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lunes, 21 de marzo de 2022

21 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Ayer llegó la primavera con los sentidos rebosantes de amor. Cuando llegó me encontraba de camino a La Madriguera observando el cielo que en esa hora todavía contenía bastantes vestigios del invierno. Ciertamente, no estaba siendo uno de esos días en que la alegría de vivir te sale al paso. Todo lo contrario, deseaba por encima de todas las cosas una bebida caliente, un buen fuego y buena compañía, por ello me apuré en llegar lo antes posible. Regresaba de oír una sobria misa sin sermones en la pequeña iglesia a la que acudo habitualmente en honor a Santa Dorotea. La joven torturada y decapitada en el siglo tres por negarse a ensalzar como dioses a los hombres y adjurar de su fe en Cristo, que le envío desde el cielo en pleno invierno rosas y manzanas a su ejecutor. Mientras apuraba el paso pensaba en los distintos templos de fe y silencio donde la palabra de Dios ha sido confort para mí. Pensaba en que podría describirlos sin dificultad, a cada uno de ellos, y entonces fue cuando vi llegar la primavera. Por eso sé que llegó con los sentidos rebosantes de amor. Y lo hizo de la siguiente manera: En la hondonada en la que el sendero se adentra para seguidamente emerger como quien asciende desde el paraíso, millones de minúsculas flores se estaban abriendo a la vista de todos. Me detuve en seco. Observé a mi alrededor. No había nadie más. Maravillada miré al cielo y luego a la tierra. De repente, sentí como me embargaba una soledad distinta a las demás soledades. No quise alzar la voz, ni hablar, ni llamar a nadie, ni compartir. Estaba sola. Comprendí que deseaba estar sola. Quería estar sola. Obviamente, lo contaría después. Escribiría sobre ello con las horas. Pero entonces me vi como la única habitante y le di gracias a mi Dios. Sí, se lo agradecí. Le agradecí estar sola, que toda esa primavera que se mostraba ante mí, que se abría a mis ojos, por un instante fuese sólo mía. Se lo agradecí porque supe que la clase de soledad que experimentaba estaba repleta de amor. Algo nuevo que reconocería con el paso de los minutos se me entregaba. E intuí secretamente que el consuelo que encontraba todas las veces en los espacios abiertos era lo que siempre impediría que me derrumbase. Por propia experiencia sé que alguien como yo que se ha fortalecido desde temprana edad en la soledad jamás está ni se siente solo, pero aun así, un lugar donde apuntalarse es necesario. El mío lo tenía enfrente. El espacio abierto. La hondonada florecida o cualquier otro lugar a la intemperie, del que saberme parte ínfima de un todo inabarcable, me salvaría cada vez que necesitase salvarme. Es lo que supe. La confianza de saber que pertenezco a los espacios abiertos, porque en ellos habita para mí una soledad que rebosa amor y que no da miedo, fue muy probablemente lo que se me entregó ayer al llegar la primavera, la consciencia de esa confianza. Hoy, algo más de veinticuatro horas después, al escribir la entrada de este lunes en el diario natural, al repensar y releer lo escrito no me cabe la más mínima duda. La confianza de saber al lugar donde pertenezco (los espacios  abiertos) como la confianza de tener un lugar al que regresar (La Madriguera) es lo que da calidez y amplitud a mi existencia. Necesito que ambos sean lugares físicos. Lugares en los que sentarme y apoyar la espalda si me es menester. En los que adentrarme para hacerlos míos en la medida en que ellos se adueñan y pueblan mi soledad. No soy de depositar mi día de hoy, ni mi mañana, ni por supuesto mi soledad, en la volatilidad del sentimiento ajeno. Es decir, no deseo por nada del mundo que la plenitud de mi existencia, la soledad de mis días, la alegría de mi presente y la sonrisa en mi futuro esté ligada a la voluntad de otro humano. Considero tristísimo y de una inmadurez insana que el cariz de las jornadas de una mujer o de un hombre adulto dependa del capricho de otra persona. No me gustaría verme en esa tesitura, y mucho menos, tal como los años van acumulándose. Es muy cierto que este rasgo tan marcado de mi personalidad, es característico en las gentes que somos indisociables del mundo natural. Ya que es bien sabido que lo tenemos todo, si al amanecer delante de nosotros hay un espacio abierto y detrás un refugio que habitar al anochecer.  


“Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza. Salmo 56 : 3”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 21 de Marzo de 2022 )