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miércoles, 28 de febrero de 2018

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el último minuto de un febrero redondo. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

domingo, 25 de febrero de 2018

QUISIERA QUE THOREAU HUBIESE SIDO TAMBIÉN UNO DE MIS ABUELOS



«No dejes que tu vida pase sin tener un objetivo, 
aunque sea solo el de llegar a probar el sabor de un arándano, 
pues no será solo la calidad de una baya insignificante lo que vas a probar, 
sino el sabor de tu propia vida expandiéndose, 
una salsa o mermelada que ningún dinero puede comprar.»
 ―Henry David Thoreau―



El pasado domingo Alberto y yo encontramos un muro donde apoyar nuestra espalda y sentarnos al sol de invierno. Allí estábamos los dos sin pensar en nada. Contemplativos. Sintiendo el sol de invierno sobre nuestros cuerpos vestidos. Ambos nos dimos cuenta, allí en silencio, de que echábamos de menos el acto de desabrigarnos y fuimos conscientes de que estábamos ante el último sol de febrero, delante del último sol de este invierno. Muy probablemente el deseo de quitarte una capa tras otra de ropa es el primer indicio de que va a comenzar de un momento a otro la vida en el exterior para los que en invierno hibernan. No, en cambio para nosotros dos, pues somos seres de exterior. Ninguno de los dos concibe la vida sin estar presentes cada día del año en plena naturaleza respirando bocanadas de aire fresco, cortante, helado, congelado, o por el contrario: asfixiante en el sofoco del verano. Tanto a Alberto como a mí someternos a lo contrario sería una forma de muerte sin clemencia. Necesitamos respirar campo. Necesitamos que nuestros pulmones y todo nuestro ser se llene de mundo natural. Por ello, vivimos al compás de las estaciones. Habitamos en su tiempo y en su clima y jamás deseamos que alguna de ellas pase rápido o desaparezca, ya que todas nos son necesarias, todas son vitales para el ser vivo. Pero sí que es verdad que el pasado domingo estábamos como ilusionados por ese último sol de invierno, pensando que la primavera con su explosión de colores y con la música alegre de la vida animal está como aquel quien dice a la vuelta de la esquina. En esa cálida hora de invierno, allí, dejando que los pensamientos se tumbasen a nuestro lado le dije a mi marido que me habría gustado que Thoreau hubiese sido también uno de mis abuelos. Algo que Alberto, comprendió de inmediato. Pues al igual que yo, fue niño de exterior, por eso somos adultos de exterior. He de confesaros, lectores míos, que desde principios de año he estado sumergida en los Diarios de Henry David Thoreau. Estar con él por Concord, ―Massachusetts―, ha sido una de las aventuras más fascinantes de mi vida. Me pareció una buena idea querer conocerlo ahora cuando Alberto y yo disfrutamos de la misma edad en que murió Thoreau. Pensé que indagar en  los escritos de Thoreau a mis cuarenta y cuatro años podía aproximarme más a él, ―que de hacerlo a una edad más temprana―, y acerté de lleno. La idea se convirtió con el transcurso de los días en un privilegio sin igual. Página a página, anotación tras anotación, Thoreau ha hecho que rememore toda una vida de existencia natural. Thoreau me ha hecho reafirmarme en lo que yo ya sabía y es que toda mi vida ha discurrido abrazada y hermanada con la naturaleza. Cada recuerdo que me venía a colación de la lectura era silvestre, salvaje, libre y feliz. Thoreau ha hecho que me diese cuenta de que mí verdadera familia, mi hogar, mi casa ha estado siempre hecha de árboles, de animales, de plantas, de cielos y que si siempre he sido de tierra, mar y aire no ha sido por casualidad. Han sido tantos los momentos rememorados, los recuerdos que han regresado a mí, que con Thoreau he realizado un viaje en el tiempo. Y, al ver de nuevo con mis ojos, cómo y dónde crecí y me eduqué y dónde se forjó mi carácter y mi personalidad he entendido la razón por la cual he encajado a la perfección en el mundo natural que Alberto me ofrecía para vivir. Y la razón, ―más allá de que soy intrépida y aventurera, más allá de que amo a Alberto y de que no concibo mi vida lejos de él―, la verdadera razón, no es otra que para mí regresar a la naturaleza significa regresar al hogar verdadero. El motivo principal ha sido el retorno al hogar, de ahí mi plenitud. Al leer los diarios de Thoreau he percibido que me encontraba igual de bien, de cómoda, de en calma, de en paz con todo y con todos como cuando vivía en Caótica y caminaba por ella, por ese mundo natural que me pertenecía del mismo modo como yo a él. Caótica era mágica. El mundo natural es mágico. La naturaleza es mágica. Por ello, cuando andaba por Caótica todas las opciones eran mágicas y por ejemplo si al llegar al recodo de un camino en concreto se te presentaba la disyuntiva de tener que elegir si seguir caminando o quedarte en el recodo y adentrarte en el pequeño bosque ubicado a su derecha, elegir seguir o quedarte eran ambos hechos mágicos. Pues en cada una de las opciones la apuesta siempre era la misma: estar conectada exclusivamente con la naturaleza y por ende con el Universo. Cualquier elección que tomases en Caótica era acertada. Porque en Caótica quien reinaba siempre era la inigualable naturaleza. Y, Thoreau, ha hecho que muchísimos años después me sienta profundamente afortunada y agradecida. Por eso intentaré rescatar de mi infancia para plasmarlos en negro sobre blanco instantes que no recordaba recordar. Y soy muy consciente de que tengo para ello al mejor compañero de vida posible, con el cual sé que con un martillo y un cincel, palabras y fotografías, curiosidad y aprendizaje, y un amor profundo, esculpiremos nuevos capítulos de esta gran aventura que es nuestra ya larga vida juntos en el mundo natural. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

viernes, 23 de febrero de 2018

Lista para realizar una excursión:




•         Tres camisas gruesas
•         Dos pares de calcetines
•         Un pañuelo y un lazo para el cuello
•         Tres pañuelos de bolsillo
•         Un abrigo corto grueso
•         Un abrigo algo más fino
•         Un abrigo hasta la rodilla, grueso, para la montaña
•         Una mochila de caucho indio grande y amplia, con bolsillos grandes
•         Una camisa de franela
•         Un abrigo de caucho indio
•         Tres pecheras, para ir y volver
•         Una servilleta
•         Alfileres, agujas, hilo
•         Una manta
•         Una funda donde meterse por la noche
•         Tienda de campaña o un trozo extenso de tela de caucho indio para las cumbres de las montañas
•         Un velo y guantes o material suficiente como para cubrir todo durante la noche
•         Mapa y brújula
•         Papel y un cuaderno para plantas
•         Papel y sellos
•         Libro de botánica, catalejo, microscopio
•         Cinta adhesiva y cajas para insectos
•         Cuchillo normal y cuchillo plegable
•         Hilo de pescar y anzuelos
•         Cerillas
•         Jabón y paños
•         Papel de emborronar y cordel
•         Una cuchara de hierro
•         Una garrafa de una pinta con soporte para que no apague el fuego
•         Un recipiente con agua
•         Sartén, si vas a caballo
•         Hacha de mano afilada con una parte de guadaña, si vas a caballo y quizá, en cualquier caso, si vas a la montaña
•         Pan duro (o galletitas dulces). Pastel de ciruela húmedo y dulce que pueda durar bastante. Carne o lengua de vaca en salmuera. Azúcar, té o café, y un poco de sal



19 de julio de 1958
Henry David Thoreau

sábado, 17 de febrero de 2018

ALBERTO, AUSTER, NUNA, THOREAU


«Es aquí donde mantengo mi suscripción generosa, 
donde queda todo lo que soy y todo lo que tengo.»
Henry David Thoreau



«El día en que cambiaste mi vida le diste orden al desorden, luz y calma y un propósito a mi existencia, sacaste lo mejor de mí, me hiciste crecer a tu lado  para bien, para evolucionar y ser un mejor ser vivo. El día en que cambiaste mi vida te convertiste en hito, en un punto de la misma constelación.» Puedo susurrarle al oído tanto de Alberto, como de Auster, como de Nuna, como de Thoreau estas palabras que forman mi yo sin mentirle a ninguno de los cuatro, pues mientras las pronuncio estoy abrazada a mi más rotunda y absoluta verdad y lejos estoy, bien lo sabe el Universo, de caer ni en la osadía ni en la falsedad. Y además si trazo una línea desde un punto o un hito que ha cambiado mi vida a otro, es decir, desde Alberto a Auster y desde Auster a Nuna y desde Nuna a Thoreau, estoy dibujando los márgenes por los que discurre mi existencia. Y esa línea, esos márgenes, son quienes me han enseñado que todo lo que necesito en mi vida está dentro de mí. Reconocí a Alberto, a Auster, a Nuna y a Thoreau, como puntos o hitos porque al estar frente a ellos, por vez primera, el tiempo se detuvo y cuando volvió a correr y a transcurrir yo tenía plena consciencia de que había dejado atrás con un portazo a mi antiguo yo. Quien me conoce verdaderamente sabe que tengo esos hitos bien presentes en mi día a día en cada uno de mis actos. Ahí están, a cada hora de mi vida: Alberto, Auster, Nuna, Thoreau. No les hace falta anunciarse a sí mismos con luces de neón, ni con aspavientos, ni pantomimas. Por no tener no tienen ni que recordarme el mes y el año, ni siquiera el instante o la hora en que tuve la fortuna de que entrasen en mi vida. Pues yo lo recuerdo todo. Ellos lo son todo. Ellos son yo. Y sólo puedo resumir y comprender mis últimos veinticuatro años de vida deteniéndome en ellos, deslizándome por ellos y a través de ellos, pues son tan reconocibles en mí, como lo es el alambre para el funámbulo que con sus pies descalzos lo cruza sin red. Alberto, Auster, Nuna, Thoreau son mi alambre y mi red, son los márgenes de la vida por los que tránsito, son y conforman la constelación que lleva mi nombre. Y lo son, porque me cambiaron la vida por variadas y sustanciales razones pero sobre todo porque están hechos de verdad. Y, yo, a la verdad no la cambio por nada. Me gusta que la verdad se muestre y que esté presente, me tranquiliza el hecho de tenerla delante de mí como si fuese una montaña que no admite dudas, pues una montaña siempre es una montaña, me gusta vivir en la verdad porque en la verdad siempre hay orden, claridad, disciplina, honestidad y armonía; en la verdad, no hay lugar para la confusión ni el engaño ni las entelequias. Y al igual que la montaña jamás será desierto, yo jamás seré mujer a la que darle gato por liebre, puesto que soy liebre. Así que en esas estamos, en Alaska: viviendo en la verdad. 



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

lunes, 12 de febrero de 2018

FEBRERO


«No se nos ha dado el invierno sin propósito.»
―Henry David Thoreau―



Febrero es el mes más honesto del año. Con sus dos erres como rastrillos quitanieves te anuncia de antemano y siempre que va a ser helado. En febrero la naturaleza se retira a su palacio de invierno y la nieve te desvela los secretos del mundo natural, por tanto, también los tuyos. El manto blanco pone en evidencia al resto de colores que se camuflan entre sí, y también, de paso te pone en evidencia a ti. En febrero las estrellas brillan como jamás lo han hecho y te invitan con su baile luminoso a alcanzarlas con la mano y como el cielo está más cerca de ti que nunca, pues tú danzas, danzas, hasta tocar tu propia estrella. No te conformas con menos. Los árboles que en febrero resultan ser sólo formas, fantasmas de sí mismos, te susurran que ellos son la metáfora de la vida que late oculta en la naturaleza y en ti. Es febrero quien te incita a que aprendas a ver y a vivir. Es febrero quien siempre te va a gritar que vivas, que por encima de todo: aprendas a ver, que te dispongas a exprimir y a gozar del poco invierno que te queda en el reloj de las estaciones. Y como antídoto para lo inerte, lo invisible, lo aparentemente muerto te ofrece que tú, solamente tú, en febrero seas capaz de sentir sin igual. De una manera extraordinaria y de una forma imposible e impensable en cualquier otro mes del calendario. Y es entonces, cuando decides vivir el febrero, cuando febrero se muestra como un mes redondo. Pues sólo en febrero sucederá que tus dedos estén entumecidos y medio inertes por los sabañones y a ti te dé la risa; que los sábados se prologuen durante cuarenta y ocho horas hasta amanecer en lunes; que el agua sea arroyo en verano; que se haga tan buen uso de una cama ya que el dormitorio pasa a ser guarida; que aun siendo sus días los más fríos y duros, de entre todos los meses de todas las estaciones―, resulten ser los más sabrosos y golosos a nuestro paladar porque somos nosotros con nuestro calor quien borra su frialdad y su dureza; sólo puede pasar en febrero que los cobardes se conviertan en valientes, los pusilánimes en osados y el deshielo comience siempre en nuestra voluntad; pues es en febrero cuando acontece el mayor carnaval de todos los tiempos; y la risa, la alegría, el baile y la celebración de la vida es capaz de destronar a los príncipes y convertir a los vasallos en caballeros, y a las mujeres soñadoras, en mujeres que de preferir prefieren vivir sus sueños en la tierra a en los cielos; es en febrero cuando plantarle cara a la vida con nuestra personalidad y carácter pasa de ser un desafío a una forma de existir; cuando el amor se convierte en hogar y en país. Por ello, lectores míos, se debe vivir cada día de febrero como si fuese el último día de nuestra vida, porque no habrá ningún otro tiempo como febrero, no habrá otro febrero como el de este año en nuestras vidas, no habrá otro mes que cante la canción del invierno como la canta febrero. Así que la pregunta que uno se debe hacer siempre a sí mismo, es: «¿Estás dispuesto a cantar tu propia canción?» Yo sí. Y diez años de vida daría yo, por un mes de febrero. Pues es febrero quién nos enseña a morir, por eso aprendemos con él a rebelarnos.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

sábado, 10 de febrero de 2018

Naturaleza sin pausa



La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para un sábado redondo de febrero. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

BUSCO, SIEMBRO Y COSECHO, CUANDO NO ESTOY EN BARBECHO



«El escritor fuerte se sostiene, de cuerpo entero, 
con su experiencia tras sus palabras. 
No hace libros, sacados de libros; 
ha estado ahí en persona.» 
―Henry David Thoreau―


Cuando hablo con mi madre la primera pregunta que me realiza es: «¿Y ahora cómo te encuentras: sembrando, cosechando o en barbecho?» Porque ella sabe que cuando no estoy en barbecho, continuamente busco, siembro y cosecho. Para mí buscar es vivir, pero vivir con los cinco sentidos, nada de pasar por la vida de puntillas o de perfil. Vivir es sumergirme en la vida estando dispuesta a no dejarme nada en el tintero. Por ello, como escribo como vivo y vivo dejándome la piel, la mayoría de veces después de sacar adelante la cosecha y poner en negro sobre blanco lo que tenía en mente; y tras haber puesto en fila mis pensamientos vagabundos, engarzado unas palabras con otras y haber creado algo de la nada, noto con el paso de las horas, todavía estando orgullosa y feliz por el trabajo realizado que estoy a la intemperie de nuevo, sin abrigo, desamparada, con ganas de más: atenta, alerta y hambrienta como cualquier animal; y eso, resulta ser algo muy distinto a estar en barbecho. Porque estar en barbecho es estar ociosa y no buscar nada durante semanas expresamente, y ese sentirme a la intemperie es saberme fuera de la madriguera que es mi oficio, para tener que volver a empezar a buscar, para sembrar y seguir cosechando. Y, si bien es verdad, que tras la cosecha puedo estar veinticuatro o cuarenta y ocho horas o más sin ganas de pensar en nada, panza arriba, saciada y feliz; también es verdad, que una vez transcurridas esas horas, mi cuerpo, mi mente, mi espíritu y mi alma necesitan volver a vivir con los cinco sentidos, necesitan salir a buscar, a apresar y a aprender puesto que de lo contrario no sé para qué diantres estoy sobre la faz de la Tierra. Como contadora de historias que soy, necesito escribir como respirar, y para escribir hay que tener algo que contar. Y yo sólo sé contar desde la experiencia, desde lo aprendido, desde lo vivido, desde la vida. Por mucho que luego escriba novelas que son ficciones, los cimientos, el forjado, sobre el que se apuntalan y sostienen es la vida vivida con los cinco sentidos en primera persona, de primera mano y en primera fila. Siempre ficciono y fabulo desde lo vivido, ficciono la vida, reflexiono sobre ella y retrato el alma humana para contar historias. Y, evidentemente, mi relación con los demás varía según en el estadio en que me encuentre. No soy la misma cuando estoy a la intemperie y busco y voy sembrando, sembrar es ir guardando en la mente lo que voy viviendo, sembrar es interiorizar la vida, sembrar es darle material a mis pensamientos para que afloren y me hagan compañía, sembrar es nutrirme de sabiduría, sembrar es alimentarme a cuando cosecho, que es el momento en que plasmo en negro sobre blanco desde la ficción o desde mi yo más sincero lo aprendido de mis experiencias, a estar en barbecho. Por ello, es lógico preguntarme en qué fase estoy, ya que así mis interlocutores, saben qué esperar de mí. A mi madre y a mí nos gusta utilizar el símil del proceso del cultivo para que ella pueda hacerse a la idea de si tengo más o menos disponibilidad de tiempo o si necesito más o menos silencio. Entonces si hoy me preguntase al llamarme por teléfono:  «¿En qué fase estoy?» Le tendría que responder que estoy a la intemperie, en plena búsqueda. Ya que hoy después de haber escrito muchísimo en las últimas semanas y después de haberme tumbado a la bartola durante unas cuantas horas, al volver a saberme a la intemperie y sentir la necesidad de buscar, he encarado mi paseo invernal a lo Thoreau con unas ganas inmensas de ser sorprendida. Por ello, podría contarle que lo he logrado, que he sido premiada como tantas otras veces por el mundo natural. En esta ocasión viendo por primera vez en mi vida, puesto que ha saltado a unos pasos de mí, una liebre de invierno. Toda ella blanca, como un copo, con unos grandes ojos negros fijos en mí, atenta y alerta, y que con sus orejas tiesas ha estado mirándome hasta que ha desaparecido camuflándose en la nieve con la presteza típica de las liebres. Me ha hecho mucha ilusión porque ella me ha llevado al recuerdo del primer día en que de niña saltó una liebre ibérica junto a mí y me maravilló por su velocidad y su astucia para esconderse. Recuerdo dónde estaba, con quién, los años que tenía y el momento como si fuese ayer. Y hoy, al emprender, mi caminata matutina e invernal lejos estaba de imaginar que sería en este día cuando contemplaría por primera vez una liebre de invierno aquí en Canadá. Aunque en realidad me ha hecho tanta ilusión porque quizás, tal vez, seguramente lo que verdaderamente he recordado, cómo si eso fuese algo que se pudiese olvidar, que yo también soy una liebre. Sí, soy liebre. De hecho toda mi familia por parte de mi abuelo materno lo es. Es nuestro alias, nuestro mote, nuestro apodo. Un renombre del que jamás he sabido su origen, ni su razón de ser, de tanto como se remonta en los tiempos. En infinidad de ocasiones he preguntado si era por la velocidad, por ese estar alerta, por ese oído sagaz, por la astucia que caracteriza a este animal o si era por otro motivo. Nunca lo he sabido, nadie jamás ha podido responder a mis preguntas. No obstante, hoy, ahora y aquí, en Canadá, ha dejado de importarme su procedencia porque es hoy cuando me he dado cuenta de que mi forma de vivir y de estar en el mundo está en total consonancia con las liebres. Pues no hago otra cosa que salir de la madriguera para buscar y aun dentro de la madriguera, siempre, a todas horas permanezco atenta y alerta, ojo y oído avizor para ver qué puedo encontrar, qué puede sorprenderme, qué puede captar mi mirada y mi interés para descubrir mundos e hilos nuevos de los que tirar para aprender y de ese modo contar historias. Así que hoy el fruto que he recogido de mis siempre fértiles caminatas matutinas e invernales ha sido que muy probablemente y por primera vez he comprendido por qué soy liebre como mote. Y claro, de ese modo todo encaja. Pues la necesidad que hay en mí de buscar y de encontrar, el saber que pertenezco al mundo natural, estaba ya en mis genes desde antes de nacer. Y si vivir para contarla me entusiasma, aun me fascina más contar lo imprevisible, lo sorpresivo, lo inesperado de la vida, tal como saltan las liebres. No podía ser en mi caso de otro modo. Por ello, por tanto y por todo, para mí la experiencia de vivir siempre será la mejor base para contar cualquier historia.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

lunes, 5 de febrero de 2018

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el primer lunes de febrero.
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

ALMAS MUERTAS



«Todos los fenómenos de la naturaleza deben 
ser observados desde el punto de vista de la 
maravilla y el asombro, como ocurre con el rayo. 
Y al mismo tiempo, hay que mirar al rayo con serenidad, 
como lo hacemos con los fenómenos más familiares e inocentes. 
Los hombres están probablemente más cerca de 
la verdad esencial en sus supersticiones que en su ciencia.» 
Henry David Thoreau


Hay veces que la vida te coloca en situaciones que te dejan vacía. Como si con un hachazo te partieran por la mitad. Pero no, sigues entera, pues tu bisabuela te confesó y te explicó por qué jamás serías un alma muerta, por qué jamás te podrían partir por la mitad hasta llegar a tus raíces, y te das cuenta de que sí, de que tan sólo ha sido un toque de atención para recordarte que las almas muertas existen. Te das cuenta de que tu bisabuela siempre tenía razón en todo. Y tú como el ser sin maldad y generoso que eres has dejado entrar en tu vida con esplendidez a alguien, le has mostrado tu alma porque te sentías cómoda y a gusto, has bajado la guardia, olvidando que esa persona como también lo son otras y como otras no lo serán jamás podía ser un alma muerta y llega el día en que con una enorme rabia y una profunda tristeza compruebas como esa persona se ha llevado consigo una parte de tu energía, de tu bondad, de tu ilusión, de tu risa; y lo que más rabia te da es que desconoces dónde han ido a parar esas cualidades que tanto te caracterizan. Pero aun así sabes que no te han partido el alma, pues tu alma es mucho más que todo eso. Frente a ese acto tan injusto, cualquier persona de bien, sólo puede preguntarse: ¿Quién puede comportarse así? ¿Quién puede robar la energía, la bondad, la ilusión, la risa de otro con la ambición secreta de partirle el alma? ¿Qué clases de personas son esos seres? Yo he tenido la gran suerte de tener una bisabuela que me lo explicaba todo sin tapujos y sin ambages para educarme, para que entendiese mi personalidad, y para que el individuo que soy brillase por sí mismo a pesar de que sabía que en mi caminar me encontraría con almas muertas. A mi bisabuela jamás le ha gustado la sociedad como un ente uniforme y homogéneo. Mi bisabuela siempre ha apostado por las personas, por subrayar la diferencia entre todas ellas, le gustaba que las personas se sintiesen distintas las unas de las otras. Muy probablemente mi bisabuela fue la primera contadora de historias de la familia, por ello, hace muchísimos años que me explicó quiénes eran esas personas que estafaban al prójimo sin ningún reparo. Recuerdo bien, cómo me advirtió de que el hecho de saber que existían no me libraría de ellas, pues según ella, esos seres siempre rondan a las almas libres llenas de fuerza, vitalidad y vida como yo, tras algún disfraz. Y los definió como almas muertas. Ante lo cual yo la impelí a que se explicase mejor. Y me dijo textualmente: «Las almas muertas solamente son gente pobre de espíritu que no tienen nada que contar y necesitan la vida que brota libre, natural y franca en los otros para poder ponerle a su propia existencia un poco de color y un poco de sal y dejar de ese modo de sentirse muertos en vida. Es su forma de encontrar consuelo y alivio para su mísera existencia. Son como garrapatas que se pegan a ti con tal de tener a la vida en todo su esplendor pululando a su alrededor. Son ladrones de energía cuya finalidad última es partirte el alma, porque ellos son almas muertas, y las almas muertas siempre están sedientas. Tienen sed de vida y deseo de aniquilar a quienes no son como ellas. Por eso siempre tienes que permanecer alerta, ya que las almas muertas permanecen continuamente al acecho de las almas libres y vivas como tú. Digamos que son seres a los que una vez un rayo les atravesó y no consiguieron salvarse pero tampoco morirse. Se quedaron en terreno de nadie. Por ello, son almas muertas. Es decir, todo lo contrario de un alma libre. Y en vez de imprimir a los otros vitalidad y fuerza como lo hacen las almas libres, las almas muertas lo que intentan es partirte el alma, causándote dolor y tristeza, emulando al rayo que las partió a ellas, dejándolas vacías y oscureciéndoles el corazón y volviendo negro como el carbón su sentir y sus actos. Si hubiesen muerto serían almas limpias, ya que se hubiesen librado de la negrura. ¿Recuerdas, María, aquella vez que cayó un rayo en un chopo de diez metros de altura a siete metros de donde tú estabas y el mundo a tu alrededor por un momento se convirtió en un infierno de color naranja con un sonido atronador y tú aprendiste de un solo golpe a tenerle un gran respeto a lo natural? Pues bien, ya es hora de qué sepas por qué te salvaste: te salvaste porque habías nacido alma libre y jamás de los jamases, un alma libre puede convertirse en un alma muerta ni un alma muerta puede con un alma libre, por mucho que intente partirle el alma. Aquel rayo no te partió en dos a ti, sino que fue el chopo quien absorbió toda su oscuridad porque las almas libres, como tú, son intocables para la naturaleza madre. El vientre de la Tierra jamás consentiría que un alma libre que es el ser más afín al mundo natural de los que pueblan el planeta perezca por su culpa. Si tu madre te reconoció como un alma libre al nacer, la naturaleza te reconoció también como tal, el día en que te dejó contemplar en primera persona y en primera fila el poder descomunal y terrorífico de un rayo y de cómo éste se hacía a un lado con tal de no rasguñarte. Y sabes que es verdad lo que te digo, puesto que años después te volvió a ocurrir lo mismo mientras caminabas por un estrecho sendero en Caótica flanqueado a su izquierda por una hilera de cipreses que volvieron absorber la oscuridad del rayo. Por tanto, aunque debes permanecer siempre atenta y alerta a las almas muertas, en verdad, jamás van a poder contigo por mucho que lo intenten, puesto que desconocen la materia de la que está hecha la fortaleza y la vitalidad de un alma libre. Desconocen que el mundo natural y el Universo siempre conspira a favor de las almas libres.» Esta es la historia verídica que mi bisabuela me contó en infinidad de ocasiones sobre las almas muertas y que mi gente conoce del mismo modo como yo la conozco. Por ello, el otro día, en una de estas tardes invernales en las que sólo puedes permanecer junto a un buen fuego ya que la ventisca no te deja salir al exterior, Alberto, que estaba observando cómo yo andaba triste por la decepción sufrida unas horas antes por el comportamiento de una persona a la que yo tenía por amiga, me rodeó con su fuerte brazo, me atrajo hacia él y me contó la historia que mi bisabuela me contaba sobre el rayo que me reconoció también como un alma libre y al terminar de contarme la historia, le miré a los ojos y allí en ellos, supe como tantas veces lo he sabido, por qué es a él a quien amo. Él, que también es un alma libre. Un hombre valiente, bueno y honesto. Y me sentí tremendamente afortunada. Y me dije: «No quiero nada más en esta vida. Solo quiero esto. Miles de momentos como estos. La vida para mí es esto.» Y a partir de ese momento la desazón que sentía dentro de mí se volatilizó y se esfumó por el tiro de la chimenea.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

domingo, 4 de febrero de 2018

CUANDO UN PERRO CORRE HACIA TI, SILBA PARA LLAMARLO


 «Quieres ver tu propia mente, mira al cielo.
Quieres saber tus estados de ánimo, estate atento al tiempo.
Aquel a quien el tiempo frustra, se frustra a sí mismo.»
―Henry David Thoreau―



Me fascina cómo la mente es capaz de hacer desvanecer en un tris tras los chascos, decepciones y desengaños que aparecen en la vida como consecuencia de las interrelaciones humanas. El aprendizaje extraído de las experiencias vividas acaba siendo el sistema inmunitario para lo sentimental y creamos antivirus de tal manera que cuando se cuela dentro de nosotros un sentimiento negativo llamémoslo chasco, decepción o desengaño, por no llamarlo virus, tal como la vida va transcurriendo y los años sumándose, la resilencia y la resistencia es mayor y el “virus/chasco” no te daña como te dañó las primeras veces y por tanto el tiempo en sanar es cada vez menor. Me impresiona constatar cómo ante un daño emocional, ―en vez de tener que recurrir a un botiquín farmacéutico como cuando es el cuerpo quien resulta ser el lesionado o el perjudicado―, las personas recurrimos a la sabiduría adquirida. Y, eso, es de un enorme valor. El poder sanarnos por nuestros propios medios, el poder sanarnos desde nuestro interior, es de una valía colosal, inmensa y brillante. Y equipara al sistema inmunitario de lo emocional con el sistema inmunitario de los microorganismos que habitan en la naturaleza descubierto por el microbiólogo ilicitano Francisco Martínez Mojica. Así que del mismo modo como en los microorganismos las bacterias tienen sus propios recursos para defenderse de los virus, hasta tal punto, que guardan en su memoria el modo de defenderse de un mismo virus si son atacadas en distintas ocasiones, nosotros también poseemos nuestros propios recursos y la memoria para curarnos en lo emocional. Eso es una realidad. Y es una realidad puesto que la mayor parte de los seres humanos tenemos la facultad de restablecernos por nosotros mismos del daño emocional, sin que intervenga, ni medie, ningún tipo de droga o fármaco, al no rendirse jamás el superviviente que habita dentro de nosotros. Por ello, cuando nos dañan emocionalmente: volvemos la cabeza inmediatamente hacia el cielo, dejamos que el viento nos limpie, el sol nos caliente y la lluvia cicatrice nuestras heridas. Pues el ser humano es capaz, como el ser nacido por su propio esfuerzo que es, de encontrar armonía en los cielos, de hallar sonrisas en el abatimiento, de ver luz en la oscuridad y también más que ningún otro ser vivo de tener la conciencia y la sensibilidad para ver cómo la vida siempre va abriéndose paso, por encima de todas las cosas. Por ello, nunca dejará de deslumbrarnos el hecho de ver cómo cualquier planta es capaz incluso de brotar en la corteza helada de un árbol, en las grietas de un muro, entre un adoquín y otro adoquín en una plaza de suelo empedrado, en una grieta en el cemento de un camino asfaltado, entre los escombros de un edificio demolido, incluso, en la lápida de una tumba. Por eso, no nos extraña, ni encontramos raro, decirle a ese otro ser vivo que se abre paso: «Eres un valiente. Si tú eres capaz, ¡cómo no voy a serlo yo!» Y ante tal hecho, nuestra mente registra, guarda y conserva ese instante de sabiduría para cuando lo necesitemos. Y, así, momento a momento, instante a instante, construimos un sistema inmunitario emocional de una magnitud considerable, del que ojalá, un día el cuerpo tome ejemplo. Ya que entonces podremos decirle a la industria farmacéutica: «Bye, bye. Adiós. Au revoir.» Puesto que quizás, tal vez, la cura de todos los males reside en saber ir al compás, en estar en armonía con los latidos de la tierra, en que el ritmo de las estaciones y el tuyo vayan a la par, en vivir la vida que tu yo en verdad desea; y por supuesto, en desterrar el querer ir siempre a la contra de nuestra voz interior, de nuestro bienestar real, de nuestra calma. Es decir, al final, igual resulta ser que lo que el ser humano sólo necesita es dejar de hostigarse e imponerse, para aceptarse y adaptarse. Tal vez, todo es tan sencillo, como en vez de escudarse cuando un perro corre hacia ti, silbar para llamarlo.



Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz

sábado, 3 de febrero de 2018

AGUA QUE NO HAS DE BEBER DÉJALA CORRER



«Ir desde ―hacia― es la historia de cada uno de nosotros.»
―Henry David Thoreau―

  
En su día Henry David Thoreau dijo algo tan razonable y certero como que ir desde ―hacia― es la historia de cada uno de nosotros. Resumió la vida de ese modo. De manera que como vivir exige responsabilidad, puesto que cada uno de nuestros actos tiene consecuencias, escoger ese “hacia” correctamente es asunto más que importante. Ya que de conseguir o no ese “hacia” dependerá alcanzar la plenitud en la vida o no. Por ese “hacia” nos convertiremos en seres plenos y serenos, felices, o por el contrario, en seres frustrados y desgraciados. Y del mismo modo cómo al sentir gozo y satisfacción por haber alcanzado tu "hacia" te traslada a habitar un paraje lleno de dicha y buenos propósitos; cuando uno ve con sus propios ojos cómo su "hacia" cada día que pasa está más lejos y que erró al escogerlo, ―porque quizás no calibró bien cómo debía actuar y comportarse para lograr su fin o porque tal vez no se ha esforzado suficiente― convierte su existencia y la de los que le rodean en un páramo de frustración. Si algo he aprendido de mis experiencias es que del mismo modo como uno debe tener los pies en el suelo para dibujar el “hacia” al que quiere dirigirse, debe también tener altura de miras para si ese “hacia” se torna un imposible dejarlo correr, para poder de ese modo, encontrar un poco de paz dentro del fracaso al que uno ha abocado su vida, pero sobre todo para no hacerle daño a nadie, porque nadie salvo uno mismo es el culpable de haber errado al escoger su “hacia”. Evidentemente al escoger un “hacia” se renuncia a otros muchos caminos. Escoger algo siempre es desechar y sacrificar otras posibilidades, por eso hay que tener mucho tino y cabeza a la hora de ejercitar tu derecho a elegir, para no ser uno de esos descabezados que creen que en la vida se puede tener todo. Puesto que eso dista mucho de la realidad. Es del todo factible en la realidad conseguir tu “hacia” particular, pero pensar que se puede tener todo es en sí un despropósito. Por tanto, hay que encaminarse siempre hacia los “hacias” que en verdad reforzaran y harán sobresalir tu individualidad sobre la multitud. Yo lo he hecho. Quise ir hacia mis “hacias” y con cuarenta y cuatro años puedo decir que hace tiempo que llegué a ellos. Y a fecha de hoy no ambiciono nada más, que no pueda ambicionar otro mortal, es decir, salud para mí y los míos. Vivo en mis “hacias”. Desde que era una niña decidí con humildad, esfuerzo, entrega y pasión dirigirme hacia mi “hacia” particular que es mi oficio como escritora y novelista, es decir, como contadora de historias, y luego ya de adulta fijé mi "hacia" más íntimo y personal cuando Alberto y yo decidimos, ―unos pocos segundos después de conocernos―,  nuestro futuro  juntos como pareja en un para siempre. Por eso sé que es importante elegir bien los “hacias” porque al fin y al cabo el “hacia” se convertirá en toda una vida. Y si erramos en la elección, el Universo siempre conspirara en nuestra contra y ese “hacia” se encontrará cada vez más lejos de nosotros, hasta difuminarse en el horizonte, y, entonces el único “hacia” que en verdad tendremos será el de la frustración y el del fracaso. Yo no le deseo a nadie una vida enterrada en la frustración, ni en el fracaso; por ello, lectores míos, si en algún momento notáis que vuestro “hacia” a cada hora que pasa se parece más a un imposible que a otra cosa, deteneos, no os contéis el cuento de que todo el mundo conquista sus sueños porque no es cierto, los sueños se conquistan más pronto que tarde y si pasa el tiempo y se aleja el sueño y el “hacia”, más vale por vuestro bienestar que lo dejéis correr y asumáis que errasteis. Porque sólo de ese modo podréis vivir de una vez por todas en paz, dejando correr de una vez por todas, el agua que no habéis podido beber, puesto que eso es ser además de inteligentes, honestos con vosotros mismos.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

Naturaleza sin pausa




La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el primer sábado del mes. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

viernes, 2 de febrero de 2018

MI TESORO


«¡Qué regocijo excelente y sin medida
nos han concedido los dioses, al no dejarnos
saber nada sobre el día que
está a punto de nacer!
Hoy, ayer, fueron milagros increíbles.»
―Henry David Thoreau―


Llegar a casa feliz sin que te duela nada, con la sonrisa aflorando en tu rostro, eufórica por cuán provechoso ha sido el camino, por los muchos frutos que he recogido, por lo que me ha sido mostrado y regalado es la fortuna del día de hoy, el tesoro del mañana; del mismo modo que las lágrimas de ayer son la fortaleza en el presente. Hoy os voy a contar una historia, recordaréis que el día de Reyes tropecé de buena mañana casi que antes del amanecer con una pareja de jóvenes ciervos que apenas se dejan ver, pues desde ese día andaba empeñada en volverlos a ver para comprobar que no fueron un sueño del día de Reyes, que existen, que son tan reales como tú y yo, como estas líneas. Desde ese día varias han sido las mañanas en que en mis caminatas  me he desviado un poco para llegar a un comedero y ver desde distintos flancos si la pareja de ciervos por casualidad rondaba por allí. Pero no ha habido forma. No he logrado verlos en ninguna de las visitas al comedero. Y, hoy, por lo inesperado que tiene la vida que la torna loca, sublime y bella, en que andaba yo más avistando aves que mamíferos rumiantes sin pretender ir al comedero he llegado a él sin darme cuenta y allí estaban tan campantes como dos enamorados comiendo del mismo plato. Y, me han vuelto a mirar con sorpresa, pensando: «Ya está esa pesada de nuevo aquí para hablarnos a voz en grito como si estuviéramos sordos.» Pero esta vez para su sorpresa no les he dicho ni pío, me he quedado contemplándolos embelesada, casi que he levitado, estando delante de ellos he vuelto a sentir la misma impresión que el día de Reyes: sé que son felices porque permanecen juntos y lo comparten todo. Lo sé. Tengo esa certeza. He sido consciente en todo momento de cuán afortunada era de ser testigo del amor en su faceta más genuina, la que pertenece a la tierra, a la mar, a los ríos y al aire, es decir, a la naturaleza y que no obedece a ningún tipo de interés. Y esa pareja de ciervos jóvenes han convertido mi día de hoy en un regalo que en estos momentos es mi mayor fortuna y sé por experiencia que todos esos momentos especiales cargados de dicha y júbilo que me hacen sentirme tan afortunada son los que el día de mañana formaran mi tesoro, que no será otro que una vida repleta de momentos únicos que provienen del mundo natural y que he podido compartir y contar de primera mano y en primer lugar a quien amo, para seguidamente contároslos a vosotros lectores míos. Más que nunca ahora sé cómo mi yo de contadora de historias está íntimamente ligado a mi yo naturalista. El uno alimenta al otro. Yo que siempre he estado realmente pegada a la tierra, a la mar y al aire ahora todavía lo estoy más. A mí que la menstruación siempre me ha bajado con el plenilunio, yo que nunca he tenido que mirar ningún calendario ni contar días pues con solo mirar la luna ya sabía cuándo sería más mujer, también sé que tomaré conciencia real de mi tesoro el día en que como las mujeres africanas le diga a la luna: «Tú ya no apareces para mí.» Y, ese día, el día en que escudriñare con ternura y delicadeza mi tesoro, el día en que me podré olvidar de la luna, ese día, podré sentarme tranquilamente y coger una pluma o un lápiz y en una página en blanco escribir a lo Karen Blixen, en vez de Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong... : «Yo tenía un mundo natural al que amar y un hombre bueno que me amaba y al que yo amaba rotundamente y al que me fascinaba contarle historias al oído.» Entonces, a la hora de valorar el tesoro que ha sido mi vida, será cuando más que nunca recuerde a la pareja de jóvenes ciervos y a su amor que tanto se parecía al nuestro y que dos veces en mi vida me sorprendieron, en el momento que menos lo esperaba, que es cuando realmente ocurre lo importante de la vida, como pasa con el amor verdadero. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

jueves, 1 de febrero de 2018

A TRAVÉS DE LAS GOTAS DE LLUVIA


«La atmosfera está llena de telégrafos que no pueden verse.»
―Herny David Thoreau―


Acabo de desencolar un libro así tal cual; esas cosas pasan cuando los editores optan por no dejar en la parte interna de la página los centímetros suficientes para poder leerlo sin tener que abrirlo en canal. Detesto las malas ediciones y a los malos editores que no respetan ni al lector ni al acto reconfortante que debe ser siempre leer. Los malos editores transforman el acto de leer en un tormento. Ahora mismo estoy metida en un proyecto nuevo de esos que se muestran ante ti como un apasionante desafío y aquí estoy de vuelta de mi paseo matutino e invernal desencolando libros mientras permanezco silenciosa y sumergida en mis pensamientos, intentándolos poner en fila india para que de todos ellos salga algo de provecho. Caminar me despeja la mente hasta tal punto que es una auténtica dicha ver cómo mis pensamientos errantes, nómadas y libres que no entienden de ataduras, ―de ahí el que les llame vagabundos―, danzan, revolotean, afloran al compás de ese caminar. Reconozco a mis pensamientos vagabundos porque cuando vagabundean a mí alrededor siempre acaban tomando cuerpo, forma, fondo y fuerza para luego esconderse y asentarse dentro de mí para seguidamente darme la vez y así, de ese modo, cuando yo lo estime oportuno, quizás al llegar a casa, pueda ponerlos en orden tras invocarlos para que salgan de su escondrijo. Mis paseos son como el patio de recreo de mis pensamientos vagabundos donde ellos juegan conmigo para que yo los haga míos. Ellos, esos pensamientos vagabundos, que deambulan a mí lado desde que yo era una niña cuando camino: brotan desde algún lugar donde un día yo sembré su semilla sin apenas ser consciente de ello, nacen de la asociación de una idea con mi propia experiencia, surgen de una frase que a bote pronto y de manera espontánea se ha compuesto en mi mente a saber por qué razón y con qué finalidad. La relación e interacción entre el caminar y los pensamientos vagabundos es una constante en mi existencia desde toda la vida. Recuerdo perfectamente cómo cuando sólo levantaba unos cuantos palmos del suelo e iba a la escuela campo a través los pensamientos eran mi mejor compañía y desde casa hasta la escuela crecían, crecían y se expandían, forjando mi carácter y mis sueños del mismo modo como mis pies labraban un camino que cruzaba por un mismo campo con distintos terrenos y dueños. Siempre he sentido querencia por los caminos que van a través de los terrenos, como he sentido pasión por ese deambular por las calles que no obedece a razón alguna sino a lo gratificante que es callejear sin rumbo e ir solamente al son de lo que te dicta el instinto, la curiosidad o una secuencia de fachadas. Siempre me ha fascinado la facultad que tiene el ser vivo de poder adentrarse por saludables caminos sin obedecer a nada ni a nadie, sólo a su libre decisión y voluntad; y así lo he hecho. He creado siempre mis propias sendas tanto rústicas como urbanas, tanto profesionales como de esparcimiento. Y, ahora, en mis fructíferas y fértiles caminatas canadienses, cada mañana, me dirijo al mismo lugar, o sea a la cabaña de los pájaros que está situada a unos cinco kilómetros desde donde Alberto, Nuna y yo tenemos nuestra morada, pero siempre lo hago por sendas diferentes que voy trazando según el día, tal como surgen, porque cada caminata trae su buena nueva. Llegar a la cabaña de los pájaros no es una meta en sí, sino llego hasta allí porque en ella se encuentra el punto desde el que sé que debo recular de nuevo a casa. La cabaña de los pájaros es un hito en el camino y me gusta llegar hasta ella y ver como el viejo Capitán Bixler a primera hora, con cada amanecer, deja un plato de comida para los pájaros. Un día me explicó que ese era sin lugar a dudas su momento del día. Para él lo más gratificante de su día es el instante en que desde detrás de la ventana ve como los pájaros comen en el plato desportillado de porcelana que deja siempre en el banco que hay en su pequeño porche. Y, del mismo modo, como para él su momento especial y preferido del día es ese, para mí, casi con toda seguridad es cuando me siento frente a la hoja en blanco para plasmar en ella lo que la caminata me ha concedido como regalo. Que puede ser desde algo tan sorpresivo como la aparición de dos jóvenes ciervos, a algo tan sorprendente, como la compañía siempre increíble e inesperada de alguno de mis pensamientos vagabundos que ha tenido a bien mostrarse para que reflexione sobre algo en concreto. Pero sea cual sea la sorpresa que el camino me tiene reservada, siempre se repite la misma constante, y es que a partir del minuto en que se presenta, percibo cómo el sol desde ese momento ilumina mi caminata tanto por dentro como por fuera. Y si me ocurre eso, es porque aun a pesar de la experiencia o quizás por ella, sigue fascinándome e impresionando el hecho de que cada día tanto el mundo natural como mi mundo interior sea capaz de hacer germinar en mí preguntas y sea capaz de estimular mi curiosidad hasta límites insospechados de la misma forma como lo hacía cuando era una niña e iba por aquel camino con sus pequeños taludes y curvas, ―campo a través―, que la cabezonería y la tozudez de mis pies hicieron que se marcase y grabase en la tierra por derecho. Al pensar en ese camino recuerdo como el disfrute que era transitar por allí se tornaba en berrinche cuando la lluvia me lo imposibilitaba. Pues el camino se convertía en un pequeño barrizal y mi madre me obligaba a ir por el asfalto, no obstante caminar por el asfalto tenía su lado bueno pues me hacía preguntarme cómo sería enfrentarme con mis pensamientos vagabundos por aquel camino a través de las gotas de lluvia, y desde entonces, eso se ha quedado dentro de mí, quiero decir, que cada vez que un pensamiento vagabundo toma forma en torno a mí, también deseo verlo a través de las gotas de lluvia, o lo que es lo mismo, no me conformo nunca con la primera reflexión, ni con la segunda, lo someto sino a una cuarentena, sí que a una semana de lluvia por si acaso existe otra perspectiva, otro punto de vista en el que yo no he reparado. Querer ver también el mundo a través de las gotas de lluvia significa para mí exigirse un poquito más, darle dos vueltas a las cosas, y ser capaz de reescribir un mismo pensamiento o una reflexión o una historia las veces que sea menester, hasta estar segura de que lo he observado desde todos los ángulos. Resumiendo, ver a través de las gotas de lluvia significa: no conformarse con la primero que se te pase por la cabeza, significa esforzarse, buscar la excelencia y el mérito en todo aquello que hagas, es, si por ejemplo editas un libro: editarlo para que la lectura sea un placer y no un tormento. Y, sí, soy muy consiente que todo eso se lo debo a aquel camino de mi infancia como también le debo saber cuán valioso es crear algo con tu esfuerzo de principio a fin a base de talento y fuerza de voluntad, porque eso es exactamente lo que lo hace completa y totalmente tuyo. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz