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sábado, 30 de septiembre de 2017

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el último día del mes. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

miércoles, 27 de septiembre de 2017

LA ABUELA PERFECTA



«Una mujer me espera, ella lo contiene todo, nada le falta.»
Walt Whitman


Siempre tiene fruta recién comprada de todas las variedades habidas y por haber con la que le gusta agasajarnos, esa es una de las tantas maneras que tiene de mostrar su amor y su generosidad; del mismo modo como tiene cientos de libros para que podamos leer en su inmensa biblioteca en la que predominan los libros grandes en tamaño, enormes en talento y hermosamente ilustrados que son su joya más preciada. Pasa horas enteras y eternas en la cocina con tal de que el estómago de quién visita su casa jamás pase hambre y coma como es debido. Siempre tiene un caldo para ti en tu hora más mala o una sabrosa ensalada cuando aprieta una ola de calor. Posee la piel más suave que jamás han rozado tus dedos, su color es saludable, toda ella huele a jabón, es guapa en esencia y de manera franca y sin artificios. A mí me gusta achucharla, abrazarme a ella, darle besos, demostrarle lo mucho que la amo. A menudo pienso que me gustaría que pudiese verse a sí misma a través de los ojos de quienes la adoramos, para que supiera a ciencia cierta el genuino amor que despierta en nosotros. Ella es una de esas mujeres que se ha hecho a sí misma, que siempre ha trabajado con minuciosidad, con amor por detalle y por y para los otros. Ahora con la sabiduría que le han dado los años y el aprendizaje extraído de sus propias experiencias hace que conversar con ella sea algo gratificante, ya que es como ir tejiendo un tapiz de reflexiones llenas de matices y sorpresas que a menudo te dejan boquiabierta. La vejez le sienta mejor de lo que ella presupone. Sí, la vejez le sienta bien, y su forma de estar en el mundo se va tiñendo de una especie de pasotismo que hace que tu amor por ella se convierta en locura. A ratos y siempre inesperadamente, en el momento menos pensado, ríe por algo que acaba de oír y lo inunda todo de felicidad. Me encanta su risa. Su risa es sana, es una risa que le sale de las entrañas y sin tapujos. Su risa la viste de sinceridad y la desnuda de todo prejuicio. Cuando ríe es como si se abriera una ventana a un mundo fantástico y quererla es algo fácil. Y cuando quiere desconectar del mundo escucha música y se aísla de todo y de todos, y tú la miras y en silencio desapareces, la dejas vivir a su aire. Pues dejarla vivir a su aire es el mayor tributo que le puedes brindar a alguien que te lo ha entregado todo. Y, ahí, en ese instante en que mis pasos desandan el camino andado y desaparezco para no molestarla, me doy cuenta de que se está convirtiendo en la abuela que siempre he querido tener y que nunca he tenido. Tuve una bisabuela, pero jamás he tenido abuela. Pero ella resulta ser la abuela perfecta. Es acogedora y suave, toda ella es amor, toda ella lo contiene todo, y a su lado nunca te van a faltar ni la fruta ni los libros, que es como saber, que junto a ella jamás te va a faltar ni el alimento ni el consuelo. Y ella, ese ser maravilloso, no es otra persona que mi propia madre. Lo que me lleva a pensar que quizá la abuela perfecta es nuestra madre cuando se convierte en abuela. Tal vez esa sea otra de las sorpresas que el tiempo nos depara. Lo desconozco. Pero sí que sé que de poder escoger una abuela, la escogería a ella. Mi madre se ha convertido en la abuela que nunca he tenido y es algo genial. Porque cuando me abraza lo hace desde lo más profundo de su corazón, desde su yo más honesto.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

lunes, 25 de septiembre de 2017

CAJAS

De la misma forma como existen las cajas de seguridad, las cajas fuertes, las cajas de caudales o las cajas de música, existen unas cajas para las que se debería buscar un nombre muy especial, porque dentro de ellas, además de albergar objetos guardan sentimientos y emociones y acaban siendo una caja llena de recuerdos o de sorpresas. Y más allá del distinto tamaño que puedan tener o de los diversos materiales del que estén fabricadas, los verdaderos elementos con los que se elaboran son: el amor, la ternura y la complicidad. Conozco de primera mano ejemplos de personas que crean cajas así: está Lorelai que como viaja tanto debido a su profesión al no poder estar con Harold, ―su amor―, en el cada día, va construyendo una caja con objetos que compra o que encuentra y que le han llamado la atención y cuando tiene la caja a rebosar se la envía a Harold y días después de habérsela enviado, le manda una carta donde le ha escrito la historia y el significado de cada uno de los objetos que contenía la caja, con el fin de que el contenido borre la distancia física que hay entre los dos; está Irene que vive en un pueblo pequeño y que cada vez que se entera de que una de sus vecinas está embarazada le preparara una caja repleta de cuentos para niños de cero a tres años acompañado de algún que otro peluche para entregársela cuando nazca su vástago; y luego están las cajas sorpresas, esas cajas que últimamente están tan de moda y que pagas su contenido por anticipado al adquirirlas sin saber que hay en el interior y que se asemejan tanto a los sobres sorpresa de cuando éramos niños por los cuales abonábamos unas cinco pesetas a cambio de una incógnita, y aun siendo conscientes de que tanto ahora como en aquel entonces no deja de ser una compraventa, la sorpresa no te la quita nadie como nadie puede decir que quien las ha ideado no lo ha hecho con el ánimo de alegrarte el día; y cómo no, están las cajas de los ex, esos seres que guardan en una caja todo los que les unió a su pareja y que aunque les cueste admitirlo el valor sentimental del contenido les obliga a mirar la caja de reojo para comprobar que está en su sitio cada vez que entran en el garaje; como también existen las cajas donde una madre guarda los juguetes de sus hijos para así asegurarles y asegurarse a sí misma que nadie les robara la infancia; y por supuesto, están las cajas del tesoro que de críos escondemos en algún lugar y que luego olvidamos y cuando de adultos las recuperamos de forma inesperada reímos a gusto pues en ella habíamos puesto todo un mundo lleno de fantasía e ilusión que regresa a nosotros en un instante como si no hubiera pasado ni un día; y de este modo podría estar durante horas describiendo a saber cuántos tipos de cajas con la certeza de que cada una de ellas está elaborada con los mismos ingredientes. 
Por ello, estoy segura de que todos vosotros lectores míos tenéis vuestras propias cajas, como Alberto y yo tenemos la nuestra. En los últimos años dado que Alberto y yo cumplimos años casi que el mismo día, para ser más exacta: yo el día doce y él el quince del mismo mes, por nuestro cumpleaños nos regalamos una hermosa caja que ha sido construida por los dos durante el año que dejamos atrás. Alberto suele comprar la caja una semana o dos después de cumplir años y habitualmente está fabricada a mano y es de material genuino, por tanto no es de extrañar que sea una auténtica preciosidad que yo no veo hasta el año siguiente, ―aun sabiendo que ya la ha adquirido―, porque sencillamente me la esconde. Pues bien, con la adquisición de la caja nace todo, puesto que tras ello empezamos a dejar en una gaveta durante el año todo aquello que tiene un significado digno de un momento que debe ser recordado, ya que sabemos que en el futuro cuando lo contemplemos nos hará viajar a una situación llena de dicha. A un momento de nuestras vidas en que fuimos felices y al que siempre desearemos volver. Comenzar a construir una caja es como dar el pistoletazo de salida al año, no sabemos que nos va a suceder durante esos doce meses que tenemos por delante, vamos a ciegas, pero os prometo que siempre encontramos detalles que cuando llegado el momento por nuestro cumpleaños abrimos la caja y los depositamos en su interior nos hacen sentir y constatar cuán afortunados hemos sido ese año, por cuántas cosas debemos de estar agradecidos y dar las gracias.
Así que muy bien podrían llamarse a todas estas cajas, no sólo a la nuestra, sino a todas las cajas que se elaboran con amor: cajas de la felicidad o por qué no, cajas de la esperanza. Pero personalmente prefiero sin saber si es lo acertado o no, llamarlas cajas de celebración pues con ellas de algún modo celebramos la vida. Ya que ellas son el testimonio de cuán felices fuimos un día y con su presencia nos advierten de que siempre tendremos alguna razón por muy pequeña que sea para volver a serlo. De modo que como no tengo ni idea del nombre apropiado que deberían tener: lo dejo en vuestras manos, lectores míos, presintiendo que si tenéis alguna de estas cajas sabéis de qué hablo.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

viernes, 22 de septiembre de 2017

OTOÑO Y HOGAR



«Sondeemos la tierra para ver hacia
dónde se extienden
nuestras principales raíces.
—Henry David Thoreau—



Cuando regresa el otoño y con él, el invierno, no puedo evitar tener la sensación de que he regresado al hogar. Si bien, el verano es el tiempo donde desaparecen los relojes, se derriten los paraguas, se difumina la línea que separa el día de la noche, convirtiéndose todo él, en la época donde se baila sin tapujos con la naturaleza y sus criaturas, se ríe con las puertas abiertas, se come fruta en cantidades ingentes, se lee a mansalva, se nada y te diviertes como si no existiera un mañana, provocando todo eso en nosotros un sentirnos ligeros como si nada importase demasiado o como si las ataduras no existieran, personalmente yo, ahora, desde hace unos años, ya, de preferir prefiero el otoño y el invierno con todas sus promesas y todo lo que conllevan. Prefiero la belleza serena del otoño y el invierno. Si el verano es alboroto, el otoño y el invierno son sosiego. El cuerpo y la mente necesitan del sosiego como del mismo oxígeno. En el sosiego descansan y se alimentan mejor, por ello, todo lo que nos sucede en ese estado toma forma, todo lo que hacemos arraiga, tiene su peso y su poso, llega a nosotros para quedarse. El otoño y el invierno son el orden, la simetría, el equilibrio, la regularidad, la armonía frente al desorden del verano. Es lo duradero frente a lo efímero. El verano es como estar de paso, el otoño y el invierno es quedarse. En julio tuvimos en casa a unos amigos que vinieron a visitarnos y uno de ellos en una de esas veladas infinitas nos hizo una pregunta que desde entonces estoy intentando contestar, con lo cual no es extraño encontrarme a mí misma en repetidas ocasiones meditando sobre su posible respuesta. Quizás, por ello, la formulo a todos mis conocidos, para seguidamente observar cómo se quedan pensativos. De modo, que no voy hacer una excepción con vosotros y por tanto en este momento os la traslado, lectores míos. La pregunta es la siguiente: «¿Dónde tiene un hombre su hogar: donde tiene su corazón o donde cuelga su sombrero?» Con sólo sopesarla unos segundos podréis constatar cómo tiene su aquel, como tiene su miga, aunque a bote pronto pueda parecer sencilla de contestar. Después de semanas de meditación y tras oír diversos razonamientos, me atrevo a decir que muy posiblemente son infinitas las respuestas como infinitos son los hombres. Lo ideal sería tener el corazón y el sombrero en el mismo lugar, pero nunca hay que dejar de lado la complejidad de la vida o cómo el corazón a veces con el paso del tiempo va troceándose y repartiéndose por distintos lares, componiéndose al final de todos ellos. Estoy casi segura de que como más años se tienen la respuesta es más complicada puesto que al ir a contestarla se valoran muchos más factores y se encuentran muchos más matices. O puede ser que yo esté totalmente equivocada y como más años se tienen la respuesta sea cuestión clara y rotunda de rápida solución. No lo sé. Lo que sí que sé es que tras haber reflexionado mucho, hoy por hoy, estoy en disposición de responderla sin riesgo a equivocarme ni de engañar a nadie ni sobre todo a mí misma, si contesto: que yo, es decir, la que escribe estas líneas, sólo me hallo en mi hogar cuando regresa el otoño y el invierno a mi vida. Es más, mi hogar está allí donde se encuentra el otoño y el invierno conmigo. Entonces todo resulta ser más confortable y reconfortante, todo puede llegar a ser perfecto. En ese espacio de tiempo que comprende el otoño y el invierno está mi hogar, y donde cuelgue mi sombrero o donde tenga mi corazón o partes de él se manifiesta como secundario o menos importante para sentirme bien.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz  

viernes, 1 de septiembre de 2017

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el primer día del mes. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil