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lunes, 25 de octubre de 2021

25 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Según el clima o según en que posturas la inspiración llega rodada. A veces tengo la sensación de que se abalanza sobre mí. Entonces debo dejar de lado lo que estoy haciendo para ocuparme de ella. Niña malcriada, muchacha caprichosa, mujer decidida, vieja de armas tomar. En el lunes de hoy se presenta cuando estoy repasando mentalmente, es decir, haciendo memoria sobre lo que guardan las cajas de Navidad que tengo en un altillo de uno de los armarios. Confieso llevarme una sorpresa cada vez que recuerdo algo de su contenido. Los objetos saltan a mi mente y yo murmuro sorprendida: 《¡Ah, oh, ey!》El otro día conversaba con Alberto sobre la importancia que los objetos tienen para mí, sólo ellos tienen el poder de convertir la realidad en más real, si cabe. Son ellos los que nos recuerdan que nuestra vida no ha sido una ensoñación,  ni es un sueño. Son los objetos los que nos permiten recordar al abrir los ojos con cada amanecer que existimos y que nos habitan más allá de nuestros pensamientos y cuerpos. En este instante, tal como escribo esta entrada en el diario del discurrir, al reflexionar sobre los objetos no puedo no relacionarlos con los símbolos. Quizás porque en las últimas horas he estado enredando con mi propio regalo de cumpleaños, aunque hablar de él en ese término es errar. Explico el porqué. Desde el año pasado no me regalo nada por el día de mi cumpleaños, los regalos del año a estrenar (si existen) llegan a mí desde otras manos, lo que yo hago desde el año pasado es regalarme el día anterior un objeto que simbolice o resuma el año que finaliza con ese día. El año pasado me regalé un objeto que al mirarlo agradecida me recuerda cada día la gran fortaleza que demostré tener a lo largo de los meses del veinte. Y, ayer, enredé, bueno, guardé en una caja el regalo envuelto que será Dios mediante dentro de dieciocho días (el once de noviembre) el símbolo de la vida viva y las ganas de vida que he experimentado a lo largo del veintiuno,  y la bendición que ello ha significado para mí. Si el del veinte simboliza, fortaleza; el del veintiuno, simbolizará, vida. Y, ahora, disimulando un poco por no revelarme a mí misma qué es, obligo a la inspiración a dirigir sus pasos por otros derroteros. Pero, incluso así, ella sigue erre que erre, puesto que también fue ayer cuando tras guardar el regalo “secreto", mientras montaba la mesa de otoño como cada domingo, para celebrar el día de nuestro Señor, vi pasar a Alberto con un paquete envuelto. 《Ajá 》, me dije. No pude adivinar de qué se trataba, eso sí, su gran volumen me desconcertó. Intuí que estaba enredando como yo con el regalo de mi cumpleaños, y, supe que había cruzado adrede por delante de mí. Fingí no haberlo visto, pero no podía disimular la risa, pensé que en ese momento me estaba comportando como la niña malcriada, la muchacha caprichosa, la mujer decidida, la vieja de armas tomar que es la inspiración. Y, también, pensé porque lo conozco y me conoce que durante la comida Alberto disfrutaría divertido observando cómo me mordía la lengua, cómo de duro me resultaría dejar de ser yo para fingir que no sabía lo que sabía. Veinte días, pensé mientras me decidía por unos servilleteros en vez de por otros. Veinte días para averiguar qué objeto ha escogido el hombre al que amo y me ama, quien me sabe como nadie y me define en mi verdad. Veinte días para saber si es refugio cálido o aventura en plena naturaleza, el símbolo escogido por mi gran amor. Hoy, un día después, escribiendo estas líneas la sonrisa todavía asoma a mi rostro como una novia asoma tras el visillo para contemplar la llegada del hombre que la ha elegido. Hoy, en esta tarde, antes de cerrar el diario, mi corazón baila contento porque tantos años después el enamoramiento y el amor van aún de la mano. Hoy, en esta hora del último lunes de octubre, con el alma sincerándose llena de gratitud puedo escribir que la eternidad en mi vida tiene el rostro, la voz y la forma de ser de Alberto. 


Y cierro entrada en el diario y mes.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Octubre de 2021 ) 

lunes, 18 de octubre de 2021

18 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Todavía no son las ocho de la mañana y me voy a caminar con la convicción de que la lluvia saldrá a darme la bienvenida. No me importa, al contrario. Me entusiasma el otoño y el invierno, y caminar con lluvia y viento. Ser parte de los elementos me llena de energía, y si las (mal llamadas) inclemencias pasan factura, vale la pena. Son como el amor. Vale la pena del todo y siempre. Así que con el ánimo contento pongo los pies en el porche y antes de que le agradezca a Dios el regalo que es la enormidad del día a estrenar, una docena (me da tiempo a contarlos) de pequeños pájaros cantores vuelan desde mis pies (resguardados del frío y de la noche en las zinnias) hacia el gran árbol del jardín. Sonrío con los ojos, la boca y los sentidos. Me llena de alborozo el corazón y me reconforta el alma que consideren La Madriguera su hogar. Es un honor que la escojan entre decenas de posibles cobijos. Es dicha que la elijan, que nos elijan, que me elijan. En este día, como en todos, cuando salgo al camino a reencontrarme con la naturaleza sé que regresaré con las manos llenas. Habitar la naturaleza como amar de verdad es no tener nunca la sensación de vivir con las manos vacías. Ando los primeros metros del camino pensando en eso, en las similitudes de la naturaleza con el amor. En ambos, si la sed jamás se acaba, si respirar lejos es un imposible, si la existencia sólo cobra pleno sentido en su presencia es porque son tu verdad. Y la verdad de cada uno es la manera en que Dios te muestra su amor. Lo hace a través de lo que te dibuja una sonrisa y te hace ser mejor persona día tras día. Caminados un par de kilómetros determino (más por edad y por lo vivido, que por una inspiración) que cuando reparas en que estás viviendo en tu realidad soñada es porque tus sueños han coincidido con lo que Dios había previsto para ti. Superados los cuatro mil metros y sintiéndome colmada por el fruto del esfuerzo, comienza a llover. 《¡Ya estás aquí! 》, grito, con los ojos clavados en el cielo. Y ella (la lluvia) baña mi rostro, me acoge como si fuese una vieja amiga, bailo y río, levanto los brazos feliz y mi alma eufórica canta la canción de agradecimiento y bendición que aprendí en los meses del pasado invierno en este mismo camino y con un caminar muy semejante al actual en la forma, pero muy distinto al de hoy en el fondo. Sigo unos metros más, empapándome, hasta completar mi tiempo en el camino. El camino, la lluvia, la mañana, la hora me saben a gloria y los sentimientos que se agolpan en mis sentidos surcan el cielo como una bandada de pájaros que sabe adonde va. Media hora después entro en los márgenes de La Madriguera, le sonrío al jardín, voy desvistiéndome mientras cruzo el umbral del hogar, y desnuda me sé vestida de lo que en verdad importa, que es la mejor manera de sabernos en paz. Al entrar en la ducha y con el correr del agua, al regresar el calor a mi cuerpo y en la insonoridad de la burbuja que siempre es el baño; mi yo se aplaca, y tranquilo, es muy consciente de que de no haber tenido el accidente nunca hubiese sabido hasta qué extremo amo la vida y estar viva. Con ese pensamiento que asciende hacia el techo como una pompa de jabón (increíblemente brillante, perfecta y hermosa) termina de algún modo la mejor parte de la mañana. En unas horas, cuando después de las cuatro, tome asiento y abra uno de mis diarios (probablemente el natural) para escribir la entrada de cada lunes y narre lo vivido en la jornada, sé que instintivamente, buscaré con la mirada y la piel a Alberto que junto a mí transita por su tarde. Personalmente, de todos los lugares del mundo, prefiero estar con él cuando el trajín de la mañana se vierte en literatura en la calma de la tarde. Será porque como escribí en el diario del discurrir en el mes de julio: él es mi lugar en el mundo. Pero, lo cierto, es que a ambos nos satisface estar de ese modo, cada uno a sus cosas, en silencio, en compañía del otro. En ese silencio que de manera tan poderosa describe May Sarton en su Diario de una soledad: 《En el silencio es donde los amantes realmente llegan a saber cuanto saben, y saben que ahí todo es profundo, nutritivo, nutritivo hasta las palmas de las manos y las plantas de los pies.》



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 18 de Octubre de 2021 )

lunes, 11 de octubre de 2021

11 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Con decisión llegó el otoño. El alboroto de los pájaros más que su trinar me lo anunció un día antes. Su juego, su desternille, su perseguirse de pronto fue otro. Esa misma tarde en que con el amanecer se dejó barruntar el otoño, cayó una lluvia fina. La última del verano. La observé desde el porche y cuando cesó (con los ojos fijos en las colinas de Ngong) vi dibujarse para desdibujarse minutos después un arcoíris que ascendía limpio como una escalera hacia el exterior del planeta. Al día siguiente la temperatura bajó. Me fijé en la mínima. La mínima siempre es la que marca la diferencia. Y tras ese enfriarse el cuerpo en el camino y despejarse la mente, advertí la sucesión de vibraciones que a mi paso como sacudidas me vestían amorosamente con ropajes otoñales. La naturaleza grita y si atiendes, te cuenta. Todo en ella nos ampara para que seamos quienes en verdad somos. En mitad de ese todo supe que me sentía como me había sentido horas antes. Exactamente igual. Viva como nunca. Serena como jamás. Indisociable en extremo de lo natural. La tarde anterior había observado con deleite, incluso, con goce infantil aquel arcoíris que me hizo sonreír satisfecha; y en ese instante, en mitad de la pradera volvía a sonreír del mismo modo. Hoy, unas jornadas después de ese día equis del calendario (al abrigo de La Madriguera en el diario natural) intento contarme a mí misma qué es lo que vi, con tanta claridad en esa tarde y en esa mañana, para sonreír de aquella forma tan particular. Pues, fue mi corazón quien en realidad sonrió. Recuerdo que reparé como nunca antes en que hasta el último de mis átomos pertenece al mundo natural. Entendí que para mí jamás existirán catedrales más gloriosas, esculturas más definidas, ni cuadros más admirables que la naturaleza. Supe que a cada hora que pasa pierdo el interés por las plazas de las ciudades y las avenidas de los pueblos y por lo que en ellas sucede. Y lo más significativo es que no me importa la pérdida. Así que me pregunto al calor del recuerdo: ¿Cuándo he dejado de escuchar el runrún de las gentes? ¿Desde cuándo intuyo o sé que no formo parte del asfalto? ¿A partir de qué día encontrar una conexión con algo que se aleje de la naturaleza me supone un esfuerzo tan considerable que no compensa el tiempo a invertir? ¿Desde cuándo no soy la que era, y sin embargo, mi vida es más plena y yo conscientemente más feliz? La respuesta a todas las preguntas viene sola, la oigo llegar, se abre paso con la diligencia del botones que lleva recado en mano, junto a golosa propina: 《Desde que no atiendo》. Mi escritura se detiene. Sé que desde hace mucho no atiendo a lo que no soy yo. La parte servicial de mí se subleva. 《Explícate》, me indica, picajosa. 《Expláyate》, protesta, pesada. Irreverente, callo. No deseo añadir nada más. Ni contestarle otra cosa, ni extenderme, ni explicarme. Sonrío, irónica. 《Desde que no atiendo》 , repito de nuevo. Y, seguidamente, me levanto, cojo la manta y me dirijo al porche. El cuaderno se queda abierto sobre la mesa en el interior. Las páginas garabateadas saben esperar, al contrario de las blancas. Miro la pared. Tengo pendiente comprar una pizarra de fieltro negro con letras magnéticas doradas. De tenerla, escribiría frases en ella que permanecerían colgadas como funambulista sin red durante semanas hasta cambiarlas por otras. Frases que serían pensamientos, por ejemplo, de Gretel Ehrlich, o versículos de la Biblia. Imaginariamente, de pronto, me pongo en pie y me sitúo frente al inexistente tablón. Vuelco el saquito contenedor de letras sobre la mesa y  mis dedos escogen, mi mano construye. La pizarra es ocupada, mi sonrisa aflora: 《Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Isaías 26:3》. Y, la tarde, en un tris se deshace en la noche conmigo dentro afuera en el exterior; mientras la luz de La Madriguera, a mi espalda, recoge como un guante la voz de Alberto que me llama. 《Yo quiero ser ese guante》, le digo al cielo, y entro. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 11 de Octubre de 2021 )

lunes, 4 de octubre de 2021

4 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Gris, rosa empolvado, marrones y beige. Tonos tierra y tostados. El elegante gris que invita a la reflexión madura desde la tranquilidad. El amable y suave rosa empolvado tan acorde con el romanticismo que le aporta dulzura a lo rústico y sugiere entrega y detalles. El marrón, el beige, en definitiva, los colores tierra que hermanan el interior con el exterior, que simbolizan la corteza de lo natural, que son cálidos, acogedores y robustos. Cuando los elegí para vestir La Madriguera y que el otoño (desde ellos) tomase forma, lo hice porque mis ganas y mi alma así me lo requerían. Exactamente esos, y no otros, con algún toque del optimista naranja de las calabazas. No pensé en esa hora en la colorterapia. En realidad no pensé en nada, sólo obedecí. No hay que poner nombre a lo que se sabe por instinto. Que los colores influyen en el ánimo y los sentidos, en el bienestar del alma, en la energía del cuerpo es de sobra conocido. Que esa influencia y su uso sanador tiene el nombre de colorterapia, pues perfecto. A estas alturas de la vida ya sé y sabe quien me conoce que no me gustan las etiquetas. Hay tantos ángulos, matices y generosidad en la existencia que nada ni nadie cabe en el corsé de una etiqueta. Todo y todos somos algo más. Somos seres vivos, por tanto, complejos. Incluso lo inanimado, bien mirado, carece de simplicidad. Idiota es quien pretende entender sin reflexionar, quien juzga sin atender a la complejidad, quien se queda con la conciencia tranquila tras etiquetar sin más, quien espera que las preguntas sólo tengan una respuesta concreta y no otra, ni otras. Llegó octubre con su primer lunes y sin saber cómo, estoy escribiendo una entrada de la que mis pensamientos se han adueñado y han decidido irse por las ramas. Divagar alejándose de la raíz del diario natural. ¿O acaso no? ¿Acaso mi reflexión hasta este punto no nace de la extraña naturaleza de la que estamos hechos? ¿No son las ganas y el instinto, el color y el refugio, la necesidad de sentirnos protegidos, el ánimo y los sentidos, el bienestar del alma y la energía del cuerpo, naturaleza en estado puro? Sí. Creo que sí. ¡Pero, bueno! Reprendo a mis pensamientos y les hago regresar de los páramos por los que cabalgan a esta hoja del diario, a esta tarde del primer lunes de octubre, del segundo de otoño. 《Fijaos en las maravillas que trae consigo el octubre 》, les indico. No contestan. Se quedan callados observando al décimo del año. Ante su repentina mudez, quedo yo también en silencio, contemplándolo. Y de repente, experimento lo que tan bien explica Gretel Ehrlich, en (el libro) El consuelo de los espacios abiertos: “En el transcurso del otoño oímos dos voces: una dice que todo está maduro, la otra que todo está muriendo. La paradoja es exquisita. Sentimos lo que los japoneses llaman aware -una palabra casi intraducible que significa algo así como “hermosura teñida de tristeza”. Comprendo al recordarlo que octubre es eso. Lo es más que el resto de meses que conforman el otoño. Añadiría, acogedora. Una acogedora hermosura teñida de tristeza. No hay soledad en el otoño. Pero, sí que existe la necesidad de sentir los brazos del amor rodeando la lucidez que habita en ti, y el latido caliente del corazón del animal que en verdad eres. Porque (también) entiendo que el octubre y el otoño en particular es una edad. A partir de cierta edad no cabe en nosotros ni la primavera ni el verano. Por esas etapas hace mucho que transitamos con el entusiasmo de las primeras veces y la desidia de la inmortal juventud. A cierta edad, cuando todo en nosotros está “maduro y muriendo”; cuando por fin has entendido que como ser vivo eres complejo; cuando has hecho las paces con tu lado incomprensible a la franca luz del día y has experimentado que la parte animal que hay en ti, es mejor y mucho más sincera y valiosa que tu lado más formal; cuando celebras haberte conocido como en realidad eres; sabes que las perfecciones de la existencia y las prioridades en la vida son otras. Y, entonces, en ese octubre tan tuyo, en esa hora, en esta hora, en este minuto del primer lunes del décimo, antes de llegar al invierno del presente año y de tu vida, te puedes sentir inmensa y afortunada por haber encontrado la calma y la belleza que existe en las bendiciones que Dios ha dispuesto para ti. 


Sonríes valiente y feliz. 

Bien hallada me sé, mi querido octubre.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Octubre de 2021 )