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martes, 27 de marzo de 2018

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el último martes de marzo. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

lunes, 19 de marzo de 2018

SIN PERMISOS, SIN EXCUSAS



«Medro en soledad.»
―Henry David Thoreau―


Este invierno para mí ha sido completamente distinto a todos los inviernos que anteriormente he habitado. Nunca había estado tanto tiempo viviendo en plena naturaleza con la compañía sólo de Alberto y de Nuna. No es igual estar en plena naturaleza en invierno como en verano. En invierno es como estar en otra galaxia. El silencio de este invierno lo voy a recordar siempre, el paso de las horas con su peso y su poso también. Es una realidad que con Alberto y Nuna lo tengo todo, y no he tenido tiempo de aburrirme pues he dedicado buena parte de esta estación a Thoreau. Pero al estar como estamos alejados de dimes y diretes, de noticias, de voces, de ruidos, de estruendos y de interferencias la gente no puede llegar a ti, no te encuentra, a no ser que tú busques ese contacto. Por ello, en las horas en que Alberto realiza su trabajo y Nuna permanece tumbada frente a la chimenea, yo puedo en la soledad de esos momentos, conectar conmigo de una forma diferente a todas las maneras en que antes lo he hecho. Cuando tienes afinidad con Thoreau leer sus diarios te cambia la vida, y también te la cambia conectar contigo misma en un punto de silencio y de soledad intenso y prolongado en el tiempo. Ambos hechos producen el mismo efecto de cuando mezclas agua y aceite. Pues lo que en verdad amas de la vida flota como el aceite sobre el agua. Ves tu estancia sobre el planeta con una claridad absoluta y le das valor a lo que te corresponde, a lo que sí que quieres tener en tu vida, y desechas para siempre lo que no quieres que esté. Saldas íntimas deudas. Cierras capítulos. Dejas atrás cualquier tipo de impostura y adviertes que la mentira y la farsa no tienen cabida en tu existencia. Olvidas lo que no te hace falta, lo que ya no necesitas. Y aprendes que la vida hay que vivirla sin pedir permisos, ni buscarse excusas. Es decir, hay que vivir la vida como la vivías en la infancia. Recuerdo perfectamente la niña que era yo. Su carácter alegre, su espontaneidad, su aprendizaje solitario, explorador y educativo, su forma aventurera e intrépida de ser todavía habitan en mí. Y, en este invierno, se ha fortalecido tanto la niña como la mujer y la materia de la que ambas están hechas. Siempre me ha importado muchísimo mi mundo, el mundo que yo invento con cada amanecer, en el que mi existencia gira alrededor de la independencia y la libertad del alma. Ya sabía entonces, como lo sé ahora, que no necesito nada más para vivir, no obstante, en este invierno he vuelto a descubrirlo. No necesito nada más para vivir. Sólo eso. Son las cinco de la madrugada, aún queda un rato para ver amanecer, me gusta ver el amanecer. Atizo el fuego, hecho leña a la hoguera y espero a que el sol ilumine esta parte del planeta. Tras el amanecer acometeré mi paseo matutino y todavía invernal, buscando los pasos silenciosos de la primavera. Buscaré su rastro, porque toda búsqueda es una experiencia enriquecedora, toda búsqueda es una aventura que te nutre, pero a veces, la búsqueda se convierte en algo grandioso, extraordinario, superior, a veces la búsqueda se convierte en el encuentro que siempre has anhelado. Y, yo, en este invierno creo haberlo hallado.



Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz

domingo, 18 de marzo de 2018

DALVA 📖



«Todos debemos vivir con una medida completa de soledad ineludible, y no hemos de hacernos daño con la pasión por escapar de ese aislamiento. Apoyada contra aquel abrevadero en el tramo alto del valle alcanzaba a oír el viento y las respiraciones del perro y del caballo. Todas las personas que conocía atravesaron mi mente para salir al aire junto con la sensación de que la resonancia de sus voces se asemejaba a voces de pájaros y animales. De algún modo, al final, me sorprendió levantar la vista y ver el sol.»



[#lecturasquesuman: Lecturas de 12, es decir, las que te invitan a subrayarlas con un lápiz.]

viernes, 16 de marzo de 2018

EL CIELO POR UN ABREVADERO



«Tú mereces lo mejor de lo mejor porque, 
tú eres una de esas pocas personas que, 
en este mísero mundo siguen siendo honestas 
consigo mismas y esa es la única cosa que realmente cuenta.» 
―Frida Kahlo―



Una mujer se debe tantísimas cosas a sí misma que llega el día en que necesita cobrárselas. Ese día, es el día del derecho a respetarse y quererse a una misma por encima de todo, es el día en que librarse de todas las ataduras no es una opción sino una decisión firme. Puesto que toda mujer ha deseado al menos una vez en su vida: volar y sentirse libre como un pájaro. Surcar el cielo como lo hace la pareja de tórtolas jóvenes que ve todos los días, o la docena o más de gorriones que tienen por país el exterior de su casa, o ese mirlo que al atardecer con su vuelo raso se despide con su inconfundible graznido, toda mujer ha deseado volar como vuelan en verano las bandadas de estorninos dibujando espirales en el cielo del atardecer. Este mes es el mes de los nidos como también es el mes en el que las mujeres valientes necesitan sentirse libres y gritarlo. Pues es tan injusto tener que explicar lo que debería darse por sentado. El feminismo no es una pose, ni es una abstracción difícil de comprender, ni tampoco es una religión o una posición, el feminismo es la mujer, nace con ella y no es otra cosa que el derecho a ser libre. Es absurdo pensar que una mujer no es feminista, es absurdo pensar que alguien pueda estar en contra de sus propios derechos. Es de locos. Si es ridículo pensar que un ser humano al nacer no es digno de que se le considere un ser libre, poseedor de todos los derechos que le van a convertir en persona; es alarmante, que conforme una niñita va creciendo y toma conciencia de que es mujer ella misma renuncie a sus propios derechos y a su libertad; y el resto de la sociedad admita eso como válido. Lo considero tan aberrante, que me es imposible creer a pies juntillas, que haya mujeres que no son feministas. Lo que sí que hay, es mujeres que esconden su feminismo porque les da miedo la libertad, como otras esconden su feminidad porque les da pavor reconocerse en el espejo; a ambas, les asusta llamarse a sí mismas guapas y libres, de preferir prefieren que sean otros los que las llamen guapas o que les dejen, ―en préstamo, para sólo un ratito―, alas para poder volar. Aunque lo que en verdad hacen esas mujeres en ese acto, en esa concesión, es renunciar a su libertad, están doblegándose ante el que deberían considerar un igual, están otorgándole a otro el derecho a sentirse superior, están diciéndole al mundo con esa actitud cuán cobardes son, pues piden permiso para ser lo que ya son. Ninguna mujer debería tener que pedir permiso para poder ser lo que ya es de nacimiento: feminista y femenina. Como ninguna mujer debería tener miedo y dejar de ser valiente por haber nacido mujer. No me gustan los seres cobardes. No me gusta una sociedad cobarde que ha de someter a la otra mitad de su especie para sentirse valiente, fuerte y grande. No es para nada grande el ser humano que se cree superior por no haber nacido mujer, porque lo grande es haber nacido mujer y alzar la voz en un mundo hecho a imagen y semejanza de los hombres. Desconozco de dónde sacaron éstos semejante ocurrencia para sentirse superiores a la mujer que les dio la vida. No tengo ni la más remota idea de quién inventó este juego en el que siempre pierden las mismas. Pero aun siendo totalmente conscientes las mujeres valientes de que vamos a tardar una eternidad en invertir los hábitos y las mentalidades de una sociedad así, hecha de relaciones personales y profesionales desiguales, no tenemos por ello que dejar de reivindicar lo que es un hecho: nacimos libres y con los mismos derechos. Igual que ellos. Igual que vosotros. Igual que si hubiésemos nacido siendo niños en vez de niñas. Sin embargo, esta verdad tan indiscutible parece ser que es algo que sólo somos capaces de ver las mujeres valientes. Yo admiro a la mujer valiente. Adoro a la mujer que quiere sentirse libre por derecho, no como un favor. La mujer es un ser hecho para volar, si no por qué es tan frecuente que el único objetivo de muchos sea cortarles las alas, algo que es una total contradicción porque a la mayoría fueron esas mismas alas lo que les enamoró y conquistó de ellas. Pero una necedad todavía mayor es el que sea la propia mujer quien se las corte a cambio de algo. Porque ese cortarse las alas a cambio de algo es como rechazar y cambiar el cielo, por el reflejo del mismo, en un pequeño abrevadero.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

jueves, 15 de marzo de 2018

EL ÚLTIMO REFUGIO



«Nuestros ventanales están muy 
alejados de los lugares donde 
normalmente residen los hombres. 
Las ventanas normales no me satisfacen, 
necesito un verdadero ventanal. 
Este ventanal verdadero se encuentra en las afueras del pueblo. 
Es como si en esos lugares me estuviera esperando 
un compañero sereno, inmortal, 
grandioso, siempre lleno de ánimo, aunque invisible. 
Cuando llego allí, comienzo a caminar con él. 
Allí, mis nervios se calman finalmente, 
mis sentidos, mi mente realizan su labor.»
Henry David Thoreau




El otro día Alberto, Nuna, Ernesto, ―un amigo escalador nuestro―, mi padre y yo estábamos sentados en una montaña, protegidos en la ladera donde al mediodía descansa el sol, cada uno a su libre albedrío sin reparar en qué era lo que estaba haciendo el resto. Pero cuando yo saque del macuto uno de los volúmenes de Thoreau para releer los párrafos que tengo subrayados a lápiz mi padre se fijó en el ejemplar que sostenía entre mis manos y me dijo: «Siempre he pensado que podría muy bien ser hijo de Thoreau.» Lejos estaba en ese momento el hombre de saber que en circunstancias similares yo le había dicho a mi marido que me hubiese gustado tener como abuelo a Thoreau. Entonces reparé de nuevo en cómo cuando pasas los cuarenta y tantos y todos tus sueños se han cumplido y eres consciente de que hace mucho que dejaste atrás todo atisbo de rebelión y estás congraciado con la vida, empiezas a darte cuenta realmente de dónde provienes; y tal como el otro día os relaté, empiezas a buscar los puntos con los que la genética te une a tus progenitores. En ese instante supe que también me parezco a mi padre en ese naturalista que llevábamos dentro y que se siente hombre y mujer libre y completo en plena naturaleza, lejos de toda sociedad. Allí, observando a mi padre, noté como la satisfacción me invadía puesto que no todo el mundo tiene la oportunidad de ver a las claras de dónde procede, cuál es su origen. Y yo con cada día que pasa, con cada rato compartido, voy viendo lo que deseo ver ya que soy de pensar que al instalarnos en la madurez es de vital importancia constatar de qué materia están hechas nuestras raíces, comprender por qué se es de un modo y no de otro, por qué se actúa de una manera y no de otra, para que así toda nuestra vida cobre sentido y se torne algo fácil de entender. Hoy, en este texto, vuelvo a detenerme si no exactamente en la herencia genética; sí en cómo la genética puede aglutinarse en un gran rasgo que marca nuestra personalidad y que permanece en todo momento en la trastienda de nuestra existencia, mostrándose en todos nuestros actos, traspasando nuestro inconsciente y manifestándose tanto en el fruto de nuestro trabajo como en la persona a la que amamos y también en la secreta ambición de que quizás se convierta en nuestro último refugio. Para mí, el rasgo que ha marcado tanto la personalidad de mi padre como la mía como la de mi marido, es el sentirnos o sabernos naturalistas, y si bien el diccionario define al naturalista como la persona que se dedica al estudio de las ciencias naturales; por una vez, y sin que sirva de precedente, me gustaría alejarme un poco del diccionario y tendiendo a simplificar, eso sí, con los pies en la tierra, me atrevo a decir que para mí naturalista es también toda aquella persona que ama la naturaleza y que la concibe como parte de su ser, de su personalidad, de su carácter, de su día a día, de su cotidianidad y de su aliento. Naturalista es todo aquel en el que la naturaleza aflora en su modo de vivir y en su manera de estar en el mundo. Con lo cual creo que no es ningún disparate decir que mi padre y yo llevamos a un naturalista dentro, como evidentemente, también lo lleva mi marido cuyo oficio de fotógrafo muy bien hubiese podido dirigirse hacia otros derroteros que no fuese convertirse en fotógrafo de naturaleza, pero no ha sido así. Y en ese naturalista que somos me quiero quedar, porque el ser o el sentirnos naturalistas es el rasgo más marcado de la personalidad de los tres, uniéndonos, y es más que evidente que el naturalista que hay en los tres se ha trasmutado y fundido incluso con el oficio de cada uno, de tal forma que instintivamente le hemos dado a esa parte oculta de nuestro ser un lugar en nuestra existencia para que salga a la luz. Pero, si me permitís, lectores míos, lo que en verdad me apetece hacer, es de los tres, detenerme en la naturalista que soy yo, porque es ahora cuando he tomado conciencia de cuán naturalista soy y he sido siempre. Al reflexionar sobre ello, he visto como toda mi vida ha ido en paralelo a la naturaleza de una forma más que evidente: Soy hija de un amante de la naturaleza para el cual la naturaleza es una religión; asimismo fui una niña cuya asignatura preferida tanto en la escuela como en el instituto eran las ciencias naturalezas puesto que para mí era importante poder tocar lo que estudiaba; y por otra parte y como guinda del pastel o colofón me enamoré del que es mi marido, del hombre con el que comparto la vida desde hace algo más de dos décadas, ―otro naturalista convencido, como ya sabéis―, cursando ambos Derecho del Medio Ambiente, cuando el medio ambiente era un asunto del que nadie hablaba todavía y no estaba ni encima de las mesas ni en ninguna conversación. Así que pensando en todo ello, he llegado a la conclusión de que la naturalista que hay dentro de mí ha estado siempre presente en mi vida: definiéndola y marcándola hasta el punto de adentrarse, cómo no, también en mi oficio, fijando su impronta también en la personalidad de mi obra, ya que en mi escritura y en cada una de mis novelas la naturaleza, el mundo natural, el paisaje, los elementos naturales, el clima, la mar, la nieve, etcétera, siempre ha sido un personaje protagonista, jamás un decorado, siendo clave en el desarrollo de la trama como factor desencadenante o como la base en la que se sostiene toda una historia. Y, en esta hora, repasando mentalmente cada una de mis novelas me doy cuenta de que del mismo modo como yo huyo del asfalto y solamente encuentro sentido en la naturaleza, ni a mis historias y ni a mis personajes, los he encerrado nunca entre las cuatro paredes de un apartamento, ni ninguno de ellos al poner un pie en el exterior han pisado asfalto. Pensar en ello y verlo con tanta claridad me da la verdadera magnitud de cómo el gran rasgo que marca nuestra personalidad se adueña de nuestra vida y vivimos a su son; por ello, tengo que preguntarme a mí misma, en este instante, que si bien siempre he pensado que la literatura es mi último refugio, si en realidad no lo es la naturaleza. Sé que si ahora mismo levanto la vista de estas líneas y se lo pregunto a Alberto, ―él me responderá con su forma rápida, instintiva y clara que tiene al contestar―, que está seguro de que mi último refugio es y será siempre una mezcla de los dos mundos: del literario y del natural. Y, tengo que decir, que Alberto jamás se equivoca porque está acostumbrado a observar y a no conformarse con una primera mirada, está acostumbrado a saber mirar; como en definitiva, debe estarlo cualquier naturalista que se precie o que presuma de serlo. Aun así sé que la pregunta tengo que contestarla yo. Me lo debo. 




Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

miércoles, 14 de marzo de 2018

LAS OCHO MONTAÑAS 📖


«He vuelto a subir aquí después de mucho tiempo. Sería bonito que  nos quedáramos todos y ya no tuviéramos que ver a nadie ni que bajar más al valle.»



[#lecturasquesuman: Lecturas de 12, es decir, las que te invitan a subrayarlas con un lápiz.]

martes, 13 de marzo de 2018

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el segundo martes de marzo. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

sábado, 10 de marzo de 2018

10 de marzo




«No veo que haya crecido planta alguna todavía, más allá de los tímidos brotes en los amentos de los sauces. Han comenzado ya a salir de entre sus brácteas, y cuando uno las inspecciona de cerca, se puede detectar ya un cierto matiz rojizo en las ramitas. Siempre nos sorprende el encuentro con el primer pájaro, el primer insecto de la primavera. Nos parecen prematuros y no hay más prueba de la primavera que ellos mismos, así que parece que son ellos quienes agarran la estación y nos la traen, haciendo rodar el año. Así ocurre cuando escucho el primer petirrojo o al primer azulejo, o cuando oteo los riachuelos y veo las primeras chinches de agua haciendo sus pequeños círculos. Uno piensa: Ya están aquí y la naturaleza no puede echarse atrás.»


Diarios
―Henry David Thoreau―

viernes, 9 de marzo de 2018

EL ÁRBOL





«Los árboles son las columnas de la tierra, 
si los derribamos el cielo caerá sobre nosotros.» 
Proverbio hindú



Todos tendríamos que tener un gran árbol al que podernos abrazar. Que hubiese sido testigo de toda nuestra existencia. Desde nuestros primeros pasos hasta el caminar que poseemos cuando nos asentamos en la madurez para si acaso, si así lo deseamos, entierren nuestras cenizas debajo de él y poder de esa forma fusionarnos todavía más con sus raíces. Todos deberíamos tener un árbol en el que creer. En el que la fe se materializase como algo más tangible que un sentimiento. Pues desde el principio de los tiempos el árbol ha sido quien ha posibilitado que a su alrededor brote la vida con sigilo y sin estruendos y que se construya la humanidad y también las sociedades. El árbol no sólo ha sido madera, alimento, oxígeno, cobijo, sombra y punto de reunión, sino que ha sido el origen de todo lo que conocemos, incluso del aire que respiramos. Convirtiéndose de ese modo para los seres vivos, para cada uno de los seres humanos que han poblado el planeta, en nuestro Dios en la Tierra. Por ello, no hay que olvidar, que el gran árbol siempre será y es el tótem al que adorar y respetar, del que tomar ejemplo, pues él distingue como nadie el bien del mal. Nadie como él sabe más de echar raíces, de sobrevivir, de renacer, de lo injusto de la intemperie, de las dádivas del sol y la serena, de sanar, de proteger, de curar, de crear ya no sólo vida sino confianza en los otros, por ello se llora al árbol que no está, se le echa a faltar, se disfruta cuando existe y lo podemos tocar. Entonces, lectores míos, ¡cómo no tener fe en alguien qué es padre y madre de todos nosotros! ¡Cómo no tener fe en quién ha sido refugio tanto de nuestro espíritu como de nuestros cuerpos! La fe tangible, para los habitantes de la Tierra, siempre serán los árboles, por ello todos deberíamos tener uno. Planta un árbol y crearas vida, planta un árbol y tendrás lluvia, planta un árbol y tendrás oxígeno, planta un árbol y afianzaras la fe porque comenzaras a creer en un ser vivo que tiene un poder indiscutible, desconocido y colosal. Intenta matar a un árbol y lo único que harás es arrancarte a ti mismo del vientre de la Tierra, con lo cual deberás emplear todo el tiempo que te resta de vida en ir asumiendo que no gozas de la protección de la naturaleza, ni del favor del Universo. Cuando escribo estas líneas, sé de lo que hablo, pues siempre escribo desde mis vivencias: yo tengo un árbol al que quisieron matar y al que me abrazo siempre desde niña pues además de ser mi amigo, es vigía de mí existir; por ello, puede contar todo de mí. No tengo secretos para él. Y he estado las suficientes veces a su sombra, abrigo y amparo para poder decir con la boca grande que por fortuna llevo bastón de laurel. Tengo su bendición. Me consta y lo sé. Y le amo por estar ahí, por existir en mi pequeña vida, por todo lo que me ha dado y me da. Y si algo me ha enseñado desde su gigantesca fuerza y su fabuloso vigor es que de la misma forma como un amor sin una historia no es un amor y una existencia sin historia es un vacío; una vida sin un árbol es un despropósito. Pues quien no ha tenido un árbol desconoce la fe y sin fe la vida es un imposible. Yo creo en mi árbol. Yo creo en los árboles. Por tanto, sé que es la fe.



Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz

miércoles, 7 de marzo de 2018

LA CANCIÓN DE LA LLANURA 📖


«Allí era donde compraban las hamburguesas y las Coca-Colas antes de conducir hacia el norte por los caminos de tierra sin nombre, hacia las llanuras abiertas, los dos solos a esa hora del día en que el cielo empieza a hacerse más profundo y a llenarse de color y empiezan a verse las primeras estrellas, cuando los pájaros vuelan de regreso a su hogar.»



[#lecturasquesuman: Lecturas de 12, es decir, las que te invitan a subrayarlas con un lápiz.]

martes, 6 de marzo de 2018

Naturaleza sin pausa



La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el primer martes de marzo. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

domingo, 4 de marzo de 2018

VIVIR COMO SI EN ELLO TE FUESE LA VIDA




«Las más altas leyes proveen a aquel que hace uso de la naturaleza.»
Henry David Thoreau


Cuando decides hacer una excursión por estos pagos sabes que dormirás todavía menos de lo que sueles dormir y que el descanso se reducirá a tumbarte dentro de un saco térmico sobre la tarima de madera de algún refugio de paso que ha sido habitado durante unas horas por otros antes que tú con la misma finalidad: resguardarse de la ventisca, apoyar la espalda y descansar. Cuando decides ir a contemplar en su hábitat a los seres que habitan la naturaleza sabes que tu cuerpo se resentirá, que ha de ser un cuerpo que esté en forma y tenga bastante aguante, así como sabes que tu ropa, ―tus ropajes―, serán por unos días tu hogar, tus paredes, tu techo. En definitiva, tu cabaña. Cuando decides realizar este tipo de excursiones hay que saber sobrevivir y también disparar si es menester, como también debes saber que no puedes deshacer el camino andado a la de tres. Personalmente no hay nada que me revitalice tanto como los desafíos a la intemperie. No me molestan los efectos secundarios del invierno. Ni me intimida lo que la naturaleza me pueda deparar. El hecho de saber que no vas a dormir durante unas cuantas noches, de sentirte un superviviente, de desafiar a tu propio cuerpo y sumergirte en un mundo que no es el tuyo, ―hablo del mundo animal―, que no el natural, además de maravillarte tiene sus recompensas y siempre en cada una de las excursiones cuando regresas de ellas, regresas con al menos un momento sublime que con su imagen y sonido se va a quedar grabado para siempre en tu memoria y en tu piel a fuego. Ese momento es por lo que ha valido la pena todo el cansancio y es el que contarás años después en una reunión de amigos. Por ello, me es fácil recordar con claridad, ―como si los tuviera delante, puesto que los divisamos a unos cincuenta metros de nosotros―, a un par de osos adultos manteniendo una lucha cuerpo a cuerpo por hacerse con una presa que ya tenían casi que despiezada. El sonido de los osos es inconfundible pero aun así por muchas veces que los oigas siempre impresiona. O por ejemplo, todavía tengo muy fresco el recuerdo de uno de los momentos más memorables de este invierno, que sobresale por encima del resto, y que acaeció cuando un alce con su descomunal cornamenta pasó por nuestro lado a una velocidad vertiginosa hundiendo sus piernas en un metro y medio de nieve. El ruido del propio animal al correr fue lo que nos avisó de que algo se aproximaba y sin apenas darnos cuenta venía de frente un alce macho. No nos dio tiempo ni a respirar cuando se cruzó con nosotros. No se detuvo ni hizo amago de detenerse sino que siguió con fulgor y con una fuerza bruta asombrosa corriendo como una exhalación. Y aunque fue un visto y  no visto, de esos que debes pellizcarte para saber que lo que has visto es real, la adrenalina se nos disparó de tal forma que permanecimos unas cuantas horas eufóricos. La pregunta que nos sobrevoló fue la de qué hubiese sido de nosotros si en vez de pasar el alce como una exhalación por nuestro lado se hubiese detenido. Pero esa es una de esas preguntas que aunque durante unos segundos se columpie en tu cabeza, jamás llegas a contestarla, porque quizás en eso reside ser intrépido y aventurero. En infinidad de ocasiones, lectores míos, os he mencionado que lo soy. Y lo soy. La naturaleza, el mundo natural, el mundo animal, ―llamadlo como deseéis―, siempre ha sido mi hábitat y por mucho que algo me haya producido respeto la curiosidad ha podido más, y como sinceramente pienso que para contar hay que primero estar, pues si me es posible estar en primera fila no lo dejo por pereza. Ahí estoy yo. Pues en ningún momento te sientes tan vivo como cuando puedes vivir algo para contarlo después, porque detrás de todo escritor de raza hay mucha vida vivida. Ya que la imaginación no te ha de sorprender solamente trabajando sino te ha de sorprender la mayoría de las veces viviendo, y de poder ser, viviendo en mayúsculas. A lo grande, como si en ello te fuese la vida, pues de la experiencia, de lo vivido, surge tu obra. Brota de los inviernos, de las primaveras, de los veranos y de los otoños. Surge de cómo estos influyen en ti. En cierta medida tú eres la semilla de tu obra porque de cómo los elementos y todo lo externo a ti influyen en ti, ella variara, para corresponderse contigo.


Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz

sábado, 3 de marzo de 2018

LOS PASOS DE LA PRIMAVERA



«Es inútil escribir sobre las estaciones 
si no las tienes en tu interior.» 
―Henry David Thoreau―


Es tan poco lo que necesitamos para vivir, y es tanto con lo que nos complican la existencia que añorar o sentir nostalgia es la forma en que algunos se resisten a claudicar, a rendirse. Yo entre ellos. No añoro nada, pero en cambio sí que tengo nostalgia. La añoranza es una cosa y la nostalgia es otra muy distinta. Se puede añorar un lugar o una persona pero no se puede añorar un tiempo o una época. Cuando es así, cuando se echa de menos un tiempo o una época en la que tú fuiste feliz en un lugar determinado y con unas personas en concreto eso es nostalgia. Y, sí, tengo nostalgia de Caótica, cada día más. Y soy totalmente consciente de que el mundo en el que nos vemos abocados a vivir y soportar con cada hora que se desprende de los relojes está más lejos de “mi Caótica” y que la nostalgia sólo puede crecer hasta volverse enorme. Vivíamos con tan poco y éramos tan felices, que regresar allí es algo más grande que un deseo. Thoreau opinaba que es el hombre quien voluntariamente se lía con el demonio en cada esquina y convierte su existencia en un sin vivir. Thoreau tenía toda la razón y si se asomase al siglo XXI, se echaría las manos a la cabeza, pensando que los pobladores del mundo humanos se han vuelto todavía más estúpidos con ese anhelo que les mantiene en vilo a modo de frenesí de querer más sin reparar en que la esclavitud cada vez es mayor. Como más avanzado creemos que está el mundo menos libres somos. Libertad es no tener ataduras, es no ser esclavos, de modo, que no dejo de preguntarme: ¿dónde está el avance? ¿Quién demonios inventó este engranaje asfixiante en el que irse a vivir a una cabaña alejado de todo y de todos cada vez es el sueño de más personas? ¿Cuál es el número exacto de botarates que se sienten avezados en vez de amenazados y creen que la vida es lo que pasa tras una pantalla y que incluso alguien debe llevarlos de la mano para no ser atropellados al cruzar una calle? ¿Quién les robo la verdadera vida? ¿Acaso son ellos mismos quienes han olvidado que vivir y soñar invariablemente pasa por mirarse a los ojos, mirar al frente, observar el cielo, contemplar las fachadas y sentir bajo la palma de la mano o en el oído el corazón de otro ser? Hay algo que no funciona. Algo ha dejado de funcionar y comienza a ser preocupante el hecho de que muchos individuos a la vez olviden que lo realmente importante es lo que uno ve y vive en primera persona, piel con piel, de tú a tú. Si la gente se olvida de ser persona, también se va a olvidar de tomar decisiones, de soñar, de experimentar, de respirar y de vivir. Barrunto una sociedad del siglo XXII, que se sentirá el súmmum de lo avanzado, pero que ignorara que es soñar y por tanto que es vivir y que permanecerá en el mundo como borregos, a la espera de que un pastor les guíe. En cierto modo, a mí me da igual. Yo ya no voy a estar y por suerte he conocido la vida real. He conocido el mundo que valía la pena y en ese mundo yo ya he cumplido todos mis sueños y por ello mi vida ha sido plena. Y ahora sólo me resta recuperar en la medida de los posible “mi Caótica” particular. Y, ojalá el Universo se apiade de mí, conspire a mi favor y me conceda el privilegio de ser habitante por siempre jamás de un lugar en el que de sobra sé porque ya he vivido en él que sólo necesitas el sol para calentarte, la risa para ser feliz, la lluvia para sentirte dichosa y el viento para despejarte. Un lugar sin filtros, donde el único modo de mirar es de frente a los ojos de las cosas y de las seres. Os lo prometo, lectores míos, yo no necesito nada más para vivir. Sé que entre vosotros habrá más de uno que es de mi misma opinión. Sé que somos un reducto. Sé que somos. Sé que estamos. Sé que ni vamos a claudicar, ni vamos a rendirnos. Pues bien a ese lector, héroe para mí, que está en sintonía conmigo le digo porque sé que va a comprenderme como nadie que por hoy dejo de escribir pues quiero escrutar el silencio. Estoy atenta y alerta para de ese modo poder escuchar los primeros pasos de la primavera, que es lo que en verdad importa.


Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz

viernes, 2 de marzo de 2018

ENSEÑANZAS

Nuna y mi padre


«Lo único que hace falta es observar cualquier 
fenómeno, por muy familiar que nos sea, 
a un mínimo de distancia con respecto a nuestra rutina o camino habitual 
para que su belleza y su significado nos posean.» 
Henry David Thoreau




Rara es la noche en que duermo más de cuatro o cinco horas. Algo que no es fruto del insomnio sino de que soy de poco dormir. Cuando conocí a Alberto me asombró lo extremadamente madrugador que era, costumbre que todavía a fecha de hoy conserva y que yo he hecho mía. Así que nos hemos convertido en dos compañeros de vida extremadamente madrugadores. Nos despertamos y nos levantamos a la misma hora, bien temprano, antes de que salga el sol; pues como Thoreau, pensamos que no es bueno para la salud tener los pies al mismo nivel que la cabeza durante muchas horas seguidas. De modo que yo que tengo querencia por los amaneceres, de esta manera, puedo disfrutar de ellos cada día, ya que para mí es la mejor forma de empezar la jornada y que ésta te cunda. Los amaneceres me llenan de vitalidad. Eso es algo que he comprendido con los años, he comprendido que los amaneceres son mis aliados. Pero lo que os quiero contar, lectores míos, no es algo sobre los amaneceres sino algo que tiene que ver con el conocimiento y la comprensión de uno mismo. Desde hace tiempo vengo observando cómo me gusta examinar mi vida desde distintos ángulos y desde diferentes perspectivas, pues esa es para mí la única forma posible de comprender la existencia y de sacarle todo su jugo al ejercicio de vivir. Y, ahora, he de confesaros que estoy en una etapa de mi vida en la que comprendo muchísimas cosas de mi persona. No es que haya llegado la hora del balance, sino más bien, ha llegado la hora del destape, de destapar quién soy en realidad. Por ello, para comprenderme,  para conocerme mejor, averiguo que me une por genética a mi familia y lo analizo para poder decirme a mí misma: en esto me parezco a mi padre, en esto a mi madre, con esto otro soy igual que mi abuelo por este motivo o por este otro. Me estoy dando cuenta de cómo el ansía de saber para aprender y convertirme en un mejor ser humano que me ha invadido desde que tengo uso de razón, últimamente, se ha concentrado en el hecho de encontrar los puntos en común entre mis progenitores y mi persona, como si quisiera descubrir o redescubrir mis orígenes. ¡Y los encuentro! ¡Claro, que los encuentro! ¡Por supuesto! ¡Faltaría más! Por ejemplo, hace unos días recibí una carta de mi padre y encontré en ella uno de esos puntos y sentí que estaba ante un hecho irrefutable, fue mi respuesta y hallazgo del día. Mi padre es un hombre que aun siendo como es desenfadado, divertido, de un sentido del humor envidiable y proclive a la risa es capaz de soltarte algunas frases que descolocarían incluso al más más filósofo de los filósofos y en su carta me escribió que estaba disfrutando de la última etapa de su vida. Ahí es nada. Se te resquebraja el suelo cuando tomas conciencia de la magnitud de esas palabras. Mi padre siempre ha sido un hombre que ha vivido muy en el presente, nunca jamás le he visto hacer referencia a ningún tipo de futuro, como tampoco le he visto tener ningún tipo de nostalgia ni añoranza del pasado. Opina desde su positivismo vital que el pasado, pasado está, y con respecto al futuro, pues que uno ya hace de su capa un sayo cuando está en él, según le vaya. Pues va y ahora, ―para dejarme todavía más llena de admiración―, siendo como es un hombre de presente, a sus setenta y cinco años, tiene la gallardía con una naturalidad y una tranquilidad conmovedoras y con una lucidez y una clarividencia prodigiosas de decir lo que muchos no se atreven a mentar, ni aun siendo muchísimo más jóvenes. Y es concretamente en esa lucidez y en esa clarividencia de sentir la desnudez del día de hoy, el desgarro del presente, la sabiduría de quien sabe que sólo existe el hoy y tiene los arrestos para soportarlo, sin mirar atrás y sin sentir zozobra por un futuro que en realidad no existe, en lo que creo que me parezco bastante a él. Por no decir, mucho. De modo, que en esa ansia mía de saber más y de ser mejor, en este marzo recién estrenado, con las palabras de mi padre, he aprendido de nuevo unas cuantas enseñanzas y entre las más importantes: el poder ser con los años si cabe todavía más valiente desde el optimismo y el advertir y notar cómo estoy amándolo desde la sabiduría. ¡Y, eso, lectores míos, es muy pero que muy bonito!


Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz