“AÑO DE AVELLANAS, AÑO DE NIEVE HASTA LAS VENTANAS. Mirad con qué ímpetu ha comenzado a nevar. Caerá una buena”, les indica Beatrice al entrar en la cocina. Les hace observar la nieve, dirigir su mirada más allá del cristal. Con la emoción de bajar a desayunar ni siquiera han reparado en el clima de la mañana. No están habituados a la nieve, por eso pegan la nariz al cristal. Embelesados. A sus espaldas Beatrice trajina con los últimos preparativos del desayuno. “Ayudadme a poner la mesa", les ordena la cocinera. “Mesa para nueve, y un aparte para Baltasara. Six te vas a ocupar de ahora en adelante de que a Baltasara no le falte el desayuno en su cuenco. Ahí tienes el pienso, rellena tres cazos y los viertes en el cuenco cada mañana a la misma hora. Le gusta tener el desayuno preparado cuando entra. En cuanto a ti, Colin, te ocuparás de sacar del frigorífico todo lo que se necesita para el desayuno; y tú, Ryan, de cortar esas dos hogazas de pan en rebanadas del mismo grosor para tostarlas después. ¿Alguna pregunta?”, les dice Beatrice. “¿Quiénes son los nueve?”, pregunta Colin que se revela desde ese momento ante Beatrice como un gran parlanchín que no se apura por nada, que lo pregunta todo, que conversa sobre todo y analiza cada situación con una lógica que la desarma y que la hace sonreír porque le recuerda a ella de cría. “Somos: vosotros tres, Mathilde y Broderick, Brooke, la señora Mackenzie, Nill y yo", le responde Beatrice. “¿La señora Mackenzie es cristiana?”, pregunta Colin. “¿Qué pregunta es esa?”, le contesta Beatrice asombrada. “He supuesto que no es cristiana y que no está bautizada, por eso no tiene nombre”, le responde Colin. “Pues claro que tiene nombre”, le contesta la cocinera. “¡Ah, pensaba que no! ¿Y se puede saber cuál es?”, pregunta Colin. “No lo sé. Jamás me lo ha dicho, ni yo se lo he preguntado”, le responde la cocinera. “¡¿No se lo ha dicho nunca?!”, le pregunta Colin, realmente sorprendido y alarmado. “No. Acabo de darme cuenta de que no. Ni tampoco he oído a nadie que la llame de otro modo distinto a señora Mackenzie”, le confiesa Beatrice. “Ya verá como al final tendré razón”, le advierte Colin con gran seriedad. Un minuto después, o a lo sumo dos, entra en la cocina Brooke junto a la señora Mackenzie. Los tres ven como Beatrice se ruboriza, y comprenden de inmediato que la cocinera no aprueba hablar de alguien si no está presente. Y como por poco Mackenzie les pilla, ellos sin acordarlo se comportan mejor de lo esperado, con tal de que la cocinera no se azore. Mientras realizan las tareas que Beatrice les ha asignado, Brooke elogia el orden del dormitorio, y sienten un inmenso alivio. Sin disimular la sonrisa que se les dibuja en el rostro, reciben otra buena nueva: la sin nombre (la señora Mackenzie) sin ni siquiera presentarse y hablándoles como si les conociera desde siempre, les explica que en acabar las vacaciones de Navidad irán como el resto de niños al colegio; de manera que seguirán formándose y aprendiendo, y les comenta como de pasada que en él tienen a bien realizar emocionantes excursiones, y que ellos podrán apuntarse a todas. También les anuncia que de momento, Nill les llevará y les traerá hasta que conozcan el camino y puedan ir solos, andando o en bicicleta cuando haga bueno. Una vez dicho todo esto, saca una libreta y resuelve asuntos con Brooke. Entretanto acaban de preparar la mesa (más contentos que unas pascuas) entran Mathilde y Broderick; y de nuevo, Brooke hace las presentaciones, y a los tres les parecen simpatiquísimos. Por último, cuando van a sentarse, entra Baltasara con Nill. La perra les reconoce como niños de fiar, como sus amigos ya, y les lame la cara y las manos. Aprenden los cuatro a darse besitos nariz con nariz. Six le comenta a Nill con un profundo sentimiento de orgullo que ella se encarga del desayuno de Baltasara. Nill ríe, pensando en lo hermosa que resulta la existencia cuando la habita la pureza, y a continuación, intenta poner un poco de orden en la cocina. Tarea poco envidiable, porque lo que no puede ser, no es, ni será. La cocina de Joly Nice House a la hora del desayuno es lo más parecido a un patio de recreo, y todos fomentan que así sea, puesto que les hermana, les aúna, les torna familia sin serlo. Finalizado el desayuno se levantan de la mesa y cada uno se dirige a realizar concentradamente una tarea en particular. Como cada mañana todos ellos desaparecen de la cocina, salvo Broderick que se encarga de recogerla junto a Beatrice; y los niños que (en su primera jornada en la casa) reciben el mandato por parte de Brooke, de en vez de ir con Nill al colegio (cerrado por vacaciones) ayudarlo a colocar los adornos de Navidad por toda la casa y a comenzar a montar el árbol. Tarea a la que se unirán el resto tras la cena por estar en vísperas de Nochebuena. Six, Colin y Ryan creen sinceramente vivir un sueño. De manera que con enorme alegría, sintiéndose útiles, sintiendo que por fin tienen un objetivo concreto y bien definido al que dedicar sus esfuerzos: cargan con cajas de adornos desde el sótano a los diferentes pisos, engalanan cada estancia, cuelgan guirnaldas y calcetines en las chimeneas, colocan lazos en las cortinas, figuras navideñas sobre los muebles, un misterio sobre un aparador de dimensiones considerables (robusto y embellecido por el paso del tiempo) que ni un gigante puede mover, y frágiles y maravillosas estrellas suspendidas en las lámparas del techo como si flotasen. Reparten bastones de caramelos (de tamaño anormal y de mentirijillas) en cestos por toda la casa, y cojines con forma de muñecos de jengibre por las butacas de cada habitación. Se impresionan con el abeto recién cortado que unos mozos acaban de traer (del mismísimo bosque) y que aúpan en una de las esquinas del gran salón junto a los sofás. Presumen que adornarlo será divertido y emocionante, y no se equivocan al pensarlo. Entretanto conocen mejor a Nill, y Nill a ellos; y también a Baltasara, que les sigue a todas partes, descubriendo un aspecto de ella, que provoca en su interior una pequeña conmoción: la perra les obedece. En una de esas, mientras los tres se dicen que está siendo el mejor día de todo el año, sin saber la razón, quizás atendiendo a una pregunta que no recuerdan haber formulado, Nill, les habla un poco sobre la casa y reparan en que oírle hablar les reconforta, porque el jardinero cuenta historias como quien cuenta cuentos.
LOS DESPOSEÍDOS. Cuento de Navidad.
© MARÍA AIXA SANZ, 2023
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