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lunes, 19 de julio de 2021

19 de Julio ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Tengo enfrente una pequeña ventana que da a las calles (en esta hora) desiertas de Dawson City a pesar de que el sol de medianoche las ilumina. Detrás de mí está tendido en la cama, durmiendo con el cuerpo relajado, con los brazos abiertos el hombre que amo y me ama. Le miro. Contemplo su forma de dormir entregada y apacible, y sé que Alberto siempre ha sido para mí un amor literario y literal, un amor real. Lo ha sido, lo es y lo será. Le susurro:《Estando aquí me he dado cuenta de que todavía tengo tres deseos en la recámara. Tres deseos como tres balas. Tú eres una de esas tres balas. Quiero envejecer a tu lado, hombre silencioso y mío.》 Siento en este instante la necesidad urgente de escribir. Son las dos de la madrugada y soy presa del desvelo. El ritmo lento de los días de vacaciones y las noches sin luna han alterado mi sueño. Deambulo sin prisa por los caminos por los que mi mente me conduce. Aprendo de lo que sé, de lo que no sé y de lo que no recuerdo que sé. Instintivamente abro el diario del discurrir porque escribir es el único modo de anclar y detener los pensamientos vagabundos. Reparo en el repentino movimiento oscilante de la copa de los árboles que bordean el río Yukón frente al Bed and Breakfast en el que nos hospedamos. Sonrío porque cada vez que le susurro al oído unas palabras se levanta un viento de esos que a mí me llenan incomprensiblemente de dicha. Él siempre ha sido viento para mí. Posee su fuerza. Me agita. Me llena de energía. Y paradójicamente también es: el único lugar del mundo en el que puedo verdaderamente descansar. Tal vez porque él es mi lugar en el mundo. Siempre va a sostener mi mano dentro de la suya. Siempre va a estar para mí. Dios nos quiso juntos. No dejó ni ha dejado nunca margen para el error; y lo que está de Dios, es. Oigo el ulular de un búho, lo busco con la mirada. Qué extraño resulta ser esto de que no se ponga el sol en toda la noche, y que el ardiente atardecer se perpetúe en la madrugada. ¿Cómo debe afectarte, querido búho? Miro de nuevo el texto que escribo. Me río de mí osadía. Pretendía no abrir los diarios en todo el verano, y heme aquí. Sobre todas las cosas: contadora de historias. Levanto la vista de la hoja garabateada y veo como un gato blanco y negro camina con descaro hacia el río. Al verlo me viene a la mente Winston, el gato de Alison. Por unos instantes fantaseo con cómo sería nuestra vida, la de Alberto y la mía, si La Madriguera estuviese situada en Irlanda. Tengo el convencimiento de que de igual manera seríamos felices porque sencillamente Dios lo hubiese querido así. Las dos y media. Echo de menos las cartas de Alison. Me figuro que deben estar al caer. Hay días, incluso semanas, en que echas de menos escandalosamente algo o alguien en concreto, y cuando te detienes a pensar en esa añoranza te ves abocado a averiguar si lo que echas realmente de menos es la idea, el ideal, la ficción, la imagen que tú mismo has construido de ese algo o de ese alguien, o su yo real. No tardas mucho en descubrir que (por fortuna para ti) en tu mente se confunden hasta fusionarse la versión real de ese algo o de ese alguien con la ficción, el recuerdo, la certeza de cómo te hizo sentir. Para concluir que es la versión real versionada por ti lo que en verdad extrañas. Sobre las tres de la mañana, resuelvo que a mí me pasa con algunos pequeños detalles de la existencia, también con llevar el cabello corto, pero en extremo con el otoño y la Navidad. Añoro en este diecinueve de julio el resultado de mi particular otoño y de mi Navidad de un modo escandaloso, como extrañaría a Alberto de no tenerlo en este instante tan cerca de mí. Le miro de nuevo. 《Ganas de ti, siempre 》, le digo sin que me oiga. Decido dejar de escribir en esta noche. Cerrar el diario del discurrir y besarle los labios. Allí donde para mí florece la vida.


María Aixa Sanz 

(Dawson City, 19 de Julio de 2021 ) 

lunes, 12 de julio de 2021

12 de Julio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Nuna ladra contenta en el asiento de atrás. Reconoce las montañas. Sabe que este paraje es sinónimo de libertad e independencia. Tombstone se amolda a ella y ella a Tombstone como si fuesen dos viejos enamorados que lo saben todo el uno sobre el otro y aun así o por ello sus encuentros están llenos de dulzura. Julio, sabíamos que cuando llegase, lo haría con Tombstone bajo el brazo, con las ganas de habitarlo al sol y a la serena. Deseábamos exterior, exterior y exterior. Ansiábamos Tombstone. Añorábamos tener por techo su cielo sin noche, dormirnos al amparo de sus montañas, caminarlo al amanecer y cabalgarlo en los atardeceres sin fin de este territorio. Pertenecemos a Yukón en la medida en que a nuestros cuerpos les recorre la misma savia compuesta de independencia, fascinación y coraje que ha recorrido desde que la humanidad es humanidad a los seres que lo han considerado el lugar al que se desea llegar. En Dawson City, enclave de nostalgia, somos extravagantemente felices. Como si a golpe de desearlo nos viésemos de pronto en una vida lejana a la conocida. De ahí la vacación mental. Desconectar para conectar con la tierra a ras de la pureza. Huir de las rutinas y costumbres. Inspirar y respirar. Dejar de lado los diarios. Celebrar lo natural. Celebrar la vida con los amigos. Aproximarnos a Whitehorse a pagar pequeñas fortunas por un poco de fruta y el pan nuestro de cada día. Dormir bajo el sol de medianoche. Pensar en un poema de Louise Glück al oír a lo lejos los ladridos de un perro que no es el tuyo. Salir de uno mismo, para entrar en los sentidos agudizados hasta lo inimaginable. Constatar día tras día que en algunas latitudes el cuerpo percibe el alma de todo a través de la piel. Rezarle a Dios en la lápida negra, mirarle a los ojos sin miedo para que te abrace en su amor, confiar en él hoy y siempre. Sentirte en paz, en calma, bien. Caminar, caminar, caminar. Un paso tras otro, un pie tras otro. Avanzar. Llorar para liberar. Reír para vivir. Tener fe. Amar y amarse porque sólo de ese modo la existencia es plena. Saber que las gotas de lluvia y las ráfagas de viento son las manecillas del reloj que transforman la roca; y el sol y la nieve, los días que abandonan los calendarios para insertarse en la montaña. Enredar los dedos en los rizos negros de Nuna, acariciarle el lomo y rascarle la barriga, ver como sonríe el hombre al que amas y te ama, echar de menos La Madriguera y la página en blanco donde depositas tus historias que surgen de lo aprendido, y comprender que con eso está todo. Vivir con sencillez. Libres. Escribir del tirón, quizás sin ton ni son (en una habitación de un hermosísimo Bed and Breakfast al norte del mundo) estas palabras como el pensamiento vagabundo que son, y sin releerlas ni revisarlas, datarlas (12 de Julio de 2021)  y guardar el texto en un sobre, franquearlo, enviártelo a La Madriguera para que a tu regreso entrado agosto te espere como fruto maduro en el buzón del jardín. En tu jardín, en nuestro jardín, en el jardín de La Madriguera. Darte cuenta al ir a doblar la página que llevas enredando con jardines toda la vida. Entonces de la memoria como una imagen que emociona surge el recuerdo del jardín de Brasapla. ¡Qué apasionante fue recorrerlo y habitarlo durante un tiempo para contar su historia! De historias contadas sobre jardines hay muchas, piensas. La de Brasapla es la mía, te dices, la del jardín de La Madriguera también. Sabes que si algo se aprende al trabajar en los jardines, al escribir sobre ellos: es la fertilidad del tiempo. Todo está ahí, nada se pierde, absolutamente nada, ni las semillas ni los segundos. Y de esa manera en todo.



María Aixa Sanz 

(Dawson City, 12 de Julio de 2021)