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lunes, 28 de marzo de 2022

28 de Marzo ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Recupero a través de una fotografía (que salta a mis ojos desde su marco en La Madriguera) el recuerdo de cuando uno de mis dibujos fue elegido para trasladarlo al muro exterior del colegio. En la imagen estoy delante de ese muro, tengo nueve años, y acabo de copiar a escala (no sin bastante dificultad por los relieves propios de la pared) el dibujo, otros compañeros han comenzado a pintarlo, o más bien, a rellenar con pintura los distintos elementos que acabo de dibujar. Llevo puesto sobre mi ropa un jersey de mi madre. Mi vestimenta habitual de trabajo, entonces y ahora, comprende (las más de las veces) alguna pieza extra, particularmente grande, de otra persona a modo de sobretodo. Desde niña tengo la costumbre de ponerme prendas de otros que me están grandes. Me sé a gusto con ellas, pues me figuro en un continúo abrazo que me hace sentir bien. Sin embargo, en la fotografía mi atuendo no se queda sólo ahí, va más allá (de manera incomprensible) y lo completa con el fin de protegerme de la lluvia, un funda de plástico, de las que se utilizan para guardar abrigos en los armarios de una temporada para otra. Lo recuerdo como si fuera ayer por lo ridículo de la idea. Cierto es que chispeó un poco, que cayeron menos de cuatro a gotas. Pero en ningún momento se formó una tormenta que llevase a pensar que tendríamos que refugiarnos bajo techado en caso de lluvia, y aún así, a alguien se le ocurrió impermeabilizarnos de ese modo, o, más bien, embutirnos como salchichas. Y, ya, lo del cinturón hecho del mismo plástico merece un capítulo aparte o ningún comentario. Decenas fueron las veces que en mi vida libre en Caótica me calé hasta los huesos, y ni por asomo recurrí a una solución tan incalificable. También es verdad que nunca me ha dado miedo mojarme, porque mojarse es crecer como tan acertadamente cantó en su día Julio Iglesias. Ni me lo daba en mi infancia, ni me lo da en la actualidad; al contrario, a veces tengo la necesidad de empaparme ya sea de lluvia o de amor. No soy de huir de lo que me hace sentir viva en la vida viva. Ni lo soy, ni lo he sido. Tras la pequeña digresión, regreso a la fotografía, concretamente, al día en que se realizó, pues guardo con enorme cariño el momento en mi memoria. En la misma medida, la hora, en que me anunciaron que entre un centenar de dibujos el mío era el elegido, como el día, en que tuve que copiar mi propio dibujo en el muro exterior del colegio.  《 Está en la calle. Lo que significa que los viandantes lo podrán contemplar por muchísimos años》, pensé. Y, en ese instante, fui consciente por vez primera en mi existencia de lo que era trascender mediante el arte. El hecho de que algo fruto de mi talento e imaginación obtuviese la consideración de terceros me otorgó una confianza desconocida. Hasta ese día el que crease dibujos e historias inventadas, escritas y encuadernadas artesanalmente (que tan vitales eran para mí), pensaba, era percibido como un juego de escasa importancia y nulo interés para el resto; y, de pronto, sin saber cómo aquel trabajo disciplinado e íntimo cobró vida hacia el exterior. Comprendí que lo que secretamente creaba, tenía valor para las gentes que habitaban el mundo. Y un profundo sentimiento de orgullo, de saberme útil me invadió. Lo recuerdo bien.  Es más, estoy convencida casi cuarenta años después, de que ese día fue el día en que comencé a crecer y a defender con fe y gallardía mi espacio y mi tiempo para crear, como si en ello me fuese la vida. Lo cierto es que me iba. Visto lo visto. Afortunadamente, me iba. En numerosas ocasiones he contemplado esta fotografía. Siempre la he tenido al alcance, a modo de un compromiso con la María tímida y artista que en ella asoma. Humilde, sin querer destacar nunca. Con un grandísimo mundo interior lleno de creatividad e ingenio que la iba fortaleciendo, y por el que callada y sosegadamente, con toda su energía apostaba con seriedad. He sentido en cada ocasión al mirarla, pues me es imposible no sentirlo, un enorme respeto y admiración por la María de entonces. Por la fuerza interior que poseía. Por esa sonrisa que ya se intuía como una sonrisa de esas sonrisas imposibles de derrotar.


“Conforme a vuestra fe os sea hecho.  Mateo 9:29”

María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 28 de Marzo de 2022)

lunes, 21 de marzo de 2022

21 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Ayer llegó la primavera con los sentidos rebosantes de amor. Cuando llegó me encontraba de camino a La Madriguera observando el cielo que en esa hora todavía contenía bastantes vestigios del invierno. Ciertamente, no estaba siendo uno de esos días en que la alegría de vivir te sale al paso. Todo lo contrario, deseaba por encima de todas las cosas una bebida caliente, un buen fuego y buena compañía, por ello me apuré en llegar lo antes posible. Regresaba de oír una sobria misa sin sermones en la pequeña iglesia a la que acudo habitualmente en honor a Santa Dorotea. La joven torturada y decapitada en el siglo tres por negarse a ensalzar como dioses a los hombres y adjurar de su fe en Cristo, que le envío desde el cielo en pleno invierno rosas y manzanas a su ejecutor. Mientras apuraba el paso pensaba en los distintos templos de fe y silencio donde la palabra de Dios ha sido confort para mí. Pensaba en que podría describirlos sin dificultad, a cada uno de ellos, y entonces fue cuando vi llegar la primavera. Por eso sé que llegó con los sentidos rebosantes de amor. Y lo hizo de la siguiente manera: En la hondonada en la que el sendero se adentra para seguidamente emerger como quien asciende desde el paraíso, millones de minúsculas flores se estaban abriendo a la vista de todos. Me detuve en seco. Observé a mi alrededor. No había nadie más. Maravillada miré al cielo y luego a la tierra. De repente, sentí como me embargaba una soledad distinta a las demás soledades. No quise alzar la voz, ni hablar, ni llamar a nadie, ni compartir. Estaba sola. Comprendí que deseaba estar sola. Quería estar sola. Obviamente, lo contaría después. Escribiría sobre ello con las horas. Pero entonces me vi como la única habitante y le di gracias a mi Dios. Sí, se lo agradecí. Le agradecí estar sola, que toda esa primavera que se mostraba ante mí, que se abría a mis ojos, por un instante fuese sólo mía. Se lo agradecí porque supe que la clase de soledad que experimentaba estaba repleta de amor. Algo nuevo que reconocería con el paso de los minutos se me entregaba. E intuí secretamente que el consuelo que encontraba todas las veces en los espacios abiertos era lo que siempre impediría que me derrumbase. Por propia experiencia sé que alguien como yo que se ha fortalecido desde temprana edad en la soledad jamás está ni se siente solo, pero aun así, un lugar donde apuntalarse es necesario. El mío lo tenía enfrente. El espacio abierto. La hondonada florecida o cualquier otro lugar a la intemperie, del que saberme parte ínfima de un todo inabarcable, me salvaría cada vez que necesitase salvarme. Es lo que supe. La confianza de saber que pertenezco a los espacios abiertos, porque en ellos habita para mí una soledad que rebosa amor y que no da miedo, fue muy probablemente lo que se me entregó ayer al llegar la primavera, la consciencia de esa confianza. Hoy, algo más de veinticuatro horas después, al escribir la entrada de este lunes en el diario natural, al repensar y releer lo escrito no me cabe la más mínima duda. La confianza de saber al lugar donde pertenezco (los espacios  abiertos) como la confianza de tener un lugar al que regresar (La Madriguera) es lo que da calidez y amplitud a mi existencia. Necesito que ambos sean lugares físicos. Lugares en los que sentarme y apoyar la espalda si me es menester. En los que adentrarme para hacerlos míos en la medida en que ellos se adueñan y pueblan mi soledad. No soy de depositar mi día de hoy, ni mi mañana, ni por supuesto mi soledad, en la volatilidad del sentimiento ajeno. Es decir, no deseo por nada del mundo que la plenitud de mi existencia, la soledad de mis días, la alegría de mi presente y la sonrisa en mi futuro esté ligada a la voluntad de otro humano. Considero tristísimo y de una inmadurez insana que el cariz de las jornadas de una mujer o de un hombre adulto dependa del capricho de otra persona. No me gustaría verme en esa tesitura, y mucho menos, tal como los años van acumulándose. Es muy cierto que este rasgo tan marcado de mi personalidad, es característico en las gentes que somos indisociables del mundo natural. Ya que es bien sabido que lo tenemos todo, si al amanecer delante de nosotros hay un espacio abierto y detrás un refugio que habitar al anochecer.  


“Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza. Salmo 56 : 3”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 21 de Marzo de 2022 )

lunes, 14 de marzo de 2022

14 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Despierta. Despierta. Despierta el jardín de La Madriguera. Centímetro a centímetro. Pulgada a pulgada. Aliento a aliento. Y, yo sonrío. Sonrío. Sonrío. El festín de la primavera está a puntito de llegar. Lo mejor comienza en tres, dos, uno: ya. Lady Saigón el más malva de los jacintos asoma para observar con asombro a los narcisos, concretamente, al amarillo canario disputándose el trono del color con el amarillo azafrán. En el cuadrante sureste del jardín dos hileras más de jacintos (naranja, azul, fresa y fucsia) como soldados alzan la vista y miran al frente deteniéndose en el pie de Júpiter, allí donde los crocus lanzan suspiritos de amor al níspero que de reojo les contempla desde su incipiente madurez. Tengo un año, les quiere decir. Uno. Orgullosamente. Uno. Y, yo desde su centro, aplaudo su espectacular fervor, su manera silenciosa de hablar, su trabajo sin descanso, su belleza incontinente, su determinación; y me divierto al pensar en la sorpresa que van a tener cuando la exuberancia de los tulipanes dobles y la elegancia de las peonías irrumpa en su rutina mañanera y rebaje su euforia de amanecer sabiéndose lo más, de lo más. Entonces sé que vanidosos reaccionarán del único modo posible, haciéndose valer, y en ese momento, sí, La Madriguera tendrá el jardín que merece. Es decir, uno en su máximo apogeo, en el que la vida viva con sus infinitos detalles y formas deja boquiabierto y complacido a todo aquel que en él su mirada reposa. Lunes, catorce de marzo. Llevo deseando estos días desde Navidad. Anhelando un jardín en flor desde año nuevo. Pasando revista a la tierra sembrada día tras día. O por no exagerar, cada tres días. También añoraba el sol. Días seguidos de sol. Un sol continúo sobre mí, iluminando mi caminar, también el jardín. Calentando los sillones del porche. Acariciando tras el gran ventanal de La Madriguera con sus rayos mis otros sillones de ratán, mis preferidos, los de la granja en África, en Mombasa. Y, ahora, sentada en mi escritorio, con el diario natural abierto delante de mí, cuando el Miércoles de Ceniza hace dos miércoles que quedó atrás, entre párrafos miro el calendario, y sólo resta aguardar la Pascua de Resurrección. El inicio real de la primavera. Si bien, la oficial el próximo domingo, será. Con lo cual, el lunes de hoy, es el último lunes de este invierno. Me alegra enormemente que lo sea. Para alguien como yo que su existencia ha cambiado tantísimo para pasar la mayor parte de su tiempo afuera en el exterior, el invierno resulta ser asunto duro. Debo a lo largo de enero y febrero revestir la paciencia con ilusión, abrigarla con esperanza. Imaginar el día de mañana, rellenar y perfilar el otro y el otro, esbozar y escribir el siguiente y los sucesivos. Anteayer se me ocurrió montar una fiesta en el jardín, el fin de semana del veintiséis y veintisiete. Lo hablamos y nos dijimos sí con los ojos. Amar las mismas cosas, pensar de un mismo modo, estar juntos mano a mano, piel con piel. Nos entusiasman los domingos en la granja, las barbacoas de sábado al aire libre, la mesa puesta a modo de buffet, el corretear de los niños, la mansedumbre de los animales recién alimentados, las cervezas frías, la comida rica, la música en el aire, los amigos riéndose, el hablar hasta el anochecer, el besarnos bajo las estrellas sin pedir ningún deseo, puesto que todo está aquí, y al día siguiente, vuelta a empezar. Hay algo muy sanador en sentirse parte de la rutina. Existe una felicidad sin punto de comparación cuando nada te impide serlo. Y aunque no seamos del todo conscientes o lo olvidemos, existe, está, es nuestra. Es como jugar tras obedecer. Es vivir con la conciencia tranquila. Leí el otro día en uno de los muchísimos diarios que tengo de Henry David Thoreau una frase bellísima no sólo por su sencillez, también, puesto que lo abarca todo: desde la satisfacción del alma, al hecho de saberse afortunado por estar. La frase era: “Acaba otro precioso día de invierno”. Al transcribirla, sigo teniendo la misma impresión. Además, la considero redonda y perfecta en su exactitud. Así pues no vislumbro mejor manera de terminar la entrada de hoy. Acaba otro precioso día de invierno. Acaba otro precioso invierno. Agradecida por tanto le estoy, por lo esperable y por lo que no, por lo soñado y por lo que ni siquiera llegué a imaginar, y sucedió.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 14 de Marzo de 2022 ) 

lunes, 7 de marzo de 2022

7 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Me quedo quieta. Marzo con su llegada borrará las temperaturas bajo cero. Y, al menos, el camino no tendrá esa dureza cruel. Los últimos dos meses han sido de caminar o morir. No me quejo. Todo lo contrario. Agradecida y bendecida me sé. De poder. Me quedo quieta. Sentada en mi sillón de ratán preferido, del mismo estilo que los que Karen Blixen tenía en el porche de su granja en África. Cuando necesito hacer un alto en la rutina me quedo quieta, absolutamente quieta, mirando el cielo, los pájaros, la porción de naturaleza que se ve desde el porche de La Madriguera. Respiro, miro, observo, mis pensamientos se relajan, y yo, también. Imposible que una queja salga de mi boca, ni que tome forma en mi mente. 《Tengo todo esto. Mi verdadero hogar, mi gran placer. También el camino y caminar. Y, por supuesto, (siempre) el oficio de contar》, me digo sin decir. Louisa May Alcott, escribió en su diario, el día de año nuevo de 1868: “Estoy en mi cuartito, pasando días felices y ajetreados, porque tengo silencio, libertad, suficiente trabajo y fuerza para realizarlo”. Sin faltar a la verdad, podría muy bien emularla y escribir ahora mismo (en la entrada de hoy) en este diario unas palabras semejantes con el mismo sentir y ciento cincuenta y cuatro años de diferencia. Estoy en La Madriguera, viviendo días felices y ajetreados, porque tengo silencio, libertad, suficiente trabajo y,  gracias a Dios, fuerza para realizarlo. Este mes de marzo he pensado en volcarme más en mis diarios. No deseo perder ripio en ellos de la primavera que está por llegar, ni tampoco, de los últimos coletazos del invierno. La necesidad de escribir, de contar, a tiempo completo conmigo. Pegadita a mí. Rondándome, como enamorado. Escritoras y sus diarios. Contadoras de historias y su verdad sin ficciones. Realmente, atrapa poder ser una misma. Mostrarse al natural. Dejar de lado la imaginación y el dar personalidad, voz y patrón a unos personajes e hilo a una narración. Escribir diarios es mucho menos divertido e interesante que novelar, pero sí que es más sincero y relajado. Siendo muy consciente de que escribir cada una de mis novelas ha sido la aventura más maravillosa de mi existencia, y lo que cada una me regaló con su publicación, fue y sigue siendo (en la actualidad) tremendamente gratificante, desconozco si volveré a escribir ficción. Es asunto que decidiré con el tiempo. No descarto nada; pues escritora, novelista, contadora de historias soy. Sin embargo, es un hecho que desde mi accidente en enero del veinte ha dejado de interesarme paulatinamente todo lo que no es real. Todo lo que no es verdad. Secuelas de caer al vacío desde tres metros de altura tras ser embestida y alzada al aire por un alce con el que tuve la mala suerte de cruzarme en su caminar. La gente corriente se cae por las escaleras, la glamurosa en la alfombra roja. Yo, no. Lo mío fue un accidente bestial, natural. Celebro cada día no haber perdido la vida. Un golpe en la cabeza en cualquier roca y se acabo. No hay amanecer en que no de gracias a mi Dios por estar. Y el resto, las lesiones, con trabajo y disciplina, van superándose; o, en su defecto, vas amoldándote con paciencia y resignación a las secuelas, asumiéndolas como parte de ti. Lo bueno de las secuelas es que no todas son negativas. El enorme aprendizaje, el cambio a un carácter más sereno, la distinta forma de entender la existencia, la necesidad de no querer perder el tiempo, la pasión por sentirme viva en la vida viva, por ejemplo, son secuelas que son bendición. Y, entre todas ellas, entre las buenas y las malas, entre las vigorizantes y las dolorosas, está ese apartarme de la ficción no sólo como escritora también como lectora. No deseo evadirme, hoy por hoy, deseo realidad de la mañana a la noche, de la noche a la mañana. Y así, así, de ese modo y de esa manera, con orgullo, esfuerzo, mérito y olvido vivir mi vida de fe y esplendor en La Madriguera, en el lugar que verdaderamente me importa, todo lo próxima que pueda a la esencia primigenia de lo que realmente es valioso y sustancial. Y, cuando, en una hora como en esta rescatas el párrafo de Wendell Berry que subrayaste en su día: “La fórmula para una buena vida es sencilla, y afortunadamente no pretende ser original: ve más despacio, presta atención, realiza acciones y produce cosas que merezcan la pena, quiere a tus vecinos, ama tu hogar, no te alejes demasiado de él, confórmate con menos, disfrútalo más”; y suscribes, una a una, cada una de sus palabras, no como concepto ni como utopía, sino como lo que llevas haciendo desde hace dos larguísimos años, entiendes que jamás vas a volver a ser la que eras antes de que te cruzases en el caminar de un alce; antes de que la vida salvaje decidiese por ti y limitara tu futuro; antes de que comprendieses como nunca antes que si no fueses hija de Dios, de su amor, de su bendición, no existirías; que si él no tuviera un propósito para ti no estarías ahora mismo escribiendo tu propia historia. Puesto que sí, la realidad siempre supera la ficción. No es un mito ni una leyenda. Es la realidad. Y, la realidad pura y dura, sin artificios, para quien cuenta historias pertenece a los diarios.  


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 7 de Marzo de 2022 )