》DURANTE SEMANAS UNOS CUANTOS ADULTOS barajan el futuro de Six, Colin y Ryan. Sopesan pros y contras. Deciden lo conveniente. Inusitadamente demuestran tener altura de miras, dándole prioridad a la felicidad sin reparar en los gastos de la gestión, en el coste del cambio forzoso de vida. Convienen en proporcionarles un día a día alegre para que puedan tener un futuro sólido. No se trata sólo de asegurar su bienestar con una buena alimentación y educación, entienden desde un principio que tiene que haber algo más. Algo lo más parecido posible a un hogar lleno de fe y esperanza. Buscan la mejor opción para los recientemente desposeídos de padres y domicilio. Remueven cielo y tierra. Al hacerlo, al no desistir, al no conformarse con lo primero que les ofrecen, ni con lo segundo, ni con lo tercero: encuentran una buena casa, que no es sólo cuatro paredes y un techo. Les ven partir hacia ella; y ahí, acaba la cuestión (por no llamarlo problema o dolor de cabeza) que a su pesar ha ocupado inesperadamente buena parte de su tiempo. Dan por zanjada su obligación. El recuerdo más bonito que poseen Six, Colin y Ryan de los últimos meses es de arena, salitre y libertad. El más triste es del barco que no regresa a puerto, ni los pasajeros que viajan en él, ni siquiera la tripulación. El más terrible y desolador es el de ellos alejándose de todo lo conocido, siendo algo que hasta ese momento no han sido jamás: huérfanos de padre y madre. Con estos tres recuerdos y una pequeña maleta en la mano de cada uno de ellos comienza su nueva vida en Joly Nice House. Quien les abre la puerta y les da la bienvenida no es otra que Brooke. La ingeniosa y lúcida chica para todo, que no tardará en convertirse en su amiga. Es ella quien les conduce en primer lugar a la cocina, donde les presenta a Beatrice, la cocinera; a la que con el paso del tiempo a partes iguales respetarán (acaso temerán) amarán y con la que no pocas veces (aunque en ese momento lo desconozcan) van a desternillarse como con nadie. En la cocina les espera para su sorpresa una buena merendola que por primera vez en muchos días consigue borrar momentáneamente de su rostro la tristeza. Asoman a sus caras pequeñas sonrisitas como rayitos de sol entre las nubes. Unas sonrisitas que se convierten en amplias sonrisas de asombro, cuando Beatrice tras oír el familiar roce de una pata en la puerta de la cocina que da al exterior: la abre, y precipitadamente entra (como si la vida le fuese en ello) una schnauzer gigante negra como el betún de mirada limpia. La perra olisquea el aire con la cabeza levantada a más no poder y va directa a los niños para comprobar si son de fiar. Y lo son. Sí, lo son. Es a la conclusión a la que llega sin dilación, segundos antes de reclamar su parte de la merienda. “Esta es Baltasara", les indica Beatrice a los tres. Y los tres (Six, Colin y Ryan) apenas tardan unos minutos (después de obtener el permiso de la cocinera) en estar encima de ella, enroscando sus dedos en los rizos de Baltasara; que feliz, sintiéndose objeto de deseo de tres corazones joviales y puros, se tumba y se estira tan larga como es, ofreciéndoles (sin disimulo) la barriga para que se la rasquen. Y ellos se la rascan. Le hacen cosquillas. La miman con generosidad los tres pares de manos que son de fiar. Y es que Baltasara jamás se equivoca a la hora de calibrar la personalidad de quien tiene enfrente. Acaba con el momento de mimos, en primer término: el carácter responsable de Brooke que todavía tiene que mostrarles el resto de la casa, y por supuesto, su dormitorio e instalarles en él; y en segundo, la llegada de Nill (el jardinero) que al entrar en la cocina, provoca que Baltasara se abalance sobre él contentísima, al ser su persona favorita. Es Brooke quien hace de nuevo las presentaciones; y la impresión que deja Nill, en Six, Colin y Ryan es que con él es imposible pasar miedo. Comprenden de inmediato la adoración que siente Baltasara por él. Jamás han visto a un hombre de aspecto tan fuerte. Más adelante, con el trato descubrirán que Nill además de fuerte, también es valiente y auténtico. Con los años será un referente para ellos. Se deslizan por la casa mucho menos apesadumbrados que a su llegada. Algo minúsculo se modifica en su interior y perciben el aire que les envuelve como diferente. Lo saben, sin saberlo. No lo ignoran, aunque no sea ninguna certeza. Entran en cada una de las habitaciones de la enorme casa. Recorren cada uno de los pasillos y de los pisos con Brooke. Suben las escaleras hacia la buhardilla. Ascienden, desconociéndolo, hacia su futuro, hacia una vida inesperadamente mejor. Cuando sus pies pisan el último escalón con el que alcanzan el rellano donde se encuentra la pesada puerta, por la que se accede a la habitación que está debajo del tejado, y la muchacha la abre: la sorpresa invade, conquista cada centímetro de su cuerpo, cada pensamiento de su mente. Enseguida Brooke les invita a pasar, satisfecha con la impresión que el dormitorio causa en los tres. Ve el asombro, la admiración, incluso, un poso de incredulidad en sus caras. Como si fuese imposible que un lugar así se encuentre en lo alto de la casa. Pero no es un imposible (puede que sí sea una extravagancia) pero no un imposible, porque de hecho lo está, existe. Sabe que tras la reforma, tras la conversión del antiguo lavadero en una zona espaciosa de descanso de techos altos, el resultado impacta en quienes lo ven por vez primera. Lo sabe porque a ella le pasó. Cuando visitó la buhardilla después de que el albañil, el carpintero, el fontanero, el electricista, el pintor y demás dejasen en ella su impronta; pensó que había sido un acierto trasladar la lavandería a los bajos, puesto que nunca había visto nada igual, nada tan apetecible de habitar, nada tan bonito, luminoso y acogedor. El dormitorio aunque compartido, es grande, porque ocupa al completo la totalidad de la buhardilla. Catorce metros y medio de largo por siete de ancho. Además del dormitorio en sí, incluye un equipado baño y un pequeño pasillo revestido de armarios. Six, Colin y Ryan observan el lugar atentamente, se fijan en cada uno de los detalles. Realmente están maravillados. Lo que más les llama la atención son los tres pupitres situados debajo de las ventanas, en número igual que de camas y radiadores. En unos segundos saben cuál es su preferido. Notan en su interior como crece el deseo de recorrer la buhardilla, descubrirla, hacerla suya. Es un deseo que les nace de lo más profundo del alma. Ansían sentirse seguros, e intuyen que en ella lo estarán. Anhelan sentirse entre esas paredes en casa, y presumen que se sentirán, si les dan la oportunidad de que la buhardilla se acostumbre a ellos. Suplicantes miran hacia Brooke, concretamente, hacia sus labios, hacia su boca. Piensan a la vez que ojalá hable y les diga lo que necesitan oír. Porque en verdad lo necesitan. Y Brooke les lee el pensamiento y les comunica para su tranquilidad: “Este es vuestro dormitorio. Lo va a ser hasta que seáis lo suficientemente adultos para querer abandonarlo por voluntad propia. Sea para caminar por los Apalaches, ser pilotos de cazas de combate, fabricar utensilios en serie, construir casas o puentes, explorar una selva, escribir historias, pintar cuadros o pintar paredes. Lo que sea que os permita desarrollar el don que seguro cada uno de vosotros poseéis. Así que debéis cuidar del dormitorio como os cuidáis entre vosotros. Porque este (ahora) y no otro es vuestro lugar en el mundo. Lo mantendréis limpio y ordenado. En la limpieza a fondo de baño y ventanas, y para el cambio de sábanas os ayudarán Mathilde y Broderick. Son las dos personas que se encargan de que la casa esté en orden. Evidentemente, con nuestra ayuda. ¡Faltaría más! Mañana os los presentaré. También os presentaré a la señora Mackenzie, la mano derecha del patrón. A él le conoceréis en un par de días para Nochebuena, cuando llegue del viaje que en la actualidad ocupa su tiempo. Ahora, id y escoged cama y pupitre. A continuación, os ayudaré a deshacer las maletas. Os daréis un baño, os pondréis el pijama y os dejaré solos. Después os subiré la cena. Esta noche como excepción cenaréis aquí, porque supongo debéis estar agotados del trajín del viaje y de tantas emociones juntas. Pero a partir de mañana por la noche cenaréis abajo con todos nosotros. Por supuesto, también con Baltasara. Así que a la faena. Desperdigaos, que la noche cae y el tictac del reloj no se detiene. Y, pronto, bostezaréis y querréis dormir.”
LOS DESPOSEÍDOS. Cuento de Navidad.
© MARÍA AIXA SANZ, 2023
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