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martes, 6 de diciembre de 2022

6 de Diciembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬



Amanezco e invernal me visto. Los tibios rayos de sol, haciendo gala de su valentía, bañan La Madriguera. Iluminándola. La luz no deja de ser el más esperanzador de los milagros. Algunos de ellos acarician mi rostro y mi rincón de trabajo. Son las primeras horas de la mañana. Avanzo en el trabajo: escribo. En estos días de tempestad el camino se ha vuelto impracticable.  No sólo el camino, también el afuera en el exterior. Atrás quedó noviembre mostrando un año más sus hechuras de superviviente, con esa forma tan determinada de creer. Con el undécimo del año me vestí con trajes distintos, con nuevos comienzos, con desafiantes aventuras por estrenar. Lo hice con valor, haciendo mío el riesgo y el desafío, defendiéndolos. Así soy yo. Empecé a impartir clases de escritura terapéutica en un seminario, comencé una nueva novela, y escribí el primer borrador de una obra de teatro por encargo en el que la protagonista es una afinadora de pianos llamada Little Holly Howard. Este es mi presente. Con todo, mis viejas y benditas rutinas, se han visto totalmente alteradas, modificadas, dando paso a las nuevas. Al priorizar: el camino y los entrenos se han impuesto al jardín. No tuve más remedio que contratar los servicios de ‘La excelente Tudie’, una empresa de mantenimiento de jardines. Por otra parte, los diarios han quedado relegados, guardados bajo llave en el cajón del escritorio a la espera del momento íntimo y oportuno. Un momento como este. En el que me permito escribir alejándome de las ficciones. En el que la narración es el relato de mi entorno. En el que el texto toma forma de río que discurre. Por ejemplo, ahorita mismo, mientras mi mente vive a lo grande entre palabras, y en mi corazón habita la alegría del diciembre, si alzo la vista desde la página del diario del discurrir veo: en la chimenea de La Madriguera arder un buen fuego; Nuna durmiendo serenamente, abrazada a Saboc su cojín preferido; adornos de Navidad aquí y allá; un flamante árbol donde las lucecitas asoman tímidamente hasta alumbrar la oscuridad de la noche; dulces preparados para ser degustados a cualquier hora (turrones distintos, un sabroso panetone de pera y chocolate de a kilo debajo de una campana de cristal, bombones de frambuesa, de caramelo salado, de avellanas, galletas de chocolate y muñecos de jengibre); y el calendario de Adviento poblado de éxito y de magia a medio abrir. Veo belleza. Belleza que reconforta. Lo que contemplo me hace sentir en calma y bien. Bendecida por mi Dios. Agradecida. Siempre agradecida. Es un hecho que mi hogar luce todavía más bonito con la decoración navideña. Es con la contemplación, al tomar conciencia de la fortuna de saberme viva en el aquí y en el ahora, en la magia de la Navidad, cuando sé (sin ninguna duda) de qué tratará la próxima clase a impartir. Haré que mis alumnos reflexionen, sientan, vivan, piensen, escriban sobre la grandeza de seguir vivos en Navidad. Haré que experimenten la dicha de poder vivir una Navidad más, tras once meses en los que la vida jamás se detiene, ni para lo bueno, ni para lo malo. Haré que aprendan como yo hago año tras año a atesorar con palabras la Navidad y lo que el recuerdo de su vivencia significa en la historia personal de cada uno. Y, pensando en ello, divirtiéndome al mentalmente estructurar la clase e imaginar sus caras recordando su mejor Navidad, de repente mi mano se desliza sobre la superficie de la mesa de trabajo. Abre un cajón.  Toma papel y sobre. Sin mirar, sólo por instinto. Mi yo abandona por un momento el diario. Algo dentro de mí me llama a escribirle en esta mañana profundamente invernal a Santa Claus. Sé que bailar, no dejar de bailar, poder bailar hasta el fin de los tiempos, hasta el infinito será mi primer deseo a pedir. 


¡Feliz Navidad!


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 6 de Diciembre de 2022 ) 

domingo, 23 de octubre de 2022

23 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬

El jardín de La Madriguera como la bella durmiente, duerme. Lo observo muda de admiración. Observo su individualidad, su independencia. No necesita nada de mí, ni de nadie. Sólo cerrar los ojos y descansar un otoño, un invierno como los huesos en la noche. Estoy preparando un guiso de secreto, corazones de alcachofas y patatas. Los guisos son mi cocinado preferido, indistintamente de cuales sean sus ingredientes. Pienso en lo agradecida que es la cocina de otoño. Cocino al chup chup en compañía de Nuna que pasa la mañana de domingo ajena a todo dormitando en el vientre de La Madriguera. Saco de la alacena una antigua sopera con forma de ollita que adquirí en el Condado de Trafegar. Para mi sorpresa se ha vuelto en un enser imprescindible en mi cocina. Una vez retirado del fuego tengo por costumbre verter el guiso en su interior para que repose hasta la hora de comer. Es como rematar el trabajo. El lazo del regalo. La guinda del pastel. El aplauso silencioso. El clima en este fin de semana es como un ensayo general del invierno que está por venir. En la noche del viernes las temperaturas se desplomaron y, al amanecer, insensato fue quien no corrió a por ropa de abrigo. Al vestirme estrené mis nuevos pantalones de pana beige y un grueso y amplio jersey de lana gris de cuello vuelto. Bien abrigada y con el otoño en su esplendor vistiéndose de invierno no podía desaprovechar el sábado y que el día acabase convirtiéndose en una jornada sin gracia, ni interés. Y no lo fue. Decididamente, no lo fue. El de ayer resultó ser uno de esos sábados perfectos. Pasaban las horas e iba volviéndose redondo. Todo lo que tenía en mente fue desarrollándose según lo previsto; e incluso, de manera inexplicable tuve espacio y tiempo para lo que de verdad importa. Fui a la floristería y compré un ramo de hortensias, rosas, claveles y eucalipto para vestir en el día de hoy La Madriguera de domingo. Al salir como en una ensoñación vi a Denys (frente a mí) debajo del árbol donde yo tenía aparcada la camioneta. 《La muerte no es nada, el invierno no es nada. Porque las llamas, el fuego han reavivado los altares caídos de mi juventud en la hierba junto a la fuente》, le dije sonriendo mientras me acercaba. Él sonrió, también. Anchamente. Liberadoramente. 《Admitámoslo tenemos un talento innato para hacernos felices cuando nadie nos ve》, me indicó mirándome directamente a los ojos. No aparte mi mirada de la suya. Mis ojos de los suyos. Una ardilla escalando el árbol nos ayudó a deshacernos el uno del otro. 《Hasta la próxima 》, murmuró él visiblemente molesto. Dejé el ramo en el asiento de atrás de la camioneta, el del copiloto es para Nuna. 《Sube. Conduce tú 》, le dije a Denys. Nuna ladró y me dejó un espacio en su asiento para que me sentase con ella. Nos sentamos. Él hizo lo propio. Se sentó y encendió el motor. Conecté la radio. Pusieron una vieja canción que nos satisfizo a los tres. Days like this de Van Morrison. Denys tamborileó los dedos en el volante siguiendo la música, Nuna apoyó su barbilla en el brazo de Denys. Se miraron con confianza. Sonreí. De hecho hoy todavía asoma en mi rostro y en mi corazón la sonrisa de ese momento. Contemplé el exterior del habitáculo por la ventanilla. Estaban adornando las calles para Halloween. Luego posé mis ojos sobre la belleza serena de Denys, de Nuna y del horizonte. Así por ese orden. Kilómetros juntos; pensé, pensó, pensamos. Como siempre nos ha sucedido. Ninguno deseaba nada distinto. Soy absolutamente consciente de que en este punto de la vida, sea por el coste de vivir, por la edad, o por la magia que encierran los amores verdaderos la distancia física no existe. No está. Si estiro el brazo acaricio con la mano el rostro de Denys como el de Nuna; y no es ayer, ni hoy, ni mañana. Es ahora mismo. Y, cuando recojo ese mismo brazo, son sus besos lo que tengo depositado en la palma de mi mano, es su amor por mí. Mi bendición. 



 María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 23 de Octubre de 2022 ) 

domingo, 16 de octubre de 2022

16 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬

Son las nueve menos cuarto. Cruzo la puerta del porche. Dejo tras de mí remolinos de polvo y ramas moviéndose de manera desaforada, rompiéndose en dos. El interior de La Madriguera resulta más confortable y aislado de lo habitual. Sonrío agradecida. Acabo de dar una vuelta afuera por el exterior. He estirado las piernas y caminado sólo unos metros. Los kilómetros y el día de hoy son incompatibles. Un fuerte viento azota el mundo natural que habito. Resulta imposible caminar y no salir volando. No importa. Los sábados y domingos me gusta cocinar con más detenimiento. A ser posible volcarme en el cocinado. Entro en la cocina y lo primero que hago es sacar del frigorífico el salmón para que esté a temperatura ambiente cuando lo meta en el horno. No voy a complicarme la vida, cocinaré una rica sopa de primero y salmón fácil de segundo. Enciendo la radio. Las voces familiares se acoplan a mi ritmo de trabajo. Mientras cocino, hablo con ellas, les doy la razón o se la quito. Asiento y disiento con los comentarios de los tertulianos políticos. Sigo la política como quien sigue una comedia de televisión, las más de las veces: absurda, poco creíble, incluso con tintes de vodevil. Sintiéndolo mucho no puedo tomarme a los políticos en serio mientras el coste para ellos de las decisiones que adoptan y de las medidas que imponen sea cero, y no respondan (como hacemos el resto) personalmente con el patrimonio y la libertad. Pienso en el postre, en si decantarme por una macedonia o por la tarta de calabaza que compré ayer en la pastelería. En este momento estoy a gusto, muy a gusto. No sé la de veces en que reparo en que si bien soy contadora de historias, y escribir, es mi razón de ser y mi trabajo; lo de cocinar va inmediatamente después. En el orden de trabajos predilectos, escribir está en primer lugar, y cocinar, en segundo. Y, de haber un tercer lugar, sería sin ninguna duda para el trabajo de levantar mesas. Muy lejos queda (lo reconozco) mi faceta de jardinera que en importancia existe no como un trabajo sino sólo como un ocio de los muchos que tengo. Supongo que el ser diligente y nada perezosa ayuda a que las jornadas cundan para tanto camino, trabajo, actividad y ocio. Lo cierto es que cundir, cunden. Me cunden. Precaliento el horno y saco el beicon ahumado para filetearlo a mi gusto y cortar unas lonchas a trocitos. Huele que alimenta. No tardaré en hacerme un bocadillo de algo, de lo que sea. También saco dos tomates pequeños, los lavo, corto lo que no me sirve y hago rodajas con el resto. Busco en la despensa un bote de cebolla caramelizada y lo abro. Es una suerte poder contar con productos de alta calidad que te permiten avanzar y no tener que hacer mil elaboraciones para un solo plato. Cubro el fondo de una fuente con láminas de beicon. Y sobre él, coloco tres rodajas de tomate y encima el salmón salpimentado. Sobre éste reparto el beicon a trocitos y la cebolla caramelizada. Ya puedo meterlo en el horno. Lo meto y quedo a la espera de que me hable y me diga: 《Ñam, ñam. Ya puedes comerme》. Suelo cocinar temprano para tener el resto de la mañana libre. Así que entretanto que el salmón, el beicon, el tomate y la cebolla se funden en un solo sabor, preparo los ingredientes para hacer la sopa y los dejo listos para cocinarlos al mediodía. Lo del postre será fácil, he optado por la tarta. Con lo cual el tiempo que resta hasta la hora de comer lo emplearé en levantar una coqueta mesa de otoño; y escuchar después, una hermosa canción africana. Lo que es lo mismo que seguir con la relectura del volumen de cartas de la baronesa Blixen, desde mi edad actual, desde mi existencia de ahora, desde La Madriguera a los pies de mis propias colinas de Ngong, sintiendo el abrazo de Denys buena parte del tiempo. No es que busque contarme a mí misma una historia que ya conozco desde otro punto de la vida. No. Al menos no se trata sólo de eso. O, mejor dicho, principalmente no se trata de eso. La realidad es que releo a Blixen cada vez que necesito sentirme todavía más en casa de lo que ya me siento, de lo que ya lo estoy. Es algo muy mío, muy íntimo. Así lleva sucediéndome desde décadas. De manera que aunque parezca que la sociedad, el entorno, incluso el suelo que una pisa esté siempre en constante movimiento; África y su canción, no. Si mis particulares colinas de Ngong provocan en mí un sentimiento de pertenencia, seguridad y hogar; las vivencias de la baronesa, sus cartas, su manera de contarme África me dan amparo. Son para mí como entrar en una cabaña dejando la ventisca y la tempestad a mi espalda, y encontrarme un buen fuego. 《 Y a Denys 》, me indica Denys desde el abrazo, la viveza azul de su mirada y la sonrisa del que conoce. Y yo asiento con la cabeza y sonrío con los ojos.



"No, verás, tengo que ser yo misma. Ser algo en mí misma. Tener, poseer algo que realmente sea mío y que sea yo, para poder vivir, pura y simplemente vivir, y para poder vivir y pensar que sigo poseyendo la indescriptible felicidad en mi vida que es para mí el amor a Denys. [Karen Blixen / 1.4.1926]”



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 16 de Octubre de 2022 )

lunes, 19 de septiembre de 2022

19 de Septiembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Él va y viene en mis sueños. Aparece y desaparece. Entra en mi universo onírico, y en él, hace y deshace. Dicen que cuando sueñas con alguien es porque ese alguien está pensando en ti obstinadamente. ¿Quién lo dice? Ni idea. Aunque sé que es una creencia popular. ¿Venida quizás de las páginas de alguna novela romántica? No lo sé. Lo ignoro. Ignoro el origen. Sin embargo, aun ignorando su procedencia y la veracidad de la misma, cuando experimento un sueño en el que él se pasea tiendo a pensar que es por ese motivo. De esa manera (en un primer tiempo) transcurrieron los meses, luego los años, a los que les siguieron los lustros, para después adentrarse en las décadas. Así que desde hace décadas, sueño con él, cuando él tiene la mente puesta en mí. Si bien, en lo que parece otro siglo cuando soñaba con él, su ser robusto y respetable, se mostraba a la defensiva y altanero conmigo; en la actualidad, se me ofrece como cómplice, amigo y parte necesitada de mí. Pero la cuestión es, ¿por qué en el día de hoy tengo la intención de escribir sobre algo que lleva sucediéndome durante tanto tiempo? La respuesta es fácil. Porque esta noche he soñado con él y desde el amanecer ando con el estómago revuelto y el ánimo intranquilo. No puedo dejar de pensar en la jornada siguiente a la noche en que Denys se pasea por mis sueños en si estará bien. Las avionetas tiene sus peligros; los leones, también; y qué decir de África. Y yo siempre he pretendido el bienestar de ese hombre. Secretamente, si él está bien, yo estoy bien; y si yo estoy bien, él está bien. De modo que como no doy pie con bola, salgo al jardín con mi infusión preferida: dos partes de manzanilla y una de tila. El jardín muestra signos de cansancio con el noveno del año. La selva de La Madriguera necesita ir entrando en reposo lo más pronto posible. Me bebo la infusión cargada de azúcar, saboreándola. Cojo mi cubo rojo y las tijeras de podar,  y le ayudo a transitar hacia el otoño. Corto lo que le estresa y le sobra, libro a los bulbos de sus raíces viejas para volver a replantarlos, y de pronto, por una milésima de segundo me imagino a Denys aquí mismo, haciendo lo que yo. Una carcajada sonora brota de mi garganta ante lo inverosímil de la secuencia. No. No puede ser. De estar él aquí, se sentaría a mirar para dejarse besar al pasar yo por su lado. Eso sí que es más verosímil. Y, en ese instante, tengo la certeza de que se encuentra bien, esté en la latitud en la que esté. Es más, lo imagino sonriendo con esa sonrisa suya ancha y feliz. Me gusta recordarlo, riendo. Acabo sudada con el trajinar. El trabajo ha valido la pena. El jardín ha rejuvenecido. He borrado la decadencia marchita que lo había conquistado. Por mi parte, he recobrado la serenidad. Noto mi estómago mucho más ligero y mi ánimo también. Fue Karen Blixen quien dejó por escrito que la cura para todo siempre es el agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar. Entro en el interior de La Madriguera y voy directa a la ducha. Mientras me desnudo, sé qué es lo que le pediré esta Navidad (Dios mediante) a Santa Claus. Y me noto eufórica ante la espontaneidad de la idea. Me agrada advertir que todavía dentro de mí (aun frisando los cincuenta) existe la ilusión sin edad, aventurera y loca que tanto ama Denys. A veces creo que ese tipo de ilusión es nuestro verdadero talismán. Oigo su voz en mi oído. Impetuoso y exigente, como si no hubiera un mañana, quiere saber qué voy a pedirle a Santa. Sonrío. Juego con él. Imaginariamente, le contesto: 《Puede que un bastón de roble con una cabeza de león en su empuñadura para cuando mi rodilla está demasiado cansada; o una avioneta, también de madera, para soñarte mejor. 》Ríe. Mueve la cabeza. Satisfecho, se fuma un puro. ¡Ay, la vida! La vida real es esto. No es mucho más. 




María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 19 de Septiembre de 2022 )

martes, 6 de septiembre de 2022

6 de Septiembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Septiembre llega siempre con la sonrisa en los labios del estreno y de las primeras veces. Más allá de la edad que uno tenga habita en nosotros hasta lo eterno el colegial que con mochila y estuche recién comprados se adentra en un nuevo curso. Septiembre de todos los meses del año es el que lleva en su sino ser acicate y revulsivo. Por tanto con el nueve entrando por la puerta no es extraño plantearse un nuevo propósito o reformular el viejo que quedó olvidado en el trajín de los doscientos cuarenta y tres días transcurridos desde que comenzó el año. Aunque también puede ser que septiembre sea sólo la continuación natural del verano y, en ese caso, convencida estoy de que es la ilusión la que se viste de propósito. Ilusión por retomar con alivio la vida real al acabarse al fin los minutos de descanso, de publicidad, por ejemplo. O la ilusión por seguir indagando y abriendo puertas del mundo natural y de la mente con tal de crecer contando. Pedí lluvia y aquí está. Septiembre en una continuación liberada del estío ha llegado a La Madriguera con la lluvia como aliada y con el buzón cargado de catálogos. En esta hora de la tarde antes de sentarme a escribir (con la lluvia como sonido de fondo y en primer plano con las voces familiares de la emisora de radio que escucho a diario) ordeno el batiburrillo de novedades que han tenido a bien enviarme. Catálogos de bulbos, de semillas, de libros. Y aunque deseo enormemente adentrarme en ellos no lo hago, puesto que esta es la hora en que mi existencia se torna palabra escrita más que en ninguna otra. De manera que descarto lo de arrellanarme en el sofá del porche con una buena taza de infusión para hojearlos al detalle, dejo la taza sobre la mesa de trabajo y abro el diario del discurrir. Son las cuatro menos siete minutos, e imagino que encuentro una puerta secreta en el jardín de La Madriguera. Minúscula. Tan pequeña que del asombro la mido con el metro de madera que heredé de padre. 15 x 11. Quince centímetros de alto por once de ancho. ¿Desde cuándo está ahí?, me pregunto desde la divertida ensoñación. ¿Acaso es mágica y aparece y desaparece? Me pellizco al intuir la verdad de la respuesta. ¡Por supuesto que es mágica! Y, además es hermosísima. De colores suaves. Con el dintel en estructura de arco, las jambas de color ahuesado, la puerta de listones de un color entre azul y verde, con una ventanita en su centro con un marco blanco en forma de cruz y un alféizar rojo teja. Y, de pronto, al imaginarla ahí a los pies de los gladiolos se me ocurre abrirla y entrar. Entro. Increíblemente entro. No sé si soy yo la que se ha vuelto pequeñita o si es la puerta la que mágicamente se ensancha y se ajusta al contorno de mi cuerpo, con tal de poder pasar. Paso. Cruzo. Entro. Camino unos pasos por un pasillo de tierra bordeado por enormes hortensias paniculata en flor; y en uno de sus recodos, se abre ante mí una sala de cristal como un palacio de invierno que huele a campo abierto. Concretamente huele a girasoles recién cortados. Doy pasos, camino como si bailase en un gran salón de baile. Y cuanto más bailo, más campo abierto es, menos palacio de cristal. Me descubro observando como va desapareciendo el techo y las paredes una a una. Es como cuando en un gran teatro cambian en un santiamén el decorado a la vista de todos. Ahora frente a mí todo es inmensidad. El vértigo me sugiere prudencia; la valentía, aventura. La niña sin miedo apuesta siempre por la osadía. Parpadeo. Camino a ciegas, ando con tiento porque de pronto el día se convierte en noche, tres zancadas más, y la noche en amanecer. Y, en el amanecer, en mitad del campo abierto que huele a girasoles recién cortados, me aguarda la máquina de escribir con la que tecleé mi primera historia. Satisfacción, es la emoción que me inunda. 《Lo has hecho muy bien》, me digo. En el carro de la máquina un folio ondea por la brisa de la mañana como si fuese la bandera, en el día de la bandera. Reparo en que hay algo escrito en él. Miro. Leo. Sonrío.《Eres mi roca》.


María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 6 de Septiembre de 2022 ) 

lunes, 15 de agosto de 2022

15 de Agosto ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Le doy los últimos toques de plancha al mantel por estrenar. Se trata del que me regalé el día antes de mi cumpleaños. En esa costumbre mía de reconocer con un símbolo los doce meses que dejo atrás. En esta luminosa mañana de verano estoy levantado una hermosa mesa y cocinando un guiso de rape con el que mojar pan recién horneado a la hora de comer. Es el aniversario de La Madriguera. En la hora de la sobremesa de un quince de agosto como el de hoy nos instalamos aquí. Recuerdo la calma de la tarde y la luz dorada que entraba por las ventanas. También recuerdo el silencio. Era como si de pronto la sociedad, el ruido, las voces vacías de contenido quedasen muy pero que muy lejos. Acaricio el recuerdo con los dedos, lo palpo con las manos, de tan vivo como está. No me sentí extraña, ni fuera de sitio. Recorrí La Madriguera como quien recorre un templo. La experiencia me permitía saber que jamás olvidaría esas primeras horas. Había algo mágico en la quietud que encontré al caminar de estancia en estancia. Soy consciente de que son muchas las veces que escribo en estos diarios sobre la magia, la quietud, el silencio, la luz, la fe y el esplendor que existe en mi vida. Lo hago sin darme cuenta, sin reparar en ello, y si lo hago, es porque escribo desde la verdad. Sin pudor. A estas alturas del oficio una ya ha asumido que contar historias es desnudarse una y otra vez. Después de recorrerla, recuerdo acabar de vestir la cama a mi gusto y depositar los últimos enseres personales en el dormitorio. Luego, sin saber cómo, llegó la noche, y dormí por vez primera en mi refugio verde. Ignoraba por aquel entonces cuánto llegaría a amarlo; del igual modo, como desconocía hasta que punto acabaría convirtiéndose en mi lugar en el mundo, para incluso llegar a pensar que todo esfuerzo es tolerable, superable, si al finalizar el día puedo acostarme en él. Dormí realmente bien. No tuve esa sensación tan común de no saber dónde estás cuando se cambia de cama. Todo lo contrario. El guiso marcha bien. Es un guiso de horas en el que sólo al final se añade el rape. Entretanto salgo al jardín, cesta y tijeras en mano, para recolectar flores con las que adornar la casa que en algún punto de su historia decidió abrazarme como una madre y protegerme como un padre. En este aniversario es en las flores en quien recae todo el protagonismo. Porque, por fin, La Madriguera tiene el jardín merecido. El último fin de semana del mes de julio cuando anduvimos por el Condado de Trafegar y adquirí unos jarrones, también compré (en concreto para este día) como regalo para La Madriguera, un conjunto hecho a mano de dos hermosas vasijas de color crema y ocre de distinto tamaño. ¿Por qué de entre todos los objetos elegí unas vasijas para conmemorar el aniversario? Tal vez o muy probablemente porque aun siendo humildes y rompibles como todo lo terrenal son capaces de contener el valor, la vida y el amor de todo un mundo en su interior. De la misma manera, que por la gracia de Dios, lo somos los seres humanos; y, también, lo es el hogar, la casa y una morada como La Madriguera. Así que seguidamente de flores lleno esas dos vasijas, no sólo los jarrones. Presidirán el hogar y el hogar les amparará. ¡Bendito hogar! Y, el día, el aniversario y la celebración será. 


“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros. 2 Corintios 4:7”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 15 de Agosto de 2022 )

domingo, 31 de julio de 2022

31 de Julio ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Observo el perfecto gladiolo que adorna La Madriguera. Nadie está dentro de nosotros para saber realmente cuál es la magnitud de los sentimientos que nos invaden, ni de la emoción que en ciertos momentos nos embarga. Nadie sabe de la medida de nuestro esfuerzo y padecimiento para estar donde estamos. Cuando observo el cansancio, la experiencia, los años buenos y los no tan buenos, en el rostro de un hombre o de una mujer, me produce un enorme respeto, puesto que siempre pienso lo mismo, pienso, que nadie excepto él o ella conoce el verdadero significado de lo que está viviendo. Nadie sabe realmente el valor de lo conseguido, de los pequeños y grandes logros, de las gestas particulares, quizás inconfesables, que quedan ocultas en la esfera más íntima de la consciencia pero que para cada uno de nosotros son transcendentales. Nadie sabe, ni siquiera los seres que nos son más próximos y que creen conocernos. Lo que motiva la entrada de hoy en el diario del discurrir parece extraño, pero no lo es. Acuden a mí las ganas de escribir sobre lo profundo. Tal vez, porque en algún lugar de mi interior quedó prendido el rostro sin máscara del tenista que gana en un París desmantelado su decimocuarto Roland Garros, y que mientras alza el trofeo y escucha el himno de nuestra amada España, me conduce a pensar que nadie sabe qué es lo que verdaderamente en ese punto conmueve su recuerdo; como también, quedó prendido el rostro sin máscara y la voz sin artificios del veterano periodista al que la jubilación lo deja fuera de juego en un rincón del viejo Bierzo, y al oírlo y verlo, pienso que nadie sabe en verdad a qué se ha tenido que enfrentar para reír con franqueza en ese instante en que cuarenta años de trabajo se evaporan frente al micrófono; y en un tercer caso, de mí quedó prendido el rostro sin máscara de la anciana que contempla la puerta que se cierra al paso del que fue su único y verdadero amor, al que tuvo que renunciar en su juventud por hacer lo correcto: cuidar de la granja familiar y de su hermano huérfano en la rural isla del Príncipe Eduardo en Canadá, y al contemplarlo, sé que soy incapaz de imaginar si quiera la profundidad de lo que mis ojos ven. Por eso escribo esta entrada. Para intentar explicarme lo grandioso de los actos de fe. Sé que si ordeno los pensamientos y los plasmo en negro sobre blanco les doy una oportunidad, la de manifestarse. La posibilidad de dejar de ser sombra para ser luz. Y todo, porque hoy, en este último día del mes de julio observo uno de mis gladiolos, y sólo mi mente, conoce cuál ha sido el camino que he tenido que recorrer para llegar a este minuto en que mi mirada con detenimiento admira la complejidad y la belleza que posee cada una de las doce flores que lo forman; y solamente mi corazón, comprende la razón por la que albergo hacia él un auténtico sentimiento de gratitud. Es como si de pronto hubiese recuperado los deseos de mi infancia. Él es la materialización de lo proyectado para mi vida adulta en mis sueños de niña. Para la inocencia de mi yo infantil, el éxito adulto estaba representado por tener una casa propia con un jarrón de gladiolos de mi propio jardín que adornarse la mesa en la que yo, escritora, escribiría mis historias. Absurdo, quizás. Un deseo pueril, tal vez. Sin embargo, no hay deseos vacuos cuando somos niños. Ya que en esa época lo simple, lo sencillo, lo cotidiano es la maravilla a conseguir de mayores. Tiempo después descubres que es exactamente ahí (en lo simple, en lo sencillo y en lo cotidiano) donde reside la bondad y lo importante de la vida. Mi existencia actual no es fácil, la dureza de estos años veinte no es lo que hubiese escogido para mi vida de adulta. Pero aun así, en el gladiolo veo que he alcanzado mi posición, en el gladiolo veo meta y triunfo, dicha y alegría, fuerza interior e integridad moral; y aunque la humanidad al completo (salvo mi Dios) ignora que es lo que puebla mi interior, yo que sí que lo sé, sé que esta rama adornada representa el acto de fe de la niña que fui.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 31 de Julio de 2022)

lunes, 4 de julio de 2022

4 de Julio ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬

Si julio fuese un lugar sería un punto equis en el mapamundi donde tomar el descanso por días y la vacación como estilo de vida. Si fuese un objeto sería un termómetro a punto de explotar. Si fuese una historia de amor sería más bien una historia de deseo. Si fuese un mueble sería una tumbona. Si fuese un anhelo sería una sombra. Si fuese una flor sería un lirio mexicano como los que brotaron de las lágrimas de Eva cuando fue expulsada del paraíso. Si fuese un alimento sería un helado. Si fuese una bebida sería agua fresca de arroyo en verano. Hoy escribo esta entrada en el diario del discurrir (dándole la bienvenida a julio) sentada a la mesa del porche de La Madriguera. En este primer lunes del mes este espacio vuelve a ser sólo mío. Exclusivamente mío. Y como una reina con su trono, tomo posesión. Como todos los domingos, ayer, tuvimos invitados. Dicen que soy buena anfitriona, también dicen que poseo la cualidad de convertir una casa en un hogar. A lo primero le resto importancia, pues el resultado siempre va en función de las molestias que uno se toma. En cambio, lo segundo, me sonroja porque verdaderamente me halaga. Ya que detrás hay mucho trabajo y un objetivo a conseguir bien definido. Ayer entre las muchas conversaciones que no van a ninguna parte, quedó sujeta a la jornada con un imperdible ficticio una reflexión que he recordado esta mañana en el camino porque verdaderamente coincide con mi forma de ser. Al pensar en ella, he pensado a su vez (valga la redundancia) en que últimamente en demasiadas ocasiones observo lo mucho que me cuesta recordar cómo era mi vida antes del accidente. Sólo recuerdo que era feliz,  y eso, no es tanto un recuerdo como  la consciencia de haberlo sido y mucho. Sé que todo está dentro de mí, en esa concatenación de instantes que conforma toda una existencia. Pero a no ser que me obligue a mí misma, aplicándome en la tarea de recordar por la fuerza, los recuerdos no me saltan al paso de manera espontánea. Algo que me lleva a considerar cuán real es la reflexión que quedó prendida del domingo de ayer. Cuando se vive no hay tiempo para recordar. Siempre me ha sucedido. No sé si está en mi naturaleza o es consecuencia del oficio de contar, donde toda lo vivido se torna materia prima. Vives, rememoras, ficcionas, escribes una historia; y todo convertido en literatura se desvanece dentro de ti. A esta altura del veintidós echo mucho de menos sentarme a escribir una novela como Caótica, con la que tanto disfruté escribiéndola. Echo mucho de menos sentarme a escribir una historia larga plagada de pequeños tesoros. Ir descubriéndolos poco a poco, tal como los personajes se asoman y me toman de la mano para contarme mirándome a los ojos que esconden en su alma. Lo echo mucho de menos. E intuyo que puede ser un buen antídoto contra los inconvenientes del calor despiadado de julio, ir pensándola, e imaginar el hermoso día en que sentarme a escribirla signifique un nuevo comienzo. Como también sé que será un buen contrapeso adentrarme en los mercadillos y ferias del séptimo del año con tal de ir completando los regalos para el calendario de Adviento. El plan es ir escogiendo los regalos según las características de la lista que hace unas semanas ideé. De los veinticuatro cajoncitos que tiene el calendario, quiero que al menos diez contengan regalos; pero no solamente regalos sin más, no. La intención es que de los diez regalos, seis se ajusten a unas particularidades concretas. Me explico, uno debe ser un regalo inesperado (por ejemplo, a alguien que jamás ha pensado en cocinar regalarle una olla express); otro, un regalo útil; otro, un regalo navideño; otro, un regalazo (es decir, un regalo caro, carísimo); otro, de letras (obviamente, muy bien puede ser un libro); otro, un regalo clásico. Sonrío al repasar la lista. La necesidad de disponer de tiempo para ir tachándola punto por punto  es un hecho. No puedo parar de reír ante lo que es. Cómo me van a quedar horas para recordar; si vivo, vivo, vivo, y yo solita me complico la existencia. Carcajada y, punto final. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Julio de 2022 ) 

lunes, 6 de junio de 2022

6 de Junio ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Me acaricio el cabello. Entrelazo mis dedos con mi pelo. Juego con él. Señal de que todo mi ser se concentra. Acabo de sentarme a escribir al auspicio del sereno atardecer del primer lunes de junio. Dejo atrás con este acto de recogimiento el día con su notable alto en el exterior. Un suave viento del oeste balancea los últimos narcisos de la temporada. Por estos pagos las flores necesitan que las temperaturas aumenten de manera sostenida para formarse del todo. De manera que desde que asoman a principios de marzo hasta que se consolidan puede transcurrir sin ningún tipo de prisa diez o doce semanas. Variedades que a principios de abril lucen hermosas en algunas partes del hemisferio norte, en este lugar (por el contrario) es a finales de mayo o principios de junio cuando se encuentran en su máximo esplendor. Constato jornada tras jornada como en mi existencia las flores son una bendición; otra, es poder adentrarme en el jardín al amanecer (antes de salir al camino a caminar mis kilómetros diarios) para seleccionar unas cuantas, cortarlas y regresar al interior de La Madriguera a crear un pequeño arreglo floral a poder ser con aire, con vuelo, esbelto. Un arreglo en el que la elegancia sea la característica predominante. Mis ojos se detienen (en este punto) en el que he elaborado esta mañana con calas blancas. La perfección a la vista y a los sentidos. No he necesitado surtirme de nada más para alcanzarla. Pienso de nuevo en lo tremendamente gratificante que es plantar con tus propias manos los bulbos que acabarán convertidos en flor en uno de tus jarrones, dándole nombre y textura a la belleza. Al posar mi mirada en las calas blancas recuerdo que es mi flor preferida desde niña, como lo es la enorme planta de amplísimas hojas desde la que se elevan al cielo. Y en ese misterio que resulta ser la forma en que los recuerdos se engarzan los unos con los otros (como los rabos de las cerezas depositadas en un cuenco) recuerdo aquello que Walt Whitman solía repetir: "Si quieres saber dónde está tu corazón, mira adónde va tu mente cuando sueñas despierto.” Sonrío. Junio (el primer mes de calor de los meses sin erre) ha llegado con ganas de buscarle tres pies al gato. Mi mente viaja lejos a lomos del sexto del año. Viaja y regresa; y mi vista se queda fija en esta página. ¿Dónde está tu corazón, María? Ojalá poder dibujar todavía con el talento de los nueve años, pero no. Hay dones que menguan, incluso se extinguen, en favor de otros. Pero de poder hacerlo, dibujaría a ese león y a esa leona que todos los días (tumbados uno al lado de otro) contemplan apaciblemente el atardecer desde las auténticas colinas de Ngong en África. Evocar esa imagen me proporciona una inusitada paz. Los dibujaría, para seguidamente arrancar el dibujo; y hacer con él, una avioneta de papel que sobrevolase aquí, en el entorno de La Madriguera, mis particulares colinas de Ngong. Las que cada mañana cuando alzo la vista provocan en mí un sentimiento de pertenencia, seguridad y hogar. Pero lo cierto es que no sé dibujar salvo con palabras. Así que con ellas imagino, dibujo, trazo, cuento una historia, escribo, y me sé (por un rato) completamente feliz. E incluso puedo verme a mí misma en las colinas lejanas de Kenia, siendo yo la leona. Alma libre, siempre. Sobre todas las cosas el don de escribir, la literatura, me permite seguir siendo el alma libre que nunca he dejado de ser. El arte de contar, como el de vivir, es ir envolviendo la realidad, los secretos y los sueños en la historia adecuada, para componer un arreglo como el de las flores lo más perfecto posible a la vista y a los sentidos. En este momento una luz se enciende dentro de mí como un fogonazo. Una luz a la que la acompaña la sensación de que dentro de nosotros todo lleva trillones de trillones de años. Sin pasado. No existe el pasado en el interior de cada uno. Sólo existe una sucesión de presentes en sesión continúa. Y en este minuto de esa concatenación de instantes sucesivos, pide la vez, a la búsqueda de respuesta la pregunta: ¿Dónde está tu corazón, María? Uff. Río ante la dificultad para contestarla. Aun así, prometo hacerlo, si un día de estos cuando cómoda y silenciosamente instalada en el porche reparo en que estoy soñando despierta. Aunque no me sorprenderá, si es el caso, encontrar a mi corazón en el mismo porche de La Madriguera. ¿Quién sabe? 



“A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra. Salmo 121: 1-2”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 6 de Junio de 2022 )

lunes, 28 de marzo de 2022

28 de Marzo ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Recupero a través de una fotografía (que salta a mis ojos desde su marco en La Madriguera) el recuerdo de cuando uno de mis dibujos fue elegido para trasladarlo al muro exterior del colegio. En la imagen estoy delante de ese muro, tengo nueve años, y acabo de copiar a escala (no sin bastante dificultad por los relieves propios de la pared) el dibujo, otros compañeros han comenzado a pintarlo, o más bien, a rellenar con pintura los distintos elementos que acabo de dibujar. Llevo puesto sobre mi ropa un jersey de mi madre. Mi vestimenta habitual de trabajo, entonces y ahora, comprende (las más de las veces) alguna pieza extra, particularmente grande, de otra persona a modo de sobretodo. Desde niña tengo la costumbre de ponerme prendas de otros que me están grandes. Me sé a gusto con ellas, pues me figuro en un continúo abrazo que me hace sentir bien. Sin embargo, en la fotografía mi atuendo no se queda sólo ahí, va más allá (de manera incomprensible) y lo completa con el fin de protegerme de la lluvia, un funda de plástico, de las que se utilizan para guardar abrigos en los armarios de una temporada para otra. Lo recuerdo como si fuera ayer por lo ridículo de la idea. Cierto es que chispeó un poco, que cayeron menos de cuatro a gotas. Pero en ningún momento se formó una tormenta que llevase a pensar que tendríamos que refugiarnos bajo techado en caso de lluvia, y aún así, a alguien se le ocurrió impermeabilizarnos de ese modo, o, más bien, embutirnos como salchichas. Y, ya, lo del cinturón hecho del mismo plástico merece un capítulo aparte o ningún comentario. Decenas fueron las veces que en mi vida libre en Caótica me calé hasta los huesos, y ni por asomo recurrí a una solución tan incalificable. También es verdad que nunca me ha dado miedo mojarme, porque mojarse es crecer como tan acertadamente cantó en su día Julio Iglesias. Ni me lo daba en mi infancia, ni me lo da en la actualidad; al contrario, a veces tengo la necesidad de empaparme ya sea de lluvia o de amor. No soy de huir de lo que me hace sentir viva en la vida viva. Ni lo soy, ni lo he sido. Tras la pequeña digresión, regreso a la fotografía, concretamente, al día en que se realizó, pues guardo con enorme cariño el momento en mi memoria. En la misma medida, la hora, en que me anunciaron que entre un centenar de dibujos el mío era el elegido, como el día, en que tuve que copiar mi propio dibujo en el muro exterior del colegio.  《 Está en la calle. Lo que significa que los viandantes lo podrán contemplar por muchísimos años》, pensé. Y, en ese instante, fui consciente por vez primera en mi existencia de lo que era trascender mediante el arte. El hecho de que algo fruto de mi talento e imaginación obtuviese la consideración de terceros me otorgó una confianza desconocida. Hasta ese día el que crease dibujos e historias inventadas, escritas y encuadernadas artesanalmente (que tan vitales eran para mí), pensaba, era percibido como un juego de escasa importancia y nulo interés para el resto; y, de pronto, sin saber cómo aquel trabajo disciplinado e íntimo cobró vida hacia el exterior. Comprendí que lo que secretamente creaba, tenía valor para las gentes que habitaban el mundo. Y un profundo sentimiento de orgullo, de saberme útil me invadió. Lo recuerdo bien.  Es más, estoy convencida casi cuarenta años después, de que ese día fue el día en que comencé a crecer y a defender con fe y gallardía mi espacio y mi tiempo para crear, como si en ello me fuese la vida. Lo cierto es que me iba. Visto lo visto. Afortunadamente, me iba. En numerosas ocasiones he contemplado esta fotografía. Siempre la he tenido al alcance, a modo de un compromiso con la María tímida y artista que en ella asoma. Humilde, sin querer destacar nunca. Con un grandísimo mundo interior lleno de creatividad e ingenio que la iba fortaleciendo, y por el que callada y sosegadamente, con toda su energía apostaba con seriedad. He sentido en cada ocasión al mirarla, pues me es imposible no sentirlo, un enorme respeto y admiración por la María de entonces. Por la fuerza interior que poseía. Por esa sonrisa que ya se intuía como una sonrisa de esas sonrisas imposibles de derrotar.


“Conforme a vuestra fe os sea hecho.  Mateo 9:29”

María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 28 de Marzo de 2022)

lunes, 28 de febrero de 2022

28 de Febrero ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Veintiocho dulces y gélidos días desaparecen ante mis ojos. Marzo asoma. Febrero, hoy, se va. Febrero se despide, jamás va a volver con las hechuras del veintidós. Otros febreros llegarán, seguramente mucho mejores. Pero serán otros, no este. Dicen que el invierno es para soñar sentados frente a chimeneas que arden con ganas. A mí el invierno me sirve para proyectar, sea un jardín hermoso, unos arreglos (aquí y allá) en el exterior de la casa, unos muebles buscados como aguja en pajar (quizás encargados adrede) para que le den más personalidad al interior de La Madriguera, incluso, ideas para el próximo calendario de Adviento (ay, la Navidad). Todo ello, cada uno de los proyectos, se cuecen en mi interior a fuego lento. Asumo que en las últimas jornadas el avance en cada uno de ellos ha sido notable. Y no es porque el invierno esté llegando a su fin. Podría ser, pero no. No es por ese motivo. Más bien la verdadera razón es otra. Nuna y yo, estamos escuchando mientras cocino un nuevo audiolibro y está siendo una fuente inagotable de inspiración. De él surge el impulso y la inventiva que necesitaba. El caso, es que el amor a los objetos y a una existencia cuidada que en la narración trascienden a la propia historia; a mí, me conduce a valorar todavía más mi forma de entender el hogar. Y, no solamente, a valorar más; también, a esmerarme hasta lo indecible para que de ese modo cada uno de los proyectos culmine con un mayor éxito. Me explico: no sé la hora exacta de las algo más de diecisiete que dura el audiolibro en que noté de pronto como las ideas se agolpaban en mi mente con frescura y obstinación. Pero lo cierto es que así ocurrió. Me alegré enormemente cuando al repensarlas a posteriori constaté que además eran brillantes. Entonces, de la emoción, palmeé las manos al aire, choqué los cinco con Nuna, le besé la trufa. Ella bostezó. Me dejó por imposible. Se estiró largamente en el sofá y yo seguí contentísima con el hallazgo, como niña en día de feria de verano. En este instante mi querido diario del discurrir, permíteme un breve descanso. Voy a por un café con leche y unas galletas. Son las cinco. Hora del té. (Tic, tac. Tic, tac. Ñam, ñam. Ñam, ñam.) Diez minutos después, estoy de nuevo aquí sentada frente a ti. Regreso con una pregunta deslizándose por mi mente como por tobogán de parque infantil. Es decir, sin poder esperar y con aspavientos. 《¿Qué sería de nosotros si no proyectásemos?》 En negro sobre blanco la pregunta existe desde este preciso instante. ¿Qué sería de nosotros si no proyectásemos? Y añado, elevando la apuesta (hagan juego señores): ¿cómo de terriblemente triste sería nuestra existencia si no proyectásemos amor en los otros, vida en las flores, libertad a nuestros sueños, ilusión en las ocurrencias serias y no tan serias, ímpetu al trajinar del cada día, compromiso con nuestros hijos, hermanos, historias contadas y perro fiel, lealtad con la naturaleza, esperanza en el día que está por venir, fe en nuestro Dios? Y, continúo: ¿cuánta soledad cabe en una existencia sin proyectos? Muchísima, creo yo. Tanta, que ni límite se conoce. Enciendo la lámpara de la mesa donde escribo. Se va la tarde. Se oscurece el último día de este febrero que no volverá a repetirse. Y, lo hace, arrojando luz, una hermosa y cálida luz, en este diario del discurrir, en esta existencia mía llena de fe y esplendor, en este refugio que es La Madriguera. Tal que agradecida me siento y en paz estoy, puesto que la luz de febrero ilumina el hecho incuestionable de saber que única y exclusivamente en cada uno de nosotros reside el poder de proyectar, crear, dar. Seguidamente, abro la biblia. A mis ojos un versículo al azar. Todo está aquí, en sus páginas. Sonrío. El libro de los libros. “Den, y se les dará: se les echará en el regazo una medida llena, apretada, sacudida y desbordante. Porque con la medida que midan a otros, se les medirá a ustedes. Lucas 6:38”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 28 de Febrero de 2022 ) 

lunes, 17 de enero de 2022

17 de Enero ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Es entonces, y sólo entonces, cuando vuelvo a la realidad, cuando emerjo de ese tiempo aparte del tiempo que es la cocina. Reparo en que la tarde ya ha entrado, que la luz en el exterior de La Madriguera ha cambiado, que he bebido y comido, que he sido completa y absolutamente feliz. Casi como cuando escribo. Casi, pero de otra manera.


》 Miércoles, cinco de enero. Escribí hace unos días la carta a Sus Majestades los Reyes de Oriente. Les pedí viento. Y en la madrugada de la noche de Reyes desde mi dulce refugio atiendo porque escucho, le oigo soplar. Sonrío extasiada. Me arrebujo con el embozo de la sábana. Por un instante soy la niña que fui. Sus Majestades me han concedido el deseo. Pienso que mañana escribiré sobre ello. Y, entonces, sí que seré completa y absolutamente feliz. Sin un casi, lo seré del todo. No sé si existo porque soy contadora de historias o soy contadora de historias porque existo. Lo que sí que sé es que escribir es lo que me define, lo que le da sentido a todo. Es mi razón de ser, sin duda alguna. Demasiadas son ya las veces en que me he manifestado al respecto. Así que mejor regresar al viento. Aunque si lo pienso, también, son unas cuantas las veces que he escrito sobre el viento, sobre lo mucho que lo necesito. Es el día cinco del año. Madrugo con el anhelo de caminar para que el viento me envuelva. Lo mío con el viento es amor. Camino. Caminar de ese modo es duro. Empleo la fuerza, la firmeza, los muchos años de disciplina. Casi siglos, pienso. Rio, al pensar. Me sujeto a los bastones. Hoy me son indispensables. Me impulso con ellos. Camino erguida. Recta. Miro al frente. Contemplo las colinas de Ngong. Mi corazón se alegra siempre cuando observo su contorno singular y único. A veces, mientras duermo profundamente, sueño con Denys Finch-Hatton sonriendo a mi lado. Siempre cómplices, siempre por placer, lejos los dos de cualquier triste cantinela. Otras no hace falta soñar, lo intuyo, intuyo su perfil de belleza serena, cuando veo cómo su avioneta sobrevuela las colinas. Él no lo sabe. Bueno, igual me equivoco. Y, lo sabe. Le llamo con entusiasmo a gritos, feliz: 《Denys, Denys, Denys》 El camino de hoy es un buen camino, mi caminar decidido me lleva de un kilómetro a otro hasta llegar a La Madriguera. Es mucho el trabajo que me aguarda en el interior. Tengo que preparar la cena, levantar una mesa, mirar hacia otra parte mientras los pajes dejan los regalos en el cesto de Don Farol, y, sobre todo, tengo que elaborar mi postre de Reyes, una versión de la Galette de Rois, francesa. Tengo la cabeza despejada y el cuerpo despierto, los movimientos ágiles, me concentro sin dificultad. Prendo unos cabos de vela, conecto el audiolibro de Jeanette Winterson, hoy me sorprende con un relato de terror, que no recuerdo haber escuchado antes. Sé que me hará reír. No tengo hechuras de miedosa. Pasan las medias horas, el viento azota el exterior y el aroma de la cocina se expande por todos los rincones. La Madriguera es una cápsula de tiempo, aroma y bienestar. Me satisface que este sea mi hogar. Cocino sopa de galets, salmón con cebolla caramelizada y beicon, y la tarta de Reyes. Pienso de nuevo en Denys. Sonrío. Imposible no hacerlo. Suena el teléfono, desde otro espacio de vida y tiempo, me desean una feliz noche y un feliz día de Reyes. Cuelgo. A continuación, soy yo la que para desear, marca imaginariamente los números de un teléfono. Sonrío. Sonrío. Sonrío. Ay, qué felicidad sólo de pensar. Me preparo una infusión antes de ordenar la cocina y que quede impoluta tras el cocinado. Mientras tanto pienso en las decenas de personas que por hache o por be, en estos momentos, todavía están escribiendo la carta a los Reyes. Si pudiera decirles que no se apuren por llevar retraso, lo haría. Si pudiera decirles que escriban su carta directamente desde el corazón porque esa es la única manera en que los sueños se hacen realidad, lo haría. Si pudiera decirles (que sobre todas las cosas) amen a quien o a lo que para ellos vale la pena, ya que con los años se descubrirán así mismos en ese amor, por supuesto, también lo haría. Pero, ¿quién soy yo? Salvo una contadora de historias. 


“El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. Juan 4:8”


María Aixa Sanz

(La Madriguera, 17 de Enero de 2022 ) 

lunes, 10 de enero de 2022

10 de Enero ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


A cierta edad uno ya ha aprendido que para que la última noche del año resulte perfecta en realidad sólo se necesitan cuatro ingredientes: mucha y buena comida, risas, música, e ilusión por algo en concreto en el año a estrenar. Con esta fórmula es raro, el uno de enero, no estar medianamente satisfecho. No ver la belleza en el cielo prístino del primer día del año. Y, si bien, en la entrada de este lunes (en mi promesa de seguir contando la Navidad) podría dedicarme a valorar los pros y contras de las distintas maneras de celebrar la Nochevieja, prefiero dedicar la hora a escribir sobre algo que (con el paso del tiempo) he descubierto lo mucho que me llega a gustar. Me refiero a la semana que va desde el día siguiente de Navidad a año nuevo. A ese ínterin que va de una celebración a otra. Cuando la Nochebuena y el día de Navidad dan paso a jornadas navideñas que transitan por sendas más relajantes e íntimas. 

》Miércoles, veintinueve de diciembre. Desde hace años en esta semana (en la que aun disfruto de las vacaciones de invierno) madrugo más de lo habitual. Lo prefiero. Despierto cuando todavía es de noche, me levanto con energía, salgo al exterior, y quien me da los buenos días es el frío día por despuntar. Tengo la necesidad de apurar lo que queda de año, de perder todavía menos el tiempo. Salgo al camino con las primeras luces del alba y cuando a media mañana el entreno forma parte ya del notable, dedico mi presente (las más de las veces) a cocinar para mí. Es decir, a cocinar por el placer de cocinar. Cocino fruto del capricho o del deseo de la hora viandas apetecibles y sabrosas, y dulces deliciosos que se funden en el paladar. Nunca sé al despertar qué es lo que acabaré cocinando entre media mañana y mediodía. Y, como la elección, es por apetencia más que por otro factor tengo (adrede) para esos días la despensa y la nevera llena de un buen surtido de materia prima. Al cocinado de estas jornadas, ya es tradición navideña, acompañarlo con el audiolibro de cuentos y recetas navideñas de Jeanette Winterson que Santa Claus trajo para mí en su saco allá por el 2018. Me satisface enormemente este cocinar lento atendiendo una ficción. Me gusta por la comunión que se produce entre la contadora de historias que soy y la aprendiz de cocinera que siempre seré. Es un momento íntimo y solitario en el que mi mente se expande y deja de pensar. Escuchar y cocinar ocupan mi presente. Y, en esta Navidad, tras meses de orgullo, esfuerzo y mérito, abandonarme al olvido en la última semana del año está siendo liberador y sanador. La cocina de La Madriguera se convierte en mi patio de recreo, como por las tardes lo es sentarme a escribir. Apuro hasta el último minuto. Agradecida y bendecida. Por ejemplo, hoy mismo, bajo la divertida mirada de la enorme figura de Santa Claus que preside la cocina, preparo unos bocados de salmón ahumado. Siguiendo el concepto de la receta de un Wellington de salmón, he decidido elaborar pequeños hojaldres de salmón a modo de aperitivo. En estas fechas solemos recibir visitas inesperadas (conocidos que están de paso, vecinos que traen un presente) y cuando eso sucede nos gusta improvisar un tentempié en los cómodos sillones del porche aclimatado. Para ello me encanta tener preparado en la nevera alguna clase de piscolabis para poder calentar con un golpe de horno, mientras Alberto sirve bebidas al gusto. Así que pongo agua en una olla, le añado sal, para a continuación cuando rompa a hervir verter en ella un puñado de espinacas. El proceso no dura más de veinte minutos. Una vez hervidas las escurro en un colador y mientras se enfrían, fileteo el salmón ahumado a tiras de unos cuatro centímetros de ancho. Cuando tengo una cantidad considerable, lo reservo. Extiendo una masa de hojaldre recién sacada del frigorífico para que esté todavía fría mientras trabajo en ella, la punteo con un tenedor, y, la corto en horizontal en tres partes. Sobre esas partes coloco las tiras de salmón ahumado también en horizontal y sobre el salmón unas buenas cucharas de queso suave y cremoso, y por encima del queso, reparto las espinacas. Después enrollo el hojaldre de abajo arriba. Una vez enrollado, voy cortando los tres largos cilindros resultantes en porciones de unos cinco centímetros. Coloco la treintena de hojaldritos que obtengo sobre papel vegetal en la bandeja del horno, los pincelo con huevo batido y los decoro con semillas de sésamo. Horneo. Y, mientras los hojaldritos rellenos de salmón van tomando forma a poco más de doscientos grados en algo menos de media hora, mezclo las espinacas restantes y el queso sobrante en un cuenco y en otra masa de hojaldre preparo unas riquísimas empanadillas. En el momento en que salta a mis oídos el 《Bip-Bip-Bip-Bip-Bip》 del horno, y cambio una bandeja por otra, suena en el audiolibro un Silent night como transición de un relato a otro que me pone la piel de gallina. Es entonces, y sólo entonces, cuando vuelvo a la realidad, cuando emerjo de ese tiempo aparte del tiempo que es la cocina. Reparo en que la tarde ya ha entrado, que la luz en el exterior de La Madriguera ha cambiado, que he bebido y comido, que he sido completa y absolutamente feliz. Casi como cuando escribo. Casi, pero de otra manera.《


“Luego Nehemías añadió: «Ya pueden irse. Coman bien, tomen bebidas dulces y compartan su comida con quienes no tengan nada, porque este día ha sido consagrado a nuestro Señor. No estén tristes, pues el gozo del Señor es nuestra fortaleza». Nehemías 8:10”.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 10 de Enero de 2022 ) 

jueves, 6 de enero de 2022

6 de Enero ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


No son sólo palabras. Son las historias donde reposa mi corazón. Lo más valioso que poseo. Lo que en realidad soy. Son mi razón de ser. Son la promesa de contar. De contar siempre. El sentido de mis horas. Y, también son, mi ofrenda a mi Dios.

》Viernes, veinticuatro de diciembre. Es la mañana de Nochebuena. Son las siete y cuarenta de la mañana. Afuera en el exterior nieva. La Madriguera entreabre los ojos bella y serena. Enciendo en la cocina la larga vela de la víspera de Navidad en el candelabro que tengo expresamente para tal fin. Es uno de mis rituales navideños, prender una larga vela y que con su luz ilumine los alimentos que debo preparar para la noche y para la comida de mañana. Al terminar el cocinado si la vela no se ha consumido del todo, la apago, y no la vuelvo a prender hasta el cuarto domingo de Adviento del año próximo. He acabado de desayunar, y ahora, me anudo el delantal y comienzo a cocinar con la sonrisa en los labios, música en el corazón y la intención llena de amor. El propósito loable de alimentar al prójimo que es la manera en que en los millones de hogares cristianos se acomete el día de hoy, no es diferente en La Madriguera. Cocinaré para todos y para mí. E incluso anticipando el cansancio que se apoderará de mi cuerpo al final del día, no me cabe la más mínima duda, de que estaré tremendamente orgullosa y satisfecha de haber logrado el cocinado perfecto para la celebración de la esperanza y del poder de la luz frente a la oscuridad en la noche más bonita del año. Sin dilación me sumerjo en un tiempo aparte dentro del mismo tiempo, cocino; y más tarde, cantando villancicos, Nuna y yo, iremos a recoger el misterio en el taller de los hermanos Solane. 《¡Chas!》 Como en un cuento, con un chasquido de dedos, en este momento Nuna y yo estamos regresando con el misterio debajo del brazo. Han trascurrido algo más de cuatro horas y media desde que anoté que eran las siete y cuarenta. Nuna anda contenta, se mueve en círculos alrededor de mí. Está agitada como si supiera. No. Como si  supiera, no. Sé que en realidad sabe. El misterio está muy bien embalado. Al entrar en casa lo dejo sobre la alfombra frente al gran mueble de La Madriguera. Nuna se queda a mi lado en vez de salir disparada hacia otra parte. Observa. Lo desenvuelve conmigo. Tira del papel. Muerde las cintas que lo atan. Y, de pronto, se detiene y atiende con todos sus sentidos. Destapo con extremo cuidado la caja bajo su atenta mirada. Es una caja a modo de cofre. La abro. Me sorprende ver el misterio frente a nosotras como si fuese un imposible o más bien un milagro. Con precaución lo saco y lo elevo. Lo sostengo en mis manos con orgullo. Jamás he visto nada tan hermoso. Nuna está de pie, quieta, solemne. Lo mira. Se lo enseño, se lo ofrezco, sé que no lo va a romper. Convencida estoy. Le digo: 《¡Nuna, mira el Niño Dios! 》 y en este instante aparece la magia, soy testigo, cuidadosamente con su gran hocico lo besa, como me besa a mí, como besa a quien ama. Besa al niño Dios. Ni a María, ni a José, ni a Melchor, ni a Gaspar, ni a Baltasar, besa al niño Dios. Espontáneamente brotan lágrimas de mis ojos. Me embarga una emoción sin igual. Sorprendida dejó el misterio sobre el gran mueble, apabullada por el instante, y me abrazo a Nuna. Le tomo la cabeza entre mis manos y la beso, miro sus profundos ojos negros, qué sabia e infinita es. Sé que este será el momento más grandioso de la Navidad. Por la que la recordaré siempre. Me cuesta librarme de la emoción. Me seco las lágrimas que resbalan por mis mejillas regordetas y salgo afuera al exterior. Necesito aire. Respirar. Oxígeno. 《¡Chas!》 Como en un cuento, con un chasquido de dedos, estoy levantado la mesa de Nochebuena. Recuperada la compostura, he de crear un centro de mesa que aunque estudiado en mi mente, todavía me falta ver su efecto en la realidad. En principio me cuesta cogerle el punto;  pero luego, el instinto me lleva por el carril del equilibrio y la belleza. Todo encaja. Cuando lo contemplo, y observo, como le suma al conjunto final tengo ganas de abrir una botella de champán Y, lo hago, por qué no, es Navidad. Descorcho el champán. 《Bum》 Y brindo por todos los apasionados de las mesas. 《Chinchín》 (¡Ojo, spoiler! En ese minuto todavía desconozco cómo el efecto que produce la mesa en mis invitados, las alabanzas que por ella me sobrevienen, me elevarán más que las burbujas de la bebida espirituosa). 《¡Chas!》 Como en un cuento, con un chasquido de dedos, es la hora previa a la cena de Nochebuena. Es la hora en que todo luce bello y la casa en silencio aguarda la algarabía que se produce con la llegada de los invitados. Y, en esos minutos en que todo está en orden, recuerdo que aún me queda por abrir el último cajoncito del calendario de Adviento. Soy consciente desde ayer de la magia que posee. Y saberlo, junto al momento mágico vivido con el misterio y Nuna, me hace sentir inmensa. Estoy palpando la magia de la Navidad. La habito. Es Nochebuena. Soy afortunada. Me sé bendecida, y estoy agradecida por todo lo bonito que me rodea, por ser hija de Dios, por poder caminar y por apostar siempre por la vida viva. Cuando a finales de noviembre pensé en rellenar los cajoncitos del calendario se me ocurrió (sentada en el rincón de la cocina donde me gusta desayunar) anotar en veinticuatro papelitos la sorpresa del día. Así que corte veinticuatro trozos de papel y fui anotando en veintidós (de manera alterna): 《galleta》, 《chocolatina》, 《bombón》, 《piruleta》; y en los dos restantes, 《cantad un villancico》, y, 《regalo》. Seguidamente los doblé, mezclé y amontoné sin ton ni son. Un rato después, los fui colocando sin orden ni concierto dentro de los cajoncitos; y, llegado el uno de diciembre, la magia del calendario de Adviento se fue manifestando, estrenándose con 《cantad un villancico》. No pudo tener un mejor comienzo. Canté Last Christmas a pleno pulmón. Las galletas, piruletas, bombones, chocolatinas hicieron acto de presencia en los días posteriores; y ayer, fue más que evidente cuál sería el contenido del cajoncito de hoy, del día 24. Lo abro, saco el papelito, lo desdoblo y leo: 《R E G A L O》. La magia de la Navidad de nuevo. En mis manos está. Danzo. Cojo el regalo que compré adrede e hice envolver para regalo sin haberlo visto. Rasgo el papel. Es la enciclopedia de pájaros que tanto deseaba. 《¡Biennnnnn!》 Realmente estoy habitando en la magia y la alegría. Esto será también algo por lo que recordar la Navidad de 2021. 《¡Chas!》Como en un cuento, con un chasquido de dedos, es la Nochebuena la noche más bonita del año. Alrededor de la mesa todo resulta perfecto. Bello. Hallo durante la cena la magia en la armonía que brota de cada gesto, sonrisa, bocado y trago. Hay felicidad. Se come, se bebe, se ríe, se ama. También hay regalos. Pijamas, libros, camisones, bufandas, gorros, jerséis, botines, botas, peluches, juegos y juguetes… Nos sentimos felices como chiquillos y bendecidos porque el Niño Dios ha nacido. ES NAVIDAD. En verdad, ese es el auténtico regalo. Somos muy conscientes de ello, de que ese es el único regalo que en verdad importa. Por fin, es Navidad. Y, vivir una Navidad más, siempre es la más mágica y grande de las bendiciones. 《


“Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había dicho por medio del profeta: «La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y lo llamarán Emanuel» (que significa «Dios con nosotros») Mateo 1:22-23.”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 6 de Enero de 2022)

lunes, 3 de enero de 2022

3 de Enero ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


“Empieza como quieres continuar, y continúa como empezaste, y deja que el Señor sea todo en todo para ti”. Con este consejo de Charles H. Spurgeon comencé hace doce meses mi nueva vida y, también, estos diarios. Hoy, en uno de ellos, concretamente en el diario del discurrir (obviando mi propia regla de comenzar mes en el diario natural) estreno mes y año con la que será mi primera entrada. En él empiezo el segundo año de los diarios, y el dos mil veintidós de la civilización cristiana. La elección del diario del discurrir obedece al deseo de querer contar la Navidad, antes de adentrarme en el diario natural con las reflexiones que surgen del camino y de la vida afuera en el exterior. Vivir la Navidad con entusiasmo, disfrutar de la desconexión y la falta de horarios de las vacaciones de invierno, y ser una buena anfitriona para hacer sentirse a todos a gusto e importantes, me ha mantenido alejada de la página en blanco. Sinceramente, no he parado quieta. Y no exagero al subrayar que no he tenido ni tiempo ni espacio para sentarme y escribir. No obstante, fui anotando frases sueltas a lo largo de los días en una nota del teléfono (que estoy consultando en este exacto momento) y que titulé: "Días de Navidad". Se dibuja una sonrisa en mi rostro al recordar como cada vez que abocaba en ella de manera rápida hechos y pensamientos de una claridad asombrosa (para a continuación sumergirme de nuevo en el trajín y en la magia de la Navidad) me sentía reconfortada al pensar cómo disfrutaría escribiendo sobre ellos cuando la calma de la rutina regresase a mis días. Ahora, ya instalada de nuevo en la tarde serena de La Madriguera, con tiempo y espacio para escribir, sé que si de algo he de dar cuenta de esta Navidad es de la magia que he hallado en su interior. Las bendiciones y las bondades que Dios me ha ido ofreciendo en estos días han llegado a mí a través de momentos realmente mágicos que me han emocionado como nunca antes. Ser testigo de la magia que habita mi existencia es lo que ha convertido esta Navidad en una Navidad sin punto de comparación. Y, el ser absolutamente consciente de estar viviendo instantes tan especiales, me ha dado de nuevo la medida de lo afortunada que soy. De la fortuna que es estar vivo y sentirse vivo. Así que de preguntarme alguien por estas Navidades, le diría que han sido en verdad mágicas y emocionantes, y que estoy profundamente agradecida por la fortuna que ha sido vivirlas. Pero para contar bien, debo situarme en la antesala de la Navidad, es decir, en los días previos, para después seguir sobre todo con el día de Nochebuena, y horas después, con el ínterin que va desde ese día a año nuevo. Muy probablemente pasaré buena parte de enero escribiendo sobre la Navidad. ¡Cómo me agrada la idea! Pues soy de las personas a las que les apena su fin. Escribir será mi forma de alargar la época más maravillosa del año. 

》Lunes, veinte de diciembre. A cuatro tardes de la víspera de Navidad, con el calendario de Adviento con veinte de sus cajoncitos abiertos, con los regalos en el cesto de Don Farol a la espera de ser repartidos por Santa, con los manteles y servilletas planchados y doblados cuidadosamente, y las velas en los candelabros preparadas para alumbrar la noche más bonita del año, La Madriguera está bella en su quietud, mientras yo escribo en una nota en vez de en uno de mis diarios. Escribir siempre. No contar todo. Dejar siempre un hilo enhebrado del que poder tirar. Ese hilo será estas anotaciones rápidas, vividas y sinceras, porque lo cierto es que me falta la serenidad y el tiempo para sentarme a escribir. Tengo el cuerpo de vacaciones. Anoche, durmiendo, estalló en mí el espíritu relajado de la Navidad y esta mañana al caminar era como caminar por su interior. La climatología y el ambiente son de Navidad. Todo es calma. Todo es luz. Mañana será el primer día de invierno, el día más corto del año. Y que el invierno llegue en mitad de los días vibrantes, excitantes, ajetreados y alegres de la Navidad es la mejor manera de arribar. Es lo que pienso, mientras mi oído atiende a las voces animadas de los seres que habitan el jardín. Está en mí el convencimiento de que este invierno será el mejor preámbulo que cualquier primavera puede desear. Y mi mano, súbitamente, como guiada por el amor de más de dos mil años, escribe en un acto lleno de fe, con la certeza de quien confía su vida a Dios: “Tengan su corazón en paz con Cristo, y él los visitará con frecuencia, y así convertirá los días de la semana en domingos, las comidas en sacramentos, los hogares en templos y la tierra en el cielo”. Charles H. Spurgeon.《

Termino la primera entrada del año y del mes con otra reflexión de Charles H. Spurgeon. Dejo de escribir en este punto, con la promesa de que con las horas, el próximo lunes, o, igual antes, quizás mañana, o tal vez, el día de Reyes, proseguiré con el día de Nochebuena. Con la promesa de contar siempre. De contar, amar y VIVIR en mayúsculas y siempre; y por supuestísimo, de caminar como en todo con la bendición de Dios. Te prometo caminarte, veintidós. Bien hallada en ti. ¡Vamos!


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 3 de Enero de 2022 )

lunes, 13 de diciembre de 2021

13 de Diciembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Son las cinco y cincuenta de la mañana, La Madriguera duerme caldeada en el confort de los sueños. Acabo de levantarme. De hecho, estoy con un copioso desayuno frente a mí en la esquina de la cocina donde me gusta desayunar. Si hubiese amanecido, el sol iluminaría este rincón de un modo mágico. Pero todavía es de noche. Lo cierto es que tengo un hambre voraz en estos momentos. Necesito comer, tanto como respirar. Hoy, en La Madriguera, comenzamos las vacaciones de Navidad y lo haremos sembrando en el jardín los setenta y dos bulbos de otoño que adquirimos exprofeso. Crocus, narcisos, jacintos, amarilis, tulipanes, peonías, calas y ranúnculos (al finalizar la tarde) estarán situados en disposición de crecer para regalarnos a partir de febrero una parte incontable de su belleza. Echaba muchísimo de menos vivir la Navidad como la estoy viviendo en este diciembre. Estoy llevando a cabo los planes que tenía en mente, aunque sinceramente, lo que más me divierte es lograr que lleguen a buen puerto los improvisados, los que surgen sobre la marcha. Como, por ejemplo, las tres mesas que he levantado demás y que no planeé para los tres primeros domingos de Adviento. La Madriguera vuelve a ser lugar de reunión. Alberto no deja de invitar a gente, enciende la barbacoa, asa carne, prepara salsas, y ríe, feliz; y, yo, por mi parte, cocino un solomillo Wellington o un Wellington de salmón, y un tatin de manzana, escojo un mantel, echo un vistazo a los adornos de mesa que tengo, saco la vajilla y las copas adecuadas, y levanto una mesa en un tiempo récord, sorprendida y satisfecha. Bendigo agradecida la mesa dispuesta: “El Señor te protegerá; de todo mal protegerá tu vida. El Señor te cuidará en el hogar y en el camino, desde ahora y para siempre. Salmo 121: 7-8." Es una fortuna poder tener para dar y recibir. Es un privilegio poder contar con la dicha del alimento en forma de viandas para el estómago, en amistad y tertulia para el espíritu, en amor para el corazón. Es gozo en el alma ser consciente de que en todo está Dios. Somos fruto de Dios. Todo es fruto de su bondad, de sus bendiciones. En esta hora que va de la noche al día mis pensamientos siempre son cálidos, y mi yo, es un yo, esperanzado y sereno. Lleno de fe. Reparo en que ése es mi yo real, cuando estoy a punto de terminarme el desayuno, y mi vista descansa sobre el lugar perfecto donde en unos días colocaré el misterio de Navidad. El día veinticuatro Nuna y yo debemos recogerlo en la alfarería de los hermanos Solane, puesto que las dos juntas lo encargamos como regalo para La Madriguera, cuando (por casualidad) descubrimos el lugar en uno de nuestros paseos. Nuna levantó la cabeza, la irguió en un ángulo lleno de elegancia, olisqueó el aire y condujo nuestros pasos hasta la puerta de los hermanos Solane. En la alfarería los tres hermanos (al unísono) nos dieron la bienvenida con los modales propios de la gente honrada que no concibe la existencia si no es madrugando para trabajar con diligencia y ganas. Fue la pequeña de los tres, Martha, quien nos mostró la media docena de misterios que lucen sobre una estantería a modo de expositor, y que por encargo, crean desde septiembre a la víspera de Navidad. Nuna y yo los revisamos atentamente y sin saber exactamente la razón al llegar al cuarto Nuna ladró con el entusiasmo que muestra cuando con terquedad demanda algo. De manera que todo quedó dicho. Le encargamos a Martha nuestro misterio, y en la mañana de Nochebuena, debemos recogerlo. Sonrío en este instante, pues desde aquí la oigo roncar. No se levanta hasta que no lo hace Alberto. No tardarán mucho, mientras tanto, mientras La Madriguera es un remanso de paz, mío, y sólo mío, recojo los restos del desayuno, friego la taza del café, la copa del zumo, el cuenco de los cereales y el vaso de agua. Me desperezo. Me abrigo. Salgo al porche a ver amanecer y a agradecerle a Dios un día más de vida para cada uno de nosotros, a agradecerle esta Navidad perfecta. Decido de pie en el jardín (frente al sol redondo que asoma tercamente y es bendición) que diciembre, sin ninguna duda, es el mes más bonito del año, probablemente mi preferido. Mi espíritu navideño está contento. Yo estoy contenta.  Mi entorno está contento. Observo el camino tras los márgenes de La Madriguera, miro mis pies y me digo: “El Señor te protegerá; de todo mal protegerá tu vida. El Señor te cuidará en el hogar y en el camino, desde ahora y para siempre. Salmo 121: 7-8. “


¡Feliz Navidad!

María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 13 de diciembre de 2021 ) 

lunes, 29 de noviembre de 2021

29 de Noviembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


El primer domingo de Adviento quedó atrás y a pocas horas de que diciembre se presente y vista de gala los hogares cristianos, en La Madriguera las mesas están ideadas y los regalos listados en la carta a Santa Claus. Noviembre (como escribí en el diario natural en la entrada del día veintidós) ha sido un mes potente que me ha dejado dádivas en los márgenes del camino en forma de recompensas, emociones y libertad. Y, noviembre, también ha sido el mes de idear las mesas a levantar en las próximas semanas. Me gusta utilizar el verbo levantar para referirme a montar una mesa, ya que en mi mente es una construcción que se alza, se levanta sobre un mantel hacia la boca y el bienestar del comensal. Tres mesas he pergeñado para esta Navidad. Una que montaré el cuarto domingo de Adviento y que será la que nos llevará en volandas hasta la Nochebuena, donde brillará la segunda, para dar paso a la tercera, el día de Navidad. No es poco trabajo. Una buena mesa no sólo requiere de un maravilloso mantel escogido con mimo, también demanda de menaje y adornos elegidos en concordancia al mantel, y al color que se desea resaltar, que servirá de hilo conductor para lograr el conjunto deseado. Ahora, con todo guardado en el gran mueble de La Madriguera, respiro aliviada. Hacerme con las tres composiciones me ha llevado buena parte del mes, y hoy (último lunes de noviembre) me he visto a mí misma (por primera vez en muchos días) libre para regresar a mis rutinas. En este momento sentada frente al diario del discurrir, me doy cuenta de que por no caer en la repetición (lo que me da bastante repelús) idearlas y levantarlas me ha supuesto tirar del ingenio como nunca antes. Mi costumbre de huir de lo mediocre me exige mesas de Navidad diferentes para años distintos. Algo, bastante lógico, en mi modo de entender la existencia. Recuerdo con ternura el momento en el que mientras me encontraba inmersa en el proceso de conformar la mesa idónea que no ideal, vino a mi mente una escena de una de mis historias vivero. ¿Qué es una historia vivero? Son historias que escribo y en vez de ser publicadas nutren ya sea con personajes, escenas, ambientaciones, colorido, diálogo, ideas y reflexiones las que sí que se publican en forma de novela. Son el semillero desde donde en más de una ocasión brotan las otras. No es un truco o una martingala de esta escritora, son donde transcurren mis horas cuando nadie me ve. Me refiero al lugar donde estoy, en el que escribo, en el que soy absolutamente feliz y me siento ligera como la brisa, cuando terceros pueden llegar a pensar que estoy de brazos cruzados o que he dejado de escribir. La realidad es que escribo de continuo ya sea en novelas, en ensayos reflexivos vivos y naturales, en diarios o en historias vivero; puesto que es lo que hace el auténtico contador de historias, aunque no publique de seguido. Y, ahora, regreso al punto en que en mitad del trajín se presentó ante mí una escena a la que guardo un enorme cariño, pues pertenece a una historia vivero cuya escritura fue una aventura realmente hermosa. Al recordarla me sentí agradecida y bendecida por haberla podido imaginar, desarrollar y contar, y pensé que navideña como es, podría muy bien, rescatarla de las páginas vivero, y llegada la hora, transcribirla en este diario como un maravilloso modo de celebrar la Navidad. Así que busqué la escena y, si bien, mejoró el recuerdo que tenía de ella, comprobé que era imposible de trasladar por su extensión. Necesitaría algo más de diez entradas, es decir, un cuarto de diario. Desconcertada me preparé una infusión, pensando en qué hacer. Decidí al rato bosquejarla con grandes trazos, resumirla a más no poder en este diario, y aun consciente de restar con ello el hechizo de la historia bien narrada, pensé que algo de su magia y de la luz de Navidad que la impregna acabaría traspasando el papel. La escena transcurre en el pueblo imaginario de Bob, en la Nochebuena. Unos minutos antes de las doce los habitantes de la población se reúnen en el claro del bosque, pues ha corrido la voz de que una sorpresa les aguarda de la mano de una familia de errantes. Cuando llegan al claro constatan cuán de cierto hay en el aviso, ya que en su centro se halla un enorme armario de roble iluminado por un gran foco. Parlotean y anhelan no saben el qué, pero son conscientes de que alegres están. Expectantes se descubren cuando las puertas del gran armario se abren y muestran sus estantes vacíos. Realmente sorprendidos se encuentran al ser una escalera apoyada en él y una niña vestida de blanco ascender por ella. El asombro les invade cuando el gran foco se apaga y el latido de su corazón acelerado por la súbita oscuridad les rebota en los oídos. La piel erizada por la esperanza notan cuando llamitas como lucecitas ven. Confiados se mantienen al entender sin comprender que es la niña encendiendo progresivamente decenas de cabos de vela dispuestos en el interior del armario. Y, de pronto, como si una mano invisible hubiese pulsado un interruptor, el armario es luz en la oscuridad. Dichosos se buscan con los ojos. El júbilo les recorre el cuerpo y les calienta el corazón. Ríen y bailan contentos. Es medianoche. Es Nochebuena. El Niño Rey acaba de nacer.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 29 de Noviembre de 2021 )