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lunes, 24 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. CALAMIDAD


Berlín,  24 de febrero de 2020


¿A qué te refieres cuando me escribes que quizás sabernos el uno del otro no es suficiente cuando la vida viene cuesta arriba? ¿Qué significa que aprenderás a librar tu propia batalla cuando la tristeza de mí ausencia de ti se apodere de tus horas? Sé  que  nunca serás una damisela en apuros y me consta tu gallardía para dar golpes de timón y seguir bregando con la vida, pero, ¿por qué, querida mía, tienes la costumbre de alejarme de tu mundo? Actúas en horas como si no me necesitases, y debo recordarme, que lo que en verdad haces es defenderte de la necesidad que tienes de mí, de la dependencia, y lo haces marcando distancias, con dureza. Actúas como si lo que sintieses no fuese del todo asunto mío. Sé muy bien que la dependencia a la que el amor verdadero nos aboca, para nosotros dos que somos de personalidades tan fuertes y tan independientes, es una especie de esclavitud con la que nos es laborioso comulgar con facilidad. Ambos somos tercos como mulas en ese aspecto y muy probablemente es en el terreno en que nos manejamos peor. Tú y yo no necesitamos a nadie. Así por las buenas.  ¡Faltaría más! Y de pronto nos hemos dado cuenta: ¡oh, sorpresa!, que la necesidad, la dependencia que tenemos del otro,  va en aumento a pasos agigantados. Somos conscientes aunque no lo hayamos verbalizado que cada vez nos será más difícil vivir separados. Pero es lo que hay, al menos, de momento. Deberías resignarte a ello. Dejar de protestar. Sé que estoy pidiendo un imposible. Pedirle que se conforme, que se resigne, a alguien como tú que vive la vida en primera persona y que es la protagonista de lo que en verdad le importa, sin esperar a nadie, sin esperar que suceda, y que hace que la vida ocurra porque necesita vivir ya que no soporta simplemente estar viva, es, lo sé,  una auténtica osadía; y sin embargo en mis adentros te lo pido en secreto cada día. Si te lo pido es porque conozco tu capacidad de adaptación, tu fortaleza mental y el inmenso amor que hay en ti para mí. Ya ves, ahora te lo pido por escrito. He pasado de musitarlo para mis adentros a escribirlo en negro sobre blanco. Me escribes, también, y leerlo me reconforta y calma mi corazón, lo siguiente:《No es extraño que necesite más de ti. No es extraño. Siempre voy a preferir el sol a la lluvia. Tú eres mi sol. El sol se necesita para vivir.  Te amo profundamente, berlinés.》 Te lo trascribo para que memorices tus propias palabras o mejor cópialo quinientas veces como castigo, porque, querida mía, eres una mujer extraordinaria con la que no concibo otra cosa que no sea vivir, vivirte y compartir mi vida contigo; pero, también eres cuando te entra el malhumor de la distancia una auténtica calamidad,  aun así, memoriza también lo que voy a decirte: has sido, eres y serás siempre mi calamidad. Eres, querida mía,  mi asunto y mi verdadero amor. Tengo muchísimo trabajo en el día de hoy, sé que eres consciente de ello, de modo que voy a enviarte la presente y espero con las horas recibir un mensaje tuyo en el que el viento, tu elemento, te haya disipado la angustia por no estar a tiempo completo en mis brazos, caprichosa mía. Te sé en estos momentos desternillándote, feliz y enamorada de mí hasta no poder respirar. Te sé y sé que acierto de lleno. Ah, por cierto, ayer vi 'Persian Lessons’ en la Berlinale.  Merece ganar. Después, me asombré por la expectación y la cola bajo la lluvia para ver ‘Lua Vermella’ de Lois Patiño. Te eché muchísimo de menos. Anótatelo,  memorízalo también, recuérdalo siempre, que no se te olvide nunca, querida  mía, que echarte de menos es ya mi estado habitual. Sonríes, te veo sin verte y  saberlo me hace feliz.


El berlinés.

jueves, 20 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. NACER


Berlín,  20 de febrero de 2020


“En el amanecer de hoy al salir al porche a respirar invierno y llenar mis pulmones de naturaleza me esperaba una rebanadita de luna sobre la pradera. Ahí estaba, encantadoramente bella y poderosa menguando para nacer de nuevo. He sonreído. En la naturaleza siempre me sé dichosa y afortunada. Ante ella siempre sé que lo único peor es que el único, valga la redundancia, plan que te reste sea morir. Al igual que a ti tras estar tres días juntos se mezclan en mí ratos de euforia y melancolía. Te echo de menos. Amo tanto estar contigo como te amo a ti. Tú has regresado a tu ciudad y yo en este año en que la vida ha demostrado de nuevo en mí, como en todos, que tiene su propio guión y ha hecho saltar por los aires, literalmente,  mis jornadas entre fogones abocándome a vivir mi propia olimpíada y sometiéndome a duras horas de entrenamiento y fortalecimiento de cuádriceps sé que vivir me apasiona, que vivir es lo más apasionante que le puede ocurrir a un ser. En estas últimas semanas pienso en ti más que nunca. Ahora mismo desde la pradera te sé conmigo. Estás aquí. Puedo tocar tu alma porque me habitas. Eres un buen hombre. Un gran hombre. Un hombre formidable. El mejor compañero de vida.  Y en estos días en que nuestros cuerpos han estado entrelazados, en los que la risa y las conversaciones han poblado nuestra existencia te he reconocido como mío de nuevo. Tu cuerpo es mi altar y tu forma de ser, tu espíritu, tú, en definitiva,  mi templo. Eres mi héroe y también mi dios. Te adoro y en la calidez de tu cuerpo y de tu corazón te beso los pies y los párpados y me sé ofrenda para ti. El Universo hizo algo muy bueno juntándonos. Sí. Nos dio la vida de nuevo. ¿Acaso amar verdaderamente no es la mejor manera de renacer? Sí,  lo es. Por ello yo que en más de una hora me siento vieja y cansada tengo la impresión pegadita a ti de ser niña sin edad, puesto que tú, mi amor, me dejas serlo. Te amo profundamente, berlinés.” Leo tu último mensaje. Lo interiorizo. De manera excepcional lo he imprimido para después doblar el folio y guardar tus palabras en el bolsillo interior de mi abrigo. Están en esta hora sobre mi corazón y en mí se acumulan las ganas de mandarlo todo a paseo e irme definitivamente a vivir contigo y pasar el tiempo que nos queda sentados frente a tu chimenea porque, querida mía, cuando me separo de ti los años se me echan encima como una bandada de estorninos que no me deja ver el cielo. Al igual que tú, sólo encuentro una forma válida de vivir, y es la de nacer cada día para ti y en ti. Lucho con ello, rabio con ello. Me enfrento cada día a ello. Ahora dejo de escribirte en este momento y te envió la presente. Estoy preparando la Berlinale. Sé que el festival hará más llevadera nuestra melancolía por eso tengo ganas de que comience lo antes posible y sea interesante, pero no olvides nunca, querida mía, que también sé que el saber que nos tenemos el uno al otro es en toda hora la única manera de poder respirar. 


El berlinés.

jueves, 13 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. BAILAR



Baviera,  13 de febrero de 2020


“Que ganas tenía mi amor de estar aquí contigo, acurrucarme en el hueco de tu cuerpo y descansar en ti como los primeros amantes de la historia. Necesito de tu calor, necesito sentir como besas mi nuca al dormirme, necesito que sepas que me haces feliz, necesito tener tu aliento y tu voz en mi oído. Te amo profundamente, berlinés. Eres mi mundo y mi lugar seguro. Estoy exhausta y contenta. Ahora necesito dormir amarradita a ti.” Escribo parte de tu mensaje de anoche. No lo transcribo,  no me hace falta, no lo copio, lo escribo de memoria ya que de tanto como te conozco cuando los leo se quedan grabados en mí. Anoche estabas radiante y en paz y eso nos permitió dormir a los dos a pierna suelta. Ver que podías apoyar el pie en el suelo y poder caminar un poco, un paso tras otro, te dio la vida, a mí también. He soñado bailándote. Sonríes, lo sé. Tú también lo has hecho. Te has soñado, bailándote y bailándonos. Y, sí, querida mía, bailaremos como siempre lo hemos hecho sin soltarnos jamás. La noche transcurrió serena y el día está siendo plácido. La vida es buena cuando tú andas sosegada y feliz conmigo,  cuando dejas que yo cuide un poco de ti. Entonces no hay tiempo ni distancia. Sólo hay una dimensión y es la de nuestro amor. En unos minutos estaré en Múnich. Otro viaje en tren. Me es imposible al subirme en uno, como lo he hecho este mediodía, no rememorar el mejor de los viajes, el que emprendí contigo hace algunos años. Un viaje que iba directo al corazón. A mí corazón noble, como tú lo has apellidado. Sé que de no tener para ti un corazón noble que ofrecerte no estarías a mi lado. Me escribes que tu padre te dijo en el día de ayer que no creía que fueses tan cariñosa y menos con los que a su parecer no te merecen; y entonces me doy cuenta de que no hay otro hombre en el mundo que te conozca como yo te conozco. Ni siquiera tú padre, ni por supuesto, tú padre. Ante esa visión te presentas frente a mí como un ser único creado para mí por alguna ley del Universo. Eres mía no como una posesión sino como una parte de mí, como lo es mi mano o lo son mis ojos, como lo es también el hogar secreto, el último refugio o la infancia. Eres mía en la medida en que yo no quiero moverme ni despegarme de ti, ni tú tampoco de mí.  Eres mía como lo es el primer pensamiento al despertar  y el último antes de dormir. Lo eres,  como lo es la sed y el agua que la sacia. Sé a la vez que eres mía como lo sería un texto escrito en un idioma sólo legible por mí o como el mapa del tesoro que dibujé a los seis años y que sólo yo sé descifrar y saber qué esconde. Eres mía, así de sencillo,  así de contundente. Lo eres desde la libertad de serlo, desde el misterio del amor que une a dos desconocidos y desde la unión los convierte en desconocidos para el resto de la humanidad. ¡Qué feliz singularidad esta! Te escribo, de nuevo como ves, desde el tren. En Múnich me esperan duras y largas horas de trabajo y puedo presumir que estarán acompañadas por una molesta lluvia o un frío estúpido capaz de congelarme la nariz, pero sé, que mi corazón, ese corazón noble que amas más que a tu vida, jamás se ha sentido tan arropado como lo está ahora contigo. Te aseguro que para él siempre es verano y se encuentra con el tuyo al borde de una alberca de agua limpia en la que el sol nos llena de más amor y vida. Va a pasar el revisor. Guardo la presente y te la envío desde la recepción del hotel. Insisto, querida mía, seguiremos bailando hasta que suene la última de las notas allá en la eternidad. Sé porque te conozco que así lo deseas.


El berlinés.

martes, 11 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. ADORACIÓN


Berlín,  11 de febrero de 2020


Escucho el bip, bip, del teléfono. Me llega un mensaje. Eres tú que acabas de ver amanecer y el mundo, hoy, te parece maravilloso. Sé que el amanecer tiene un inmenso poder sobre ti, te vivifica, azuza tus miedos, los espanta, y te otorga valentía y unas ganas enormes de vivir y de amar. A ti te ocurre con el amanecer lo que a mí con el amor. No obstante, al igual que a ti me gusta madrugar y despedir a la noche encontrándome de frente con el día y  tener la sensación de que tengo por delante una infinitud de posibilidades. Hoy soy yo quien está de malhumor,  llevo horas así y más que llevaré. Trajino enfadado con todos. Mi malhumor es como una espuma que en el momento más inesperado crece y cubre mi existencia. Tú conoces como nadie ese malhumor y cuando me ves así te quedas mirándome, te acercas a mí, asumiendo el riesgo de sufrir un desplante, obviando el peligro, y me muerdes las orejas, tiras de mi cabello, me encaras a ti, te metes mi nariz en tu boca y luego mi boca en tu boca. Acabamos follando. En ti, dentro de ti, recupero la sensatez, se esfuman los demonios y todo regresa a su estado. Hay días en los que ese malhumor es culpa tuya aun sin saberlo. Odio en algunas horas que me conozcas más que yo a mí mismo. He estado toda la vida encerrado en una jaula en la que  no dejaba entrar a nadie y si bien no vivía, como ahora, al descubierto con los sentimientos a flor de piel,  si bien, no me sentía  totalmente vivo tampoco nadie podía hacerme sentir vulnerable. No sé cómo diantres te has hecho con las llaves de mi jaula, has abierto la puerta y te has metido dentro conmigo . No sé cómo ha pasado. En el tiempo que llevamos con esto hay algo que nunca te he dicho y seguramente es desde donde nace mi amor por ti y este dártelo y mostrártelo todo. Creo, querida mía, que el niño que fui está locamente enamorado de la niña que fuiste tú. Creo, sinceramente,  que los niños que fuimos son los que andan locos de amor; y tú y yo, en realidad sólo obedecemos a sus deseos. Sé que al leer esto sonreirás por lo inesperado de la declaración,  quizás por lo absurdo. Pero sé que es así. Sé que hay unos niños que manejan los hilos de lo nuestro y lo hacen a ratos incluso con maestría. Dos niños que comparten la misma ilusión por todo, que se desafían constantemente, que se aman como jamás amarán a nadie.  Te odio querida mía y no puedo vivir sin ti. Atrincherado estoy tras mi silencio. Durará un día,  dos o tres. Respetas mi silencio aunque jamás me dejas sólo en él. Tiras de mí hacia ti. Me resisto siempre,  es ardua la labor que tienes conmigo, pero pones toda tu fe  en mí, entonces yo me sé el rey de tu mundo, el único rey de tu mundo y en una de esas me convences de que si al menos no tengo ganas de hablar, besar siempre es una buena opción. Me adoras como nunca lo has hecho antes y  me amas hasta quedarte sin respiración. Así eres tú,  también. O todo o nada. No  concibes ni una vida sin mí,  ni amar y vivir a medio gas. Querida mía, dejo de escribirte por el día de hoy. En un santiamén te envío la presente. Más tarde hazme un favor, tras leerme, antes de regresar a tu rutina bésame en los párpados y resucítame. Pues la que pasa por tus labios de fresa es la única manera posible de dejar vivir al niño que fui. 


El berlinés. 

lunes, 10 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. DISPARATES




Berlín,  10 de febrero de 2020


Eres de naturaleza generosa, por ello, no le pidas peras al olmo. No. No. No. Eres de la misma manera generosa como eres escritora, jamás vas a poder desprenderte ni de lo uno ni de lo otro, querida mía, y de la misma forma en que cuando me escribes aunque sea unas líneas éstas no pertenecen a alguien que no ama las palabras, no son de alguien que no posee sin buscarlas la calidez y la calidad literaria, en tu trato con los demás jamás habrá ni por asomo un ápice de egoísmo porque amas demasiado la vida y celebrarla, y respetas siempre al otro. Así que no me vengas con disparates, contándome que quieres aprender a ser egoísta. Sé que estás de malhumor en las horas de la noche debido a que tu lesión de rodilla te impide vivir las jornadas a tu libre albedrío, sé que ese malhumor te pasaría si yo estuviese acostado a tu lado, sé que cuando te acuestas me maldices por no estar, luego te calmas y me escribes a las dos y media o a las cuatro de la madrugada; y cuando lo haces no hay rabia ni egoísmo ni textos sin ton ni son desestructurados; hay amor, generosidad, respeto por mí y por la narración de lo que me cuentas, calidez y calidad literaria y si hay eso, es porque tú eres así. Durante el día no existe la hora en que no estás sola, entonces todo es harina de otro costal, y las horas te resultan más llevaderas, incluso mi ausencia; tienes la casa abierta y aun arrastras preparas barbacoas para tus amigos, comidas para los otros y para ti, y tu gran mesa con el mantel puesto siempre está dispuesta y disponible para seguir celebrando la vida, y lo haces, sin dejarte nada para mañana, con tu semblante sonrosado y sonriente y tu mirada agradecida. Eres de tener la despensa y la nevera llena y gente a tu alrededor. Así eres tú. De modo que siento decepcionarte al anunciarte que jamás serás quien hoy no eres, querida mía. El fin de semana que viene como bien sabes estaré en Múnich, pero en pasar, volaré hacia ti y estaré a tu lado hasta la Berlinale,  y sé que aunque sea por unos pocos días te haré reír tanto, estarás tan a gusto entre mis brazos que dejarás de decir tonterías. Sabes que por verte reír soy capaz de desafiar al mismísimo dragón y si siempre me he considerado un hombre de corazón caliente y espada fría es hora de demostrarlo. Hubo una vez en que el desamparo se instaló en mis días, aún recuerdo la tristeza de aquel tiempo, la tengo presente puesto que nunca he conseguido librarme del todo, ya que se arraigó en mis huesos. Por eso no voy a tolerar que conozcas en ti la tristeza debida al desamparo. Estoy dispuesto a matar por ti y a morir por ti. ¡Por ti el mundo!, pues eres tú y sólo tú, quien me borra las malas horas con sólo estar en mi vida, eres tú y sólo tú, quien me ha mostrado que mi existencia es un lienzo en blanco y que soy libre de pintarlo con todos los colores, no sólo con grises, marrones y negros. Pero, francamente,  querida mía, para pintarlo hay que tener ganas y en resumidas cuentas,  mis ganas y mi energía dependen totalmente de ti y de tu bienestar. De modo que más pronto que tarde me lanzaré sobre ti y tendrás que explicarme mirándome a los ojos qué es eso de aprender a ser egoísta. Tienes ya una edad para ciertos dislates. Cachis, ¿acaso no te das cuenta de que tu forma de ser es el tesoro de los otros, el mío propio? Te envío, querida mía, la presente y reservo billete. Y como he aprendido de tu admirado Wendell Berry, te digo: acepta el presente por lo que es. Permítele ser suficiente.


El berlinés.

miércoles, 5 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. TOZUDEZ



Berlín,  5 de febrero de 2020.


Me tienes perplejo, creo en ti y en tu capacidad de amarme. Creo en tu amor. Eres mi certeza. Te sé como nadie. Pero, a la hora de la verdad, últimamente hay algo que te detiene y tu regreso es una sucesión de esperas. Es como si en tu vida existiesen un montón de cosas más importantes que yo y no es cierto. Sé, y como lo sé, me doy cabezazos figurados contra la pared, que es la naturaleza la que tiene poder sobre ti, en ella has encontrado tu lugar. Me impresiona enormemente oír de tu boca en repetidas ocasiones que primero es la naturaleza, seguidamente el contar historias y amar, y luego el resto de vida. Mujer serena de ideas claras a ratos odio que no te desvíes de tu estar en el mundo por mí.  Sé  que otro gallo cantaría si en vez de pedirte que te reúnas conmigo en Berlín te pidiese que te reunieses conmigo en una casa rodeada de la nada verde sobre una colina. ¿Cómo puede ser que prefieras la naturaleza a mí,  al amor? ¿Tanto te aburro,  tanto te distrae? Soy un hombre oriundo de campo, pues nací y crecí en un pueblo pequeño lejos del mar y aunque mis recuerdos de niñez pertenecen a ese paraje, aunque cada verano regreso a pasar unos pocos días en la que fue mi arcadia feliz hasta los siete años, no me siento cómodo como para quedarme en un para siempre sin fecha de caducidad, necesito el bullicio de una ciudad no para perderme en él sino para tener la sensación de que mi vida es más de provecho que la vida de los que habitan praderas, prados, valles, bosques y montañas. Sé que a tus oídos resulta odioso que haga de menos a la gente que allí vive, sé que te desagrada por faltar a la verdad, que crea que sólo el avance y lo importante ocurre en las ciudades. No comprendes mi falta de rusticidad y te ríes de mí,  burlándote, cuando compruebas mi ignorancia sobre aspectos básicos de la vida. Es decir, esos que a la larga son los únicos necesarios para vivir. Te amo como eres, querida mía, amo tu rusticidad, amo que nunca mires tus zapatos sino que al contrario vas con la mirada puesta en tu entorno natural porque tienes la conciencia de quien se sabe parte de un todo, amo no ignorar que nunca serás una damisela en apuros como saber que siempre tendrás muchas más armas que yo para defenderte y arriesgar. Todo lo contrario que yo,  que como mis conciudadanos, me agobio una vez salgo de la comodidad de mi despacho, que miro la punta de mis zapatos creyéndome único, singular y ni por asomo una parte minúscula de un todo enorme que me va a superar siempre y que no me necesita para nada. Comprendo a base de conocerte que sientes verdadera pasión por los dadivas que te ofrece la naturaleza, regalos en los que si no te hubiese conocido jamás hubiese reparado, lo que no comprendo es por qué demonios me enamoré perdidamente de ti, por qué te amo tanto. Lo lógico hubiese sido enamorarme de una chica con la que hubiese tropezado en el ascensor y que sólo fuese feliz al pisar asfalto. No como tú que si no vas descalza no te sientes completa. No como tú que unos eneros te abres la cabeza con una rama que se desprende por el peso de la nieve y otros, como éste,  te lesionas gravemente una rodilla al hacer la borrega en tu mundo natural al correr y saltar cual cabra detrás de algún ciervo o cervatillo en compañía de tu perra de sesenta kilos. ¿Acaso no puedes estarte quieta? ¿Acaso no puedes sentarte en una oficina, utilizar el metro y respirar contaminación como yo? ¿Tan difícil te es? No hace falta que me respondas. Te  veo desternillándote de mí por pensar semejante imposible. Estás ahí de reposo con tu pierna en alto pensando solamente y con ansia en los caminos que no carreteras que recorrerás  en cuanto te quiten el vendaje y recuperes la potencia para dar brincos. Has tenido que dejar de cocinar por unos días y tu mente salvo las horas primeras no se ha llenado de tristeza sino de todas las aventuras salvajes en campo abierto que te quedan por acometer. Te sé revolviéndote durante estos días al tener que estar enclaustrada  entre cuatro paredes y no poder ascender montañas. Es más, te sé,  saliendo a hurtadillas a llenarte los pulmones de invierno. Divago, querida mía,  como un loco enamorado. Pero mi divagaciones son certeras. Sé en el fondo que no vas a venir a Berlín porque le falta la naturaleza, dejando todo el peso sobre mis hombros. Me descubro a mí mismo buscando la naturaleza en el asfalto, buscándote a ti en los cielos de furia que arden como tú ardes entre mis brazos. Hoy asisto a una feria internacional de fruta y verdura. Asisto también como figurante, pero es lo más verde que se me ha ocurrido para que me sigas amando y admirando. Sé que acabaré rindiéndome. Sé que acabaré dejándolo estar y la que perderá, querida mía, no serás tú, será la ciudad. La dejaré por ti y tendrás que acoger a este pobre hombre en tu hogar, en tus brazos,  en tu cuerpo, en tu vida y tendrás que enseñarme a vivir a través las cosas básicas de la vida, porque para ti soy el hombre con el que jamás pasarás frío. Dejo de escribir por unos instantes  y busco inmediatamente un buzón donde depositar la presente para que te llegue lo antes posible pues te amo tercamente y te necesito con tozudez.


El berlinés. 

viernes, 31 de enero de 2020

Cae la noche en Berlín 🖤 🇩🇪 #vivirconlos5sentidos


El cielo sobre Berlín en tiempos del Brexit y del Coronavirus (31.01.20)


NO TIRES LAS CARTAS DE AMOR
Ellas no te abandonarán.
El tiempo pasará, se borrará el deseo
-esta flecha de sombra-
y los sensuales rostros, bellos e inteligentes,
se ocultarán en ti, al fondo de un espejo.
Caerán los años. Te cansarán los libros.
Descenderás aún más
e, incluso, perderás la poesía.
El ruido de ciudad en los cristales
acabará por ser tu única música,
y las cartas de amor que habrás guardado
serán tu última literatura.


[Joan Margarit]

miércoles, 29 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. DEJARLO TODO


Berlín,  29 de enero de 2020


El Universo te desea contadora de historias, te quiere trajinando con palabras a tiempo completo. Y el tiempo que te resta te anhela conmigo. Y lo hace desesperadamente. Lo sé yo. Lo sabes tú. Deberías comprender entonces que ante tal panorama poco margen te queda para elegir y más teniendo en cuenta que somos marionetas en manos del destino, quizás para nuestro bien. De modo que regresa, regresa ya, deja todo lo que estés haciendo de una. Sé que estas cartas van minando tu capacidad de resistencia, te conozco lo suficiente para verte desde aquí flaquear. Te sé meditando seriamente en volver a dejarlo todo de nuevo por mí. Ambos sabemos que lo harás, que tu silencio sólo es una postura, las más de las horas, ridícula. Estás ahí regodeándote ante este cortejo. No me equivoco al pensar que estás feliz y sonriendo todo el rato. Va, regresa. No alargues más la llegada a tu destino. No seas puñetera. En unas semanas va a comenzar la Berlinale y te necesito aquí con lo que este festival representa para nosotros,  con el jugo que siempre le hemos sacado. Lo pensaba hoy mismo mientras estaba en la presentación de la edición de este año. Te necesito. Sabes que no soporto ver películas sin ti. Tú me sabes, conoces mis gustos, intuyes antes que yo mismo si una película me va a gustar o por el contrario me pondrá nervioso. Conoces mis filias y mis fobias. Además no es comparable ver cine por muy a gusto que se esté junto a colegas, por mucha alfombra roja y glamour, a hacerlo querida mía contigo acostumbrado como me tienes a ver infinidad de películas, la mayoría de ellas, en la intimidad de nuestras noches medio desnudos, entrelazados, bajo las mantas mientras tú comes manzanas y chocolate y yo me aferro a ti, y beso tu nuca y huelo tu piel, y me sé el protagonista de la única historia que en verdad me importa. Estoy tan en paz al estar pegado a ti que muchas de las veces pierdo el hilo de la película que estamos viendo y aunque sé que lo sabes, nunca jamás me lo reprochas, ni siquiera lo mentas, porque sé que para ti, como para mí, lo trascendente es ese estar juntos compartiendo vida. Ese estar piel con piel. Tengo ganas de que estés aquí y que vuelvas a recordarme con tus besos esas partes de mí que son tu debilidad y que despiertan tu pasión: mi cuello, mis manos, mis labios… Necesito que me recuerdes por qué soy un hombre atractivo. Necesito que hagas eso que sólo puede hacer quien te ama de verdad con el corazón y con ese otro órgano que es la pasión y que aun inexistente mueve nuestra sangre y nuestras horas; necesito que me hagas sentir único , que me rescates de la uniformidad del ser humano. Necesito sentir tus labios de fresa sobre mí , lo antes posible, necesito aislarme contigo y qué demonios estar juntos en cuarentena mientras el mundo decide si está sujeto o no a una pandemia de intereses creados. Te envío la presente con la fuerza del retorno. Vas a volver, querida mía. Eres mi certeza.

El berlinés.

martes, 28 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. VOZ


Berlín, 28 de enero de 2020


El cielo del invierno berlinés me sonríe o quizás soy yo quien le sonríe a él. Acabo de llegar a la oficina. He sentido urgencia de ti, de escribirte, de hablarte de nosotros. Al mediodía te enviaré mis palabras tras rematar los detalles de las piezas de hoy, pero eso será después,  ahora te escribo sentado, concentrado, deteniéndome en ti, en esa fuerza leal de amor que eres para mí, en esa energía vital. Mi confianza crece, no albergo ninguna duda sobre nosotros. Sé que son menos los días que faltan para tenerte de nuevo conmigo. Sé que son pocas las horas que restan para que deposite con mi boca y mis labios en tu oído las tres palabras en alemán que destruyen tu voluntad y te dan la vida. Con mi voz cambio el sino de tus días, querida mía. Mi voz que para ti tiene valor de ley. Mi voz que es tu hogar. Estabas de espaldas la primera vez que la oíste y una súbita alegría despreocupada, una necesidad apremiante y desconocida, invadió tu persona y tomaste conciencia de que no te detendrías hasta que no hablase para ti. Escucharla en tu oído es,  desde entonces, el  motivo por el que te levantas de la cama cada mañana ilusionada. Lo sé desde siempre,  como si lo hubiese leído en un viejo libro de historias,  sé , querida mía que lejos habitabas y al oír los ecos de mi voz resonando en tu interior decidiste caminar hacia mi. Ella te llevó hasta este hombre. La seguiste y te encontraste con la mirada intensa de mis ojos negros que iba a cambiar tu vida, y la mía también. Por eso sé que vas a regresar de un momento a otro. Oigo tus pasos en mi corazón. Pues no sólo soy, según tú, el hombre formidable que no se queda en la superficie de las cosas y que además te desternilla; la voz que define tus días; un deseo, un sueño dorado que se materializó;  no sólo somos amor; no sólo soy tu amante y tu amigo; el hombre con el que deseas envejecer; la verdad y la confianza en tu existencia; con quien ni en un solo minuto has dejado de aprender; soy algo mucho más importante que todo eso, soy quien hace que estar vivo se convierta en vivir. Querida mía demasiadas han sido las ocasiones en las que me has mostrado que ninguna vida está completa hasta que uno se dice a sí mismo: 《Ahora sí. Ahora sí estoy vivo,  y vivo》. Y, aunque a ninguno de los dos nos va lo cursi, ni bebemos en la fuente del amor romántico, decir que el uno para el otro se ha tornado en su razón para vivir, no está para nada fuera de lugar. No, no lo está. Como no lo están estas cartas de amor. Te dejo por un instante. Edito. Envío. Te amo SIEMPRE. 


El berlinés. 

lunes, 27 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. EROSIONAR


Berlín, 26 de enero de 2020



Deshago la bolsa de viaje y sonrió para mis adentros, sé que de estar aquí como en otras ocasiones has estado, te lanzarías sobre mí con tus besos a discreción. Nunca has soportado tenerme lejos. No falto a la verdad si digo que llevas fatal lo de estar separada de mí, por eso sé que en cualquier momento aparecerás por la puerta y entonces sí que te abalanzaras sobre mí. En ese momento eres como un alud de deseo capaz de llevárselo todo por delante. Es en esa hora cuando yo tomo posesión del territorio conocido, del paraíso hallado, que eres tú para mí. Cuando me fijé en ti por vez primera yo sólo era un hombre curioso por profesión y por naturaleza. Me había desafiado a mí mismo subiendo por la escala social y profesional pero siempre teniendo debajo de mí una red de la que sabía amortiguaría mi caída en caso de producirse. Así es fácil saltar hacia arriba. Soy un tipo seguro, lo sabes bien. No me gustan las sorpresas, ni improvisar sobre la marcha a salto de mata, por ello, tal vez, nunca pasó por mi mente ser un aventurero. Pero fue conocerte y sentir dentro de mí las sacudidas de pequeños sismos que provocaban que el reducto de seguridad al que yo me aferraba comenzase a importarme bien poco. Fue conocerte a ti y sentir que estaba ante el mayor desafío de mi vida. Y no me convertí en un aventurero porque el aventurero va en pos de algo y yo contigo ya había encontrado todo lo que, muy consciente era, necesitaba. Me convertí  contigo en explorador. De hecho tú me has convertido en explorador, querida mía. Te exploro desde que te conocí. Exploro tu cuerpo generoso, tu alma bondadosa, tu corazón noble, tu carácter indómito, tu respeto por el trabajo bien hecho, tu voluntad y disposición para con todos pero sobre todo para conmigo, tu no parar, tu sonrisa y tu risa, tu ira fugaz de poca consistencia, tus contradicciones según la luna,  tu necesidad de hacerme feliz, tu deseo y tu placer, tu sed y hambre de mí. Y como te exploro desde hace tanto soy capaz de adelantarme con serenidad a tus respuestas. Sí, querida mía, me satisface enormemente saber cómo vas a conducirte. Me apasionas siempre, me fascinas más veces de las que imaginas, pero lo que más me gusta es saber cómo vas a portarte, como vas a reaccionar ante lo que yo provoco en ti. Azuzas tanto mi inteligencia. Me das tanta vida con tu energía. Me enorgullece tantísimo saberte mía y conocer de la misma manera las hechuras de tu cuerpo, las de tu alma y las de tu rostro, que me hace inmensamente feliz saber de antemano tu respuesta cuando a las cuatro de la tarde cae la noche en Berlín, -como cuando la noche caía en nuestro apartamento lisboeta-, y tú estás desnuda entre mis manos y yo te susurró al oído: 《Tarde no es, prisa no hay》. Querida mía no sé si te has percatado de ello, pero nuestra hermosa horizontalidad ha soldado nuestros corazones. Y entonces ese piel con piel ha cobrado la dimensión de los amores de derribo. Sé que en este momento estás sonriendo y echándome muchísimo de menos. En multitud de ocasiones me has dicho que la única vida válida es la que te erosiona porque de esa manera te aseguras de que te lo da todo. Seguiré erosionándote. Te aviso. No hace falta que te lo prometa. Me conoces. Dejo de escribirte por hoy. Te envío la presente en unos minutos. Ahora voy a ver un partido de balonmano en la tele.


El berlinés.

sábado, 25 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. SUCEDER



Suiza, 24 de enero de 2020


El azul cobalto del cielo de Davos, que tanto te gusta, de cuando el día le da paso a la noche me despide. Dejo la montaña atrás, definitivamente deja de ser mágica sin ti, pero debo confesarte que saberte conmigo ha hecho que mi estancia en ella haya sido de nuevo una experiencia enriquecedora. Te escribo de nuevo desde el tren. Me sé evocando para ti los paisajes, colores y olores que he ido recopilando silenciosa e intencionadamente para los dos con la finalidad de ir construyendo nuestra vida, nuestros recuerdos. El amor es eso. Recuerdos, momentos, tiempo que pertenecen a dos, que significan exclusivamente lo mismo para dos y que van a excluir siempre al resto del mundo. El amor sin recuerdos no es nada. Es como una cometa sin hilo o un patio de recreo sin niños. De nada sirve. Para nada existe. Te veo ahora mismo sentada frente a mí, contemplando al hombre gallardo y brillante en el que me he convertido tras años compartiendo vida contigo. Mirándome con tus ojos rebosando amor por mí, también admiración, por qué no. Si no admiras no amas. Tú no puedes amar sin admirar. No concibes lo uno sin lo otro. Es más, sé que aprendiste a amarme porque me admirabas. Ríes. De pronto ríes y tu risa es como ver caer la primera nevada del invierno y estar a cubierto. Tu risa me hace sentir siempre en lugar seguro. Hablas. No sé qué dices porque el movimiento de tus labios de fresa me hipnotiza y me arrebata el alma. Me agarras de una mano y tiras de mí hacia ti. De poder, me la arrancarías y te la llevarías contigo. Mis manos. Ay, mis manos para ti. Entonces oigo tu voz rústica como tú, llamándome como solamente tú me llamas en el mundo entero. Haces que repare en una fotografía que me tiendes. ¿Quién ha sacado esa fotografía que tan bien nos retrata?, me pregunto. En ella tú estás abrazada al tótem davosiano que yo he encontrado para ti y yo te miro apoyado en uno de los osos esculpidos en piedra que lo rodean. Un paraje salvaje para mi rústica, pensé al tropezarme con él. De modo que te llevé hasta allí y tú te dejaste llevar sin protestar y entusiasmada. No te decepcionó el lugar, al contrario, al verlo te emocionaste como una niña en su cumpleaños y me besaste como una amante madura con la que te sabes eterno. Me seguirías al fin del mundo de proponertelo. Me seguirías con los ojos cerrados como un privilegio. Porque confías ciegamente en mí, confías sin secretos, ni reservas, confías a bocajarro. Vives conmigo a quemarropa. Sientes conmigo como si te fuera la vida y es que te va. Me veo mirándote con respeto, divertido, pero con respeto porque sé que en verdad para ti tu tótem soy yo. Estoy comprendiendo que en realidad soy yo el único receptor de esa energía tuya que tan necesaria me es para vivir. Estoy comprendiendo que hace mucho que a ti dejó de importarte todo lo que no es el berlinés. Estoy comprendiendo que desde hace mucho tú sabes que yo no ignoró nada de ti y de mí. De ahí la fuerza de lo que nos une, de ahí ese latido de corazón al compás, de ese vivir sin respirar sintiendo el vértigo en el estómago de una existencia sin el otro. El tren se desliza por la montaña alpina, mi rostro se refleja en el cristal de la noche. Ese rostro que conoces mejor que yo y que tanto amas. Dejo de escribir. Cierro los párpados. Pienso en ti. Pienso en ti. Pienso en ti. Cuando llegue a la estación franqueare la presente porque ya está sucediendo. Y eso es lo mejor. Que suceda. Lo que sea contigo. Pero que suceda. Suceder, suceder, suceder, querida mía, siempre contigo. 


El Berlinés 

domingo, 19 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. NUNCA SERÁS



Suiza, 19 de enero de 2020


Escribo la presente con el traqueteo del tren en mis huesos. Ascender las montañas montado en un ferrocarril, atravesar los bosques y que mi torpe vista se pierda en el paisaje me evoca a ti sin remedio. Aquí todavía me habitas más. Cuando mi  cabeza está  cubierta con el gorro de pelo y orejeras que tanto te entusiasma,aún estás más en mí que el resto del tiempo; puesto que querida mía también sin remedio tú  y yo siempre vamos a estar en el punto donde todo puede suceder. Pensarlo me produce bienestar, me da consuelo. En cierto modo me reconforta. A mí que según tú estoy hecho de porcentajes, el porcentaje que más me duele cuando me falta y el que más me nutre cuando está es el que nace de tu energía. Siempre te he dicho que vives como sientes, enérgicamente. Y yo, egoísta de mí, vivo de tu sentir cual garrapata. Me nutro de ti. Ahora te veo sin verte, veo la sonrisa perenne de tus labios de fresa, escucho tu risa, descubro tu mirada honesta mientras lees estas palabras. Muy probablemente te están entrando ganas de abalanzarte sobre mí y estrangularme o cubrirme de besos, a saber. De ti todo es esperable. Rústica como eres. Entiéndase tu rusticidad no como una manera tosca y basta de ser, sino como lo que eres: una mujer auténtica, despojada de florituras, serena, salvaje y libre que siempre va hacer todo a su manera y que sólo obedece a la luna y al viento. Quien busque algo distinto de ti jamás lo va a encontrar porque tú eres sin explicaciones, tú existes sin artificios, tu naturaleza es ser natural sin falsedades. Eres verdad. Mujer de tierra, mar y aire. Sólo hay que conocerte para saber que estás preparada para sobrevivir en un mundo apocalíptico en el que tan solo podrán estar los que sepan cocinar, plantar, amar e inventar historias. En definitiva, inventarse la vida. Reinterpretarse a sí mismos. Sólo hay que conocerte para saber que jamás serás una damisela en apuros. Sé que eres capaz de todo. Sé que de la misma forma puedes subirte a un árbol, encender un fuego, escribir una novela, cocinar para cincuenta como amar por mil. Sé que si puedes escribir sentada en una pradera no lo harás en un escritorio encerrado entre cuatro paredes, y, sé que si puedes cocinar, como ahora lo haces, para un catering social frente a un ventanal en el que los ciervos se detienen a mirarte a los ojos no lo harás en otro sitio. Sé que necesitas habitar la naturaleza para sentirte sana y plena. Sé que echo de menos lo rústico que hay en ti. Sé que esa rusticidad es una riqueza que hay que mantener cerca de uno para no pasar frío. Lo sé. Ay, cómo me gustaría que estuvieses ahora mismo sentada junto a mí, contemplando este mismo paisaje, riendo a mi lado de camino a Davos. Pero este año no va a poder ser. No te gusta Davos cuando se llena, según tú, de espectadores de la vida como lo soy yo. Odias , bueno, no odias; tú no puedes odiar. Nunca vas a odiar a nadie ni a nada. Pero sí que te disgustan las personas que prefieren mirar o hablar del tema antes que vivir. No te gustan los figurantes, prefieres los protagonistas, la gente que como tú vive la vida en primera persona. No sabes hasta que punto es maravillosa tu forma de ser para mí; porque tú no sólo vives en primera persona y eres la protagonista de lo que en verdad te importa, sin esperar a nadie, sin esperar que suceda, tú haces que la vida ocurra. Tú eres la vida cuando ocurre. Y, éso, querida mía es el porcentaje que yo necesito para mí. Te confieso que esta montaña resulta de todo menos mágica sin ti. Me despido, voy a bajar del tren de un momento a otro. De este sí. Del tuyo jamás. Yo no. 


El berlinés.