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miércoles, 26 de febrero de 2020

HOJAS E HISTORIAS


《Las comunidades humanas 
deberían recoger hojas e historias y otorgarles 
el valor que se merecen.》
[Wendell Berry]




Estoy viviendo el peor febrero de mi existencia, el más duro, el más triste, pero ay, qué hermoso resulta siempre vivir; de ahí, que acabo de escribir: estoy viviendo; y no, por ejemplo, estoy pasando. Mis días transcurren entre el gimnasio y la galería cálida y acristalada que da a la pradera. En los dos lugares lentamente intento con mucho esfuerzo y dolor recuperarme del accidente que tuve el veintiuno de enero. Cuando estoy en la galería, Nuna, a mis pies manifestándose como la gran protectora que es, no me quita la vista de encima, por fortuna para las dos, en alguna u otra hora encontramos cierta paz. Ella se queda hermosamente dormida y entonces yo me dedico a escribir y me digo a mí misma que esto siempre va a ser así, que nací y moriré contadora de historias, y que entre un suceso y otro, escribir, contar, siempre será mi razón de ser, lo que me mantiene cuerda. Lo que en definitiva, me salva la vida. Vivo porque amo vivir. No sé simplemente estar viva. No me sale, no está en mi naturaleza simplemente estar. Soy así, lo sé, pero también sé que sin poder evitarlo todo lo que vivo acaba convirtiéndose en literatura, en historias escritas, en novelas o en textos que en principio no tienen entre ellos ninguna conexión salvo ser fruto de la experiencia, de la imaginación y de las vivencias de quien los ha escrito, o sea yo. A esta edad ya sé que estoy hecha de palabras acumuladas y de mucha vida. Tal vez por ese filtro que es escribir, ficcionar lo vivido, por el reposo que es menester para que una acción se convierta en literatura, mi carácter se ha tornado con el paso del tiempo acogedor, calmo, sereno y amigable. En estas últimas semanas, en este mes feo para mí y glacial para mi bienestar, he comprobado cómo afronto los días y lo que cada uno guarda en los pliegues de sus horas con templanza. No ignoraba que tipo de persona soy, pero desconocía hasta que punto aguantaría mi carácter siendo el mismo frente a algo tan perturbador como es un accidente. Me doy cuenta de que mi manera de vivir, -suspendida como en una red entre ficción y realidad- , el hecho de no mantener aisladas ni separadas la escritura de la vida y la vida de la escritura, la actitud de enfrentarme a la realidad mediante la reflexión,  la aceptación y la palabra escrita, es quien ha forjado mi carácter. Entonces cuando me percibo de ese modo me sé bosque. El bosque protege con un capa de vegetación su suelo y todo lo que nace del mismo acaba regresando a él para pudrirse allí y seguir nutriéndolo. Pensarlo, saberme bosque, imaginar que yo misma protejo mi suelo que es para mí mi existencia con la capa de vegetación que en mi caso es la literatura y que lo que vivo regresa a mí a través de la escritura para seguir nutriéndome en un proceso que jamás va a acabar ni a detenerse me sienta bien. Me resulta en alguna hora incluso relajante, y en más de un momento en estos duros días veo caer sobre mí como hojas a mis historias para protegerme e impulsarme de nuevo siempre hacia arriba. Me llena de quietud y belleza verme de ese modo. Es fascinante comprobar cómo lo qué vivimos acaba convirtiéndonos en lo que somos;  y que el modo de transmutarse, en mi persona, sea la escritura me maravilla por obvio. A través de la escritura mis vivencias de una forma natural se convierten en vida que nutre la vida, mi vida. Febrero acaba y aun siendo mi mes preferido, de manera excepcional, este año necesito que termine. Necesito avanzar a través del sol. Mi suelo en este invierno necesita luz y calor, pues la capa de vegetación que lo protege,  es decir, mi literatura también de manera extraordinaria o en mayor dosis necesita de la alegría y del contoneo, de las risas y de los besos, del verde que te quiero verde, de la primavera cuando arranca.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz. 

lunes, 24 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. CALAMIDAD


Berlín,  24 de febrero de 2020


¿A qué te refieres cuando me escribes que quizás sabernos el uno del otro no es suficiente cuando la vida viene cuesta arriba? ¿Qué significa que aprenderás a librar tu propia batalla cuando la tristeza de mí ausencia de ti se apodere de tus horas? Sé  que  nunca serás una damisela en apuros y me consta tu gallardía para dar golpes de timón y seguir bregando con la vida, pero, ¿por qué, querida mía, tienes la costumbre de alejarme de tu mundo? Actúas en horas como si no me necesitases, y debo recordarme, que lo que en verdad haces es defenderte de la necesidad que tienes de mí, de la dependencia, y lo haces marcando distancias, con dureza. Actúas como si lo que sintieses no fuese del todo asunto mío. Sé muy bien que la dependencia a la que el amor verdadero nos aboca, para nosotros dos que somos de personalidades tan fuertes y tan independientes, es una especie de esclavitud con la que nos es laborioso comulgar con facilidad. Ambos somos tercos como mulas en ese aspecto y muy probablemente es en el terreno en que nos manejamos peor. Tú y yo no necesitamos a nadie. Así por las buenas.  ¡Faltaría más! Y de pronto nos hemos dado cuenta: ¡oh, sorpresa!, que la necesidad, la dependencia que tenemos del otro,  va en aumento a pasos agigantados. Somos conscientes aunque no lo hayamos verbalizado que cada vez nos será más difícil vivir separados. Pero es lo que hay, al menos, de momento. Deberías resignarte a ello. Dejar de protestar. Sé que estoy pidiendo un imposible. Pedirle que se conforme, que se resigne, a alguien como tú que vive la vida en primera persona y que es la protagonista de lo que en verdad le importa, sin esperar a nadie, sin esperar que suceda, y que hace que la vida ocurra porque necesita vivir ya que no soporta simplemente estar viva, es, lo sé,  una auténtica osadía; y sin embargo en mis adentros te lo pido en secreto cada día. Si te lo pido es porque conozco tu capacidad de adaptación, tu fortaleza mental y el inmenso amor que hay en ti para mí. Ya ves, ahora te lo pido por escrito. He pasado de musitarlo para mis adentros a escribirlo en negro sobre blanco. Me escribes, también, y leerlo me reconforta y calma mi corazón, lo siguiente:《No es extraño que necesite más de ti. No es extraño. Siempre voy a preferir el sol a la lluvia. Tú eres mi sol. El sol se necesita para vivir.  Te amo profundamente, berlinés.》 Te lo trascribo para que memorices tus propias palabras o mejor cópialo quinientas veces como castigo, porque, querida mía, eres una mujer extraordinaria con la que no concibo otra cosa que no sea vivir, vivirte y compartir mi vida contigo; pero, también eres cuando te entra el malhumor de la distancia una auténtica calamidad,  aun así, memoriza también lo que voy a decirte: has sido, eres y serás siempre mi calamidad. Eres, querida mía,  mi asunto y mi verdadero amor. Tengo muchísimo trabajo en el día de hoy, sé que eres consciente de ello, de modo que voy a enviarte la presente y espero con las horas recibir un mensaje tuyo en el que el viento, tu elemento, te haya disipado la angustia por no estar a tiempo completo en mis brazos, caprichosa mía. Te sé en estos momentos desternillándote, feliz y enamorada de mí hasta no poder respirar. Te sé y sé que acierto de lleno. Ah, por cierto, ayer vi 'Persian Lessons’ en la Berlinale.  Merece ganar. Después, me asombré por la expectación y la cola bajo la lluvia para ver ‘Lua Vermella’ de Lois Patiño. Te eché muchísimo de menos. Anótatelo,  memorízalo también, recuérdalo siempre, que no se te olvide nunca, querida  mía, que echarte de menos es ya mi estado habitual. Sonríes, te veo sin verte y  saberlo me hace feliz.


El berlinés.

jueves, 20 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. NACER


Berlín,  20 de febrero de 2020


“En el amanecer de hoy al salir al porche a respirar invierno y llenar mis pulmones de naturaleza me esperaba una rebanadita de luna sobre la pradera. Ahí estaba, encantadoramente bella y poderosa menguando para nacer de nuevo. He sonreído. En la naturaleza siempre me sé dichosa y afortunada. Ante ella siempre sé que lo único peor es que el único, valga la redundancia, plan que te reste sea morir. Al igual que a ti tras estar tres días juntos se mezclan en mí ratos de euforia y melancolía. Te echo de menos. Amo tanto estar contigo como te amo a ti. Tú has regresado a tu ciudad y yo en este año en que la vida ha demostrado de nuevo en mí, como en todos, que tiene su propio guión y ha hecho saltar por los aires, literalmente,  mis jornadas entre fogones abocándome a vivir mi propia olimpíada y sometiéndome a duras horas de entrenamiento y fortalecimiento de cuádriceps sé que vivir me apasiona, que vivir es lo más apasionante que le puede ocurrir a un ser. En estas últimas semanas pienso en ti más que nunca. Ahora mismo desde la pradera te sé conmigo. Estás aquí. Puedo tocar tu alma porque me habitas. Eres un buen hombre. Un gran hombre. Un hombre formidable. El mejor compañero de vida.  Y en estos días en que nuestros cuerpos han estado entrelazados, en los que la risa y las conversaciones han poblado nuestra existencia te he reconocido como mío de nuevo. Tu cuerpo es mi altar y tu forma de ser, tu espíritu, tú, en definitiva,  mi templo. Eres mi héroe y también mi dios. Te adoro y en la calidez de tu cuerpo y de tu corazón te beso los pies y los párpados y me sé ofrenda para ti. El Universo hizo algo muy bueno juntándonos. Sí. Nos dio la vida de nuevo. ¿Acaso amar verdaderamente no es la mejor manera de renacer? Sí,  lo es. Por ello yo que en más de una hora me siento vieja y cansada tengo la impresión pegadita a ti de ser niña sin edad, puesto que tú, mi amor, me dejas serlo. Te amo profundamente, berlinés.” Leo tu último mensaje. Lo interiorizo. De manera excepcional lo he imprimido para después doblar el folio y guardar tus palabras en el bolsillo interior de mi abrigo. Están en esta hora sobre mi corazón y en mí se acumulan las ganas de mandarlo todo a paseo e irme definitivamente a vivir contigo y pasar el tiempo que nos queda sentados frente a tu chimenea porque, querida mía, cuando me separo de ti los años se me echan encima como una bandada de estorninos que no me deja ver el cielo. Al igual que tú, sólo encuentro una forma válida de vivir, y es la de nacer cada día para ti y en ti. Lucho con ello, rabio con ello. Me enfrento cada día a ello. Ahora dejo de escribirte en este momento y te envió la presente. Estoy preparando la Berlinale. Sé que el festival hará más llevadera nuestra melancolía por eso tengo ganas de que comience lo antes posible y sea interesante, pero no olvides nunca, querida mía, que también sé que el saber que nos tenemos el uno al otro es en toda hora la única manera de poder respirar. 


El berlinés.

jueves, 13 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. BAILAR



Baviera,  13 de febrero de 2020


“Que ganas tenía mi amor de estar aquí contigo, acurrucarme en el hueco de tu cuerpo y descansar en ti como los primeros amantes de la historia. Necesito de tu calor, necesito sentir como besas mi nuca al dormirme, necesito que sepas que me haces feliz, necesito tener tu aliento y tu voz en mi oído. Te amo profundamente, berlinés. Eres mi mundo y mi lugar seguro. Estoy exhausta y contenta. Ahora necesito dormir amarradita a ti.” Escribo parte de tu mensaje de anoche. No lo transcribo,  no me hace falta, no lo copio, lo escribo de memoria ya que de tanto como te conozco cuando los leo se quedan grabados en mí. Anoche estabas radiante y en paz y eso nos permitió dormir a los dos a pierna suelta. Ver que podías apoyar el pie en el suelo y poder caminar un poco, un paso tras otro, te dio la vida, a mí también. He soñado bailándote. Sonríes, lo sé. Tú también lo has hecho. Te has soñado, bailándote y bailándonos. Y, sí, querida mía, bailaremos como siempre lo hemos hecho sin soltarnos jamás. La noche transcurrió serena y el día está siendo plácido. La vida es buena cuando tú andas sosegada y feliz conmigo,  cuando dejas que yo cuide un poco de ti. Entonces no hay tiempo ni distancia. Sólo hay una dimensión y es la de nuestro amor. En unos minutos estaré en Múnich. Otro viaje en tren. Me es imposible al subirme en uno, como lo he hecho este mediodía, no rememorar el mejor de los viajes, el que emprendí contigo hace algunos años. Un viaje que iba directo al corazón. A mí corazón noble, como tú lo has apellidado. Sé que de no tener para ti un corazón noble que ofrecerte no estarías a mi lado. Me escribes que tu padre te dijo en el día de ayer que no creía que fueses tan cariñosa y menos con los que a su parecer no te merecen; y entonces me doy cuenta de que no hay otro hombre en el mundo que te conozca como yo te conozco. Ni siquiera tú padre, ni por supuesto, tú padre. Ante esa visión te presentas frente a mí como un ser único creado para mí por alguna ley del Universo. Eres mía no como una posesión sino como una parte de mí, como lo es mi mano o lo son mis ojos, como lo es también el hogar secreto, el último refugio o la infancia. Eres mía en la medida en que yo no quiero moverme ni despegarme de ti, ni tú tampoco de mí.  Eres mía como lo es el primer pensamiento al despertar  y el último antes de dormir. Lo eres,  como lo es la sed y el agua que la sacia. Sé a la vez que eres mía como lo sería un texto escrito en un idioma sólo legible por mí o como el mapa del tesoro que dibujé a los seis años y que sólo yo sé descifrar y saber qué esconde. Eres mía, así de sencillo,  así de contundente. Lo eres desde la libertad de serlo, desde el misterio del amor que une a dos desconocidos y desde la unión los convierte en desconocidos para el resto de la humanidad. ¡Qué feliz singularidad esta! Te escribo, de nuevo como ves, desde el tren. En Múnich me esperan duras y largas horas de trabajo y puedo presumir que estarán acompañadas por una molesta lluvia o un frío estúpido capaz de congelarme la nariz, pero sé, que mi corazón, ese corazón noble que amas más que a tu vida, jamás se ha sentido tan arropado como lo está ahora contigo. Te aseguro que para él siempre es verano y se encuentra con el tuyo al borde de una alberca de agua limpia en la que el sol nos llena de más amor y vida. Va a pasar el revisor. Guardo la presente y te la envío desde la recepción del hotel. Insisto, querida mía, seguiremos bailando hasta que suene la última de las notas allá en la eternidad. Sé porque te conozco que así lo deseas.


El berlinés.

martes, 11 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. ADORACIÓN


Berlín,  11 de febrero de 2020


Escucho el bip, bip, del teléfono. Me llega un mensaje. Eres tú que acabas de ver amanecer y el mundo, hoy, te parece maravilloso. Sé que el amanecer tiene un inmenso poder sobre ti, te vivifica, azuza tus miedos, los espanta, y te otorga valentía y unas ganas enormes de vivir y de amar. A ti te ocurre con el amanecer lo que a mí con el amor. No obstante, al igual que a ti me gusta madrugar y despedir a la noche encontrándome de frente con el día y  tener la sensación de que tengo por delante una infinitud de posibilidades. Hoy soy yo quien está de malhumor,  llevo horas así y más que llevaré. Trajino enfadado con todos. Mi malhumor es como una espuma que en el momento más inesperado crece y cubre mi existencia. Tú conoces como nadie ese malhumor y cuando me ves así te quedas mirándome, te acercas a mí, asumiendo el riesgo de sufrir un desplante, obviando el peligro, y me muerdes las orejas, tiras de mi cabello, me encaras a ti, te metes mi nariz en tu boca y luego mi boca en tu boca. Acabamos follando. En ti, dentro de ti, recupero la sensatez, se esfuman los demonios y todo regresa a su estado. Hay días en los que ese malhumor es culpa tuya aun sin saberlo. Odio en algunas horas que me conozcas más que yo a mí mismo. He estado toda la vida encerrado en una jaula en la que  no dejaba entrar a nadie y si bien no vivía, como ahora, al descubierto con los sentimientos a flor de piel,  si bien, no me sentía  totalmente vivo tampoco nadie podía hacerme sentir vulnerable. No sé cómo diantres te has hecho con las llaves de mi jaula, has abierto la puerta y te has metido dentro conmigo . No sé cómo ha pasado. En el tiempo que llevamos con esto hay algo que nunca te he dicho y seguramente es desde donde nace mi amor por ti y este dártelo y mostrártelo todo. Creo, querida mía, que el niño que fui está locamente enamorado de la niña que fuiste tú. Creo, sinceramente,  que los niños que fuimos son los que andan locos de amor; y tú y yo, en realidad sólo obedecemos a sus deseos. Sé que al leer esto sonreirás por lo inesperado de la declaración,  quizás por lo absurdo. Pero sé que es así. Sé que hay unos niños que manejan los hilos de lo nuestro y lo hacen a ratos incluso con maestría. Dos niños que comparten la misma ilusión por todo, que se desafían constantemente, que se aman como jamás amarán a nadie.  Te odio querida mía y no puedo vivir sin ti. Atrincherado estoy tras mi silencio. Durará un día,  dos o tres. Respetas mi silencio aunque jamás me dejas sólo en él. Tiras de mí hacia ti. Me resisto siempre,  es ardua la labor que tienes conmigo, pero pones toda tu fe  en mí, entonces yo me sé el rey de tu mundo, el único rey de tu mundo y en una de esas me convences de que si al menos no tengo ganas de hablar, besar siempre es una buena opción. Me adoras como nunca lo has hecho antes y  me amas hasta quedarte sin respiración. Así eres tú,  también. O todo o nada. No  concibes ni una vida sin mí,  ni amar y vivir a medio gas. Querida mía, dejo de escribirte por el día de hoy. En un santiamén te envío la presente. Más tarde hazme un favor, tras leerme, antes de regresar a tu rutina bésame en los párpados y resucítame. Pues la que pasa por tus labios de fresa es la única manera posible de dejar vivir al niño que fui. 


El berlinés. 

lunes, 10 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. DISPARATES




Berlín,  10 de febrero de 2020


Eres de naturaleza generosa, por ello, no le pidas peras al olmo. No. No. No. Eres de la misma manera generosa como eres escritora, jamás vas a poder desprenderte ni de lo uno ni de lo otro, querida mía, y de la misma forma en que cuando me escribes aunque sea unas líneas éstas no pertenecen a alguien que no ama las palabras, no son de alguien que no posee sin buscarlas la calidez y la calidad literaria, en tu trato con los demás jamás habrá ni por asomo un ápice de egoísmo porque amas demasiado la vida y celebrarla, y respetas siempre al otro. Así que no me vengas con disparates, contándome que quieres aprender a ser egoísta. Sé que estás de malhumor en las horas de la noche debido a que tu lesión de rodilla te impide vivir las jornadas a tu libre albedrío, sé que ese malhumor te pasaría si yo estuviese acostado a tu lado, sé que cuando te acuestas me maldices por no estar, luego te calmas y me escribes a las dos y media o a las cuatro de la madrugada; y cuando lo haces no hay rabia ni egoísmo ni textos sin ton ni son desestructurados; hay amor, generosidad, respeto por mí y por la narración de lo que me cuentas, calidez y calidad literaria y si hay eso, es porque tú eres así. Durante el día no existe la hora en que no estás sola, entonces todo es harina de otro costal, y las horas te resultan más llevaderas, incluso mi ausencia; tienes la casa abierta y aun arrastras preparas barbacoas para tus amigos, comidas para los otros y para ti, y tu gran mesa con el mantel puesto siempre está dispuesta y disponible para seguir celebrando la vida, y lo haces, sin dejarte nada para mañana, con tu semblante sonrosado y sonriente y tu mirada agradecida. Eres de tener la despensa y la nevera llena y gente a tu alrededor. Así eres tú. De modo que siento decepcionarte al anunciarte que jamás serás quien hoy no eres, querida mía. El fin de semana que viene como bien sabes estaré en Múnich, pero en pasar, volaré hacia ti y estaré a tu lado hasta la Berlinale,  y sé que aunque sea por unos pocos días te haré reír tanto, estarás tan a gusto entre mis brazos que dejarás de decir tonterías. Sabes que por verte reír soy capaz de desafiar al mismísimo dragón y si siempre me he considerado un hombre de corazón caliente y espada fría es hora de demostrarlo. Hubo una vez en que el desamparo se instaló en mis días, aún recuerdo la tristeza de aquel tiempo, la tengo presente puesto que nunca he conseguido librarme del todo, ya que se arraigó en mis huesos. Por eso no voy a tolerar que conozcas en ti la tristeza debida al desamparo. Estoy dispuesto a matar por ti y a morir por ti. ¡Por ti el mundo!, pues eres tú y sólo tú, quien me borra las malas horas con sólo estar en mi vida, eres tú y sólo tú, quien me ha mostrado que mi existencia es un lienzo en blanco y que soy libre de pintarlo con todos los colores, no sólo con grises, marrones y negros. Pero, francamente,  querida mía, para pintarlo hay que tener ganas y en resumidas cuentas,  mis ganas y mi energía dependen totalmente de ti y de tu bienestar. De modo que más pronto que tarde me lanzaré sobre ti y tendrás que explicarme mirándome a los ojos qué es eso de aprender a ser egoísta. Tienes ya una edad para ciertos dislates. Cachis, ¿acaso no te das cuenta de que tu forma de ser es el tesoro de los otros, el mío propio? Te envío, querida mía, la presente y reservo billete. Y como he aprendido de tu admirado Wendell Berry, te digo: acepta el presente por lo que es. Permítele ser suficiente.


El berlinés.

miércoles, 5 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. TOZUDEZ



Berlín,  5 de febrero de 2020.


Me tienes perplejo, creo en ti y en tu capacidad de amarme. Creo en tu amor. Eres mi certeza. Te sé como nadie. Pero, a la hora de la verdad, últimamente hay algo que te detiene y tu regreso es una sucesión de esperas. Es como si en tu vida existiesen un montón de cosas más importantes que yo y no es cierto. Sé, y como lo sé, me doy cabezazos figurados contra la pared, que es la naturaleza la que tiene poder sobre ti, en ella has encontrado tu lugar. Me impresiona enormemente oír de tu boca en repetidas ocasiones que primero es la naturaleza, seguidamente el contar historias y amar, y luego el resto de vida. Mujer serena de ideas claras a ratos odio que no te desvíes de tu estar en el mundo por mí.  Sé  que otro gallo cantaría si en vez de pedirte que te reúnas conmigo en Berlín te pidiese que te reunieses conmigo en una casa rodeada de la nada verde sobre una colina. ¿Cómo puede ser que prefieras la naturaleza a mí,  al amor? ¿Tanto te aburro,  tanto te distrae? Soy un hombre oriundo de campo, pues nací y crecí en un pueblo pequeño lejos del mar y aunque mis recuerdos de niñez pertenecen a ese paraje, aunque cada verano regreso a pasar unos pocos días en la que fue mi arcadia feliz hasta los siete años, no me siento cómodo como para quedarme en un para siempre sin fecha de caducidad, necesito el bullicio de una ciudad no para perderme en él sino para tener la sensación de que mi vida es más de provecho que la vida de los que habitan praderas, prados, valles, bosques y montañas. Sé que a tus oídos resulta odioso que haga de menos a la gente que allí vive, sé que te desagrada por faltar a la verdad, que crea que sólo el avance y lo importante ocurre en las ciudades. No comprendes mi falta de rusticidad y te ríes de mí,  burlándote, cuando compruebas mi ignorancia sobre aspectos básicos de la vida. Es decir, esos que a la larga son los únicos necesarios para vivir. Te amo como eres, querida mía, amo tu rusticidad, amo que nunca mires tus zapatos sino que al contrario vas con la mirada puesta en tu entorno natural porque tienes la conciencia de quien se sabe parte de un todo, amo no ignorar que nunca serás una damisela en apuros como saber que siempre tendrás muchas más armas que yo para defenderte y arriesgar. Todo lo contrario que yo,  que como mis conciudadanos, me agobio una vez salgo de la comodidad de mi despacho, que miro la punta de mis zapatos creyéndome único, singular y ni por asomo una parte minúscula de un todo enorme que me va a superar siempre y que no me necesita para nada. Comprendo a base de conocerte que sientes verdadera pasión por los dadivas que te ofrece la naturaleza, regalos en los que si no te hubiese conocido jamás hubiese reparado, lo que no comprendo es por qué demonios me enamoré perdidamente de ti, por qué te amo tanto. Lo lógico hubiese sido enamorarme de una chica con la que hubiese tropezado en el ascensor y que sólo fuese feliz al pisar asfalto. No como tú que si no vas descalza no te sientes completa. No como tú que unos eneros te abres la cabeza con una rama que se desprende por el peso de la nieve y otros, como éste,  te lesionas gravemente una rodilla al hacer la borrega en tu mundo natural al correr y saltar cual cabra detrás de algún ciervo o cervatillo en compañía de tu perra de sesenta kilos. ¿Acaso no puedes estarte quieta? ¿Acaso no puedes sentarte en una oficina, utilizar el metro y respirar contaminación como yo? ¿Tan difícil te es? No hace falta que me respondas. Te  veo desternillándote de mí por pensar semejante imposible. Estás ahí de reposo con tu pierna en alto pensando solamente y con ansia en los caminos que no carreteras que recorrerás  en cuanto te quiten el vendaje y recuperes la potencia para dar brincos. Has tenido que dejar de cocinar por unos días y tu mente salvo las horas primeras no se ha llenado de tristeza sino de todas las aventuras salvajes en campo abierto que te quedan por acometer. Te sé revolviéndote durante estos días al tener que estar enclaustrada  entre cuatro paredes y no poder ascender montañas. Es más, te sé,  saliendo a hurtadillas a llenarte los pulmones de invierno. Divago, querida mía,  como un loco enamorado. Pero mi divagaciones son certeras. Sé en el fondo que no vas a venir a Berlín porque le falta la naturaleza, dejando todo el peso sobre mis hombros. Me descubro a mí mismo buscando la naturaleza en el asfalto, buscándote a ti en los cielos de furia que arden como tú ardes entre mis brazos. Hoy asisto a una feria internacional de fruta y verdura. Asisto también como figurante, pero es lo más verde que se me ha ocurrido para que me sigas amando y admirando. Sé que acabaré rindiéndome. Sé que acabaré dejándolo estar y la que perderá, querida mía, no serás tú, será la ciudad. La dejaré por ti y tendrás que acoger a este pobre hombre en tu hogar, en tus brazos,  en tu cuerpo, en tu vida y tendrás que enseñarme a vivir a través las cosas básicas de la vida, porque para ti soy el hombre con el que jamás pasarás frío. Dejo de escribir por unos instantes  y busco inmediatamente un buzón donde depositar la presente para que te llegue lo antes posible pues te amo tercamente y te necesito con tozudez.


El berlinés.