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domingo, 14 de febrero de 2021

TAZAS DE TÉ ~ Objetos del 21 ❤

Deposito la mirada en la hermosa taza y platito de Ceilán, ambos elevados a lo trascendente no sólo por una calidad que te deja boquiabierta, también por su elegante greca de un precioso color azul vaquero, familiar y honesto. La sopeso y mi vista se pierde en las rosas de Asia que recorren toda su circunferencia. Bebo de ella y al beber y sentir el sabor de la infusión en mi paladar, y abrir los ojos de nuevo, percibo en esa greca una historia de aventuras y un barco surcando los mares. Sé que muy bien podría tratarse del Océano Índico, al fin y al cabo, estas tazas pertenecen alguna vajilla (inspirada en lo exótico de la fauna y flora de esa parte del mundo) que alguna colona británica tuvo en su mesa en la isla de Ceilán. 《De mesa en mesa, y tiro porque me toca; y ahora me toca tenerlas a mí 》, me digo a mí misma, sin darme cuenta de que hablo en voz alta. 《Un dólar de plata por tus pensamientos, muchacha》, me dice Alberto. Habla como quien ha nacido en un western. Sabe que esa forma de hablar tan suya que a veces adopta para dirigirse a mí, pero también a los otros, me entusiasma. 《Pienso en cómo habrán llegado hasta aquí, si vinieron en la panza de un barco mercante cargado de canela, té, café, caucho o cocos》, le respondo. 《Imagino al tenerlas en mis manos que es el año 1821 y al comprobar el poder que emanan, dado su belleza y robustez, lo segura que se siente su propietaria en Ceilán cuando toma su té en ellas, para pensar en la mujer que un día fue en Gran Bretaña y preguntarse sin temblarle el pulso cuántos lazos ha roto y cuántos ha creado con sus propios hilos para ser quien es en ese momento, cuánta distancia no sólo física sino también afectiva ha hecho falta para convertirse en la mujer que es.  Y muy probablemente en ese repensar, se da cuenta de que todo en la vida son viajes y que al final resulta ser que lo verdaderamente importante del viaje es el viaje en sí, y que los objetivos que con él se pretenden alcanzar son circunstanciales siempre. Seguramente comprende sentada tras las contraventanas cerradas (que impiden que a ciertas horas del día entre el calor asfixiante y la humedad cruel de la isla) que en el transcurso del viaje la evolución ha estado dentro de ella desde la primera hora. En su caso desde el momento en que decidió cumplir el mandato no escrito de acompañar al marido a una colonia extranjera. Se dice: que aun sabiendo lo que sabe de volver a los inicios estaría más atenta, tendría los ojos más abiertos, lo observaría todo desde otros ángulos y se obligaría a tener los sentidos alertas. Acaba de resolver, como quién por fin descifra un enigma, que es en el viaje donde está la transformación. No adónde realmente se llega o adónde se pretende llegar al partir. "Es decir, somos quien somos por haber hecho el viaje", musita en voz alta. Si el resultado te gusta o no, ese es otro asunto; piensa unos minutos antes de espabilarse, alisarse la falda del vestido, pellizcarse los carrillos y volver a la rutina de ser la esposa de》, le cuento a Alberto mientras rozo con mis dedos sus manos que permanecen inmóviles sobre el mantel. Amo esas manos.《¿Entonces estas tazas representan la evolución personal?》, me pregunta. 《Sí》, le contesto y le miro a los ojos. Seguidamente me levanto de la mesa y al pasar por detrás del hombre al que amo y me ama le beso la coronilla. Sé (sin verle el rostro) que sonríe. Me afano en recoger la cocina. Hemos disfrutado a la luz de las velas de una espléndida comida de San Valentín en La Madriguera y las horas han volado y la noche está a punto de caer. Minutos después entra en la cocina cargando con las dos tazas, presto a con mimo lavarlas, enjugarlas y secarlas. Sé que las va a cuidar con ese aire distraído que tienen los hombres seguros de sí mismos. Sé que las va a cuidar porque son importantes para mí. Me quedo contemplándole. Él es el mejor de mis viajes, me digo. Y vuelve a decirme: 《Un dólar de plata por tus pensamientos, muchacha.》


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 14  de Febrero de 2021 )

lunes, 25 de enero de 2021

LÁMPARA Y MONO ~ Objetos del 21 📦



En las últimas horas he estado preguntándome otra razón por la que me gustan los objetos que poseen una línea, un aire, un aspecto bastante colonial; además de por ser, habitualmente, piezas muy ricas en detalles y enormemente hermosas. No encuentro otra respuesta que no sea la siguiente: me hacen sentir que un lugar determinado es mi hogar, mi casa. Por lo tanto, un sitio confortable y libre de peligro. Me viene a la mente ahora mismo las distintas secuencias de la película ‘Memorias de África’, en la que la Baronesa Blixen, perseguía (literalmente) a su llegada a Mombasa  a todo aquel que debía cuidar de su porcelana. Puedo intuir que aquel jaleo se debía a que su porcelana le daba seguridad. Imagino que tomar el té en una de sus tazas, o comer en sus platos, le aportaba la sensación (aunque fuese falsa) de tener controlada la situación frente a lo que representaba ser para ella la desconocida Kenia. En concordancia con este pensamiento me llegan imágenes con olor a polvo y sabor a viento de pioneras y carromatos con toda suerte de vajillas, manteles bordados, cortinas y otros enseres de hogar cruzando las praderas del Medio Oeste para instalarse en el Oeste; y también llegan a mí, párrafos en negro sobre blanco, de alguna que otra novela donde el menaje y el mobiliario de hogar, era el único asidero que tenían las esposas de los funcionarios diplomáticos y del orden destinados a países lejanos y australes, nebulosos y asiáticos, lentos, asfixiantes y tropicales donde iban a parar. No es difícil pensar que para todas aquellas mujeres  (las del Oeste y las buenas súbditas de los Imperios) sus frágiles, delicadas y pequeñas posesiones eran la certeza de una existencia en orden, en lugares tan remotos e ignotos; como lo fueron para la Baronesa Blixen. Les servían de escudo ante, a menudo, las escasas garantías de certidumbre y seguridad que les ofrecían sus nuevos destinos; y de amuleto, para salvaguardar la cordura y la decencia al verse expuestas a conductas y normas sociales (si las había) tan distintas siempre de sus sociedades de origen. He advertido en muchísimas ocasiones que en mí se esconde una colona, pues nunca me ha supuesto gran desbarajuste los cambios si conmigo están mis objetos. Del mismo modo como la fe es el bastión desde donde nace y se apoya mi fortaleza y mi ilusión; los objetos, son los pilares materiales donde se sustenta mi existencia. De ellos obtengo tranquilidad, al ser al mismo tiempo compañía y testimonio. Que a cada uno de ellos, les acompañe su historia por muy pequeña que sea; relatos que acaban siendo en la mayoría de los casos la memoria de otro tiempo hermoso, a mí me produce bienestar. Sí. Los objetos, por el mero hecho de existir, me hacen sentir bien. Y, en este punto, centrándome en los dos últimos objetos que contenía la caja que me regaló Alberto, lo primero que tengo que decir es que son fantásticos, largamente esperados, e inconscientemente deseados. Me explico. Son fantásticos porque ambos están en la línea de lo colonial, podrían encontrarse fácilmente en una granja en África, en un apartamento en Cabo Verde, o en una mansión en Nueva Orleans. Tienen ese poso colonial que a mí me enamora. Y los dos son (a la par) esperados y deseados; puesto que secretamente, siempre espero la mayor parte del tiempo de manera fortuita descubrir esa pieza que me deja sin aliento, que no me canso de mirar y que deseo (como si en ello me fuese la vida) tenerla eternamente lo más cerca posible de mí. Creo y lo digo pensando muy bien lo que digo: que nadie que no sea Alberto sabe de mi querencia por los cachivaches que en un pispás me trasladan a esa época. De modo que cuando vi la espectacular y enorme lámpara con la pantalla de un excelente lino beige estampado, y, el fabuloso y robusto mono aupado en un pedestal de hojas selváticas y verdes que contenía la caja supe tres cosas: la primera, que sin ninguna duda cuando me refiero a Alberto como el hombre al que amo y me ama, yo también vivo al pie de la letra como él vive; la segunda, que contemplar cada noche la lámpara en nuestro refugio verde es tener la certeza de que amarse de verdad es saberse; y, la tercera, que sonreír de felicidad al posar la mirada sobre el mono, es constatar que quererse (realmente) es existir sin lagunas.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera,  25 de Enero de 2021)

miércoles, 20 de enero de 2021

MUÑECOS ~ Objetos del 21 📦


La caja de objetos que Alberto me entregó una noche de domingo contenía entre tanta maravilla: dos, que me dibujaron inmediatamente una sonrisa. No sólo por ser de lo más inesperados, también por ser entrañables. Aquella noche de domingo conocí (gracias a Alberto) a los Señores Honestos. Él viste un pantalón de franela a cuadros en dos tonos de marrón y un jersey rojo pasión, una gorra a juego con el pantalón le cubre la cabeza y una bufanda a rayas en rojo y blanco le calienta la garganta. Ella viste falda marrón de felpa, jersey blanco de lana gruesa, una boina beige de pana con una borla y una bufanda del mismo rojo que el jersey de él. Al escudriñarlos veo que están cortados por el mismo patrón, y no es sólo un detalle de confección; intuyo que cuando me hablen tendrán la misma forma de estar en el mundo, cantarán las mismas canciones de amor y es muy probable que ninguno de los dos conciba una existencia digna y válida sin el otro. Sé sin tener que hurgar en el interior de ambos que no están hechos ni de paja, ni de trapo, ni tampoco de algodón reciclado. Están hechos de ilusión y lealtad, de admiración, respeto y amor del bueno. Los miro de hito a hito. La mirada de él es inteligente y traviesa, la de ella viva y confiada. Sin advertirlo coloco a la Señora Honesta apoyando la cabeza en la barriga del Señor Honesto. Sé que ella escucha atentamente. Un oído, una historia; interpreto en su actitud relajada. Un amor de por vida; traduzco de la sonrisa de ambos. Estoy segura de que esa postura es una de las muchas complicidades que tienen para alejarse del mundo y sentirse en perfecta comunión. Busco un lugar en La Madriguera para que habiten en ella, para que se queden allí eternamente, porque ellos van a ser siempre el símbolo de lo que pudiendo no ser, acabo siendo y es. Los sitúo en varios sitios, hago pruebas hasta que los veo bien asentados y satisfechos por haber encontrado su lugar en el mundo. Son las cuatro y dieciséis de la tarde. En esta hora, Alberto todavía no ha regresado de grabar y contar. Sin embargo, invariablemente escucho su voz aunque no esté. Su voz me acompaña enormemente cada día. Su voz vive en mí. Es el latido de mi corazón, el sonido de mis pasos, las ganas de comerme (junto a él) la vida cada día de nuestra historia. ¿Qué nos ha pasado para amarnos y querernos tanto, tan serenamente en lo salvaje que habita nuestra pasión?, me pregunto asiduamente. En un rato lo tendré delante y me lanzaré a sus brazos. Sonreirá muy consciente de que jamás ha conocido a nadie que tenga tanta sed de él, como la tengo yo. En esa sonrisa. En él. Hallo siempre la armonía, el equilibrio, la respuesta a todo, porque Alberto no sólo es el amor, también es el hombre de mi vida. Pierdo la noción del tiempo al recordar el día en que le conocí. Qué importante resulta ser en mi existencia esa determinada hora. Pero, ¡chist! Escucho. Sí. Oigo los pasos del hombre al que amo y me ama. Le guiño el ojo a los Honestos. Sí, ya llega. Ya está aquí. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 20 de Enero de 2021)

domingo, 17 de enero de 2021

CUENCO ~ Objetos del 21 📦

  

Es domingo y me noto por fin descansada. He dormido a pierna suelta. Llegué al sábado verdaderamente agotada como si mi mente y mi cuerpo a lo largo de la semana hubiesen librado una batalla tensa y desproporcionada a lo que en realidad fue. En la tarde noche de ayer sólo tenía ganas (sin cenar) de meterme en la cama, instalarme en el hueco del cuerpo de Alberto y dormir profunda y libremente. Así lo hice. Le di el beso de buenas noches y me quedé en paz. Por fin estaba en el lugar en el que había añorado estar durante gran parte de la jornada. Hay días en que le echo mucho de menos en ese ínterin que va desde la hora de comer a cuando sé que su regreso es cuestión de minutos. En esa tarde, mientras se fundía el día en azul y la noche entraba, noté cómo crecían las ganas de estar pegada a él, de hundir mi nariz en su cuello y que me explicase el mundo (como lo había hecho esa misma mañana) con su manera de hacerlo: rigurosa, entendible y verdadera. Miles de veces oirán de mi voz y leerán en mis escritos que jamás voy a perder ripio de Alberto; ni voy a cansarme de escucharle atentamente, pues al hacerlo toda yo me diluyo y me prolongo en él. Dejo de ser un cuerpo independiente y autónomo para convertirme en parte de su persona y saberme como nunca etérea y suya. En definitiva, soy cautiva de la excelencia del buen contador de historias. También al escucharlo atentamente experimento uno de los sentimientos que más placer me produce albergar y comprobar como nace, crece y aflora siempre en una sonrisa de satisfacción y una rendición de absoluto amor: el sentimiento de orgullo, de sentir orgullo por otro ser. De modo que ahora descansada y sin nada que hacer que no pueda esperar, aprovechando la primera luz cálida del día fotografío el cuenco que contenía la caja de objetos que él me regaló. Un cuenco que si ya es bonito a simple vista, lo es todavía más cuando lo tengo en las manos, y compruebo su justo peso, la calidad del material con el que está hecho, así como su belleza. Lo sostengo a la altura de mis ojos y me digo a mí misma: 《Deja que te hable, María》. Observo como su dibujo azul forma un laberinto de ramas, hojas y flores; y al colocar un dedo sobre un punto aleatorio de esa enramada recorro toda la circunferencia del cuenco sin salirme. Lo compruebo varias veces. Divertida lo sigo comprobando desde distintos lados y en una de mis escapadas mi dedo alcanza una pequeña ramita en la que me parece advertir en vez de una florecilla azul, dos corazones atados. Me sorprendo. Busco la lupa. La encuentro en uno de los cajones del gran mueble de La Madriguera. La coloco sobre el laberinto azul, me aventuro de nuevo por él, y vuelvo a encontrarme con dos diminutos corazones que están bien atados por una rama mayor que los enraíza con la existencia de todo el laberinto en sí. Llamo a Alberto. Entusiasmada y agradecida, le digo: 《¡Mira!》Le explico mi hallazgo, y le beso en la boca. Beso sus labios apetitosos y de canela. Ríe. Es un sabio que me ha vuelto a sorprender. Comprendo tras besarle que el cuenco es nuestra vida en Lisboa, es la memoria de su cerámica y azulejos, de las ramas de aquel balcón descuidado lleno de flores que miraba al Atlántico y cuya persiana siempre estaba echada a la hora de la siesta y sobre el cual nosotros bromeábamos de camino al elevador de Santa Justa, es el azul de nuestros días allí, de lo maravillosa e importante que fue para nosotros nuestra estancia en Portugal. Entiendo que nuestro amor es azul; y observo, que si bien el azul es el color que se utiliza para marcar distancias e infundir respeto, también es el color con el que se viste la elegancia natural del hombre al que amo y me ama, y el color que escogió para iluminarnos el cielo.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera,  17  de Enero de 2021)

viernes, 15 de enero de 2021

CANDELABRO DE 4 HOJAS ~ Objetos del 21 📦


Realmente no es mayor ni menor la pasión que siento por Alberto que la que él siente por mí. Ambos lo sabemos. Somos dos iguales escapándose (cada uno a su manera) de lo poco firme que resulta ser el suelo que pisamos las personas, cuando nuestra existencia está desprovista de amor. Es bien sabido que los individuos poseemos dentro de nosotros la llave para que la existencia nos eleve, y eso sólo ocurre (las más de las veces) cuando conectamos íntima y vivamente con otro ser, corazón con corazón, sentido a sentido, piel con piel. Cada uno en su esencia, con sus hechuras, con su forma de ser y con su manera de mirar a los ojos, albergamos en nuestras entrañas el antídoto para rescatar de la uniformidad de los días a otros seres. Todos somos invisibles y mortales hasta que alguien nos ama verdaderamente; y entonces, mientras dura ese amor, nos volvemos visibles e inmortales. Por ello, si acaba: muere en nuestro interior la vida viva con su esperanza, no sólo los afectos. Sinceramente creo que Alberto y yo nos rescatamos el uno al otro cada día desde que nos conocemos. Pienso en ello mientras observo de cerca el candelabro de cuatro hojas que me regaló hace unos días junto a otros objetos. Él, aún no ha regresado de grabar y contar; y yo, lo deposito sobre la mesa en La Madriguera, coloco una vela en su interior y la prendo. Advierto inmediatamente el efecto que me produce contemplarlo con sus cuatro hojas rizadas y aéreas, con su serenidad. Noto el sosiego que me transmite. Y me veo de repente, encendiéndolo el resto que me queda de vida, en esa hora calma de la tarde en que Alberto todavía no ha regresado, pero que incluso así su presencia se nota ya en el aire. Sé (sin ser consciente de saberlo) que ese candelabro siempre será anuncio de dicha; y también, que estará sobre la mesilla de noche (donde Alberto habitualmente deja sus libros) la mañana de un domingo lluvioso en la que yo en mi cama abandone la vida. Me fijo bien en él, sabiendo que me acompañará hasta mi último aliento, me fijo en que posee la misma elegancia natural que posee de manera innata Alberto. Recorro con los dedos la silueta que sus hojas dispuestas a diferentes alturas dibujan sobre el mantel. Al hacerlo, reparo en que de esa misma manera, recorro desde hace mucho su cuerpo. Como más detenidamente los observo, más hermosos e hipnóticos me resultan, ambos. Definitivamente lo que me provoca el candelabro es una copia exacta de lo que siempre me ha provocado el hombre al que amo y me ama. Comprendo en un santiamén la razón por la que lo ha comprado para regalármelo después: los detalles. Él ama la vida al detalle y al pie de la letra. Es lógico, pues que le llamase la atención. Porque su historia tiene que estar a la fuerza escondida en el gran número que posee. Manipulo las hojas que del calor de la cera se han vuelto más maleables; y al contrario que antes, puedo plegarlas como un capullo alrededor de la vela. Es en ese momento, cuando leo la inscripción que algún orfebre ha grabado en su envés. Unas palabras que lo encierran y lo dicen todo: “En donde yo te espero sólo tú cabes”.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera,  15 de Enero de 2021 ) 

lunes, 11 de enero de 2021

EFECTO HOGAR ~ Epistolario del 21 ✒📮


Querida Amalia:


¿Cómo estáis? ¿Cómo va la semana, el mes y el comienzo del año? A mí el lunes me está viniendo cuesta arriba, ya que los entrenos bajo cero aunque revitalizantes son duros. El fin de semana no descansé como debía. Me ocupé de la decoración de La Madriguera de entre Navidades y me planté en la noche del domingo satisfecha. Con mil ideas tomando forma en mi cabeza me instalé en el hueco del cuerpo de Alberto, me quedé allí quieta, en la gloria, ensimismada mirando el fuego pensando a ratos en todo el trabajo que tengo por delante. Con el accidente muchos proyectos se quedaron dormidos, sufriendo un retraso considerable. Y ahora, aunque tengo la sensación de tener mucho trabajo por delante, debo desecharla. Todo tiene su tiempo. Y, tras el uno va el dos y el tres. Así hasta el infinito. Asumido tengo ya que para mí la vida cambió su ritmo, que desde el accidente en adelante  todo debe ser más calmo y que lo importante es estar mejor, mes tras mes. A tu pregunta de entrada ya te digo que sí, supongo que como gran parte de la población. Seguramente uno de los efectos como consecuencia de la pandemia ha sido el efecto hogar y en los últimos meses pocos habrán sido los que no le han dado su lugar al hogar. Así que La Madriguera no ha sido la excepción en las modificaciones, reestructuraciones, cambios de ambiente y nuevos diseños que se han ido materializando en millones de casas de una manera gradual o abrupta. Unos cambios que una vez hechos han resultado ser de extrema necesidad, por obvios; pero que hasta que no hemos visto el hogar como el único lugar seguro del mundo no parecían tan evidentes. Si bien es verdad que el elemento arquitectónico que más aprecio de mi casa es la luz natural y su discurrir a lo largo de la jornada yendo como debe ser a declinar cuando acaba el día en los dormitorios. Si bien es cierto que La Madriguera posee una calidez de luz envidiable que va modificándose con el paso de las horas y de tan rica como es, en tonalidades y matices, me es difícil elegir un tramo como preferida. Puedo decirte que en estos meses he incorporado elementos nuevos que mayormente resaltan y aprovechan esa luz y convierten la vivienda en una construcción todavía más acogedora y confortable. Te confieso, querida Amalia, que todavía no he acabado de integrar todo lo que tengo en mente. Sin ir más lejos este mes de enero estoy introduciendo novedades que son deleite para la vista y alimento para el alma. La que más entusiasmo me produce es la lámina enmarcada que he colgado esta mañana en la zona de trabajo de Alberto, cuando él no estaba, para que de ese modo la sorpresa sea mayor a su regreso. La lámina contiene la letra impresa de una de mis canciones preferidas, una canción que me evoca siempre a su persona, ya que es así como describiría mi amor y mi relación con él, seguro que al trascribírtela en seguida le pondrás música y adivinarás de qué canción se trata. A Alberto y a mí nos gusta desde siempre sorprendernos, buscamos cuidadosamente el detalle y el momento, para ver la felicidad absoluta dibujada en nuestros rostros. Anoche mismo, mientras estaba instalada en el hueco de su cuerpo, ordenando mis pensamientos frente a la chimenea, Alberto se levantó y desapareció durante unos segundos. Al regresar llevaba consigo una caja que me hizo abrir. En su interior encontré media docena de objetos distintos, a cada cual más maravilloso. Lo miré asombrada. 《Son tuyos. Son para ti. Son cosas que he ido comprando adrede para ti. Objetos que sólo serán valiosos el día en que tú escribas la historia de cada uno de ellos. Un objeto no es nada sin un relato que lo acompañe. Dales vida, escríbele a cada uno su propia historia, María. Debes hacerlo. Hazlo por mí. Sólo yo sé la paz que encuentras cuando inventas y escribes》, me dijo mirándome con sus ojos llenos de ilusión, con la cara que tanto amo del hombre bueno que es. Le amo profundamente, querida Amalia, y me emociona enormemente cómo me conoce. Sé que le divierte sobremanera comprobar cuánto llegan a desconcertarme y a gustarme sus sorpresas, como también sé cuanto amor hay en ellas para mí. Soy consciente de todo, y en alguna noche tranquila lo soy todavía más. Soy muy consciente de la magnitud y de la calidad de este amor nuestro, de este ir y venir, de este romance que nos traemos entre manos desde hace tantísimo tiempo. Regocijado él, y yo instalada de nuevo en el hueco de su cuerpo, me contó la historia de su primer trineo de madera. Amo que me cuente historias. Estaría hasta la eternidad escuchándolo. El caso, querida Amalia, es que ese trineo, como los objetos del interior de la caja y la lámina enmarcada, como también todas las novedades que he ido y voy integrando en La Madriguera compactan nuestro hogar. E incluso teniendo cada objeto su particular narración, todos ellos forman parte del TODO mayor que es nuestra historia de amor, la de Alberto y la mía.


Queridísima Amalia, deseo que los planos que me has adjuntado de tu nueva casa cobren la vida que se merecen. Ya me dirás. A continuación te transcribo la canción, pero antes te abrazo fuertemente. 


Luz e ilusión. 


María Aixa Sanz 


(La Madriguera,  11 de Enero de 2021)

        




P.d: Letra canción  


》I call you when I need you, my heart's on fire

You come to me, come to me wild and wild

When you come to me

Give me everything I need

Give me a lifetime of promises and a world of dreams

Speak a language of love like you know what it means

Umm, it can't be wrong

Take my heart and make it strong, baby

You're simply the best

Better than all the rest

Better than anyone

Anyone I've ever met

I'm stuck on your heart

I hang on every word you say

Tear us apart

Baby, I would rather be dead

In your heart I see the star of every night and every day

In your eyes I get lost, I get washed away

Just as long as I'm here in your arms

I could be in no better place

You're simply the best

Better than all the rest

Better than anyone

Anyone I've ever met

Uuh, I'm stuck on your heart

I hang on every word you say

Don't tear us apart, no no no

Baby, I would rather be dead

Each time you leave me I start losing control

You're walking away with my heart and my soul

I can feel you even when I'm alone

Oh baby, don't let go

Ooh, you're the best

Aow

Better than all the rest

Better than anyone

Anyone I've ever met

Uuh, I'm stuck on your heart

I hang on every word you say

Don't tear us apart, no no

Baby, I would rather be dead

Uuh, you're the best 《