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sábado, 24 de diciembre de 2022

24 de Diciembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Oigo desde aquí, desde La Madriguera, no tan lejos los cascabeles del trineo de Santa Claus aproximándose a nosotras. El cielo está estrellado. Puedo coger el frío con las manos. Abro la boca y dibujo con el vaho figuritas parecidas a las de mazapán. Esta noche es Nochebuena,  y mañana, Navidad. La mesa está puesta. Los vestidos son de fiesta. La cocina huele que alimenta. Rica, muy ricamente. Los villancicos flotan en el aire formándose en melodías, y  seguidamente, en canción que se tararea y se canta. Espero ilusionada la llegada de los invitados, para después, juntos cenar festivamente y recibir, también juntos, los regalos de Santa Claus. Nuna está pegada a mí, me acompaña a todas partes, se sienta a mis pies, ahora mismo, me imita. Con el vaho de  su boca  también dibuja figuritas que se parecen a las de mazapán. Le acaricio el pelaje. Y debajo de las orejas. Ella inclina su cabeza buscando la palma de mi mano. Cierra los ojos al hacerlo. Le recorro la columna vertebral. Mis dedos se enredan con sus rizos. Noto como a toda ella le recorre un calambre de placer. Le rasco las posaderas, y ríe, ríe, ríe, mi niña de cuatro patas. Me mira francamente como siempre hace con sus enormes ojos negros. No tiene dobleces. 《¿Quieres que te cuente un cuento de Navidad?》, le pregunto. Ama oírme hablar, que le cuente cuentos, que me refiera a ella, que le lea los textos que escribo, como si los escribiésemos a medias. Comprendo cuánto le está gustando una narración, cuando cambia de posición para acomodarse mejor. En este momento, ahorita mismo, se sienta frente a mí. Atenta a mi voz. Sonrío. Así que improviso un cuento para ella, aquí, afuera en el exterior. Lo invento sobre la marcha, mientras la tarde se desliza hacia la noche más mágica.  “El niño camina sobre la nieve. Su liviano cuerpo impide que se hunda en ella. Ni siquiera deja huellas. El niño a ciencia cierta sabe adónde va. Llega a la construcción que desde hace más de cien años acoge una encantadora  iglesia entre sus paredes. Como no tiene fuerza para abrir el portón, y además su altura apenas le da para alcanzar la manilla y doblar el picaporte, se escurre por el agujero que a los feligreses les sirve para dejar limosna para los más necesitados (en forma de pasteles, ollas con sopa y prendas de abrigo) a cualquier hora del día o de la noche. El niño atraviesa la puertecita batiente del agujero y en un tris se encuentra dentro del pequeño templo. Nada más cruzar oye las voces del coro que a esa hora ensaya. Una amplia sonrisa se le dibuja en el rostro. En primer lugar se dirige como un autómata a la pila bautismal, moja sus deditos en el agua bendita y se persigna. A continuación, se sienta en uno de los primeros bancos, y al poco, canta con entusiasmo y voz clara (para sus adentros) la canción que está interpretando el coro. 《¡Blas, Blas, Blas!》, minutos después le llama Adelaida Whitaker. La puertorriqueña de Minnesota cantante de góspel que dirige el coro y sostiene la batuta con una mezcla de generosidad y firmeza digna de ver. El niño sale de su ensimismamiento musical con dulzura. Abre los ojos de tal manera que abiertos se quedan como dos pequeñas lunas en su plenilunio. Sorprendido de que Adelaida Whitaker sepa su nombre. Ruborizado cuando la ve caminar hacia él y tenderle la mano. Sin comprender muy bien la razón coloca su manita en el interior de la mano de la mujer. Se levanta y camina junto a ella. Avanza por la iglesia con ella. La voz de contralto de Adelaida Whitaker le llega desde las alturas, desciende hacia él como una bendición: 《Hoy  vas a cantar, Blas》, le indica la mujer.《¿Por qué?》 , se atreve a preguntar. En un acto que le parece de lo más valiente y audaz. 《Porque esta noche es Nochebuena, y mañana, Navidad》, le responde. Y, Blas, el niño Blas, se siente enorme y feliz. Como todo buen corazón agradecido,  y espíritu honesto y justo, debe sentirse en una noche como la del día de hoy. ¡Feliz Navidad, Nuna! ¡Feliz Navidad, mi amor!“



¡Feliz Navidad!


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 24 de Diciembre de 2022. Nochebuena)

domingo, 11 de diciembre de 2022

11 de Diciembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Tercer domingo de Adviento. Enciendo la vela de la alegría. La tempestad continúa afuera en el exterior. Echo muchísimo de menos el camino y contemplar las colinas de Ngong. A veces, me escapo. Camino con dificultad sobre la nieve, con las raquetas, con los esquís de fondo, con lo que sea con tal de reencontrarme con ellas. Sonrío ampliamente al contemplarlas, llena de alegría como el que llega a casa. Seguidamente regreso a La Madriguera, satisfecha por la gallardía, por haber saciado mis ansias a pesar de la dificultad. Regreso al hogar donde en mitad de la rutina organizo o improviso cada día al menos una tarea que honre la Navidad. Día tras día las alegres tareas se suceden como una ristra de buenas vibraciones y buenos deseos. Comenzamos el tres de diciembre decorando La Madriguera, y a ese tres, le sucedieron los siguientes: ya sea, yendo a comprar un delicioso panetone; montando cuidadosamente y al detalle el árbol el día ocho (siempre el día ocho, como manda la tradición cristiana); cantando villancicos; comiendo turrón; pensando el menú de Nochebuena; ideando mesas; escogiendo manteles; compartiendo momentos entrañables y prenavideños con amigos al caer la tarde; eligiendo regalos; disfrutando al ver la sorpresa y la alegría en ojos amados al abrir los cajoncitos del calendario de Adviento; viendo películas en la noche al abrigo de un buen fuego con las lucecitas del árbol de Navidad como fondo; riendo, riendo mucho, alegres, porque la Navidad para mí se trata de eso, de que su espíritu, la alegría de vivir se manifieste (durante diciembre, con el Adviento) en cada uno de nuestros actos todavía más que el resto del año; recuperando antiguas recetas de galletas que huelen a licor y especias secretas; creando un centro de mesa como un altar al que adorar; escribiendo en el diario (mientras los ojos se están cerrando de sueño tras un ajetreado día ) con la ilusión del niño en víspera de Reyes; respirando, respirando Navidad; sintiendo, sintiendo la Navidad por los cuatro costados; soñando con bailes infinitos y eternos en pleno invierno cuando la estrella de Navidad a punto está de iluminar el cielo; contándole a Nuna un cuento que con ojos sinceros y atentos, escucha: “Esta es una fría noche de invierno. Junto al fuego, descansa María con su chiquitín en brazos. Las llamas menguan. La leña se acaba más rápidamente de lo esperado. Avivan las brasas. El calor en el pesebre desciende. José marcha en busca de leños. María tiembla con el Rey Dios en brazos. Pide ayuda al buey que profundamente duerme,  y no obtiene respuesta: 《Buey, buey, enorme buey, ayúdame》. Pide ayuda a la mula que  la ignora aletargada como está por el cansancio del viaje hasta Belén: 《Ayúdanos, querida 》. Pide ayuda al gallo que canta alto y altanero sin atender a otras voces, ni siquiera a la de María: 《Ayúdame, gallo querido 》. Aprieta contra sí a su niño. Cierra los ojos. Pide el favor de Dios. Abre los ojos. El trino de un pájaro la solivianta. Le da esperanza. 《Ayúdame, pajarito》. El pájaro alza el vuelo, se posa y vuelve a volar. Directo va a su nido. Lo deshace ramita a ramita. Lo deposita con cuidado sobre las brasas que son ceniza. María aviva el fuego con los rescoldos y las ramitas del nido. Pero no es suficiente. El pájaro bate las alas tan cerca, tan cerquita del fuego, que cuando éste en verdad prende, la llama quema su pecho y parte de su rostro. Pero incluso así, determinado y valiente, el pájaro no deja de aletear con tal de que el niño Dios entre en calor. Agradecida, María, con sincera alegría, petirrojo (pecho rojo) llama al único animal que (de entre todos) en verdad les ha auxiliado a riesgo de perder la vida. Y en ese preciso instante con el pajarito de pecho rojo y los descendientes que están por venir, una nueva especie natural, viva y hermosa es creada por Dios; símbolo de generosidad, valentía, bondad y alegría de vivir.”



¡Feliz Navidad!


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 11 de Diciembre de 2022. Tercer domingo de Adviento)

martes, 6 de diciembre de 2022

6 de Diciembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬



Amanezco e invernal me visto. Los tibios rayos de sol, haciendo gala de su valentía, bañan La Madriguera. Iluminándola. La luz no deja de ser el más esperanzador de los milagros. Algunos de ellos acarician mi rostro y mi rincón de trabajo. Son las primeras horas de la mañana. Avanzo en el trabajo: escribo. En estos días de tempestad el camino se ha vuelto impracticable.  No sólo el camino, también el afuera en el exterior. Atrás quedó noviembre mostrando un año más sus hechuras de superviviente, con esa forma tan determinada de creer. Con el undécimo del año me vestí con trajes distintos, con nuevos comienzos, con desafiantes aventuras por estrenar. Lo hice con valor, haciendo mío el riesgo y el desafío, defendiéndolos. Así soy yo. Empecé a impartir clases de escritura terapéutica en un seminario, comencé una nueva novela, y escribí el primer borrador de una obra de teatro por encargo en el que la protagonista es una afinadora de pianos llamada Little Holly Howard. Este es mi presente. Con todo, mis viejas y benditas rutinas, se han visto totalmente alteradas, modificadas, dando paso a las nuevas. Al priorizar: el camino y los entrenos se han impuesto al jardín. No tuve más remedio que contratar los servicios de ‘La excelente Tudie’, una empresa de mantenimiento de jardines. Por otra parte, los diarios han quedado relegados, guardados bajo llave en el cajón del escritorio a la espera del momento íntimo y oportuno. Un momento como este. En el que me permito escribir alejándome de las ficciones. En el que la narración es el relato de mi entorno. En el que el texto toma forma de río que discurre. Por ejemplo, ahorita mismo, mientras mi mente vive a lo grande entre palabras, y en mi corazón habita la alegría del diciembre, si alzo la vista desde la página del diario del discurrir veo: en la chimenea de La Madriguera arder un buen fuego; Nuna durmiendo serenamente, abrazada a Saboc su cojín preferido; adornos de Navidad aquí y allá; un flamante árbol donde las lucecitas asoman tímidamente hasta alumbrar la oscuridad de la noche; dulces preparados para ser degustados a cualquier hora (turrones distintos, un sabroso panetone de pera y chocolate de a kilo debajo de una campana de cristal, bombones de frambuesa, de caramelo salado, de avellanas, galletas de chocolate y muñecos de jengibre); y el calendario de Adviento poblado de éxito y de magia a medio abrir. Veo belleza. Belleza que reconforta. Lo que contemplo me hace sentir en calma y bien. Bendecida por mi Dios. Agradecida. Siempre agradecida. Es un hecho que mi hogar luce todavía más bonito con la decoración navideña. Es con la contemplación, al tomar conciencia de la fortuna de saberme viva en el aquí y en el ahora, en la magia de la Navidad, cuando sé (sin ninguna duda) de qué tratará la próxima clase a impartir. Haré que mis alumnos reflexionen, sientan, vivan, piensen, escriban sobre la grandeza de seguir vivos en Navidad. Haré que experimenten la dicha de poder vivir una Navidad más, tras once meses en los que la vida jamás se detiene, ni para lo bueno, ni para lo malo. Haré que aprendan como yo hago año tras año a atesorar con palabras la Navidad y lo que el recuerdo de su vivencia significa en la historia personal de cada uno. Y, pensando en ello, divirtiéndome al mentalmente estructurar la clase e imaginar sus caras recordando su mejor Navidad, de repente mi mano se desliza sobre la superficie de la mesa de trabajo. Abre un cajón.  Toma papel y sobre. Sin mirar, sólo por instinto. Mi yo abandona por un momento el diario. Algo dentro de mí me llama a escribirle en esta mañana profundamente invernal a Santa Claus. Sé que bailar, no dejar de bailar, poder bailar hasta el fin de los tiempos, hasta el infinito será mi primer deseo a pedir. 


¡Feliz Navidad!


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 6 de Diciembre de 2022 ) 

jueves, 27 de octubre de 2022

27 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Huele el cielo a melocotón en almíbar. Es lo que pensé anoche al asomarme al jardín minutos antes de apagar las luces y acostarme en el refugio verde de La Madriguera. Ante mi observación un pensamiento vagabundo me señaló: 《Es el octubre que se va, y el noviembre que llega. Es tu granja en África. Es estar en el lugar que amas estar. Es la recompensa al valor》. Me dormí con la dulce sensación del deber cumplido. Al rato desperté creyendo dormir en la bodega de un barco. Llovía a mares. Llovía mucho, muchísimo. Sonreí. Sentí la alegría de la lluvia bendita debajo de mis párpados y volví a dormirme. Esa vez profundamente hasta el amanecer. El de hoy. El último jueves del décimo del año. Cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día de este otoño y del invierno que le sucederá son para mí el regalo más preciado. Por ansiados, deseados y esperados. Porque en ellos habito la felicidad. De modo, que a primera hora salgo al camino, radiante con una sonrisa imposible de derrotar. Nuna me sigue. No. Miento. Nuna va conmigo a la par. A la misma altura. Cada una por un margen. A veces, me mira. A veces, soy yo la que la mira. Reímos. Hablamos. Soñamos despiertas. Entretanto nuestros pies se acompasan a la frecuencia en la que viven nuestros corazones. Ahí, en esa armonía, es donde la vida fluye. Donde todo es perfecto. Donde todo está bien. Donde la dicha no es una cara opción ni una lejana utopía. Ahí, la dicha: es. En esta mañana en particular, yo, instintivamente esquivo los charcos; Nuna, no. Ama los charcos, la mar, lo ríos, los lagos, el agua en su caminar. Al llegar a La Madriguera la tendré que duchar. No importa. Me agrada. Pero, ahora, en este instante el mundo es nuestro. El planeta Tierra, también. Nuestras huellas se dibujan en el barro. Todos sabrán que por aquí hemos pasado o tal vez no. Quizás nuestros pasos a nadie le interesen, ¿pero, y qué? Nos tenemos la una a la otra. Nos basta. Hace ya un rato que dejamos atrás las colinas de Ngong y su belleza. Delante de nosotras todo es pradera. Pradera de otoño. Marrón, naranja, chocolate, ocre y canela. Una extensión que te invita a correr. Ella corre. Yo no. Todavía, no. Todo llegará. Soy hija de Dios. Por fortuna, todos somos hijos de Dios. Incluso los descreídos y los que no se santiguan. De igual manera los que se alejan de la fe. Pienso en lo pobre que tiene que resultar un espíritu, una existencia, una vida sin fe. Debe ser como caer conociendo que nadie te va a sostener, o acostarse sin la esperanza que lleva consigo el amanecer, o transitar de un año a otro sin Navidad. 《¡Nuna, recuérdame que haga hoy el pedido de bulbos!》, le indico a mi muchacha de cuatro patas. Confieso recordar mejor los recados si se los listo en voz alta. Ella me mira, viene hacia mí, corre, salta y me besa. Sostengo sus patas y su fuerza en el aire antes de que nuestras cabezas choquen. Debo proteger la nariz de la más débil. Mi nariz. Río. Es tan feliz conmigo, como yo con ella. Le recuerdo también que además del pedido de bulbos en la granja de los Rubens, tenemos que ir, sí o sí, a recoger los disfraces de Halloween. Allá en la gran casa del otro lado de la colina. Donde las antiguas modistas. Donde en otra época arribaban en primer lugar de todos las noticias del gran mundo y las novelas por suscripción. Y es que está a punto de llegar la noche en la que la línea que separa a los que están, de los que no, de tan fina como es desaparece. Una vez en ella: encenderemos velas, vaciaremos calabazas, comeremos tarta, beberemos mejunjes de destilerías caseras, danzaremos disfrazados, hermanaremos nuestras suertes y destinos con los amores que nos protegen; y octubre se deslizará hacia un noviembre hecho de ovillos de lana y bizcochos de almendra y manzana. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 27 de Octubre de 2022 )

domingo, 23 de octubre de 2022

23 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬

El jardín de La Madriguera como la bella durmiente, duerme. Lo observo muda de admiración. Observo su individualidad, su independencia. No necesita nada de mí, ni de nadie. Sólo cerrar los ojos y descansar un otoño, un invierno como los huesos en la noche. Estoy preparando un guiso de secreto, corazones de alcachofas y patatas. Los guisos son mi cocinado preferido, indistintamente de cuales sean sus ingredientes. Pienso en lo agradecida que es la cocina de otoño. Cocino al chup chup en compañía de Nuna que pasa la mañana de domingo ajena a todo dormitando en el vientre de La Madriguera. Saco de la alacena una antigua sopera con forma de ollita que adquirí en el Condado de Trafegar. Para mi sorpresa se ha vuelto en un enser imprescindible en mi cocina. Una vez retirado del fuego tengo por costumbre verter el guiso en su interior para que repose hasta la hora de comer. Es como rematar el trabajo. El lazo del regalo. La guinda del pastel. El aplauso silencioso. El clima en este fin de semana es como un ensayo general del invierno que está por venir. En la noche del viernes las temperaturas se desplomaron y, al amanecer, insensato fue quien no corrió a por ropa de abrigo. Al vestirme estrené mis nuevos pantalones de pana beige y un grueso y amplio jersey de lana gris de cuello vuelto. Bien abrigada y con el otoño en su esplendor vistiéndose de invierno no podía desaprovechar el sábado y que el día acabase convirtiéndose en una jornada sin gracia, ni interés. Y no lo fue. Decididamente, no lo fue. El de ayer resultó ser uno de esos sábados perfectos. Pasaban las horas e iba volviéndose redondo. Todo lo que tenía en mente fue desarrollándose según lo previsto; e incluso, de manera inexplicable tuve espacio y tiempo para lo que de verdad importa. Fui a la floristería y compré un ramo de hortensias, rosas, claveles y eucalipto para vestir en el día de hoy La Madriguera de domingo. Al salir como en una ensoñación vi a Denys (frente a mí) debajo del árbol donde yo tenía aparcada la camioneta. 《La muerte no es nada, el invierno no es nada. Porque las llamas, el fuego han reavivado los altares caídos de mi juventud en la hierba junto a la fuente》, le dije sonriendo mientras me acercaba. Él sonrió, también. Anchamente. Liberadoramente. 《Admitámoslo tenemos un talento innato para hacernos felices cuando nadie nos ve》, me indicó mirándome directamente a los ojos. No aparte mi mirada de la suya. Mis ojos de los suyos. Una ardilla escalando el árbol nos ayudó a deshacernos el uno del otro. 《Hasta la próxima 》, murmuró él visiblemente molesto. Dejé el ramo en el asiento de atrás de la camioneta, el del copiloto es para Nuna. 《Sube. Conduce tú 》, le dije a Denys. Nuna ladró y me dejó un espacio en su asiento para que me sentase con ella. Nos sentamos. Él hizo lo propio. Se sentó y encendió el motor. Conecté la radio. Pusieron una vieja canción que nos satisfizo a los tres. Days like this de Van Morrison. Denys tamborileó los dedos en el volante siguiendo la música, Nuna apoyó su barbilla en el brazo de Denys. Se miraron con confianza. Sonreí. De hecho hoy todavía asoma en mi rostro y en mi corazón la sonrisa de ese momento. Contemplé el exterior del habitáculo por la ventanilla. Estaban adornando las calles para Halloween. Luego posé mis ojos sobre la belleza serena de Denys, de Nuna y del horizonte. Así por ese orden. Kilómetros juntos; pensé, pensó, pensamos. Como siempre nos ha sucedido. Ninguno deseaba nada distinto. Soy absolutamente consciente de que en este punto de la vida, sea por el coste de vivir, por la edad, o por la magia que encierran los amores verdaderos la distancia física no existe. No está. Si estiro el brazo acaricio con la mano el rostro de Denys como el de Nuna; y no es ayer, ni hoy, ni mañana. Es ahora mismo. Y, cuando recojo ese mismo brazo, son sus besos lo que tengo depositado en la palma de mi mano, es su amor por mí. Mi bendición. 



 María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 23 de Octubre de 2022 ) 

domingo, 16 de octubre de 2022

16 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬

Son las nueve menos cuarto. Cruzo la puerta del porche. Dejo tras de mí remolinos de polvo y ramas moviéndose de manera desaforada, rompiéndose en dos. El interior de La Madriguera resulta más confortable y aislado de lo habitual. Sonrío agradecida. Acabo de dar una vuelta afuera por el exterior. He estirado las piernas y caminado sólo unos metros. Los kilómetros y el día de hoy son incompatibles. Un fuerte viento azota el mundo natural que habito. Resulta imposible caminar y no salir volando. No importa. Los sábados y domingos me gusta cocinar con más detenimiento. A ser posible volcarme en el cocinado. Entro en la cocina y lo primero que hago es sacar del frigorífico el salmón para que esté a temperatura ambiente cuando lo meta en el horno. No voy a complicarme la vida, cocinaré una rica sopa de primero y salmón fácil de segundo. Enciendo la radio. Las voces familiares se acoplan a mi ritmo de trabajo. Mientras cocino, hablo con ellas, les doy la razón o se la quito. Asiento y disiento con los comentarios de los tertulianos políticos. Sigo la política como quien sigue una comedia de televisión, las más de las veces: absurda, poco creíble, incluso con tintes de vodevil. Sintiéndolo mucho no puedo tomarme a los políticos en serio mientras el coste para ellos de las decisiones que adoptan y de las medidas que imponen sea cero, y no respondan (como hacemos el resto) personalmente con el patrimonio y la libertad. Pienso en el postre, en si decantarme por una macedonia o por la tarta de calabaza que compré ayer en la pastelería. En este momento estoy a gusto, muy a gusto. No sé la de veces en que reparo en que si bien soy contadora de historias, y escribir, es mi razón de ser y mi trabajo; lo de cocinar va inmediatamente después. En el orden de trabajos predilectos, escribir está en primer lugar, y cocinar, en segundo. Y, de haber un tercer lugar, sería sin ninguna duda para el trabajo de levantar mesas. Muy lejos queda (lo reconozco) mi faceta de jardinera que en importancia existe no como un trabajo sino sólo como un ocio de los muchos que tengo. Supongo que el ser diligente y nada perezosa ayuda a que las jornadas cundan para tanto camino, trabajo, actividad y ocio. Lo cierto es que cundir, cunden. Me cunden. Precaliento el horno y saco el beicon ahumado para filetearlo a mi gusto y cortar unas lonchas a trocitos. Huele que alimenta. No tardaré en hacerme un bocadillo de algo, de lo que sea. También saco dos tomates pequeños, los lavo, corto lo que no me sirve y hago rodajas con el resto. Busco en la despensa un bote de cebolla caramelizada y lo abro. Es una suerte poder contar con productos de alta calidad que te permiten avanzar y no tener que hacer mil elaboraciones para un solo plato. Cubro el fondo de una fuente con láminas de beicon. Y sobre él, coloco tres rodajas de tomate y encima el salmón salpimentado. Sobre éste reparto el beicon a trocitos y la cebolla caramelizada. Ya puedo meterlo en el horno. Lo meto y quedo a la espera de que me hable y me diga: 《Ñam, ñam. Ya puedes comerme》. Suelo cocinar temprano para tener el resto de la mañana libre. Así que entretanto que el salmón, el beicon, el tomate y la cebolla se funden en un solo sabor, preparo los ingredientes para hacer la sopa y los dejo listos para cocinarlos al mediodía. Lo del postre será fácil, he optado por la tarta. Con lo cual el tiempo que resta hasta la hora de comer lo emplearé en levantar una coqueta mesa de otoño; y escuchar después, una hermosa canción africana. Lo que es lo mismo que seguir con la relectura del volumen de cartas de la baronesa Blixen, desde mi edad actual, desde mi existencia de ahora, desde La Madriguera a los pies de mis propias colinas de Ngong, sintiendo el abrazo de Denys buena parte del tiempo. No es que busque contarme a mí misma una historia que ya conozco desde otro punto de la vida. No. Al menos no se trata sólo de eso. O, mejor dicho, principalmente no se trata de eso. La realidad es que releo a Blixen cada vez que necesito sentirme todavía más en casa de lo que ya me siento, de lo que ya lo estoy. Es algo muy mío, muy íntimo. Así lleva sucediéndome desde décadas. De manera que aunque parezca que la sociedad, el entorno, incluso el suelo que una pisa esté siempre en constante movimiento; África y su canción, no. Si mis particulares colinas de Ngong provocan en mí un sentimiento de pertenencia, seguridad y hogar; las vivencias de la baronesa, sus cartas, su manera de contarme África me dan amparo. Son para mí como entrar en una cabaña dejando la ventisca y la tempestad a mi espalda, y encontrarme un buen fuego. 《 Y a Denys 》, me indica Denys desde el abrazo, la viveza azul de su mirada y la sonrisa del que conoce. Y yo asiento con la cabeza y sonrío con los ojos.



"No, verás, tengo que ser yo misma. Ser algo en mí misma. Tener, poseer algo que realmente sea mío y que sea yo, para poder vivir, pura y simplemente vivir, y para poder vivir y pensar que sigo poseyendo la indescriptible felicidad en mi vida que es para mí el amor a Denys. [Karen Blixen / 1.4.1926]”



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 16 de Octubre de 2022 )

lunes, 10 de octubre de 2022

10 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En este instante de la tarde del segundo lunes de octubre oigo a lo lejos desde el porche las voces bajas que trae consigo el viento antes de alzarse. Respiro. El aire picante del otoño, su olor dulzón y especiado me inunda todos los sentidos a través de las fosas nasales. Ahora respirar es algo distinto. Nuevo. Liberador. No siempre ha sido así. En uno de los primeros días de agosto, después de comer y tras jugar una buena media hora con Nuna, nos besamos con tanta pasión que noté como mi nariz se desplazaba a la izquierda y comprendí que mi amada niña de cuatro patas fortuitamente con un cabezazo (de schnauzer gigante de sesenta kilos) me la había roto. En segundos dejé de respirar y la sangre me cubrió parte del rostro y las manos. El dolor vino después cuando la sangre se detuvo y comencé con los minutos, poquito a poco, a respirar de nuevo. Aun así no me preocupó demasiado. Pensé que en comparación con el dolor soportado en los últimos años por el accidente, una nariz rota no era nada del otro mundo. Horas después en urgencias del hospital intuí llena de gratitud que Nuna me había hecho una rinoplastia limpia y perfecta, sin necesidad de una intervención programada, ya que respiraba como nunca lo había hecho antes. Además externamente mi narizota seguía en su sitio, cierto que de manera exagerada y con el tabique desplazado, pero no para (con el tiempo) requerir la ayuda de un cirujano plástico. 《Respiro. Respiro sin ningún problema. Esa es la utilidad de una nariz. Todo irá bien. Soy hija de Dios》, me dije. Y todo fue bien. Todo está bien. Respiro. Gracias a Dios, respiro. La nariz cumple con su finalidad y el tapón que notaba de continuo en su interior desapareció con el golpe. Las cuatro y doce de la tarde. Dejo tras de mí el porche, entro en La Madriguera, y me siento a escribir en mi mesa de trabajo. Existir es extraño. La vida instintivamente nos lleva del dolor a la alegría, de la tragedia a la gratitud, de la muerte a la vida y de la vida a la muerte. No sólo debo agradecerle a mi peluda esta renovada y magnífica forma de respirar, también le agradezco el haber podido contemplar por primera vez mi cráneo, mi cabeza, desde otra perspectiva. Fue tan grande la alegría que me causó tener su radiografía, poder (desde fuera) ver en un nítido retrato el espacio donde nacen todas las historias de la contadora; el primer lugar, donde palabra a palabra se escriben las novelas, los diarios y cada uno de mis textos; y, donde los pensamientos vagabundos toman forma; que le pregunté al traumatólogo si podía quedármelo para enmarcarlo. Asintió, no sin mostrarme su cara de asombro antes de sonreír. Lo descoloqué con mi petición. Recuerdo en este punto a Denys, las veces en que me ha confesado que tiendo a descolocarlo, y sonrío. Unos días después con la nariz hinchada y adormecida, la frente y los dientes doloridos, los moretones de debajo de los ojos (característicos de una nariz rota) a modo de pintura de guerra y mi retrato metido en un sobre, Nuna y yo subimos a la camioneta, y nos fuimos a buscar y comprar el marco ideal para enmarcarme. Desde entonces, confieso que son más las veces que me miro en él que en el espejo, y, en incontables ocasiones, frente a él me oigo decir: 《Ahora lo sé 》. Reparando en que ese "ahora lo sé" no se refiere sólo a que ahora sé qué siente el protagonista o el secundario de una película cuando le rompen de un puñetazo la nariz. No. Ese "ahora lo sé" encierra la inmensa experiencia extraída del coste de vivir, sobre todo de la dureza de estos desafiantes años veinte; y, también revela (quizás) lo más importante: el que por fin, alejada de todo ruido, sé quién soy y por qué soy como soy, cuáles son mis deseos y voluntades y cuáles no, por lo qué bien vale esforzarme y por lo qué ya no, y, a quién y qué amo y a quién o a qué no. En definitiva, ese “ahora lo sé” me descubre a la María actual, a la veterana de guerra, y la amo y en ella me reafirmo. Una y mil veces. La abrazo hasta no poder más, hasta que la luna descienda de los cielos. Como Denys me abraza. Denys que siempre creyó y cree en mí por encima de todas las cosas. ¡Ay, mi nariz rota! En veinte días sanó. Tengo una muesca más en mi haber. Me detengo en la lección aprendida. La que enseña que la vida nunca se detiene, que nos destroza mientras Dios nos cubre de bendiciones y de amor. Por ellas, por las bendiciones y el amor, lo que sea menester. Qué nos desgarre la vida, qué nos arranque la piel a tiras hasta llegar a viejos cuando no sirvamos ni como relleno de un salchichón. Lo que sea, con tal de no morir jóvenes dejando un bonito cadáver. Eso sí que es una faena, y no, las muescas por el coste de vivir. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 10 de Octubre de 2022 )

lunes, 3 de octubre de 2022

3 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Acabo de encender el primer fuego del otoño. El primero de la temporada. El día venía demandándolo desde primera hora. Y, en ésta, con la luz dorada del otoño iluminando La Madriguera como oro viejo, he decidido prenderlo antes de sentarme a escribir. Anoche soñé con Denys. De nuevo. Otra vez. Soñar con Denys (más allá de las características del sueño) me reconforta. Tiene su explicación. Soy de pensar que quien bien te quiere se queda para siempre contigo, aunque físicamente no lo esté. Vivo o muerto se queda a tu lado y en tu existencia (que ciertamente también es la suya) como una presencia, sensación, sueño que reconforta e impide sentirte a solas. Está en el abrazo que te envuelve como una caricia cuando nadie mira, en el respirar al permanecer en absoluto silencio, en esa mirada distraída al cielo mientras otras voces hablan alrededor de ti, en la energía que como una ráfaga cruza la estancia y rompe tu concentración haciéndote voltear la cabeza, en los pasos invisibles que oyes a la que te descuidas y dibujan una enorme sonrisa en tu rostro. Pocas certezas ha habido (desde que el mundo es mundo) tan ciertas como que quien te ama en serio no te abandona jamás. Y, ahora, regresando al sueño: soñé que cocinaba uno de mis platos preferidos para Denys, y él, sonreía y reía, guapísimo como es. El gran acto de amor que para mí es cocinar sea para uno mismo o para los otros, en el sueño cobraba su significado. Cocinaba para el amor. Dicen que Universo guarda en sus entrañas para cada persona dos amores verdaderos. Entendiendo el amor verdadero como el transformador. El que te convierte en otra persona distinta y mejor a la que eras antes de conocerlo. El que te hace por vez primera sentirte en casa y acaba siendo hogar. A unas pocas semanas de cumplir los cuarenta y nueve años me satisface comprobar cuán llena de amor verdadero está mi existencia. Cuatro. Cuatro son mis amores verdaderos. Nuna, mi hermosa niña de cuatro patas; la literatura, oficio y razón de ser; mi marido, al que conocí con veinte años; y, Denys, al que conocí una fría mañana de enero al poco de cumplir los veintisiete. Los cuatro paulatinamente me han convertido en la mujer que soy hoy. No me sonroja escribir que estoy muy orgullosa de esa mujer. Ya lo creo que sí. De sus valores y valentía, de su fortaleza, determinación y talento, de que sepa estar a la altura a pesar y más allá de las circunstancias, de como sabe ser justa y leal a sus principios, y cuidar de sí misma. Luego, por otra parte y más a disgusto está el continente, el cuerpo, que abarca todo lo que soy. Si bien es verdad que el cuerpo no es mérito ni demérito de uno, sino que obedece a la genética que te ha tocado en suertes; cierto es, que a esta edad las costuras saltan y el cuerpo va tomando la forma que le viene en gana. Con lo cual está lógicamente mucho más viejo, maduro, gordo, canoso y cansado que hace una década. Un cuerpo, el mío, que actualmente precisa de deporte diario, que en algunos tramos de la jornada necesita apoyarse en un bastón, que se duerme por las noches en el punto álgido del capítulo de una serie, y, que por lo contrario, sonríe inmensamente feliz por cada poro de su piel cuando al despertar toma conciencia de la mujer que contiene en su interior y de la vida de fe y esplendor que esa mujer ha logrado alcanzar, y todo porque en su vida el amor que hay es del verdadero. Y ha descubierto que sólo el amor verdadero, es lo que nos vuelve inmortales. Sin pretenderlo, casi olvido darle la bienvenida a octubre, darle la bienvenida al décimo del año, enredando como estoy con palabras y amores en esta primera entrada del mes. De modo, que para hacerlo, regreso de nuevo a Denys. Al otoño de Denys y con Denys. A mi otoño. A las palabras sencillas y sabias de Denys. Con ellas brotando de su boca, de sus hermosos labios, octubre no ha podido comenzar mejor. Anoche en el sueño, sentado a la mesa, en la mesa que expresamente levanté para él, leyendo en mi rostro la sorpresa y la gratitud por tenerlo al alcance de mis manos y mis ojos, me recordó algo que suele decirme cuando lo inesperado se cuela en la bendita rutina de nuestros días:《Dios creo la tierra redonda para que no pudiéramos ver el final del camino. 》 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 3 de Octubre de 2022 ) 

martes, 27 de septiembre de 2022

27 de Septiembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Son las seis y diez de la mañana. Todavía es de noche. Aun así, como todos los días, abro la puerta de La Madriguera que da al jardín y pongo los pies en el porche. Huelo el aire fresco del amanecer. El mundo natural que desde hace meses huele a verde, a menta, a hierbabuena; en la mañana de hoy, huele al otoño que llega. Mi nariz percibe sin dificultad el olor dulzón y especiado del otoño. Un olor que con el paso de los días irá a más, hasta reconfortar al invierno que llevo dentro. Por fin. Sí, por fin, el otoño está aquí para darle la vez a la mejor época del año, tras el maremágnum de despropósitos con el que el cruel estío ha medido de nuevo la paciencia de todo quisqui. Y ya, por fin, de ahora en adelante, podré (Dios mediante) encender las lámparas y los fuegos de otoño, asar calabazas y preparar tartas de manzana, comer frutos e higos secos, pasas sultanas y chocolate sin recato alguno. Caminar con Nuna al viento de otoño y contemplar juntas (una al lado de la otra, al abrigo de una misma manta) la luz dorada sobre el paisaje y sus cielos. Escribir sin buscar la sombra que alivie el trabajo de contar. Levantar mesas en el interior de La Madriguera y que la calidez del refugio se refleje en el cristal de las copas. Cocinar guisos de mojar pan, cremas sabrosas y ricas viandas de degustación. Podré. Podré. Podré. Podré disfrutar de la vida que me gusta. Y todo estará bien. Todo será perfecto. A mi nariz también llega en este momento el olor de los granos de café que tengo adrede en un cuenco en la cocina. Ese olor me hace regresar de las semanas que están por venir a este martes veintisiete de septiembre. Fue ayer cuando compré con Nuna, en el ultramarinos al que habitualmente acudimos, dos saquitos de café de primera calidad para moler. Al llegar a casa vertí uno en un cuenco de madera con el único propósito de aromatizar La Madriguera. Y en este instante (recién estrenada la jornada) el aroma está en su cénit. El del café es el olor que prefiero para darme la bienvenida cuando mis pies cruzan el umbral de la cocina, que viene a ser el umbral que va del reposo a la actividad. También fue ayer, cuando Nuna y yo, revisamos las novedades en las tiendas de menaje y textil de hogar para levantar las mesas de otoño y decorar nuestra casa. De manera que además de regresar con el café en grano; lo hicimos con servilleteros, servilletas, mantel, velas, una salsera con la impronta de la estación y unos preciosos platos de pan en forma de calabaza de color beige. Mientras recorríamos los metros de estantes pensé en lo necesario y la importancia de estar a la altura, incluso de la estación a habitar. Reconozco en esta hora (al pensar de nuevo en ello) que en mi caso estar a la altura es asunto primordial, no sólo en la forma de entenderme con mi Dios, también lo es, en el trato conmigo misma y con los desafíos a los que existir me aboca, o de igual manera, en mi forma de estar en el mundo como parte de la sociedad. Sea cual sea la tesitura es algo innegociable para mí. Quizás por ello, lo que en mayor medida me decepciona en terceros es la falta de voluntad para estar a la altura de las circunstancias; una falta de voluntad, que hace que me desvincule consciente y definitivamente por completo de esa persona, entidad, marca o institución. Muy probablemente la severidad con la que juzgo a terceros se debe a mi incapacidad de entender el egoísmo de la posición escogida. Asumo que debe ser tremendamente cómodo ser egoísta y no apostar por lo correcto, no echarse el peso del mundo a la espalda, o mirar hacia otro lado hasta borrar la línea que separa lo que está bien de lo que está mal. Por experiencia sé que estar a la altura no es elegir lo fácil, que estar a la altura es cuestión de agallas, de principios, de respeto a ti y a los demás, y también, lo es de honradez. De la honradez que comienza con uno mismo. Sí, muy probablemente, juzgo con severidad, pero jamás le pido al de enfrente lo que primero no me he demandado a mí. Todo eso pensé mientras recorrimos, Nuna y yo, las tiendecitas. Bien sé, y me llena de un profundo sentimiento de orgullo, que ni la una ni la otra, ni ella ni yo, olvidamos siquiera por un segundo que nuestra vida debe de estar a la altura del sacrificio de nuestro Dios, que es demasiado hermosa y grande para no exigirnos estar donde se debe estar con todo el corazón, coraje y fuerza, con total implicación, dándolo todo, sin existir a medias, con todo el amor, con la satisfacción de saber que cada una de nuestras horas bien vale el habernos conocido y reconocido. Ambas hemos aprendido juntas que no hay temor cuando se está a la altura, porque tampoco nunca olvidamos que siempre, siempre, siempre, caminamos de la mano de Dios. Sí, todo eso pensé. Y, esta tarde, al sentarme a escribir con Nuna a mis pies, sobre ello escribiré en la que será la primera entrada del otoño y de ese modo el invierno que llevo dentro se reavivará reconfortado.



“El Señor mismo marchará al frente de ti y estará contigo; nunca te dejará ni te abandonará. No temas ni te desanimes. Deuteronomio 31: 8”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 27 de Septiembre de 2022 ) 

lunes, 19 de septiembre de 2022

19 de Septiembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Él va y viene en mis sueños. Aparece y desaparece. Entra en mi universo onírico, y en él, hace y deshace. Dicen que cuando sueñas con alguien es porque ese alguien está pensando en ti obstinadamente. ¿Quién lo dice? Ni idea. Aunque sé que es una creencia popular. ¿Venida quizás de las páginas de alguna novela romántica? No lo sé. Lo ignoro. Ignoro el origen. Sin embargo, aun ignorando su procedencia y la veracidad de la misma, cuando experimento un sueño en el que él se pasea tiendo a pensar que es por ese motivo. De esa manera (en un primer tiempo) transcurrieron los meses, luego los años, a los que les siguieron los lustros, para después adentrarse en las décadas. Así que desde hace décadas, sueño con él, cuando él tiene la mente puesta en mí. Si bien, en lo que parece otro siglo cuando soñaba con él, su ser robusto y respetable, se mostraba a la defensiva y altanero conmigo; en la actualidad, se me ofrece como cómplice, amigo y parte necesitada de mí. Pero la cuestión es, ¿por qué en el día de hoy tengo la intención de escribir sobre algo que lleva sucediéndome durante tanto tiempo? La respuesta es fácil. Porque esta noche he soñado con él y desde el amanecer ando con el estómago revuelto y el ánimo intranquilo. No puedo dejar de pensar en la jornada siguiente a la noche en que Denys se pasea por mis sueños en si estará bien. Las avionetas tiene sus peligros; los leones, también; y qué decir de África. Y yo siempre he pretendido el bienestar de ese hombre. Secretamente, si él está bien, yo estoy bien; y si yo estoy bien, él está bien. De modo que como no doy pie con bola, salgo al jardín con mi infusión preferida: dos partes de manzanilla y una de tila. El jardín muestra signos de cansancio con el noveno del año. La selva de La Madriguera necesita ir entrando en reposo lo más pronto posible. Me bebo la infusión cargada de azúcar, saboreándola. Cojo mi cubo rojo y las tijeras de podar,  y le ayudo a transitar hacia el otoño. Corto lo que le estresa y le sobra, libro a los bulbos de sus raíces viejas para volver a replantarlos, y de pronto, por una milésima de segundo me imagino a Denys aquí mismo, haciendo lo que yo. Una carcajada sonora brota de mi garganta ante lo inverosímil de la secuencia. No. No puede ser. De estar él aquí, se sentaría a mirar para dejarse besar al pasar yo por su lado. Eso sí que es más verosímil. Y, en ese instante, tengo la certeza de que se encuentra bien, esté en la latitud en la que esté. Es más, lo imagino sonriendo con esa sonrisa suya ancha y feliz. Me gusta recordarlo, riendo. Acabo sudada con el trajinar. El trabajo ha valido la pena. El jardín ha rejuvenecido. He borrado la decadencia marchita que lo había conquistado. Por mi parte, he recobrado la serenidad. Noto mi estómago mucho más ligero y mi ánimo también. Fue Karen Blixen quien dejó por escrito que la cura para todo siempre es el agua salada: el sudor, las lágrimas o el mar. Entro en el interior de La Madriguera y voy directa a la ducha. Mientras me desnudo, sé qué es lo que le pediré esta Navidad (Dios mediante) a Santa Claus. Y me noto eufórica ante la espontaneidad de la idea. Me agrada advertir que todavía dentro de mí (aun frisando los cincuenta) existe la ilusión sin edad, aventurera y loca que tanto ama Denys. A veces creo que ese tipo de ilusión es nuestro verdadero talismán. Oigo su voz en mi oído. Impetuoso y exigente, como si no hubiera un mañana, quiere saber qué voy a pedirle a Santa. Sonrío. Juego con él. Imaginariamente, le contesto: 《Puede que un bastón de roble con una cabeza de león en su empuñadura para cuando mi rodilla está demasiado cansada; o una avioneta, también de madera, para soñarte mejor. 》Ríe. Mueve la cabeza. Satisfecho, se fuma un puro. ¡Ay, la vida! La vida real es esto. No es mucho más. 




María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 19 de Septiembre de 2022 )

martes, 13 de septiembre de 2022

13 de Septiembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En mitad del verano, en algunos días del mes de julio, tomé por costumbre salir al jardín tras recoger la cocina. En esa hora dorada de después de comer, salía y desenrollaba la manguera para convertirme en lluvia fina en plena ola de calor. Era mi manera de devolverle al jardín lo que me daba. Además me divertía encontrarme con el hado del arcoíris. Lo confieso. Incluso lo buscaba. Secreta e intencionadamente lo buscaba. Por sorpresa aparecía al rato de observar mis trajines en la zona de las hortensias, en el sur del jardín, y dibujaba a dos palmos del suelo, entre el follaje de las plantas, un arcoíris de unos veinticinco centímetros de ancho que de tan cerquita como lo tenía lo podía tocar. Hoy lo recuerdo con una gran sonrisa en los labios. Contenía tanta magia el momento que me es imposible no hacerlo. Sonrío hoy porque en aquellas tardes también lo hacía. Sonreía ante la sonrisa del jardín. Eso era exactamente para mí el hado del arcoíris, era el jardín sonriéndome mientras el aire caliente del verano me soplaba en el rostro. Ahora con un pie en el otoño y el otro abandonando la estación cruel del estío no voy a confesar que sé que no había ningún hado. Nadie debe esperar una confesión de esa guisa por mi parte. Si en un futuro alguien se asoma descaradamente y con acierto por mis diarios que no espere leer en ellos algo en lo que no creo. Existe la magia, los hados y las hadas, las corazonadas y el instinto, la fe y mi Dios. De hecho, es lo único que hace soportable las desdichas, lo que hiela la sangre, las miradas vacías, los corazones negros y el frío en el hogar. ¿Cómo no ha de creer quien se dedica a contar, a plasmar en negro sobre blanco los pensamientos vagabundos convertidos en historias? No exagero al afirmar que en lo peor del verano notaba el bochorno de la jornada más llevadero cada vez que me sentaba a escribir y todo mi ser se adentraba en lo literario. Me viene a la mente una tarde en que no hallaba alivio en ninguna postura, el calor era molesto como la más terca de las moscas, y la imaginación no cobraba altura; y, si lo hacía, perdía altitud como la avioneta a la que se le avería un motor. Ante tal panorama sólo tenía dos opciones: o tomarme un helado y desistir de escribir, o aventurarme en una expedición hasta hallar un lugar propicio para que los pensamientos y la imaginación camparan a sus anchas y me permitiesen hacer mi trabajo. Opte, por lo segundo. Descalza y arrastrando media docena de cojines y la colchoneta de una hamaca recorrí la finca de La Madriguera buscando una ubicación en la que el viento soplase literalmente a mi favor. La encontré debajo de los nidos de las golondrinas, junto a las canas indicas, en el margen del camino que va en dirección a las colinas de Ngong. Me senté a la sombra, en una esquina del mundo que olía a menta y a hierbabuena, donde el bochorno se convertía en brisa y la brisa en caricia. Improvisé un escritorio y a la faena me puse. Pensé, imaginé, me dejé llevar, ficcioné, escribí, creé el borrador de una buena historia. Casi que al final, cuando las palabras habían cobrado el sentido y el peso que lo inventado requería, cuando era consciente de que la historia era mía, me levanté y acudí a la fuente donde el agua siempre corre fresca como arroyo en verano. Satisfecha, bebí. Mientras bebía mis ojos se posaron sobre la minúscula inscripción grabada en la fuente. Tengo que aclarar en este punto que sólo se consigue leer la inscripción si se tiene la cabeza en una posición en concreto al beber. Es imposible hacerlo con solo pasar por delante, ya que no queda a la vista. También tengo que señalar que tanto la fuente como la inscripción existen desde muchísimo antes de que nosotros llegásemos a La Madriguera para habitarla. ¿Y qué reza la inscripción? ¿Lo guardo para mí o lo guardo para mí dejándolo por escrito en la entrada de este segundo martes de septiembre? Opto de nuevo por la segunda opción, y como una ofrenda a mi diario natural transcribo lo esculpido en piedra a saber cuándo, por qué y por quién: “Hado benigno encontrar a quien buen destino busca".



María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 13 de Septiembre de 2022 ) 

martes, 6 de septiembre de 2022

6 de Septiembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Septiembre llega siempre con la sonrisa en los labios del estreno y de las primeras veces. Más allá de la edad que uno tenga habita en nosotros hasta lo eterno el colegial que con mochila y estuche recién comprados se adentra en un nuevo curso. Septiembre de todos los meses del año es el que lleva en su sino ser acicate y revulsivo. Por tanto con el nueve entrando por la puerta no es extraño plantearse un nuevo propósito o reformular el viejo que quedó olvidado en el trajín de los doscientos cuarenta y tres días transcurridos desde que comenzó el año. Aunque también puede ser que septiembre sea sólo la continuación natural del verano y, en ese caso, convencida estoy de que es la ilusión la que se viste de propósito. Ilusión por retomar con alivio la vida real al acabarse al fin los minutos de descanso, de publicidad, por ejemplo. O la ilusión por seguir indagando y abriendo puertas del mundo natural y de la mente con tal de crecer contando. Pedí lluvia y aquí está. Septiembre en una continuación liberada del estío ha llegado a La Madriguera con la lluvia como aliada y con el buzón cargado de catálogos. En esta hora de la tarde antes de sentarme a escribir (con la lluvia como sonido de fondo y en primer plano con las voces familiares de la emisora de radio que escucho a diario) ordeno el batiburrillo de novedades que han tenido a bien enviarme. Catálogos de bulbos, de semillas, de libros. Y aunque deseo enormemente adentrarme en ellos no lo hago, puesto que esta es la hora en que mi existencia se torna palabra escrita más que en ninguna otra. De manera que descarto lo de arrellanarme en el sofá del porche con una buena taza de infusión para hojearlos al detalle, dejo la taza sobre la mesa de trabajo y abro el diario del discurrir. Son las cuatro menos siete minutos, e imagino que encuentro una puerta secreta en el jardín de La Madriguera. Minúscula. Tan pequeña que del asombro la mido con el metro de madera que heredé de padre. 15 x 11. Quince centímetros de alto por once de ancho. ¿Desde cuándo está ahí?, me pregunto desde la divertida ensoñación. ¿Acaso es mágica y aparece y desaparece? Me pellizco al intuir la verdad de la respuesta. ¡Por supuesto que es mágica! Y, además es hermosísima. De colores suaves. Con el dintel en estructura de arco, las jambas de color ahuesado, la puerta de listones de un color entre azul y verde, con una ventanita en su centro con un marco blanco en forma de cruz y un alféizar rojo teja. Y, de pronto, al imaginarla ahí a los pies de los gladiolos se me ocurre abrirla y entrar. Entro. Increíblemente entro. No sé si soy yo la que se ha vuelto pequeñita o si es la puerta la que mágicamente se ensancha y se ajusta al contorno de mi cuerpo, con tal de poder pasar. Paso. Cruzo. Entro. Camino unos pasos por un pasillo de tierra bordeado por enormes hortensias paniculata en flor; y en uno de sus recodos, se abre ante mí una sala de cristal como un palacio de invierno que huele a campo abierto. Concretamente huele a girasoles recién cortados. Doy pasos, camino como si bailase en un gran salón de baile. Y cuanto más bailo, más campo abierto es, menos palacio de cristal. Me descubro observando como va desapareciendo el techo y las paredes una a una. Es como cuando en un gran teatro cambian en un santiamén el decorado a la vista de todos. Ahora frente a mí todo es inmensidad. El vértigo me sugiere prudencia; la valentía, aventura. La niña sin miedo apuesta siempre por la osadía. Parpadeo. Camino a ciegas, ando con tiento porque de pronto el día se convierte en noche, tres zancadas más, y la noche en amanecer. Y, en el amanecer, en mitad del campo abierto que huele a girasoles recién cortados, me aguarda la máquina de escribir con la que tecleé mi primera historia. Satisfacción, es la emoción que me inunda. 《Lo has hecho muy bien》, me digo. En el carro de la máquina un folio ondea por la brisa de la mañana como si fuese la bandera, en el día de la bandera. Reparo en que hay algo escrito en él. Miro. Leo. Sonrío.《Eres mi roca》.


María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 6 de Septiembre de 2022 ) 

martes, 30 de agosto de 2022

30 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Las cannas indicas con su flor naranja se balancean cual bananeros apuntando al cielo, despidiéndose de agosto y de su primer verano en La Madriguera. Miro su movimiento hipnótico. Acabo de comer. Hoy la comida me ha resultado enormemente sabrosa, como si se tratase de un exclusivo manjar en vez de viandas de a diario. Medito (mientras mis ojos siguen el baile silencioso de las cannas) sobre lo mucho que me alejo de lo que no me gusta, en la manera en que se intensifica con los años el apartarme de lo que me desagrada. Advierto al pensar en esa actitud mía en que sin embargo, aunque me irriten sobremanera estos meses lentos y holgazanes del estío, estas horas detenidas en un tiempo de tres meses, me quedo pegada al verano. Me disgusta y no me alejo. Me cabrea y no me aparto. No por no poder escapar, no por no poder salir corriendo, no por no poder volar más allá de las nubes. Me quedo en él y no como una excepción o como un hacer la vista gorda al incumplir mi propia regla de estar en sociedad. No, caigo en la cuenta de que me quedo habitándolo a pesar de los inconvenientes por sus tormentas. Para poder experimentar otro año más la sensación que las acompaña de finitud, de pecio hundido en el océano, de tragedia, de fin del mundo, de caída libre, de euforia ciega, de grandiosa libertad. Me recuerdo andando por un camino solitario de Caótica una tarde de verano y estar el cielo cubierto, atronando sobre mí, y no sentir miedo. Recuerdo a mi madre tendiéndome la mano y yo guardar la mía en la suya y decirle: 《¡Qué ganas de fiesta tiene el cielo!》, y seguir caminando, sintiéndome naturaleza, dichosa y libre. Incluida. No excluida. Aceptada. No juzgada. Observando el mundo natural con los ojos bien abiertos y los sentidos bien dispuestos. ¡Qué yo era, ya! Ahora aquí estoy a la espera de que se forme una tormenta como cada tarde. Tengo las luces apagadas. Las cortinas descorridas. Las puertas de La Madriguera abiertas de par en par. Necesito la tormenta como premio. 《He soportado con estoicismo lo desagradable por ti》, le indico. 《Vamos. Aquí estoy. Cumple otra vez con tu parte del trato》, le ordeno. Retumba el cielo encapotado sobre las colinas de Ngong. Qué maravilla oír de nuevo los inconfundibles tambores de la tormenta. 《África sigue teniendo una canción para mí》, me digo. Sonrío. Las primeras gotas como monedas de cincuenta pesetas golpean las hojas de las cannas y cada hoja de cada planta que compone el jardín. Las golondrinas regresan a sus nidos apresuradamente. Los gorriones se baten en retirada debajo del alero del cobertizo. El halcón vecino deja de planear sobre La Madriguera para guarecerse en lo frondoso del recio árbol al final de la linde. Tomo asiento en el porche preparada para disfrutar del espectáculo. Los relámpagos llegan uno detrás de otro. Cuento los segundos que transcurren desde el relámpago hasta el trueno. 《Estás aquí. Encima de mí》, le digo. Noto la euforia ascendiendo desde mi vientre hasta la boca. La alegría aflora por los labios. 《¡Sí! ¡Sí! ¡Sí! ¡Eso es!》, le grito con entusiasmo. Y llueve. Llueve. Llueve. Llueve ferozmente desde el primer momento. Llueve dejando de lado la mediocridad, las medias tintas. Llueve dándolo todo. Agosto nunca defrauda. Me abrigo. Abrigarse mientras contemplo la lluvia caer. De todos los placeres, este es el más infante. Cuán lejos se va la memoria si instintivamente la dejo marchar en pos de la niña que en Caótica fui. Intuyo que será una tormenta de las largas. ¿Es intuición o deseo? Será lo que será. Pero ojalá durar hasta bien entrado septiembre. Seis o siete jornadas de lluvia sería como el premio gordo de la lotería. No cruzo los dedos, se lo pido a mi Dios. Le pido un buen colofón. Un buen final para la historia de este verano. 


“Yo, en cambio, te ofreceré sacrificios y cánticos de gratitud. Cumpliré las promesas que te hice. ¡La salvación viene del Señor! Jonás 2:9”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 30 de Agosto de 2022 ) 

jueves, 25 de agosto de 2022

25 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Escribo en este comienzo de la tarde. Escribo y pienso que igual en esta hora como en tantas otras, otros escriben. Puede que incluso secretamente un diario o una carta que jamás van a enviar. Un gorrión entra y se posa en la balda superior de una de las estanterías de La Madriguera. Le miro. 《¿Qué haces ahí?》, le digo. Se queda quieto, como si hubiese decidido pasar la tarde frente a mi mesa de trabajo. 《No puedes estar ahí. Tus hermanos te echarán de menos》, le indico. Ni caso. Sigo escribiendo. Sobre las cuatro de la tarde suelen pasearse por el porche y les es tremendamente fácil a saltitos entrar en el interior de La Madriguera sin armar ningún tipo de revuelo. Creo que ellos también entienden el jardín, el porche y La Madriguera como un solo espacio. Como un todo en el que ser felices. Me levanto y descorro la cortina por si quiere salir. Pero sigue firme en su decisión de quedarse cómodamente en la estantería que ha elegido, una que está libre de libros y que es una amalgama de recuerdos del mundo natural que habitamos. Concretamente está sentado entre los Señores Honestos junto a unas piñas. Vuelvo a sentarme. Se irá cuando le venga en gana. Vuelvo a la tarea que me ocupa, la de escribir una nueva entrada en el diario natural. Noto mi cuerpo tenso. Esta mañana he tenido que ir a comprar (antes de que alguien me levantase la pieza) una hermosa vajilla que se vendía al mejor postor. Nuna y yo hemos subido a la camioneta a primera hora de la mañana y no nos ha sobrado ni un minuto. Eso sí, hemos regresado satisfechas con la vajilla en la camioneta. Miro al gorrión. Un gorrión ha venido a verme. No puedo resistir la tentación de escribir una frase así. Un gorrión ha venido a verme. La sonrisa de Dios. Dios ha venido a verme. No puedo dejar de sentir lo que siento. Ni dejar de pensar lo que pienso. Ni tampoco no notar como la alegría se adueña de cada centímetro de mi ser. Refresca. Tomo el jersey que tengo en el cesto próximo a la mesa de trabajo y me abrigo con él. Qué dulce sentir en la piel el tacto de una prenda de calidad. El clima, las hechuras, el gorrión resguardado en el interior de La Madriguera están anticipando el otoño en esta tarde del último jueves de agosto. 《Ahora viene lo bueno 》, le digo a mi compañero alado. De pronto me entran ganas de ver las colinas de Ngong. La luz de esta hora subraya sus colores y transforma las colinas en una arboleda verde botella digna de ser contemplada. La vida está para vivirla. Las ganas para ser satisfechas. 《Creo que deberíamos ir》, le sugiero al gorrión. Ir es algo tan sencillo como levantarse de la mesa de trabajo, salir afuera, cruzar el porche y caminar por la senda que nace desde el jardín hasta llegar al otro extremo de la finca de La Madriguera. Y, una vez allí, darse la vuelta, levantar la vista y encontrarlas de frente como quien se encuentra por primera vez con el que se convertirá en el amor de su vida. Al mirarlas se siente la experiencia inenarrable del flechazo. Sí, creo que debería ir. Necesito verlas. Son para mí pertenencia, seguridad y hogar. 《Creo que deberíamos ir 》, vuelvo a decir. Y mi voz tiene eco. El gorrión alza el vuelo y se detiene sobre la repisa de la chimenea, de ahí, se lanza hacia la luz del exterior. Sale por la puerta, cruza el porche y se posa en Júpiter, como si el árbol de Júpiter existiese para ser percha de un gorrión en la tarde. Todos somos la percha de algo o de alguien, pienso. Cierro el diario. Me levanto.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Agosto de 2022 )

domingo, 21 de agosto de 2022

21 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En verdad no me acabo de creer la cosecha que el jardín de La Madriguera me ofrece. Sucede en una órbita distinta a lo soñado, superando mis expectativas. El día ha amanecido gris. El color en este domingo de agosto proviene del arreglo que acabo de realizar con lo cosechado. No sólo el color. También el aroma a bergamota y a jengibre del gran lirio fucsia que perfuma La Madriguera. Tengo las cortinas descorridas y las puertas francesas abiertas de par en par de modo que la casa, el porche, y el jardín son un solo espacio. Me gusta tenerlas así cuando por el horizonte asoma tormenta. Abro el diario natural. No tengo nada prioritario ni urgente que hacer salvo escribir. Hoy, excepcionalmente, no tenemos invitados. La Madriguera está tranquila y yo, más. Sonrío ante el arranque de sinceridad. Admiro de nuevo el arreglo floral. No me canso de mirarlo. Me impresiona lo bonito que es. Pienso en cuán importante es rodearte de belleza, habitarla, sentir que forma parte de ti. Qué bien le sienta a la salud, al espíritu y al alma; tras visitar, en primer lugar el corazón. Porque la belleza siempre va directa al corazón y aviva el amor que hay en él. Lo regenera. Lo mantiene al día y lo reparte en todas direcciones. Es de gran utilidad ser consciente de ello. En mi caso sé que la belleza exalta, aumenta y ennoblece el amor que siento por el mundo natural y los seres que lo habitan, por mis semejantes, por los ojos que mueven mi sangre, por el oficio de escribir y de contar, por la bendición que es la rutina del cada día, por las distintas actividades que forman parte de mis horas y que enriquecen sobremanera mi días, por las historias, por mi Dios, su palabra y consuelo. En este agosto no hay día en que no me sorprenda el amor que existe en mí, la bondad que emana sobre todas las cosas de ese amor. 《Lo estoy haciendo bien》, me digo a mí misma. No sé si solamente es un percepción, aunque creo que no. Transito sin fisuras dando lo mejor de mí por la senda que elegí para llegar a la verdadera casa. En estos momentos estoy escribiendo como quien camina sin un propósito y pocas cosas me agradan más que averiguar adónde me llevan las palabras. Me relaja. Es un excelente hábito para los ratos libres como los de este domingo. Mis ojos levantan la vista del diario y se detienen en la lavandera blanca que acaba de posarse a un metro de mí en la mesa del porche. 《Descarada》, le digo sonriente. Me mira y mueve su cola y su plumaje. Está acostumbrada a mí y yo a ella. Alza el vuelo y capto su sonrisa y risa en su manera de irse. Mientras tanto, los gorriones con su panza regordeta, esperan la tormenta sin dejar de lado sus juegos en el parque de atracciones que es para ellos el jardín de La Madriguera. ¡Qué felicidad de domingo! ¡Qué sosiego de domingo! Me doy cuenta de lo distinto que me resulta este domingo de los otros, quizás por ello, lo encuentro de una belleza sin igual. Nunca hay dos días iguales, ni siquiera, los domingos. Al prestar atención a los detalles, compruebo como incluso dentro de la misma rutina cada día es diferente a otro, y todavía lo son más, al interactuar con la naturaleza. Hay tantísima belleza, magia y dicha en ellos que irremediablemente convierten cada jornada en singular y única, alejándola de toda similitud con sus pares; y mi existencia, en una existencia de fe y esplendor que vale la pena vivir. Me gusta creer que parte de la aventura de vivir es aprender a encontrar las bendiciones, la magia, lo especial, lo que convierte un día en distinto de otro. Me gusta pensar que el provecho de la aventura de vivir se puede medir con la euforia y la gratitud que se siente al encontrar tesoros al caminar las horas. Me gusta imaginar que la aventura de vivir está ligada a la intensidad de las ganas de gritar a los cuatro vientos: que volverías a repetir con los ojos cerrados, más que nada por la fe en ti misma y en tu Dios. Sí, me gusta pensar todo eso y escribir sobre ello. Es a esa conclusión donde me están conduciendo las palabras en esta mañana. ¡Ojalá repetirte mil veces, domingo tormentoso de agosto! A continuación, voy a preparar un ensalada de atún. Mi comida preferida en verano. Y sigo escribiendo, mientras espero la lluvia caer. Escribir y lluvia. La belleza de la palabra escrita con una razón de ser. La belleza de la lluvia que afuera en el exterior enaltece lo que amo. No puedo pedir más.



María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 21 de Agosto de 2022 ) 

lunes, 15 de agosto de 2022

15 de Agosto ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Le doy los últimos toques de plancha al mantel por estrenar. Se trata del que me regalé el día antes de mi cumpleaños. En esa costumbre mía de reconocer con un símbolo los doce meses que dejo atrás. En esta luminosa mañana de verano estoy levantado una hermosa mesa y cocinando un guiso de rape con el que mojar pan recién horneado a la hora de comer. Es el aniversario de La Madriguera. En la hora de la sobremesa de un quince de agosto como el de hoy nos instalamos aquí. Recuerdo la calma de la tarde y la luz dorada que entraba por las ventanas. También recuerdo el silencio. Era como si de pronto la sociedad, el ruido, las voces vacías de contenido quedasen muy pero que muy lejos. Acaricio el recuerdo con los dedos, lo palpo con las manos, de tan vivo como está. No me sentí extraña, ni fuera de sitio. Recorrí La Madriguera como quien recorre un templo. La experiencia me permitía saber que jamás olvidaría esas primeras horas. Había algo mágico en la quietud que encontré al caminar de estancia en estancia. Soy consciente de que son muchas las veces que escribo en estos diarios sobre la magia, la quietud, el silencio, la luz, la fe y el esplendor que existe en mi vida. Lo hago sin darme cuenta, sin reparar en ello, y si lo hago, es porque escribo desde la verdad. Sin pudor. A estas alturas del oficio una ya ha asumido que contar historias es desnudarse una y otra vez. Después de recorrerla, recuerdo acabar de vestir la cama a mi gusto y depositar los últimos enseres personales en el dormitorio. Luego, sin saber cómo, llegó la noche, y dormí por vez primera en mi refugio verde. Ignoraba por aquel entonces cuánto llegaría a amarlo; del igual modo, como desconocía hasta que punto acabaría convirtiéndose en mi lugar en el mundo, para incluso llegar a pensar que todo esfuerzo es tolerable, superable, si al finalizar el día puedo acostarme en él. Dormí realmente bien. No tuve esa sensación tan común de no saber dónde estás cuando se cambia de cama. Todo lo contrario. El guiso marcha bien. Es un guiso de horas en el que sólo al final se añade el rape. Entretanto salgo al jardín, cesta y tijeras en mano, para recolectar flores con las que adornar la casa que en algún punto de su historia decidió abrazarme como una madre y protegerme como un padre. En este aniversario es en las flores en quien recae todo el protagonismo. Porque, por fin, La Madriguera tiene el jardín merecido. El último fin de semana del mes de julio cuando anduvimos por el Condado de Trafegar y adquirí unos jarrones, también compré (en concreto para este día) como regalo para La Madriguera, un conjunto hecho a mano de dos hermosas vasijas de color crema y ocre de distinto tamaño. ¿Por qué de entre todos los objetos elegí unas vasijas para conmemorar el aniversario? Tal vez o muy probablemente porque aun siendo humildes y rompibles como todo lo terrenal son capaces de contener el valor, la vida y el amor de todo un mundo en su interior. De la misma manera, que por la gracia de Dios, lo somos los seres humanos; y, también, lo es el hogar, la casa y una morada como La Madriguera. Así que seguidamente de flores lleno esas dos vasijas, no sólo los jarrones. Presidirán el hogar y el hogar les amparará. ¡Bendito hogar! Y, el día, el aniversario y la celebración será. 


“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros. 2 Corintios 4:7”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 15 de Agosto de 2022 )

martes, 9 de agosto de 2022

9 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾



En el Condado de Trafegar existe una población donde al fondo de su calle principal se encuentra, en un edificio de arenisca amarilla, una panadería pastelería en la que en su porche sirven todo tipo de tés helados llegado el verano. La costumbre para los transeúntes siempre suele ser la misma: sentarse con una enorme porción escogida con atino de su variada carta de tartas y un buen vaso de té al punto de congelación. Para muchos es parada obligatoria, que con gusto se asume, con tal de coger fuerzas antes o después de recorrer la feria artesanal del condado. Una feria que viene celebrándose el último fin de semana de mes (de abril a octubre) desde que los abuelos de los bisabuelos de los lugareños cambiaron los dientes de leche. La música en directo, el baile popular, las fanfarrias de la división de caballería, los disparos de morteretes y, al caer la tarde, los fuegos artificiales acompañan tanto a los feriantes como a los que visitan sus puestos. Personalmente, la riquísima tarta de frutas de Percy and Patti (así es como se llama la panadería pastelería)  junto con el té Lady Scarborough son mi elección, apuesta ganadora, cuando nos acercamos al Condado de Trafegar a pasear por sus calles. Nos gusta dejar la camioneta a las afueras y cruzar a pie el puente que da la bienvenida al lugar. De manera que el lento fluir se acompasa con el amable caminar y la mirada atenta sobre lo que nos es nuevo. Fue durante el último fin de semana del mes de mayo, cuando tras cruzar el puente, divisamos no muy lejos un magnífico prado con una grandiosa variedad de flores de terciopelo lila. Nos apartamos del camino oficial y campo a través nos aproximamos a la pradera florecida. Una vez en ella, respiramos profundamente, el silencio se podía tocar y millones de dulces y picantes olores arribaron con alegría a nuestras narices como barco a puerto especiado. No sé cuánto tiempo estuvimos (antes de emprender de nuevo la marcha hacia el centro de la población) sobre aquella manta florecida en aquella quietud que nos hizo sentirnos realmente bien y que poseía, como pocos lugares consiguen tener, una belleza sin turbación casi irreal ante la que nos sentimos plenos. Al regresar hace unos días (el último fin de semana de julio) de nuevo a la feria, donde adquirí los jarrones que estrené el pasado cuatro de agosto para adornar La Madriguera, comprobamos al avanzar sobre el puente que la pradera en mayo florecida, ahora es una extensión en un barbecho satisfecho consigo mismo. No me resultó extraño, la belleza necesita de descanso. Sonreí para mis adentros, feliz. Muy feliz, dichosa y agradecida porque pensé que en el jardín de La Madriguera por siempre habitará un pedacito de la pradera florecida del Condado de Trafegar. Cuando en mayo tras experimentar la plenitud de aquel rincón del mundo, asistimos a la feria, pudimos comprobar como al menos existía en ella, media docena de puestos en los que podías adquirir las semillas y bulbos de la profusa variedad de flores de terciopelo lila que habíamos admirado tras cruzar el puente. Compramos unos veinte bulbos que florecidos están en la actualidad en nuestro hogar. Sólo hace unas horas que han empezado a florecer, tras haber brotado sin ningún problema hace unas semanas. Sólo hace un rato, como aquél que dice. Y cuando me detengo frente a ellas, no puedo no recordar, la belleza de la que formamos parte por un tiempo indeterminado en la pradera del Condado de Trafegar. Al contemplarlas me trasladan a la sensación de bienestar que experimenté. Son mágicas, me consta. Poseen la facultad de trasladar a los seres que atisban y aman la grandeza en lo sencillo. Sin duda, son las flores mágicas de nuestro jardín. Por ello, en esta tarde de agosto, para agradecer su presencia en La Madriguera, he decidido contar en el diario natural la historia que me une a ellas. 



“Porque tú, Señor, bendices a los justos; cual escudo los rodeas con tu buena voluntad. Salmo 5:12”


María Aixa Sanz 
(La Madriguera, 9 de Agosto de 2022 ) 

jueves, 4 de agosto de 2022

4 de Agosto ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾





La mañana del cuarto día del octavo de año transcurre divertida como si en ella habitase la vacación por mandato real. Cuando al amanecer con el primer canto del gallo, entre todas las posibilidades que te brinda el recién estrenado agosto, escoges salir al jardín y vivirlo, nada puede salir mal. Lo primero en lo que reparo es en lo bonito que está. Él y la mañana vestida de azul claro. Después todo sucede de manera natural, el tiempo vuela, y la evasión se palpa. Aireo, podo, riego, abono, remuevo, muevo, corto, preparo un arreglo floral para cada estancia de La Madriguera y estreno de paso los jarrones nuevos de distintos tamaños que compré hace unos días en la feria artesanal del Condado de Trafegar. Me relaja y me complace jugar con flores, hacer composiciones, agradecerles lo que me dan, mimarlas, pero sobre todo, me agrada sentir que forman parte de mí, que fueron mi decisión y ahora son el fruto de mi trabajo y complicidad con ellas. 《Yo he hecho que esto suceda》, me oigo decir alborozada. Realmente estoy satisfecha por el modo en que planifiqué el jardín el otoño pasado. Recuerdo que pensé y repensé muchísimo qué plantar en él, ya que lo más importante es no quedarse sin flores para cortar en ningún momento de la temporada. El jardín como tal existe para ser una sucesión de flores. No se debe permitir que exista un día, ni un espacio, ni un jarrón libre de ellas y se le debe facilitar la posibilidad de proporcionártelas sin ninguna dificultad. Esa es la regla. De lo contrario, el culpable eres tú, la mala cabeza que no sabe planificar es la tuya y el jardinero catastrófico lleva tu nombre. Con sinceridad confieso que me gusta repasar mentalmente la lista de flores que el jardín de La Madriguera me ha ofertado y me sigue proporcionando. Así que mientras bebo agua fresca y cristalina, agua riquísima que me recuerda a la del botijo del que bebía mi abuelo y que guardaba a buena sombra, repito el listado, no sin antes ordenarme a mí misma para montar algarabía un redoble de tambores que aunque ficticio suena fantásticamente bien. Redoble de tambores: narcisos, calas blancas, tulipanes, peonías, amarilis, calas de colores, liliums, gladiolos, agapanthus, zinnias y dalias. Ahí es nada. De lado dejo: los crocus, los jacintos, las fresias, las hortensias, las cannas indicas, los hibiscus, las margaritas y demás que son para lucimiento en exclusiva del propio jardín, y que no admiten corte por una norma no escrita sobre conservar el equilibrio del mundo natural. Una norma parecida a esa otra que a veces respeto de sólo cortar una flor por cada cinco que florecen de la misma especie. Y entre todas las flores que permanecen incólumes en el jardín de La Madriguera está florecido como el rey de su mundo el árbol de Júpiter. De igual manera que el año pasado, puntual y lleno de alegría, el uno de agosto (para conmemorar que desde el planeta Tierra se atisba durante todo el mes el planeta Júpiter) nos despertó con su estallido de flores rosa, minúsculas y hermosas. Porque sí, porque agosto ya está aquí. Mi mes preferido de los que forman el verano llegó con el amanecer. Un mes que me sabe en el paladar a fruta dulce y en los sentidos a sueño hecho realidad. Desde el agosto se llega antes al otoño. Es un mes de escape, de evasión, de dejarse llevar, de azúcar y de historias a hilvanar a la carta. Es un buen mes para las historias, las que escribimos a conciencia, las que vivimos de improviso puesto que nos salen al paso y no nos disgustan, las contadas, las leídas, las filmadas y las visualizadas. Conozco a una librería que en la pizarra de su establecimiento llegados a este mes siempre escribe que agosto es un mes de novela. No sé si es exactamente así, pero para que el octavo del año no me recrimine una mala disposición, en el porche tengo preparado papel en blanco sobre el que escribir, unos pocos títulos que me guiñan el ojo desde el lomo de su libro, un proyector de cine colgando desde el cielo estrellado y una hamaca haciendo lo propio en el viejo árbol donde tumbarme y contarme a mí misma lo que me niego a contar a terceros. Todo es una historia. Todo a mi alrededor son historias dispuestas a ser contadas. Disfrutadas, amadas, perseguidas, idealizadas. Las flores que me rodean, también. No son una excepción. Las flores que en su día sembré siendo bulbo o semilla guardaban ya, por aquel entonces, en su interior la historia de su propio futuro. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Agosto de 2022 )