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viernes, 11 de mayo de 2018

TODOS NOS DEBEMOS ALGO



«La mente es un paisaje que atravesar caminando.» 
―Rebecca Solnit―



Largo viaje es esté en el que yo me hallo, el de querer vivir a través de la razón y la sabiduría y no sólo a través de las emociones, el de querer vivir la vida desde el interior al exterior y no del exterior al interior. En él he descubierto que todo lo que necesitas está en ti, que dentro de ti están todas las riquezas que necesitas para vivir una vida lo más plena posible, que dentro de ti se hallan todos los caminos para llegar adónde tú desees. El primer paso es saber desconectar para conectar contigo misma, un estadio al que se llega con mayor facilidad cuanto más te adentras en el viaje de dotar a tu mente de la fortaleza suficiente para que así a la hora de gestionar el día a día de tus sentimientos y emociones halles los recursos para hacerlo en tu interior. El segundo paso es el de saberte poseedora de un principio transformador: «si yo estoy bien, si dentro de mí hay armonía y felicidad lo que brotara de mí siempre será la mejor versión de mí misma».  El tercer paso es conocer lo que desconocías: cuando comencé este viaje desconocía la magnitud de mi fortaleza mental, desconocía que sí tú cambias todo a tu alrededor cambia, desconocía de lo mucho que se puede llegar a prescindir, desconocía de cuán relevante es tomar conciencia de lo prescindible y finito que tú también eres, desconocía que no tratarnos con tanta dureza a nosotros mismos es beneficioso, desconocía cuánta felicidad hay en simplificar, desconocía cuánto amor y bondad puede albergar mi corazón, desconocía que lo trascendente es nuestra mente y nuestra actitud y no el cuerpo en el que vivimos. Así que, a fecha de hoy, y después de muchísimo tiempo y trabajo, ―tras haber hechos míos estos tres pasos―, me encuentro en el punto donde comprendes que estos hechos nos son palabrería, y, cuando en verdad comprendes que lo estás viviendo en primera persona, que es así cómo te sientes y cómo sientes, la sabiduría ya está en ti. Y, ahora, sé que lo que vive en mí, es decir, la fortaleza de mi mente, la sabiduría adquirida y lo que está en mi corazón, nadie puede arrebatármelo. Lo que forma parte de mí, de mi interior es mío, no depende de nada externo; por tanto, siempre sabré que camino andar para llegar. Y al ser consciente de ello, debo decir, que he conocido el verdadero sabor de la libertad. ¿Y por qué, lectores míos, os lo cuento? Pues porque muchos han sido los viajes que he emprendido y finalizado con satisfacción; pero quizás es este, el viaje más valioso de mi existencia, el que me debía, ―ya que todos nos debemos algo―, el que me lleva definitivamente a mí misma, en el que desconectar para conectar es todo lo que se necesita. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz 

LUGARES QUE HABLAN



Este siglo XXI que nos ha tocado en suerte vivir es campo minado. Todo dura solo un rato. La globalización ha volatilizado las certezas. La velocidad se ha deshecho de la tranquilidad. No hay paz, no hay sosiego, no hay margen, no hay seguridad, no hay confianza, ni orilla donde descansar ni para las sociedades ni para los individuos. Ante tantas dudas e incertidumbres, busco, vivo y me refugio en lo tangible, pues de preferir prefiero lo sólido a los quebrantos. Un libro, una fachada, son los destinos preferidos de una, pues puedo apoyar mi mano en ellos y al mismo tiempo oír su voz y sentirme mortal pero al amparo de algo que me va a sobrevivir, que va durar más que yo. Ambos son lugares que hablan y yo deseo su voz para volver a creer en algo cierto, antes que la voz de lo abstracto, de lo impalpable, tan fugaz siempre, tan desesperante, en esa exploración de lo materialmente posible. Mi amado amor, ―cómplice de mis fechorías, de mis tejemanejes y de mi corazón― y yo, compartimos querencia tanto por los libros como por las fachadas. Dado que ambos se pueden tocar, dado que ambos son lugares que hablan, dado que ambos nos cuentan historias, y aunque la historia que cada fachada esconde detrás tarde un poquito más en aflorar, de contarla, las fachadas, también la cuentan. Sé que mi amado amor y yo en otra vida fuimos amantes y en los ratos que teníamos libres íbamos de la mano por las calles del mundo, con un libro en el macuto, admirando, contemplando, observando fachadas. Y, claro, de aquellos polvos estos lodos. A mi edad todavía no he podido lograr responder a la pregunta de si creo o no en la reencarnación. No tengo argumentos para decantarme por el sí o por el no. Y, me pregunto yo: «¿Quién nos dice que no hemos vivido otras vidas en otros cuerpos pero con los mismos gustos, querencias, miedos y sueños que tenemos en el presente?» Porque al notar que estamos juntos tan a gusto, tan bien, tan enamorados, tan felices, tan en armonía, al vernos gozar con un disfrute atávico de esos dos lugares que nos hablan, no me atrevo a decir que no nos conocimos en otro tiempo. Coincidimos tanto, en todo y también en ese caminar juntos y de la mano, que es fácil hallarnos felices como niños en su cumpleaños cuando nos encontramos con una fachada con una puerta secreta, pues entonces nos inventamos su historia a dos voces, a cuatro manos, con dos imaginaciones que se compenetran a besos y con mucho amor del bueno. Los dos amamos las historias, las palabras, los besos, las fachadas y las puertas secretas que nos regalan corazones como el que yo he encontrado en él y él en mí. Sí, es cierto, tengo el convencimiento desde el minuto uno de que estamos hechos el uno para el otro. Si no a santo de qué tanta paz, tanto amor, tanta complicidad. Y tengo la impresión de que eso es así porque que en otra vida fuimos lo mismo que en esta, es decir amantes, amigos y cómplices y, por supuesto, devotos y curiosos de los lugares que hablan, que se pueden tocar, y que le restan volatilidad al siglo porque son capaces de perdurar en el tiempo.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

jueves, 10 de mayo de 2018

LO ÚNICO QUE ES MÍO




«Estamos al otro lado de los sueños que soñamos, 
a ese lado que se llama la vida que se cumplió.» 
―Pedro Salinas―

La mayoría de todo lo que en verdad nos importa no está en nuestra vida porque nosotros lo hayamos elegido libremente. La mayoría de todo lo que en verdad nos importa es fruto de situaciones dadas y de relaciones en las que la otra parte, evidentemente, ha tenido tanto a decir como nosotros. Si la etapa más importante de nuestra vida que es la infancia transcurre en un lugar que se escapa a nuestra voluntad y como el nacer ha sido elegido por nuestros padres, tiempo después, cuando somos adultos pasa tres cuartos de lo mismo, es decir, no elegimos libremente, todo está condicionado, pues estudiamos y trabajamos en el entorno de nuestro hogar o fundamos nuestro hogar en el entorno de donde estudiamos o trabajamos. Lo mismo pasa al establecer nuestras relaciones personales, ya sea de amistad o sentimentales, en todas ellas elegimos no más de lo que nos eligen. Todas ellas están condicionadas a la voluntad de los otros. Por tanto, hay poco dentro de lo que en verdad nos importa que podamos decir que es exclusivamente nuestro. Por ello, es necesario hacernos la pregunta de qué es lo que es completa y exclusivamente nuestro. Puesto que la respuesta es lo que en verdad nos representa como individuos, más allá de lo que como miembros de una sociedad somos: padres, madres, hijos, hermanos, maridos, esposas, amigos. Quienes somos individualmente dice mucho de nosotros, es más, es nuestro verdadero retrato. Aquello que hemos elegido libremente muestra al mundo nuestra fotografía más sincera poniendo de manifiesto nuestra verdadera personalidad y diferenciándonos del resto. Si siendo niña la literatura era siempre y cada día un promesa de todo lo bonito que la vida podía darme, el día en elegí la literatura como oficio, como camino por el que transitar, esa promesa se materializó en decenas de promesas que han ido  floreciendo, alegrando y enriqueciendo mi existencia. El día en que elegí libremente la literatura como el modo de estar en el mundo un cielo me fue regalado, del mismo modo como conocí realmente el valor de la palabra compromiso y la magnitud de vivir agradecida. A fecha de hoy sé que la literatura, contar historias, escribir novelas es mi decisión. Es lo único que es mío. Completa y exclusivamente mío. Lo único que he elegido yo y que no me ha sido ni impuesto ni condicionado por el entorno que habito. Contar historias es quién dicta quién soy, quien me define. Lo único que me pertenece al cien por cien, y de lo que soy totalmente responsable como única propietaria. Contar historias es mi vida. Soy contadora de historias. Oficio que hace que me sienta dichosa y afortunada cada día y cada hora. Tanto a la hora de crear, pues escribir y reescribir, siempre es un desafío, un batiburrillo apasionante, un trabajo según Thoreau digno de Hércules; como a la hora de ser leída, pues es enorme la dicha que se siente al ser del todo consciente de que hay muchas personas que entre las miles de actividades a las que pueden dirigir su atención, eligen leer tus novelas, para invertir su preciado tiempo. Así que aquello que es lo único que es exclusivamente mío, que me pertenece por completo y que sólo depende de mí, es lo que plaga mis días y mis horas de amor pues amo el batiburrillo que es escribir; amo poner orden en ese desorden; amo el desafío que es plasmar pensamientos, crear personajes, aupar y armar tramas; amo contar historias; amo desafiarme a mí misma; amo a esos desconocidos lectores que se abocan a las páginas de mis novelas con ilusiones renovadas. Y, constato, con todo ese amor cuánta verdad había en la promesa que la literatura siempre fue, ha sido y es para mí. Por eso, quizás me fascina tanto encontrarme en la tesitura de estar incubando una historia, cuento, texto o narración corta, ―como otros incuban un catarro o una gripe―, sin tener ni idea de adónde voy, porque lo importante en la literatura es ir. Y yo voy.  Siempre voy. He aprendido con el oficio de contar a confiar en las promesas.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

miércoles, 9 de mayo de 2018

HOY TENGO DÍA DE LLUVIA



Hoy tengo día de lluvia. A veces ocurren pequeñas cosas, que son como señales, como pequeños milagros por los que a tu vida se asoma Dios y la luz. Esa luz que te da esperanza. Esa luz que es vida. Esa luz que en todo consigue penetrar por la grieta, por la fisura, que habita en todos los seres que poblamos en el mundo. Entonces todo cambia. Es como si alguien se hubiese levantado por ti a darle cuerda al reloj de la existencia. Sonríes. Una minúscula sonrisa tímida y plagada de emoción se presenta en tu rostro. Hay esperanza. ¿De qué? No importa el qué, quizás de todo. Lo importante es que hay esperanza. Que la esperanza no te ha abandonado, aunque pensases que sí, y ahí tienes la señal que tanta falta te hacía para alejarte de los brazos de la desilusión, del desencanto. Los ojos se te inundan de lágrimas agradecidas que borran toda la arena que se había posado en ellos, ―arena que equivale al peso de la existencia―, porque de pronto, alguien que te importa te hace saber que le importas, un proyecto que creías perdido se materializa, tu trabajo tiene sentido, la fe no te ha abandonado, la salud tampoco, todo por lo que la vida vale la pena no te está fallando. Con la señal parece que lo que sea que te había llevado al desaliento sigue a tu lado, sigue bien, está bien. La señal es el pequeño milagro que habías estado esperando, viviendo a merced de la tempestad, sin techo, ni cobijo. Y, ahí, en la tempestad presa de la desilusión te olvidaste de creer en ti, porque a veces la vida nos supera, a veces la vida se nos come el terreno, a veces todo se vuelve mayúsculo y en cambio tú empequeñeces. Te has estado preguntado si el Universo se acordaba de ti. Cuando la realidad es que el Universo está en ti, de que en ti está la verdad, pero muy posiblemente también te has olvidado de buscar la verdad. En las horas más frágiles de nuestro paso por el planeta, se debe primero de todo buscar la verdad, tu verdad, debes buscar el poso, la quietud que hay en tu corazón, el lugar donde todo lo que ha sucedido en tu vida ha dejado su impronta, debes encontrar quién y qué se hospeda en tu corazón. Porque muy probablemente solo desde el corazón y sus huéspedes podrás remontar, y cuando la señal se produzca estar lo suficientemente tranquila para sentirla en tu piel. Es desde tu corazón y sus huéspedes desde donde en los días en que el viento no sopla a tu favor te has de volver paciente, valiente y desobediente; paciente, valiente y terca; paciente, valiente y rebelde; paciente, valiente e insumisa para que si el bedel que ha querido desalojar la alegría y la ilusión de tu corazón, consiguiendo que no creas en ti, te dice: «Vete ya, se ha acabado tu periodo de estancia en el reino de la dicha»; le respondas que no, que no te vas a ninguna parte, que puedes concederle todos los deseos del mundo pero jamás ese. Porque amas a tu corazón más que a ti. Amas a tu corazón a corazón abierto. Esa es tu manera de estar en el mundo. Has vivido siempre a corazón abierto, o lo que es lo mismo, sin falsedad, sincera y espontáneamente. Sin miedo a que te lo robasen, ni a ser auténtica, sin dejarte nada en el tintero, dándolo todo, sin tapujos y eso cuando el viento no sopla a tu favor te deja en cueros, te da la sensación de que te has quedado desnuda delante de todos, habitando la ausencia de los seres y las cosas queridas. Y, es entonces, desde esa ausencia cuando aprendes que solamente es a partir de la verdad de tu corazón abierto donde puedes esperar la señal sin arrepentirte de nada, porque si algo te ha dado vivir y amar a corazón abierto es que tú y sólo tú dejas buena huella en las pieles. Que solo los seres que habitan el mundo a corazón abierto son los que dejan huella en los otros y en todo, ya que son los que transforman la existencia e incluso la personalidad del resto. Y, eso, el Universo lo tiene en cuenta, de modo que sentada en tu corazón espera la señal, ten paciencia, confía, no dejes de creer. Pues la señal llegará como si a tu vida se asomase Dios y la luz. Mientras tanto, pon un pie delante del otro y camina a trechos cortos. Sabiendo que nada de lo que has hecho ha caído en saco roto. Por eso, si es menester, cántate esta canción mil y una vez hasta que concilies el sueño, hasta que el sosiego se apodere de ti y de tus tinieblas, hasta que aun a lo lejos veas una tenue luz al cerrar los ojos, porque lo cierto es que la gran luz arribará a ti de un momento a otro, como los barcos arriban a puerto. En esta ocasión tú eres el puerto. Dentro de un rato va a llover. Ojalá sea así. Hoy tengo día de lluvia,  y ya se sabe la lluvia siempre convoca a la inspiración. No hay mejor sortilegio para la contadora de historias que soy yo. Mayor fortuna. Escribir y la luz.



Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz 

martes, 8 de mayo de 2018

SECUENCIA



Continúan en mí eternas, perpetuas y con más ansias, si cabe, las ganas de aprender. Van en aumento. Tornándose, en mi existencia, eje vertebrador que cohesiona cada día de mi vida y patio de recreo donde la ilusión nunca muere. Ni a mi yo interno, ni al externo, ni a mi mente, ni a mi cuerpo le es posible vivir sin aprender, es más, regresar a lo auténtico ha desbordado las ganas de estar aprendiendo a tiempo completo. Pero ello, no me hace ignorar, el hecho de que poseo rasgos, características, usos y hábitos que no se deben a ningún aprendizaje buscado, aunque si bien sé que no nací con ellos, sé que si hubo alguna lección y algún aprendizaje fue tan sutil como infante; puesto que observo en mí actitudes que de niña vi en mi abuelo. Como por ejemplo: La costumbre de desayunar cuando llega la primavera en una mesa en campo abierto, en mitad de lo silvestre, rodeada de flora y fauna. En mí cada mañana veo a mi abuelo, que se sentaba así cada día; incluso, los alimentos que desayuno no distan mucho de los que se tomaba él. Nuestros desayunos son copiosos y salados, en los que la pieza clave e imprescindible es un bocadillo sabroso. Recuerdo perfectamente como en sus desayunos no faltaba nunca una abundante ensalada y un tomate partido por la mitad sólo para él. Así que sin darme ni siquiera cuenta me encuentro a mí misma disfrutando al verme de ese modo, repitiendo una costumbre que hice mía sin ser consciente de ello cuando era niña; disfruto al ver en mí a mi abuelo en gestos, risas y actitudes. Puesto que esta manera de desayunar no sólo es un acto sino también es una actitud que se diferencia mucho de solo comer, engullir o saciar el hambre. Hay algo en esta manera de desayunar en mitad del campo abierto teniendo por techo el cielo que es una celebración de la vida, es una pequeña fiesta diaria, un honrar a la primavera, es decirle basta ya al estar encerrado, es una clara apuesta por las vibraciones positivas. Porque pudiendo estar al aire libre, lo contrario, lo percibo como un delito, un pecado o una blasfemia. Además, hay algo diferente en esa manera de desayunar a todos los momentos del día en los que se engulle comida, y es que en esa hora, al menos para mí, los sabores explotan en mi boca, es como si en ese instante de la mañana, mi paladar pudiese alcanzar por primera y única vez en ese día el verdadero sabor de cada alimento. Convirtiéndose el comer en un auténtico festín para los sentidos. Supongo que eso se debe a que en ese momento se llega a la mesa con el hambre por estrenar, como unos minutos antes lo ha estado el día. Y, es muy cierto, que cada día puedo constatar, en ese ínterin, en esa hora serena, tanto la dicha y el efecto que ese desayuno sin complejos produce en mí como el encontrarme, un día tras otro, a mí misma sin buscarlo rememorando muy vivamente recuerdos y anécdotas de mis seres amados que llegan a mí como polaroids de otros tiempos que me hacen sonreír. Y me advierto en una secuencia en la que se repite la misma historia: un abuelo, ―al que nada le gusta más en el mundo que el estar aprendiendo a tiempo completo como un desafío a sí mismo―, que desayuna sintiéndose afortunado en una mesa en campo abierto, en mitad de lo silvestre, rodeado de flora y fauna, convirtiendo el desayuno en una ofrenda por tanto y por todo; y a una nieta, ―a la que nada le gusta más en el mundo que el estar aprendiendo a tiempo completo como un desafío a sí misma―, que desayuna sintiéndose afortunada en una mesa en campo abierto, en mitad de lo silvestre, rodeada de flora y fauna, convirtiendo el desayuno en una ofrenda por tanto y por todo.  Sin saber dónde acaba uno y empieza el otro. Lo que me lleva a preguntarme: ¿Si en verdad no estamos toda la vida sentados, ―metafóricamente hablando―, en una misma mesa que se sucede en el tiempo?



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

lunes, 7 de mayo de 2018

UNIDAD DE MEDIDA DEL TIEMPO



Me gusta leer antes de acostarme. Para cazar al sueño. En un cuerpo a cuerpo entre mi mente vigilante y la narración, si la narración gana me duermo si por el contrario es mi mente quien gana me aboco muy probablemente a un sueño superficial en una noche corta. Leer es una buena manera de alcanzar el duermevela, para posteriormente sumergirse en un sueño profundo. Leer no deja de ser una forma de medir el tiempo. Una unidad de medida del tiempo. Es un vehículo para que nuestra mente tome impulso y se oxigene desde el minuto X al Y, desde el punto A al B. Muchas han sido las veces en que he utilizado esta medida del tiempo no sólo para poder dormir a pierna suelta, relajadamente, sino también para encauzar el viaje literario y de descubrimiento que siempre es escribir una nueva historia, una nueva novela, un nuevo libro. De modo que siempre he tenido como aliada y en consideración esta unidad de medida del tiempo, pues nunca me falla: cuando un proyecto es una semilla y aún le queda mucho para tomar forma, dejo mi mente libre, y le digo, ya te repensare dentro de tres o cuatro novelas. Entonces leo sin pensar en el proyecto y tres o cuatro novelas después busco a ver que encuentro y siempre me maravillo ante los hallazgos y me rindo, de nuevo, a los pies de mi mente. El poder de mi mente me apasiona. Y me congratula enormemente el hecho de que mi mente necesite nutrirse de novelas para seguir fluyendo, porque eso dictamina en cierta manera la importancia del oficio de contar historias. Esa necesidad “sanadora” que es el leer le da cuerpo y razón de ser al oficio de contar historias. Esa unidad de medida del tiempo que es el transitar de un párrafo a otro, de una página a otra, desde la primera línea hasta el punto y final, da la magnitud de cómo contar historias no sólo es un oficio ni sólo es una habilidad sino es un arte ancestral de sabiduría que da alas a nuestros sueños, sentido a nuestras jornadas maratonianas, y a nuestro ser más íntimo, esperanza en las horas de lluvia, cobijo en las tardes de bochorno de verano, amparo en noches plagadas de vigilia, consuelo en el desosiego. Esa unidad de medida del tiempo deja que nuestra mente tome impulso y se oxigene para que se materialicen nuestras realidades como lectores, pero también como es en mi caso como contadora de historias, porque como tal, siguen siendo las palabras, las líneas, los párrafos, las páginas, las historias escritas, quienes enmarcan el tiempo de mi vida. Cada jornada puedo calibrarla entre fértil o infértil según lo escrito, el tiempo cunde o deja de cundir según lo que he podido plasmar en negro sobre blanco, la vida es intensa según a cuántos pensamientos he podido darles forma y convertirlos en parte de una historia. Teniendo de ese modo los meses el tamaño y la profundidad de miles de palabras y los años de las novelas. Así que es fácil deducir que mi existencia se determina con esa unidad de medida del tiempo; en vez de mirar relojes y calendarios, yo mido mi vida con palabras escritas y leídas. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

domingo, 6 de mayo de 2018

WANDERLUST 📖



«Aquella tarde comprendí la moraleja de los laberintos: a veces tienes que dar la espalda a tu meta para alcanzarla, a veces sientes estar lejísimos a pesar de estar cerca, a veces el único camino es el más largo.»



[#lecturasquesuman: Lecturas de 12, es decir, las que te invitan a subrayarlas con un lápiz.]

REGRESAR A LO AUTÉNTICO


«Cada lección en lo salvaje, es una lección de amor.» 
―John Muir―


Vivir en el mundo natural, al compás de la naturaleza, en sintonía y armonía con ella ha hecho que toda una capa de mi yo se desprenda de mí. La capa y la vestidura de lo prescindible. Y, ahora, metafóricamente desnuda, inmersa en el mundo natural me he dado cuenta de cuántas cosas, costumbres, hábitos e incluso de cuántos animales humanos podía prescindir, me he dado cuenta de que vivo al compás del planeta y sus elementos, sabiendo que he regresado a la casilla de salida, donde todo comenzó, regresando a la vida natural en la que pasé mi infancia: descalza y feliz. Soy parte de la tierra y de esos cielos, de los ríos y de la mar, soy hermana del pájaro, soy la tolerada del animal no humano que me mira y me ve sin ser yo ni siquiera consciente, soy la contempladora de la elaborada y meticulosa belleza que el hombre durante toda la existencia ha tratado de imitar, soy hija de la luna y del sol, aliada del viento, novia de la lluvia y la nieve. Estoy aquí y he regresado al principio de todo. Como tenía que ser. El animal humano que somos está preparado, tiene los mimbres y posee la sensibilidad para regresar al mundo natural. Afortunado es, somos, quienes lo hemos logrado. Puesto que lo que nos es ofrecido como regalo, como una vida nueva, nunca jamás nos habría sido otorgado en el asfalto. Somos tierra. Somos aire. Somos árbol. Somos agua. Somos animal en movimiento. Somos libres. Regresar es lo que ansían nuestros sentidos y el regreso en sí es la primera de las recompensas. A la que le seguirán otras muchas que son las que te dejaran ver que tú eres de carne y hueso, que eres fuerte, que resistes, que eres más valiente aun de lo que creías y que sobrevives de la misma forma sin paracetamol como sin tantos otros elementos y ataduras con los que pensabas que no era posible vivir. En el mundo natural descubres que has dejado de obedecer. En el mundo natural aprendes que lo único que necesitas para estar llena de vitalidad y de fuerza, sana y saludable como cuando eras niña, como al principio de todo, es vivir al compás de la Tierra. Lo único que te vale es que tu yo interno y externo, tu mente y tu cuerpo, se sincronicen con ella. Y, entonces, al ir totalmente al compás, averiguas cuál es tu lugar en el mundo como también percibes que la relación con el mundo natural es de todas las carreteras de doble sentido, la que tiene más razón de ser. La única que en verdad vale la pena transitar. Puesto que al ser la más silvestre, salvaje y libre es también la más auténtica. La búsqueda de la autenticidad debería ser el objetivo de toda existencia, por ello, si sabes dónde habita cuánto antes emprendas el regreso a lo auténtico mucho mejor, ya que eso es regresar a los orígenes. Lo que estoy narrando ahora mismo es algo que muchos ya hemos comprendido, por ello hemos regresado, ya que además de llevar la autenticidad en nuestro ADN, alejarnos de lo auténtico siempre lo entendimos como una suerte de disparate. El mundo "civilizado" e insostenible que conocemos hoy en día es el principio de la cuenta atrás para todos. Se acabó lo que se daba. Sacrificamos los orígenes por una vida fácil, artificial, química e industrial, y nos creímos morir de modernidad; fuimos capaces incluso de renegar y renunciar a nuestras propias canas, sin saber que con esa actitud y con todo eso, en el intento mataríamos poquito a poco la salud del planeta y por ende la nuestra. Disparamos al corazón de la vida a cambio de una sartén con teflón y botellas de un sólo uso, porque guisar en una sartén de hierro y retornar los cascos de vidrio a los ultramarinos no era moderno. No nos valía ir a comprar con un capazo de rafia sino teníamos que ir con las manos en los bolsillos para volver cargados con enormes bolsas de plástico para de esa forma sentirnos estupendos en vez de estúpidos. Confundimos lo tóxico con el progreso, sin detenernos a pensar que era un error garrafal vivir a la contra de la Tierra. Y aun a pesar de lo evidente, sé, que la sociedad como una masa compacta, no como individuo, sólo lo entenderá cuando comience a estar de moda regresar a lo auténtico. Pues aquí lanzo mi aviso: idos preparando porque el principio de la nueva modernidad comienza con los huevos que van a ser todos de gallinas de corral, fíjate tú, y eso, ya está a la vuelta de la esquina. Y no hay "huevos" para parar la revolución de lo auténtico. ¡Arriba el planeta! ¡Arriba lo auténtico!  ¡Arriba el regreso!



Besos y abrazos a tod@s. 
María Aixa Sanz

sábado, 5 de mayo de 2018

HÉROES


En Caótica.

«A veces, un pensamiento casual se eleva natural e inevitable, 
como lo hacen las estrellas en el este. 
El destino lo ha guardado, por algún propósito, 
en ese momento y circunstancia. 
Lo que el destino ha unido, que no venga el hombre a separarlo.» 
―Henry David Throeau―



Quizás porque todo lo que conseguí en esta vida es por mérito propio, porque sé que todos mis sueños hechos realidad, no me tocaron en una tómbola, ni me han sido regalos, sino han sido fruto de mi erre que erre, de pico y pala, de mucha disciplina, esfuerzo y trabajo. Quizás porque siempre he creído que uno en la vida puede ser todo aquello que desee ser mientras elija ser uno de los buenos. Quizás porque creo en la individualidad del animal humano como un bien, en su generosidad de corazón, en la bondad de su alma, en su originalidad como un elemento diferenciador y enriquecedor del resto; sé de la importancia de los puntos de anclaje y de los héroes. Y del mismo modo como en decenas de ocasiones hemos visto en el noticiario de turno salir volando castillos hinchables llenos de niños hasta romperse la crisma por no tener puntos de anclaje, nuestra existencia también los necesita. Nos son necesarios para preservar la belleza y la armonía de lo conseguido, de lo elegido, de lo que nos hace únicos y valiosos dentro de nuestra propia especie. Nos son necesarios para cuando duele el alma y el corazón, y los pulmones se quedan sin aire y la garganta se llena de arena, porque ante los golpes inevitables de la vida al cuerpo no le sirve la razón, ni el razonamiento. Nos son necesarios para que nuestro valiente y esforzado yo no salte por los aires como los castillos hinchables frente a la vulnerabilidad que nos hace verdaderamente humanos. Por tantos motivos, nos son necesarios, que por ello, si puedes elegir que al menos uno de esos puntos de anclaje sea un héroe, mucho mejor. Al hablar de héroes no me estoy refiriendo a seres vestidos con antifaz y capa ni con superpoderes sino a los héroes del cada día. Es decir a todos esos seres que tiene efectos balsámicos e inspiradores sobre nosotros. Héroe para mí es todo aquel animal humano que llega a tu vida con las manos repletas de una ilusión que a ti te llena de dicha. Héroe es todo aquel ser mágico que consigo lleva una luz capaz de iluminar todos los lugares y todas las vidas por las que transita. Los héroes del cada día para mí son todo lo contrario a esos seres aguafiestas y amargados que de haberlos, haylos, y que invierten su tiempo en hacer infelices a todo aquel que le rodea sin un porqué. Sé por experiencia que tener, al menos, un héroe en nuestra vida nos es tan necesario como la música es necesaria para una fiesta, el confeti para un festival, las flores para una primavera, la comida para un festín. Donde hay un héroe hay luz, ilusión, alegría porque son divertidos, ingeniosos, inteligentes, avispados y tantas otras cosas más que su energía siempre resulta ser atractiva y seductora. Los héroes saben amar la vida pues conocen el valor que tiene amarla desde la sonrisa. Pero además de todas esas cosas esenciales y vitales que son los héroes, si uno tiene la fortuna de tener en su vida un héroe que es ancla firme, con el paso del tiempo se dará cuenta de que ese héroe se ha convertido en la sangre que corre por sus venas. Es el milagro que por tus venas llega de su corazón al tuyo. Es decir, del mismo modo, en que tú anclas tu vida a tu héroe particular, él se ancla a tu corazón. Por tanto, saber reconocer quién es el héroe o los héroes de nuestra vida es importantísimo para darles su verdadero valor. Puesto que los héroes siempre marcan la diferencia. 



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

viernes, 4 de mayo de 2018

BÚSCATE PARA TODO EN LA VIDA UN CÓMPLICE

Mi padre en Caótica

«Todo lo que hemos experimentado ha desaparecido en nosotros 
mismos, y ahí está. Es la compañía que mantenemos. 
Un día, enfermos o saludables, saldrá a la superficie y será 
recordado. Ni el alma ni el cuerpo olvidan. La ramita 
recuerda siempre el viento que la sacudió, y la piedra 
recuerda el golpe recibido. Pregúntale al árbol viejo y a la arena.»
―Henry David Thoreau―



Hoy llueve con ganas desde el norte. Hoy nos quedamos sin paseo ni invernal ni primaveral, aun así como para todo en la vida hay que buscar un cómplice, y dado que el cielo es una inmensa nube preñada de lluvia, yo busco el sol que habita en mi interior. En estos días de mañanas primaverales y noches de invierno he recordado el consejo que hace mucho tiempo me dio mi abuelo, me dijo: «María, búscate para todo en la vida un cómplice». Cada uno de los consejos que me dio es mi propia existencia sobre la faz de la Tierra quien les va cargando de razón. Todos ellos están repletos de sabiduría y los años que van haciendo mella en mí son quienes les infunden la claridad y el valor real. No hace muchos días un amigo me dijo que yo era una mujer tranquila y fascinante. Lo único que pensé cuando me lo dijo es que si acaso lo soy, quien me ha otorgado esas virtudes, son los algo más de quinientos veintiocho meses que llevo a la espalda con todo lo que he aprendido y  también con todo lo que he olvidado por no tener cabida en mi vida. Por nada más. Si soy tranquila es por la edad. Si soy fascinante es, no me cabe la menor duda, porque tengo muchas cosas que contar. Y las cuento. No soy de dejarme cosas en el tintero, ni de reservármelas para mí, el hecho de ser contadora de historias es algo que va más allá de un oficio, es mi forma de ser y de estar en el mundo. Me gusta transmitir lo que aprendo ya sea en forma de novela y de textos varios para todo tipo de lectores, o, de chascarrillo oral para mis círculos familiares y amigos. Quizás por ser contadora de historias, soy de naturaleza habladora; haciendo gala de ese no saber estar callada ni debajo del agua con el que mi madre siempre me ha descrito, y si a esa opinión de mi madre le sumo el consejo que mi abuelo me dio hace tanto tiempo, no puedo hoy por hoy hacer otra cosa que no sea darles la razón a los dos. Los animales humanos no sabemos realmente estar solos, tenemos siempre que estar en un permanente diálogo, en una continua conversación, tenemos que oírnos, sabernos seres parlanchines, de ahí que todos aquellos aventureros intrépidos que se han ido a convivir con la soledad hayan acabado escribiendo un diario. Siendo la página en blanco y el lápiz para ellos su forma de hablar, de dialogar, de verbalizar y poner en orden sus pensamientos. Los consejos de mi abuelo son templos cargados de verdad. Pues, ¡cuánto hay de cierto en ese María, búscate para todo en la vida un cómplice! La complicidad y el diálogo que se teje en esa complicidad, ese diálogo mudo o a gritos nos es necesario para soportar la existencia. No tener cómplices y sentirse vivo es un imposible. ¿Cuántos cómplices podemos tener en la vida? Infinitos. Es más, cuántos más, mejor. Cuántas más complicidades tengamos en nuestra vida más enriquecida estará. El hombre al que amas; la hermana con la que la risa tiene un motivo sin tener una explicación; el libro que estás leyendo y que en un momento en concreto te hace estar más acompañada que si estuvieras con decenas de personas; el oficio mediante el cual tu personalidad sale a la superficie y que se convierte en tu forma de mostrarte al mundo; las canciones que le cantas al oído a tu amor y que conforman una tras otra toda una historia; la fortaleza que habita en ti y que solo tú sabes cómo hacerla surgir para que las tormentas escampen; la naturaleza o todo aquello que te hace estar en comunión contigo misma; la perra con la que tu sueño se acompasa con el suyo; incluso tu yo interno con el que a veces te encuentras hablando sola; y tantos y tantas otros y otras cómplices y complicidades son los que harán en realidad que veas siempre la vida en color. Es decir, desde el lado soleado de la existencia. Así que ya sabéis, lectores míos: Buscaos para todo en la vida un cómplice; pues la vida de esa forma tiene más sabor.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

jueves, 3 de mayo de 2018

SOLO 📖



«14 de Abril

He dado mi paseo diario a las 4 p.m. a 89º bajo cero. El sol había caído bajo el horizonte y un color azul, de una riqueza que no he visto en ningún otro lugar, se extendió apagando todo excepto las ascuas agonizantes del atardecer. Al oeste, a medio camino del cénit, Venus era un diamante inmóvil y, en el lado contrario, en el este, había una brillante estrella parpadeante que se comportaba de forma exquisita, igual que Venus, en el mar azulado. Al noroeste, una aurora serpenteante plateada y verde latía y se agitaba suavemente. En algunos lugares, la blancura de la barrera tenía el aspecto del platino opaco. Todo era delicado y engañoso. Los colores eran apagados y no abundantes, las joyas eran escasas, el escenario era simple, pero la manera en la que todo se unía mostraba la obra de un maestro. Me detuve a escuchar el silencio. Mi aliento, cristalizado según se alejaba de mis mejillas, vagaba como una brisa más ligera que un susurro. La veleta apuntaba al Polo Sur. Inmediatamente las semiesferas del anemómetro cesaban su suave giro según el frío detenía la brisa. Mi aliento congelado flotaba por encima como una nube. El día estaba muriendo y nacía de la noche, pero con una gran tranquilidad. Aquí estaban los procesos y fuerzas imponderables del cosmos, armoniosos y mudos. ¡Eso era la armonía! Era lo que salía del silencio: un ritmo suave, el compás de un acorde perfecto; quizás, la música de las esferas. Fue suficiente adoptar ese ritmo para ser parte de él durante un momento al menos. En ese instante no dudaba de la unión del hombre con el universo. La convicción llegó porque ese ritmo era demasiado ordenado, demasiado armonioso, demasiado perfecto para ser producto de la casualidad y, por lo tanto, tenía que haber un propósito en el conjunto, y el hombre era parte de ese conjunto, no una casualidad. Era una sensación que trascendía la razón, que llegaba al centro de la desesperación del hombre y lo encontraba sin fundamento. El universo era un cosmos, no un caos. El hombre era parte de ese cosmos igual que lo eran el día y la noche.»


[#lecturasquesuman: Lecturas de 12, es decir, las que te invitan a subrayarlas con un lápiz.]

AMORLEZA

En Caótica

«Me gusta apoyar la mano en el tronco de un 
árbol no para asegurarme de su existencia, sino de la mía.» 
―Christian Bobin―



Después de unos días en que mi rutina habitual se ha visto obstaculizada y alterada por tener que atender actividades de carácter puntual, burocrático y fastidioso. Al salir a caminar de nuevo he visto cuánto necesitaba perderme y encontrarme de nuevo en la naturaleza. Necesitaba recuperar de nuevo la cordura. Del mismo modo como sentarme a escribir y escribir le da sentido a mi existencia y el amor inunda de calma mi alma, la naturaleza me llena de energía. Para sentirme completa y bien necesito estar en contacto permanente con la naturaleza. Necesito descalzarme y sentir mis pies en la tierra. Conectando a través de ella con el vientre de la Tierra, como los besos me conectan a mi amor. Me gusta ser testigo de los pasos silenciosos de la primavera y cuando soy testigo, como  lo he sido hace un rato, quisiera serlo de todos los pasos silenciosos de todas las primaveras de todos los lugares diferentes a este. Ese sería un privilegio enorme. Una fortuna difícil de cuantificar. Esta mañana, al reencontrarme con la naturaleza, he sentido cómo se tensaba dentro de mí el hilo que me une al mundo natural, y poco después, mis pasos se han compenetrado con los pasos silenciosos de la primavera, de tal modo, que he notado cómo la energía positiva de la naturaleza iba colmándome de dicha hasta que ha conseguido que me olvidase del resto de la humanidad. Necesitaba una mañana como la de hoy. Donde la naturaleza me escribe su particular carta de amor, yo que para ella, a estas alturas soy palma de su mano, por conocida. Ella, con su primavera imparable, ha hecho que todo mi cuerpo y mi mente se oxigenasen, revitalizasen y estuviesen en completa armonía y sintonía con el Universo y también conmigo misma, recuperando la cordura y el bienestar. Esa comunión con la naturaleza, con el mundo natural y con el Universo, es para mí uno de los sentimientos por los que estar sobre la faz de la Tierra resulta ser algo extraordinario. Así que, hace unas horas, felizmente descalza y apoyada como estaba en un árbol grande y sagrado; me he inventado el vocablo: amorleza, que surge de sumarle a la palabra amor la palabra naturaleza; y al hacerlo me he sentido el ser más satisfecho del planeta Tierra. Creo firmemente que la naturaleza comprende en qué pienso cuando intento reunir en una sola palabra todo lo que ella me da. Pero si tuviera que definir este vocablo recién inventado e inexistente en los diccionarios como algo más que el resultado de la suma de dos palabras, lo haría del siguiente modo: Diría que amorleza es cuando la naturaleza sabe que tú la respetas y la admiras; que aprendes de ella y absorbes sus enseñanzas cada día, cual esponja; que lejos de ella te sabes en el exilio; que en la necesidad de ella se ensanchan tus propios límites y limitaciones; que es ella quien hace que repares y te detengas en aspectos pertenecientes tanto a tu interior como al exterior que te rodea; que ella es tu centro de gravedad; que no entiendes tu vida apartada y distanciada de ella; que te apasiona y te fascina; y que descalzarte y sentirla bajo tus pies y caminar por ella es tu manera desde niña de saber que formas parte de algo asombrosamente inmenso, es saber que existes para el Universo. Todo eso es la amorleza. Y quien lo siente y lo vive, lo sabe. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

miércoles, 2 de mayo de 2018

ANIMALES HUMANOS

Nuna en Caótica


«Gracias a Dios, los hombres no saben volar, pues arruinarían 
los cielos al igual que están arruinando la tierra. 
Al menos, por el momento, el cielo está todavía a salvo.» 
―Henry David Thoreau―


Ayer, domingo, estaba tumbada con Nuna al sol de primavera y me pregunté a mí misma: «¿A qué saben los domingos de primavera?» La respuesta brotó de repente, como si hubiese estado esperando agazapada junto a nosotras. «A fresas con nata, al verano que está por venir, a amor del verdadero en cada poro de la piel.» Si ya de por sí me gustan los domingos, los domingos de primavera todavía me gustan más por esos tres motivos. El domingo es mi día preferido de la semana. De los domingos me gustan como trascurren lentamente pero sin vacilaciones, un domingo en pausa es un domingo feliz. Quizás puesto que ayer fue uno de esos domingos, hoy, estoy teniendo un lunes disperso. Durante todo el día he sido consciente de que debería concentrarme en unas palabras en concreto, en un texto, en contar algo. En cambio, aquí estoy dispersa sin poder evitarlo, sin querer evitarlo, con la cabeza llena de vida, llena de primavera, llena de amor. Sonriendo feliz porque observo cómo la primavera este año está dentro de mí y con facilidad me distraigo con el cielo azul cielo. Cuando contemplo ese azul cielo surgen en mí espontáneamente las ganas de preguntarle a Nuna: «¿Si ha visto algo tan bonito, algo tan lleno de vida y de energía positiva como este cielo nuestro de primavera?»  Ella me mira con sus ojos de perra tranquila, relajada, de quien está a gusto en un lugar determinado y en una postura en concreto. La amo tanto que la conexión que tengo con ella me inunda de paz y la paz siempre es inspiradora. Al ser contadora de historias me es necesaria esa paz inspiradora que Nuna me regala muchas veces, como también me es necesario tener presente qué me han enseñado las palabras, pues al fin y al cabo, son el instrumento con el que trabajo todos los días de mi vida. De las palabras he aprendido que son ellas las que unen a los seres, las que devuelven el amor a nuestra existencia, las que tienen la potestad de darnos la vida, de atarnos a alguien que nos hará felices eternamente; y por supuesto, también, he aprendido de ellas que poseen el poder de provocar todo lo contrario. Pero, al ser yo, una mujer a la que le gusta extraer siempre de la existencia lo positivo, prefiero aliarme con ellas desde su luz, para al reflexionar hacerlo desde la cara soleada de la vida. Pues quiero que el lector que se encuentra conmigo en el reverso de mis palabras, éstas le insuflen ganas de vivir. Aquí a mi lado tengo un montón de notas en papeles distintos con las que debería escribir un texto y con alevosía las aparto, no las miro ni siquiera de reojo, porque de preferir prefiero encontrar antes el enfoque y la perspectiva para que al escribir lo que quiero escribir: el texto que brote de mí, esté escrito desde donde yo habito el mundo, es decir, desde el lado bondadoso y generoso de la existencia. Para ello, me he sentado un rato al lado de Nuna, y al notar como late su corazón por debajo de la palma de mi mano y comprobar como toda ella confía en mí y se relaja y poquito a poco se apodera de ella un sueño profundo y reparador, he sabido sin saberlo, que al texto que quería escribir le sobraban la mayoría de las frases. Pues cuando tienes la mano sobre el corazón de un animal no humano los sentidos se agudizan y la existencia se vuelve más sencilla. Quería escribir sobre la monstruosidad que existe en los animales humanos y que no tiene lugar en ningún caso en los animales no humanos. Quería escribir un texto largo, pero me he dado cuenta de que no hay por qué extenderse sobre lo evidente. Pues cualquiera puede darse cuenta de la superioridad moral que poseen los animales no humanos frente a nosotros los animales humanos. Cualquiera ha podido percatarse ya de que los animales humanos son la única especie capaz de realizar actos deleznables que ninguna otra especia es capaz de perpetrar. Cualquiera ha podido comprobar con solo mirar el noticiario de turno que los monstruos pertenecen a nuestra misma especie, que los monstruos no son seres irreales que pueblan los cuentos de los niños o sus pesadillas, los monstruos para desgracia de todos, caminan por nuestras calles, son nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestros conocidos, incluso nuestros hijos, padres, madres o nuestras parejas sentimentales. Por ello, me invade una profunda tristeza por lo injusto del calificativo, ―puesto que conozco el peso y el poder de las palabras y su significado―, cuando a un monstruo en vez de llamarlo monstruo, pues es lo que realmente es, le llaman: animal. Ya que cuando le llaman animal me están insultando a mí. Yo también soy un animal. Somos todos animales. Humanos o no humanos, somos todos animales. Y el hecho de que los animales humanos tengamos conciencia de finitud no nos da derecho a sentirnos superiores ni a denigrar al resto de los animales, llamándole a un monstruo: animal. Puesto que los monstruos son esos otros seres que nunca tendrían que haber nacido. Y lo que en realidad deberíamos hacer los animales no humanos, es decir, nosotros, es además de acostumbrarnos de una vez por todas a llamar a las cosas por su verdadero nombre, es aprender a vivir con más conciencia, no sólo con la conciencia de finitud o de caducidad. Los animales humanos tenemos que aprender, sí o sí, a vivir con conciencia pues nos es necesaria, ya que el hecho de haber vivido durante tantas décadas sin conciencia lo único que ha provocado es que hayamos convertido el planeta Tierra en un absoluto desastre. Olvidándonos en el envite de la realidad más valiosa por esclarecedora y es que los animales humanos somos los más débiles, ya que ni los animales no humanos, ni el resto de seres vivos, ni el planeta nos necesitan para nada. Ellos a nosotros, no. Nosotros a ellos, sí. Nada más y nada menos, que les necesitamos para vivir. Y ese no es asunto baladí, ni menor. 



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

martes, 1 de mayo de 2018

DEJA QUE CAMINE UN RATO


Calles y plazas mediterráneas

«Sal a caminar durante los días de tormenta o atraviesa los campos 
y los bosques nevados si quieres mantener tu espíritu alerta. 
Trata con la naturaleza bruta. Pasa frío, ten hambre, cánsate.» 
―Henry David Throeau―


Lo contario de echar raíces no es deambular sin rumbo fijo. Sé por experiencia que es más fructífero andar por andar, deambular sin un porqué, caminar sin un propósito, callejear cuando sabes muy bien de dónde vienes y provienes, cuando tus raíces están bien enraizadas a una tierra, a un árbol, a la naturaleza, al hombre al que amas, a un oficio, a una casa, a una familia; porque entonces ese deambular tiene un sitio al que regresar y una razón de ser para ansiarlo, necesitarlo y desearlo y por eso el hecho de llevarlo a cabo resulta ser un placer. Para mí callejear, o deambular sin rumbo fijo, caminar sin un propósito y ya hacerlo contra el viento es mi forma de despejarme, es la forma en que la luz entra en mí. Ese caminar es la grieta que Leonard Cohen sabía que existía en todo con el objetivo de que la luz pudiese entrar en su interior. Y la luz de esa grieta que es mi libre caminar es sentir la mente despejada, liberada de toda mala vibración y llena de mi particular resurgir. Tras un rato, unas horas, de ese caminar aleatorio que no obedece a nada ni a nadie, soy otra. Sé que mientras camino mi mente no se concentra en nada en concreto, ni se contrae por ningún temor, sino que al revés se expande, respira aliviada, y lo paradójico es que sin pensar en nada lo ve y lo entiende todo. Callejear, caminar, deambular sin un rumbo fijo te da el poder de ver lo que en otras horas no ves. La actitud que adopta el cuerpo de dejarse llevar por los pies, de tener fe en esos pies, que aun sin saber adónde van, siempre te llevan al lugar donde te está esperando: la paz, el sosiego, la serenidad, los pensamientos vagabundos, gaseosos y valiosos, los detalles enriquecedores y las revelaciones que te harán crecer como animal humano que eres es la más provechosa y fructífera de las apuestas, la mejor de las costumbres, la más sana de entre todas las opciones a las que uno puede dedicar ratos de su existencia, puesto que siempre e invariablemente al caminar sin obedecer a nada te encuentras a ti mismo en un reencuentro que te es vital y necesario por sorprendente. Caminar te permite autodescubrirte. Pues al caminar exploras con los sentidos no sólo los lugares por los que transcurre tu caminata sino también exploras con todos los sentidos tu interior, hasta la más recóndita parte de tu mente y de tu memoria, y al hacerlo te oxigenas y encuentras y obtienes los frutos de la cosecha que has ido sembrando a lo largo de tu existir. Al caminar deambulando, sin ninguna duda, hallas siempre la mejor versión de ti misma. Lo que hace que te congracies contigo y con el resto de seres que pueblan el planeta. Los hallazgos que realizas en esa manera de caminar sin propósito alguno son tesoros. Como animales humanos que somos, ―conscientes de nuestra finitud―, nos es necesario apresar continuamente mediante el movimiento de nuestros pies esa especie de enamoramiento permanente que mantenemos con la vida y que nos ayuda a soportar incluso lo insoportable. Necesitamos caminar libremente para sentirnos facultados para vivir. No podemos conformarnos solamente con desplazarnos como lo hacen los animales no humanos. Puesto que al contrario de éstos, nosotros necesitamos caminar no solo para ir de un sitio a otro, sino necesitamos caminar para reconquistar los paraísos perdidos que alberga la parte más íntima de la persona en que nos hemos convertido; para de ese modo, encontrarle sentido a una existencia que aun sin saber la fecha exacta de caducidad, sabemos que ésta de existir, existe. Caminar sin ton ni son, caminar libremente, nos salva. Ya que caminar así nos permite percibir un horizonte inmenso delante de nosotros donde todo es posible. Es nuestra forma más pragmática de alargar la vida. El espacio abierto y sin fin donde transcurren nuestras caminatas nos ofrece y regala la impresión de que nuestra existencia está menos constreñida, que es algo abierto, y eso aumenta nuestro bienestar tanto físico como emocional. Algo similar les ocurre a los perros que aun siendo animales no humanos, son los animales más humanos de entre todos los animales no humanos, y es de sobra conocido cuánto necesitan para su bienestar al convivir con nosotros salir a correr a lo loco y sin un porqué aparente, puesto que en realidad no les es necesario ni desplazarse de un lugar a otro, ni cazar para alimentarse. Pero aun así lo necesitan. Al igual que nosotros. Así pues como el animal no humano más humano, es decir, el perro, yo necesito para mantener la cordura el caminar bajo el solo dictado de mis pies. Y cuando caminar se hace por libre voluntad y tus raíces están bien enraizadas, deambular sin rumbo dista mucho del deambular de un mendicante, cuando deambulamos sin rumbo fijo ya sea por la naturaleza o por las calles de nuestras ciudades o pueblos, quienes tenemos un sitio al que regresar, me refiero del mismo modo a nosotros como a los perros, lo hacemos para de manera implícita reafirmar nuestra personalidad y no olvidar quienes en verdad somos mientras nuestras mentes y nuestros cuerpos se expanden y se ensanchan hacia lugares tan enriquecedores como insospechados. Así pues deja que camine un rato, por favor, lector mío, me es menester.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz