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viernes, 31 de enero de 2020

Cae la noche en Berlín 🖤 🇩🇪 #vivirconlos5sentidos


El cielo sobre Berlín en tiempos del Brexit y del Coronavirus (31.01.20)


NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.


[Joan Margarit]

miércoles, 29 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. DEJARLO TODO


Berlín,  29 de enero de 2020


El Universo te desea contadora de historias, te quiere trajinando con palabras a tiempo completo. Y el tiempo que te resta te anhela conmigo. Y lo hace desesperadamente. Lo sé yo. Lo sabes tú. Deberías comprender entonces que ante tal panorama poco margen te queda para elegir y más teniendo en cuenta que somos marionetas en manos del destino, quizás para nuestro bien. De modo que regresa, regresa ya, deja todo lo que estés haciendo de una. Sé que estas cartas van minando tu capacidad de resistencia, te conozco lo suficiente para verte desde aquí flaquear. Te sé meditando seriamente en volver a dejarlo todo de nuevo por mí. Ambos sabemos que lo harás, que tu silencio sólo es una postura, las más de las horas, ridícula. Estás ahí regodeándote ante este cortejo. No me equivoco al pensar que estás feliz y sonriendo todo el rato. Va, regresa. No alargues más la llegada a tu destino. No seas puñetera. En unas semanas va a comenzar la Berlinale y te necesito aquí con lo que este festival representa para nosotros,  con el jugo que siempre le hemos sacado. Lo pensaba hoy mismo mientras estaba en la presentación de la edición de este año. Te necesito. Sabes que no soporto ver películas sin ti. Tú me sabes, conoces mis gustos, intuyes antes que yo mismo si una película me va a gustar o por el contrario me pondrá nervioso. Conoces mis filias y mis fobias. Además no es comparable ver cine por muy a gusto que se esté junto a colegas, por mucha alfombra roja y glamour, a hacerlo querida mía contigo acostumbrado como me tienes a ver infinidad de películas, la mayoría de ellas, en la intimidad de nuestras noches medio desnudos, entrelazados, bajo las mantas mientras tú comes manzanas y chocolate y yo me aferro a ti, y beso tu nuca y huelo tu piel, y me sé el protagonista de la única historia que en verdad me importa. Estoy tan en paz al estar pegado a ti que muchas de las veces pierdo el hilo de la película que estamos viendo y aunque sé que lo sabes, nunca jamás me lo reprochas, ni siquiera lo mentas, porque sé que para ti, como para mí, lo trascendente es ese estar juntos compartiendo vida. Ese estar piel con piel. Tengo ganas de que estés aquí y que vuelvas a recordarme con tus besos esas partes de mí que son tu debilidad y que despiertan tu pasión: mi cuello, mis manos, mis labios… Necesito que me recuerdes por qué soy un hombre atractivo. Necesito que hagas eso que sólo puede hacer quien te ama de verdad con el corazón y con ese otro órgano que es la pasión y que aun inexistente mueve nuestra sangre y nuestras horas; necesito que me hagas sentir único , que me rescates de la uniformidad del ser humano. Necesito sentir tus labios de fresa sobre mí , lo antes posible, necesito aislarme contigo y qué demonios estar juntos en cuarentena mientras el mundo decide si está sujeto o no a una pandemia de intereses creados. Te envío la presente con la fuerza del retorno. Vas a volver, querida mía. Eres mi certeza.

El berlinés.

martes, 28 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. VOZ


Berlín, 28 de enero de 2020


El cielo del invierno berlinés me sonríe o quizás soy yo quien le sonríe a él. Acabo de llegar a la oficina. He sentido urgencia de ti, de escribirte, de hablarte de nosotros. Al mediodía te enviaré mis palabras tras rematar los detalles de las piezas de hoy, pero eso será después,  ahora te escribo sentado, concentrado, deteniéndome en ti, en esa fuerza leal de amor que eres para mí, en esa energía vital. Mi confianza crece, no albergo ninguna duda sobre nosotros. Sé que son menos los días que faltan para tenerte de nuevo conmigo. Sé que son pocas las horas que restan para que deposite con mi boca y mis labios en tu oído las tres palabras en alemán que destruyen tu voluntad y te dan la vida. Con mi voz cambio el sino de tus días, querida mía. Mi voz que para ti tiene valor de ley. Mi voz que es tu hogar. Estabas de espaldas la primera vez que la oíste y una súbita alegría despreocupada, una necesidad apremiante y desconocida, invadió tu persona y tomaste conciencia de que no te detendrías hasta que no hablase para ti. Escucharla en tu oído es,  desde entonces, el  motivo por el que te levantas de la cama cada mañana ilusionada. Lo sé desde siempre,  como si lo hubiese leído en un viejo libro de historias,  sé , querida mía que lejos habitabas y al oír los ecos de mi voz resonando en tu interior decidiste caminar hacia mi. Ella te llevó hasta este hombre. La seguiste y te encontraste con la mirada intensa de mis ojos negros que iba a cambiar tu vida, y la mía también. Por eso sé que vas a regresar de un momento a otro. Oigo tus pasos en mi corazón. Pues no sólo soy, según tú, el hombre formidable que no se queda en la superficie de las cosas y que además te desternilla; la voz que define tus días; un deseo, un sueño dorado que se materializó;  no sólo somos amor; no sólo soy tu amante y tu amigo; el hombre con el que deseas envejecer; la verdad y la confianza en tu existencia; con quien ni en un solo minuto has dejado de aprender; soy algo mucho más importante que todo eso, soy quien hace que estar vivo se convierta en vivir. Querida mía demasiadas han sido las ocasiones en las que me has mostrado que ninguna vida está completa hasta que uno se dice a sí mismo: 《Ahora sí. Ahora sí estoy vivo,  y vivo》. Y, aunque a ninguno de los dos nos va lo cursi, ni bebemos en la fuente del amor romántico, decir que el uno para el otro se ha tornado en su razón para vivir, no está para nada fuera de lugar. No, no lo está. Como no lo están estas cartas de amor. Te dejo por un instante. Edito. Envío. Te amo SIEMPRE. 


El berlinés. 

lunes, 27 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. EROSIONAR


Berlín, 26 de enero de 2020



Deshago la bolsa de viaje y sonrió para mis adentros, sé que de estar aquí como en otras ocasiones has estado, te lanzarías sobre mí con tus besos a discreción. Nunca has soportado tenerme lejos. No falto a la verdad si digo que llevas fatal lo de estar separada de mí, por eso sé que en cualquier momento aparecerás por la puerta y entonces sí que te abalanzaras sobre mí. En ese momento eres como un alud de deseo capaz de llevárselo todo por delante. Es en esa hora cuando yo tomo posesión del territorio conocido, del paraíso hallado, que eres tú para mí. Cuando me fijé en ti por vez primera yo sólo era un hombre curioso por profesión y por naturaleza. Me había desafiado a mí mismo subiendo por la escala social y profesional pero siempre teniendo debajo de mí una red de la que sabía amortiguaría mi caída en caso de producirse. Así es fácil saltar hacia arriba. Soy un tipo seguro, lo sabes bien. No me gustan las sorpresas, ni improvisar sobre la marcha a salto de mata, por ello, tal vez, nunca pasó por mi mente ser un aventurero. Pero fue conocerte y sentir dentro de mí las sacudidas de pequeños sismos que provocaban que el reducto de seguridad al que yo me aferraba comenzase a importarme bien poco. Fue conocerte a ti y sentir que estaba ante el mayor desafío de mi vida. Y no me convertí en un aventurero porque el aventurero va en pos de algo y yo contigo ya había encontrado todo lo que, muy consciente era, necesitaba. Me convertí  contigo en explorador. De hecho tú me has convertido en explorador, querida mía. Te exploro desde que te conocí. Exploro tu cuerpo generoso, tu alma bondadosa, tu corazón noble, tu carácter indómito, tu respeto por el trabajo bien hecho, tu voluntad y disposición para con todos pero sobre todo para conmigo, tu no parar, tu sonrisa y tu risa, tu ira fugaz de poca consistencia, tus contradicciones según la luna,  tu necesidad de hacerme feliz, tu deseo y tu placer, tu sed y hambre de mí. Y como te exploro desde hace tanto soy capaz de adelantarme con serenidad a tus respuestas. Sí, querida mía, me satisface enormemente saber cómo vas a conducirte. Me apasionas siempre, me fascinas más veces de las que imaginas, pero lo que más me gusta es saber cómo vas a portarte, como vas a reaccionar ante lo que yo provoco en ti. Azuzas tanto mi inteligencia. Me das tanta vida con tu energía. Me enorgullece tantísimo saberte mía y conocer de la misma manera las hechuras de tu cuerpo, las de tu alma y las de tu rostro, que me hace inmensamente feliz saber de antemano tu respuesta cuando a las cuatro de la tarde cae la noche en Berlín, -como cuando la noche caía en nuestro apartamento lisboeta-, y tú estás desnuda entre mis manos y yo te susurró al oído: 《Tarde no es, prisa no hay》. Querida mía no sé si te has percatado de ello, pero nuestra hermosa horizontalidad ha soldado nuestros corazones. Y entonces ese piel con piel ha cobrado la dimensión de los amores de derribo. Sé que en este momento estás sonriendo y echándome muchísimo de menos. En multitud de ocasiones me has dicho que la única vida válida es la que te erosiona porque de esa manera te aseguras de que te lo da todo. Seguiré erosionándote. Te aviso. No hace falta que te lo prometa. Me conoces. Dejo de escribirte por hoy. Te envío la presente en unos minutos. Ahora voy a ver un partido de balonmano en la tele.


El berlinés.

sábado, 25 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. SUCEDER



Suiza, 24 de enero de 2020


El azul cobalto del cielo de Davos, que tanto te gusta, de cuando el día le da paso a la noche me despide. Dejo la montaña atrás, definitivamente deja de ser mágica sin ti, pero debo confesarte que saberte conmigo ha hecho que mi estancia en ella haya sido de nuevo una experiencia enriquecedora. Te escribo de nuevo desde el tren. Me sé evocando para ti los paisajes, colores y olores que he ido recopilando silenciosa e intencionadamente para los dos con la finalidad de ir construyendo nuestra vida, nuestros recuerdos. El amor es eso. Recuerdos, momentos, tiempo que pertenecen a dos, que significan exclusivamente lo mismo para dos y que van a excluir siempre al resto del mundo. El amor sin recuerdos no es nada. Es como una cometa sin hilo o un patio de recreo sin niños. De nada sirve. Para nada existe. Te veo ahora mismo sentada frente a mí, contemplando al hombre gallardo y brillante en el que me he convertido tras años compartiendo vida contigo. Mirándome con tus ojos rebosando amor por mí, también admiración, por qué no. Si no admiras no amas. Tú no puedes amar sin admirar. No concibes lo uno sin lo otro. Es más, sé que aprendiste a amarme porque me admirabas. Ríes. De pronto ríes y tu risa es como ver caer la primera nevada del invierno y estar a cubierto. Tu risa me hace sentir siempre en lugar seguro. Hablas. No sé qué dices porque el movimiento de tus labios de fresa me hipnotiza y me arrebata el alma. Me agarras de una mano y tiras de mí hacia ti. De poder, me la arrancarías y te la llevarías contigo. Mis manos. Ay, mis manos para ti. Entonces oigo tu voz rústica como tú, llamándome como solamente tú me llamas en el mundo entero. Haces que repare en una fotografía que me tiendes. ¿Quién ha sacado esa fotografía que tan bien nos retrata?, me pregunto. En ella tú estás abrazada al tótem davosiano que yo he encontrado para ti y yo te miro apoyado en uno de los osos esculpidos en piedra que lo rodean. Un paraje salvaje para mi rústica, pensé al tropezarme con él. De modo que te llevé hasta allí y tú te dejaste llevar sin protestar y entusiasmada. No te decepcionó el lugar, al contrario, al verlo te emocionaste como una niña en su cumpleaños y me besaste como una amante madura con la que te sabes eterno. Me seguirías al fin del mundo de proponertelo. Me seguirías con los ojos cerrados como un privilegio. Porque confías ciegamente en mí, confías sin secretos, ni reservas, confías a bocajarro. Vives conmigo a quemarropa. Sientes conmigo como si te fuera la vida y es que te va. Me veo mirándote con respeto, divertido, pero con respeto porque sé que en verdad para ti tu tótem soy yo. Estoy comprendiendo que en realidad soy yo el único receptor de esa energía tuya que tan necesaria me es para vivir. Estoy comprendiendo que hace mucho que a ti dejó de importarte todo lo que no es el berlinés. Estoy comprendiendo que desde hace mucho tú sabes que yo no ignoró nada de ti y de mí. De ahí la fuerza de lo que nos une, de ahí ese latido de corazón al compás, de ese vivir sin respirar sintiendo el vértigo en el estómago de una existencia sin el otro. El tren se desliza por la montaña alpina, mi rostro se refleja en el cristal de la noche. Ese rostro que conoces mejor que yo y que tanto amas. Dejo de escribir. Cierro los párpados. Pienso en ti. Pienso en ti. Pienso en ti. Cuando llegue a la estación franqueare la presente porque ya está sucediendo. Y eso es lo mejor. Que suceda. Lo que sea contigo. Pero que suceda. Suceder, suceder, suceder, querida mía, siempre contigo. 


El Berlinés 

domingo, 19 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. NUNCA SERÁS



Suiza, 19 de enero de 2020


Escribo la presente con el traqueteo del tren en mis huesos. Ascender las montañas montado en un ferrocarril, atravesar los bosques y que mi torpe vista se pierda en el paisaje me evoca a ti sin remedio. Aquí todavía me habitas más. Cuando mi  cabeza está  cubierta con el gorro de pelo y orejeras que tanto te entusiasma,aún estás más en mí que el resto del tiempo; puesto que querida mía también sin remedio tú  y yo siempre vamos a estar en el punto donde todo puede suceder. Pensarlo me produce bienestar, me da consuelo. En cierto modo me reconforta. A mí que según tú estoy hecho de porcentajes, el porcentaje que más me duele cuando me falta y el que más me nutre cuando está es el que nace de tu energía. Siempre te he dicho que vives como sientes, enérgicamente. Y yo, egoísta de mí, vivo de tu sentir cual garrapata. Me nutro de ti. Ahora te veo sin verte, veo la sonrisa perenne de tus labios de fresa, escucho tu risa, descubro tu mirada honesta mientras lees estas palabras. Muy probablemente te están entrando ganas de abalanzarte sobre mí y estrangularme o cubrirme de besos, a saber. De ti todo es esperable. Rústica como eres. Entiéndase tu rusticidad no como una manera tosca y basta de ser, sino como lo que eres: una mujer auténtica, despojada de florituras, serena, salvaje y libre que siempre va hacer todo a su manera y que sólo obedece a la luna y al viento. Quien busque algo distinto de ti jamás lo va a encontrar porque tú eres sin explicaciones, tú existes sin artificios, tu naturaleza es ser natural sin falsedades. Eres verdad. Mujer de tierra, mar y aire. Sólo hay que conocerte para saber que estás preparada para sobrevivir en un mundo apocalíptico en el que tan solo podrán estar los que sepan cocinar, plantar, amar e inventar historias. En definitiva, inventarse la vida. Reinterpretarse a sí mismos. Sólo hay que conocerte para saber que jamás serás una damisela en apuros. Sé que eres capaz de todo. Sé que de la misma forma puedes subirte a un árbol, encender un fuego, escribir una novela, cocinar para cincuenta como amar por mil. Sé que si puedes escribir sentada en una pradera no lo harás en un escritorio encerrado entre cuatro paredes, y, sé que si puedes cocinar, como ahora lo haces, para un catering social frente a un ventanal en el que los ciervos se detienen a mirarte a los ojos no lo harás en otro sitio. Sé que necesitas habitar la naturaleza para sentirte sana y plena. Sé que echo de menos lo rústico que hay en ti. Sé que esa rusticidad es una riqueza que hay que mantener cerca de uno para no pasar frío. Lo sé. Ay, cómo me gustaría que estuvieses ahora mismo sentada junto a mí, contemplando este mismo paisaje, riendo a mi lado de camino a Davos. Pero este año no va a poder ser. No te gusta Davos cuando se llena, según tú, de espectadores de la vida como lo soy yo. Odias , bueno, no odias; tú no puedes odiar. Nunca vas a odiar a nadie ni a nada. Pero sí que te disgustan las personas que prefieren mirar o hablar del tema antes que vivir. No te gustan los figurantes, prefieres los protagonistas, la gente que como tú vive la vida en primera persona. No sabes hasta que punto es maravillosa tu forma de ser para mí; porque tú no sólo vives en primera persona y eres la protagonista de lo que en verdad te importa, sin esperar a nadie, sin esperar que suceda, tú haces que la vida ocurra. Tú eres la vida cuando ocurre. Y, éso, querida mía es el porcentaje que yo necesito para mí. Te confieso que esta montaña resulta de todo menos mágica sin ti. Me despido, voy a bajar del tren de un momento a otro. De este sí. Del tuyo jamás. Yo no. 


El berlinés.

jueves, 16 de enero de 2020

SIN LIMITACIONES



《La escritura que estás leyendo ahora 
está hecha a partir del 
coste de vivir.》 [Deborah Levy]




Un libro está en la estantería. Un libro está en las manos. Un libro es abierto y leído. Un libro y la historia que contiene habitan las horas del lector. Esa es la fascinante realidad de los libros. Su finalidad más ortodoxa. Pero pensar que solamente es éso es bastante obsceno, puesto que antes de haber llegado a ese punto ha sido la vida entera del escritor. Durante unos años, uno, dos, tres o incluso más, cada una de mis novelas ocupó mi vida al completo, cada segundo de mi tiempo, cada centímetro de mi cuerpo,  cada uno de mis pensamientos. Nunca jamás la vida resulta tan intensa como cuando dentro de ti una historia lucha por salir y palabra a palabra le vas dando su lugar en el mundo. En ese tiempo que va desde que brota la semilla, encuentras la voz, escribes la primera frase y le mantienes el pulso a la historia hasta que pones el punto final, los sentidos se encuentran en alerta de manera permanente y todo tú te conviertes en un ser receptor. Es como estar en el origen del Universo, en la raíz de los árboles, en el envés de las hojas, cabalgando las nubes, en el interior de las ráfagas del viento, proyectándote en las gotas de lluvia y en el mismo sol. Se siente el doble, se vive el triple. Te das cuenta en el momento de cuán porosa eres, como también del privilegio y desafío que es ser creador y aunque escribir y contar te despedaza por dentro la plenitud que se alcanza cuando inventas es comparable a nada. Mientras escribes eres consciente de todo, del tremendo esfuerzo y también de la dicha. Pero quizás, muy probablemente y debido a ese descomunal esfuerzo constante en el tiempo, realizado a lo largo de tantísimos años, hace que surja en ti la necesidad de parar, aflojar el ritmo, dejar por qué no de pensar y dedicar tu tiempo al completo a otros menesteres, a otros oficios. Llevaba yo al comenzar el 2020 unos seis meses sin escribir. En 2019 comencé a notar en mí una pesadez que jamás había experimentado. Contar se convirtió en algo parecido a subir una cuesta sin respiro ni tregua y me vi  en la obligación de soltar lastre. Sabiendo cómo sabía que debía olvidarme de escribir durante una larga temporada no dudé en julio en embarcarme en las cocinas de un catering social porque además de gustarme la idea y ayudar a los otros me ayudaría a mí. Necesitaba hacer algo que no tuviese nada que ver con la palabra escrita. Necesitaba crear sin escribir. Necesita vivir sin pensar en contarlo inmediatamente. Me dejé llevar entre fogones por la vida y el resultado ha sido tan enriquecedor como sanador y liberador. De tal manera que sin siquiera percatarme de ello ni buscarlo una noche de enero, es decir hace unos días, noté como mentalmente estaba narrando, contando; al día siguiente en un rato que le robé a la cocina salí a la pradera de Manitoba, respiré, respiré naturaleza e invierno y escribí las primeras palabras en muchos meses sentada en el porche acristalado abrigada bajo una manta, la primera historia en mucho tiempo y lo hice con fuerza y clarividencia, con la naturalidad del contador de historias, escribí a la altura de mis ganas de los viejos tiempos.  Y me sentí también libre sobre el papel, sin limitaciones. Desde ese día no hay jornada en la que las ganas de contar no se apoderen de mí y escribo, por supuesto que escribo, porque sé que escribir no sólo es dicha también es mi manera de estar a cubierto frente a las tormentas que en todas las existencias se presentan. Escribir da vida y salva. Al menos a mí,  sí .


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

domingo, 12 de enero de 2020

DALES DE COMER, ESCRITORA



Creo que sería bueno, apropiado, obediente y puro que agarrásemos nuestra necesidad y no la soltásemos, que nos arrastrase dondequiera que fuera. Entonces ni siquiera la muerte, donde irás sin importar cómo vivas, podrá separarte.》 
[Anne Dillard]


Vivimos para comer en la misma medida en que comemos para vivir. No existe, no es posible, lo uno sin lo otro. De hecho, comer es el único requisito a cumplir para vivir. Todos los seres que poblamos el planeta si estamos en él,  pululando por sus calles, transitando por sus caminos, perdiéndonos intencionadamente por sus parajes  y deleitándonos con sus paisajes, es exactamente porque comemos. Celebramos la vida comiendo, en la rutina del día a día el descanso merecido que nos concedemos llega en el momento de comer aunque sólo dispongamos de unos minutos, es más, nuestra personalidad se manifiesta a la hora de comer, como también nuestra salud. Y de la misma manera como vivir no es lo mismo que estar vivo, comer no es lo mismo que alimentarse. Nos retratamos con la actitud generosa o cicatera que tenemos a la hora de darnos de comer a nosotros y a los otros. Lo que comemos y en que forma comemos nos retrata y representa. Dos han sido los talentos con los que el Universo me ha bendecido. Si contar historias de manera natural y sin esfuerzo aparente, un esfuerzo no exento de mucho trabajo y disciplina, fue el primero, en los últimos tiempos he descubierto que cocinar es el segundo; y, felizmente, por fortuna, ambos talentos convertidos en oficios llevan consigo el objetivo final de proporcionar bienestar al lector y al comensal. El año diecinueve, exactamente el último semestre, me dio la oportunidad a través de la cocina de devolverle al Universo y por ende a mis congéneres lo mucho que se me había dado al otorgarme el talento natural para escribir. En un acto de justicia, por mujer justa me tengo, acepté el reto y desafío de cocinar a un nivel muy superior del que estaba acostumbrada. Acepté el compromiso de cocinar para los otros. Nunca he sido escritora al uso. No va conmigo el escritor feriante que de pueblo en pueblo va a hablar de su libro. Soy de la creencia de que las historias escritas son, y ser es la única manera de explicarse, mal se anda si uno debe ir explicándolas y explicándose. Además es innegable que para escribir hay que vivir. Y vivir implica levantar las posaderas de la silla y sumergirse en el todo para después contar. Por eso pensé hace seis meses y todavía lo sigo pensando que cocinar para los otros me daría la oportunidad de crecer como escritora y como persona, pensé, que conocería aspectos del mundo y de mí misma ocultos y desconocidos, y así es. Y, si bien, los primeros meses fueron una continua tormenta de sensaciones distintas que me hacían sentir al descubierto y sin amparo muchas veces, en los últimos tres meses, he sido más feliz de lo que he sido nunca puesto que a través de los fogones con la suma de tensión, adrenalina, concentración, responsabilidad, instinto, experiencia, agotamiento y satisfacción que es cocinar he descubierto una libertad jamás saboreada por mí. Libertad a la que ya me veo incapaz de renunciar. Sé que necesito sentir en mí esa libertad cada día de mi vida. Cocinando sin descanso me he visto a mí misma quizás por primera vez sin límites y he comprendido que si de niña quería contar historias y que mis libros estuviesen en las estanterías de las bibliotecas públicas, tal vez, la mujer de hoy, la adulta, además de éso, también necesita con la misma pasión y con todos los sentidos, y también con la misma fe, cocinar para los otros puesto que me hace enormemente feliz. Entre fogones y con el cuerpo en plena tensión y la mente despejada, como jamás la he tenido, en el último trimestre he aprendido que mi vida es mía. He aprendido a amarme y amar por encima de todas las cosas la libertad. Mi libertad. Entonces lectores míos, de ahora en adelante, me sé que andaré en plena naturaleza entre historias y fogones validando, lo que Alberto, mi compañero de vida, -hombre sólido para nada voluble, honrado y de sonrisa amplia y franca, todo él alejado de lo peligroso del amor romántico y de las formas del patriarcado que ha ido sepultando la expresión y libre disposición de las mujeres a lo largo de generaciones-, me susurra: 《Dales de comer, escritora》. Y, eso es, justamente lo que voy hacer, porque la cocina es amor. Cocinar es amar y amar es un privilegio. Y siempre hay que aprovechar, como sucede con el talento, los privilegios que nos son otorgados, con los que somos bendecidos, a riesgo de perdernos en la bruma gris y anodina de los días tristes.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz