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jueves, 27 de octubre de 2022

27 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Huele el cielo a melocotón en almíbar. Es lo que pensé anoche al asomarme al jardín minutos antes de apagar las luces y acostarme en el refugio verde de La Madriguera. Ante mi observación un pensamiento vagabundo me señaló: 《Es el octubre que se va, y el noviembre que llega. Es tu granja en África. Es estar en el lugar que amas estar. Es la recompensa al valor》. Me dormí con la dulce sensación del deber cumplido. Al rato desperté creyendo dormir en la bodega de un barco. Llovía a mares. Llovía mucho, muchísimo. Sonreí. Sentí la alegría de la lluvia bendita debajo de mis párpados y volví a dormirme. Esa vez profundamente hasta el amanecer. El de hoy. El último jueves del décimo del año. Cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día de este otoño y del invierno que le sucederá son para mí el regalo más preciado. Por ansiados, deseados y esperados. Porque en ellos habito la felicidad. De modo, que a primera hora salgo al camino, radiante con una sonrisa imposible de derrotar. Nuna me sigue. No. Miento. Nuna va conmigo a la par. A la misma altura. Cada una por un margen. A veces, me mira. A veces, soy yo la que la mira. Reímos. Hablamos. Soñamos despiertas. Entretanto nuestros pies se acompasan a la frecuencia en la que viven nuestros corazones. Ahí, en esa armonía, es donde la vida fluye. Donde todo es perfecto. Donde todo está bien. Donde la dicha no es una cara opción ni una lejana utopía. Ahí, la dicha: es. En esta mañana en particular, yo, instintivamente esquivo los charcos; Nuna, no. Ama los charcos, la mar, lo ríos, los lagos, el agua en su caminar. Al llegar a La Madriguera la tendré que duchar. No importa. Me agrada. Pero, ahora, en este instante el mundo es nuestro. El planeta Tierra, también. Nuestras huellas se dibujan en el barro. Todos sabrán que por aquí hemos pasado o tal vez no. Quizás nuestros pasos a nadie le interesen, ¿pero, y qué? Nos tenemos la una a la otra. Nos basta. Hace ya un rato que dejamos atrás las colinas de Ngong y su belleza. Delante de nosotras todo es pradera. Pradera de otoño. Marrón, naranja, chocolate, ocre y canela. Una extensión que te invita a correr. Ella corre. Yo no. Todavía, no. Todo llegará. Soy hija de Dios. Por fortuna, todos somos hijos de Dios. Incluso los descreídos y los que no se santiguan. De igual manera los que se alejan de la fe. Pienso en lo pobre que tiene que resultar un espíritu, una existencia, una vida sin fe. Debe ser como caer conociendo que nadie te va a sostener, o acostarse sin la esperanza que lleva consigo el amanecer, o transitar de un año a otro sin Navidad. 《¡Nuna, recuérdame que haga hoy el pedido de bulbos!》, le indico a mi muchacha de cuatro patas. Confieso recordar mejor los recados si se los listo en voz alta. Ella me mira, viene hacia mí, corre, salta y me besa. Sostengo sus patas y su fuerza en el aire antes de que nuestras cabezas choquen. Debo proteger la nariz de la más débil. Mi nariz. Río. Es tan feliz conmigo, como yo con ella. Le recuerdo también que además del pedido de bulbos en la granja de los Rubens, tenemos que ir, sí o sí, a recoger los disfraces de Halloween. Allá en la gran casa del otro lado de la colina. Donde las antiguas modistas. Donde en otra época arribaban en primer lugar de todos las noticias del gran mundo y las novelas por suscripción. Y es que está a punto de llegar la noche en la que la línea que separa a los que están, de los que no, de tan fina como es desaparece. Una vez en ella: encenderemos velas, vaciaremos calabazas, comeremos tarta, beberemos mejunjes de destilerías caseras, danzaremos disfrazados, hermanaremos nuestras suertes y destinos con los amores que nos protegen; y octubre se deslizará hacia un noviembre hecho de ovillos de lana y bizcochos de almendra y manzana. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 27 de Octubre de 2022 )

domingo, 23 de octubre de 2022

23 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬

El jardín de La Madriguera como la bella durmiente, duerme. Lo observo muda de admiración. Observo su individualidad, su independencia. No necesita nada de mí, ni de nadie. Sólo cerrar los ojos y descansar un otoño, un invierno como los huesos en la noche. Estoy preparando un guiso de secreto, corazones de alcachofas y patatas. Los guisos son mi cocinado preferido, indistintamente de cuales sean sus ingredientes. Pienso en lo agradecida que es la cocina de otoño. Cocino al chup chup en compañía de Nuna que pasa la mañana de domingo ajena a todo dormitando en el vientre de La Madriguera. Saco de la alacena una antigua sopera con forma de ollita que adquirí en el Condado de Trafegar. Para mi sorpresa se ha vuelto en un enser imprescindible en mi cocina. Una vez retirado del fuego tengo por costumbre verter el guiso en su interior para que repose hasta la hora de comer. Es como rematar el trabajo. El lazo del regalo. La guinda del pastel. El aplauso silencioso. El clima en este fin de semana es como un ensayo general del invierno que está por venir. En la noche del viernes las temperaturas se desplomaron y, al amanecer, insensato fue quien no corrió a por ropa de abrigo. Al vestirme estrené mis nuevos pantalones de pana beige y un grueso y amplio jersey de lana gris de cuello vuelto. Bien abrigada y con el otoño en su esplendor vistiéndose de invierno no podía desaprovechar el sábado y que el día acabase convirtiéndose en una jornada sin gracia, ni interés. Y no lo fue. Decididamente, no lo fue. El de ayer resultó ser uno de esos sábados perfectos. Pasaban las horas e iba volviéndose redondo. Todo lo que tenía en mente fue desarrollándose según lo previsto; e incluso, de manera inexplicable tuve espacio y tiempo para lo que de verdad importa. Fui a la floristería y compré un ramo de hortensias, rosas, claveles y eucalipto para vestir en el día de hoy La Madriguera de domingo. Al salir como en una ensoñación vi a Denys (frente a mí) debajo del árbol donde yo tenía aparcada la camioneta. 《La muerte no es nada, el invierno no es nada. Porque las llamas, el fuego han reavivado los altares caídos de mi juventud en la hierba junto a la fuente》, le dije sonriendo mientras me acercaba. Él sonrió, también. Anchamente. Liberadoramente. 《Admitámoslo tenemos un talento innato para hacernos felices cuando nadie nos ve》, me indicó mirándome directamente a los ojos. No aparte mi mirada de la suya. Mis ojos de los suyos. Una ardilla escalando el árbol nos ayudó a deshacernos el uno del otro. 《Hasta la próxima 》, murmuró él visiblemente molesto. Dejé el ramo en el asiento de atrás de la camioneta, el del copiloto es para Nuna. 《Sube. Conduce tú 》, le dije a Denys. Nuna ladró y me dejó un espacio en su asiento para que me sentase con ella. Nos sentamos. Él hizo lo propio. Se sentó y encendió el motor. Conecté la radio. Pusieron una vieja canción que nos satisfizo a los tres. Days like this de Van Morrison. Denys tamborileó los dedos en el volante siguiendo la música, Nuna apoyó su barbilla en el brazo de Denys. Se miraron con confianza. Sonreí. De hecho hoy todavía asoma en mi rostro y en mi corazón la sonrisa de ese momento. Contemplé el exterior del habitáculo por la ventanilla. Estaban adornando las calles para Halloween. Luego posé mis ojos sobre la belleza serena de Denys, de Nuna y del horizonte. Así por ese orden. Kilómetros juntos; pensé, pensó, pensamos. Como siempre nos ha sucedido. Ninguno deseaba nada distinto. Soy absolutamente consciente de que en este punto de la vida, sea por el coste de vivir, por la edad, o por la magia que encierran los amores verdaderos la distancia física no existe. No está. Si estiro el brazo acaricio con la mano el rostro de Denys como el de Nuna; y no es ayer, ni hoy, ni mañana. Es ahora mismo. Y, cuando recojo ese mismo brazo, son sus besos lo que tengo depositado en la palma de mi mano, es su amor por mí. Mi bendición. 



 María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 23 de Octubre de 2022 ) 

domingo, 16 de octubre de 2022

16 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬

Son las nueve menos cuarto. Cruzo la puerta del porche. Dejo tras de mí remolinos de polvo y ramas moviéndose de manera desaforada, rompiéndose en dos. El interior de La Madriguera resulta más confortable y aislado de lo habitual. Sonrío agradecida. Acabo de dar una vuelta afuera por el exterior. He estirado las piernas y caminado sólo unos metros. Los kilómetros y el día de hoy son incompatibles. Un fuerte viento azota el mundo natural que habito. Resulta imposible caminar y no salir volando. No importa. Los sábados y domingos me gusta cocinar con más detenimiento. A ser posible volcarme en el cocinado. Entro en la cocina y lo primero que hago es sacar del frigorífico el salmón para que esté a temperatura ambiente cuando lo meta en el horno. No voy a complicarme la vida, cocinaré una rica sopa de primero y salmón fácil de segundo. Enciendo la radio. Las voces familiares se acoplan a mi ritmo de trabajo. Mientras cocino, hablo con ellas, les doy la razón o se la quito. Asiento y disiento con los comentarios de los tertulianos políticos. Sigo la política como quien sigue una comedia de televisión, las más de las veces: absurda, poco creíble, incluso con tintes de vodevil. Sintiéndolo mucho no puedo tomarme a los políticos en serio mientras el coste para ellos de las decisiones que adoptan y de las medidas que imponen sea cero, y no respondan (como hacemos el resto) personalmente con el patrimonio y la libertad. Pienso en el postre, en si decantarme por una macedonia o por la tarta de calabaza que compré ayer en la pastelería. En este momento estoy a gusto, muy a gusto. No sé la de veces en que reparo en que si bien soy contadora de historias, y escribir, es mi razón de ser y mi trabajo; lo de cocinar va inmediatamente después. En el orden de trabajos predilectos, escribir está en primer lugar, y cocinar, en segundo. Y, de haber un tercer lugar, sería sin ninguna duda para el trabajo de levantar mesas. Muy lejos queda (lo reconozco) mi faceta de jardinera que en importancia existe no como un trabajo sino sólo como un ocio de los muchos que tengo. Supongo que el ser diligente y nada perezosa ayuda a que las jornadas cundan para tanto camino, trabajo, actividad y ocio. Lo cierto es que cundir, cunden. Me cunden. Precaliento el horno y saco el beicon ahumado para filetearlo a mi gusto y cortar unas lonchas a trocitos. Huele que alimenta. No tardaré en hacerme un bocadillo de algo, de lo que sea. También saco dos tomates pequeños, los lavo, corto lo que no me sirve y hago rodajas con el resto. Busco en la despensa un bote de cebolla caramelizada y lo abro. Es una suerte poder contar con productos de alta calidad que te permiten avanzar y no tener que hacer mil elaboraciones para un solo plato. Cubro el fondo de una fuente con láminas de beicon. Y sobre él, coloco tres rodajas de tomate y encima el salmón salpimentado. Sobre éste reparto el beicon a trocitos y la cebolla caramelizada. Ya puedo meterlo en el horno. Lo meto y quedo a la espera de que me hable y me diga: 《Ñam, ñam. Ya puedes comerme》. Suelo cocinar temprano para tener el resto de la mañana libre. Así que entretanto que el salmón, el beicon, el tomate y la cebolla se funden en un solo sabor, preparo los ingredientes para hacer la sopa y los dejo listos para cocinarlos al mediodía. Lo del postre será fácil, he optado por la tarta. Con lo cual el tiempo que resta hasta la hora de comer lo emplearé en levantar una coqueta mesa de otoño; y escuchar después, una hermosa canción africana. Lo que es lo mismo que seguir con la relectura del volumen de cartas de la baronesa Blixen, desde mi edad actual, desde mi existencia de ahora, desde La Madriguera a los pies de mis propias colinas de Ngong, sintiendo el abrazo de Denys buena parte del tiempo. No es que busque contarme a mí misma una historia que ya conozco desde otro punto de la vida. No. Al menos no se trata sólo de eso. O, mejor dicho, principalmente no se trata de eso. La realidad es que releo a Blixen cada vez que necesito sentirme todavía más en casa de lo que ya me siento, de lo que ya lo estoy. Es algo muy mío, muy íntimo. Así lleva sucediéndome desde décadas. De manera que aunque parezca que la sociedad, el entorno, incluso el suelo que una pisa esté siempre en constante movimiento; África y su canción, no. Si mis particulares colinas de Ngong provocan en mí un sentimiento de pertenencia, seguridad y hogar; las vivencias de la baronesa, sus cartas, su manera de contarme África me dan amparo. Son para mí como entrar en una cabaña dejando la ventisca y la tempestad a mi espalda, y encontrarme un buen fuego. 《 Y a Denys 》, me indica Denys desde el abrazo, la viveza azul de su mirada y la sonrisa del que conoce. Y yo asiento con la cabeza y sonrío con los ojos.



"No, verás, tengo que ser yo misma. Ser algo en mí misma. Tener, poseer algo que realmente sea mío y que sea yo, para poder vivir, pura y simplemente vivir, y para poder vivir y pensar que sigo poseyendo la indescriptible felicidad en mi vida que es para mí el amor a Denys. [Karen Blixen / 1.4.1926]”



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 16 de Octubre de 2022 )

lunes, 10 de octubre de 2022

10 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


En este instante de la tarde del segundo lunes de octubre oigo a lo lejos desde el porche las voces bajas que trae consigo el viento antes de alzarse. Respiro. El aire picante del otoño, su olor dulzón y especiado me inunda todos los sentidos a través de las fosas nasales. Ahora respirar es algo distinto. Nuevo. Liberador. No siempre ha sido así. En uno de los primeros días de agosto, después de comer y tras jugar una buena media hora con Nuna, nos besamos con tanta pasión que noté como mi nariz se desplazaba a la izquierda y comprendí que mi amada niña de cuatro patas fortuitamente con un cabezazo (de schnauzer gigante de sesenta kilos) me la había roto. En segundos dejé de respirar y la sangre me cubrió parte del rostro y las manos. El dolor vino después cuando la sangre se detuvo y comencé con los minutos, poquito a poco, a respirar de nuevo. Aun así no me preocupó demasiado. Pensé que en comparación con el dolor soportado en los últimos años por el accidente, una nariz rota no era nada del otro mundo. Horas después en urgencias del hospital intuí llena de gratitud que Nuna me había hecho una rinoplastia limpia y perfecta, sin necesidad de una intervención programada, ya que respiraba como nunca lo había hecho antes. Además externamente mi narizota seguía en su sitio, cierto que de manera exagerada y con el tabique desplazado, pero no para (con el tiempo) requerir la ayuda de un cirujano plástico. 《Respiro. Respiro sin ningún problema. Esa es la utilidad de una nariz. Todo irá bien. Soy hija de Dios》, me dije. Y todo fue bien. Todo está bien. Respiro. Gracias a Dios, respiro. La nariz cumple con su finalidad y el tapón que notaba de continuo en su interior desapareció con el golpe. Las cuatro y doce de la tarde. Dejo tras de mí el porche, entro en La Madriguera, y me siento a escribir en mi mesa de trabajo. Existir es extraño. La vida instintivamente nos lleva del dolor a la alegría, de la tragedia a la gratitud, de la muerte a la vida y de la vida a la muerte. No sólo debo agradecerle a mi peluda esta renovada y magnífica forma de respirar, también le agradezco el haber podido contemplar por primera vez mi cráneo, mi cabeza, desde otra perspectiva. Fue tan grande la alegría que me causó tener su radiografía, poder (desde fuera) ver en un nítido retrato el espacio donde nacen todas las historias de la contadora; el primer lugar, donde palabra a palabra se escriben las novelas, los diarios y cada uno de mis textos; y, donde los pensamientos vagabundos toman forma; que le pregunté al traumatólogo si podía quedármelo para enmarcarlo. Asintió, no sin mostrarme su cara de asombro antes de sonreír. Lo descoloqué con mi petición. Recuerdo en este punto a Denys, las veces en que me ha confesado que tiendo a descolocarlo, y sonrío. Unos días después con la nariz hinchada y adormecida, la frente y los dientes doloridos, los moretones de debajo de los ojos (característicos de una nariz rota) a modo de pintura de guerra y mi retrato metido en un sobre, Nuna y yo subimos a la camioneta, y nos fuimos a buscar y comprar el marco ideal para enmarcarme. Desde entonces, confieso que son más las veces que me miro en él que en el espejo, y, en incontables ocasiones, frente a él me oigo decir: 《Ahora lo sé 》. Reparando en que ese "ahora lo sé" no se refiere sólo a que ahora sé qué siente el protagonista o el secundario de una película cuando le rompen de un puñetazo la nariz. No. Ese "ahora lo sé" encierra la inmensa experiencia extraída del coste de vivir, sobre todo de la dureza de estos desafiantes años veinte; y, también revela (quizás) lo más importante: el que por fin, alejada de todo ruido, sé quién soy y por qué soy como soy, cuáles son mis deseos y voluntades y cuáles no, por lo qué bien vale esforzarme y por lo qué ya no, y, a quién y qué amo y a quién o a qué no. En definitiva, ese “ahora lo sé” me descubre a la María actual, a la veterana de guerra, y la amo y en ella me reafirmo. Una y mil veces. La abrazo hasta no poder más, hasta que la luna descienda de los cielos. Como Denys me abraza. Denys que siempre creyó y cree en mí por encima de todas las cosas. ¡Ay, mi nariz rota! En veinte días sanó. Tengo una muesca más en mi haber. Me detengo en la lección aprendida. La que enseña que la vida nunca se detiene, que nos destroza mientras Dios nos cubre de bendiciones y de amor. Por ellas, por las bendiciones y el amor, lo que sea menester. Qué nos desgarre la vida, qué nos arranque la piel a tiras hasta llegar a viejos cuando no sirvamos ni como relleno de un salchichón. Lo que sea, con tal de no morir jóvenes dejando un bonito cadáver. Eso sí que es una faena, y no, las muescas por el coste de vivir. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 10 de Octubre de 2022 )

lunes, 3 de octubre de 2022

3 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Acabo de encender el primer fuego del otoño. El primero de la temporada. El día venía demandándolo desde primera hora. Y, en ésta, con la luz dorada del otoño iluminando La Madriguera como oro viejo, he decidido prenderlo antes de sentarme a escribir. Anoche soñé con Denys. De nuevo. Otra vez. Soñar con Denys (más allá de las características del sueño) me reconforta. Tiene su explicación. Soy de pensar que quien bien te quiere se queda para siempre contigo, aunque físicamente no lo esté. Vivo o muerto se queda a tu lado y en tu existencia (que ciertamente también es la suya) como una presencia, sensación, sueño que reconforta e impide sentirte a solas. Está en el abrazo que te envuelve como una caricia cuando nadie mira, en el respirar al permanecer en absoluto silencio, en esa mirada distraída al cielo mientras otras voces hablan alrededor de ti, en la energía que como una ráfaga cruza la estancia y rompe tu concentración haciéndote voltear la cabeza, en los pasos invisibles que oyes a la que te descuidas y dibujan una enorme sonrisa en tu rostro. Pocas certezas ha habido (desde que el mundo es mundo) tan ciertas como que quien te ama en serio no te abandona jamás. Y, ahora, regresando al sueño: soñé que cocinaba uno de mis platos preferidos para Denys, y él, sonreía y reía, guapísimo como es. El gran acto de amor que para mí es cocinar sea para uno mismo o para los otros, en el sueño cobraba su significado. Cocinaba para el amor. Dicen que Universo guarda en sus entrañas para cada persona dos amores verdaderos. Entendiendo el amor verdadero como el transformador. El que te convierte en otra persona distinta y mejor a la que eras antes de conocerlo. El que te hace por vez primera sentirte en casa y acaba siendo hogar. A unas pocas semanas de cumplir los cuarenta y nueve años me satisface comprobar cuán llena de amor verdadero está mi existencia. Cuatro. Cuatro son mis amores verdaderos. Nuna, mi hermosa niña de cuatro patas; la literatura, oficio y razón de ser; mi marido, al que conocí con veinte años; y, Denys, al que conocí una fría mañana de enero al poco de cumplir los veintisiete. Los cuatro paulatinamente me han convertido en la mujer que soy hoy. No me sonroja escribir que estoy muy orgullosa de esa mujer. Ya lo creo que sí. De sus valores y valentía, de su fortaleza, determinación y talento, de que sepa estar a la altura a pesar y más allá de las circunstancias, de como sabe ser justa y leal a sus principios, y cuidar de sí misma. Luego, por otra parte y más a disgusto está el continente, el cuerpo, que abarca todo lo que soy. Si bien es verdad que el cuerpo no es mérito ni demérito de uno, sino que obedece a la genética que te ha tocado en suertes; cierto es, que a esta edad las costuras saltan y el cuerpo va tomando la forma que le viene en gana. Con lo cual está lógicamente mucho más viejo, maduro, gordo, canoso y cansado que hace una década. Un cuerpo, el mío, que actualmente precisa de deporte diario, que en algunos tramos de la jornada necesita apoyarse en un bastón, que se duerme por las noches en el punto álgido del capítulo de una serie, y, que por lo contrario, sonríe inmensamente feliz por cada poro de su piel cuando al despertar toma conciencia de la mujer que contiene en su interior y de la vida de fe y esplendor que esa mujer ha logrado alcanzar, y todo porque en su vida el amor que hay es del verdadero. Y ha descubierto que sólo el amor verdadero, es lo que nos vuelve inmortales. Sin pretenderlo, casi olvido darle la bienvenida a octubre, darle la bienvenida al décimo del año, enredando como estoy con palabras y amores en esta primera entrada del mes. De modo, que para hacerlo, regreso de nuevo a Denys. Al otoño de Denys y con Denys. A mi otoño. A las palabras sencillas y sabias de Denys. Con ellas brotando de su boca, de sus hermosos labios, octubre no ha podido comenzar mejor. Anoche en el sueño, sentado a la mesa, en la mesa que expresamente levanté para él, leyendo en mi rostro la sorpresa y la gratitud por tenerlo al alcance de mis manos y mis ojos, me recordó algo que suele decirme cuando lo inesperado se cuela en la bendita rutina de nuestros días:《Dios creo la tierra redonda para que no pudiéramos ver el final del camino. 》 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 3 de Octubre de 2022 )