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martes, 31 de octubre de 2017

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para el último día de octubre. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

lunes, 30 de octubre de 2017

CAMINAR CONTRA EL VIENTO



«Vivir no es sólo existir, sino existir y crear, 
saber gozar y sufrir y no dormir sin soñar.» 
—Gregorio Marañon—


Pongo música suave: jazz. Y me dejo llevar para crear mundos de la nada en algunas tardes de asueto, tardes de esas: distendidas, relajadas, sin horarios, sin prisas. Lo hago con todos los sentidos abiertos y con la emoción de no saber qué va a salir de mí. De la misma forma puede ser un collage o una carta escrita expresamente para alguien muy especial o un artículo en el que desarrollo un pensamiento que vaga desde hace días por mi cabeza. Soy una persona de ocios tranquilos donde o bien disfruto del espectáculo que es la naturaleza o de la creación que en principio no lleva consigo ninguna intención, ningún objetivo concreto, salvo el de proporcionarme bienestar. Dicen que la creatividad es la inteligencia divirtiéndose. Y lo es. Por ejemplo: elaborar collages me destensa. Tener sobre la mesa un papel en blanco e ir pegando al libre al albedrío en él trocitos de otros materiales con diversas imágenes con el fin de formar una composición me relaja. Como también me relaja escribirle una carta personal a alguien a quien conozco muy bien, pues pocas cosas hay tan hermosas como trasladarle tu hoy a otra persona con el suave balanceo de los sentimientos que te invaden al escribir desde la verdad y desde la confianza. Y qué decir de ir desarrollando un pensamiento que vagabundeaba por tu mente, buscando asilo o una ventana para ver la luz, y tornarlo artículo. Siempre me ha dado una enorme tranquilidad el ir colocando una palabra tras otra, hasta formar con un orden exacto, un texto transmisor. El hecho es que ordenar palabras para construir un artículo, el dejarme llevar en una carta mostrándole mi corazón a otro ser o el componer una imagen en forma de collage, solo por el placer de elaborar algo que hasta ese momento no existía, me vacía la mente de las cosas que no quiero que estén en ella. Así que dejar que mi inteligencia se divierta, —creando—, es algo muy parecido a caminar contra el viento. Ése que primero te vacía, luego te limpia, para seguidamente avivar todo lo positivo que hay en ti. De tal manera que la mayoría de las veces me gustaría quedarme a vivir durante días en esas tardes de asueto de tan sanamente liberadoras como son. Y vosotros, lectores míos, ¿de qué modo os liberáis de lo que en verdad os estorba, os molesta, os fastidia? ¿Cuál es vuestra forma de caminar contra el viento?


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

viernes, 27 de octubre de 2017

UNIVERSOS PARALELOS



Una espesa y densa niebla lo cubre todo, el sol apenas se ve. En esta época, al día le es difícil amanecer. Que el sol traspase y rompa la oscuridad es algo demasiado parecido a un milagro. No se ve el pico de las montañas, ni si quiera buena parte de ellas. Se nota  en el ambiente desde hace varios días que ha comenzado el inverno. Hace frío. En este exacto momento con una taza de café humeante entre las manos, viendo como el sol se bate el cobre con la niebla, sé que debería ir a buscar una prenda de abrigo. Pues no hay duda: el frío llego. También, desde hace varias noches, un sopor profundo y pesado me invade y al quedarme dormida se repite en mi cabeza el mismo sueño. Me veo caminando con la misma persona por las calles del mundo, más bien por paseos y malecones antes que por calles estrechas. Conozco a ese viandante que me acompaña en el mundo de los sueños. En él caminamos como si caminar juntos fuese algo habitual y mientras andamos: reímos, hablamos, nos buscamos las cosquillas, miramos fachadas, reparamos en quienes se cruzan con nosotros, observamos cómo la vida pasa. Sin embargo, sé que fuera de los sueños, en la realidad, jamás he caminado junto a esa persona por ningún lugar. Ni siquiera un pequeño tramo, unos cuantos pasos. Entonces, al despertarme no puedo evitar preguntarme si hay un universo paralelo en el que camino con él, en el que caminamos juntos con frecuencia, y por alguna extraña razón esa realidad paralela mientras duermo profundamente toma forma, cobra vida, se manifiesta. Sé que hay personas que creen en los universos paralelos e imaginan que en ese universo paralelo su vida transcurre con tan solo lo bueno, bonito y positivo que les sucede en su real y auténtico día a día. Es más, sé de gente que ante una fatalidad tan desgarradora y cruel como es la muerte de un ser querido, para soportar esa pesada carga, se imaginan que en un universo paralelo viven la vida como si ese ser estuviese vivo junto a ellos. Es muy arriesgado pensar y creer que hay mundos paralelos donde la muerte y el mal, donde la mala hora y la oscuridad, no existen. Pero también es verdad que cada cual, haciendo de su capa un sayo, es libre de pensar y creer en lo que le dé la gana con tal de sobrevivir. Por eso jamás rechazare de plano los ardides y las estratagemas a las que cada uno se aferra para ir tirando. No cabe en mí, ni el rechazo ni la negación, puesto que en el momento más inesperado te invade esa sensación de que cierta situación ya las has vivido y que tan bien describen los franceses como: Déjà vu. Y, por ello, por tener la sensación palpable de que algo ya lo has vivido cuando sabes que no es el caso, quieras o no, te obliga a preguntarte si no será verdad que los universos paralelos existen. Universos donde el sol no debe pelear para que el amanecer con su luz ilumine el mundo y a nosotros, llenándonos de dicha. ¿Vosotros, lectores míos, qué opináis? ¿Pensáis que de existir, existen, los universos paralelos? 



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

jueves, 26 de octubre de 2017

INDIAN CREEK


«Yo, sin embargo, continué girando en todas direcciones, estremeciéndome en mi pequeña percha, tratando de ver lo que ya no era visible, lo que no había tenido tiempo suficiente de admirar en aquellos pocos minutos: quería impregnarme de todo lo que había visto en los últimos meses, como si aquel segundo amanecer hubiera derramado luz sobre algo más que las montañas.»



 [#lecturasquesuman: Lecturas de 12, es decir, las que te invitan a subrayarlas con un lápiz.]

viernes, 13 de octubre de 2017

POR ENCARGO


Como en otras ocasiones os he comentado, mucho de lo que escribo, es previo encargo. Hace unas semanas recibí el encargo de escribir una historia de amor en la que la Navidad estuviese presente, si alguno de vosotros ha leído mis novelas sabe que no soy de escribir historias de amor, es más, mis novelas distan mucho de lo elementos, las hechuras y de lo que se espera de una historia de amor. Al leer la propuesta tuve ganas de desestimarla pero como no soy impulsiva la dejé en el cajón de las cosas pendientes de acometer o descartar. Estuve varios días reflexionando sobre el amor. Sabiendo que siendo como somos seres a los que la muerte nos ronda desde que nacemos y que una existencia así con la conciencia de que uno es mortal, —es difícil de soportar a palo seco—, es fácil llegar a la conclusión de que vivir sólo puede soportarse con el amor que otro te da, con todo eso tan bonito que te regala otro ser que tendrá el mismo final que tú. Si bien es verdad que tener un trabajo que te apasiona y que te he hace crecer día a día es lo que te completa como individuo, como persona, lo que te completa como ser humano es el amor en todas sus vertientes, y cómo no, el amor entre quienes al conocerse son dos extraños. Hace unos años cuando la gran crisis económica estaba asomándose le dije a un amigo que sólo iban a poder salvarse quienes tuviesen una forma de vivir austera, sin vicios sanos o insanos, caros. Mi amigo se enfado conmigo. Probablemente puse el dedo en alguna herida abierta, y que a él, le escoció lo suficiente para enfadarse momentáneamente conmigo. Ahora, hoy, siendo habitante de un mundo con tanto odio y tanto ego por todas partes y en tan diversas formas; en esa manera de estar en el mundo que tienen algunos de creerse por encima del resto, olvidándose de que también son mortales y que están desaprovechando y desperdiciando la verdadera vida, sé que en este tiempo sólo nos puede salvar el amor. Enamorarse perdidamente de alguien. Encontrar esperanza en ese amor. En esa clase de amor que tiene el poder de transformar y cambiar para bien la vida del otro. La posibilidad que nos ofrece el Universo de poder amar y ser amados con esa clase de amor es lo que nos salva todos los días, lo que nos vuelve eternos, lo que nos aleja del sinsentido en los que a ratos y a días se convierte la existencia. Igual, lectores míos, estáis de acuerdo conmigo al pensar en que cuando una persona se enamora de otra y resultar ser el amor en mayúsculas, cuando uno está inmerso en una historia de amor verdadero, en lo primero que se nota es que por fin uno se convierte en la persona que siempre ha querido ser. Y eso es algo a lo que todo mortal con conciencia debería aspirar. Ser quien siempre se ha deseado ser. De modo que como podéis presumir, al final, me decidí por aceptar el encargo de escribir una historia de amor. Eso sí, lo haría en tanto pudiese captar y retratar en negro sobre blanco ese poder de transformación para bien que posee el amor verdadero, porque con ese clase de amor que lejos está de poses y falsedades, lo que hay es lo que lo somos. Y espero de corazón, una vez escrito, haber conseguido atrapar un chachito de ese poder en poco más de diez mil palabras.



Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

lunes, 2 de octubre de 2017

Naturaleza sin pausa


La naturaleza sin pausa, ajena a todo. 
El gran espectáculo para los ojos que saben mirar. 
#naturalezasinpausa 



Una foto para octubre. 
Un abrazo a tod@s. 
© Alberto Fil

OFRENDA


Despertarse con ganas de comerse el cada día a bocados, de ponerle siempre a la vida color, sintiéndose dichosa es la mejor forma de amanecer. Despertarse sintiendo que invade tu ser una descomunal dosis de energía vitamínica y un batallón de buenas vibraciones, sentimientos y sensaciones es como despertarse las mañanas de Navidad. Y el común denominador de todos esos días es la ilusión. A cada uno le mueve diferentes cosas, personas, gustos, intereses, aficiones, pero detrás de todo siempre está la ilusión, ya que la ilusión es nuestro motor y sin ella no hay nada, no somos nada. Mi amiga Edurne siempre me dice que las bibliotecas le inspiran la misma sensación que la de una mañana de Navidad. Entiendo perfectamente a lo que se refiere puesto que a ella entrar en una biblioteca y la mañana de Navidad le producen la misma ilusión que a mí abrir los ojos con cada amanecer y ser consciente de que por delante tengo toda una aventura por vivir que se llama vida y con la que voy a tener experiencias de todo tipo que me harán sentir y avanzar, sabiendo que jamás me dejaran ni indiferente ni quieta en el mismo punto. Como también sabéis, lectores míos, que me produce una enorme y sincera ilusión el contar historias, el emprender viajes y el desembalar libros cuidadosamente elegidos por anticipado, y cómo no, y en ello quiero detenerme hoy: los días que preceden a la Navidad y por supuesto las mañanas de Navidad, es decir, las vacaciones de invierno. No sé en qué momento inconscientemente comienzo a preparar mentalmente la Navidad; no sé cuándo empiezo a ir pensando en los regalos inesperados y sorprendentes para cada uno de los seres que forman parte de mi cotidianidad, pues el tema "regalo" no es para mí un asunto menor ni trivial ni baladí; no sé en qué día y a qué hora emprendo el camino que me lleva a la época que más me gusta del año cuando una sonrisa divertida, franca y feliz se dibuja en mi rostro y se queda a vivir allí durante muchísimo tiempo. No sé si es que me tomo la Navidad demasiado en serio, pero más bien creo que me la tomo cómo lo que es, cómo lo que tiene que ser, cómo lo que significa para mí, es decir, la celebración de todo lo bueno que posee y representa el ser humano. Aunque la ejemplaridad del ser humano no debería ser la excepción sino la regla y no tendría por qué tener que conmemorarse para de ese modo poder subrayar, reseñar y resaltar lo obvio, en un mundo en el que existe a partes iguales el bien como el mal; bien caben unas semanas para que esa ejemplaridad sea la protagonista; bien caben unos días al año para que todos pensemos que lo que realmente nos hace grandes es el ser buenas personas, el ser el mejor ejemplo tanto para nosotros como para los que nos observan; bien caben unas horas para reivindicar que la fortuna de los agradecidos, honrados y bienintencionados siempre será mucho más poderosa y nos colmara de una mayor e intensa dicha que la de los seres de lúgubre corazón, funesto ánimo y malvada disposición. Por eso en los días de Navidad todavía debemos prestar más atención a todos aquellos que dan de corazón sin esperar nada a cambio, en esos días debemos aguarles la fiesta a los señores Scrooge de turno. Y debemos hacerlo con una sonrisa en los labios y diciéndoles, mirándolos a los ojos: «Jamás vais a poder con los bienintencionados y generosos de corazón.» Para luego, con alegría dedicarles tiempo y mimos a los que están a nuestro alrededor. Sabiendo que ese regalo que hemos preparado con tanto amor, no es un acto que se deba acoger como algo vacío de contenido o un consumir por consumir sino como lo que realmente es: una ofrenda al otro, un reconocimiento al otro. Pues con en ese regalo le estamos diciendo muchas cosas pero sobre todas ellas, una: «Gracias por existir.»


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz



** Scrooge era una persona mayor y sin amigos. Él vivía en su mundo, nada le agradaba y menos la Navidad, decía que eran paparruchadas. Tenía una rutina donde hacía lo mismo todos los días: caminar por el mismo lugar sin que nadie se parase a saludarlo. Scrooge vivía en un edificio tan frío y siniestro como él.


** Ofrenda: f. Dádiva o presente que se ofrece con respeto, gratitud o amor.

DESEMBALANDO HISTORIAS


«Hace algunas semanas me compré un catalejo.
Compro muy pocas cosas y, las que compro,
no hasta después de llevar mucho tiempo deseándolas,
por  lo que, cuando me hago con ellas,
ya estoy preparado para darles un uso perfecto
y extraer el máximo placer.»
―Henry David Thoreau―
[Diarios, 10 de abril de 1854]


Si alguien dice de mí que soy impulsiva esa es la mejor muestra de que no me conoce. Soy reflexiva sino no podría tener este oficio. Pero lo soy en todo en la vida, soy de las personas que sopesan los pros y los contras, de las que medita un buen argumento antes de dar una opinión y estoy siempre en disposición de con tranquilidad escuchar opiniones dispares con tal de confrontarlas con las mías para saber si mi postura sale reforzada o si estoy equivocada y antes de hablar o actuar debo cambiarla. Por ello, cuando hablo intento llevar conmigo una buena razón para poder defender siempre mi postura. Soy tan de medir las cosas y los actos, y sobre todo las palabras por qué sé de su valor, y soy tan de tener los pies en el suelo, que incluso no compro nada sin antes haberlo meditado mucho, para como Thoreau extraer el máximo placer al haberlas deseado en el tiempo y con constancia. Es decir, jamás compro fruto de un capricho y aunque lo comprado muy bien pueda ser algo nacido del deseo, nunca será de un deseo pasajero. Y del mismo como no soy amiga de la compra impulsiva, lo soy de la compra reposada y más cuando se trata de adquirir libros. Desconozco lectores míos de qué modo compráis vosotros los libros, de manera que yo ahora os voy a relatar la mía e igual coincidimos. Tomáoslo como un juego. Y para contar de dónde procede mi forma de comprar libros debo remontarme a cuando era niña: Hubo un tiempo en que comprar libros de una manera reposada estuvo a mi alcance gracias a que mi madre me hacía partícipe de un catálogo que era revista y que a su vez era librería y que te daba la oportunidad de durante al menos quince días sopesar, escoger, replantearte la compra, volver a elegir y comprar lo que más deseabas de todas aquellas páginas que se convertían para mí en el más maravilloso de los festines cada dos meses. Fue mi madre, como os he dicho, quien me acostumbró a ello y desde entonces mi forma preferida de aproximarme a los libros ha sido siempre esa, por fortuna con la llegada de las librerías virtuales a nuestras vidas he podido reencontrarme con ese forma pausada y delicada de comprar libros y he podido de ese modo quitarme de encima la inmediatez de la compra a la que quieras o no te empujan las librerías físicas. Y, será porque tengo las hechuras de la compra reposada, o porque no concibo mejor manera a la hora de adquirir libros que la elección en calma de un objeto que al ser mucho más que un objeto y que encierra tantos mundos requiere siempre de su poso y reposo, del silencio de la elección, y de la confianza en el instinto que sea por hábito o por su sagacidad nunca falla, que cuando compro libros también lo hago desde el deseo meditado, nunca del pasajero. Pero debo confesaros para ser totalmente honesta con vosotros que además de los motivos expuestos, quizás la principal razón de esa querencia mía por comprar los libros de ese modo es porque disfruto como una niña en el día de su cumpleaños del momento en el que tengo que desembalar el título elegido unos días antes y que todo él, ―al tenerlo por primera vez entre las manos―,  sea una sorpresa. Ya que hay en mí tanta ilusión en el instante de desembalarlo como cuando empiezo a leer las primeras líneas de la primera página, puesto que esos dos actos me confirman algo que yo ya sé por anticipado y es que estoy a punto de adentrarme en una nueva historia, en una nueva vida. Y ese, coincidiréis conmigo, que para un lector siempre es el mejor de los argumentos.
  

Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz

AL OTRO LADO DE LA PUERTA


Hay una pregunta que de tantas veces como ha pasado y sigue pasando por delante de mí me resulta tediosa desde su encabezamiento hasta contestarla. Y es esa que siempre comienza con: Si te fueras a una isla desierta… Al oírla en lo primero que pienso es que ojalá estuviese en ese preciso momento sola en esa misma isla para no tener que saber ni cómo sigue el enunciado, ni tener que contemplar cómo se abalanza sobre mí una cuestión cuyo objetivo sólo es el de que condense toda una vida en menos de que canta un gallo, como si escoger o resumir sólo fuese cuestión de blanco o negro. Cada vez que me encuentro en esa tesitura en la que veo venir galopando hacia mí el si te fueras a una isla desierta qué libro te llevarías contigo; o el, si te fueras a una isla desierta qué tres cosas te llevarías; o otra de similar, ―pues esta pregunta tiene no sé por qué una sorprendente infinidad de variables―, me invade un auténtico hastío y sólo tengo ganas de levantarme e irme a otro lugar. Sin embargo, el otro día, sin ni siquiera advertirlo mientras estábamos almorzando con unos amigos alguien la formuló pero rizando todavía más el rizo y soltó a bocajarro y para sorpresa de todos: «¿Si te fueras a una isla desierta preferirías permanecer en la isla diez años con una persona a la que adoras o un mes con una a la que no soportas?» Por unos minutos no pude parar de reír, porque la respuesta era más que obvia y de tan lógica como era, nadie puso sobre la mesa un argumento que defendiese la segunda opción. Por tanto, nadie le llevó la contraria al que dijo que permanecer un mes en una isla con alguien al que no soportas sería como permanecer en ella veinte años. Es más, encontramos acertado y muy pertinente el comentario. Sin embargo, no pude evitar que me asaltase la siguiente pregunta: «¿Si allí entre nosotros aun siendo amigos o conocidos había alguien al que yo en verdad no soportaba lo suficiente para pasar con él o con ella un mes en un lugar apartado y lejos de todo y de todos?» Y la respuesta no tardó en aflorar: «Sí». Entonces encontré en la pregunta su intención oculta: que era la de diferenciar entre los seres a los que detestamos y con los que no tenemos ningún trato, de los que sí que tratamos pero que en el fondo no soportamos. Y en el momento en que ves la trampa que encierra la pregunta, también ves el rostro de ese alguien con el que jamás te irías ni a una isla ni a ninguna parte y con el que no obstante tienes trato y frecuentas; al mismo tiempo que notas, ―al tomar conciencia de que por suerte tan sólo se trata de una suposición―, un alivio semejante al que hallas en el zaguán de tu casa cuando al cruzar el umbral de la puerta y cerrarla tras de ti, sabes qué es lo que se queda allí dentro contigo y lo qué se queda fuera, al otro lado de la puerta, en la calle, sin importante ni un comino. Pues es ahí en el zaguán de nuestra casa donde nos encontramos con el auténtico retrato de quiénes somos en realidad, de qué es lo que queremos en nuestra vida y qué no. En ese lugar considerado casi siempre como tan solo una zona de paso, cuando es en realidad reducto y morada, podemos reconocer si llevamos una vida plena ya que si nada te falta en ese zaguán es porque en tu vida está todo lo que tiene que estar. Todas las personas y cosas. No hay más. No es para nada complicado, ya que nuestra felicidad depende tanto de lo que está y de quien está en nuestra vida, como de lo que se queda al otro lado de la puerta. Tanto es así, que al cerrar la puerta, estamos echando el pestillo al fortín de lo que en verdad importa.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz