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sábado, 24 de diciembre de 2022

24 de Diciembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Oigo desde aquí, desde La Madriguera, no tan lejos los cascabeles del trineo de Santa Claus aproximándose a nosotras. El cielo está estrellado. Puedo coger el frío con las manos. Abro la boca y dibujo con el vaho figuritas parecidas a las de mazapán. Esta noche es Nochebuena,  y mañana, Navidad. La mesa está puesta. Los vestidos son de fiesta. La cocina huele que alimenta. Rica, muy ricamente. Los villancicos flotan en el aire formándose en melodías, y  seguidamente, en canción que se tararea y se canta. Espero ilusionada la llegada de los invitados, para después, juntos cenar festivamente y recibir, también juntos, los regalos de Santa Claus. Nuna está pegada a mí, me acompaña a todas partes, se sienta a mis pies, ahora mismo, me imita. Con el vaho de  su boca  también dibuja figuritas que se parecen a las de mazapán. Le acaricio el pelaje. Y debajo de las orejas. Ella inclina su cabeza buscando la palma de mi mano. Cierra los ojos al hacerlo. Le recorro la columna vertebral. Mis dedos se enredan con sus rizos. Noto como a toda ella le recorre un calambre de placer. Le rasco las posaderas, y ríe, ríe, ríe, mi niña de cuatro patas. Me mira francamente como siempre hace con sus enormes ojos negros. No tiene dobleces. 《¿Quieres que te cuente un cuento de Navidad?》, le pregunto. Ama oírme hablar, que le cuente cuentos, que me refiera a ella, que le lea los textos que escribo, como si los escribiésemos a medias. Comprendo cuánto le está gustando una narración, cuando cambia de posición para acomodarse mejor. En este momento, ahorita mismo, se sienta frente a mí. Atenta a mi voz. Sonrío. Así que improviso un cuento para ella, aquí, afuera en el exterior. Lo invento sobre la marcha, mientras la tarde se desliza hacia la noche más mágica.  “El niño camina sobre la nieve. Su liviano cuerpo impide que se hunda en ella. Ni siquiera deja huellas. El niño a ciencia cierta sabe adónde va. Llega a la construcción que desde hace más de cien años acoge una encantadora  iglesia entre sus paredes. Como no tiene fuerza para abrir el portón, y además su altura apenas le da para alcanzar la manilla y doblar el picaporte, se escurre por el agujero que a los feligreses les sirve para dejar limosna para los más necesitados (en forma de pasteles, ollas con sopa y prendas de abrigo) a cualquier hora del día o de la noche. El niño atraviesa la puertecita batiente del agujero y en un tris se encuentra dentro del pequeño templo. Nada más cruzar oye las voces del coro que a esa hora ensaya. Una amplia sonrisa se le dibuja en el rostro. En primer lugar se dirige como un autómata a la pila bautismal, moja sus deditos en el agua bendita y se persigna. A continuación, se sienta en uno de los primeros bancos, y al poco, canta con entusiasmo y voz clara (para sus adentros) la canción que está interpretando el coro. 《¡Blas, Blas, Blas!》, minutos después le llama Adelaida Whitaker. La puertorriqueña de Minnesota cantante de góspel que dirige el coro y sostiene la batuta con una mezcla de generosidad y firmeza digna de ver. El niño sale de su ensimismamiento musical con dulzura. Abre los ojos de tal manera que abiertos se quedan como dos pequeñas lunas en su plenilunio. Sorprendido de que Adelaida Whitaker sepa su nombre. Ruborizado cuando la ve caminar hacia él y tenderle la mano. Sin comprender muy bien la razón coloca su manita en el interior de la mano de la mujer. Se levanta y camina junto a ella. Avanza por la iglesia con ella. La voz de contralto de Adelaida Whitaker le llega desde las alturas, desciende hacia él como una bendición: 《Hoy  vas a cantar, Blas》, le indica la mujer.《¿Por qué?》 , se atreve a preguntar. En un acto que le parece de lo más valiente y audaz. 《Porque esta noche es Nochebuena, y mañana, Navidad》, le responde. Y, Blas, el niño Blas, se siente enorme y feliz. Como todo buen corazón agradecido,  y espíritu honesto y justo, debe sentirse en una noche como la del día de hoy. ¡Feliz Navidad, Nuna! ¡Feliz Navidad, mi amor!“



¡Feliz Navidad!


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 24 de Diciembre de 2022. Nochebuena)

domingo, 11 de diciembre de 2022

11 de Diciembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Tercer domingo de Adviento. Enciendo la vela de la alegría. La tempestad continúa afuera en el exterior. Echo muchísimo de menos el camino y contemplar las colinas de Ngong. A veces, me escapo. Camino con dificultad sobre la nieve, con las raquetas, con los esquís de fondo, con lo que sea con tal de reencontrarme con ellas. Sonrío ampliamente al contemplarlas, llena de alegría como el que llega a casa. Seguidamente regreso a La Madriguera, satisfecha por la gallardía, por haber saciado mis ansias a pesar de la dificultad. Regreso al hogar donde en mitad de la rutina organizo o improviso cada día al menos una tarea que honre la Navidad. Día tras día las alegres tareas se suceden como una ristra de buenas vibraciones y buenos deseos. Comenzamos el tres de diciembre decorando La Madriguera, y a ese tres, le sucedieron los siguientes: ya sea, yendo a comprar un delicioso panetone; montando cuidadosamente y al detalle el árbol el día ocho (siempre el día ocho, como manda la tradición cristiana); cantando villancicos; comiendo turrón; pensando el menú de Nochebuena; ideando mesas; escogiendo manteles; compartiendo momentos entrañables y prenavideños con amigos al caer la tarde; eligiendo regalos; disfrutando al ver la sorpresa y la alegría en ojos amados al abrir los cajoncitos del calendario de Adviento; viendo películas en la noche al abrigo de un buen fuego con las lucecitas del árbol de Navidad como fondo; riendo, riendo mucho, alegres, porque la Navidad para mí se trata de eso, de que su espíritu, la alegría de vivir se manifieste (durante diciembre, con el Adviento) en cada uno de nuestros actos todavía más que el resto del año; recuperando antiguas recetas de galletas que huelen a licor y especias secretas; creando un centro de mesa como un altar al que adorar; escribiendo en el diario (mientras los ojos se están cerrando de sueño tras un ajetreado día ) con la ilusión del niño en víspera de Reyes; respirando, respirando Navidad; sintiendo, sintiendo la Navidad por los cuatro costados; soñando con bailes infinitos y eternos en pleno invierno cuando la estrella de Navidad a punto está de iluminar el cielo; contándole a Nuna un cuento que con ojos sinceros y atentos, escucha: “Esta es una fría noche de invierno. Junto al fuego, descansa María con su chiquitín en brazos. Las llamas menguan. La leña se acaba más rápidamente de lo esperado. Avivan las brasas. El calor en el pesebre desciende. José marcha en busca de leños. María tiembla con el Rey Dios en brazos. Pide ayuda al buey que profundamente duerme,  y no obtiene respuesta: 《Buey, buey, enorme buey, ayúdame》. Pide ayuda a la mula que  la ignora aletargada como está por el cansancio del viaje hasta Belén: 《Ayúdanos, querida 》. Pide ayuda al gallo que canta alto y altanero sin atender a otras voces, ni siquiera a la de María: 《Ayúdame, gallo querido 》. Aprieta contra sí a su niño. Cierra los ojos. Pide el favor de Dios. Abre los ojos. El trino de un pájaro la solivianta. Le da esperanza. 《Ayúdame, pajarito》. El pájaro alza el vuelo, se posa y vuelve a volar. Directo va a su nido. Lo deshace ramita a ramita. Lo deposita con cuidado sobre las brasas que son ceniza. María aviva el fuego con los rescoldos y las ramitas del nido. Pero no es suficiente. El pájaro bate las alas tan cerca, tan cerquita del fuego, que cuando éste en verdad prende, la llama quema su pecho y parte de su rostro. Pero incluso así, determinado y valiente, el pájaro no deja de aletear con tal de que el niño Dios entre en calor. Agradecida, María, con sincera alegría, petirrojo (pecho rojo) llama al único animal que (de entre todos) en verdad les ha auxiliado a riesgo de perder la vida. Y en ese preciso instante con el pajarito de pecho rojo y los descendientes que están por venir, una nueva especie natural, viva y hermosa es creada por Dios; símbolo de generosidad, valentía, bondad y alegría de vivir.”



¡Feliz Navidad!


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 11 de Diciembre de 2022. Tercer domingo de Adviento)

jueves, 27 de octubre de 2022

27 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Huele el cielo a melocotón en almíbar. Es lo que pensé anoche al asomarme al jardín minutos antes de apagar las luces y acostarme en el refugio verde de La Madriguera. Ante mi observación un pensamiento vagabundo me señaló: 《Es el octubre que se va, y el noviembre que llega. Es tu granja en África. Es estar en el lugar que amas estar. Es la recompensa al valor》. Me dormí con la dulce sensación del deber cumplido. Al rato desperté creyendo dormir en la bodega de un barco. Llovía a mares. Llovía mucho, muchísimo. Sonreí. Sentí la alegría de la lluvia bendita debajo de mis párpados y volví a dormirme. Esa vez profundamente hasta el amanecer. El de hoy. El último jueves del décimo del año. Cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día de este otoño y del invierno que le sucederá son para mí el regalo más preciado. Por ansiados, deseados y esperados. Porque en ellos habito la felicidad. De modo, que a primera hora salgo al camino, radiante con una sonrisa imposible de derrotar. Nuna me sigue. No. Miento. Nuna va conmigo a la par. A la misma altura. Cada una por un margen. A veces, me mira. A veces, soy yo la que la mira. Reímos. Hablamos. Soñamos despiertas. Entretanto nuestros pies se acompasan a la frecuencia en la que viven nuestros corazones. Ahí, en esa armonía, es donde la vida fluye. Donde todo es perfecto. Donde todo está bien. Donde la dicha no es una cara opción ni una lejana utopía. Ahí, la dicha: es. En esta mañana en particular, yo, instintivamente esquivo los charcos; Nuna, no. Ama los charcos, la mar, lo ríos, los lagos, el agua en su caminar. Al llegar a La Madriguera la tendré que duchar. No importa. Me agrada. Pero, ahora, en este instante el mundo es nuestro. El planeta Tierra, también. Nuestras huellas se dibujan en el barro. Todos sabrán que por aquí hemos pasado o tal vez no. Quizás nuestros pasos a nadie le interesen, ¿pero, y qué? Nos tenemos la una a la otra. Nos basta. Hace ya un rato que dejamos atrás las colinas de Ngong y su belleza. Delante de nosotras todo es pradera. Pradera de otoño. Marrón, naranja, chocolate, ocre y canela. Una extensión que te invita a correr. Ella corre. Yo no. Todavía, no. Todo llegará. Soy hija de Dios. Por fortuna, todos somos hijos de Dios. Incluso los descreídos y los que no se santiguan. De igual manera los que se alejan de la fe. Pienso en lo pobre que tiene que resultar un espíritu, una existencia, una vida sin fe. Debe ser como caer conociendo que nadie te va a sostener, o acostarse sin la esperanza que lleva consigo el amanecer, o transitar de un año a otro sin Navidad. 《¡Nuna, recuérdame que haga hoy el pedido de bulbos!》, le indico a mi muchacha de cuatro patas. Confieso recordar mejor los recados si se los listo en voz alta. Ella me mira, viene hacia mí, corre, salta y me besa. Sostengo sus patas y su fuerza en el aire antes de que nuestras cabezas choquen. Debo proteger la nariz de la más débil. Mi nariz. Río. Es tan feliz conmigo, como yo con ella. Le recuerdo también que además del pedido de bulbos en la granja de los Rubens, tenemos que ir, sí o sí, a recoger los disfraces de Halloween. Allá en la gran casa del otro lado de la colina. Donde las antiguas modistas. Donde en otra época arribaban en primer lugar de todos las noticias del gran mundo y las novelas por suscripción. Y es que está a punto de llegar la noche en la que la línea que separa a los que están, de los que no, de tan fina como es desaparece. Una vez en ella: encenderemos velas, vaciaremos calabazas, comeremos tarta, beberemos mejunjes de destilerías caseras, danzaremos disfrazados, hermanaremos nuestras suertes y destinos con los amores que nos protegen; y octubre se deslizará hacia un noviembre hecho de ovillos de lana y bizcochos de almendra y manzana. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 27 de Octubre de 2022 )

lunes, 10 de octubre de 2022

10 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En este instante de la tarde del segundo lunes de octubre oigo a lo lejos desde el porche las voces bajas que trae consigo el viento antes de alzarse. Respiro. El aire picante del otoño, su olor dulzón y especiado me inunda todos los sentidos a través de las fosas nasales. Ahora respirar es algo distinto. Nuevo. Liberador. No siempre ha sido así. En uno de los primeros días de agosto, después de comer y tras jugar una buena media hora con Nuna, nos besamos con tanta pasión que noté como mi nariz se desplazaba a la izquierda y comprendí que mi amada niña de cuatro patas fortuitamente con un cabezazo (de schnauzer gigante de sesenta kilos) me la había roto. En segundos dejé de respirar y la sangre me cubrió parte del rostro y las manos. El dolor vino después cuando la sangre se detuvo y comencé con los minutos, poquito a poco, a respirar de nuevo. Aun así no me preocupó demasiado. Pensé que en comparación con el dolor soportado en los últimos años por el accidente, una nariz rota no era nada del otro mundo. Horas después en urgencias del hospital intuí llena de gratitud que Nuna me había hecho una rinoplastia limpia y perfecta, sin necesidad de una intervención programada, ya que respiraba como nunca lo había hecho antes. Además externamente mi narizota seguía en su sitio, cierto que de manera exagerada y con el tabique desplazado, pero no para (con el tiempo) requerir la ayuda de un cirujano plástico. 《Respiro. Respiro sin ningún problema. Esa es la utilidad de una nariz. Todo irá bien. Soy hija de Dios》, me dije. Y todo fue bien. Todo está bien. Respiro. Gracias a Dios, respiro. La nariz cumple con su finalidad y el tapón que notaba de continuo en su interior desapareció con el golpe. Las cuatro y doce de la tarde. Dejo tras de mí el porche, entro en La Madriguera, y me siento a escribir en mi mesa de trabajo. Existir es extraño. La vida instintivamente nos lleva del dolor a la alegría, de la tragedia a la gratitud, de la muerte a la vida y de la vida a la muerte. No sólo debo agradecerle a mi peluda esta renovada y magnífica forma de respirar, también le agradezco el haber podido contemplar por primera vez mi cráneo, mi cabeza, desde otra perspectiva. Fue tan grande la alegría que me causó tener su radiografía, poder (desde fuera) ver en un nítido retrato el espacio donde nacen todas las historias de la contadora; el primer lugar, donde palabra a palabra se escriben las novelas, los diarios y cada uno de mis textos; y, donde los pensamientos vagabundos toman forma; que le pregunté al traumatólogo si podía quedármelo para enmarcarlo. Asintió, no sin mostrarme su cara de asombro antes de sonreír. Lo descoloqué con mi petición. Recuerdo en este punto a Denys, las veces en que me ha confesado que tiendo a descolocarlo, y sonrío. Unos días después con la nariz hinchada y adormecida, la frente y los dientes doloridos, los moretones de debajo de los ojos (característicos de una nariz rota) a modo de pintura de guerra y mi retrato metido en un sobre, Nuna y yo subimos a la camioneta, y nos fuimos a buscar y comprar el marco ideal para enmarcarme. Desde entonces, confieso que son más las veces que me miro en él que en el espejo, y, en incontables ocasiones, frente a él me oigo decir: 《Ahora lo sé 》. Reparando en que ese "ahora lo sé" no se refiere sólo a que ahora sé qué siente el protagonista o el secundario de una película cuando le rompen de un puñetazo la nariz. No. Ese "ahora lo sé" encierra la inmensa experiencia extraída del coste de vivir, sobre todo de la dureza de estos desafiantes años veinte; y, también revela (quizás) lo más importante: el que por fin, alejada de todo ruido, sé quién soy y por qué soy como soy, cuáles son mis deseos y voluntades y cuáles no, por lo qué bien vale esforzarme y por lo qué ya no, y, a quién y qué amo y a quién o a qué no. En definitiva, ese “ahora lo sé” me descubre a la María actual, a la veterana de guerra, y la amo y en ella me reafirmo. Una y mil veces. La abrazo hasta no poder más, hasta que la luna descienda de los cielos. Como Denys me abraza. Denys que siempre creyó y cree en mí por encima de todas las cosas. ¡Ay, mi nariz rota! En veinte días sanó. Tengo una muesca más en mi haber. Me detengo en la lección aprendida. La que enseña que la vida nunca se detiene, que nos destroza mientras Dios nos cubre de bendiciones y de amor. Por ellas, por las bendiciones y el amor, lo que sea menester. Qué nos desgarre la vida, qué nos arranque la piel a tiras hasta llegar a viejos cuando no sirvamos ni como relleno de un salchichón. Lo que sea, con tal de no morir jóvenes dejando un bonito cadáver. Eso sí que es una faena, y no, las muescas por el coste de vivir. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 10 de Octubre de 2022 )

lunes, 3 de octubre de 2022

3 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Acabo de encender el primer fuego del otoño. El primero de la temporada. El día venía demandándolo desde primera hora. Y, en ésta, con la luz dorada del otoño iluminando La Madriguera como oro viejo, he decidido prenderlo antes de sentarme a escribir. Anoche soñé con Denys. De nuevo. Otra vez. Soñar con Denys (más allá de las características del sueño) me reconforta. Tiene su explicación. Soy de pensar que quien bien te quiere se queda para siempre contigo, aunque físicamente no lo esté. Vivo o muerto se queda a tu lado y en tu existencia (que ciertamente también es la suya) como una presencia, sensación, sueño que reconforta e impide sentirte a solas. Está en el abrazo que te envuelve como una caricia cuando nadie mira, en el respirar al permanecer en absoluto silencio, en esa mirada distraída al cielo mientras otras voces hablan alrededor de ti, en la energía que como una ráfaga cruza la estancia y rompe tu concentración haciéndote voltear la cabeza, en los pasos invisibles que oyes a la que te descuidas y dibujan una enorme sonrisa en tu rostro. Pocas certezas ha habido (desde que el mundo es mundo) tan ciertas como que quien te ama en serio no te abandona jamás. Y, ahora, regresando al sueño: soñé que cocinaba uno de mis platos preferidos para Denys, y él, sonreía y reía, guapísimo como es. El gran acto de amor que para mí es cocinar sea para uno mismo o para los otros, en el sueño cobraba su significado. Cocinaba para el amor. Dicen que Universo guarda en sus entrañas para cada persona dos amores verdaderos. Entendiendo el amor verdadero como el transformador. El que te convierte en otra persona distinta y mejor a la que eras antes de conocerlo. El que te hace por vez primera sentirte en casa y acaba siendo hogar. A unas pocas semanas de cumplir los cuarenta y nueve años me satisface comprobar cuán llena de amor verdadero está mi existencia. Cuatro. Cuatro son mis amores verdaderos. Nuna, mi hermosa niña de cuatro patas; la literatura, oficio y razón de ser; mi marido, al que conocí con veinte años; y, Denys, al que conocí una fría mañana de enero al poco de cumplir los veintisiete. Los cuatro paulatinamente me han convertido en la mujer que soy hoy. No me sonroja escribir que estoy muy orgullosa de esa mujer. Ya lo creo que sí. De sus valores y valentía, de su fortaleza, determinación y talento, de que sepa estar a la altura a pesar y más allá de las circunstancias, de como sabe ser justa y leal a sus principios, y cuidar de sí misma. Luego, por otra parte y más a disgusto está el continente, el cuerpo, que abarca todo lo que soy. Si bien es verdad que el cuerpo no es mérito ni demérito de uno, sino que obedece a la genética que te ha tocado en suertes; cierto es, que a esta edad las costuras saltan y el cuerpo va tomando la forma que le viene en gana. Con lo cual está lógicamente mucho más viejo, maduro, gordo, canoso y cansado que hace una década. Un cuerpo, el mío, que actualmente precisa de deporte diario, que en algunos tramos de la jornada necesita apoyarse en un bastón, que se duerme por las noches en el punto álgido del capítulo de una serie, y, que por lo contrario, sonríe inmensamente feliz por cada poro de su piel cuando al despertar toma conciencia de la mujer que contiene en su interior y de la vida de fe y esplendor que esa mujer ha logrado alcanzar, y todo porque en su vida el amor que hay es del verdadero. Y ha descubierto que sólo el amor verdadero, es lo que nos vuelve inmortales. Sin pretenderlo, casi olvido darle la bienvenida a octubre, darle la bienvenida al décimo del año, enredando como estoy con palabras y amores en esta primera entrada del mes. De modo, que para hacerlo, regreso de nuevo a Denys. Al otoño de Denys y con Denys. A mi otoño. A las palabras sencillas y sabias de Denys. Con ellas brotando de su boca, de sus hermosos labios, octubre no ha podido comenzar mejor. Anoche en el sueño, sentado a la mesa, en la mesa que expresamente levanté para él, leyendo en mi rostro la sorpresa y la gratitud por tenerlo al alcance de mis manos y mis ojos, me recordó algo que suele decirme cuando lo inesperado se cuela en la bendita rutina de nuestros días:《Dios creo la tierra redonda para que no pudiéramos ver el final del camino. 》 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 3 de Octubre de 2022 ) 

martes, 27 de septiembre de 2022

27 de Septiembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Son las seis y diez de la mañana. Todavía es de noche. Aun así, como todos los días, abro la puerta de La Madriguera que da al jardín y pongo los pies en el porche. Huelo el aire fresco del amanecer. El mundo natural que desde hace meses huele a verde, a menta, a hierbabuena; en la mañana de hoy, huele al otoño que llega. Mi nariz percibe sin dificultad el olor dulzón y especiado del otoño. Un olor que con el paso de los días irá a más, hasta reconfortar al invierno que llevo dentro. Por fin. Sí, por fin, el otoño está aquí para darle la vez a la mejor época del año, tras el maremágnum de despropósitos con el que el cruel estío ha medido de nuevo la paciencia de todo quisqui. Y ya, por fin, de ahora en adelante, podré (Dios mediante) encender las lámparas y los fuegos de otoño, asar calabazas y preparar tartas de manzana, comer frutos e higos secos, pasas sultanas y chocolate sin recato alguno. Caminar con Nuna al viento de otoño y contemplar juntas (una al lado de la otra, al abrigo de una misma manta) la luz dorada sobre el paisaje y sus cielos. Escribir sin buscar la sombra que alivie el trabajo de contar. Levantar mesas en el interior de La Madriguera y que la calidez del refugio se refleje en el cristal de las copas. Cocinar guisos de mojar pan, cremas sabrosas y ricas viandas de degustación. Podré. Podré. Podré. Podré disfrutar de la vida que me gusta. Y todo estará bien. Todo será perfecto. A mi nariz también llega en este momento el olor de los granos de café que tengo adrede en un cuenco en la cocina. Ese olor me hace regresar de las semanas que están por venir a este martes veintisiete de septiembre. Fue ayer cuando compré con Nuna, en el ultramarinos al que habitualmente acudimos, dos saquitos de café de primera calidad para moler. Al llegar a casa vertí uno en un cuenco de madera con el único propósito de aromatizar La Madriguera. Y en este instante (recién estrenada la jornada) el aroma está en su cénit. El del café es el olor que prefiero para darme la bienvenida cuando mis pies cruzan el umbral de la cocina, que viene a ser el umbral que va del reposo a la actividad. También fue ayer, cuando Nuna y yo, revisamos las novedades en las tiendas de menaje y textil de hogar para levantar las mesas de otoño y decorar nuestra casa. De manera que además de regresar con el café en grano; lo hicimos con servilleteros, servilletas, mantel, velas, una salsera con la impronta de la estación y unos preciosos platos de pan en forma de calabaza de color beige. Mientras recorríamos los metros de estantes pensé en lo necesario y la importancia de estar a la altura, incluso de la estación a habitar. Reconozco en esta hora (al pensar de nuevo en ello) que en mi caso estar a la altura es asunto primordial, no sólo en la forma de entenderme con mi Dios, también lo es, en el trato conmigo misma y con los desafíos a los que existir me aboca, o de igual manera, en mi forma de estar en el mundo como parte de la sociedad. Sea cual sea la tesitura es algo innegociable para mí. Quizás por ello, lo que en mayor medida me decepciona en terceros es la falta de voluntad para estar a la altura de las circunstancias; una falta de voluntad, que hace que me desvincule consciente y definitivamente por completo de esa persona, entidad, marca o institución. Muy probablemente la severidad con la que juzgo a terceros se debe a mi incapacidad de entender el egoísmo de la posición escogida. Asumo que debe ser tremendamente cómodo ser egoísta y no apostar por lo correcto, no echarse el peso del mundo a la espalda, o mirar hacia otro lado hasta borrar la línea que separa lo que está bien de lo que está mal. Por experiencia sé que estar a la altura no es elegir lo fácil, que estar a la altura es cuestión de agallas, de principios, de respeto a ti y a los demás, y también, lo es de honradez. De la honradez que comienza con uno mismo. Sí, muy probablemente, juzgo con severidad, pero jamás le pido al de enfrente lo que primero no me he demandado a mí. Todo eso pensé mientras recorrimos, Nuna y yo, las tiendecitas. Bien sé, y me llena de un profundo sentimiento de orgullo, que ni la una ni la otra, ni ella ni yo, olvidamos siquiera por un segundo que nuestra vida debe de estar a la altura del sacrificio de nuestro Dios, que es demasiado hermosa y grande para no exigirnos estar donde se debe estar con todo el corazón, coraje y fuerza, con total implicación, dándolo todo, sin existir a medias, con todo el amor, con la satisfacción de saber que cada una de nuestras horas bien vale el habernos conocido y reconocido. Ambas hemos aprendido juntas que no hay temor cuando se está a la altura, porque tampoco nunca olvidamos que siempre, siempre, siempre, caminamos de la mano de Dios. Sí, todo eso pensé. Y, esta tarde, al sentarme a escribir con Nuna a mis pies, sobre ello escribiré en la que será la primera entrada del otoño y de ese modo el invierno que llevo dentro se reavivará reconfortado.



“El Señor mismo marchará al frente de ti y estará contigo; nunca te dejará ni te abandonará. No temas ni te desanimes. Deuteronomio 31: 8”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 27 de Septiembre de 2022 ) 

martes, 13 de septiembre de 2022

13 de Septiembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En mitad del verano, en algunos días del mes de julio, tomé por costumbre salir al jardín tras recoger la cocina. En esa hora dorada de después de comer, salía y desenrollaba la manguera para convertirme en lluvia fina en plena ola de calor. Era mi manera de devolverle al jardín lo que me daba. Además me divertía encontrarme con el hado del arcoíris. Lo confieso. Incluso lo buscaba. Secreta e intencionadamente lo buscaba. Por sorpresa aparecía al rato de observar mis trajines en la zona de las hortensias, en el sur del jardín, y dibujaba a dos palmos del suelo, entre el follaje de las plantas, un arcoíris de unos veinticinco centímetros de ancho que de tan cerquita como lo tenía lo podía tocar. Hoy lo recuerdo con una gran sonrisa en los labios. Contenía tanta magia el momento que me es imposible no hacerlo. Sonrío hoy porque en aquellas tardes también lo hacía. Sonreía ante la sonrisa del jardín. Eso era exactamente para mí el hado del arcoíris, era el jardín sonriéndome mientras el aire caliente del verano me soplaba en el rostro. Ahora con un pie en el otoño y el otro abandonando la estación cruel del estío no voy a confesar que sé que no había ningún hado. Nadie debe esperar una confesión de esa guisa por mi parte. Si en un futuro alguien se asoma descaradamente y con acierto por mis diarios que no espere leer en ellos algo en lo que no creo. Existe la magia, los hados y las hadas, las corazonadas y el instinto, la fe y mi Dios. De hecho, es lo único que hace soportable las desdichas, lo que hiela la sangre, las miradas vacías, los corazones negros y el frío en el hogar. ¿Cómo no ha de creer quien se dedica a contar, a plasmar en negro sobre blanco los pensamientos vagabundos convertidos en historias? No exagero al afirmar que en lo peor del verano notaba el bochorno de la jornada más llevadero cada vez que me sentaba a escribir y todo mi ser se adentraba en lo literario. Me viene a la mente una tarde en que no hallaba alivio en ninguna postura, el calor era molesto como la más terca de las moscas, y la imaginación no cobraba altura; y, si lo hacía, perdía altitud como la avioneta a la que se le avería un motor. Ante tal panorama sólo tenía dos opciones: o tomarme un helado y desistir de escribir, o aventurarme en una expedición hasta hallar un lugar propicio para que los pensamientos y la imaginación camparan a sus anchas y me permitiesen hacer mi trabajo. Opte, por lo segundo. Descalza y arrastrando media docena de cojines y la colchoneta de una hamaca recorrí la finca de La Madriguera buscando una ubicación en la que el viento soplase literalmente a mi favor. La encontré debajo de los nidos de las golondrinas, junto a las canas indicas, en el margen del camino que va en dirección a las colinas de Ngong. Me senté a la sombra, en una esquina del mundo que olía a menta y a hierbabuena, donde el bochorno se convertía en brisa y la brisa en caricia. Improvisé un escritorio y a la faena me puse. Pensé, imaginé, me dejé llevar, ficcioné, escribí, creé el borrador de una buena historia. Casi que al final, cuando las palabras habían cobrado el sentido y el peso que lo inventado requería, cuando era consciente de que la historia era mía, me levanté y acudí a la fuente donde el agua siempre corre fresca como arroyo en verano. Satisfecha, bebí. Mientras bebía mis ojos se posaron sobre la minúscula inscripción grabada en la fuente. Tengo que aclarar en este punto que sólo se consigue leer la inscripción si se tiene la cabeza en una posición en concreto al beber. Es imposible hacerlo con solo pasar por delante, ya que no queda a la vista. También tengo que señalar que tanto la fuente como la inscripción existen desde muchísimo antes de que nosotros llegásemos a La Madriguera para habitarla. ¿Y qué reza la inscripción? ¿Lo guardo para mí o lo guardo para mí dejándolo por escrito en la entrada de este segundo martes de septiembre? Opto de nuevo por la segunda opción, y como una ofrenda a mi diario natural transcribo lo esculpido en piedra a saber cuándo, por qué y por quién: “Hado benigno encontrar a quien buen destino busca".



María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 13 de Septiembre de 2022 ) 

martes, 30 de agosto de 2022

30 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Las cannas indicas con su flor naranja se balancean cual bananeros apuntando al cielo, despidiéndose de agosto y de su primer verano en La Madriguera. Miro su movimiento hipnótico. Acabo de comer. Hoy la comida me ha resultado enormemente sabrosa, como si se tratase de un exclusivo manjar en vez de viandas de a diario. Medito (mientras mis ojos siguen el baile silencioso de las cannas) sobre lo mucho que me alejo de lo que no me gusta, en la manera en que se intensifica con los años el apartarme de lo que me desagrada. Advierto al pensar en esa actitud mía en que sin embargo, aunque me irriten sobremanera estos meses lentos y holgazanes del estío, estas horas detenidas en un tiempo de tres meses, me quedo pegada al verano. Me disgusta y no me alejo. Me cabrea y no me aparto. No por no poder escapar, no por no poder salir corriendo, no por no poder volar más allá de las nubes. Me quedo en él y no como una excepción o como un hacer la vista gorda al incumplir mi propia regla de estar en sociedad. No, caigo en la cuenta de que me quedo habitándolo a pesar de los inconvenientes por sus tormentas. Para poder experimentar otro año más la sensación que las acompaña de finitud, de pecio hundido en el océano, de tragedia, de fin del mundo, de caída libre, de euforia ciega, de grandiosa libertad. Me recuerdo andando por un camino solitario de Caótica una tarde de verano y estar el cielo cubierto, atronando sobre mí, y no sentir miedo. Recuerdo a mi madre tendiéndome la mano y yo guardar la mía en la suya y decirle: 《¡Qué ganas de fiesta tiene el cielo!》, y seguir caminando, sintiéndome naturaleza, dichosa y libre. Incluida. No excluida. Aceptada. No juzgada. Observando el mundo natural con los ojos bien abiertos y los sentidos bien dispuestos. ¡Qué yo era, ya! Ahora aquí estoy a la espera de que se forme una tormenta como cada tarde. Tengo las luces apagadas. Las cortinas descorridas. Las puertas de La Madriguera abiertas de par en par. Necesito la tormenta como premio. 《He soportado con estoicismo lo desagradable por ti》, le indico. 《Vamos. Aquí estoy. Cumple otra vez con tu parte del trato》, le ordeno. Retumba el cielo encapotado sobre las colinas de Ngong. Qué maravilla oír de nuevo los inconfundibles tambores de la tormenta. 《África sigue teniendo una canción para mí》, me digo. Sonrío. Las primeras gotas como monedas de cincuenta pesetas golpean las hojas de las cannas y cada hoja de cada planta que compone el jardín. Las golondrinas regresan a sus nidos apresuradamente. Los gorriones se baten en retirada debajo del alero del cobertizo. El halcón vecino deja de planear sobre La Madriguera para guarecerse en lo frondoso del recio árbol al final de la linde. Tomo asiento en el porche preparada para disfrutar del espectáculo. Los relámpagos llegan uno detrás de otro. Cuento los segundos que transcurren desde el relámpago hasta el trueno. 《Estás aquí. Encima de mí》, le digo. Noto la euforia ascendiendo desde mi vientre hasta la boca. La alegría aflora por los labios. 《¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Eso es!》, le grito con entusiasmo. Y llueve. Llueve. Llueve. Llueve ferozmente desde el primer momento. Llueve dejando de lado la mediocridad, las medias tintas. Llueve dándolo todo. Agosto nunca defrauda. Me abrigo. Abrigarse mientras contemplo la lluvia caer. De todos los placeres, este es el más infante. Cuán lejos se va la memoria si instintivamente la dejo marchar en pos de la niña que en Caótica fui. Intuyo que será una tormenta de las largas. ¿Es intuición o deseo? Será lo que será. Pero ojalá durar hasta bien entrado septiembre. Seis o siete jornadas de lluvia sería como el premio gordo de la lotería. No cruzo los dedos, se lo pido a mi Dios. Le pido un buen colofón. Un buen final para la historia de este verano. 


“Yo, en cambio, te ofreceré sacrificios y cánticos de gratitud. Cumpliré las promesas que te hice. ¡La salvación viene del Señor! Jonás 2:9”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 30 de Agosto de 2022 ) 

jueves, 25 de agosto de 2022

25 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Escribo en este comienzo de la tarde. Escribo y pienso que igual en esta hora como en tantas otras, otros escriben. Puede que incluso secretamente un diario o una carta que jamás van a enviar. Un gorrión entra y se posa en la balda superior de una de las estanterías de La Madriguera. Le miro. 《¿Qué haces ahí?》, le digo. Se queda quieto, como si hubiese decidido pasar la tarde frente a mi mesa de trabajo. 《No puedes estar ahí. Tus hermanos te echarán de menos》, le indico. Ni caso. Sigo escribiendo. Sobre las cuatro de la tarde suelen pasearse por el porche y les es tremendamente fácil a saltitos entrar en el interior de La Madriguera sin armar ningún tipo de revuelo. Creo que ellos también entienden el jardín, el porche y La Madriguera como un solo espacio. Como un todo en el que ser felices. Me levanto y descorro la cortina por si quiere salir. Pero sigue firme en su decisión de quedarse cómodamente en la estantería que ha elegido, una que está libre de libros y que es una amalgama de recuerdos del mundo natural que habitamos. Concretamente está sentado entre los Señores Honestos junto a unas piñas. Vuelvo a sentarme. Se irá cuando le venga en gana. Vuelvo a la tarea que me ocupa, la de escribir una nueva entrada en el diario natural. Noto mi cuerpo tenso. Esta mañana he tenido que ir a comprar (antes de que alguien me levantase la pieza) una hermosa vajilla que se vendía al mejor postor. Nuna y yo hemos subido a la camioneta a primera hora de la mañana y no nos ha sobrado ni un minuto. Eso sí, hemos regresado satisfechas con la vajilla en la camioneta. Miro al gorrión. Un gorrión ha venido a verme. No puedo resistir la tentación de escribir una frase así. Un gorrión ha venido a verme. La sonrisa de Dios. Dios ha venido a verme. No puedo dejar de sentir lo que siento. Ni dejar de pensar lo que pienso. Ni tampoco no notar como la alegría se adueña de cada centímetro de mi ser. Refresca. Tomo el jersey que tengo en el cesto próximo a la mesa de trabajo y me abrigo con él. Qué dulce sentir en la piel el tacto de una prenda de calidad. El clima, las hechuras, el gorrión resguardado en el interior de La Madriguera están anticipando el otoño en esta tarde del último jueves de agosto. 《Ahora viene lo bueno 》, le digo a mi compañero alado. De pronto me entran ganas de ver las colinas de Ngong. La luz de esta hora subraya sus colores y transforma las colinas en una arboleda verde botella digna de ser contemplada. La vida está para vivirla. Las ganas para ser satisfechas. 《Creo que deberíamos ir》, le sugiero al gorrión. Ir es algo tan sencillo como levantarse de la mesa de trabajo, salir afuera, cruzar el porche y caminar por la senda que nace desde el jardín hasta llegar al otro extremo de la finca de La Madriguera. Y, una vez allí, darse la vuelta, levantar la vista y encontrarlas de frente como quien se encuentra por primera vez con el que se convertirá en el amor de su vida. Al mirarlas se siente la experiencia inenarrable del flechazo. Sí, creo que debería ir. Necesito verlas. Son para mí pertenencia, seguridad y hogar. 《Creo que deberíamos ir 》, vuelvo a decir. Y mi voz tiene eco. El gorrión alza el vuelo y se detiene sobre la repisa de la chimenea, de ahí, se lanza hacia la luz del exterior. Sale por la puerta, cruza el porche y se posa en Júpiter, como si el árbol de Júpiter existiese para ser percha de un gorrión en la tarde. Todos somos la percha de algo o de alguien, pienso. Cierro el diario. Me levanto.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Agosto de 2022 )

domingo, 21 de agosto de 2022

21 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En verdad no me acabo de creer la cosecha que el jardín de La Madriguera me ofrece. Sucede en una órbita distinta a lo soñado, superando mis expectativas. El día ha amanecido gris. El color en este domingo de agosto proviene del arreglo que acabo de realizar con lo cosechado. No sólo el color. También el aroma a bergamota y a jengibre del gran lirio fucsia que perfuma La Madriguera. Tengo las cortinas descorridas y las puertas francesas abiertas de par en par de modo que la casa, el porche, y el jardín son un solo espacio. Me gusta tenerlas así cuando por el horizonte asoma tormenta. Abro el diario natural. No tengo nada prioritario ni urgente que hacer salvo escribir. Hoy, excepcionalmente, no tenemos invitados. La Madriguera está tranquila y yo, más. Sonrío ante el arranque de sinceridad. Admiro de nuevo el arreglo floral. No me canso de mirarlo. Me impresiona lo bonito que es. Pienso en cuán importante es rodearte de belleza, habitarla, sentir que forma parte de ti. Qué bien le sienta a la salud, al espíritu y al alma; tras visitar, en primer lugar el corazón. Porque la belleza siempre va directa al corazón y aviva el amor que hay en él. Lo regenera. Lo mantiene al día y lo reparte en todas direcciones. Es de gran utilidad ser consciente de ello. En mi caso sé que la belleza exalta, aumenta y ennoblece el amor que siento por el mundo natural y los seres que lo habitan, por mis semejantes, por los ojos que mueven mi sangre, por el oficio de escribir y de contar, por la bendición que es la rutina del cada día, por las distintas actividades que forman parte de mis horas y que enriquecen sobremanera mi días, por las historias, por mi Dios, su palabra y consuelo. En este agosto no hay día en que no me sorprenda el amor que existe en mí, la bondad que emana sobre todas las cosas de ese amor. 《Lo estoy haciendo bien》, me digo a mí misma. No sé si solamente es un percepción, aunque creo que no. Transito sin fisuras dando lo mejor de mí por la senda que elegí para llegar a la verdadera casa. En estos momentos estoy escribiendo como quien camina sin un propósito y pocas cosas me agradan más que averiguar adónde me llevan las palabras. Me relaja. Es un excelente hábito para los ratos libres como los de este domingo. Mis ojos levantan la vista del diario y se detienen en la lavandera blanca que acaba de posarse a un metro de mí en la mesa del porche. 《Descarada》, le digo sonriente. Me mira y mueve su cola y su plumaje. Está acostumbrada a mí y yo a ella. Alza el vuelo y capto su sonrisa y risa en su manera de irse. Mientras tanto, los gorriones con su panza regordeta, esperan la tormenta sin dejar de lado sus juegos en el parque de atracciones que es para ellos el jardín de La Madriguera. ¡Qué felicidad de domingo! ¡Qué sosiego de domingo! Me doy cuenta de lo distinto que me resulta este domingo de los otros, quizás por ello, lo encuentro de una belleza sin igual. Nunca hay dos días iguales, ni siquiera, los domingos. Al prestar atención a los detalles, compruebo como incluso dentro de la misma rutina cada día es diferente a otro, y todavía lo son más, al interactuar con la naturaleza. Hay tantísima belleza, magia y dicha en ellos que irremediablemente convierten cada jornada en singular y única, alejándola de toda similitud con sus pares; y mi existencia, en una existencia de fe y esplendor que vale la pena vivir. Me gusta creer que parte de la aventura de vivir es aprender a encontrar las bendiciones, la magia, lo especial, lo que convierte un día en distinto de otro. Me gusta pensar que el provecho de la aventura de vivir se puede medir con la euforia y la gratitud que se siente al encontrar tesoros al caminar las horas. Me gusta imaginar que la aventura de vivir está ligada a la intensidad de las ganas de gritar a los cuatro vientos: que volverías a repetir con los ojos cerrados, más que nada por la fe en ti misma y en tu Dios. Sí, me gusta pensar todo eso y escribir sobre ello. Es a esa conclusión donde me están conduciendo las palabras en esta mañana. ¡Ojalá repetirte mil veces, domingo tormentoso de agosto! A continuación, voy a preparar un ensalada de atún. Mi comida preferida en verano. Y sigo escribiendo, mientras espero la lluvia caer. Escribir y lluvia. La belleza de la palabra escrita con una razón de ser. La belleza de la lluvia que afuera en el exterior enaltece lo que amo. No puedo pedir más.



María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 21 de Agosto de 2022 ) 

martes, 9 de agosto de 2022

9 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾



En el Condado de Trafegar existe una población donde al fondo de su calle principal se encuentra, en un edificio de arenisca amarilla, una panadería pastelería en la que en su porche sirven todo tipo de tés helados llegado el verano. La costumbre para los transeúntes siempre suele ser la misma: sentarse con una enorme porción escogida con atino de su variada carta de tartas y un buen vaso de té al punto de congelación. Para muchos es parada obligatoria, que con gusto se asume, con tal de coger fuerzas antes o después de recorrer la feria artesanal del condado. Una feria que viene celebrándose el último fin de semana de mes (de abril a octubre) desde que los abuelos de los bisabuelos de los lugareños cambiaron los dientes de leche. La música en directo, el baile popular, las fanfarrias de la división de caballería, los disparos de morteretes y, al caer la tarde, los fuegos artificiales acompañan tanto a los feriantes como a los que visitan sus puestos. Personalmente, la riquísima tarta de frutas de Percy and Patti (así es como se llama la panadería pastelería)  junto con el té Lady Scarborough son mi elección, apuesta ganadora, cuando nos acercamos al Condado de Trafegar a pasear por sus calles. Nos gusta dejar la camioneta a las afueras y cruzar a pie el puente que da la bienvenida al lugar. De manera que el lento fluir se acompasa con el amable caminar y la mirada atenta sobre lo que nos es nuevo. Fue durante el último fin de semana del mes de mayo, cuando tras cruzar el puente, divisamos no muy lejos un magnífico prado con una grandiosa variedad de flores de terciopelo lila. Nos apartamos del camino oficial y campo a través nos aproximamos a la pradera florecida. Una vez en ella, respiramos profundamente, el silencio se podía tocar y millones de dulces y picantes olores arribaron con alegría a nuestras narices como barco a puerto especiado. No sé cuánto tiempo estuvimos (antes de emprender de nuevo la marcha hacia el centro de la población) sobre aquella manta florecida en aquella quietud que nos hizo sentirnos realmente bien y que poseía, como pocos lugares consiguen tener, una belleza sin turbación casi irreal ante la que nos sentimos plenos. Al regresar hace unos días (el último fin de semana de julio) de nuevo a la feria, donde adquirí los jarrones que estrené el pasado cuatro de agosto para adornar La Madriguera, comprobamos al avanzar sobre el puente que la pradera en mayo florecida, ahora es una extensión en un barbecho satisfecho consigo mismo. No me resultó extraño, la belleza necesita de descanso. Sonreí para mis adentros, feliz. Muy feliz, dichosa y agradecida porque pensé que en el jardín de La Madriguera por siempre habitará un pedacito de la pradera florecida del Condado de Trafegar. Cuando en mayo tras experimentar la plenitud de aquel rincón del mundo, asistimos a la feria, pudimos comprobar como al menos existía en ella, media docena de puestos en los que podías adquirir las semillas y bulbos de la profusa variedad de flores de terciopelo lila que habíamos admirado tras cruzar el puente. Compramos unos veinte bulbos que florecidos están en la actualidad en nuestro hogar. Sólo hace unas horas que han empezado a florecer, tras haber brotado sin ningún problema hace unas semanas. Sólo hace un rato, como aquél que dice. Y cuando me detengo frente a ellas, no puedo no recordar, la belleza de la que formamos parte por un tiempo indeterminado en la pradera del Condado de Trafegar. Al contemplarlas me trasladan a la sensación de bienestar que experimenté. Son mágicas, me consta. Poseen la facultad de trasladar a los seres que atisban y aman la grandeza en lo sencillo. Sin duda, son las flores mágicas de nuestro jardín. Por ello, en esta tarde de agosto, para agradecer su presencia en La Madriguera, he decidido contar en el diario natural la historia que me une a ellas. 



“Porque tú, Señor, bendices a los justos; cual escudo los rodeas con tu buena voluntad. Salmo 5:12”


María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 9 de Agosto de 2022 ) 

jueves, 4 de agosto de 2022

4 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾





La mañana del cuarto día del octavo de año transcurre divertida como si en ella habitase la vacación por mandato real. Cuando al amanecer con el primer canto del gallo, entre todas las posibilidades que te brinda el recién estrenado agosto, escoges salir al jardín y vivirlo, nada puede salir mal. Lo primero en lo que reparo es en lo bonito que está. Él y la mañana vestida de azul claro. Después todo sucede de manera natural, el tiempo vuela, y la evasión se palpa. Aireo, podo, riego, abono, remuevo, muevo, corto, preparo un arreglo floral para cada estancia de La Madriguera y estreno de paso los jarrones nuevos de distintos tamaños que compré hace unos días en la feria artesanal del Condado de Trafegar. Me relaja y me complace jugar con flores, hacer composiciones, agradecerles lo que me dan, mimarlas, pero sobre todo, me agrada sentir que forman parte de mí, que fueron mi decisión y ahora son el fruto de mi trabajo y complicidad con ellas. 《Yo he hecho que esto suceda》, me oigo decir alborozada. Realmente estoy satisfecha por el modo en que planifiqué el jardín el otoño pasado. Recuerdo que pensé y repensé muchísimo qué plantar en él, ya que lo más importante es no quedarse sin flores para cortar en ningún momento de la temporada. El jardín como tal existe para ser una sucesión de flores. No se debe permitir que exista un día, ni un espacio, ni un jarrón libre de ellas y se le debe facilitar la posibilidad de proporcionártelas sin ninguna dificultad. Esa es la regla. De lo contrario, el culpable eres tú, la mala cabeza que no sabe planificar es la tuya y el jardinero catastrófico lleva tu nombre. Con sinceridad confieso que me gusta repasar mentalmente la lista de flores que el jardín de La Madriguera me ha ofertado y me sigue proporcionando. Así que mientras bebo agua fresca y cristalina, agua riquísima que me recuerda a la del botijo del que bebía mi abuelo y que guardaba a buena sombra, repito el listado, no sin antes ordenarme a mí misma para montar algarabía un redoble de tambores que aunque ficticio suena fantásticamente bien. Redoble de tambores: narcisos, calas blancas, tulipanes, peonías, amarilis, calas de colores, liliums, gladiolos, agapanthus, zinnias y dalias. Ahí es nada. De lado dejo: los crocus, los jacintos, las fresias, las hortensias, las cannas indicas, los hibiscus, las margaritas y demás que son para lucimiento en exclusiva del propio jardín, y que no admiten corte por una norma no escrita sobre conservar el equilibrio del mundo natural. Una norma parecida a esa otra que a veces respeto de sólo cortar una flor por cada cinco que florecen de la misma especie. Y entre todas las flores que permanecen incólumes en el jardín de La Madriguera está florecido como el rey de su mundo el árbol de Júpiter. De igual manera que el año pasado, puntual y lleno de alegría, el uno de agosto (para conmemorar que desde el planeta Tierra se atisba durante todo el mes el planeta Júpiter) nos despertó con su estallido de flores rosa, minúsculas y hermosas. Porque sí, porque agosto ya está aquí. Mi mes preferido de los que forman el verano llegó con el amanecer. Un mes que me sabe en el paladar a fruta dulce y en los sentidos a sueño hecho realidad. Desde el agosto se llega antes al otoño. Es un mes de escape, de evasión, de dejarse llevar, de azúcar y de historias a hilvanar a la carta. Es un buen mes para las historias, las que escribimos a conciencia, las que vivimos de improviso puesto que nos salen al paso y no nos disgustan, las contadas, las leídas, las filmadas y las visualizadas. Conozco a una librería que en la pizarra de su establecimiento llegados a este mes siempre escribe que agosto es un mes de novela. No sé si es exactamente así, pero para que el octavo del año no me recrimine una mala disposición, en el porche tengo preparado papel en blanco sobre el que escribir, unos pocos títulos que me guiñan el ojo desde el lomo de su libro, un proyector de cine colgando desde el cielo estrellado y una hamaca haciendo lo propio en el viejo árbol donde tumbarme y contarme a mí misma lo que me niego a contar a terceros. Todo es una historia. Todo a mi alrededor son historias dispuestas a ser contadas. Disfrutadas, amadas, perseguidas, idealizadas. Las flores que me rodean, también. No son una excepción. Las flores que en su día sembré siendo bulbo o semilla guardaban ya, por aquel entonces, en su interior la historia de su propio futuro. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Agosto de 2022 ) 

lunes, 25 de julio de 2022

25 de Julio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Mis particulares colinas de Ngong están cubiertas por la niebla baja. Una niebla matinal que apenas deja entrever a esta hora el verde botella de las copas de los árboles que la pueblan. Ocultar su frondoso bosque es su modo de rebelarse ante el bochorno de la noche. Y así como hoy se puede apreciar parte de su contorno; hay días en que ni eso, desaparecen en su totalidad, borrándose del mapa. Juguetonas ellas, juegan a hacerte luz de gas. Juegan a un juego tremendamente viejo, el de manipular la realidad o su percepción. Ilusas. Río cuando observo sus tretas. Las conozco demasiado bien. Sé de su ardides, y por supuesto, de su belleza. Esta última, incluso, oculta la veo si cierro los ojos. Es mucho el tiempo que ha transcurrido desde el primer amanecer en que levanté mi mirada para encontrarme con ellas. Y son ellas y sólo ellas, no otro lugar en el planeta, quienes en exclusiva provocan en mí un sentimiento de pertenencia, seguridad y hogar. Miro en este instante la niebla. Blanca, densa y húmeda.《En un rato os cansaréis de tanto teatro 》, les digo. De sobra sé que tal como la mañana avance volverán a mostrarse. Entonces a lo largo del día, según la luz que reciban a cada hora, se glorificarán como un paisaje de una superproducción cinematográfica a más bonito cada cual. Hace un rato (antes de salir al camino) mientras las colinas ya jugaban a esconderse, aprovechando que el sol estaba lejos de apretar, he cortado gladiolos a mi antojo. Su lento y firme crecimiento está culminando brillantemente. Desde que los sembré, he estado observándolos con detenimiento y muchísima ilusión, pues es una realidad, que de todas las flores que elegí sembrar, los gladiolos, eran los que más ganas tenía de cortar para arreglar. La rusticidad natural y honesta del gladiolo se adecua con mi forma de entender la vida. Hay algo especialmente silvestre y honrado en su manera determinada de crecer hasta florecer. Los gladiolos no engañan a nadie, no les va la luz de gas, no juegan contigo. Van de frente desde el minuto uno. Crecen, buscan altura, siguen creciendo. No dejan de crecer hasta que se forman y con generosidad te regalan lo que son. No sé si es cierto que su nombre se debe a que era la flor que se entregaba a los gladiadores que salían victoriosos; lo que sí que es cierto, es que en Caótica era la flor del verano, la que ofrendar a los Santos y la escogida para hacer un ramo con el que adornar las mesas de domingo y días de guardar. Al igual que las calas, los gladiolos son las flores de mi infancia. Y, muy probablemente, ese es el motivo por el que quise que honrarán mi jardín. Entre todas las flores tenía ganas de tener también para cortar una cosecha propia de gladiolos con las que adornar La Madriguera. Era tanta la ilusión que acabé plantando sesenta bulbos de diferentes colores. El sueño se ha hecho realidad. La ilusión se ha visto colmada. Ahora, cuando julio está a las puertas de expirar, puedo afirmar que la experiencia de trabajar un jardín está llena de satisfacciones más que de sinsabores y, que el objetivo de que no faltasen flores de cosecha propia en La Madriguera, conseguido. Y por fortuna todavía estamos como quien dice a mitad de temporada. Llega a agosto con sus zinnias y sus dalias. Llega agosto con su propio festival de flores. En este minuto que oscila entre las ocho y cincuenta y ocho y las nueve y dos de la mañana del último lunes del mes, aquí de pie, dejo durmiendo el sueño que es para mí alcanzar al octavo del año y retomo a julio donde lo dejé: contemplando la niebla baja sobre mis particulares colinas de Ngong. 《Hay paz en este julio》. Me digo a mí misma. No sé por qué acabo de tener esta especie de revelación. Quizás al pensar en que verdaderamente mis gladiolos crecen a los pies de las colinas de Ngong, y el hecho me parece un logro, y la imagen una provocación del destino. 《Hay paz en este julio》, vuelvo a decirme. Como si por fin todo estuviera en el lugar que le corresponde estar. Como en un mueble de oficios. Cada cosa está en su cajón. Nada fuera. Todo es su sitio. Todo bien. Todo en paz, gracias a mi Dios. 


“Guíame, pues eres mi roca y mi fortaleza, dirígeme por amor a tu nombre. Salmo 31: 3”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Julio de 2022) 

lunes, 18 de julio de 2022

18 de Julio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Es primera hora de la mañana, he salido a caminar. Inesperadamente sopla una brisa veraniega que me traslada a otra época de mi vida, la que transcurría en la mar. Pero en vez del olor a salitre es el olor a flores lo que percibe mi nariz. El vientecillo me lleva a caminar con más ahínco. Caminar (el milagro de caminar) al calor del aire fresco siempre es mucho más agradable que hacerlo al calor del sol madrugador y despiadado del estío. La mayoría de las noches cuando me levanto a beber agua fresca es el olor de las flores, el olor a un mundo verde que no se detiene, quien me acoge a través de las ventanas abiertas de par en par. Inspiro, respiro en verde. Bebo agua fresca en la cocina consciente de que afuera en el exterior continúa la magia y que con el amanecer el jardín me dará los buenos días con más de una sorpresa. En estos momentos, en el kilómetro no sé cuántos del camino mis rodillas se quejan, las dos, una más que la otra. Noto su dolor, su dolor es mi dolor. 《Sólo es dolor. No os preocupéis 》, les indicó. En momentos como este me sé veterana de guerra. No sé de qué guerra, pero lo soy e intento con todas mis fuerzas vivir una vida digna de su sacrificio. Hay algo silenciado dentro de mí. Una parte enorme de renuncia, de rendición, de haber bajado los brazos. De lo contrario, si quisiera seguir librando ciertas batallas sería insoportable. Es importante aceptar la realidad sin causarte daños. Aceptas. Te obligas a resignarte. Callas. Vives en silencio. Contemplas el jardín desde tu porche, las colinas de Ngong desde La Madriguera, el paisaje desde el camino. Observas la hecatombe en la que se ha convertido la sociedad de la que te alejas. Abres la boca sólo cuando es estrictamente necesario. Abandonas las luchas que no te pertenecen ni a las que perteneces. Te centras en lo verdaderamente importante: el milagro de caminar. Y a la que va a la que viene, te ves mirando el sol cada amanecer y cada atardecer de una forma muy concreta, entonces reparas en que ya eres una de ellos. De esos tipos silenciosos del Oeste. Duros, de gran corazón, que se han ganado a pulso el derecho a permanecer en silencio, a callar, a vivir tranquilos y en paz, a no ser molestados ni insultados dentro de los márgenes de su rancho, propiedad, hogar. Al serlo me he reencontrado con la calma y serenidad que perdí a los pocos segundos de nacer, y que he añorado recuperar desde que tuve conciencia de la pérdida. A diferencia de entonces que tanto la una como la otra intuyo eran algo intrínseco a mí, el reencuentro en la actualidad ha sido fruto del coste de vivir, de asumir que con una realidad (la propia) complicada es más que suficiente; y que el objetivo u objetivos (de ahora en adelante) sólo deben ser aquellos que me faciliten allanar mi particular camino, cuidar de mí como nadie lo ha hecho antes, guardarme de todo lo que no sea éso exactamente. Llego al escaño natural. El sol tardará un poco en llegar a su cúspide. Me siento. Estiro las piernas. No corto ninguna de las flores silvestres que me rodean. Dejo tranquilo el hábitat en el que me encuentro, del mismo modo, como deseo que me dejen tranquila a mí. Me vienen a la mente unas interesantes palabras sobre el sino de la flor en general: “Esta se consagra por entero a un solo propósito: ganar altura y escapar de la fatalidad del suelo; eludir, transgredir la pesada y sombría ley, liberarse, quebrar la estrecha esfera que la constriñe, inventar o invocar unas alas, evadirse lo más lejos posible, vencer el espacio al que la condena el destino, acercarse a otro reino, penetrar en un mundo movedizo y animado.” El viernes llegó a mi mesa de trabajo el libro de Maurice Maeterlinck, La inteligencia de las flores. Escrito en 1907. Sentada en el porche de La Madriguera leí las primeras páginas. Maurice Maeterlinck les presuponía a las flores el íntimo y firme deseo de encontrar la manera de desplazarse, de moverse, huyendo de su destino sujeto a una raíz bien enraizada en suelo firme. Desde ese momento mi percepción sobre las flores que pueblan el jardín ha variado significativamente. Me pregunto desde esa hora si debo darle pábulo a esa teoría. Y si me contesto que sí, a continuación, me pregunto si toda su belleza en verdad oculta la necesidad de moverse, y no sólo responde al deseo de agradar. Al dar crédito a la teoría de Maurice Maeterlinck, ellas (las flores) a las que siempre he considerado mis pares, lo son todavía más. Puesto que nos une irremediablemente el milagro de caminar. Acabo de descubrir en un pequeño volumen de apenas cien páginas que el milagro de caminar no sólo a mí me ocupa en tiempo, espacio y propósito en La Madriguera; y, sinceramente, eso es algo a lo que no dejo de darle vueltas porque de igual modo me fascina como me sobrecoge. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 18 de Julio de 2022 ) 

lunes, 11 de julio de 2022

11 de Julio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En las últimas horas, y todavía más, en el día de hoy, el mes de julio acaba de hacerme un regalo. Ayer por la tarde se formó una tormenta veraniega y no sólo pude disfrutar de nuevo del olor a tierra mojada, también el invierno que llevo dentro mí, reaccionó como un niño el día de su cumpleaños. Fue como si una mano invisible acabase de abrir expresamente para mí la puerta que me conduce siempre a la vida que realmente me gusta. Pero no finalizó ahí el regalo. Hoy ha amanecido lloviendo y ha continuado durante todo el día. Lo que me ha permitido realizar una de mis actividades preferidas: caminar bajo la lluvia; y con ello, también, recuperar el tono, el horario y las pisadas invernales. En estos momentos me encuentro escribiendo (sentada tras el ventanal) en mi mesa de trabajo en el interior de La Madriguera. Me encanta escribir en este lugar cuando afuera en el exterior llueve. Distintos puntos de luz permanecen encendidos otorgándole a la estancia la calidez de un refugio. Es tan agradable lo que mi vista ve y tan confortable lo que mis sentidos perciben, que me siento profundamente agradecida y bendecida por poder habitar una casa como esta. El punto de aislamiento y silencio que posee, muy probablemente, es lo que más me satisface de ella. Definitivamente, sé que estoy donde amo estar. ¿Y si cierro los ojos y pido un deseo? ¿Sería estar ya en el otoño, quizás? ¿Si cerrase los ojos, ahora mismo, qué es lo que encontraría tras los párpados? ¿Qué clase de deseo? ¿Acaso se trataría sólo de un capricho? ¿O tal vez, por el contrario, hallaría uno de esos deseos que emergen de lo más profundo del alma y que de alguna manera nos retratan? A saber. La lluvia me inspira. Siempre lo ha hecho. Me vuelve porosa a toda clase de sentimientos y experiencias. Y las palabras brotan como de un manantial sin filtros, del todo poético y sincero. Cuando llueve soy más yo que nunca. Lástima que el verano resulte ser un páramo yermo. Un desierto de bostezos. Una duna en la que hundirse en la impaciencia de lo bueno que está por llegar cuando los paisajes se vistan de otoño. Menos mal que por unas horas he vuelto a respirar. Ahora, guardaré en mí, la lluvia recorriendo cada átomo de mi ser. Guardaré estas últimas horas para poder reencontrarme con ellas tras lo párpados al cerrar los ojos. Sí, guardaré en mí la lluvia, como un estado de ánimo inmenso y feliz. La guardaré para cuando no pueda soportar más una existencia sin la poesía del golpeteo de la lluvia sobre las hojas de los árboles del jardín de La Madriguera, sin el olor a tierra mojada, sin esa sensación de libertad que me inunda al caminar bajo la lluvia. La guardaré como se guardan las verdaderas historias de amor. Heme aquí, tan ricamente, como si por un tiempo el verano hubiese quedado atrás. Pero no, el tic tac continúa. El reloj avanza. La templada noche asoma. Tengo ganas de que mi mente ágil encuentre entre el maremágnum de lecturas el párrafo idóneo para terminar la primera entrada del mes de julio en el diario natural. Mi cabeza en estos momentos es como el bombo del sorteo de la lotería de Navidad. Ignoro qué número será el agraciado, qué párrafo el escogido. 《Por favor, ayúdame》, le digo a la María de nueve años que traslada su dibujo (a pie de calle) en el muro de una escuela. Miro afuera, la mirada me devuelve un jardín en su máximo esplendor, que es motivo de orgullo. 《¿Qué hago realmente aquí?》, me oigo decir. La pregunta brota con la espontaneidad del mundo natural. Es decir, me sale al paso. La respuesta no tarda en llegar. La más sincera de las respuestas. Mi respuesta. Y va de la mano del párrafo. Unas líneas de Camino de vuelta de Mark Boyle. “Quería volver a palpar la vida con los dedos. Quería sentir los elementos en toda su enormidad, retirar todas las capas de absurdeces y exprimir los componentes fundamentales de la existencia. || Quería buscar la verdad para ver si existía y, si no, al menos encontrar mi propia verdad. Quería sentir frío, hambre y miedo. Quería vivir, no simplemente tener constantes vitales, y después, cuando llegara la hora, estar dispuesto a adentrarme en el bosque, en calma y con lucidez, y dejar que los seres vivos que allí habitan se alimentaran de mi carne y mis huesos, tal como yo había hecho con ellos. || Es lo justo.”



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 11 de Julio de 2022 ) 

lunes, 27 de junio de 2022

27 de Junio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Junio acaba, se va, pero deja en La Madriguera la intuición convertida en certeza de que habitar un jardín es sanador. Cada mañana a eso de las once y media me anudo el delantal a la cintura, cojo mi cubo rojo, las tijeras de podar y aireo el jardín. Por un rato regreso al Edén. Hago mía la antigua creencia de que todo aquel que anhela regresar al campo, como todo aquel que desea convertir una pequeña parcela de tierra en su particular jardín obedece al impulso de vivir (de nuevo) en el paraíso perdido. Lo de tener un jardín en mi caso está en los cimientos de quien soy. Desde niña deseé tener mi propio jardín del que cortar flores para vestir los rincones de mi hogar. Por aquel entonces, ya sabía que jamás me sería suficiente la contemplación de jardines ajenos, aunque fuese el jardín de mis abuelos. No me bastaba con la contemplación. Necesitaba un jardín en el que tener voz y voto, en el que hundir mis manos, por el que batallar. Un jardín cuyo destino estuviese ligado al mío y su esplendidez fuese consecuencia de mi disciplina, sudor y trabajo. Me di cuenta de que quería un jardín propio con la misma terca obstinación (quizás inexplicable para otros) de quien desea tener un tractor, un vestido de novia o un ciclomotor. Sin embargo, siendo justa, en aquella época no sólo anhelaba fervientemente mi propio jardín, también deseaba poseer mi propia biblioteca. Y, si bien, la biblioteca fue lo que en primer lugar me insté a construir, y fue lo primero que alcance a tener volumen a volumen hasta superar los tres mil; la voluntad de poseer un jardín que floreciese en virtud de mis decisiones y mi esfuerzo estuvo en mí (entretanto) de igual manera. De hecho, a lo largo y ancho de mi existencia ha sido meta a conseguir; y por fin, aquí y ahora, en La Madriguera tengo el jardín del que disfrutar y cortar las flores del cada día. Por fortuna, el relato de la entrada en el diario natural de este lunes, que lleva en sus entrañas el adiós del sexto y la bienvenida del séptimo del año no acaba aquí. Al revés, todo lo contrario. Pretendo que continúe. De ese modo lo prefiero, porque estoy afuera en el exterior bajo un cielo nítido y un sol abrasador, escribiendo mentalmente lo que a la tarde transcribiré al papel. No hay que desaprovechar la mañana. No hay que rehusar el regalo que es el momento presente. Acabo de realizar un arreglo floral y en este mismo instante un jarrón repleto de media docena de grandiosas amarilis rojas estriadas de blanco y verde luce en el interior de La Madriguera como un recuerdo de Feria de Abril recién cortado. En el tiempo en que en su postrer ubicación las amarilis inundan de alegría el hogar creado, yo cavo dos pequeños hoyos en un rincón del jardín en el que sembraré a continuación dos dalias de talla XXL sobre un lecho de estiércol de caballo y humus (caca) de lombriz. Antes de enterrarlas, anoto en pizarritas sus nombres: Kogane Fubuki y Dazzling Magic. Seguidamente coloco cada raíz con sus yemitas mirando el cielo en su hoyo correspondiente, las cubro con un poquito (tres centímetros) de tierra, y sin regarlas (no hay que regarlas hasta que broten) pongo mi corazón en ellas y les doy la bienvenida a La Madriguera. Como hago con cada ser vivo que llega a este enclave. En este punto del texto reconozco divertida que estas páginas de estos diarios van camino de convertirse en una manual de jardinería si sigo así. Miro el reloj. La una y diez del mediodía. Recojo los bártulos. Los guardo en el cobertizo. Borro todo rastro de desorden y en un acto reflejo respiro profundamente mientras contemplo el jardín en su amplitud, al hacerlo, sin saber la razón (como en tantas ocasiones) me descubro a mí misma compartiendo con él un versículo. Mi voz se alza con la cadencia del rezo y se abraza a mis pares: “Entonces Jesús le dijo: —Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí vivirá, aunque muera; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás. ¿Crees esto? Juan 11: 25-26”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 27 de Junio de 2022 ) 

domingo, 19 de junio de 2022

19 de Junio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾






Estoy sentada afuera en el exterior. Es domingo y son poco más de las nueve de la mañana. Los domingos desayunamos en el porche, más bien, nuestros domingos transcurren en este espacio realmente perfecto. Contemplo maravillada (sentada en la mesa mientras me termino el café con leche) el destino de las peonías. El tránsito del color por ellas. Su evolución. En una semana, tras abrirse al mundo, han vestido el jardín de La Madriguera en los tres primeros días de un coral intenso, vivo y rojizo; de un elegante rosa aterciopelado en los siguientes; de un sabroso naranja, posteriormente; y de amarillo pálido en esta hora. Observar el paso del tiempo a través de las peonías es un absoluto espectáculo. En cada una de sus horas, el vuelo del plumaje que son sus pétalos libres y sedosos barre los límites imaginables de lo sublime y alcanza cuotas verdaderamente sorprendentes. Al contemplarlas se constata como ni por un segundo renuncian a la belleza, ni siquiera cuando se encuentran al borde de la desaparición. Aprovechan su vida de extremo a extremo, dándolo todo. Y resultan ser todo lo contrario a la mediocridad. En este punto, me pregunto si no deberíamos como humanos a aspirar a eso mismo, tal como nos aproximamos a desaparecer. Aspirar a darlo todo, según se acaba el tiempo, renunciando a la mediocridad. Levanto la mirada hacia el cielo azul verano radiante. Una avioneta sobrevuela las colinas de Ngong, no la veo, no veo las colinas desde mi porche, pero oigo la avioneta, y a ellas, las sé, están ahí presentes. Son parte fundamental de mi existencia. Aunque mi corazón no se escapa hacia ellas cuando sueño despierta, porque ya no sueño despierta. Lo he descubierto en esta semana. No me es menester. No deseo otra vida distinta a la que tengo. Asumo como parte inevitable, el coste de vivir, como el precio por la bendición que es ver materializados mis sueños, por mi existencia en sí. Y lo asumo, agradecida. Vivo serenamente en un presente lleno de fe y esplendor que me aleja de huidas, del deseo de fuga de una realidad que no gusta. Estoy donde amo estar. Levanto de nuevo la vista al cielo. Son las diez y media. Sé sin mirar el reloj la hora que es por el vuelo rasante de las golondrinas que regresan a sus nidos. Regresan a las diez y media de la mañana, y a las seis y media de la tarde. Tengo la sensación de que al habitar el mundo natural, la presencia de uno mismo se suma hasta confundirse o fusionarse con la de otros seres; y en la fracción de segundo, en que esa sensación se torna pensamiento en mi mente y se deja caer como hoja de otoño, sé (sin dudarlo) que La Madriguera y su jardín son el gran nido que lo contiene todo. El continente que alberga la vida en mayúsculas. Algo muy pero muy superior está en este lugar permitiendo y alentando que así sea desde siempre. Algo muy pero que muy superior que sólo puede ser mi Dios. El Dios de todos nosotros. El Dios de todas las cosas. Y, de repente, recuerdo con gran nitidez como en alguna hora de hace muchos, muchos, muchos meses tomé la decisión consciente de apartar la mediocridad y aspirar a dar toda la belleza, la bondad y la verdad que hay en mí, obligándome a ello, puesto que comprendí que según se acaba el tiempo es el único camino para llegar a casa. A la verdadera casa. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 19 de Junio de 2022 )