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viernes, 8 de diciembre de 2023

LOS DESPOSEÍDOS ~ 3

SIN APAGAR NINGUNA LUZ deja la estancia, los papeles y la historia que escribe; y a fuego lento cocina una sabrosa sopa de galets en caldo de pollo, tuesta unas hermosas rebanadas de pan que acaba de cortar de una hogaza, calienta las sobras de la carne roja en salsa que tiene en el frigorífico desde el día anterior, se sirve una primera copa de vino, a la que le seguirá otra, y se sienta a cenar. Intuimos que la cena sólo es un descanso en la noche y que continuará escribiendo mientras la tempestad llega y arremete contra todo a su alrededor. Tras cenar, fregar los platos y recoger, atranca perfectamente las ventanas y las dos puertas, la principal y la de la cocina. Echa un vistazo al leñero que con el fajo que depositó antes está hasta los topes y, comprueba  que estén listos los farolillos que funcionan con batería, que tiene repartidos por las distintas habitaciones de la casa para cuando se corta el suministro eléctrico. Lo están. Todo está en perfecto orden de revista. Incluso así le vemos caviloso, mientras se come otro trozo de bizcocho y se bebe una infusión de manzanilla. ¿Qué cavila el escritor? ¿Cuál es su preocupación? ¿Qué hay más allá de él que lo inquieta en esta noche? ¿O sólo es la tempestad y sus posibles consecuencias? ¿O simplemente es que está pensando en la historia que tiene entre manos? De pronto, notamos incluso dentro de la casa, como la temperatura desciende bruscamente. El escritor llena la estufa y cambia su viejo cárdigan por un batín grueso de cuello esmoquin que se levanta para estar más abrigado, sentado frente a la máquina de escribir. Pero tras entrar en la estancia, en el estudio donde inventa mundos y crea vida, antes de sentarse mira de nuevo por la ventana. No tiene la más mínima duda de que del mismo modo como él no ve nada, la tempestad lo ve a él: libre y solitario, independiente, sin miedo, terriblemente desposeído de todo, sin apego a nada salvo a contar historias. “¿Qué me vas a robar si nada me queda?”, tiene ganas de preguntarle. Pero calla, no dice ni mu. Arrepentido por haber formulado aunque sólo sea en su pensamiento semejante pregunta. En la mesa le cambia la vela a la palmatoria, luego se sienta y hace suya la noche. Escribe con terquedad mientras afuera en el exterior la tempestad zarandea el bosque y la casa. Narra al galope, como si huyese del ladrón de ideas (pesadilla de todo autor) que le puede desbarajustar la trama. Se abraza amorosamente y con confianza a la inspiración, también a la experiencia y al oficio de décadas; y escribe, reescribe, lee y relee, corrige, avanza unos párrafos y recula sobre otros. Y los folios escritos van engrosando la pila junto a la máquina de escribir. Trabaja concentradamente sin atender a la tempestad. La sabe al otro lado de la pared. La burla palabra a palabra. Al escribir se conjura contra ella. El hecho de contar es a la vez talismán y salvoconducto para llegar al amanecer sin daños aparentes. Oye como aúlla. Le tensa cada fibra. En esta noche, en mitad de una historia, se siente más vivo que en otra hora. Más despierto que nunca. Sus sentidos funcionan a pleno rendimiento. Está alerta a más no poder (sin costarle un sobresfuerzo) a las sugerencias de su interior y a los cambios que puedan producirse en el exterior. No tiene ni una pizca de sueño. Ha hecho bien en no acostarse y mantenerse ocupado. Le desvelan las tempestades, y de acostarse no hubiese pegado ojo. Ahora, en cambio, aprovecha las horas, aprovecha la noche; se aprovecha de la tempestad. Reconoce que al ritmo en el que está escribiendo podrá ponerle el punto y final, y reescribirla de nuevo, modificando lo que se tenga que modificar y ampliando lo que se deba ampliar. Si con el amanecer la tiene terminada y mecanografiada a limpio se sentirá no sólo satisfecho, también en paz. Porque es consciente de que las dos únicas cosas que todavía le puede robar el universo (sea a través de una borrasca de nieve y viento, o por cualquier otro medio natural) es la historia mientras se fragua, toma forma y queda escrita; y el don o la capacidad de contar. Para alguien que escribir es como volar que la historia se evapore y quede en nada, o  que al ir a escribir de la punta de sus dedos ni una palabra salga: es como colocarle un revólver en la mano e invitarle a apretar el gatillo, que lo conducirá rápidamente a las tinieblas, a lo más hondo de la noche más aciaga. Que la noche avance sin contratiempos, custodiando la historia que escribe como un tesoro, para él (desposeído de todo lo que en verdad le importa) se le asemeja a un último acto de gran valor. Un desafío que desea culminar con éxito, porque siempre ha querido escribir un cuento de Navidad pero no ha sido hasta  ahora cuando se lo ha propuesto en firme. El motivo, el verdadero, es porque la Navidad es lo único que les queda a los desposeídos. El cuento será su regalo en Nochebuena, se prometió a sí mismo leerlo tras la cena. Hace días que tiene pensado el menú que va a cocinar. No puede no celebrar la Navidad, porque no es una mala persona. Además no le da la gana no hacerlo. ¿De lo contrario qué otra cosa ha de festejar? ¿Cómo no honrar lo que somos, lo que fuimos, el milagro de estar vivos aun a pesar de? Colocará un buen mantel en la mesa de la cocina, pondrá sobre ella unos adornos y un solo servicio de su mejor vajilla, acabará de preparar la cena mientras tararea villancicos, se vestirá para la ocasión y cenará. Seguidamente, leerá su propio cuento en voz alta. Se lo leerá a los seres de su vida que aunque (en la actualidad) físicamente no están a su lado, lo están con toda el alma, con la sonrisa implícita y explícita en el sentir, y el corazón rebosante de amor. Festejará la Navidad de la mano de quien conoció en primera persona la felicidad en tantísimas etapas distintas de la existencia. La celebrará con los que le han amado, y también con aquellos a los que ama más que a nada en el mundo, hasta estallar de júbilo, hasta sentirse morir de amor, hasta el desgarro, hasta doler. Puesto que la Navidad es amor. Es fe en el otro y en uno mismo. Es fe en la pasión y en el amor. Es amor puro. Es amor verdadero.  Es amor al prójimo y a uno mismo. Es amor sin mesura a lo que nos define como personas. La Navidad es saber querer y quererse, es convertir lo intangible del amor en algo sólido que por su fuerza se pueda tocar, es vestir sinceramente cada uno de nuestros actos de generosidad y de sonrisas radiantes de las que quitan el hipo. Y ya más tarde, bien entrada la noche, se quedará dormido plácidamente mientras lee la novela, que a finales de verano reservó a propósito para comenzarla en Nochebuena. Pues si escribir le resulta un acto hermoso, leer le reconforta. Sabe que mientras esté vivo buscará (con ansia infantil y certeza de anciano) dormirse reconfortado en Nochebuena, para levantarse la mañana de Navidad sintiéndose dichoso y en paz por lo que ha sido, es, será, por los que han sido, son y serán. Nada existe tan bello. Nada tan valioso. 



LOS DESPOSEÍDOS. Cuento de Navidad.

© MARÍA AIXA SANZ, 2023

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