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lunes, 29 de noviembre de 2021

29 de Noviembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


El primer domingo de Adviento quedó atrás y a pocas horas de que diciembre se presente y vista de gala los hogares cristianos, en La Madriguera las mesas están ideadas y los regalos listados en la carta a Santa Claus. Noviembre (como escribí en el diario natural en la entrada del día veintidós) ha sido un mes potente que me ha dejado dádivas en los márgenes del camino en forma de recompensas, emociones y libertad. Y, noviembre, también ha sido el mes de idear las mesas a levantar en las próximas semanas. Me gusta utilizar el verbo levantar para referirme a montar una mesa, ya que en mi mente es una construcción que se alza, se levanta sobre un mantel hacia la boca y el bienestar del comensal. Tres mesas he pergeñado para esta Navidad. Una que montaré el cuarto domingo de Adviento y que será la que nos llevará en volandas hasta la Nochebuena, donde brillará la segunda, para dar paso a la tercera, el día de Navidad. No es poco trabajo. Una buena mesa no sólo requiere de un maravilloso mantel escogido con mimo, también demanda de menaje y adornos elegidos en concordancia al mantel, y al color que se desea resaltar, que servirá de hilo conductor para lograr el conjunto deseado. Ahora, con todo guardado en el gran mueble de La Madriguera, respiro aliviada. Hacerme con las tres composiciones me ha llevado buena parte del mes, y hoy (último lunes de noviembre) me he visto a mí misma (por primera vez en muchos días) libre para regresar a mis rutinas. En este momento sentada frente al diario del discurrir, me doy cuenta de que por no caer en la repetición (lo que me da bastante repelús) idearlas y levantarlas me ha supuesto tirar del ingenio como nunca antes. Mi costumbre de huir de lo mediocre me exige mesas de Navidad diferentes para años distintos. Algo, bastante lógico, en mi modo de entender la existencia. Recuerdo con ternura el momento en el que mientras me encontraba inmersa en el proceso de conformar la mesa idónea que no ideal, vino a mi mente una escena de una de mis historias vivero. ¿Qué es una historia vivero? Son historias que escribo y en vez de ser publicadas nutren ya sea con personajes, escenas, ambientaciones, colorido, diálogo, ideas y reflexiones las que sí que se publican en forma de novela. Son el semillero desde donde en más de una ocasión brotan las otras. No es un truco o una martingala de esta escritora, son donde transcurren mis horas cuando nadie me ve. Me refiero al lugar donde estoy, en el que escribo, en el que soy absolutamente feliz y me siento ligera como la brisa, cuando terceros pueden llegar a pensar que estoy de brazos cruzados o que he dejado de escribir. La realidad es que escribo de continuo ya sea en novelas, en ensayos reflexivos vivos y naturales, en diarios o en historias vivero; puesto que es lo que hace el auténtico contador de historias, aunque no publique de seguido. Y, ahora, regreso al punto en que en mitad del trajín se presentó ante mí una escena a la que guardo un enorme cariño, pues pertenece a una historia vivero cuya escritura fue una aventura realmente hermosa. Al recordarla me sentí agradecida y bendecida por haberla podido imaginar, desarrollar y contar, y pensé que navideña como es, podría muy bien, rescatarla de las páginas vivero, y llegada la hora, transcribirla en este diario como un maravilloso modo de celebrar la Navidad. Así que busqué la escena y, si bien, mejoró el recuerdo que tenía de ella, comprobé que era imposible de trasladar por su extensión. Necesitaría algo más de diez entradas, es decir, un cuarto de diario. Desconcertada me preparé una infusión, pensando en qué hacer. Decidí al rato bosquejarla con grandes trazos, resumirla a más no poder en este diario, y aun consciente de restar con ello el hechizo de la historia bien narrada, pensé que algo de su magia y de la luz de Navidad que la impregna acabaría traspasando el papel. La escena transcurre en el pueblo imaginario de Bob, en la Nochebuena. Unos minutos antes de las doce los habitantes de la población se reúnen en el claro del bosque, pues ha corrido la voz de que una sorpresa les aguarda de la mano de una familia de errantes. Cuando llegan al claro constatan cuán de cierto hay en el aviso, ya que en su centro se halla un enorme armario de roble iluminado por un gran foco. Parlotean y anhelan no saben el qué, pero son conscientes de que alegres están. Expectantes se descubren cuando las puertas del gran armario se abren y muestran sus estantes vacíos. Realmente sorprendidos se encuentran al ser una escalera apoyada en él y una niña vestida de blanco ascender por ella. El asombro les invade cuando el gran foco se apaga y el latido de su corazón acelerado por la súbita oscuridad les rebota en los oídos. La piel erizada por la esperanza notan cuando llamitas como lucecitas ven. Confiados se mantienen al entender sin comprender que es la niña encendiendo progresivamente decenas de cabos de vela dispuestos en el interior del armario. Y, de pronto, como si una mano invisible hubiese pulsado un interruptor, el armario es luz en la oscuridad. Dichosos se buscan con los ojos. El júbilo les recorre el cuerpo y les calienta el corazón. Ríen y bailan contentos. Es medianoche. Es Nochebuena. El Niño Rey acaba de nacer.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 29 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 22 de noviembre de 2021

22 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Me aflojo los cordones de las botas y con la espalda apoyada en una roca (a la que el sol de noviembre calienta cada mañana) saco el teléfono del bolsillo del anorak rojo, y busco una página en blanco sobre la que escribir. En ella escribo lo que en la tarde del cuarto lunes de noviembre transcribiré en el diario natural, puesto que hoy es jueves, y el lunes quince, existe mentalmente esbozado. He amanecido con la energía a tope, ganas de camino, naturaleza, literatura y vida viva. No ha sido una sorpresa sentir la necesidad urgente de detenerme a escribir en mitad del camino y en plena naturaleza, sino más bien todo lo contrario, lo presentía. Escribir es la experiencia más hermosa del mundo cuando las palabras brotan solas sin saber de dónde llegan, cuando te sabes el medio para que la historia sea narrada. Ahí, cuando nada se fuerza, es cuando el oficio de contador de historias te muestra que él te eligió a ti, y no al revés. Hoy, es el día antes de mi cumpleaños, es el día en que me celebro a mí misma, es la última jornada del año que en esta fecha acaba. Estoy radiante, me sé feliz en la vida de fe y esplendor que he logrado. Noviembre está siendo un mes potente que me va dejando dádivas en los márgenes del camino en forma de recompensas, emociones y libertad. Estoy agradecida (a más no poder) por la bendición que ha sido ser lo suficientemente avispada para convertir un hecho descorazonador, como es un accidente, en una verdadera experiencia de crecimiento personal y fortaleza. Soy consciente de que sin fe, sin las oraciones, sin la Biblia, sin mi Dios no habría podido. Haber aprovechado cada una de las bondades que Dios me ha ido ofreciendo me llena de dicha; como de orgullo, haberme apoyado en él para transformar en positivo lo que a todas luces no lo era. A resultas, mi existencia en la actualidad es mejor que la de antes, y yo me percibo como distinta, y desde la serenidad también una persona mucho mejor, más auténtica y más madura. Cantan los pájaros su canción de media mañana, la luz me ciega, me asombra lo mucho que echaba de menos el invierno, lo intuía, pero desconocía hasta qué punto. Leí en uno de los diarios de May Sarton que los pájaros nunca sienten lástima de sí mismos. Esa es una lección que deberíamos aprender los humanos. Hay tantas lecciones esperándonos a la vuelta de la esquina cuando nacemos, que pensarlo produce vértigo. Contemplas a un bebé y atisbas la magnitud de un lienzo en blanco. Estoy escribiendo como si bailase con las palabras. Ellas me llevan. Los pensamientos vagabundos encuentran su acomodo en un discurso sin hechuras de texto. Se sienten libres a través de mí. Voy transformándolos en emoción mediante una hilera de símbolos negros sobre un fondo luminoso y blanco. No sé si llega a todos, probablemente sí, la hora en que todo cambia definitivamente cuando se te da a conocer que lo verdaderamente importante eres tú. Entonces (cuando llega) comprendes cómo facilita la existencia el continuo diálogo con el Dios de nuestra conciencia, con esa voz interna que te acompaña y te explica qué está bien y qué no lo está. Transcurren unos treinta minutos. O puede que menos, o más. El sol se desliza sobre la roca. La sombra me enfría. El frío se mete en los huesos, avisa. Es la hora de anudar de nuevo los cordones de las botas, guardar la página escrita y seguir con el día. Sonrío al recordar (de pronto) que hoy debo desenvolver mi regalo del último día del año. No está mal esto de celebrar un precumpleaños. De hecho, es fantástico. Dando por alcanzado mi notable (a las diez y media de la mañana) me levanto al encuentro del alto del notable, y mientras pongo un pie tras otro, y avanzo en paz conmigo misma en dirección a La Madriguera, recito mi mantra: “Orgullo, esfuerzo, mérito, olvido".


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 22 de Noviembre de 2021 ) 


* En la fotografía: precioso mantel, servilletas y camino de mesa confeccionados en lino, con estampación colorida de pájaros y naturaleza. Símbolo de la vida viva. Autoregalo del día 11.

lunes, 15 de noviembre de 2021

15 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Reparo en que en este otoño abandonar a mediodía los espacios abiertos y cambiarlos por el interior de La Madriguera me viene muy cuesta arriba. No sé si es porque en ellos todo es consuelo, alivio y aliento o porque desde ellos es más fácil alcanzar mi ansiado notable alto. Tal como voy escribiendo estas líneas en el diario natural mi cuerpo se tensa emocionado por las ganas (que desde hace días invaden mi caminar) de escribir sobre el notable alto. Pero antes de aclarar y desarrollar qué es, tomo conciencia de que me va a ser imposible reflexionar en negro sobre blanco acerca de ello sin detenerme en la tristeza, aunque sea brevemente. Valoro si hacerlo o no, y decido en un santiamén seguir adelante con el propósito inicial de la entrada de este tercer lunes de noviembre. Centrado el tema y dispuesta la página, explicar qué es el notable alto resulta bastante sencillo, pues no es más, que la nota con la que deseo valorar el día cuando va llegando a su fin. Reconozco, que en mi caso, la actitud con la que encaro y afronto las jornadas tiene mucho que ver con la satisfacción que obtengo de ellas. Una actitud que se torna determinante en esas puntuales y aisladas horas en que de sopetón la tristeza se posa sobre mí como una sombra de pena sin razón alguna para existir. Si bien es cierto que no es malo habitarla (durante unos minutos y muy de tarde en tarde) como un estadio pasajero, confieso que no le consiento que se adueñe de mi ánimo ni siquiera tres cuartos de hora. Con la tristeza hay que poner pies en pared. Ser más responsables que nunca y alejarla rápidamente y sin contemplaciones. Y, si acaso, percibo (en un momento concreto) que la tristeza se está pasando de rosca y demanda algo más de tiempo, la miro de frente y delante de su lúgubre tez chasco los dedos para despertar de su narcótica mirada,  y espantarla. 《 Jamás vas a tener derecho a exigirme nada》, le grito enfadada. La espanto. Y una vez espantada, redirijo mis sentidos a lo importante, es decir, a conseguir el notable alto, que en mi existencia se asemeja a una doctrina a seguir con una promesa en sus entrañas. Pues me debo a mí misma acostarme en la noche con una sonrisa dibujada en el rostro de manera espontánea, la conciencia en paz, el espíritu brioso y el alma satisfecha. He aprendido con los años que el notable alto no es algo difícil de conseguir si miro la existencia con el corazón, y si con él, observo, aprecio y contemplo el mundo que me rodea. Es una realidad que desde que despunta el día me encuentro rebuscando a lo largo de la jornada la belleza de los detalles y la felicidad del presente (del aquí y el ahora). En definitiva, busco (como el pirata los tesoros) las bondades que Dios me ofrece en bandeja de plata. Y las encuentro. Presto atención y las encuentro. Me rodean. Dios me abraza con ellas, y yo, me sé agradecida y bendecida con cada una, por tanto, y por todo. Hoy mismo, el amanecer desde La Madriguera ha sido para mí de nuevo la constatación de cuán fortuna es estar viva en la grandiosidad del mundo natural. El juego de colores que iba del rosa al morado, pasando por el amarillo y naranja me ha hecho correr en busca de Alberto para que fuese testigo a mi lado del esplendor de la vida. Mirando el cielo, mi mano ha buscado la suya y se ha refugiado en su interior. Sé que nada malo me puede pasar estando con él. Comenzando de tan gloriosa manera la jornada es fácil de adivinar que he alcanzado el notable cuando el mediodía ha dejado atrás la mañana. Al pensarlo, he sonreído, pues a esa hora sólo me restaba el alto, y para ello me quedaba aún toda la tarde. Afirmo (aquí) cuando faltan unos minutos para las seis que lo conseguiré. Ya que el hecho de escribir me redondea la existencia. Como también estoy en posición de asegurar que lo alcanzo todos los días. Unos, con unas bondades; y otros, con otras. El notable alto es una forma de vivir. Es mi manera de vivir. A mis cuarenta y ocho años ya sé que mi forma de vivir es mi mayor tesoro. Y, entonces, cuando uno sabe, todo es mucho más fácil: “porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Mateo 6:21”.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 15 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 8 de noviembre de 2021

8 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Nunca me he visto a mí misma como madre de familia. En cambio, sí, cabalgando sola con un jinete solitario de noble corazón (loco por mí y yo loca por él) a mi lado en su propio caballo al compás del mío, ni un paso por delante ni uno por detrás. Es lo que soy. Es lo que tengo. Siempre me ha dado un miedo atroz que la existencia de mis días esté vacía de contenido. He huido y sigo haciéndolo de todo lo que pueda significar malgastar el tiempo y la vida. Para mí desperdiciarlos es como perder la fe, es hacerle un grandísimo feo a Dios. Él nos dio como un inmenso regalo una vida  para cada uno de nosotros, y al mismo tiempo nos hizo libres para vivirla, y por ende, responsables al cien por cien de lo que en ella suceda. Por eso (por responsabilidad) me he negado siempre a que en mi vida la felicidad no nazca de mí. Yo debo ser la luz que alumbra mis días y mis noches, la luz de cuanto me rodea. No he deseado, ni deseo, que la materialización de los sueños, la alegría y la dicha lleguen a mí (en exclusiva o mayoritariamente) a través del impulso o la voluntad de terceros, porque de ese modo es como comienzan las injusticias con uno mismo y con los otros. Siempre he rechazado la actitud dependiente y pasiva. Jamás he olvidado de donde vengo y no me ha asustado saber a donde voy. Eso ha sido y es mi brújula. He procurado, hasta conseguirlo, tener una vida sencilla y plena, franca y sin artificios, natural, honesta y feliz, llena de fe y esplendor. He vivido y vivo en sintonía de un propósito claro y definido: llegar al invierno de mi vida satisfecha, agradecida por la bendición que ha sido vivir la que resulta ser la verdadera y gran aventura que es una vida. No deseo llegar (me aterra de hecho) con la sensación de haberme y haberla desaprovechado. En la actualidad me sé en una existencia plagada de riquezas. Me congratulo por mi capacidad para apreciar, disfrutar, valorar y agradecer los pequeños detalles y placeres que ensanchan el alma y las bondades que Dios coloca cada día en mi caminar. Creo que es lo que me mantiene despierta, atenta, interesada. Estoy segurísima de que el amor al detalle y la capacidad de disfrute, de aprecio, de asombro, de esfuerzo, de disciplina, de curiosidad, de responsabilidad, de agradecimiento, de saberse bendecido es lo que diferencia una vida plena de la que no, una vida que está en constante crecimiento y aprendizaje de la que no. Para ello, sólo hace falta sumergirse de verdad en la vida. La vida hay que vivirla, aunque muchas veces duela, como dice Alberto, en ocasiones es el único modo de aprender cuánto vale la pena. Hay que vivirla, lo repetiré mientras esté sobre la faz de la Tierra. No hay que tener miedo a nada, salvo a dejarse el sentir en el tintero. Y, ahora, me viene como anillo al dedo trascribir en esta página las estrofas de una canción de Julio Iglesias, que en momentos puntuales como llevadas por el viento llegan a mi mente mientras camino: 《Y aunque te haga calor, vete igual por el sol. Que la sombra está bien para los blandos de piel que les pica el sudor. Si le da por llover, no te de por correr, que mojarse es crecer, y corriendo entre charcos te puedes caer.》 Exacto. Hay que sumergirse, herirse, alzarse, mojarse, reírse para con coraje y valentía sacarle a vivir todo su jugo. Hay que dejar que la vida nos acelere el corazón y nos colme de dicha el existir. Esto es algo que a noviembre se le da bien hacer. Porque noviembre es un mes de exterior, aunque pueda parecer en un principio que no. Para entender que sí lo es, sólo hace falta sentir el calor del sol en la piel en uno de sus días, o cómo se asimilan en compañía del vuelo rasante de los pájaros los párrafos de esa historia que sólo puede ser leída al aire libre mientras se respira otoño, o cuánta alegría contiene la luz del cielo en esa hora dorada en la que la avioneta de Denys Finch-Hatton sobrevuela las colinas de Ngong, o lo reconfortante que se presenta la vida cuando cae la tarde y en el porche te resguardas bajo la manta a cuadros verdes, blancos y azules del hombre al que amas y te ama. Porque siempre es afuera en el exterior (en la naturaleza) donde la vida es en mayúsculas, donde se expande hasta la plenitud, donde la dicha llega por lo que nos rodea. Quizás por eso (en este segundo lunes del mes) estoy escribiendo en el diario natural estas palabras en vez de otras. Lo hago, para recordarme a mí misma que noviembre sabe cómo hacerme sonreír, conoce cómo dibujarme la más amplia de las sonrisas. Ya que si buscas en su interior, encuentras. Noviembre es como un gran baúl en el que los sueños de los niños se tornan fantasía para volverse a continuación realidad. En sus hechuras de superviviente sabe como convertirse en un mes próspero. Para ello, sólo necesita de ti, de tu complicidad, del avenir de quien está dispuesto a vivirlo. Si le miras a los ojos, el undécimo del año, te borra en un tris cualquier idea pésima o sombría que puedas tener sobre él, y si además, de mirarle a los ojos, lo vives, sin nada preestablecido y sin complejos, adentrándote en él como quien se introduce en un laberinto y no busca la salida inmediatamente, sino que prefiere recorrerlo y disfrutarlo, te revela como si se tratase de un secreto que la manera en que un espíritu superviviente se transforma en próspero con las horas, los días y las semanas es sacándole provecho a todas las bondades que Dios le brinda.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 8 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 1 de noviembre de 2021

1 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Cuando el sueño avanza hacia mí en el duermevela con la insolencia del que no atiende a razones, a veces, en ese estado volátil en el que la mente se deja mecer, surgen aferrados a quien tenemos al lado pensamientos de una obviedad grandiosa, que si horas después con el despertar tenemos la fortuna de recordar y recuperar, marcan la estela del día. Sé que anoche (en ese espacio) cuando yo estaba instalada maravillosamente bien en el hueco del cuerpo de Alberto (en nuestro refugio verde) a mi mente le dio por buscar los motivos por los cuales a muchos el mes de noviembre les disgusta, y como al parecer en esos minutos no halló explicación alguna, decidió dibujarme una sonrisa con la reflexión que hoy he recordado al despertar:  Ser para otro, es la manera más fascinante de trascender. Al contrario que con otras frases y en otras ocasiones no he tenido que anotarla urgentemente, pues sabía que era imposible de olvidar por sus hechuras de certeza. Minutos después en el camino, me he preguntado hasta qué punto y en qué grado los humanos deseamos trascender, y si ese anhelo es consciente o inconsciente, si es perentorio en la intimidad o en lo público. He valorado a la altura del escaño natural el escribir sobre ello en la entrada de hoy. Y, ahora, nueve horas después, sentada en mi rincón de trabajo en La Madriguera con el diario natural abierto ante mí, reparo en que noviembre para el mundo natural, para la naturaleza, para los humanos como parte (minúscula) de lo seres vivos que formamos el Universo, es el mes en el que los paisajes se apagan, la luz declina y la muerte sobresale como lo contrario a la floración, en el que la tristeza del mundo dormido invade la atmósfera y la sensación de “impermanencia" y finitud se torna un estado sólido y material que se puede tocar. Con ello, me doy cuenta, de que no hay nada más natural que la muerte como contrapartida a la vida, ni tan natural como la necesidad de trascender a la muerte. Trascender, aun sin saberlo, es algo que todos los seres llevamos como propósito en nuestro germen, en nuestra semilla, en nuestra primera bocanada de oxígeno, en el primer aleteo, en la primera mirada, en el pulso en la sien, en la piedra contra piedra. Respiro con alivio al darme cuenta de que es buen tema sobre el que reflexionar, de manera que me concedo el favor de escribir sobre ello  en este diario. Y, con cada palabra que añado a la siguiente, creo un texto con un sentido. Crear escribiendo, contando historias, es otra manera de trascender. No tan fascinante como amar y sabernos amados y respetados por otro ser, pero sí es una manera de hacerlo terca y singular. En este minuto de la tarde y en esta línea de lo escrito, entiendo en toda su amplitud que para los miles de millones de fuerzas y energías vivas que formamos el planeta crear (ya sea amor, historias, hijos, lava, edificios, flores, frutos, sendas, olas, miel, pasteles, montañas, playas, nidos u oxígeno) es el único modo que tenemos para trascender,  o lo que es lo mismo, para darle sentido a la vida. Creamos, y en el momento en que creamos, creemos, y sin apenas reparar en ello, apostamos por la fe, y es entonces cuando ocurre el milagro: pues todo es posible, soportable y mejor. Intuyo y no creo errar en que el undécimo del año se nutre de ella. Y, pienso, que la tristeza que muchos le atribuyen a noviembre, no es más que un rapto de lucidez y conciencia. Personalmente, contemplo a noviembre como el mes que se sabe superviviente de inicio, y con valentía, coraje y fe se convierte con los días en el ave fénix que toma impulso, vuela, surca el aire, dibuja piruetas, sonríe, y se aboca al diciembre, más sabio y próspero, y también (por supuesto) más libre, porque en sus treinta jornadas no ha dejado de crear,  ni de creer. 


"Conforme a vuestra fe os será hecho. Mateo 9:29"


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 1 de Noviembre de 2021 )