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jueves, 25 de octubre de 2018

SUE



«Vivir en un mundo donde las respuestas 
a las preguntas pueden ser tantas y tan buenas 
es lo que me hace salir de la cama y calzarme las botas cada mañana.» 
―Sue Hubbell―



El lunes fue un día extraño, de emociones ambivalentes y encontradas. A partir de mediodía el signo de la jornada cambió, exactamente, cuando me dieron la noticia de que Sue había muerto. Se había dejado morir. Treinta y cuatro días es lo que tardó la vida en abandonar su cuerpo. Le habían diagnosticado Alzheimer, y en septiembre, tras desorientarse y encontrarse perdida durante catorce horas, decidió dejar de alimentarse. El nueve de septiembre comió un pomelo y no volvió a ingerir nada más, ni liquido ni sólido. Un pomelo fue su último alimento, en su voluntad estaba no consentir que el Alzheimer desdibujase su vida a su capricho. Decidir su muerte, dejarse morir, era para ella, el triunfo de seguir viviendo valientemente a su manera, en este caso, muriendo. La muerte por suicidio me impacta, los suicidios me desconciertan, me dejan clavada en el suelo, la gallardía del suicida, esa valentía para desconectarse de la vida, para decidir que para él no habrá un mañana, me deja atónita y me sobrecoge. Y el lunes me quedé como detenida en el tiempo, y al pensar en Sue, al repensar en ella, tomé conciencia de cuán importante ha sido para mí. Constaté cómo de presente está en mí día a día de una manera familiar con sus experiencias y su sabiduría pegadas a la naturaleza y a sus inmensas ganas de absorber lo que el Universo le tenía reservado. Cuando la conocí me sorprendió la manera en que al oírla hablar desenterraba sin saberlo recuerdos dormidos de mi niñez en el mundo natural, desde entonces le tengo el sincero afecto de quien te devuelve algo que es tuyo. Mi último pensamiento sobre Sue, fue, que sin ninguna duda vivió hasta el último segundo de su vida de una manera inteligente, profunda y por qué no decirlo, trascendental. Sue era todo lo contrario a un ser plano, a un ser insustancial, por eso arraigaba en los otros, por eso llegaba a expandirse en ti. Era una mujer valiente que miraba de frente y a los ojos. Sí, Sue poseía esa clase de valentía que nace de la madre Tierra, una valentía que ante el deterioro de su cuerpo, que no de la vida, la hizo actuar como era ella. Repensándola, me percaté de que otra forma de morir hubiese sido una total injusticia para Sue. Y, sí, me di cuenta, de que murió como vivió y sé que soñó tanto inconsciente como conscientemente en las últimas semanas de su vida antes de tomar su decisión con esa forma exacta de morir y no otra. Tardé unas horas en volver a sonreír al pensar en Sue, y lo hice al día siguiente cuando hablando con Montgomery, ―el carnicero―, me contó al estar detenido frente a la máquina de cortar, que el día antes le llamó la atención el rodar de la hoja, o más que el rodar el punto donde frenaba y se atascaba, pero lo dejó estar, porque estaba agotado y sólo tenía en mente una cosa: acostarse cuanto antes, cerrar los ojos y dormir, a poder ser profundamente como anestesiado. Y así lo hizo, cuando horas después cerró los ojos, sin sorpresas se quedó profundamente dormido como era habitual en él. A la mañana siguiente insólitamente se despertó con dolor de cabeza y como le extrañó se detuvo a buscar el porqué de aquel pertinaz dolor ya que tenía la impresión de que el cráneo se le fracturaría de un momento a otro como si fuese un melón al caer desde cierta altura. Fue entonces cuando recordó que había soñado, él que creía que no soñaba. Se alegró de soñar, porque pensaba que los sueños eran como la moraleja de la existencia, y muchas veces se había preguntado a sí mismo si tan plana e insustancial era su vida para ni siquiera soñar. Fue su preocupación por llevar una vida insustancial o no, lo que hizo que brotase en mí de nuevo la sonrisa al pensar en Sue.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

lunes, 22 de octubre de 2018

En los periódicos ... #lunesconsorpresa #viviresincreíble




ESCRITORES Y ESCRITORAS
10 escritores valencianos que no debes perderles la pista
SERGIO DELGADO 2018-10-19

Valencia es una región prolífera de escritores destacados, con una historia en la literatura española muy influyente, donde emergieron en sus diferentes épocas grandes autores de novelas, historiadores, ensayistas y poetas. El Siglo de Oro Valenciano o de las letras valencianas es muestra de ellos. Un periodo comprendido entre el siglo XIV y el XV y que se llegó a extender al siglo XVI. De allí nace el orgullo de reconocer el valenciano como una lengua.
Entre los precursores de este Siglo de Oro de la literatura en valenciano se cuentan a Jordi de Sant Jordi, Mossen Jayme o Jacme Febrer (Trovas) y San Pedro Pascual (Biblia Parva y otras obras). Gracias a ellos se puede decir que el idioma valenciano alcanzó la categoría literaria antes que el Siglo de Oro castellano o el portugués.
Este es un legado que se ha arraigado enormemente en España al contar con grandes escritores valencianos que logran acaparar lectores bien sea en valenciano, en catalán o en español. Independientemente de la lengua en la que decidan escribir, la esencia de la literatura valenciana está plasmada en cada una de las miles de páginas que se ha producido para trasladar al lector a incontables escenarios, a través de historias, novelas o a través de la poesía.
Hoy por hoy son muchos los autores valencianos que están construyendo un camino y un legado literario que no se puede perder de vista. A continuación, diez de cientos de escritores destacados en este siglo y que siguen escribiendo las páginas de una narrativa tan particular como la valenciana. 

1. Xavier Aliaga
Aunque nació en Madrid, Valencia ha sido su hogar desde niño, y fue esta tierra la que le dio el don de escribir de esta manera tan arraigada. Estudió Filología catalana y, como periodista, ha trabajado para diferentes medios de comunicación de la Comunidad Valenciana. Es el autor de la novela Si no ho dic rebente, por la que ganó la 7 ma edición del premio de narrativa «Vila de la Lloseta», (Mallorca). Con El meu nom no és Irina, su obra más reconocida, ha ganado el Premio de la Crítica de los Escritores Valencianos y el Premio Samaruc de la Asociación de Bibliotecarios Valencianos, ambos en 2014

2. Marisol Sales
Marisol Sales Giménez, es la benjamina de este grupo de escritores valencianos. Con 18 años tiene una saga de novelas juveniles que han atrapado a jóvenes y adultos por la calidad de su pluma. La Noche Roja es la primera entrega de Las Crónicas del Ángel, saga que empezó a escribir desde los doce hasta los dieciséis años. Las Crónicas del Ángel es una tetralogía que la completa La Vindicta, El Retorno y En Su Nombre.

3. Àngels Gregori
Nacida en Oliva, Àngels es una poeta y gestora cultural fundadora del Festival de Poesia de Olivia en 2005. Es licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada por la Universidad de Barcelona, Máster de Gestión Cultural por la Universitat Oberta de Catalunya. El año 2003 recibió el premio Amadeu Oller per a joves inèdits con el poemario Bambolines.

4. María Aixa Sanz
Es escritora, novelista y crítica literaria con una licenciatura en Ciencias Empresariales. Ha publicado las novelas: “El pasado es un regalo” (2000), “La escena” (2001), “Antes del último suspiro” (2006), “Fragmentos de Carlota G.” (2008), “La casona del sueño dorado” (2010), “El olor del silencio” (2011), Caótica (2013), "La viajera en el camino" (2014) y "Sol del Medio Oeste" (2016).

5. Joanjo Garcia
Este escritor valenciano, licenciado en Historia, aunque con pocos pero contundentes pasos en la literatura y escritura valenciana, participó en la redacción de la revista L'Accent. Como escritor, su primera novela fue Quan caminàrem la nit, ambientada en el golpe de Estado del 23-F, y con la que ganó en 2012 el Premio Enric Valor. Recientemente fue uno de los exclusivos y selectos autores escogidos para la Feria internacional más importante de escritores y editoriales del mundo celebrada en Alemania.

6. Isabel-Clara Simó
Escritora, filosofa, profesora y periodista en lengua valenciana y catalana, considerada una de las autoras modernas más importantes de literatura catalana. Ha sido galardonada en múltiples ocasiones; entre otras distinciones, en 1978 con el Premio Víctor Català por És quan miro que hi veig clar; en 1993 recibió el premio Sant Jordi por La Salvaje, en 1999 le fue concedida la Cruz de Sant Jordi por su trayectoria literaria, en el 2001 le otorgaron el premio Andròmina de narrativa por Hum... Rita!: el hombre que husmeaba mujeres, el Premio de la Crítica de los Escritores Valencianos en ensayo, por En legítima defensa y el Premio Joanot Martorell de narrativa por Amor meva.

7. Manuel Baixauli
Sueca, 2 de octubre de 1963. Es un pintor y escritor español en lengua catalana. Su obra literaria comprende Espiral, un libro de relatos y microrrelatos, publicado en 1998 y, más tarde, en 2010, tras un proceso de reescritura de las ediciones previas, tres novelas: Verso, L'home manuscrit y La cinquena planta; y una recopilación de artículos publicados en el suplemento Quadern de la edición de la Comunidad Valenciana del diario El País bajo el título Ningú no ens espera, ilustrados con dibujos del propio autor.

8. Vicent Usó
Este escritor valenciano, licenciado en historia contemporánea, ha hecho del periodismo su carrera, como crítico literario, periodista cultural y columnista de opinión. Ademas ha hecho sus incursiones como guionista de cine y televisión. Tambien ha adaptado y traducido obras clásicas de teatro. Pero fue conocido por su talent para las novelas. Entre sus obras destacan: El músico del bulevar Rossini (2009) finalista del Premio Sant Jordi; La mano de nadie (2011); Las voces y la niebla (2015), premio Alfons el Magnànim de novela; El anarquista imprevisto (2016); y La retratista de almas (2016), premio Vila de Catarroja de narrativa juvenil.

9. Vicent Borras
Es uno de los representantes de la narrativa valenciana actual. Licenciado en Filología Catalana por la Universidad de Valencia en 1986 y profesor de Lengua y Literatura en un Instituto de Secundaria y Bachillerato. Es hijo del escultor Leonardo Borrás Artal.  En 2014 escribió una novela inspirado en los hechos de la Primavera Valenciana, titulada Primavera Encendida.

10. Santiago Posteguillo
No solo es uno de los escritores valencianos más reconocidos, es uno de los representantes de la literatura histórica de España más populares. Recientemente galardonado con el premio Planeta 2018, “Yo, Julia” una obra muy documentada, que narra el ascenso de Julia Domna, una de las cien emperatrices que pudo tener Roma.





martes, 16 de octubre de 2018

EMPIEZA POR EL PRINCIPIO Y SIGUE HASTA LLEGAR AL FINAL



«¿Sabes cuál es el problema de este mundo? 
Todos quieren una solución mágica a los problemas, 
pero todos rehúsan creer en la magia.»
―Lewis Carroll―




Sopla sobre el humeante chocolate caliente, sostiene la taza con sus manos de mujer etérea y delicada, soñadora y enigmática, que jamás finge estar completamente feliz al tener los pies en el suelo. Los pies en el suelo son lo que son. Un baño de realidad demasiado cruel. Por eso, ella sólo sonríe a medias, como si su sonrisa fuese un borrador de la risa, una sonrisa de aficionado. No sabe fingir, pero sí disimular. Lo cierto es que en la realidad no está cómoda, que ella sólo se siente verdaderamente a gusto, cuando va en búsqueda de la magia que existe en los pliegues y en el reverso de todo, la magia de las historias ocultas, de lo que se intuye y no se ve, de lo que se ve con el segundo mirar, de lo que existe más allá de la vista. «Sólo hay que saber buscar, para hallar», se dice a sí misma. Entonces, al buscar y al encontrar, en la búsqueda y en los hallazgos, sonríe con una amplia sonrisa que le ilumina el rostro y de paso, la vida. Su naturaleza es una composición suave y diversa de pragmatismo y de espiritualidad. Por eso se le da tan bien conseguir cosas que parecen superar a los demás. Ella, la mayoría de las veces puede conseguir lo imposible. Ahora está ahí, sentada, meditabunda, pensando que lo mejor, la jugada más potente es permitirle a Sistersong que encuentre su propia magia. Dejar que desafíe sus propias creencias y pensamientos a solas, no ayudarla desde el primer instante, no interceder de momento en nada, no usar su capacidad de ver, el poder transformador que tiene de ver lo que los otros no ven al primer mirar. Se dice: «Madurar es eso. Es saber utilizar en tu propio beneficio tu inteligencia, tus talentos, tus habilidades, tu capacidad de ver, en definitiva, tu mente. No podemos no utilizarla, no ponerla a nuestro servicio, como lo que es: el mejor instrumento que poseemos.» Ha regresado de recoger dulces manzanas rojas, ha dejado en el suelo el cesto repleto del fruto que más tarde asara en el horno para el postre, se ha preparado un chocolate caliente puesto que le ha entrado frío ya que de repente ha comenzado a soplar un viento helado y se ha sentado a bebérselo teniendo puesta la mente en Sistersong, o más bien, en lo que le ha contado. Sabiendo que toda persona que posee una mente brillante, toda persona inteligente es capaz de sacar a flote cualquier asunto, ―aunque jamás haya bregado con algo parecido―, y le consta, que Sistersong lo es. Y la capacidad de ver, es consecuencia de una mente inteligente, brillante. La capacidad de observación y de penetrar en el alma del movimiento y en la calma del corazón es simple y llanamente cuestión de inteligencia. Sistersong le ha contado al encontrarse bajo el mismo manzano que esa misma mañana al abrir la puerta de su morada ha encontrado en la jamba acurrucado, ―en este punto compruebo cómo los rostros y los cuerpos de mis compañeras en la cocina de Margot están en vilo, expectantes, anhelantes, y sé lo mucho que me apasiona contar historias, me apasiona tener este fascinante oficio de crear vías de escape de la realidad. Sin las historias y sin sus contadores, el mundo, no podría respirar ni tomar impulso para seguir―, a un gnomo con vestimentas verdes, demasiado grande para pasar por debajo de la puerta u otra rendija y demasiado pequeño para llamar al timbre, con un pequeño oboe apoyado en su regazo. Cuando el gnomo miró con sus ojitos a Sistersong, ésta le dijo que entrase en la casa aprisa y corriendo, pues vio cómo estaba tiritando. Una vez en el interior le vertió en un platito leche caliente para que se la bebiese, ya que todas las tazas que tenía las presumió demasiado grandes para que se las pudiera llevar a la boca sin derramarse encima su contenido. El gnomo cerró los ojos cuando le leche entró en contacto con cada centímetro de su cuerpecito y los mantuvo cerrados durante un minuto y cuando los abrió miró a Sistersong de hito a hito, sonriéndole, con una sonrisa capaz de derretir unos milímetros de un iceberg. «Me llamo Violeta y soy música», le dijo a Sistersong, que se notó sorprendida porque había dado por sentado, aun sabiendo que nunca es una buena idea dar nada por sentado, que el gnomo era varón. «Soy música y evidentemente tengo problemas», añadió a continuación, mostrándole el oboe y borrándosele de inmediato la sonrisa. Violeta había salido del bosque en pos de un sueño, que era el de tocar en la orquesta del Canadá, creía firmemente que tenía posibilidades y sabía también que se había perdido. Nadie la acompañaba y se había dado cuenta en las últimas horas de que no tenía ni idea de cómo llegar a la orquesta del Canadá. Allí sentada sobre la mesa de la cocina, donde Sistersong la había colocado para tenerla frente a ella al hablar, la gnomo le pidió ayuda para conseguirlo. Al menos para llegar hasta la orquesta. Sistersong se recostó en el respaldo de la silla, sabía que para tal fin necesitaba de mucha magia y bastante fortuna. Pero también sabía que jamás le diría a alguien que tiene un sueño que no lo lleve a término y le respondió: «Deja que me lo piense, Violeta, mientras tanto puedes descansar unos días aquí». Y en esas quedaron; y esta mañana cuando Sistersong paseaba intentando aclarar sus ideas, ha visto a Maya debajo de un manzano y se ha dirigido  hacia ella para explicarle qué le ha quitado el sueño la pasada noche. Al pedirle consejo, Sistersong, lo que estaba haciendo era esclarecer sus dudas, pues Maya sabe escuchar y siempre da tan extraños consejos como inmejorables y resolutivos, por eso no le ha sorprendido que le contestase: «Mira en tu interior y si no hallas la respuesta, te ayudaré a ver lo evidente.» Su respuesta la ha puesto en alerta, esa es la realidad, y ese estado la ha conducido durante un buen rato en una especie de trance por toda la casa, abajo y arriba, arriba y abajo. Hasta que se ha detenido en seco en el zaguán como si la hubiesen clavado en el suelo porque sin saber cómo ha escuchado la voz de Maya en su interior, resonando, sus palabras siempre prenden en su ser, y dentro de ella, al parecer, permanecen. La voz dulce y suave de Maya que le ha llegado como un soplo de aire esclarecedor, enérgico, reparador, lleno de latidos y pequeños matices, desde alguna que otra conversación marchita en el tiempo, le ha susurrado: «Para todo, el primer paso es, simplemente, fijarte en lo que te rodea». Entonces, Sistersong ha mirado a su alrededor, instintivamente, y lo que le ha saltado a la vista como una idea traída por el aire y suspendida delante de su nariz, es lo evidente, y eso es que Violeta ha llegado hasta su puerta, no hasta la de otra persona; de modo, que está en su camino, Violeta, y echarle una mano, también. Sistersong entra en la cocina segundos después como un vendaval y le dice a Violeta: «No sé cómo vamos a hacerlo, pero lo haremos. Tu sueño está en mi camino, emprendamos juntas ese camino, pues.» Y esas palabras en Violeta son caricia para su alma, esperanza para su sueño, oxígeno para su minúsculo cuerpo. A unos metros, en la otra casa, la taza de chocolate permanece vacía sobre la encimera y el cesto de manzanas está vacío también. Las manzanas están asándose en el horno. Llaman a la puerta y la puerta se abre, Sistersong, entra de nuevo como un vendaval en la cocina, tiene la costumbre de entrar de esa manera en todos los sitios. «He decidido ayudar a Violeta. Bien cierto era que la respuesta estaba en mí. Gracias», le confía a Maya señalándose la sien. Maya sonríe con una amplia sonrisa que le ilumina el rostro y de paso, la vida.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

lunes, 15 de octubre de 2018

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el quince del mes. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

jueves, 11 de octubre de 2018

ACCIONES



«De nuestras mejores acciones somos ignorantes.»
―Emily Dickison―



Unos días antes de Acción de Gracias, ―festividad que me encanta―, acompañamos a nuestros vecinos los Drolet a una granja donde cosechan y venden calabazas expresamente para esta época y donde se te permite pasear entre las calabaceras por el inmenso calabazar tirando de un pequeño remolque de madera, y de esa forma escoger tu propia calabaza, arrancarla y cargarla en el carro, algo que rechifla a los niños. Tras pasar allí la mañana, al salir de la granja con nuestro botín naranja, nos dirigimos hacia un conocido mercadillo típico de otoño donde puedes degustar comida típica y pararte a comprar, o solamente a ojear, en los puestos donde venden gangas, antiguallas, artesanías y curiosidades varias. Un sitio fantástico si te gusta curiosear, husmear, meter las narices, es decir, dejar que la vida entre en ti, malgastando tiempo y energía con tal de darte a ti mismo la posibilidad de encontrarte de frente con una aventura que jamás se produciría de quedarte con los brazos cruzados sentado tras el muro que quizás has alzado entre el mundo y tú, creyendo tal vez que así todo te iría mejor. Y como ese quedarse de brazos cruzados no está en nuestra forma de ser ni es nuestro caso, allá que nos desperdigamos entre tenderetes, puestos, cachivaches y gentes. El ambiente era de día feriado. Los sonidos que acariciaban nuestros oídos tenían las hechuras de las vísperas de fiesta. De modo que mientras la voz de un cantante country nos ofrecía el marco para ir fabricando recuerdos y los Drolet desaparecían en puestos de juguetes de madera y Alberto le prestaba toda su atención a un puesto donde esperaban pacientes decenas de cuadernos de naturalistas, yo, sin esperarlo, me enamoré perdidamente de un juego de desayuno o merienda de un hermoso gris con relieves de copos de nieve y ciervos de color blanco roto, compuesto por una enorme taza, un cuenco y un plato. De tal manera que sin esforzarme, sino que al revés, a bote pronto y espontáneamente, visualicé un cacao caliente en la enorme taza, fruta de temporada cortadita a trozos en el cuenco y un sabroso y esponjoso trozo de bizcocho de manzana y almendras o unas apetitosas tostadas untadas con mermelada de arándanos en el plato. Tuve la imagen frente a mí y ante eso no me quedó otra que preguntar el precio e intercambiar unos cuantos dólares canadienses por semejante visión y hallazgo. Hasta ahí todo normal, todo perteneciente a una transacción comercial, sin embargo dejó de ser lo esperable, lo lógico, cuando vi cómo el vendedor agitaba con la mano un pequeño sobre amarillo desgastado y me dijo: «Esta cajita donde coloco el juego es la original y en ella, en su fondo, encontramos este sobre. No lo abrimos en su día porque en él está anotada la siguiente indicación: “Solo será abierto por la persona que se lo lleve a su hogar”, así pues como va a ser usted, que sepa que es suyo también por el mismo precio. Imagino que esta letra es de la misma persona a la que perteneció todo el conjunto.» Me quedé atónita, y le pregunté al vendedor si era una broma, si acaso no era un ardid para hacer la compra más emocionante. Ante mis palabras el vendedor puso los ojos en blanco, y me indicó que no con la cabeza y con el dedo índice de su mano derecha. Y me dijo: «No señora, este sobre iba con el juego. Verdad de la buena. Nosotros no tenemos ese tipo de ocurrencias.» Así que sonriendo para mis adentros, secretamente feliz, y por supuesto, como una niña en su cumpleaños me llevé a casa la caja como si llevase un animalillo frágil y asustado sin decirles ni mu a mis acompañantes sobre lo que tenía entre manos. Extrañamente he esperado unos cuantos días en abrir la caja, quizás para prolongar el enigma, o tal vez, por el hecho de ser poseedora de una nota secreta; sinceramente, desconozco el motivo real por el que he aguardado tanto, pero esta mañana lo he hecho, he abierto la caja. He sacado el juego, lo he lavado, lo he secado y me he preparado el desayuno en él. La taza, el plato y el cuenco han recobrado su razón de ser en la mesa de mi cocina y enfrente de ellos yo, y enfrente de mí el sobre. ¿Abrirlo o no? ¡Ay, la aventura de vivir! ¡Ay, de los muros inexistentes! ¡Ay, la dicha de saberse y sentirse vivo! He desayunado con una parsimonia inusual y después he sostenido entre mis dedos el sobre. La letra emborronada por el tiempo pero pulcra no me anticipaba nada, y entonces en un suspiro, como si ese momento fuese el esperado y oportuno, he abierto el sobre, rasgándolo suavemente, devolviéndolo a la vida, recuperando el tictac de los relojes para él, y dentro nada, vacío, pero, ¡oh!, la sorpresa, la aventura de vivir, los muros inexistentes, la dicha de saberse y sentirse vivo, que me deja atónita de nuevo: el sobre al desmontarlo es todo un dibujo a carboncillo por dentro de un pájaro que regresa a su nido, con una minúscula lombriz en su pico, y un verso o una reflexión que aquí transcribo, escrita alrededor del nido: «¿Quién te ama más, quién te ama siempre, quién piensa en ti cuando los otros duermen?»



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

miércoles, 3 de octubre de 2018

CINCO VIAJES EN TREN




«Amigo mío,
toda hechicera es
pragmática por naturaleza; nadie
percibe lo esencial si no es capaz
de afrontar los límites. Si tan sólo quisiera retenerte
podría haberte hecho prisionero.»
―Louise Glück―



El pasado sábado una compañera del trajinar en la cocina de Margot, ponía sobre las cazuelas y las sartenes, la cuestión de que si no es conveniente delimitar los márgenes de la existencia para no malgastar energía, si no es necesario acotar y demarcar nuestro territorio para de ese modo no dejar pasar todo aquello que nos pueda perturbar y robar tiempo, serenidad y fuerzas. Eligiendo, para ello, con tiento y muy bien, después de repensarlo, qué y a quién dejamos traspasar el cercado imaginario que hemos construido para vivirnos. Al oír su reflexión lo primero que pensé: fue, que de vivir así, ―al  restringir el acceso a nuestros días―, lo primero que limitaríamos es el azar y también el albedrío, es decir, pensé en cuántas experiencias dejaríamos de vivir y a cuántas personas de conocer, si nosotros mismos levantásemos un cercado o un muro a nuestro alrededor. También pensé que para hacerlo es menester ser poco o nada aventurero, y estar más que en comunión con nuestra existencia para no ya aspirar a más, sino para ni siquiera tener ganas de abrir la puerta a la curiosidad. Pensé que muy probablemente es un rasgo de cobardía impermeabilizarse a todo lo externo a nosotros, a todo lo que no controlamos o que en primera instancia desconocemos. Y no pude no preguntarme de cuántas experiencias no hubiese disfrutado si hubiese tenido ese planteamiento de vida. Evidentemente, mi postura sobre la reflexión planteada en la cocina de Margot distaba mucho de la posición de la compañera que había expuesto la cuestión, pero me pareció estimulante y apropiado que se plantease, justamente allí, porque el contraste de opiniones y juicios que afloran entre los viejos fogones de Margot, entre las que formamos el grupo, es tremendamente enriquecedor; además me apasiona contrastar mis opiniones con la de los otros. Me gusta que lo que opino se ponga en tela de juicio y más en un lugar como ese, donde las voces son distintas y heterogéneas, para saber entonces si mis argumentos soportan una avalancha de opiniones tan dispares. El germen del que partía la reflexión de nuestra compañera era que odiaba agotarse por culpa de ciertas personas o actividades que en realidad, ―reparaba después―, no le hacían ningún tipo de falta. Y cuando era consciente de eso, de la sensación de inutilidad,  se quedaba descolocada, y en esa hora, ya se había hartado de quedarse así. De manera, que se había autoimpuesto construir una barrera entre ella y el mundo como un escudo y aun si bien no llevaba intención de vivir dentro de una burbuja, sí que pretendía trazar un límite entre ella y el resto, para aislarse de lo que pensaba le restaba fuerzas. Y, sí, no podías al escucharla no darle la razón, pues todos hemos notado en el paladar el sabor de lo inútil, del tiempo perdido y de los actos estériles e improductivos que no nos aportan nada. Es más, a mí siempre me ha dado muchísima rabia malgastar el tiempo porque el tiempo no sólo son las manecillas de un reloj sino es el espacio que habitamos. Pero incluso así, mi reticencias a la hora de delimitar adrede lo externo estaban ahí. No me convencía el hecho de acotar mi vida con el fin de no malgastar tiempo si erraba en lo que lo invertía. Y aun sabiendo que vivir es ir eligiendo y elegir es descartar otras opciones, aun entendiendo que hay en el descarte y en la elección un coste de oportunidad que jamás será resarcido, y aun conociendo que quizás lo que más agota de ser adulto es estar sometidos a un constante goteo de elecciones con forma de decisiones, no sé, seguía prefiriendo tener ante mí todo un mundo por descubrir a alzar un muro entre el mundo y yo, y disfrutar de esa manera de una pequeña parcelita en la que la probabilidad de aciertos fuese mayor. Y lo que acabó de afianzarme en mi postura no fue, por extraño que parezca, ninguna de las opiniones vertidas en la cocina de Margot, sino fue un recuerdo que se plantó ante mí por una asociación rápida de ideas, cuando abrí, días después, el buzón de correos y encontré una revista en cuya portada estaba la fotografía de una máquina de un tren a vapor. Al sostenerla entre mis manos, de inmediato, recordé como mi abuelo nos hacía jugar de niños a un juego llamado Cinco viajes en tren, un juego que era una total elección y que nos entusiasmaba. Aquel juego nos divertía tanto como pasar un domingo en la feria y consistía en que debíamos decirle cinco lugares a los que viajar en tren, bien meditados y con una explicación que le convenciese, porque sólo tendríamos la posibilidad a lo largo de la vida de realizar esos cinco viajes sin poder cambiarlos jamás. Pues, una vez se lanzaba al aire el lugar de destino no había vuelta atrás, por ello nos plantaba delante: un globo terráqueo y la enciclopedia. Mi abuelo Miguel, nos daba los utensilios, los medios, para que pudiésemos volar libres sabiendo hacia dónde volábamos. Y eso era elegir. Así que con la revista en la mano, no pude dejar de pensar que aunque nuestra compañera hubiese decidido ahora delimitar su vida, muy probablemente lo estaba haciendo desde años ha, sin ser plenamente consciente. Puesto que yo que en mi ánimo y en mi intención no estaba limitar nada, acababa de darme cuenta de que desde niña estaba poniendo hitos a mi caminar, y de que invariablemente elegir es algo ineludible, por tanto, ―y ahí mi postura se afianzó y se hizo fuerte como la argamasa del hormigón bien elaborado―, lo valiente no era alzar muros entre nosotros y el resto del mundo, lo valiente era derribar esos muros y mezclarnos para vivir.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz