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lunes, 26 de abril de 2021

26 de Abril ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Tengo la fortuna de que La Madriguera esté honrada por un gran árbol en el que mi mirada se detiene contemplativa y agradecida cuando estoy sentada a la mesa a la hora de comer y cenar. Poder disfrutar de esa magnánima vista mientras el paladar se deleita con sabrosos platos acompañados de una buena conversación es un auténtico privilegio. Tenerle ahí provoca en mí una confianza distinta a todas las confianzas conocidas. Me infunde paz. Él y su tronco que por su diámetro no hay forma humana de abrazarlo le muestra el cielo a uno de sus hijos que crece esbelto a su lado. Acompañándolo como me acompaña a mí. A sus pies: narcisos, pendientes de reina, jacintos, amarilis, agapantos, liliums, alstroemerias, calas y brezo que se suceden con las estaciones le honran. Es la forma que en su día elegí para mostrarle mis respetos. Una ofrenda de flores para el gran árbol que protege el hogar, que es testigo de sus días y vigía en sus noches. En este momento, a media mañana, observo al detalle el tapiz ansioso de vida que me rodea e intento aprender de lo que atisbo de su urdimbre. Sé que en el jardín de La Madriguera siempre está sucediendo algo esencial. Es un hecho. Por ejemplo, hoy (entre las decenas de movimientos lentos y sin ruido ni algarabía que se producen al mismo tiempo) puntea el níspero, se prepara para brotar. Y es que la forma de hablar que tiene el jardín ocurre en silencio, quizás por ello soy tan feliz en él. Tomo conciencia situada en su centro de que tengo una vida de esplendor y fe. Una vida ocupada, actualmente, no sólo por lo más profundo que habita en mí: el conocimiento, ese avance continúo hacia él, ese estar aprendiendo a cada hora; también, a fecha de hoy, lo ocupa la aventura que es el reconocimiento de mi interior. Y, al tomar conciencia, sé que esta clase de vida es quien va alejar siempre esa soledad que en este tiempo de pandemia ha hecho estragos en tantísimas personas. ¿Se puede colegir entonces de esta manera de estar en el mundo que quien avanza en busca del conocimiento jamás va a sentirse solo? Dejo la pregunta en el aire atrapada en una nube que pasa y desaparece en el incansable azul cielo. No pretendo contestarme a mí misma lo que ya sé, porque conozco de primera mano las dos posibles respuestas. Aun así dejo testimonio aquí en el diario natural de una manera muy consciente de estar en el camino. Por ello, dejo por escrito que si mi respuesta fuese que no, sé que no mentiría puesto que nadie está a salvo de sentir en lo más recóndito de su ser toda clase de sentimientos. Y si contestase que sí, no sentiría que falto a la verdad, ya que realmente es muy improbable que se sienta solo aquel que como un orfebre está acostumbrado a apreciar la belleza, la sabiduría y la serenidad que se encuentra en las filigranas que pueblan la existencia. ¿Cómo va a sentirse desprovisto de esplendor y fe aquel ser capaz de valorar la hermosa avenencia entre la abeja y la corola de una flor, el hachazo que como una sentencia se encuentra en el último verso de un poema, la minuciosa y apasionante carpintería que hay detrás del párrafo que emociona escribir, el erotismo que se contempla en la gota de sudor que recorre el cuerpo del amado amor, la vibrante caricia una mañana de tempestad del viento en el rostro, el orgullo atravesando los átomos del espíritu que no se rinde, el encaje del vuelo rasante de una golondrina en su nido, el abrazo sonriente del estómago hambriento al olor del guiso a fuego lento, la musicalidad de la lluvia en la trastienda del día, el calor en la piel aumentando segundo a segundo la plenitud que da alas al minutero en el reloj, el aliento en la oración que en el camino se reza desde la particular creencia, la grandeza oculta en las raíces de los árboles que hace del humano el ridículo? ¿Cómo ante tanta riqueza la fortaleza no ha de superar siempre a todo lo demás? ¿Cómo no tener una vida plena ante tal festín? ¿Cómo sentirse solo en una existencia en tan prolífica abundancia?

Sí. Exactamente es así como se funciona.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 26 de Abril de 2021 ) 

lunes, 19 de abril de 2021

PUNTOS CARDINALES ~ Epistolario del 21✒📮


Querida Alison:

Qué divertidas me son siempre tus andanzas entre el jardín y el arroyo donde paseas con tu perro Scamp todos los días. Te confieso que me desternillé con la anécdota de los huevos de Pascua recubiertos de chocolate. En lo referente al tema central de tu carta, estoy totalmente de acuerdo contigo. Le hemos hecho justicia a la Semana Santa. Honrándola como se merece. Dándole su lugar, mientras celebramos la llegada de la primavera. Borrando el ingrato recuerdo del año pasado. En realidad, ha sido un auténtico placer poder centrarnos en ambas. Convirtiendo finales de marzo y principios de abril en un tiempo de luz que nos hará sentir bien cuando al invierno lo rememoremos. Francamente, al igual que vosotros, no sé cuántas horas invertimos en el jardín para que estuviese a punto el Domingo de Ramos. Como consecuencia mi piel que con un poco de sol se torna morena, ya lo está a estas alturas del año. Pero no importa, enorme es la satisfacción. Lo conseguimos. Y el jardín, por fin, luce hermoso y equilibrado. Sobre todo equilibrado. Sueño, mi irlandesa preferida, con el día en que todo él será una explosión de color. Ahora sólo queda esperar, puesto que (de nuevo) es el transcurso del tiempo quien obra el milagro. Siempre he pensado, amiga mía, que sí en verdad la disciplina, el esfuerzo, el talento y la inteligencia se disponen al servicio del trabajo, lo mediocre se esfuma, y se puede llegar a conseguir un resultado aceptable (dentro de las posibilidades dadas) en todo lo que se acomete. Al comenzar sabíamos que borrar el rastro del invierno e insuflarle vida al jardín no sería una tontería. Por eso repensé muchísimo la nueva distribución que deseaba darle al exterior de La Madriguera. Me detuve (en días dispares y a diferentes horas) en cada punto cardinal y observé el espacio que podía aprovechar como también sus luces y sus sombras. Tras cambios y distribuciones transitorias encontré el equilibrio que deseaba, bajo la premisa de que en todas las estaciones hubiese floración y que el discurrir de la luz del sol (como si se tratase de un río) bañase todo el jardín por zonas a lo largo del día sin sofocarlo. De tal manera que dividimos la parte este del jardín con un antiguo bebedero de piedra natural del granero y en su norte sembramos plantas aromáticas que en una especie de milagro con los años acabarán a la sombra del vigoroso y espléndido Júpiter con el que el viejo Gerrit nos obsequió; y el sur del bebedero (cerca del gran árbol) lo habilitamos como rosaleda. En el norte del jardín, reinan mis margaritas (al lado de nísperos, fortunellas y citrofortunellas) enmarcando el porche que es donde van a desembocar las mañanas con sus mediodías. Si llegados a este punto, mi querida Alison, te preguntas por la parte oeste del exterior de La Madriguera: te indico que no hay jardín que valga (salvo algunos parterres naturales con flores silvestres) pues el oeste de La Madriguera es una vasta extensión de pradera comunal. En cuanto a todas las demás plantas y bulbos han ido directamente a parar al sur de La Madriguera como ofrenda a los pies del gran árbol y de su hijo. También los tuyos. Te agradezco enormemente los bulbos de narcisos que como regalo acompañaban tu carta. Sembrados están a los pies del gran árbol, y el próximo febrero con sus pequeñas y testarudas flores amarillas serán quienes le cuenten tu historia. Recuerdo en este instante que fue Bill Toro Alto (el anciano cheyene) quien me contó que a los árboles les encanta escuchar las viejas palabras. Debo confesarte, amiga mía, que mucho me gustan las flores y las plantas, pero por quien en verdad siento debilidad es por los árboles. Me inspiran confianza. Es como si al contemplarlos, al hablarles con el corazón, al posar mis manos en ellos, al tenerlos cerca, nada pudiese salir mal. Sé que de alguna manera me sostienen. No me cabe la más mínima duda. Les honro porque los admiro y respeto. Siento en lo más profundo del alma tanto sus heridas como sus alegrías, y al igual que tú (cuando paseas entre ellos siguiendo el curso del arroyo) vivo con la certeza de que acompañan mi caminar. Verdaderamente siempre están ahí. 

Me despido por hoy, mi queridísima amiga, deseo que estas palabras sean compañía en tu amada Irlanda como las tuyas lo son para mí en La Madriguera. Junto a ellas te envío unos bulbos de amarilis rojos.

Te abrazo muy fuerte. Te abrazo sin distancia social. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 19 de Abril de 2021 ) 

lunes, 12 de abril de 2021

12 de Abril ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬



Hace mucho, pero que mucho tiempo, a esta pradera llegaron como colonos familias de todas partes del mundo, también de la vieja Europa. Todos ellos llevaban consigo el anhelo de raíces, de encontrar su lugar en el mundo, de asentarse, construir y quedarse para que sus hijos, nietos y bisnietos no sintiesen dentro de sí el sentimiento de no pertenecer a ningún lugar.  Al punto me detengo en la historia que quiero contar al comenzar a escribir mi entrada de hoy en el diario del discurrir, y mi mente me traslada a Caótica. El lugar donde la naturaleza me abrazó en mis primeros años, al que sin ninguna duda, pertenece la niña que algún día fui. Es más, desde entonces, intento inconscientemente replicar una Caótica en cada uno de los lugares donde pernocto más de cuatro meses, algo que a todas luces siempre resulta ser un imposible. Hasta ahora, en esta pradera. En la que en los últimos años he sido testigo de como es posible replicar Caótica en La Madriguera y su exterior, y sentir que pertenezco a un lugar en concreto. Aquí, en La Madriguera, se me ha ido revelando poquito a poco cuán puedo llegar a pertenecerle, incluso para pensar que si llegase a morir, moriría en casa. Pertenecer a un lugar responde siempre al deseo de no querer irse de él, de no abandonarlo, ni cambiarlo por otro aun más repleto de esplendor y posibilidades. En estos momentos puedo asegurar que para mí no hay mayor esplendor que el sol posándose en mis margaritas para rebotar después en mi piel, ni hay más golosas posibilidades que hornear un bizcocho o unos dulces de Semana Santa en la cocina de La Madriguera al caer la tarde. Sonrío, y retomo con diligencia la historia que estaba en mi ánimo escribir: Hace mucho, pero que mucho tiempo, a esta pradera llegaron como colonos familias de todas partes del mundo, también de la vieja Europa. Todos ellos llevaban consigo el anhelo de raíces, de encontrar su lugar en el mundo, de asentarse, construir y quedarse para que sus hijos, nietos y bisnietos no sintiesen dentro de sí el sentimiento de no pertenecer a ningún lugar. Uno de ellos fue Pieter el neerlandés (el abuelo del viejo Gerrit) que por aquel entonces estaba en la treintena y que junto a su joven esposa se instaló a unos kilómetros de donde ahora mismo escribo este texto y construyó un molino de harina, antes que casa propia. Las hazañas de Pieter el neerlandés, son recordadas todavía a día de hoy por el viejo Gerrit, de modo, que cuando vas a su granja a preguntarle qué tal anda, eres consciente de que serás el oído donde depositará sus palabras. De todas sus historias, la que más me agrada, es la del descubrimiento de la lápida de mármol debajo del árbol de Júpiter.  Cuenta el viejo Gerrit que tiempo atrás, el hijo de Pieter el neerlandés, es decir, su propio padre: conocido por todos como Johannes, a la edad a la que a un hombre pueden llevárselo los demonios, (señala el viejo Gerrit esa edad como la posterior a la muerte del progenitor), tras las nieves del invierno en que Pieter el neerlandés la diñó, descubrió a la sombra del árbol de Júpiter (que el propio Pieter había plantado con sus manos al llegar a esta tierra y amado con el corazón hasta morir) una lápida de mármol con una inscripción que rezaba: “Será depositado en Domingo de Ramos de cada año uno en jardín vecino el hijo de Júpiter.”  Al desconcertado Johannes (por no saber de su existencia, ni haber reparado en ella para datarla en su memoria) no le quedó otra que interpretar la última voluntad de su padre y cumplir con lo escrito en mármol. Herencia que a través de los años ha llegado a manos del viejo Gerrit. Esta es la interesante historia. Y doy fe de que a día de hoy sigue escribiéndose a la memoria del colono que encontró su lugar en el mundo. Pues el pasado 28 de Marzo, Domingo de Ramos, mientras leía afuera en el exterior, el viejo Gerrit sin apagar el motor de su camioneta mandó a su nieto descargar frente al porche de La Madriguera un joven árbol de Júpiter para nosotros. Antes de que pudiera agradecérselo oí el zumbido del motor alejándose y mis ojos vieron en el horizonte desvanecerse el rastro del viejo Gerrit. Me consta que odia sobremanera que le den las gracias por cumplir a rajatabla con lo que es para él un mandato familiar que lleva a cabo con gusto el año uno de cada década. De pie junto al precioso joven ejemplar admiré su delicadas hojas rojizas de primavera, antes de tornarse verdes en verano y naranjas en otoño. Pensé en lo bonito que me resultaba y con una certeza absoluta supe que lo vería crecer, lo supe como minutos antes había sabido que el viejo Gerrit con el gesto mudo de entregarme el árbol me reconocía en mi hogar. Lo sabía tanto como yo. Al no poder hablar con el hombre que había obsequiado mi Domingo de Ramos, le hablé al ser que tenía a mi lado, al árbol: 《Bienvenido a tu nuevo hogar. Deseo que La Madriguera sea tu lugar en el mundo para echar raíces, que nos escojas para ello y que florezcas cada verano cubriéndonos de dicha, porque en ti siempre va estar la alegría de pertenecer a esta pradera donde en verano surcan los cielos avionetas que me hacen sonreír, que me llevan a África, a las colinas del Ngong, al amor y al tiempo de la felicidad. Voy a buscarte en el jardín el mejor de los sitios para quedarte a vivir. Nosotros cuidaremos de ti, mi querido Júpiter. Será un privilegio y un honor》 , le dije sintiéndome honrada ante tan inmensa fortuna. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 12 de Abril de 2021) 

jueves, 1 de abril de 2021

1 de Abril ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬

Abril se presenta ante mí mientras contemplo la hora en el reloj. Me dispongo a componer un arreglo floral para el jarrón del gran mueble de La Madriguera, miro el reloj y sé que abril va a llamar a nuestra puerta de un momento a otro. En los últimos meses he ido colocando relojes de manecillas negras, y esferas de un suave color crema en cada una de las estancias de mi casa. Necesito con apremio tenerlos en cada lugar en el que transcurre mi existencia. Soy muy consciente de lo extraño de la decisión pues siempre he sido reacia (hasta ahora) a vivir vinculada de forma tan explícita con el tiempo. Pero lo cierto es que un día me vi buscando con los ojos relojes que no existían. Y, como no fue algo puntual, lo solucioné. Frente a los distintos relojes que ahora sí pueblan mi hogar me noto tranquila al saberme en un enclave específico, al saberme en el aquí y en el ahora. Sé que esta urgencia mía, repentina, de tener en todo momento presente el tiempo, obedece sin ninguna duda al instinto de supervivencia que todo ser vivo posee. En el cruel 2020 mi vida quedó detenida y ahora mi cuerpo y mi mente reaccionan. Se sublevan de esta manera. Creo entender que es el modo que han escogido para habitar el tiempo como un espacio de provecho. El caso es que en esta época encuentro la armonía que siempre he encontrado en el orden, en ese otro orden que es el tiempo pautado que conforma mi rutina en el interior y el exterior de La Madriguera. Tengo necesidad de orden en cada faceta de mi vida, de cumplir con mis rutinas, de estirar para que cundan al máximo las horas. Atendiendo a esa necesidad con responsabilidad mi vida se convierte en una vida sólida. Lo cual me reporta satisfacción.《Toc, toc, toc》, llaman a la puerta. Son las dos de la tarde y sin ni siquiera mirar quién va, sé que el cuarto mes del año acaba de presentarse. Lo sé porque hace aproximadamente una hora, el sol primaveral ha desaparecido y un gélido viento ha comenzado a soplar sin sutilezas, convirtiendo el día en una jornada totalmente diferente. Abril es así, posee la personalidad de un loco bravucón y eufórico en la mañana, y la de un manso cobarde y sin honor por las tardes. No abro, no le dejo pasar, le miro a través del ventanal hacer de las suyas. Sonrío. Me divierte ver como con sus vaivenes demanda la atención que no consigue por méritos propios. Ya le saludaré mañana. Puede estar tranquilo. Saldré afuera al exterior a primera hora y le miraré de frente, le buscaré los ojos, aspiraré su aroma de rebelde caprichoso que se sabe aperitivo de la primavera real que es mayo, y le respetaré y abrazaré por lo que sí es: el mes donde se idean y perciben a flor de piel los sueños. Y lo haré de corazón, amanecida llena de amor, a la luz blanca de la primavera cuando es y no es. Un día más agradecida y bendecida de poder madrugar y caminar mis kilómetros. Y, luego, más tarde después de entrenar, mientras Nuna duerme tendida al sol desvestido del invierno, me sentaré en el porche a admirar el milagro que hay siempre en el comienzo de la primavera y a profundizar en el meollo de la existencia para tomar a manos llenas la serenidad y la belleza que se encuentra en el mundo natural. Pero éso, mañana. De momento, en esta primera tarde de abril, prefiero encender la chimenea en La Madriguera (hermosa y estable) y en su calma saborear la cordura de los honestos y amar la vida segundo a segundo en su luminosa quietud. Ahora mismo, mientras prendo el que será uno de los últimos fuegos de la temporada, antes de hornear unos dulces de Semana Santa, llegan a mi mente unos versos de May Sarton: "Si la casa es limpia y pura, ferozmente incorruptible, Dios está siempre en la puerta, del Padre y del Hijo Pródigo".



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 1 de Abril de 2021. Jueves Santo)