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viernes, 25 de agosto de 2017

SERES QUE NO SE CONFORMAN


«Ser es la mejor forma de explicarse.» 
―Henry David Thoreau―


Estando en una cabaña en Canadá en mitad de la vida, en plena naturaleza, con tu chico y escuchando el susurrar de la voz ronca y desgarrada del canadiense Leonard Cohen os puedo asegurar que todo se relativiza, la línea entre lo que en verdad importa y lo que no, se concreta y se establece. Marcándose en tu interior como un antes y un después, como el ahora y el ayer, como el pasado y el presente. Y todas esas preguntas que jamás te fueron contestadas ni lo serán, caducan; todas las respuestas que no te llegaron en el momento adecuado; prescriben; todas las ansias de palabras que alguien tenía la obligación de decirte y no te las dijo, ya fuese por pereza o porque no le dio la gana, se esfuman. Dándote cuenta de que lo que un día fue primordial para ti, aun siendo trivial, deja de serlo y te detienes admirada en ese segundo de plena consciencia en que ves con una claridad total y una tranquilidad extraordinaria que nada importa de lo que dejaste atrás. ¿Acaso eso no es el principal indicio de que has madurado, de que has logrado alcanzar el nivel de serenidad deseado? Sí, yo creo que sí. Es más, creo que el fruto ya ha caído dentro del cesto, que la serenidad ha borrado el tictac del reloj que marcaba la urgencia de convencer para confirmar lo que tú ya sabías. Y ahí estás tú, con tu chico y sus besos, en un buen sitio en el que vivir y la voz de Cohen como compañía, y sabes que ya no va hacer falta mucho más para ser feliz, que el ser que no se conformaba y que has sido durante toda tu vida está sosegándose, se ha calmado, como si por fin hubiese encontrado su estadio ideal. Esa niña de nueve años, —cuya fotografía te acompaña siempre en cada uno de los viajes que emprendes y en todos los proyectos que acometes—, a la que tú le prometiste cumplir sus sueños y cuidar de ella, se da cuenta de que ya lo ha logrado, que ya tiene lo que deseaba, que con disciplina, mucho trabajo y una gran dosis de talento, sus sueños e ilusiones, se han convertido en una realidad tangible; y ahora, como si hubiese llegado la hora del recreo advierte y le entra la risa al comprobar cómo la vida ha pulsado la pausa, —como si de una tecla se tratase—, y se encarga de ir cribando, relativizándolo todo. La vida con su tiempo no es que ponga a cada uno en su lugar, sino que una vez tú ya has hecho tu parte del trabajo, te hace el regalo de  mostrarte lo que en realidad importa. Va quitando hoja tras hoja y deja delante de tus ojos, a la vista, el cogollo de la existencia. Entonces el ser que no se conformaba y que quería escribir novelas que valiese la pena leer puede por fin respirar y decirse a sí misma, estando en lo cierto, sin que sea humo su cavilación: «Lo conseguí. Ahí están mis novelas, mi trabajo, mi trayectoria literaria, puedo permitirme aflojar el ritmo, y puedo con Alberto vivir al  compás de las estaciones, sin que nada me apremie, puedo vivir al ritmo de la naturaleza. Ya que he demostrado que soy lo que quería ser. Lo que soy es lo que es. Y ser es la mejor forma de explicarse, como diría Thoreau. Si alguien quiere entenderme o conocerme mi obra habla por mí. Ella, soy yo.»
Y de la misma forma como la disciplina y el creer en mí me ha llevado hasta aquí, Alberto ha hecho tres cuartos de lo mismo. Pues, es él, el responsable de haberme trasladado en volandas de nuevo hasta la naturaleza, hasta la clase de vida que yo amo tanto y que en la vorágine de no conformarme olvidé. Es una realidad que quien más nos ama, quien mejor nos conoce, sabe qué es lo que necesitamos exactamente en cada momento; y mientras, yo tejía historias, hilvanaba palabras y publicaba novelas, él se encargaba de devolverme al origen de mi mundo, incluso al de mis historias, es decir, al lugar de mi infancia, o lo que es lo mismo, a vivir en plena naturaleza. Mientras yo estaba totalmente sumergida en mi presente, él construía un futuro para los dos. Y ahora desde aquí, desde ese futuro, en este espectacular enclave, desde el día de hoy, desde nuestro presente, de la misma manera en que sé: que si bien, muchas cosas y personas, han quedado atrás para siempre porque han perdido todo el interés para mí y eso es algo que debo decir que ni siquiera me entristece, también sé, que en su día me importaron y fueron como pequeños escalones que al subirlos, al vivirlos, me han conducido al día de hoy. Si esto no es madurar, que alguien me diga qué es. Tengo cuarenta y tres años, he cumplido el sueño de la niña que fui y he vivido una vida muy intensa en todos los aspectos, me resulta raro pensar que pueda vivir otros cuarenta, por muy larga que sea la esperanza de vida, no apostaría nada a que doblar la edad que tengo ahora sea algo factible. La apuesta que sí que estoy dispuesta hacer es a que los que me quedan por vivir, vivirlos con lo que en realidad me importa, a otro ritmo, al compás de lo que a fecha de hoy en verdad amo, de lo que me interesa, de lo que me hace apaciblemente feliz, pues la niña que no se conformaba, la niña de la fotografía que tenía una ambición concreta y unos sueños, al constatar cómo estos se han materializado, puede satisfecha abrir los ojos y mirar la inmensidad de lo que la rodea, de lo conseguido y sentirse afortunada.
Aun así, te puedo asegurar lector mío, que mientras viva en plena naturaleza, mientras tenga a mi chico al lado, mientras siga disfrutando de las canciones de Cohen, mientras siga aprendiendo, prometo seguir contándote buenas historias, confeccionadas con los elementos más elevados de la vida como siempre he hecho. Eso es lo único que no ha variado ni cambiado en mí: escribir, inventar historias, con el ánimo de mover tu sangre o remover tu interior.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz
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[Fotografía de Alberto Fil]

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el último viernes del mes. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

miércoles, 23 de agosto de 2017

SALA DE PENSAR


«Tal vez llegará un momento en que cada casa tendrá no sólo dormitorios, comedor, sala de estar, sino también una sala de pensar, y los arquitectos la incluirán en sus planos. Estará amueblada y adornada con aquello que induzca a un pensamiento serio y creativo.» Esta reflexión fue escrita por Henry David Thoreau en un Yanqui en Canadá en octubre de 1850, tras visitar el interior de la majestuosa basílica de Notre-Dame de Montreal y brotar de dentro de sí el deseo de poder sentarse a pensar en ese templo cualquier día de la semana, fuera de todo oficio religioso, de encontrarse éste en Concord. Y si ahora mismo traigo este pensamiento de Thoreau aquí es porque a colación ha regresado como un fogonazo a mi mente la pregunta que hace mucho tiempo me hizo un amigo. Su pregunta, —palabra más, palabra menos—, fue la siguiente: «¿Qué es lo que haces para poder escribir a diario, si acaso te bloqueas cómo reviertes la situación?» Recuerdo que le contesté: «Sumergirme en la naturaleza. Observarla, deleitarme con ella, vivirla. Ando, camino, respiro por lugares donde pueda estar en total contacto con el vientre de la Tierra. El frufrú de las hojas; el vuelo, el trino, los nidos de los pájaros; el sonido de los insectos; el discurrir de un río; el rumor de la mar; el ir y venir de cada ser vivo; el color del cielo, su luz, incluso su niebla o sus nubarrones; el ulular del viento y sentirlo en mi cara; como también notar el sol, la lluvia, la nieve sobre mí es todo lo que necesito.» Sé que se quedó maravillado, o más bien, asombrado con mi respuesta, pues un rictus de extrañeza se asomó en su rostro, mucho me temo, que esperaba que le dijese: «Me quedo sentada, sin moverme, frente a la página en blanco y espero hora tras hora a que lleguen las musas.» No sé si mi respuesta lo decepcionó y cambió su opinión sobre mí o sobre el oficio de escribir, pero no importa. Pues lo importante siempre es la verdad y la verdad o mi realidad os aseguro, lectores míos, es que jamás he sido de quedarme quieta y para que aflore alguna idea de mí necesito movimiento. Para concentrarme necesito movimiento; para escribir necesito movimiento; para reescribir un borrador necesito movimiento; para descansar y volver a cargar pilas necesito movimiento. Y ese movimiento siempre pasa por la naturaleza, nunca por el asfalto. Y si bien, Thoreau en la basílica de Montreal encontró el silencio y la semioscuridad del templo como invitación para pensar; yo, la halló en plena naturaleza, al aire libre, tanto el silencio como la inspiración y la invitación. La naturaleza me satisface de tal modo que es muy fácil que desborde en mí la alegría al saberme parte del TODO que es. Sentirme parte de ese TODO, no al margen, es para mí lo más parecido al paraíso en la Tierra. La naturaleza me llena de dicha, de energía positiva, me resulta vitamínica. Con lo cual es fácil deducir cómo es mi sala de pensar, dónde se halla, dónde podré encontrarla siempre, y volviendo al inicio y escribiendo esto en mi sala de pensar, es decir en mitad de la vida, hago mío otro de los pensamientos de Henry David Thoreau escrito en su diario el 22 de junio de 1851: «Mi pulso debe latir con la naturaleza.» Puesto que así es, de ese modo lo siento, y ello, me hace enormemente feliz.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz 
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[Fotografía de Alberto Fil]

lunes, 21 de agosto de 2017

Naturaleza sin pausa

 


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el tercer lunes del mes. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

miércoles, 16 de agosto de 2017

LECTORES IDÓNEOS O NO


«Más de un hombre ha iniciado una nueva época
de su vida a partir de la lectura de un libro.»
Henry David Thoreau


En Desayuno en Tiffany's he descubierto una magnífica novela. Una lectura provechosa. Un regalo sorpresa que la vida me ha hecho. Truman Capote es grande. Pero en este momento de mi existencia lo es todavía más, porque ahora puedo apreciar mejor y valorar en toda su magnitud tanto la calidad de su novela, como los matices y colores que posee su forma de narrar. Al leer Desayuno en Tiffany's se han revelado como una realidad de nuevo mis tres creencias favoritas. Una, que los mayores placeres siempre resultan ser los inesperados; dos, que sólo se lee con provecho, disfrutando de la lectura en toda su esencia cuando se ha vivido. Mientras tanto las lecturas sólo son una forma de matar el tiempo antes que éste te mate a ti o un entretenimiento sin ninguna ambición, y ello no sucede porque lo leído sea de poca calidad y su autor no tenga talento, sino sucede porque al lector le falta vida por vivir y carece de bagaje, de fundamento, es decir, de la experiencia en primera persona con la que sacarle todo su jugo a la historia que está leyendo. No exprimir una lectura es algo que ocurre habitualmente en las primeras edades y en algunos casos incluso después, entonces el lector tiene la tendencia a tildar de mala una novela sin ni siquiera darse cuenta de que el problema está en él, al que le falta la experiencia necesaria para leer entendiendo y compartiendo, pues no comprende lo que lee, no lo absorbe; aunque muy probablemente, en ese tiempo, todavía carece también de la agudeza para formular ese pensamiento y además tampoco repara en que lo que para él resulta ser una mala historia para otros será todo lo contrario, pues no hay novelas malas, lo que hay lectores idóneos o no. Pues cada título lleva en lo más hondo de sus entrañas a su particular lector y sólo deben encontrarse para que aparezca la magia y surja de ella la comunión perfecta, la unión sin fisuras, la belleza del equilibrio sin red. Y ahí se pone de manifiesto mi tercera creencia, esa que me hace pensar, que los libros tienen una vida propia, unos hilos invisibles que nos aproximan a ellos en el momento adecuado, cuando nosotros más los necesitamos, por eso ese encuentro inesperado resulta ser tan placentero y su lectura tan provechosa.
Lectores míos, ni aun prometiéndomelo, voy a creerme jamás que nunca se ha cruzado inesperadamente en vuestro caminar un libro que en esa hora os ha llenado de dicha, os aportado consuelo, os ha hecho sentir afortunados e incluso os ha reconciliado con el ser humano y el mundo.
No me mintáis, ni aunque sea para llevarme la contraria, porque yo sé que sí. 
Sé que os ha sucedido, y estoy segura que en más de una ocasión.
Entonces, pues: ¡Brindemos por todos los libros, y con ellos, por todas las historias que están todavía por llegar a nuestras vidas!


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz 

lunes, 14 de agosto de 2017

Naturaleza sin pausa


 La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el segundo lunes del mes. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

miércoles, 9 de agosto de 2017

LA VALIJA


«No puede haber una melancolía realmente negra
para el que vive en medio de la naturaleza
y goza de sus sentidos.»
Henry David Thoreau


Hemos descubierto en la cabaña que ahora habitamos Alberto y yo en Canadá, en mitad de la naturaleza, una enorme valija situada en el altillo de ésta. Como la curiosidad es quien impera en nuestra vida, ni siquiera hemos pensando si abrirla o no, sencillamente la hemos abierto, a favor nuestro decir que no estaba cerrada con llave, así que nadie nos puede llamar la atención. Al ver su contenido Alberto ha soltado una de sus carcajadas sarcásticas y yo un entusiasmado: «Increíble». Nos hemos sentado frente a ella para sacar parte de su contenido, pues a bote pronto es imposible pensar en sacarlo todo. Os estaréis preguntando, lectores míos, qué contiene la valija. Pues, la valija contiene una cantidad ingente de libros en perfecto estado que ya han sido leídos, pero que se conservan bien. Supongo que la valija los aísla del mismo modo del calor como del frío, de la humedad como de la sequedad. Y si en un primer momento hemos pensado que eran del mismo dueño, al ir hojeándolos hemos comprobado cómo cada uno está datado con fechas de lectura diferentes y por gentes distintas con lo cual hemos llegado a la conclusión de que cada persona que pasa por esta cabaña cuando descubre la valija guarda en ella los libros que ha podido traer consigo para leerlos en este paraje, para que así se queden dentro de ella por siempre jamás; de la misma manera como lee, si le apetece, los títulos que en su día, otras manos depositaron en su interior. Me ha parecido un gesto vibrante, lleno de alma, el convertir al libro y la lectura en testigos de quién pasa por este lugar. Hay fechas de todas las épocas, títulos de todos los géneros y en todas las lenguas. Y si Alberto se ha reído, ha sido porque al ver el hallazgo, sabía que en mí se produciría una explosión de felicidad. Manos a la obra hemos seleccionado algunos títulos que van a formar parte de nuestras lecturas, mientras estemos aquí, junto a los libros que nosotros hemos traído, y evidentemente ambos sabemos sin consultárnoslo que también dejaremos los nuestros dentro de la valija. En un acto que nos va a unir con todos esos seres humanos que siguen teniendo el libro como uno de los mejores refugios. A los dos nos ha parecido: el hecho de leer en esta cabaña que es también refugio de montaña para quien considera que leer es un refugio en sí mismo, algo muy semejante a rizar el rizo, pero de una manera significativa y hermosa. Por no decir, cautivadora.
Así que, hay silencio, sólo se oye el bullir de la vida en su verdadero estado, nada estorba, disfrutamos de todos nuestros sentidos, tenemos el corazón contento y nuestras almas libres están complacidas, estamos vivos, y es tal el sosiego de nuestros días que incluso podemos leer de un tirón. Sí, lectores míos, esta es una de esas situaciones, uno de esos instantes, en que puedes decirte a ti mismo sin riesgo de equivocarte: «Sí. Todo está bien. Todo está maravillosamente bien.»
Entonces leamos pues. Vivamos maravillosamente bien.
Deciros, por si sentís curiosidad, que el primer título que he escogido de dentro de la valija para leerlo es Desayuno en Tiffany's. Novela que sé que leí hace más de veinte años como mínimo, pero de la cual no recuerdo el argumento, y la película aunque pueda resultar extraño he de confesaros que no la he visto jamás. 
Así que ahora, con vuestro permiso: callo, leo, vivo.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz
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[Fotografía de Alberto Fil]

lunes, 7 de agosto de 2017

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el primer lunes del mes. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil