista está que me satisface lo que a mi existencia el esfuerzo trae a manos llenas. 


“Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán. Proverbios 16: 3”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 16 de Mayo de 2022 ) 

lunes, 25 de abril de 2022

25 de Abril ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Llueve. Llueve de continúo desde hace (puede) dieciocho o diecinueve días, quizás dieciséis o veinte. Una lluvia pertinaz, sin arrebatos. Llueve sin doler. Una lluvia, que sin ninguna duda, lleva en su propósito sólo el bien. Llueve como si jamás hubiese de salir el sol. Pero no es así. No va a ser así. La noche anterior a que comenzasen las lluvias de abril una grandísima aureola brumosa y decolorada rodeaba la luna. No me sorprendió verla, pero sí que pensé que no iba a parar de llover durante buena parte del mes. Al día siguiente con el amanecer llegó la lluvia como una hermosa canción que anhelaba escuchar. Desde entonces la contemplo con gratitud. Entiendo su importancia como alimento de la tierra que a su vez me alimenta a mí. Comprendo lo balsámica que ahora mismo está resultando ser para el mundo natural, y también, para mi espíritu, e incluso, para mi cuerpo. En estas jornadas hallo las bendiciones de mi Dios entre las gotas de lluvia en un camino que no ha sido borrado literalmente del mapa y en el que mi caminar no ha perdido del todo las mañanas. En estos meses de vida afuera en el exterior he descubierto que caminar bajo la lluvia libera mi espíritu, agiliza mi cuerpo y concentra mi mente. Y, lo hace, ya lo creo que sí. Entretanto en el interior de La Madriguera esa misma lluvia convoca en mí la inspiración como siempre lo ha hecho. Y, si bien, reparo en que las rutinas de antes de, no me sirven porque sencillamente yo soy otra; advierto que la costumbre, el hábito, la necesidad de abrir una página en blanco y escribir es la única rutina que en verdad necesito para que todo fluya en mi existencia. Nada consigue que me olvide de la materia de la que estoy hecha: palabras, historias, ficciones. Al contar, vivo. Escribir o morir. Caminar o morir. No hay mucho más. Oído cocina. Avisada estás navegante de aventuras dispares. Es tan fácil de comprender al prestar verdadera atención a mi respirar. Soy tan predecible. Tan fácil de entender. Abro el diario mientras observo como la totalidad del jardín está creciendo a palmos. Bajo la vista, y cuando vuelvo a mirar, lo descubro enorme. No es un efecto óptico, es consecuencia de la lluvia diaria. Plantas y árboles crecen, crecen y crecen. Aliso la página en blanco. Escribo. Él, al igual que yo, contempla la lluvia caer a través del ventanal. De pie, espera. Sabe mirar. Admiro lo paciente que es, la templanza con la que encara los vaivenes de la existencia, su calma silenciosa y certera. Al rato. Al bastante rato, deposita sobre mi mesa de trabajo un pequeño paquete envuelto con papel de regalo, me besa la coronilla, se abriga y sale afuera a pasar revista al jardín. Sé que al desenvolverlo voy a encontrarme con algo que el hombre que me ama desde hace cien o dos cientos años y al que amo desde hace un siglo o dos considera fundamental para mí, necesario en este momento. Valoro si abrirlo inmediatamente o si por el contrario reservarlo para después, y terminar antes de escribir la entrada de este último lunes de abril, la primera tras las vacaciones de la Pascua de Resurrección. Valoro y decido. El regalo forma parte ya del texto que estoy escribiendo de modo que rasgo el papel. A la altura de esta frase, rasgo el papel. El papel de los regalos debe romperse siempre sin miramientos. Es la felicidad de lo momentáneo. Y, como por arte de magia, aparece un pequeño libro cuya historia no he leído. Él, sí. Él que es sol en mi lluvia. El libro (La feria de las tinieblas de Ray Bradbury) es una de sus novelas preferidas porque según él va con su carácter, con su forma de ser. Lo abro. Leo las primeras frases, los primeros párrafos, las primeras páginas. Me resulta maravilloso. Me basta para intuir que esta historia encontrará buen acomodo en mí porque también va con mi carácter, con mi forma de ser. Dejo lo que estoy haciendo. Me arrellano en el sofá a leer ficción. ¡FICCIÓN, ficción! Disfrutando con la lectura, como antes de. 



“Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables. Pedro 5: 10"


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Abril de 2022 )

lunes, 4 de abril de 2022

4 de Abril ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾



El lugar al que pertenezco, los espacios abiertos; el lugar al que regresar, La Madriguera; mi lugar en el mundo, mi refugio verde; el lugar soñado, deseado, logrado y mi pasión, el oficio de contar historias, la literatura. Recapitulo mentalmente los puntos cardinales de mi existencia. Mi norte, mi sur, mi este y mi oeste. A los que agrego el patio de recreo que es el verdadero amor. Acabo de sembrar sesenta gladiolos de seis colores diferentes en grupitos de a tres. Dejando de lado las herramientas de jardinería y hundiendo las manos en la tierra. Rastrillándola con los dedos. Cavando pequeños hoyos en la turba para insertar los bulbos. Es así como me gusta hacerlo. Arremangándome las mangas de la camisa, sopesando en la palma de las manos la tierra que piso al caminar, calibrando las bonanzas del mundo natural que habito. Hago la suma de los bulbos sembrados. Añado a los de otoño, los de primavera. 72 + 4 + 4 + 60 + 12 + 2 = 154  El total, me confirma la barbaridad que intuía. Nuna está tumbada al sol tan ricamente. El día de hoy tiene las hechuras de la vida que me gusta, que me reconforta, la que dibuja sonrisas en mis ganas. El cielo calmo. La temperatura encantadoramente agradable que estar afuera en el exterior es un verdadero deleite. Los pájaros sobrevolándonos con sus juegos, sus vuelos y su canción alegre. Y un silencio colmado de dicha en el que todo es como debe ser copando la mañana. La tarde de ayer domingo la pasé leyendo con los sentidos alertas, el corazón levemente desbocado y la fascinación en la piel. Me sucede cuando me quedo atrapada dentro de una historia de manera inesperada. Las frases certeras y cortantes con las que esa historia en concreto está escrita me arrastraron párrafo tras párrafo. Y pensar que las historias que he escrito y escribo arrastran (a su vez) a otros hasta lugares remotos y siempre mejores que el que habitan segundos antes de adentrarse en la lectura, me sorprende por lo extraordinario que en verdad es, por lo grandioso que resulta. Ay, la literatura y su poder. Ay, la literatura y su magia. Artilugio mágico de escape y de evasión, de crecimiento y de sostén. Abril mes gestante de maravillas acaba de llegar. Lo vi aparecer por el horizonte silbando con aire distraído. Tuve la impresión de que bajo su amparo la gente de fe, la gente de bien, también sonreirá por algo muy concreto, particular y propio, quizás inexplicable o secreto en cada uno de sus días. Aunque sea ardua la labor por lo incomprensible, desasosegante y cruel de la realidad de los años veinte de nuestro siglo, por ese atroz comunismo que primero con un virus letal y ahora con una sangrienta invasión hace lo que siempre ha hecho, matar por no tolerar la libertad del individuo. Imposible no responsabilizar al ciudadano que de manera reiterada ha ido a lo largo de los años depositando en urnas votos en su favor, ni al mandamás de turno que ha actuado como cómplice de una lacra que lleva en su haber tantísimos millones de muertos. Es de justicia responsabilizar. El comunismo no es una catástrofe natural. Es escoria. Un régimen totalitario cuyo objetivo siempre ha sido apoderarse de lo que no es de su propiedad, incluido el pensamiento. Es hambre, ruina, muerte. Violencia y opresión. No es gente de fe, ni de bien. El que lo alienta debe avergonzarse al mirarse en el espejo. Y nada puede reclamar. No se puede estar sorbiendo y soplando al mismo tiempo. No, eso también es un imposible. Alzo los ojos y miro al cielo. Determino que el esfuerzo, la búsqueda de la bondad, el perseguir las bendiciones no han de decaer. Dios está con nosotros. Dios nos ama. Somos hijos de Dios. Es la recompensa ante el coste de vivir. “Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta. Salmo 23: 4” Frente a la dificultad, la sonrisa por esa bendición que baña la hora de esperanza y que añade al día un futuro. Ese es el secreto. La sonrisa, lo es. Mientras aprieto con fuerza la tierra que acabo de remover, mientras la compacto con mis manos desnudas, por un instante me sé feliz e inmensa como cuando de niña en Caótica (junto a mi hermana) elaboraba pasteles a la hora de la siesta para venderlos después cuando el mundo despertase. Uno siempre es lo que fue en la infancia, uno busca la felicidad donde fue feliz de niño. Por ello, en la vida adulta se intenta replicar el paraíso que habitamos tiempo atrás. Bienaventurado quien lo logra. En efecto, es lo que he deseado recrear en La Madriguera desde el minuto uno. Y si no es exacto, se aproxima más de lo que soñé. Este lugar tiene el mismo espíritu rústico, decidido y libre; de mar, tierra y aire. Y en él se entiende el origen, se descubre la razón por la que una jamás será una damisela en apuros, el motivo por el que la contadora de historias acabó contándolas todas, la causa por la que el árbol da frutos, el fundamento donde se sustenta una forma de ser. Contemplo mis manos llenas de tierra, repletas de vida. La uñas negras de la turba, las palmas con un mapa delator de lo que acabo de hacer, los nudillos rojos por el trabajo. El parecido de mis dedos y mis uñas con las de Denys me lleva (más allá de todo) a sentirlo conmigo cada vez que reparo en la coincidencia. También es cierto y verdad que se parecen muchísimo a los dedos y uñas de mi padre. Noto la euforia de la valentía invadiéndome cuando coloco las herramientas de jardinería en la carretilla y la empujo. Mientras la conduzco al interior del cobertizo, atiendo a mi corazón, a menudo habla con la voz de mi abuelo. Hoy, cuatro de abril, es su cumpleaños en otro espacio de tiempo. En otro siglo. En mi corazón, siempre. Son ciento cinco los años del valedor de mis sueños.《Sólida 》, me susurra. 《Eres una mujer sólida 》, me indica. 


“Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna. Salmo 73: 26”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Abril de 2022)

lunes, 28 de marzo de 2022

28 de Marzo ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Recupero a través de una fotografía (que salta a mis ojos desde su marco en La Madriguera) el recuerdo de cuando uno de mis dibujos fue elegido para trasladarlo al muro exterior del colegio. En la imagen estoy delante de ese muro, tengo nueve años, y acabo de copiar a escala (no sin bastante dificultad por los relieves propios de la pared) el dibujo, otros compañeros han comenzado a pintarlo, o más bien, a rellenar con pintura los distintos elementos que acabo de dibujar. Llevo puesto sobre mi ropa un jersey de mi madre. Mi vestimenta habitual de trabajo, entonces y ahora, comprende (las más de las veces) alguna pieza extra, particularmente grande, de otra persona a modo de sobretodo. Desde niña tengo la costumbre de ponerme prendas de otros que me están grandes. Me sé a gusto con ellas, pues me figuro en un continúo abrazo que me hace sentir bien. Sin embargo, en la fotografía mi atuendo no se queda sólo ahí, va más allá (de manera incomprensible) y lo completa con el fin de protegerme de la lluvia, un funda de plástico, de las que se utilizan para guardar abrigos en los armarios de una temporada para otra. Lo recuerdo como si fuera ayer por lo ridículo de la idea. Cierto es que chispeó un poco, que cayeron menos de cuatro a gotas. Pero en ningún momento se formó una tormenta que llevase a pensar que tendríamos que refugiarnos bajo techado en caso de lluvia, y aún así, a alguien se le ocurrió impermeabilizarnos de ese modo, o, más bien, embutirnos como salchichas. Y, ya, lo del cinturón hecho del mismo plástico merece un capítulo aparte o ningún comentario. Decenas fueron las veces que en mi vida libre en Caótica me calé hasta los huesos, y ni por asomo recurrí a una solución tan incalificable. También es verdad que nunca me ha dado miedo mojarme, porque mojarse es crecer como tan acertadamente cantó en su día Julio Iglesias. Ni me lo daba en mi infancia, ni me lo da en la actualidad; al contrario, a veces tengo la necesidad de empaparme ya sea de lluvia o de amor. No soy de huir de lo que me hace sentir viva en la vida viva. Ni lo soy, ni lo he sido. Tras la pequeña digresión, regreso a la fotografía, concretamente, al día en que se realizó, pues guardo con enorme cariño el momento en mi memoria. En la misma medida, la hora, en que me anunciaron que entre un centenar de dibujos el mío era el elegido, como el día, en que tuve que copiar mi propio dibujo en el muro exterior del colegio.  《 Está en la calle. Lo que significa que los viandantes lo podrán contemplar por muchísimos años》, pensé. Y, en ese instante, fui consciente por vez primera en mi existencia de lo que era trascender mediante el arte. El hecho de que algo fruto de mi talento e imaginación obtuviese la consideración de terceros me otorgó una confianza desconocida. Hasta ese día el que crease dibujos e historias inventadas, escritas y encuadernadas artesanalmente (que tan vitales eran para mí), pensaba, era percibido como un juego de escasa importancia y nulo interés para el resto; y, de pronto, sin saber cómo aquel trabajo disciplinado e íntimo cobró vida hacia el exterior. Comprendí que lo que secretamente creaba, tenía valor para las gentes que habitaban el mundo. Y un profundo sentimiento de orgullo, de saberme útil me invadió. Lo recuerdo bien.  Es más, estoy convencida casi cuarenta años después, de que ese día fue el día en que comencé a crecer y a defender con fe y gallardía mi espacio y mi tiempo para crear, como si en ello me fuese la vida. Lo cierto es que me iba. Visto lo visto. Afortunadamente, me iba. En numerosas ocasiones he contemplado esta fotografía. Siempre la he tenido al alcance, a modo de un compromiso con la María tímida y artista que en ella asoma. Humilde, sin querer destacar nunca. Con un grandísimo mundo interior lleno de creatividad e ingenio que la iba fortaleciendo, y por el que callada y sosegadamente, con toda su energía apostaba con seriedad. He sentido en cada ocasión al mirarla, pues me es imposible no sentirlo, un enorme respeto y admiración por la María de entonces. Por la fuerza interior que poseía. Por esa sonrisa que ya se intuía como una sonrisa de esas sonrisas imposibles de derrotar.


“Conforme a vuestra fe os sea hecho.  Mateo 9:29”

María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 28 de Marzo de 2022)

lunes, 21 de marzo de 2022

21 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Ayer llegó la primavera con los sentidos rebosantes de amor. Cuando llegó me encontraba de camino a La Madriguera observando el cielo que en esa hora todavía contenía bastantes vestigios del invierno. Ciertamente, no estaba siendo uno de esos días en que la alegría de vivir te sale al paso. Todo lo contrario, deseaba por encima de todas las cosas una bebida caliente, un buen fuego y buena compañía, por ello me apuré en llegar lo antes posible. Regresaba de oír una sobria misa sin sermones en la pequeña iglesia a la que acudo habitualmente en honor a Santa Dorotea. La joven torturada y decapitada en el siglo tres por negarse a ensalzar como dioses a los hombres y adjurar de su fe en Cristo, que le envío desde el cielo en pleno invierno rosas y manzanas a su ejecutor. Mientras apuraba el paso pensaba en los distintos templos de fe y silencio donde la palabra de Dios ha sido confort para mí. Pensaba en que podría describirlos sin dificultad, a cada uno de ellos, y entonces fue cuando vi llegar la primavera. Por eso sé que llegó con los sentidos rebosantes de amor. Y lo hizo de la siguiente manera: En la hondonada en la que el sendero se adentra para seguidamente emerger como quien asciende desde el paraíso, millones de minúsculas flores se estaban abriendo a la vista de todos. Me detuve en seco. Observé a mi alrededor. No había nadie más. Maravillada miré al cielo y luego a la tierra. De repente, sentí como me embargaba una soledad distinta a las demás soledades. No quise alzar la voz, ni hablar, ni llamar a nadie, ni compartir. Estaba sola. Comprendí que deseaba estar sola. Quería estar sola. Obviamente, lo contaría después. Escribiría sobre ello con las horas. Pero entonces me vi como la única habitante y le di gracias a mi Dios. Sí, se lo agradecí. Le agradecí estar sola, que toda esa primavera que se mostraba ante mí, que se abría a mis ojos, por un instante fuese sólo mía. Se lo agradecí porque supe que la clase de soledad que experimentaba estaba repleta de amor. Algo nuevo que reconocería con el paso de los minutos se me entregaba. E intuí secretamente que el consuelo que encontraba todas las veces en los espacios abiertos era lo que siempre impediría que me derrumbase. Por propia experiencia sé que alguien como yo que se ha fortalecido desde temprana edad en la soledad jamás está ni se siente solo, pero aun así, un lugar donde apuntalarse es necesario. El mío lo tenía enfrente. El espacio abierto. La hondonada florecida o cualquier otro lugar a la intemperie, del que saberme parte ínfima de un todo inabarcable, me salvaría cada vez que necesitase salvarme. Es lo que supe. La confianza de saber que pertenezco a los espacios abiertos, porque en ellos habita para mí una soledad que rebosa amor y que no da miedo, fue muy probablemente lo que se me entregó ayer al llegar la primavera, la consciencia de esa confianza. Hoy, algo más de veinticuatro horas después, al escribir la entrada de este lunes en el diario natural, al repensar y releer lo escrito no me cabe la más mínima duda. La confianza de saber al lugar donde pertenezco (los espacios  abiertos) como la confianza de tener un lugar al que regresar (La Madriguera) es lo que da calidez y amplitud a mi existencia. Necesito que ambos sean lugares físicos. Lugares en los que sentarme y apoyar la espalda si me es menester. En los que adentrarme para hacerlos míos en la medida en que ellos se adueñan y pueblan mi soledad. No soy de depositar mi día de hoy, ni mi mañana, ni por supuesto mi soledad, en la volatilidad del sentimiento ajeno. Es decir, no deseo por nada del mundo que la plenitud de mi existencia, la soledad de mis días, la alegría de mi presente y la sonrisa en mi futuro esté ligada a la voluntad de otro humano. Considero tristísimo y de una inmadurez insana que el cariz de las jornadas de una mujer o de un hombre adulto dependa del capricho de otra persona. No me gustaría verme en esa tesitura, y mucho menos, tal como los años van acumulándose. Es muy cierto que este rasgo tan marcado de mi personalidad, es característico en las gentes que somos indisociables del mundo natural. Ya que es bien sabido que lo tenemos todo, si al amanecer delante de nosotros hay un espacio abierto y detrás un refugio que habitar al anochecer.  


“Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza. Salmo 56 : 3”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 21 de Marzo de 2022 )

lunes, 14 de marzo de 2022

14 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Despierta. Despierta. Despierta el jardín de La Madriguera. Centímetro a centímetro. Pulgada a pulgada. Aliento a aliento. Y, yo sonrío. Sonrío. Sonrío. El festín de la primavera está a puntito de llegar. Lo mejor comienza en tres, dos, uno: ya. Lady Saigón el más malva de los jacintos asoma para observar con asombro a los narcisos, concretamente, al amarillo canario disputándose el trono del color con el amarillo azafrán. En el cuadrante sureste del jardín dos hileras más de jacintos (naranja, azul, fresa y fucsia) como soldados alzan la vista y miran al frente deteniéndose en el pie de Júpiter, allí donde los crocus lanzan suspiritos de amor al níspero que de reojo les contempla desde su incipiente madurez. Tengo un año, les quiere decir. Uno. Orgullosamente. Uno. Y, yo desde su centro, aplaudo su espectacular fervor, su manera silenciosa de hablar, su trabajo sin descanso, su belleza incontinente, su determinación; y me divierto al pensar en la sorpresa que van a tener cuando la exuberancia de los tulipanes dobles y la elegancia de las peonías irrumpa en su rutina mañanera y rebaje su euforia de amanecer sabiéndose lo más, de lo más. Entonces sé que vanidosos reaccionarán del único modo posible, haciéndose valer, y en ese momento, sí, La Madriguera tendrá el jardín que merece. Es decir, uno en su máximo apogeo, en el que la vida viva con sus infinitos detalles y formas deja boquiabierto y complacido a todo aquel que en él su mirada reposa. Lunes, catorce de marzo. Llevo deseando estos días desde Navidad. Anhelando un jardín en flor desde año nuevo. Pasando revista a la tierra sembrada día tras día. O por no exagerar, cada tres días. También añoraba el sol. Días seguidos de sol. Un sol continúo sobre mí, iluminando mi caminar, también el jardín. Calentando los sillones del porche. Acariciando tras el gran ventanal de La Madriguera con sus rayos mis otros sillones de ratán, mis preferidos, los de la granja en África, en Mombasa. Y, ahora, sentada en mi escritorio, con el diario natural abierto delante de mí, cuando el Miércoles de Ceniza hace dos miércoles que quedó atrás, entre párrafos miro el calendario, y sólo resta aguardar la Pascua de Resurrección. El inicio real de la primavera. Si bien, la oficial el próximo domingo, será. Con lo cual, el lunes de hoy, es el último lunes de este invierno. Me alegra enormemente que lo sea. Para alguien como yo que su existencia ha cambiado tantísimo para pasar la mayor parte de su tiempo afuera en el exterior, el invierno resulta ser asunto duro. Debo a lo largo de enero y febrero revestir la paciencia con ilusión, abrigarla con esperanza. Imaginar el día de mañana, rellenar y perfilar el otro y el otro, esbozar y escribir el siguiente y los sucesivos. Anteayer se me ocurrió montar una fiesta en el jardín, el fin de semana del veintiséis y veintisiete. Lo hablamos y nos dijimos sí con los ojos. Amar las mismas cosas, pensar de un mismo modo, estar juntos mano a mano, piel con piel. Nos entusiasman los domingos en la granja, las barbacoas de sábado al aire libre, la mesa puesta a modo de buffet, el corretear de los niños, la mansedumbre de los animales recién alimentados, las cervezas frías, la comida rica, la música en el aire, los amigos riéndose, el hablar hasta el anochecer, el besarnos bajo las estrellas sin pedir ningún deseo, puesto que todo está aquí, y al día siguiente, vuelta a empezar. Hay algo muy sanador en sentirse parte de la rutina. Existe una felicidad sin punto de comparación cuando nada te impide serlo. Y aunque no seamos del todo conscientes o lo olvidemos, existe, está, es nuestra. Es como jugar tras obedecer. Es vivir con la conciencia tranquila. Leí el otro día en uno de los muchísimos diarios que tengo de Henry David Thoreau una frase bellísima no sólo por su sencillez, también, puesto que lo abarca todo: desde la satisfacción del alma, al hecho de saberse afortunado por estar. La frase era: “Acaba otro precioso día de invierno”. Al transcribirla, sigo teniendo la misma impresión. Además, la considero redonda y perfecta en su exactitud. Así pues no vislumbro mejor manera de terminar la entrada de hoy. Acaba otro precioso día de invierno. Acaba otro precioso invierno. Agradecida por tanto le estoy, por lo esperable y por lo que no, por lo soñado y por lo que ni siquiera llegué a imaginar, y sucedió.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 14 de Marzo de 2022 ) 

lunes, 7 de marzo de 2022

7 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Me quedo quieta. Marzo con su llegada borrará las temperaturas bajo cero. Y, al menos, el camino no tendrá esa dureza cruel. Los últimos dos meses han sido de caminar o morir. No me quejo. Todo lo contrario. Agradecida y bendecida me sé. De poder. Me quedo quieta. Sentada en mi sillón de ratán preferido, del mismo estilo que los que Karen Blixen tenía en el porche de su granja en África. Cuando necesito hacer un alto en la rutina me quedo quieta, absolutamente quieta, mirando el cielo, los pájaros, la porción de naturaleza que se ve desde el porche de La Madriguera. Respiro, miro, observo, mis pensamientos se relajan, y yo, también. Imposible que una queja salga de mi boca, ni que tome forma en mi mente. 《Tengo todo esto. Mi verdadero hogar, mi gran placer. También el camino y caminar. Y, por supuesto, (siempre) el oficio de contar》, me digo sin decir. Louisa May Alcott, escribió en su diario, el día de año nuevo de 1868: “Estoy en mi cuartito, pasando días felices y ajetreados, porque tengo silencio, libertad, suficiente trabajo y fuerza para realizarlo”. Sin faltar a la verdad, podría muy bien emularla y escribir ahora mismo (en la entrada de hoy) en este diario unas palabras semejantes con el mismo sentir y ciento cincuenta y cuatro años de diferencia. Estoy en La Madriguera, viviendo días felices y ajetreados, porque tengo silencio, libertad, suficiente trabajo y,  gracias a Dios, fuerza para realizarlo. Este mes de marzo he pensado en volcarme más en mis diarios. No deseo perder ripio en ellos de la primavera que está por llegar, ni tampoco, de los últimos coletazos del invierno. La necesidad de escribir, de contar, a tiempo completo conmigo. Pegadita a mí. Rondándome, como enamorado. Escritoras y sus diarios. Contadoras de historias y su verdad sin ficciones. Realmente, atrapa poder ser una misma. Mostrarse al natural. Dejar de lado la imaginación y el dar personalidad, voz y patrón a unos personajes e hilo a una narración. Escribir diarios es mucho menos divertido e interesante que novelar, pero sí que es más sincero y relajado. Siendo muy consciente de que escribir cada una de mis novelas ha sido la aventura más maravillosa de mi existencia, y lo que cada una me regaló con su publicación, fue y sigue siendo (en la actualidad) tremendamente gratificante, desconozco si volveré a escribir ficción. Es asunto que decidiré con el tiempo. No descarto nada; pues escritora, novelista, contadora de historias soy. Sin embargo, es un hecho que desde mi accidente en enero del veinte ha dejado de interesarme paulatinamente todo lo que no es real. Todo lo que no es verdad. Secuelas de caer al vacío desde tres metros de altura tras ser embestida y alzada al aire por un alce con el que tuve la mala suerte de cruzarme en su caminar. La gente corriente se cae por las escaleras, la glamurosa en la alfombra roja. Yo, no. Lo mío fue un accidente bestial, natural. Celebro cada día no haber perdido la vida. Un golpe en la cabeza en cualquier roca y se acabo. No hay amanecer en que no de gracias a mi Dios por estar. Y el resto, las lesiones, con trabajo y disciplina, van superándose; o, en su defecto, vas amoldándote con paciencia y resignación a las secuelas, asumiéndolas como parte de ti. Lo bueno de las secuelas es que no todas son negativas. El enorme aprendizaje, el cambio a un carácter más sereno, la distinta forma de entender la existencia, la necesidad de no querer perder el tiempo, la pasión por sentirme viva en la vida viva, por ejemplo, son secuelas que son bendición. Y, entre todas ellas, entre las buenas y las malas, entre las vigorizantes y las dolorosas, está ese apartarme de la ficción no sólo como escritora también como lectora. No deseo evadirme, hoy por hoy, deseo realidad de la mañana a la noche, de la noche a la mañana. Y así, así, de ese modo y de esa manera, con orgullo, esfuerzo, mérito y olvido vivir mi vida de fe y esplendor en La Madriguera, en el lugar que verdaderamente me importa, todo lo próxima que pueda a la esencia primigenia de lo que realmente es valioso y sustancial. Y, cuando, en una hora como en esta rescatas el párrafo de Wendell Berry que subrayaste en su día: “La fórmula para una buena vida es sencilla, y afortunadamente no pretende ser original: ve más despacio, presta atención, realiza acciones y produce cosas que merezcan la pena, quiere a tus vecinos, ama tu hogar, no te alejes demasiado de él, confórmate con menos, disfrútalo más”; y suscribes, una a una, cada una de sus palabras, no como concepto ni como utopía, sino como lo que llevas haciendo desde hace dos larguísimos años, entiendes que jamás vas a volver a ser la que eras antes de que te cruzases en el caminar de un alce; antes de que la vida salvaje decidiese por ti y limitara tu futuro; antes de que comprendieses como nunca antes que si no fueses hija de Dios, de su amor, de su bendición, no existirías; que si él no tuviera un propósito para ti no estarías ahora mismo escribiendo tu propia historia. Puesto que sí, la realidad siempre supera la ficción. No es un mito ni una leyenda. Es la realidad. Y, la realidad pura y dura, sin artificios, para quien cuenta historias pertenece a los diarios.  


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 7 de Marzo de 2022 ) 

lunes, 28 de febrero de 2022

28 de Febrero ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Veintiocho dulces y gélidos días desaparecen ante mis ojos. Marzo asoma. Febrero, hoy, se va. Febrero se despide, jamás va a volver con las hechuras del veintidós. Otros febreros llegarán, seguramente mucho mejores. Pero serán otros, no este. Dicen que el invierno es para soñar sentados frente a chimeneas que arden con ganas. A mí el invierno me sirve para proyectar, sea un jardín hermoso, unos arreglos (aquí y allá) en el exterior de la casa, unos muebles buscados como aguja en pajar (quizás encargados adrede) para que le den más personalidad al interior de La Madriguera, incluso, ideas para el próximo calendario de Adviento (ay, la Navidad). Todo ello, cada uno de los proyectos, se cuecen en mi interior a fuego lento. Asumo que en las últimas jornadas el avance en cada uno de ellos ha sido notable. Y no es porque el invierno esté llegando a su fin. Podría ser, pero no. No es por ese motivo. Más bien la verdadera razón es otra. Nuna y yo, estamos escuchando mientras cocino un nuevo audiolibro y está siendo una fuente inagotable de inspiración. De él surge el impulso y la inventiva que necesitaba. El caso, es que el amor a los objetos y a una existencia cuidada que en la narración trascienden a la propia historia; a mí, me conduce a valorar todavía más mi forma de entender el hogar. Y, no solamente, a valorar más; también, a esmerarme hasta lo indecible para que de ese modo cada uno de los proyectos culmine con un mayor éxito. Me explico: no sé la hora exacta de las algo más de diecisiete que dura el audiolibro en que noté de pronto como las ideas se agolpaban en mi mente con frescura y obstinación. Pero lo cierto es que así ocurrió. Me alegré enormemente cuando al repensarlas a posteriori constaté que además eran brillantes. Entonces, de la emoción, palmeé las manos al aire, choqué los cinco con Nuna, le besé la trufa. Ella bostezó. Me dejó por imposible. Se estiró largamente en el sofá y yo seguí contentísima con el hallazgo, como niña en día de feria de verano. En este instante mi querido diario del discurrir, permíteme un breve descanso. Voy a por un café con leche y unas galletas. Son las cinco. Hora del té. (Tic, tac. Tic, tac. Ñam, ñam. Ñam, ñam.) Diez minutos después, estoy de nuevo aquí sentada frente a ti. Regreso con una pregunta deslizándose por mi mente como por tobogán de parque infantil. Es decir, sin poder esperar y con aspavientos. 《¿Qué sería de nosotros si no proyectásemos?》 En negro sobre blanco la pregunta existe desde este preciso instante. ¿Qué sería de nosotros si no proyectásemos? Y añado, elevando la apuesta (hagan juego señores): ¿cómo de terriblemente triste sería nuestra existencia si no proyectásemos amor en los otros, vida en las flores, libertad a nuestros sueños, ilusión en las ocurrencias serias y no tan serias, ímpetu al trajinar del cada día, compromiso con nuestros hijos, hermanos, historias contadas y perro fiel, lealtad con la naturaleza, esperanza en el día que está por venir, fe en nuestro Dios? Y, continúo: ¿cuánta soledad cabe en una existencia sin proyectos? Muchísima, creo yo. Tanta, que ni límite se conoce. Enciendo la lámpara de la mesa donde escribo. Se va la tarde. Se oscurece el último día de este febrero que no volverá a repetirse. Y, lo hace, arrojando luz, una hermosa y cálida luz, en este diario del discurrir, en esta existencia mía llena de fe y esplendor, en este refugio que es La Madriguera. Tal que agradecida me siento y en paz estoy, puesto que la luz de febrero ilumina el hecho incuestionable de saber que única y exclusivamente en cada uno de nosotros reside el poder de proyectar, crear, dar. Seguidamente, abro la biblia. A mis ojos un versículo al azar. Todo está aquí, en sus páginas. Sonrío. El libro de los libros. “Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. Lucas 6:38”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 28 de Febrero de 2022 )