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lunes, 30 de agosto de 2021

30 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Brotaron y se abrieron a La Madriguera las coquetas zinnias librándose en el tiempo de descuento de las fauces de Nuna. Floreció puntual júpiter el uno de agosto tras batallar con el oídio. Los pendientes de reina tras una explosiva y duradera floración sobrevivieron renqueantes a una patulea infecta de pulgón. Los árboles frutales hicieron lo propio con el minador. Y el infante níspero creció hermoso y latente a pesar de la severidad de la última helada, cuando todavía era bebé. Desde primavera y durante todo el verano la ingeniosa, dispar e inteligente naturaleza campa a sus anchas por el exterior de La Madriguera, y el libre albedrío de los seres que lo habitan cabalga unas horas alocado y febril; otras, sumiso y complaciente. El jardín que antes de marzo no existía como tal, se ha definido; y en estos meses, nos ha dejado ver su personalidad. Alegre y vanidoso ansía mostrar su belleza con cada amanecer y busca irremediablemente la sorpresa y la admiración al pasarle minuciosa revista. La diversidad de flores con sus llamativos colores lo ensalzan. Los árboles lo enmarcan y remarcan. En él, lo extraordinario se convierte en ordinario y la vida se impone sobre todas las pequeñas batallas que se libran. Para él (que ya le cogió el tranquillo a ser paraíso en la tierra, selva de La Madriguera, bosque entre márgenes, morada y parque de atracciones de pájaros, edén de mariposas) sus rutinas son como coser y cantar; para nosotros, largo ha sido el aprendizaje, y no una broma ni un juego la inversión en horas. Personalmente, me llama poderosamente la atención su frondosidad. El contraste con el vacío de antes. Me satisface comprobar que la vida que depositamos en él se ha quintuplicado, maravillándonos. A esta altura del año sé que ha sido un buen semestre para el jardín, como lo está siendo para mí la primavera del verano que resulta ser agosto. Con el octavo mes no sólo han regresado las noches blancas y los mediodías radiantes con sus tardes tormentosas, también he recuperado escribir sin detenerme, las lecturas en el porche, los amaneceres con bebidas calientes, las noches con edredón, la cocina sin asfixia, la manga larga, el frío en los pies, la sonrisa en los labios cuando mi mirada se detiene sobre las colinas de Ngong y descubre la niebla que precede al aguacero, el camino con la lluvia ganando terreno, la dicha de caminar con el viento en la cara y envolviéndome el cuerpo, la oración a mi Dios en la tenue fría luz del alba cuando los pájaros despiertan al día. Ahora que el genial agosto termina, mi cuerpo y mis sentidos, se desperezan porque expectantes anhelan vivir en primera persona y en armonía lo maravilloso de los meses que están por venir. Sin ninguna duda saben que es de hoy en adelante cuando comienza lo bueno. No hay un se acabo lo que se daba con agosto. Al contrario. El genial octavo con su fin regala una promesa mágica, repleta de fe y felicidad. Anuncia que la mejor época del año está a la vuelta de la esquina. En correr un poco septiembre será hora del espectáculo, de la función que gusta protagonizar, será el turno de agradecerle a Dios con gestos de celebración, además de con pensamientos y palabras, la cosecha que es en sí misma la vida. Y yo, muchachita en el corazón, mujer en el espejo, con la misma ilusión y honestidad de siempre, en el aquí y en el ahora, en este treinta de agosto y en este diario natural, en negro sobre blanco vuelco el primer gesto con el que todo continuará. A mi modo, empieza la celebración. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 30 de Agosto de 2021 ) 

lunes, 23 de agosto de 2021

23 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Me descuelgo como las horas en un sillón del porche de La Madriguera. Me dejo caer ociosamente, me descalzo y me reconozco como siempre en la sensación de tener los pies libres de toda atadura. Llueve. Llueve desde las cinco de la madrugada. Hoy el día está precioso. Hoy, la jornada, transcurrirá por la senda que a mí me resulta más perfecta. Contando las historias que la lluvia siempre me regala. Escribo. Decido comenzar con el diario natural. Descalza y con los sentidos despiertos a más no poder. En esta hora las palabras se me ofrecen como en un escaparate, están frente a mí y puedo coger las que me venga en gana, ordenarlas y distribuirlas como me apetezca. Cuando llueve las palabras son amigas, no se resisten, las historias tampoco. Y aunque las más de las veces tengo la impresión de que en estos diarios siempre escribo lo mismo y que si alguien los leyese pensaría de mí que me repito, que deambulo por los mismos temas; me da exactamente igual, puesto que escribir obedece a la necesidad de hacerlo, sólo a eso. A nada más. Escribir es todo lo contrario a publicar. Publicar es una opción, escribir no lo es. Desde que tengo memoria: escribir para mí ha sido y es algo urgente, definitivo, vital. Un don, y por ende, una responsabilidad. Pero además, ¿acaso la vida no es un mismo baile incesante (quizás revestido con otros ropajes) con el oficio, las pasiones y las obsesiones, los equilibrios y las locuras, las aficiones y los sueños de cada uno? Sonrío. Son las nueve y catorce de la mañana, en este instante noto en las plantas de los pies la caricia que acompaña la lluvia, en las fosas nasales la mezcla de olores vivos del jardín, en la punta de los dedos la felicidad del escritor. Estoy a gusto, bien. Hace relativamente poco que llegamos a La Madriguera tras la desconexión en Yukón, dejando atrás los días laxos, maleables e infinitos de ese territorio amigo. En concreto, hace una semana que nos reincorporamos a las costumbres con ganas. El primer día tras recoger el contenido del buzón (incluida la carta que me envié desde Dawson City) y pasar revista al jardín, nos fuimos a comprar para llenar la despensa. Al segundo, cociné con provecho para una tropa ficticia con tal de llenar la nevera y recobrar el pulso de la rutina. Al séptimo día, aquí estoy, escribiendo, pensando en lo mucho que con la edad me satisfacen los días lluviosos, de tal manera que ni siquiera consiguen malograr mi agosto, que un año más ha traído consigo lo más valioso que guarda en su interior: las noches blancas. Sé que si en buena medida ansío su llegada no sólo es por ser el último gran mes antes del otoño, también deseo que llegue por sus noches blancas que te permiten saber quién eres. Desde hace días con el sol de medianoche de Yukón en la retina y en la memoria de la piel, busco las noches blancas. Corro hacia ellas y las encuentro en La Madriguera. Antes de las nueve apago las luces, y a las nueve (sólo en esa hora y en este mes) nuestra casa se ilumina de una luz blanca y cegadora que asciende majestuosamente desde que se pone el sol hasta que la noche se cierra como ala de cuervo. Entonces, cuando el crepúsculo se torna algodón vaporoso, me quedo quieta dentro de la intensidad que me alumbra como una bendición durante unos pocos minutos en la hora del ángelus. Confieso que la experiencia me llena de energía, y una sonrisa infantil y boba se dibuja en mi rostro porque (mientras sucede) percibo tangiblemente como la existencia que habito está llena de belleza y paz. Por ello, las busco sin rendición y las añoro cuando no aparecen. Soy consciente al escribir sobre ello (en esta mañana de lluvia y satisfacción) de que otro gallo cantaría si el resultado fuese sobrecogedor o perturbador, pero no lo es. En las noches blancas de agosto todavía me siento más bendecida y agradecida. Me sé en una vida plena, repleta de amores sólidos y de sueños cumplidos. Sin nostalgia. Reparo, aquí y ahora, (al tender la mano hacia la manta con la que nos abrigamos en el porche) en que un año más agosto está cumpliendo. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 23 de Agosto de 2021 )

lunes, 2 de agosto de 2021

2 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Me senté y contemplé en silencio durante horas. Contemplé los meses como si fuesen una banda de compinches, de los que sólo ellos saben de qué trata la mascarada. Me senté y contemplé en silencio sin hacer nada más. Tomé distancia al observarlos, para (al detalle) saber, y supe. Averigüé. Y ahora sé que jamás me había sentido parte de la quietud y que nunca había gozado de mi ánimo contemplativo como en estos meses, que me han conducido de un verano a otro. Doce meses después, en esta hora, sé de la transformación de mi carácter. El caminar sin reservas durante un año seguido, sin faltar un solo día, en la soledad de la mañana, en el silencio cómodo del espíritu, me ha moldeado el carácter. Ahora soy consecuencia, hija, fruto del caminar y del camino. Priorizo, valoro, callo. Existo en el orgullo, en el esfuerzo, en el mérito, en el olvido, y sobre todo en Dios. En el octavo mes del año, en el duodécimo de mi caminar, sigo como comencé, y comienzo mes siguiendo los pasos del anterior: caminando en el abrazo de Dios. Me sostengo y avanzo. Me levanto y continúo. Mis piernas y mis pies pacientes, obedecen, luchan, trabajan, CAMINAN. Mi fe me envuelve de fuerza, honor y amor, deseando ser digna del milagro que para mí es ( y que para todos los bípedos debería ser) el que tus piernas soporten tu peso y tu ánimo para avanzar y desplazarte con ellas, un pie tras otro. Cómo no sentirme, un año después, bendecida y agradecida por poder hacer aquello que me ha sido negado demasiadas veces en mi existir. No hay más milagro que ese a mi entender. Ni más valiosa fortuna. Junto a saberme viva en vida y sentir en cada átomo de mi ser la pulsión de la creación, la dicha de pertenecer al mundo natural. En el camino de mi caminar con la fuerza de la soledad y la tenacidad de los creyentes he visto desvanecerse la rabia y las lágrimas, y aflorar la sonrisa, la valentía, la confianza y la canción que guardaba para mí mi propia alma. En el camino de mi caminar he descubierto (con la mirada limpia) la lluvia, el viento, las ganas de vivir, la libertad. En el camino de mi caminar he recogido pájaros caídos del nido, he apreciado su alegría y revuelo como compañía sin igual, he esparcido semillas al tuntún para devolverle a sus márgenes (de algún modo) un ínfima parte de lo que me ha dado y me está dando, he sembrado seis abetos Douglas (algo que no había hecho jamás) para verlos crecer y tener en un futuro mi propia senda hacia la Navidad. Me doy cuenta en este minuto de este agosto que asoma que en el camino de mi caminar he sido testigo de mi propio renacer. Son las tres y dieciocho de la tarde, y en vez de cerrar los ojos y encontrarme con la siesta; opto por escribir estas palabras en el diario natural, porque esta mañana llegaron hasta mí, y las retuve, apresándolas en mi corazón, sentada en las escaleras del porche donde el bardo de Yukón (Robert William Service) escribía sus poemas. Cuando estamos en Dawson City me agrada tocar con las palmas de las manos las paredes de su cabaña. No es un ritual. Es un acto de reconocimiento. Pues otros caminos distintos caminé antes del que ahora me ocupa. Uno de ellos fue la obra de Robert William Service. Presumo que de todos ellos aprendí para saberme manejar en el más crucial. Y al caminar éste (por las inmediaciones de La Madriguera) a fe mía cómo recorren mi sangre las palabras del poeta, cuán peso tienen, cuánta de mi verdad hay en ellas:《¿Has afinado tu alma con el silencio? Entonces por el amor de Dios ve y hazlo; escucha el desafío, aprende la lección y paga el precio.》


Agradecida saldré al camino mientras Dios lo estime oportuno y necesario. 

Termino por hoy.


María Aixa Sanz 

(Dawson City, 2 de Agosto de 2021 )