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lunes, 29 de enero de 2018

POSTALES DE INVIERNO



«Tu palabra recorre todo el espacio y 
llega a mis células que son mis astros y 
va a las tuyas que son mi luz.» 
―Frida Khalo―


En el enclave donde está situada mi morada en Canadá el cartero sólo pasa una vez a la semana y lo hace con un trineo arrastrado por perros. Ese día es el lunes. Hoy es lunes. Y al regresar de mi paseo matutino e invernal me he dirijo al buzón para ver qué sorpresa me encontraba dentro. Siempre tengo mucha correspondencia lo cual me satisface y me agrada pero hoy además me ha hecho muchísima ilusión porque entre todas las cartas tenía un sobre de color marrón de un cartón duro. Al ver quién me lo remitía he empezado a dar saltos de alegría. Porque el remitente es mi ilusión hecha persona, es la ilusión hecha hombre. Era de mi Far. Far es la persona más genuina e ingeniosa que he conocido, es quien me ha enseñado casi todo lo que sé de la vida, es quien me ha descubierto que hay muchas clases de amor verdadero, él es en quien pienso primero cuando deseo que alguien se sienta orgulloso de mí, es a quien siempre recurro para contárselo todo: penas y alegrías, es quien siempre tiene un buen consejo para mí. Far, es magnánimo conmigo, es el ser que ahora me lo consiente todo, pero también es quien en su día me educó y fue la persona más exigente conmigo para que yo me convirtiese en la clase de mujer que soy hoy. Por tanto y por todo, él es a quien le debo mi forma de ser y de estar en el mundo. Siempre he sido consciente de que de no haberlo conocido yo sería otro tipo de persona y sé que no tendría tanta altura de miras, ni hubiese aprendido a encarar la vida desde la tolerancia, la sinceridad y la nobleza como él lo hace y con ganas, siempre con ganas. Desde el día en que me cogió de la mano por primera vez siendo yo casi una niña sé que jamás me la va a soltar. Lo supe entonces, y lo sé ahora. Mi Far jamás me va a soltar. Ni va a permitir jamás que yo me suelte de su mano. Me consta que siempre resulta ser quien más se preocupa por mí, como si en mi vida le fuese la suya, por eso cada vez que ha sido menester me ha protegido y si por él fuese a veces me tendría dentro de urna de cristal para que nada malo me pudiera pasar. También es de todas las personas del mundo, puesto que me ha visto crecer quien mejor me conoce y para mí es un imposible, aunque tampoco lo intento, esconderle nada, ni engañarle, ya que es avispado y con solo mirarme, oírme o leerme sabe cómo me encuentro. Nunca he tenido secretos con él. Siempre ha sido quien con la luz de sus ojos me ha guiado por los caminos de la vida, por las sendas del mundo, dejándome hacer pero permaneciendo ojo avizor para estar al quite y reconfortarme a todas horas con sus sabias, dulces e inteligentes palabras. Lo que más adoro de él es su inmensa ternura, su gran corazón, su vitalidad y su entusiasmo. Lo que más amo de él su ilusión. A ratos he llegado a pensar que fue mi abuelo Miguel quien le encomendó la tarea de cuidar de mí puesto que encajamos perfectamente como si fuésemos dos mitades de un mismo todo. Far, es suave y bonito, grande y fuerte, bello y noble; y, abrazarme a él hay días que es mi único deseo ya que siempre ha sido la piedra angular y también la de toque en la que mi vida se ha sustentado desde que era una niña. En las Navidades pasadas me preguntó qué era lo que deseaba que Santa Claus me trajese de su parte y yo le contesté que cualquier cosa que él pensase para mí sería algo maravilloso; y me dijo: «Voy a escribirte cada día de Navidad una postal con una imagen que te recuerde a mí y una frase en el reverso de mi puño y letra. Cuando terminen las vacaciones de Navidad tendré un fajo y las meteré en un sobre de cartón marrón y te las enviaré todas juntas a Canadá para que así no olvides nunca lo bonita que resulta ser siempre la Navidad y la vida desde que estamos el uno en la vida del otro. Y sé, María, que esperarás tu regalo como una niña en su cumpleaños y que al abrirlo saltarás de alegría.» Me emocioné al ver cuánto amor había en el hecho de querer elaborar un regalo a mano y buscado con esmero, y al constatar, por enésima vez cuánto me conoce. Como he dicho antes lo que más amo de él es su ilusión. Amo la ilusión que invierte en vivir, la ilusión con la que viste a la vida, la ilusión con la que acomete cada cosa que hace. Su ilusión siempre ha sido inspiradora para mí. Verle lleno de ilusión me da la vida, por ello, si en algún momento la tristeza le invade soy capaz de remover cielo y tierra con tal de que sonría porque el bienestar de quien no me ha soltado nunca de la mano y sé no me va a soltar jamás es capital para mí. Sí él está bien, yo estoy bien. Y, ahora, hoy, en este lunes el trineo del cartero me ha traído su regalo de Navidad. Sus hermosas postales de invierno, llenas de luz como él, han sido el más bonito de los regalos; y el tenerlas en mis manos, el poder contemplarlas una y otra vez, el reír y emocionarme con cada imagen, el leer lo que de su puño y letra me escribió cada día en el reverso de cada una, me ha hecho que sienta la clase de dicha, de ilusión, de alegría y de plenitud que sólo él puede hacerme sentir. Así que ando todo el día de hoy desde que he abierto el buzón sintiéndome la mujer más feliz de todo Canadá. Ni más ni menos. Triunfante con ese: «Ganitas mil de volver a verte», que ha adjuntado en una nota y que es mejor que cualquier abrazo. Hoy, gracias a él, gracias a mi Far, como en tantísimas ocasiones ya tengo mi momento especial del día para anotar en la agenda. En su ilusión está mi vida.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

Naturaleza sin pausa




 La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el último lunes del mes. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

viernes, 26 de enero de 2018

LA HONESTIDAD


No hay dos noches iguales. Anoche el cielo estaba tan próximo a mí que pude tocar las estrellas con las manos de haberlo querido. Me bastaba con ponerme de puntillas. Jamás he sido tan feliz como ahora que poseo la capacidad de ver y formo parte del mundo natural. Soy honesta conmigo misma al tomar conciencia de cómo en esta etapa de mi existencia en que mí vida está totalmente ligada a la naturaleza la felicidad ha tomado forma, cuerpo, se ha hecho tangible como nunca antes. Ser honesto es vital para tener una vida plena. Es esencial para alcanzar la plenitud. Pues existe una larga lista de cualidades de las cuales el ser humano puede hacer gala, incluso presumir, pero todas se quedan en nada si no es la honestidad la que la encabeza. La honestidad es la gran cualidad entre todas las cualidades. La honestidad es la más poderosa y la más importante de las virtudes. La honestidad es quien debería regir nuestras vidas. De hecho es la que prima y la que destaca entre todos los valores que una persona sana debe poseer. La honestidad es quien nos convierte en seres humanos íntegros. Sin honestidad somos como una mesa sin patas, un billete de trescientos euros, un amor nunca correspondido, una carta sin destinatario, un reloj averiado, un tren sin estaciones, un texto sin vocales, un libro sin páginas. En definitiva, sin honestidad somos unos inútiles. Sin honestidad sólo somos fracaso. La ausencia de honestidad en una persona es el mayor de todos los fracasos y en buena medida lo es porque el ser honestos responde a nuestra voluntad. Abocarse o no a tal despropósito en sí mismo ya retrata la clase de persona qué somos y qué mostramos al mundo. La honestidad tiene muchos sinónimos pero en cambio sólo tiene un antónimo: la deshonestidad. Es decir, la falta de honestidad, de ética, de rectitud y de honradez. O sea, lo que la inmensa mayoría de padres no desearían para sus hijos. De modo que si ningún padre desea que su vástago se convierta en un ser al que puedan tachar de deshonesto no alcanzo a comprender cómo es posible que haya personas capaces de ser deshonestas consigo mismas y se autoengañen con una facilidad incomprensible. Actitud que da debida cuenta de lo poco que se aman. Con lo cual es fácil deducir que si alguien es capaz de no amarse, poco amor tendrá para dar desde su más sincero y noble yo. La honestidad es verdad en estado puro. Lo contrario puede servir en un momento dado de subterfugio, de trampantojo, de excusa, incluso, de burladero; pero si se opta por mantener esa actitud en el tiempo y en el espacio, flaco favor se hace uno a sí mismo. Puesto que de llegar siempre llega la hora en que la verdad se planta frente a nosotros a palo seco, sin parafernalias, ni florituras, ni embustes. La verdad como le dije un día al genio de la botella es como la mierda que siempre sale a flote. Y, qué patético, triste y penoso tiene que ser encontrarse a ciertas alturas de la vida con que toda la historia que sobre ti te has contado es una auténtica farsa, una pantomima; y, por el contrario, qué liberador y sano es saber que ni por un segundo te has ocultado nada, que siempre has sido honesto contigo y con todas las personas que se han cruzado en tu caminar. Porque siempre has sido consciente de que rechazar la honestidad es despreciar la plenitud en la vida. Siempre has sabido que no ser honesto es como rehusar una medalla, no antes de haber llegado a la meta, sino antes de haber salido a correr. Lo que resulta ser una sandez. Sí, lectores míos, repudiar la honestidad es aislarse y abandonarse, es algo de lo que arrepentirse siempre, hasta exhalar tu último suspiro. Pues no hay forma de expiar, reparar, enmendar, borrar el no haber sido honesto ni siquiera contigo. Así que seáis lo que seáis en la vida, por encima de todo, sed honestos. 


Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz

viernes, 19 de enero de 2018

FRÍO, FRÍO, FRÍO




«El regalo de la felicidad, pertenece a quien lo desenvuelve.» 
―Anónimo―

La claridad aumenta con el frío. El frío agudiza el ingenio. Lo espolea. Por lo menos a mí. El frío me produce el efecto contrario del calor. De ese calor bochornoso mediterráneo que torna laxo no solamente al cuerpo sino a la mente y a todo tipo de pensamientos. En cambio, el frío me vuelve ágil, fuerte como una puma negra capaz de saltar de proyecto en proyecto llevándolos todos a cabo sin darles tiempo a que se me resistan, doblegándolos a mi voluntad con talento y esfuerzo. Con el frío el pensamiento me discurre vivo, hambriento, voraz y el cuerpo me va a la par. El calor me duele, el frío me da la vida. El calor achicharra todo atisbo de lucidez que hay en mí, en cambio, el frío me revitaliza. Con el frío no tengo piedad, no necesito a nadie. Con el calor debo buscar agarraderos para poder sobrevivir. El calor irrita, controla y vapulea mis estados de ánimo, por el contrario con frío la que tiene el control soy yo. Este año recién estrenado se ha asentado como uno de los más gélidos de la historia del planeta, en Canadá las temperaturas nocturnas superan las del Polo Norte. No importa. No me importa. En el frío y en el invierno me reconozco. Me siento más viva que nunca y un cúmulo de buenas sensaciones pueblan mis días. En los primeros minutos del año sentí brotar de dentro de mí una sensación qué pensé que si exactamente era esa la que inauguraba el año, anunciaba un año dichoso. Pero lo mejor estaba por llegar, lo supe cuando Alberto me contó cuál había sido su primera sensación al comenzar el año y voilà: coincidían. La mayoría de veces las sensaciones no se pueden ni siquiera explicar con palabras pero nosotros dos lo hicimos y lo hicimos en el lenguaje que se crea entre el hombre y la mujer que lo comparten todo, incluso el silencio. Y constatamos que había brotado desde las entrañas de los dos la misma sensación de amor profundo y de complicidad absoluta. Más de dos décadas después de haber unido nuestras vidas para convertirlas en una sola existencia, en un solo latido, en un solo corazón, fuimos hermosamente conscientes de que aún tenemos ganas de más, de emprender juntos muchas nuevas aventuras, de vivir los dos de la mano el mismo sueño. Con el inicio del año, Alberto y yo, con una sonrisa en los labios recibimos con júbilo la generosidad de la vida por hacer brotar en nosotros la maravillosa sensación de no tan solo querer sino desear seguir creciendo juntos. Crecer, crecer y crecer. No parar nunca jamás de crecer juntos, ni de creer en nosotros. Lo que nos hizo pensar que tal vez, que quizás amar y el amor no es otra cosa que seguir teniendo a alguien que te mira cuando te despistas, cuando trabajas, cuando te olvidas de ti, cuando no recuerdas que existes; que quizás el amor y amar sólo es tener un cómplice a tiempo completo y en todas las estaciones. Reparamos en que el amor no es sólo querer ser únicamente una huella en el otro sino querer ser el camino por el que el otro transita durante una vida o dos y deja sus huellas; y que amar, siempre será asunto de valientes, pues no deja de ser una apuesta por alguien. Por ello, la felicidad llega sólo y exclusivamente a quien se atreve a desenvolver el regalo que siempre es el amor honesto y verdadero. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

domingo, 14 de enero de 2018

GUERRA Y PAZ


Un lugar de paz y calma tanto exterior como interior nos es necesario. Hallar la paz en un paisaje es igual de trascendental e importante como hallarla dentro de nosotros mismos. Quien no sabe habitar su soledad mala compañía será para los demás. Ya que permanecer en armonía e incluso ser felices cuando habitamos nuestra soledad y nos encontramos al abrigo de la nada, sólo al amparo de nuestros pensamientos nos nutre, nos construye y nos reconstruye y de esa forma salimos fortalecidos como seres humanos. Porque en nuestra soledad está nuestra realidad, nuestro yo más genuino, ese yo que solamente se muestra cuando nos quedamos a solas con nosotros mismos. En esa vitamínica y reparadora soledad nos encontramos a lo largo de la vida con un sinfín de sensaciones que sin ninguna duda nos ayudan a ver desde otra perspectiva y de forma clara nuestra existencia. Es decir, la soledad nos guía siempre hacia la comprensión del yo. Ya que cuando la habitamos las sensaciones saltan como saltan las liebres, o sea, inesperadamente. Y, ahí, en ellas, en las sensaciones se esconde nuestra verdad más íntima. Por ello, hay que saber estar a solas para cribar, discernir y analizar las sensaciones tanto de lo cotidiano como de lo espiritual que surgen en nosotros para mejorar y crecer como individuos. Pues una sensación es la huella de lo que sentimos, es la impronta de las emociones que provoca el resto del mundo en nosotros, es la intuición racional resultado de la experiencia, es decir, de todo lo vivido. La importancia de las sensaciones reside en que nada más y nada menos estamos hechos de ellas. Somos seres vivos hechos de sensaciones. De ahí, que todas las preguntas que nos podemos llegar a plantear pueden ser respondidas si nos quedamos en paz y en calma solos, para de ese modo y en silencio, escuchar que es lo que ellas nos tienen qué decir. Pero si escribo este artículo no es sólo para reflexionar por un instante sobre las personas que sí que disfrutamos del beneficio que invariablemente obtenemos al habitar nuestra soledad, sino lo escribo para detenerme en las personas que le tienen miedo a quedarse a solas consigo mismas. Ya que en esa tesitura cualquier estratagema para autoengañarse se torna asunto vano. Si al principio de este texto he apuntado que quien no sabe habitar su soledad puede resultar ser una mala compañía para el resto de personas; ha sido, porque la experiencia me ha ido enseñando cómo todos aquellos individuos a los que les da pavor tomar conciencia de quiénes son en realidad, viven una vida en la que están en una guerra permanente con sus demonios. Lo que hace que me pregunte cómo de oscuras, tristes y desagradables deben ser sus sensaciones para no tolerarse a sí mismos, para no aceptarse y para ir comprobando como esa negación de lo que son les llena de ponzoña su corazón, convirtiéndolos en individuos dañinos de los cuales es mejor apartarse. Puesto que si nos cruzamos en su camino seremos nosotros las víctimas de sus estafas emocionales con sus tretas, artimañas, ardides y falsedades. Por ello, lectores míos, no os va a extrañar que le pida al Universo que nos libre de las gentes que al no saber enfrentarse a su yo desprovisto de todo artificio, deciden perderle el respeto a los seres que cuando habitan su soledad lo hacen desde la paz y con calma.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz  

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el segundo domingo del año. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

sábado, 13 de enero de 2018

EL BOSQUE ENCANTADO


Deposito sobre la mesa una taza de chocolate caliente, es enero, en el exterior la nieve lo cubre todo hasta donde alcanza mi vista. Desdoblo una hoja que tenía doblada y guardada dentro de una vieja carpeta de bordes rotos y cintas deshilachadas. Es una vieja carpeta que lleva conmigo desde que tengo uso de razón. No sé de quién fue, ni por qué la tengo yo, ni por qué motivo llegó a mí como si de una herencia se tratase. A veces reviso los papeles que contiene su interior. Algunos de ellos están escritos con una letra angulosa de una belleza extraordinaria y otros son hermosas acuarelas. Y aun revisándola a menudo siempre me percato de que aún me falta mucho por ver, leer y descubrir. Sé que todavía hay mucho material que me va a sorprender, como el papel que hoy he desdoblado y que con sumo cuidado he depositado también en la mesa pero a suficiente distancia de la taza. En él puedo leer trazos de una breve historia. Bosquejos. Frases sueltas. Intento encontrar el hilo que une a cada una de las frases que sí que puedo leer. Es como querer completar un puzle sabiendo que algunas piezas nunca estarán a mi disposición. Sé que si quiero leerlo al completo tendré que rellenar los huecos con lo que se me ocurra. De lo que no me cabe duda, es del título del texto, pues quién lo escribió, lo hizo con un tipo de tinta distinta al resto del relato, lo que ha hecho que éste resista el paso del tiempo sin perjuicio. Así pues leo el título del texto: El bosque encantado; y ahí, me detengo. El título siempre es un buen punto de partida, pero no el que le da oxígeno a la narración. El verdadero punto de partida de una historia es tener una idea más o menos clara de lo qué se quiere contar, para luego, determinar sobre qué puntales se va sostener. Así que utilizo como puntales las frases legibles y el resto de la historia la pienso y  la repienso, la imagino, la invento, mastico cada palabra, hago mías todas las posibilidades, hasta que al final la escribo y al acabarla de escribir y releer, tengo la certeza de que es imposible de que diste mucho del original. ¡Pero cómo saberlo! Esa es una de las muchas preguntas con las que convivimos sabiendo que jamás serán contestadas. De modo que a continuación, lectores míos, os ofrezco la inédita historia escrita en un papel desgastado. Palabras frescas para una vieja historia. Savia nueva para el bosque encantado que en otro tiempo seguramente fue de alguien experimentado y veterano de la vida, es decir, de un sabio.

EL BOSQUE ENCANTADO
»Edith MacField, se durmió sobre un lecho de hojas, había buscado con desesperación un lugar para dormir, y al encontrarlo pensó que si encontrase un arroyo para al menos saciar su sed, aquel lugar se parecería al paraíso. Pero sólo encontró unas huellas. Un rastro. Y lo hizo dentro del profundo sueño en el que se sumergió al quedarse dormida. Al dormirse había olvidado que estaba sola y extraviada en un bosque. Un sopor inusitado se había apoderado de ella, tal vez, como consecuencia del cansancio o de saberse perdida. En su sueño las huellas la condujeron a lo que le pareció era una silueta pero que una vez allí comprobó que no era nada, si acaso alguna sombra con figura humana. Estaba rodeada de altísimos árboles. Eran tan altos que se dio cuenta de que le era imposible vislumbrar su copa y ya qué decir de contemplar el cielo para ver si en él había nubes de tormenta o por el contrario estaba raso y a punto de nevar. Por ello, decidió estirar el brazo con la mano abierta para ver si por chiripa caía alguna gota del cielo o un copo de nieve para lamerlo y saciar su sed, fue entonces cuando un pájaro se posó en la palma de su mano y le preguntó: «¿Cómo te llamas?» «Edith MacField», le contestó ella, y el pájaro le dijo: «Pues bien, Edith MacField, si te encuentras por estos lares con una mujer que tiene dientes de morsa no te detengas, escóndete. No le preguntes nada.» Y Edith MacField le respondió al pájaro: «Así lo haré, descuida.» Y el pájaro alzó el vuelo. Al cabo de un rato le pareció oír una voz que le llegaba desde muy abajo, desde lo que ella pensó que eran las raíces de un árbol. Escuchó y escarbó, no sin miedo a encontrarse con la mujer con dientes de morsa, a la que ella llamó Morsa para sus adentros. Edith MacField, siguió escarbando pues la voz cada vez era más audible, aun así, por mucho que escarbase no daba con nada y tuvo la sensación de que jamás daría con nada, y cuando estaba a punto de desfallecer, oyó a la voz, ―que no es que sólo fuese audible sino que era profunda como de tenor―, que le dijo: «Edith MacField, lo que has venido a buscar hasta aquí no lo vas a encontrar en este lugar, lo tienes en el sitio de dónde has venido. Está allí. Sólo tienes que prestar más atención y cuidado y de esa forma podrás preservar para siempre lo que sabes que te será arrebatado en un futuro.» «¿Quién me habla?», le preguntó Edith MacField a la voz. «Soy yo, el bosque», le contestó la voz. «¿El bosque encantado?», le consultó Edith MacField. «Sí, pero no sé si soy un bosque encantado. Solo sé que estoy encantado de poderte ayudar Edith MacField y ahora despierta a la de tres. Uno, dos, tres», le respondió el bosque. Edith MacField, despertó y al salir del sueño, reparó en que se hallaba plácidamente tumbada en la cama de su conocido y confortable dormitorio, y se descubrió a sí misma serena y plácida porque tenía ya la respuesta a lo que desde hacía meses la atormentaba: la pérdida de los seres amados.«


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz  

viernes, 12 de enero de 2018

MIRARTE PARA VERME


«Giraron una y otra vez al ritmo de la melodía. 
Elisa se sentía ligera, libre de obligaciones y de culpa. 
Con la mente despejada, había elegido la libertad. A cualquier precio…»
―Sébastien Perez―


Quien mejor te conoce, quien más te ama entre todas las personas del mundo te recordara quién eres con cada uno de sus actos. En su comportamiento hacia ti podrás comprender quién eres tú. Con sus actos lograras ver qué es lo que el otro ve en ti cuando te mira. Es como si pudieses verte a través de sus ojos. A mí me ocurre a cada hora con el hombre al que amo, con el hombre al que siempre he amado. Por eso, Alberto, y sólo Alberto, podía regalarme Elisa en el corazón del laberinto. Un texto de Sébastien Perez, maravillosamente ilustrado por Ana Juan, que resultó ser un regalo con sorpresa o un dardo que fue a dar directamente en mi corazón, es decir, en el lugar desde donde emana toda mi esencia. Al leerlo noté como si alguien desde muy lejos me estuviese contando un cuento y sentí una enorme felicidad ya que un velo se alzó delante de mí, y la verdad quedó destapada y al descubierto. Hasta llegar a un punto en que la emoción se apoderó de mí porque me vi a mí misma luchando en ese laberinto metafórico para lograr mis sueños y hacer realidad mi pasión que ha sido y es el oxígeno del que me alimento: la literatura; del mismo modo como me vi, en una implacable lucha, contra todo aquel obstáculo y vínculo que se interpone entre mi persona y la libertad que el ser libre que soy yo necesita como el aire que respira. Nada hay más vital y valioso para mí que la libertad del individuo. Y de la magnitud, de la verdadera importancia, y del significado que tiene para mí la libertad sólo tienen constancia dos personas: Alberto y mi madre. Que fuese Alberto quien me regaló el libro, ―ya que él jamás regala un libro sin haberlo leído antes―, era lo lógico, lo esperable. Pues sólo él conocía, cuánto y cómo adoraría yo esa historia al leerla, ya que sabía que me identificaría con la esencia de Elisa. De esa manera y de ese modo, Alberto me reconoció de nuevo. Mostrándome quién soy, quién no dejo de ser aun pase el tiempo. Le dio de nuevo valor a mi esencia aventurera, divertida e insumisa, algo que con los años va a más. Me hizo acordarme del motivo y de las razones por las cuales no soy un ser tradicional, ni convencional. Me recordó por qué la inquietud y la curiosidad sí o sí me hacen galopar por infinitos senderos henchidos de viento y colmados de dicha. Me trasladó a la senda que me explica por qué siempre seré de algún modo la viajera en el camino o la Laila de Kaver. Me señaló la causa por la que yo jamás podré ser quién no puedo ser. Subrayó el hecho de que de ningún modo habría podido quedarme quieta en una oficina mirando como los días pasan en los calendarios sin haberme ensuciado las botas de polvo y sin que la tempestad y la naturaleza me zarandeasen o acariciasen mi rostro durante toda una vida o dos. Invocó a la María que siempre ha preferido tener las manos heladas por el clima, antes que estar al amparo de una buena calefacción sin mover un músculo. Invocó a la mujer que nunca ha sido ni será una mujer tradicional, oficinista y predecible, por ser demasiado original, auténtica y libre; tanto como para saber honestamente que es un imposible llevar una vida opuesta e incompatible con lo que para ella entiende por libertad. Alberto conoce quién soy y le gusta recordármelo puesto que eso es lo que él ama de mí. Además qué diantres me gusta vivirla para contarla, y él también sabe eso. De hecho, él lo sabe todo. Por ello, que todo ese recordatorio llegase a mí de su mano en forma de un maravilloso libro es la prueba y es quién establece y dispone que mi única realidad y mi mayor verdad surge cuando le digo a Alberto: «Tengo que mirarte para verme.» Pues ahí no hay mentira. Ahí mentir es inútil e imposible, ahí por no poder ni siquiera se puede ficcionar. Por eso, lectores míos, deseo que tengáis en vuestras vidas a una persona que os sirva de espejo que os anuncie y os recuerde quién sois siempre y cada día. Si es así, seréis afortunados. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz 

JOHN DONNE


Fue el poeta inglés John Donne quien no se equivocó al decir que más que lo besos son las cartas las que unen y fusionan a las almas. ¿Y por qué no sé equivocó? Puesto que en ellas, en las cartas, la sinceridad es tangible y sólo desde la verdad dos almas pueden unirse y llegar a fundirse en un solo corazón. Las cartas son el único lugar donde la sinceridad se puede leer y releer, palpar y tocar, llorar por ella o reír con ella. Las cartas pueden dejarle a uno sin palabras durante horas mientras sus pensamientos rebotan en sus márgenes y se asientan en lo más profundo de sus entrañas o pueden, por el contrario, impulsar el deseo de ser contestadas de inmediato sin ni siquiera reflexionar sobre su contenido. Las cartas hacen brotar tanto en el destinatario como en quien las escribe sentimientos que igual no sabía que poseía, pero siempre hacen aflorar la verdad del sentir. Jamás dejan a nadie indiferente, ni al que las recibe porque posee algo que segundos antes no poseía, ni al que las ha escrito porque le ha entregado al otro una parte de su ser quedándose la mayoría de las veces desnudo y desprovisto de cualquier tipo de artificio, pues con ellas se produce un trasvase de emociones. Algunos pueden pensar que las cartas son algo antiguo, cuando es ahora en la actualidad cuando más se escribe y se lee. Pues, ¿qué son los miles de mensajes que se trasfieren a diario a lo largo y ancho del mundo? Son cartas reducidas a su mínima expresión: microcartas. No obstante, vuelven también a escribirse y enviarse largas cartas como consecuencia de que sin sello, sin franqueo, sin tener que ser depositadas en un buzón de correos, sin tener que dar ni siquiera dos pasos, llegan con una inmediatez prodigiosa al destinatario para que este las lea y las relea cuándo le apetezca y cuántas veces lo desee. Ningún otro invento expone y muestra tanto el corazón y el alma de su dueño, ni remueve tanto el interior de su receptor como la carta, de ahí su valor y su perdurabilidad en el tiempo. Además lo que está escrito en ellas jamás puede sacarse de contexto. Las cartas nunca llevan al equivoco, puesto que aquel que las recibe sabe el motivo por el cuál las recibe y quien las escribe también sabe la razón por la que las escribe. No contienen jamás frases escritas al azar, sin un porqué, que hagan dudar de su veracidad a su destinatario. Las cartas son una lectura cerrada, lo único que queda abierto es el ser respondidas, contestadas, pero a veces ni siquiera se escriben buscando una respuesta, la mayoría de las veces se escriben para contar, para trasmitir, para borrar la distancia física que no de corazón entre dos seres. Las cartas no dejan de ser en cierta medida asideros cargados de necesidad, de la misma forma para quien las escribe como para quien las recibe, de ahí muy probablemente la razón por la que están elaboradas con tanta autenticidad. A mí me gusta escribir cartas. De hecho, cuando quiero comunicarme con los seres amados que tengo lejos recurro siempre a las cartas ya sea por los distintos husos horarios a los que mi existencia está sometida, como también, y por supuesto, por el convencimiento de que las cartas poseen un efecto balsámico para quien las recibe y liberador para quien las escribe. Me complace sentarme frente a una hoja en blanco, visualizar al destinatario, y empezar a contarle lo que sea, dejándome llevar por el son de la música que poseen las palabras cuando nacen del sentimiento. He sido chica de cartas y soy mujer de cartas sino no sé qué hacer con tanta palabra. Por ello, quien me ama y a quien amo sabe que es más factible que reciba de mí una carta que no una llamada de teléfono. Y, de cuando en cuando, desempolvo alguna carta, para releerla y admirar la belleza y la calidez de mis sentimientos y sobre todo el valor de mi sinceridad; y también, ya que estoy, aprovecho la ocasión para comprobar cómo el sentimiento que me empujó a escribirla sigue igual, sigue intacto, como cuando esa “vieja” carta fue escrita. Pues que sea una “vieja” carta no significa que no esté en plena vigencia. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

**[Por lo mucho que significan las cartas para mí, deseo que os haya gustado, lectores míos, ese pedacito de intimidad que he decidido compartir con vosotros con la carta publicada antes de este escrito.]

jueves, 11 de enero de 2018

LYON, 26 DE OCTUBRE


Lyon, 26 de Octubre


Mi gran tesoro:

Estoy de paso por Lyon. Unas horas. Tres días. Está a punto de finalizar el domingo. Son las once y media de la noche. Hoy ha sido un día extraño. Un día eléctrico. Hay días que llevan consigo mucha electricidad. En esos días, en días como hoy, toda esa electricidad lo único que acaba produciendo al final de la jornada es que los polos opuestos se atraigan con tanta fuerza que no se puedan despegar, y entonces ni los hombres ni las mujeres verdaderamente enamorados ya no tienen fuerza de voluntad. Al final de un día eléctrico las voluntades flaquean y las bocas se buscan para hablarse y besarse, compartiendo de ese modo el calor del corazón y la suavidad de la rendición. Hoy paseando por las calles de Lyon notaba toda esa electricidad, sentía como toda yo estaba llena de energía, tan llena de energía que hubiese sido capaz de alumbrar el mundo. Me sentía eléctrica. Toda yo caminaba revestida de energía positiva que procedía quizás de tu recuerdo o tal vez de cosas que todavía no han pasado o puede ser también de una postal que había encontrado en un kiosco cerca de la Plaza de Bellecour. No iba buscando postales, por ello ni siquiera había reparado en ella, fue ella la que llamó mi atención. Reclamó mi interés una postal en blanco y negro de una pareja fotografiada de espaldas que caminan abrazados y muy enamorados. A estas horas de la noche sé que justamente de ese enamoramiento, de ese amor verdadero que trasmite la postal, de ese sentimiento de amor genuino y complicidad, procedía la electricidad que invadía a los viandantes. Eso era.
El ambiente estaba cargado de la misma energía que puebla las calles del mundo cuando se confabulan los Érase una vez que unen a dos personas. Porque millones de historias de amor pueblan el mundo, pero solo unos elegidos pasan de vivir una historia de amor a un Érase una vez. Los Érase una vez  únicamente se dan cuando llegados a un punto de su vida dos personas saben que se pertenecen, tanto en cuerpo como en alma, en erotismo como en espiritualidad, y cuando miran en el calendario el día de mañana ambos saben con una certeza absoluta que lo realmente importante es que en la vida del uno esté el otro. Los que viven un Érase una vez sienten una absoluta paz y poseen tanta complicidad que para ellos nada es un obstáculo, ni siquiera, la distancia, por ello producen y emanan electricidad. Pues sus corazones están cargados de energía positiva; sus corazones no entienden de fronteras ni de escollos, a ellos les da exactamente igual a qué distancia esté el uno del otro. Se aman y eso es todo. Les da igual que uno esté en la China o en el Japón o en el bar de la esquina y el otro en la otra parte del mundo. El amor verdadero no entiende de líneas en el mapa que separan a unos y a otros, ni de pasaportes, el amor verdadero, es decir, los Érase una vez auténticos brotan del corazón y quienes tienen eso no se abandonan jamás. Los Érase una vez duran hasta más allá de la eternidad.
Sí, tesoro, puedo leerte el pensamiento, son Érase una vez como el nuestro. Sonríes al leerlo. Me gusta. Me gusta verte sonreír, y ahora vuelvo a la postal. La postal estaba en un expositor junto a decenas de postales exactamente iguales a ella. La fotografía de la pareja de espaldas se repetía sucesivamente, pero siempre con la misma imagen, la pareja en ninguna postal aparecía de frente o de lado. He de confesarte que la imagen me ha hechizado desde el primer momento. No podía apartar mi mirada de ella, de modo que acabé comprando una, y al señor que atendía el kiosco le pregunté que quiénes eran. Me contestó, con la desgana de quién está harto de responder a la misma pregunta, que la postal era la de la muchacha del Ródano. Entonces y desde ese momento, por esa curiosidad que me invade siempre, a todas horas, he querido saber quién es la muchacha del Ródano y qué historia se esconde detrás, y lo he descubierto.
Hay algo que me gusta de todos los hoteles y es la disposición que tienen los y las recepcionistas de pegar la hebra con una mujer curiosa como yo y que encima está de paso. Cuando he regresado, en la soledad de la recepción, tras el mostrador, estaba sentado el recepcionista de turno, un señor mayor de barba y pelo blanco muy parecido a Noel, a Santa Claus. Le he mostrado la postal y le he preguntado si conocía su historia. Ha asentido con la cabeza y a continuación me ha respondido que en Lyon todo el mundo la conoce. Me ha preguntado si me apetecía una taza de chocolate caliente y escuchar la historia. Me ha dejado sentarme con él en el habitáculo que tienen los recepcionistas para sí tras el mostrador.
Te he transcrito la historia. Sé que te va a gustar.
Mi amor, te amo.
Besos. Muchísimos besos.
Tu princesa.


*(Continuará con El cartel del escribiente.)
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

miércoles, 10 de enero de 2018

ÉRAMOS NOSOTROS LA MAÑANA DE REYES



La mañana de Reyes se presentó con un extraordinario regalo y ante él sólo tuve ganas de correr y correr para ir a parar en brazos del REY DE MI MUNDO. De mi Rey Mago particular que nada tiene de oriental, sino que es muy occidental. Cuando descubrí mi regalo de Reyes al primero que tuve ganas de contarle qué era y cómo me había sentido fue a él. Siempre he creído a pies juntillas que si el amor verdadero tiene una buena forma de quedar retratado es mediante las existentes y  permanente ganas de contárselo todo al otro. El ser al que va dirigido todo el amor verdadero que alberga tu corazón siempre será quién oirá en primer lugar tus historias. De tal modo que las ganas de contárselo todo al otro sirve muy bien como termómetro para medir cómo de saludable es la relación y se puede llegar fácilmente a la conclusión de que el amor está bajo mínimos cuando faltan las ganas. Así que la mañana de Reyes después de descubrir mi regalo acudí rauda y veloz a sus brazos para contarle con qué me había encontrado. El regalo de Reyes me esperaba en mi paseo matutino e invernal. Iba yo caminando crash, crash, crash con mis raquetas, pensando en cuánta felicidad hay en las minúsculas de la vida y cómo el verdadero amor es capaz de iluminar nuestra existencia y colmarnos de una dicha comparable a nada, cuando oí un zasssssssssss, zassssssssssss, zasssssssss, y noté que alguien me observaba. En un santiamén olvidé por un momento mis pensamientos y me fijé en que frente a mí tenía a la pareja de ciervos jovencitos que sé que habitan por estos pagos, pero que apenas se dejan ver. Imaginé que como acababa de amanecer nos habíamos encontrado inesperadamente. Y, fui consciente de que estaba ante uno de esos momentos que los recuerdas durante toda una vida o dos. Me quedé quieta y muda, teniendo la impresión de que ellos eran un símbolo del amor verdadero, puesto que esos dos ciervos no se separan jamás, siempre van juntos a todas partes. Fue tal mi percepción de que los dos ciervos muy bien podrían haber sido cualquier pareja unida por un amor irrompible e inquebrantable, o sea, verdadero, que me oí decirles a voz en grito y de una manera imprudente, pero sin poderlo evitarlo: «¡Seguro que vosotros dos también os lo contáis todo, que no podéis vivir el uno sin el otro!» Tras lo cual, los ciervos, ante la sorpresa de que les hablase se me quedaron mirando de hito a hito para seguidamente salir corriendo y despedirse de mí con ese saltito tan característico de cuando los ciervos están contentos. Para despedirme de ellos, la osada de mí, todavía les gritó: «¡Seguro que sí. Por eso estáis y sois felices!» Y, como una niña con zapatos nuevos o una niña el día de su cumpleaños o más exactamente como una niña el día de Reyes, empecé yo también a dar saltos de alegría, allí, yo sola en mitad de la nada. Menos mal que ese día Nuna no me acompañaba. Y, entusiasmada, me senté sobre un tocón en mitad de la nada para oír el discurrir de mis propios pensamientos que no paraban de decirme que ese había sido el regalo de Reyes, como si se tratase de una parábola sobre la fortuna que significa conocer el amor verdadero. En verdad lo creí y lo creo. Ya que hay muchas formas de que se manifieste la vida que estás viviendo ante ti, hay señales por todas partes, y no tuve la más mínima duda de que esa pareja de ciervos éramos mi amor y yo, salvajes y libres, sin ataduras, felices porque estamos siempre juntos desde hace muchísimos años y así nos paseamos por el mundo. Éramos él y yo. Éramos nosotros la mañana de Reyes. Me gusta constatar con qué determinación la naturaleza te muestra las señales que marcan el rumbo de tu vida y el estado de tu existencia. Me satisface comprobar como la naturaleza me da su visto bueno. Y mi brújula interna que está totalmente acompasada con el mundo natural y sus estaciones esa mañana sencillamente me susurró que lo oportuno, lo acertado, lo procedente siempre será lo que a mí me da la verdadera felicidad. Y mi felicidad es él, siempre ha sido él. Y esa mañana de Reyes supe que por él yo era completamente feliz. Como también supe que a mi amor y a mí nos quedan muchas mañanas de Reyes y ambos lo sabemos.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

martes, 9 de enero de 2018

NI LA MÁS REMOTA IDEA


«No recordamos días, recordamos momentos.»
Cesare Pavese

No es que sea yo una de esas personas que contempla el año nuevo como una página en blanco para redimirse, ni para desdecirse, ni tampoco de las que incluso estando la página en blanco no deja de verla pautada, sino yo soy de las personas a las que le gusta contemplar cada año nuevo que tengo la suerte de comenzar como un lugar salvaje en el que el libre albedrío reinará y conseguirá sorprenderme. Aun sabiendo que el libre albedrío obedece a un destino escrito en alguna parte, al no conocerlo de antemano, me hago la loca y me recreo en lo desconocido o más bien en lo que sé que ignoro. Y el día dos de enero, pues es ese día cuando en verdad tomamos conciencia de que somos unos privilegiados por estrenar año como quien estrena una prenda de abrigo, me agrada sentir como que no estoy sujeta a nada y que frente a mí sólo existe una larga aventura de la que no tengo ni la más remota idea. Eso me gusta. Me satisface. Y, encuentro apasionante, ir descubriendo el camino con cada paso que doy. Ahora mismo es así como me siento en estos primeros días del año. No sé qué va a suceder, no sé qué va a pasar, lo desconozco todo, pero sí que sé, ―que ni aun no teniendo ni la más remota idea de nada―, durante el año habrá momentos que lo harán especial. Cada año tiene sus momentos y cada momento su día. Tanto es así. Tan segura estoy de que cada día tendrá un momento importante, bello, prodigioso, imborrable en el que me podré decir a mí misma: «Sólo por esto ya vale la pena la vida»; que sin saber qué hacer con una preciosa agenda que alguien dejó para mí debajo del árbol de Navidad, he decido darle un uso a la inversa, a posteriori, y en vez de programar lo que ha de acontecer, anoto lo acontecido. Es decir, al día siguiente hago una pequeña anotación sobre el momento más especial que tuvo el día anterior. De ese modo: me aseguro que será esta una agenda llena de momentos requetebonitos, dignos de ser recordados, momentos de esos que decantan la balanza y marcan la diferencia creando y elaborando de esa manera las hechuras y el tejido que hace que un año sea completamente distinto a otro. El propósito de tener una agenda así te obliga a fijarte en los pequeños detalles, en la vida en minúsculas que de existir, existe. Puesto que lo que imprime vigor y autenticidad al mundo que habitas y a lo que forma parte de ti, lo que en verdad nos ilusiona, lo que en realidad nos hace felices, lo que nos alegra el cada día siempre está escrito en letras minúsculas. Y la grandeza del individuo sabio reside en abrir los ojos y ver. Debemos ser conscientes de cada momento en minúscula para poder reconocerlo y darle su verdadero valor pues eso es lo que convierte nuestra vida en única e intransferible. Y sólo hace falta haber vivido un poco para saber que todas esas letras minúsculas serán la composición que al final te cuente cómo de mayúscula ha sido tu existencia. Uno de los momentos, por ejemplo, más especiales para mí es sentarme a escribirle desde aquí en Canadá una carta a un ser amado que vive a miles de kilómetros. Ese es un acto en minúscula que hace que mi existencia sea dichosa, luego cada día tengo otros momentos igual de especiales, mágicos, únicos que me sorprenden porque habitualmente me cogen desprevenida y son de una originalidad abrumadora. Pues bien, todos ellos, esos de los que ahora no tengo ni la más remota idea pero que van llegando a mi existencia tal como transcurren los días, junto a los que ya conozco, van a formar parte de esa agenda cuyas anotaciones siempre las escribiré a posteriori porque sólo de esa manera puedo reflejar lo que en verdad me da la felicidad. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

lunes, 8 de enero de 2018

EL GENIO DE LA BOTELLA


«Late corazón… No todo se lo ha tragado la tierra.»
―Antonio Machado―

Poseo el don de contar historias, no es algo que yo escogí, es mi esencia, al igual que ser un alma libre. Nadie puede cambiar su destino, pues aun pensando que urdiendo un retroceso, un regreso al pasado, podríamos cambiar muchísimas cosas de nuestra vida para tener una vida completamente distinta a la que poseemos, es falso, nuestro destino lo forja nuestra esencia. Si alguien es ruin en todos sus destinos imaginables lo será. La ruindad siempre estará en cada uno de ellos. Si alguien es bondadoso en todos sus destinos posibles la bondad será el material con el que estarán gestados sus actos. Yo poseo el don, el arte, la habilidad, la gracia, ―llamadlo como queráis―, de contar historias, las palabras brotan en mi para darle forma a la imaginación e ir construyendo historias que sacien la voracidad que el ser humano posee desde siempre de escuchar o leer narraciones que le den sentido a su vida. Por eso, soy consciente de que poseo la capacidad de hacer feliz a mis lectores pero como el genio de la botella me dijo también poseo la capacidad de tornar desdichada la vida de los que me leen, como también torno mi vida insulsa, vacía, carente de sentido si enmudezco, si dejo de contar, de narrar. Para hallar la plenitud uno debe desarrollar su esencia al completo. Un ser malvado solamente se encontrara satisfecho si hace el mal, un ser generoso será totalmente feliz si pone su generosidad al servicio de los otros y un ser que es contador de historias, que está en su esencia contar historias, sólo será feliz al completo si hace de ese talento su vida. El genio de la botella me dijo muchas cosas y todas ellas estaban envueltas por la voz de la experiencia. Así que siendo como soy un alma libre contadora de historias ser testigo de la potencia que tiene la vida para sorprenderte es una de las cosas que encuentro más apasionantes de vivir. Cuando encontré al genio de la botella, como en otras ocasiones, de esa manera lo percibí. Fue una buena demostración de cómo la vida te sorprende cuando menos te lo esperas, para dejarte maravillada. Esperad, lectores míos, no me he vuelto tarumba en un segundo y por ello os hablo del genio de la botella. No. El genio de la botella existe. Yo lo encontré y no era un ser ilusorio que al frotar la botella cual lámpara mágica apareciese, sino era un sin techo borrachín pegado a una botella. Era tan real como la silla, el sofá, el banco donde ahora mismo estáis sentados. Hay un estudio que dictamina que los sin techo suelen tener algún problema de índole mental además de muchos otros: unos oyen voces, otros tienen visiones, etcétera. Éste concretamente estaba sentado en una escalinata en Montreal y al pasar yo por delante, me gritó: «¡Eh! Tú. ¿Qué don posees?» «¿En qué característica reside tu esencia?» Me detuve. Puesto que sabía que si no contestaba a esas dos preguntas, luego me arrepentiría, puesto que no me dejarían en paz hasta que hallasen su consabida respuesta.  Pero antes de pensar en la contestación, me hice a mí misma una pregunta: «¿Cómo un ser agarrado al cuello de una botella podía hacer unas preguntas tan interesantes?» Así que me aproximé y me agaché para estar a la altura de su rostro y le contesté: «Yo diría que lo que mejor me representa, donde reside mi esencia, además de ser un alma libre, es en ser contadora de historias, puesto que sé que es algo que jamás podría abandonar. Jamás podría dejar de serlo, al menos en esta vida. En otra no sé.» Le asombró la parrafada que le solté y me respondió: «Estás en lo cierto. Yo dejé de ser quién era. Renuncié a mi esencia. Y la botella me atrapó dentro de ella. Fuera de ella sólo hay tristeza, desamparo y la nada.»
―¿Cuál era tu esencia? ―le pregunté.
―Tocaba el piano a todas horas y en todo momento y renuncié a ello como si vivir sin tocar fuese algo posible ―me respondió él
―¿Por qué renunciaste?
―Por una mujer. Concretamente por la mujer que me dijo que si no iba a ser un genio del piano, un virtuoso, sería mejor que lo dejase, y yo lo dejé. Cuando en mi esencia no estaba el ser un genio del piano solo ser pianista, con eso me bastaba, era feliz; y, ahora, ¿sabes en qué me he convertido?
―¿En qué?
―En el genio de la botella. Sólo soy un genio de la botella ―me confesó.
―¿Y no puede volver a tocar?
―Es tarde, mira mi pulso. Mis manos tiemblan a todas horas. Ya es tarde. Muy tarde. Y lo que más me atormenta es no saber si en esencia soy pianista o cobarde. No debí renunciar tan fácilmente.
―Pues yo creo que en su esencia no está el ser cobarde, pues de ser así no tendría la valentía de ser consciente y mentar que abandonó aquello que le daba la vida. Si fuese cobarde se engañaría a sí mismo. No reconocería que dejar de tocar el piano le sentenció y le dejó atrapado dentro de una botella.
―Me gusta tu respuesta. Me satisface. ¡Ojalá, estés en lo cierto!
―Lo estoy ―le respondí.
―¿Cómo lo sabes? ―me preguntó.
―Soy contadora de historias, ¿lo recuerda? Y nadie mejor que un contador de historias para desentrañar lo que esconde el alma humana ―le contesté.
―Tienes razón ―me respondió el genio de la botella y se carcajeó de sí mismo.
―Y, ¿sabe qué? Pues que todavía hay esperanza, ya que cada vez que el Universo invente un destino nuevo para usted, usted volverá al piano. Su don no se lo ha tragado la tierra. Sólo está hechizado dentro de esa botella. Usted me lo acaba de enseñar. Así que no lo olvide nunca.
―No hay duda de que eres una magnifica contadora de historias, pues sabes cómo hacer feliz a las personas ―me dijo. Y yo, sonreí y me alejé. Sintiendo dentro de mí la calma que me invade cada vez que pongo el punto y final a una historia. Ya que en ese instante me noto satisfecha como si fuese la heroína que ha puesto un poco de orden en el mundo. Sí, los seres humanos somos seres ávidos de historias, ellas nos sirven para sobrevivir, por ello alguien las debe contar. Siempre he creído a pies juntillas, que la verdad como la mierda acaba saliendo a flote. Entonces quiénes somos en verdad, siempre, más pronto que tarde aflora. La verdad no puede esconderse bajo tierra nunca, le pese a quién le pese. A la verdad no se la traga la tierra. No es tan fácil, por mucho que algunos lo intenten. Yo soy contadora de historias y un alma libre, no puedo ser otra cosa. Aunque viva mil vidas. Y vosotros, lectores míos, ¿quiénes sois en verdad?


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

domingo, 7 de enero de 2018

LA ELEGIDA Y NO LA QUE ELIGE


El pasado veintisiete de noviembre lo recuerdo muy bien, porque concretamente ese día del año tiene para mí desde hace muchísimo tiempo sabor a conquista y a reconquista, a puntos sobre las íes, a cerrar un círculo. Al regresar de uno de mis paseos matutinos e invernales gracias a mis raquetas y a ese caminar tan vivificante que tiene el andar con ellas por la nieve que te inunda de energía positiva me sentí eufórica, sí, ese el adjetivo: eufórica. Me sentí eufórica porque esos paseos no sólo te equilibran el cuerpo con tu propio reloj interno, sino que te hacen disfrutar de lo hermosa que está la naturaleza en esa hora y del tesoro que significa respirar bocanas de aire fresco, matutino y por estrenar. El hecho de sentirte en cierta manera como si fueses el único habitante del planeta capaz de estrenar el día cuando en verdad no lo eres, te infunda valor, poder y de ahí seguramente la euforia. Y aún eufórica estaba yo abrazada a una taza de chocolate, pensando que el calor que desprendía la taza era el calor del corazón de algún ser amado que desde lejos llegaba hasta mí borrando la distancia, cuando surgió de la nada un pájaro volando por la estancia en la que me encontraba. Evidentemente, no surgió de la nada, seguramente aprovechó para entrar en el ínterin en que la puerta estuvo abierta, mientras Nuna y yo entrabamos en la casa. Y como no es algo habitual, sino más bien es un hecho insólito, que entre un pájaro en la casa, ya que ni siquiera ocurre en verano cuando están todas las puertas abiertas pues le presté toda mi atención. Presté atención al pájaro, a la clase de pájaro qué era y al día qué era en el calendario. Y supe con una certeza absoluta que aquel ser vivo estaba revistiendo de protección nuestra casa y nuestros alimentos con su aleteo juguetón y su regordeta panza. Es decir, había decidido proteger nuestro hogar en un día muy especial y por ende nuestras vidas y saberlo, estar convencida de ello, me conmovió y me colmó de satisfacción. Y volví a sentir la humildad de la pequeñez de lo humano ante el resto de seres vivos y el asombro ante lo natural que percibo en mí cada vez que me encuentro de frente con algo que hace sentirme a mí la elegida y no la que elige. No quise molestar al pájaro, ni interrumpirlo en su viaje por el interior de nuestro hogar, así que me llevé la taza de chocolate conmigo y salí de la casa por otra puerta para abrir desde el exterior la puerta de la estancia por la que el pájaro había entrado. Lo único que quería es que el pájaro no se sintiera para nada prisionero y que Nuna no le asustase si se enteraba de que estaba. Así que hice todo el recorrido con sigilo. Abrí la puerta y me quedé un largo rato en el exterior, pensando en que por nada del mundo mi casa tenía que ser una jaula para aquel que nos estaba regalando su protección. Amo la vida libre, libres quiero a los pájaros, libres quiero a todas los seres del mundo que albergan paz, bondad y salud en su corazón y en sus extrañas, y sobre todo me quiero libre a mí. Siempre he luchado por ser quién mi madre me distinguió al nacer como un alma libre. Pues sin libertad no hay vida auténtica, enriquecedora, ni plena. Sin libertad no hay María.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

sábado, 6 de enero de 2018

UN MINUTO CON MARCO AURELIO


«No decir ni escribir 
a nadie sin necesidad: “No tengo tiempo”. 
Sería negarse, so pretexto de otras ocupaciones, 
a los deberes que nos imponen nuestras relaciones con la sociedad.»
Marco Aurelio
Libro Primero, XII


Hace mucho, mucho, pero que mucho tiempo me encontré en la ciudad de Lisboa con un viejo conocido cuyas señas prefiero que queden en el anonimato. Al referirme a él como viejo es más bien por su edad, que por el tiempo en el que lo traté. No obstante, a pesar de los años en que el contacto entre los dos había sido nulo pues poco teníamos en común, al  encontrármelo a los pies en la Torre de Bélem estimé oportuno saludarle. Yo estaba de viaje en Lisboa y recuerdo que había pasado los dos últimos días contemplando gustosamente y encandilada las fachadas de la capital lusa y él estaba de paso. Al indicarme que estaba de paso. Caí en la cuenta de que él siempre había estado de paso en todos los lugares y también en todas las personas. Es más, recordé que siempre había pensando de él que había nacido para estar de paso y no dejar huella ni en los sitios que habían sido morada suya ni en las gentes que trataba. Conocía a grandes rasgos su vida y me constaba que no había sido capaz de echar raíces en ningún lugar, siempre me había dado la sensación de que estaba en una permanente huida. Huía de algo, probablemente de sí mismo. Y siempre huía sabiendo que no iba a regresar jamás ni a los lugares ni a las personas. Había huido del seno maternal a muy corta edad, luego del internado en el que le instalaron, más tarde de la pequeña ciudad en la que había encontrado su primer trabajo, luego de una gran ciudad al marcharse de ella su gran amor, más tarde huyo de un matrimonio fallido y no voluntario, y poco tiempo después huyo de un trabajo que le podía dar más prestigio que solvencia económica, y en ese momento, transitaba por tierras lusas como alma en pena. En esa época ya se le notaba un cansancio no del que está de vuelta de todo, sino del que ha hecho de la huida un estilo de vida y está comprendiendo que no le ha servido para nada. Siendo como era demasiado amigo del vino y de los fulares y enemigo del agua y de los gestos que comprende la buena educación, me confesó que le era imposible entender y hablar correctamente portugués, por ello, sabía que pronto partiría también de esa ciudad. Me propuso quedar al día siguiente en el mismo sitio puesto que poseía algo que quería que yo tuviese. Ese gesto me extrañó, la amabilidad y los detalles no estaban en su haber, pero pensé que quizá se estaba desprendiendo de sus pocas pertenencias y puesto que se había encontrado conmigo pues en ese día me tocaba a mí en suerte ser la depositaria de a saber qué, de la misma forma que hubiese podido serlo cualquier otra persona. Al día siguiente, en el mismo punto le vi acercarse a mí con aquel caminar suyo dubitativo, cargaba con una raída mochila en su espalda y cuando se detuvo frente a mí con aquel semblante que de tan insolente te repelía, la depositó en el suelo y empezó a trajinar con lo que fuera que contuviese su interior. Pensé que sacaría una botella de vino. Para seguidamente, preguntarme qué diantres haría yo con una botella de vino. Pues nunca he sentido ninguna inclinación sino más bien repudio por los hombres que beben vino, mucho vino, y llevan fulares. Recuerdo que maldije el haberme encontrado con él. Y recé para que si sacaba una botella de vino no la quisiese compartir allí mismo conmigo, pues sabía que si sacaba una botella de vino de su mochila, me negaría en redondo a quedármela. Y se lo diría tal cual. Sin ninguna clase de miramiento. Que el fuese un bebedor consumado no significaba que el resto del mundo lo fuese. Pero para mí asombro sacó un viejo libro de los pensamientos de Marco Aurelio, entonces recordé que a lo único que se mantenía fiel, de lo único que no huía era de su pasión por la antigua Roma. Y me dijo, allí, a los pies de la torre de Bélem: «Para ti. Quiero que lo tengas tú.» No sé por qué razón cogí de sus manos aquel ejemplar, aunque creo que lo hice porque por un momento encontré en su mirada tal desamparo que me supo mal negarme. Y le di las gracias. Sé que pude haberle preguntado: «¿Por qué a mí?» Pero no quise. Sentí que sería como hurgar en una herida de la que yo no tenía ni la más remota idea, ni de la que en verdad quería saber nada. Porque por muy curiosa que sea, sé que de existir, existen los límites y que ellos forman parte de la buena educación. No sé qué fue de él. No sé por dónde andará. Si está vivo o muerto. Lo único que sé es que yo al menos le dedico un minuto de mi día a leer un pensamiento de Marco Aurelio para luego seguir con el día e ir paladeándolo, ya que siempre me lleva a buenas reflexiones y a interesantes preguntas. A diferencia de quien me regaló el libro, yo, como Marco Aurelio jamás espanto a mis semejantes ni a nada con la excusa de no tener tiempo. Cuando recuerdo al antiguo propietario del libro, lo primero que me viene a la mente es que jamás tenía tiempo para nada ni para nadie, puesto que muy posiblemente necesitaba cada segundo para huir de sí mismo o de lo que fuera que huyese. Seguramente con la lucidez que dan los años de vejez se dio cuenta de que la vida que había elegido para vivir le había dejado con las manos vacías, que con aquella actitud suya jamás había podido apresar nada, que vivir sin tiempo para los otros o vivir huyendo para no regresar nunca, era como no haber vivido. Por ello, lectores míos, jamás renunciéis a invertir tiempo en los otros y en aquello que despierte vuestra curiosidad pues el tiempo es vida y la vida solamente es rica y plena cuando se vive con los cinco sentidos. Lo contrario es estafarse a uno mismo. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz