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lunes, 13 de junio de 2022

13 de Junio ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Amanezco. Salgo al jardín y reparo en que anoche cuando llovía, llovió barro. Las plantas están sucias. Su verde está sin lustre, moteado por el barro. Respiro profundamente. Desenrollo la manguera y coloco la pistola en posición de lluvia fina. Le lavo la cara al jardín. Aunque sé que esta martingala no será suficiente. El barro está adherido como si le fuese la vida en el apego. Dibujo un arco de agua bien alto con la manguera y espero que surta efecto, entretanto, recuerdo que anoche al oír desde el porche el croar feliz de las ranas en su charca y el golpeteo de la lluvia en las plantas también respiré profundamente. Amo el olor de la tierra mojada. Últimamente respiro profundamente en bastantes ocasiones, sea para detener el tiempo y atesorar la belleza del momento en la memoria, o, con tal de no perder la calma. En el segundo caso, mientras respiro, me sirve como ardid preguntarme si mi salud o mi integridad física están en peligro; si la respuesta es no, el enfado no tiene lugar y dejo correr lo que me molesta. Cierto es que son una o dos de cien las que respiro para mantener la paz conmigo misma, el resto (por fortuna) es como consecuencia de la belleza. Algo no extraño de experimentar cuando se habita un jardín. Cuando acabo la tarea de borrar el rastro de fango, sé que la resina azucarada en forma de gotitas que adorna la bola perfecta que es la flor de la peonía cuando está cerrada, ha saltado a mis ojos humedeciéndolos. Una mezcla de emoción, euforia y tibias lágrimas de gratitud estallan en mis ojos cuando una flor se abre por primera vez en el jardín de La Madriguera. Ahora mismito contemplo admirada la exuberancia de la flor de la peonía Coral Charm que sembré en diciembre con mis propias manos. Respiro profundamente, de nuevo. Retengo en mí su espectacular belleza, sus llamativos colores, la elegancia con la que viste el jardín de La Madriguera. Tres años son los que de media tarda una peonía en florecer. Afortunado es el jardín y el jardinero que obtiene su fruto a los pocos meses de su siembra. Sonrío. La sostengo entre mis dedos. Se lo agradezco. Seguidamente, la dejo a su aire. Con respeto me alejo para contarme su historia, para dibujarla con palabras. Ella es la rendija por donde entra la alegría, el tiempo de la felicidad que antaño fue para mí el verano, la constatación de que todo invierno necesita de una flor con la que o por la que sonreír, la prueba y la muestra de lo necesario del estío. Tanto ella como el jardín de La Madriguera en su totalidad son la excusa y el escudo para no renunciar del todo.《Bien vale el esfuerzo》, me digo, aupando sobre mis hombros la batalla que supondrá en las próximas semanas el calor y sus incomodidades. Cuando La Madriguera nos eligió para vivir nos obsequió con el extra de los atardeceres de invierno que se suceden en su cielo. Realidad es que con el transcurso de los años su magnetismo tiene fuerza y valor de ley para nosotros. Y confieso con honestidad haberme convertido en una adicta de lo invernal. Puesto que el invierno resulta más sencillo, tranquilo y menos complicado de vivir. Pero lo más destacable es que él (el propio invierno) está dentro de mí. La María de hoy, es más invernal; por tanto, más seria, triste, silenciosa y sólida que la de ayer. Y el verano que reinó en mí con su inocencia y volatilidad lejos queda. No obstante, llegados a esta época del año, a este segundo mes sin erre, a este junio ecuador del veintidós, de sobra sé lo impagable de lo que la vida afuera en el exterior me regala; pero no es menos cierto, que me digo a mí misma reconfortándome, que lo que ahora sucede son los minutos de descanso, de publicidad, que lo real es el otoño y el invierno. 



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 13 de Junio de 2022 )

lunes, 16 de mayo de 2022

16 de Mayo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾



Abril marchó y mayo llegó con la esplendidez de las flores y de los días repletos de vida afuera en el exterior. Mayo borró la lluvia de abril, pero no, lo que la lluvia trajo consigo. Estoy donde amo estar, le indiqué nada más llegar. Tenía inmensas ganas de abocárselo alegremente a la cara como un notición. La lluvia me lo había mostrado. Ella es el mejor indicador. Uno debe estar allí donde la lluvia aumenta, eleva, la belleza del lugar, del entorno. No se debe habitar en la fealdad. Y cuando llueve lo que mi vista ve y mis sentidos perciben en La Madriguera y desde ella es una absoluta bendición. Por eso sé que estoy donde amo estar. Y le agradezco todos los días a mi Dios el privilegio que es habitarla. De pie, en uno de esos días lluviosos de abril, en su interior (tras el ventanal) recordé un pasaje que escribió la Baronesa Karen Blixen en su diario sobre su vida en la granja cerca de Mombasa: “Pero cuando la tierra respondía como una caja de resonancia, con un ruido fértil y profundo, y el mundo cantaba entorno a ti, en todas las dimensiones, por encima y por debajo, ésa era la lluvia. Era como volver al mar cuando has estado mucho tiempo lejos de él, como el abrazo de un amante". De pie, hoy, en su exterior (concretamente en el porche) siento una enorme gratitud al apreciar el fruto de esa lluvia. Entiendo como un enorme honor hacia La Madriguera cada flor nueva que frente a mí se abre a la vida en este lugar. El haber elegido para florecer este paraje y no otro. Y a cada una, se lo hago saber. A cada flor un gracias de corazón y el respeto y la admiración por tantísima belleza inabarcable. No exagero si escribo que desde que el quinto mes de año hizo acto de presencia, son más las horas que paso afuera en el exterior que adentro. Entre el jardín y el porche, el camino y los picnics al aire libre (en la milla de alrededor) se arman las horas y las jornadas deliciosamente naufragan en la orilla de la noche. Es entonces, a la luz de la luna, cuando las luces de La Madriguera se encienden y el refugio recobra su pulso. Pero hasta el atardecer es en el jardín donde transcurre mi existencia. Mi cuerpo se entiende bien con él. Los músculos, las piernas, su fortaleza, este estar de nuevo en forma gracias a mi Dios. Momentáneamente olvido entre hojas, savia y fotosíntesis la dureza de los entrenos de estos dos años, de la misma manera como lo hago sentada en el porche con una taza entre mis manos de dulce infusión. Hay algo muy del oeste en esa actitud. En ese sentarse y perder la vista reposadamente en el horizonte. Pero esa es otra historia. En las horas compartidas con el jardín de La Madriguera he descubierto lo mucho que me compensa trabajar a su antojo. Al haberlo ideado a varias alturas y por capas, resulta ser un espacio cambiante, que varía con cada amanecer, sujeto a una fuerza y un lenguaje invisible y silencioso. Desde él sé que nunca voy a captar una misma fotografía, pues la repetición no está en sus hechuras. Lo idéntico, tampoco. He aprendido de su mano que nada hay más parecido a la vida que un jardín. Ambos se escapan al férreo control humano, ambos acaban desarrollándose según su propio guión. Reparo en este punto en que la manera sorpresiva en que la vida se presenta ante nosotros ha sido el gran tema en el que mis novelas se han sustentado. Cada una de ellas. No suelo en estos diarios referirme a mis libros, porque deseo que estos escritos sean otra vertiente de mi obra, pero lo cierto es que esta mañana en el camino he caído en la cuenta de que un lunes como el de hoy de hace once años se publicó El olor del silencio. El 16 de mayo de 2011. Y el orgullo me invade. Recuerdo que comencé a escribirla en los primeros días de marzo de 2008, y no dejé de trabajar en ella ni un solo día hasta ese radiante mayo de 2011. Lo que su publicación supuso para mí fue una sucesión de maravillas, que once años después todavía perduran y no sólo en mi corazón. Asocio desde siempre esa época con los narcisos en flor, con el sol, el salitre, el amor y la pasión; y me es imposible no sonreír al recordar. Fue reto, aventura, muchísimo trabajo y desafío. Como lo han sido cada una de mis novelas, como lo ha sido volver a caminar. En mi larga vida de casi medio siglo lo que mejor he hecho, lo que verdaderamente ha retratado quien soy, lo que me ha definido, mi orgullo y fortaleza, ha sido escribirlas, escribir cada una de ellas, y volver a caminar en cada nueva ocasión en que se me ha privado de la característica principal de los bípedos. Cada palabra depositada en silencio para que tomasen forma mis historias, como cada ejercicio también en silencio para sostenerme en pie y un paso tras otro volver a caminar es lo que conforma mi ADN, mi nombre y apellidos, el aire que respiro, mi corazón bondadoso e inmensamente agradecido, mi alma libre, mi sentido común, la valentía de mi espíritu, la mirada alegre de mis ojos llenos de esperanza, la sonrisa en mis labios de fresa y la absoluta fe de todo mi ser (hasta el último pensamiento) en mi Dios. Y, ahora, en este instante cuando la tarde va camino de replegarse sobre sí misma, antes de que mi mente cace al vuelo la nostalgia que sé que una parte de mí siente por los días de lluvia, por el otoño y el invierno en general, recojo los bártulos y pongo el punto y final a la entrada de hoy con la intención de torcerle el ánimo. Mejor levantarme, salir al jardín y tijeras en mano preparar un pequeño arreglo floral. Me alegra enormemente tener mi propia cosecha de flores. A la vista está que me satisface lo que a mi existencia el esfuerzo trae a manos llenas. 


“Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán. Proverbios 16: 3”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 16 de Mayo de 2022 ) 

lunes, 25 de abril de 2022

25 de Abril ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Llueve. Llueve de continúo desde hace (puede) dieciocho o diecinueve días, quizás dieciséis o veinte. Una lluvia pertinaz, sin arrebatos. Llueve sin doler. Una lluvia, que sin ninguna duda, lleva en su propósito sólo el bien. Llueve como si jamás hubiese de salir el sol. Pero no es así. No va a ser así. La noche anterior a que comenzasen las lluvias de abril una grandísima aureola brumosa y decolorada rodeaba la luna. No me sorprendió verla, pero sí que pensé que no iba a parar de llover durante buena parte del mes. Al día siguiente con el amanecer llegó la lluvia como una hermosa canción que anhelaba escuchar. Desde entonces la contemplo con gratitud. Entiendo su importancia como alimento de la tierra que a su vez me alimenta a mí. Comprendo lo balsámica que ahora mismo está resultando ser para el mundo natural, y también, para mi espíritu, e incluso, para mi cuerpo. En estas jornadas hallo las bendiciones de mi Dios entre las gotas de lluvia en un camino que no ha sido borrado literalmente del mapa y en el que mi caminar no ha perdido del todo las mañanas. En estos meses de vida afuera en el exterior he descubierto que caminar bajo la lluvia libera mi espíritu, agiliza mi cuerpo y concentra mi mente. Y, lo hace, ya lo creo que sí. Entretanto en el interior de La Madriguera esa misma lluvia convoca en mí la inspiración como siempre lo ha hecho. Y, si bien, reparo en que las rutinas de antes de, no me sirven porque sencillamente yo soy otra; advierto que la costumbre, el hábito, la necesidad de abrir una página en blanco y escribir es la única rutina que en verdad necesito para que todo fluya en mi existencia. Nada consigue que me olvide de la materia de la que estoy hecha: palabras, historias, ficciones. Al contar, vivo. Escribir o morir. Caminar o morir. No hay mucho más. Oído cocina. Avisada estás navegante de aventuras dispares. Es tan fácil de comprender al prestar verdadera atención a mi respirar. Soy tan predecible. Tan fácil de entender. Abro el diario mientras observo como la totalidad del jardín está creciendo a palmos. Bajo la vista, y cuando vuelvo a mirar, lo descubro enorme. No es un efecto óptico, es consecuencia de la lluvia diaria. Plantas y árboles crecen, crecen y crecen. Aliso la página en blanco. Escribo. Él, al igual que yo, contempla la lluvia caer a través del ventanal. De pie, espera. Sabe mirar. Admiro lo paciente que es, la templanza con la que encara los vaivenes de la existencia, su calma silenciosa y certera. Al rato. Al bastante rato, deposita sobre mi mesa de trabajo un pequeño paquete envuelto con papel de regalo, me besa la coronilla, se abriga y sale afuera a pasar revista al jardín. Sé que al desenvolverlo voy a encontrarme con algo que el hombre que me ama desde hace cien o dos cientos años y al que amo desde hace un siglo o dos considera fundamental para mí, necesario en este momento. Valoro si abrirlo inmediatamente o si por el contrario reservarlo para después, y terminar antes de escribir la entrada de este último lunes de abril, la primera tras las vacaciones de la Pascua de Resurrección. Valoro y decido. El regalo forma parte ya del texto que estoy escribiendo de modo que rasgo el papel. A la altura de esta frase, rasgo el papel. El papel de los regalos debe romperse siempre sin miramientos. Es la felicidad de lo momentáneo. Y, como por arte de magia, aparece un pequeño libro cuya historia no he leído. Él, sí. Él que es sol en mi lluvia. El libro (La feria de las tinieblas de Ray Bradbury) es una de sus novelas preferidas porque según él va con su carácter, con su forma de ser. Lo abro. Leo las primeras frases, los primeros párrafos, las primeras páginas. Me resulta maravilloso. Me basta para intuir que esta historia encontrará buen acomodo en mí porque también va con mi carácter, con mi forma de ser. Dejo lo que estoy haciendo. Me arrellano en el sofá a leer ficción. ¡FICCIÓN, ficción! Disfrutando con la lectura, como antes de. 



“Y, después de que ustedes hayan sufrido un poco de tiempo, Dios mismo, el Dios de toda gracia que los llamó a su gloria eterna en Cristo, los restaurará y los hará fuertes, firmes y estables. Pedro 5: 10"


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Abril de 2022 )

lunes, 4 de abril de 2022

4 de Abril ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾



El lugar al que pertenezco, los espacios abiertos; el lugar al que regresar, La Madriguera; mi lugar en el mundo, mi refugio verde; el lugar soñado, deseado, logrado y mi pasión, el oficio de contar historias, la literatura. Recapitulo mentalmente los puntos cardinales de mi existencia. Mi norte, mi sur, mi este y mi oeste. A los que agrego el patio de recreo que es el verdadero amor. Acabo de sembrar sesenta gladiolos de seis colores diferentes en grupitos de a tres. Dejando de lado las herramientas de jardinería y hundiendo las manos en la tierra. Rastrillándola con los dedos. Cavando pequeños hoyos en la turba para insertar los bulbos. Es así como me gusta hacerlo. Arremangándome las mangas de la camisa, sopesando en la palma de las manos la tierra que piso al caminar, calibrando las bonanzas del mundo natural que habito. Hago la suma de los bulbos sembrados. Añado a los de otoño, los de primavera. 72 + 4 + 4 + 60 + 12 + 2 = 154  El total, me confirma la barbaridad que intuía. Nuna está tumbada al sol tan ricamente. El día de hoy tiene las hechuras de la vida que me gusta, que me reconforta, la que dibuja sonrisas en mis ganas. El cielo calmo. La temperatura encantadoramente agradable que estar afuera en el exterior es un verdadero deleite. Los pájaros sobrevolándonos con sus juegos, sus vuelos y su canción alegre. Y un silencio colmado de dicha en el que todo es como debe ser copando la mañana. La tarde de ayer domingo la pasé leyendo con los sentidos alertas, el corazón levemente desbocado y la fascinación en la piel. Me sucede cuando me quedo atrapada dentro de una historia de manera inesperada. Las frases certeras y cortantes con las que esa historia en concreto está escrita me arrastraron párrafo tras párrafo. Y pensar que las historias que he escrito y escribo arrastran (a su vez) a otros hasta lugares remotos y siempre mejores que el que habitan segundos antes de adentrarse en la lectura, me sorprende por lo extraordinario que en verdad es, por lo grandioso que resulta. Ay, la literatura y su poder. Ay, la literatura y su magia. Artilugio mágico de escape y de evasión, de crecimiento y de sostén. Abril mes gestante de maravillas acaba de llegar. Lo vi aparecer por el horizonte silbando con aire distraído. Tuve la impresión de que bajo su amparo la gente de fe, la gente de bien, también sonreirá por algo muy concreto, particular y propio, quizás inexplicable o secreto en cada uno de sus días. Aunque sea ardua la labor por lo incomprensible, desasosegante y cruel de la realidad de los años veinte de nuestro siglo, por ese atroz comunismo que primero con un virus letal y ahora con una sangrienta invasión hace lo que siempre ha hecho, matar por no tolerar la libertad del individuo. Imposible no responsabilizar al ciudadano que de manera reiterada ha ido a lo largo de los años depositando en urnas votos en su favor, ni al mandamás de turno que ha actuado como cómplice de una lacra que lleva en su haber tantísimos millones de muertos. Es de justicia responsabilizar. El comunismo no es una catástrofe natural. Es escoria. Un régimen totalitario cuyo objetivo siempre ha sido apoderarse de lo que no es de su propiedad, incluido el pensamiento. Es hambre, ruina, muerte. Violencia y opresión. No es gente de fe, ni de bien. El que lo alienta debe avergonzarse al mirarse en el espejo. Y nada puede reclamar. No se puede estar sorbiendo y soplando al mismo tiempo. No, eso también es un imposible. Alzo los ojos y miro al cielo. Determino que el esfuerzo, la búsqueda de la bondad, el perseguir las bendiciones no han de decaer. Dios está con nosotros. Dios nos ama. Somos hijos de Dios. Es la recompensa ante el coste de vivir. “Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta. Salmo 23: 4” Frente a la dificultad, la sonrisa por esa bendición que baña la hora de esperanza y que añade al día un futuro. Ese es el secreto. La sonrisa, lo es. Mientras aprieto con fuerza la tierra que acabo de remover, mientras la compacto con mis manos desnudas, por un instante me sé feliz e inmensa como cuando de niña en Caótica (junto a mi hermana) elaboraba pasteles a la hora de la siesta para venderlos después cuando el mundo despertase. Uno siempre es lo que fue en la infancia, uno busca la felicidad donde fue feliz de niño. Por ello, en la vida adulta se intenta replicar el paraíso que habitamos tiempo atrás. Bienaventurado quien lo logra. En efecto, es lo que he deseado recrear en La Madriguera desde el minuto uno. Y si no es exacto, se aproxima más de lo que soñé. Este lugar tiene el mismo espíritu rústico, decidido y libre; de mar, tierra y aire. Y en él se entiende el origen, se descubre la razón por la que una jamás será una damisela en apuros, el motivo por el que la contadora de historias acabó contándolas todas, la causa por la que el árbol da frutos, el fundamento donde se sustenta una forma de ser. Contemplo mis manos llenas de tierra, repletas de vida. La uñas negras de la turba, las palmas con un mapa delator de lo que acabo de hacer, los nudillos rojos por el trabajo. El parecido de mis dedos y mis uñas con las de Denys me lleva (más allá de todo) a sentirlo conmigo cada vez que reparo en la coincidencia. También es cierto y verdad que se parecen muchísimo a los dedos y uñas de mi padre. Noto la euforia de la valentía invadiéndome cuando coloco las herramientas de jardinería en la carretilla y la empujo. Mientras la conduzco al interior del cobertizo, atiendo a mi corazón, a menudo habla con la voz de mi abuelo. Hoy, cuatro de abril, es su cumpleaños en otro espacio de tiempo. En otro siglo. En mi corazón, siempre. Son ciento cinco los años del valedor de mis sueños.《Sólida 》, me susurra. 《Eres una mujer sólida 》, me indica. 


“Podrán desfallecer mi cuerpo y mi espíritu, pero Dios fortalece mi corazón; él es mi herencia eterna. Salmo 73: 26”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 4 de Abril de 2022)

lunes, 21 de marzo de 2022

21 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Ayer llegó la primavera con los sentidos rebosantes de amor. Cuando llegó me encontraba de camino a La Madriguera observando el cielo que en esa hora todavía contenía bastantes vestigios del invierno. Ciertamente, no estaba siendo uno de esos días en que la alegría de vivir te sale al paso. Todo lo contrario, deseaba por encima de todas las cosas una bebida caliente, un buen fuego y buena compañía, por ello me apuré en llegar lo antes posible. Regresaba de oír una sobria misa sin sermones en la pequeña iglesia a la que acudo habitualmente en honor a Santa Dorotea. La joven torturada y decapitada en el siglo tres por negarse a ensalzar como dioses a los hombres y adjurar de su fe en Cristo, que le envío desde el cielo en pleno invierno rosas y manzanas a su ejecutor. Mientras apuraba el paso pensaba en los distintos templos de fe y silencio donde la palabra de Dios ha sido confort para mí. Pensaba en que podría describirlos sin dificultad, a cada uno de ellos, y entonces fue cuando vi llegar la primavera. Por eso sé que llegó con los sentidos rebosantes de amor. Y lo hizo de la siguiente manera: En la hondonada en la que el sendero se adentra para seguidamente emerger como quien asciende desde el paraíso, millones de minúsculas flores se estaban abriendo a la vista de todos. Me detuve en seco. Observé a mi alrededor. No había nadie más. Maravillada miré al cielo y luego a la tierra. De repente, sentí como me embargaba una soledad distinta a las demás soledades. No quise alzar la voz, ni hablar, ni llamar a nadie, ni compartir. Estaba sola. Comprendí que deseaba estar sola. Quería estar sola. Obviamente, lo contaría después. Escribiría sobre ello con las horas. Pero entonces me vi como la única habitante y le di gracias a mi Dios. Sí, se lo agradecí. Le agradecí estar sola, que toda esa primavera que se mostraba ante mí, que se abría a mis ojos, por un instante fuese sólo mía. Se lo agradecí porque supe que la clase de soledad que experimentaba estaba repleta de amor. Algo nuevo que reconocería con el paso de los minutos se me entregaba. E intuí secretamente que el consuelo que encontraba todas las veces en los espacios abiertos era lo que siempre impediría que me derrumbase. Por propia experiencia sé que alguien como yo que se ha fortalecido desde temprana edad en la soledad jamás está ni se siente solo, pero aun así, un lugar donde apuntalarse es necesario. El mío lo tenía enfrente. El espacio abierto. La hondonada florecida o cualquier otro lugar a la intemperie, del que saberme parte ínfima de un todo inabarcable, me salvaría cada vez que necesitase salvarme. Es lo que supe. La confianza de saber que pertenezco a los espacios abiertos, porque en ellos habita para mí una soledad que rebosa amor y que no da miedo, fue muy probablemente lo que se me entregó ayer al llegar la primavera, la consciencia de esa confianza. Hoy, algo más de veinticuatro horas después, al escribir la entrada de este lunes en el diario natural, al repensar y releer lo escrito no me cabe la más mínima duda. La confianza de saber al lugar donde pertenezco (los espacios  abiertos) como la confianza de tener un lugar al que regresar (La Madriguera) es lo que da calidez y amplitud a mi existencia. Necesito que ambos sean lugares físicos. Lugares en los que sentarme y apoyar la espalda si me es menester. En los que adentrarme para hacerlos míos en la medida en que ellos se adueñan y pueblan mi soledad. No soy de depositar mi día de hoy, ni mi mañana, ni por supuesto mi soledad, en la volatilidad del sentimiento ajeno. Es decir, no deseo por nada del mundo que la plenitud de mi existencia, la soledad de mis días, la alegría de mi presente y la sonrisa en mi futuro esté ligada a la voluntad de otro humano. Considero tristísimo y de una inmadurez insana que el cariz de las jornadas de una mujer o de un hombre adulto dependa del capricho de otra persona. No me gustaría verme en esa tesitura, y mucho menos, tal como los años van acumulándose. Es muy cierto que este rasgo tan marcado de mi personalidad, es característico en las gentes que somos indisociables del mundo natural. Ya que es bien sabido que lo tenemos todo, si al amanecer delante de nosotros hay un espacio abierto y detrás un refugio que habitar al anochecer.  


“Cuando siento miedo, pongo en ti mi confianza. Salmo 56 : 3”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 21 de Marzo de 2022 )

lunes, 14 de marzo de 2022

14 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾

Despierta. Despierta. Despierta el jardín de La Madriguera. Centímetro a centímetro. Pulgada a pulgada. Aliento a aliento. Y, yo sonrío. Sonrío. Sonrío. El festín de la primavera está a puntito de llegar. Lo mejor comienza en tres, dos, uno: ya. Lady Saigón el más malva de los jacintos asoma para observar con asombro a los narcisos, concretamente, al amarillo canario disputándose el trono del color con el amarillo azafrán. En el cuadrante sureste del jardín dos hileras más de jacintos (naranja, azul, fresa y fucsia) como soldados alzan la vista y miran al frente deteniéndose en el pie de Júpiter, allí donde los crocus lanzan suspiritos de amor al níspero que de reojo les contempla desde su incipiente madurez. Tengo un año, les quiere decir. Uno. Orgullosamente. Uno. Y, yo desde su centro, aplaudo su espectacular fervor, su manera silenciosa de hablar, su trabajo sin descanso, su belleza incontinente, su determinación; y me divierto al pensar en la sorpresa que van a tener cuando la exuberancia de los tulipanes dobles y la elegancia de las peonías irrumpa en su rutina mañanera y rebaje su euforia de amanecer sabiéndose lo más, de lo más. Entonces sé que vanidosos reaccionarán del único modo posible, haciéndose valer, y en ese momento, sí, La Madriguera tendrá el jardín que merece. Es decir, uno en su máximo apogeo, en el que la vida viva con sus infinitos detalles y formas deja boquiabierto y complacido a todo aquel que en él su mirada reposa. Lunes, catorce de marzo. Llevo deseando estos días desde Navidad. Anhelando un jardín en flor desde año nuevo. Pasando revista a la tierra sembrada día tras día. O por no exagerar, cada tres días. También añoraba el sol. Días seguidos de sol. Un sol continúo sobre mí, iluminando mi caminar, también el jardín. Calentando los sillones del porche. Acariciando tras el gran ventanal de La Madriguera con sus rayos mis otros sillones de ratán, mis preferidos, los de la granja en África, en Mombasa. Y, ahora, sentada en mi escritorio, con el diario natural abierto delante de mí, cuando el Miércoles de Ceniza hace dos miércoles que quedó atrás, entre párrafos miro el calendario, y sólo resta aguardar la Pascua de Resurrección. El inicio real de la primavera. Si bien, la oficial el próximo domingo, será. Con lo cual, el lunes de hoy, es el último lunes de este invierno. Me alegra enormemente que lo sea. Para alguien como yo que su existencia ha cambiado tantísimo para pasar la mayor parte de su tiempo afuera en el exterior, el invierno resulta ser asunto duro. Debo a lo largo de enero y febrero revestir la paciencia con ilusión, abrigarla con esperanza. Imaginar el día de mañana, rellenar y perfilar el otro y el otro, esbozar y escribir el siguiente y los sucesivos. Anteayer se me ocurrió montar una fiesta en el jardín, el fin de semana del veintiséis y veintisiete. Lo hablamos y nos dijimos sí con los ojos. Amar las mismas cosas, pensar de un mismo modo, estar juntos mano a mano, piel con piel. Nos entusiasman los domingos en la granja, las barbacoas de sábado al aire libre, la mesa puesta a modo de buffet, el corretear de los niños, la mansedumbre de los animales recién alimentados, las cervezas frías, la comida rica, la música en el aire, los amigos riéndose, el hablar hasta el anochecer, el besarnos bajo las estrellas sin pedir ningún deseo, puesto que todo está aquí, y al día siguiente, vuelta a empezar. Hay algo muy sanador en sentirse parte de la rutina. Existe una felicidad sin punto de comparación cuando nada te impide serlo. Y aunque no seamos del todo conscientes o lo olvidemos, existe, está, es nuestra. Es como jugar tras obedecer. Es vivir con la conciencia tranquila. Leí el otro día en uno de los muchísimos diarios que tengo de Henry David Thoreau una frase bellísima no sólo por su sencillez, también, puesto que lo abarca todo: desde la satisfacción del alma, al hecho de saberse afortunado por estar. La frase era: “Acaba otro precioso día de invierno”. Al transcribirla, sigo teniendo la misma impresión. Además, la considero redonda y perfecta en su exactitud. Así pues no vislumbro mejor manera de terminar la entrada de hoy. Acaba otro precioso día de invierno. Acaba otro precioso invierno. Agradecida por tanto le estoy, por lo esperable y por lo que no, por lo soñado y por lo que ni siquiera llegué a imaginar, y sucedió.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 14 de Marzo de 2022 ) 

lunes, 7 de marzo de 2022

7 de Marzo ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Me quedo quieta. Marzo con su llegada borrará las temperaturas bajo cero. Y, al menos, el camino no tendrá esa dureza cruel. Los últimos dos meses han sido de caminar o morir. No me quejo. Todo lo contrario. Agradecida y bendecida me sé. De poder. Me quedo quieta. Sentada en mi sillón de ratán preferido, del mismo estilo que los que Karen Blixen tenía en el porche de su granja en África. Cuando necesito hacer un alto en la rutina me quedo quieta, absolutamente quieta, mirando el cielo, los pájaros, la porción de naturaleza que se ve desde el porche de La Madriguera. Respiro, miro, observo, mis pensamientos se relajan, y yo, también. Imposible que una queja salga de mi boca, ni que tome forma en mi mente. 《Tengo todo esto. Mi verdadero hogar, mi gran placer. También el camino y caminar. Y, por supuesto, (siempre) el oficio de contar》, me digo sin decir. Louisa May Alcott, escribió en su diario, el día de año nuevo de 1868: “Estoy en mi cuartito, pasando días felices y ajetreados, porque tengo silencio, libertad, suficiente trabajo y fuerza para realizarlo”. Sin faltar a la verdad, podría muy bien emularla y escribir ahora mismo (en la entrada de hoy) en este diario unas palabras semejantes con el mismo sentir y ciento cincuenta y cuatro años de diferencia. Estoy en La Madriguera, viviendo días felices y ajetreados, porque tengo silencio, libertad, suficiente trabajo y,  gracias a Dios, fuerza para realizarlo. Este mes de marzo he pensado en volcarme más en mis diarios. No deseo perder ripio en ellos de la primavera que está por llegar, ni tampoco, de los últimos coletazos del invierno. La necesidad de escribir, de contar, a tiempo completo conmigo. Pegadita a mí. Rondándome, como enamorado. Escritoras y sus diarios. Contadoras de historias y su verdad sin ficciones. Realmente, atrapa poder ser una misma. Mostrarse al natural. Dejar de lado la imaginación y el dar personalidad, voz y patrón a unos personajes e hilo a una narración. Escribir diarios es mucho menos divertido e interesante que novelar, pero sí que es más sincero y relajado. Siendo muy consciente de que escribir cada una de mis novelas ha sido la aventura más maravillosa de mi existencia, y lo que cada una me regaló con su publicación, fue y sigue siendo (en la actualidad) tremendamente gratificante, desconozco si volveré a escribir ficción. Es asunto que decidiré con el tiempo. No descarto nada; pues escritora, novelista, contadora de historias soy. Sin embargo, es un hecho que desde mi accidente en enero del veinte ha dejado de interesarme paulatinamente todo lo que no es real. Todo lo que no es verdad. Secuelas de caer al vacío desde tres metros de altura tras ser embestida y alzada al aire por un alce con el que tuve la mala suerte de cruzarme en su caminar. La gente corriente se cae por las escaleras, la glamurosa en la alfombra roja. Yo, no. Lo mío fue un accidente bestial, natural. Celebro cada día no haber perdido la vida. Un golpe en la cabeza en cualquier roca y se acabo. No hay amanecer en que no de gracias a mi Dios por estar. Y el resto, las lesiones, con trabajo y disciplina, van superándose; o, en su defecto, vas amoldándote con paciencia y resignación a las secuelas, asumiéndolas como parte de ti. Lo bueno de las secuelas es que no todas son negativas. El enorme aprendizaje, el cambio a un carácter más sereno, la distinta forma de entender la existencia, la necesidad de no querer perder el tiempo, la pasión por sentirme viva en la vida viva, por ejemplo, son secuelas que son bendición. Y, entre todas ellas, entre las buenas y las malas, entre las vigorizantes y las dolorosas, está ese apartarme de la ficción no sólo como escritora también como lectora. No deseo evadirme, hoy por hoy, deseo realidad de la mañana a la noche, de la noche a la mañana. Y así, así, de ese modo y de esa manera, con orgullo, esfuerzo, mérito y olvido vivir mi vida de fe y esplendor en La Madriguera, en el lugar que verdaderamente me importa, todo lo próxima que pueda a la esencia primigenia de lo que realmente es valioso y sustancial. Y, cuando, en una hora como en esta rescatas el párrafo de Wendell Berry que subrayaste en su día: “La fórmula para una buena vida es sencilla, y afortunadamente no pretende ser original: ve más despacio, presta atención, realiza acciones y produce cosas que merezcan la pena, quiere a tus vecinos, ama tu hogar, no te alejes demasiado de él, confórmate con menos, disfrútalo más”; y suscribes, una a una, cada una de sus palabras, no como concepto ni como utopía, sino como lo que llevas haciendo desde hace dos larguísimos años, entiendes que jamás vas a volver a ser la que eras antes de que te cruzases en el caminar de un alce; antes de que la vida salvaje decidiese por ti y limitara tu futuro; antes de que comprendieses como nunca antes que si no fueses hija de Dios, de su amor, de su bendición, no existirías; que si él no tuviera un propósito para ti no estarías ahora mismo escribiendo tu propia historia. Puesto que sí, la realidad siempre supera la ficción. No es un mito ni una leyenda. Es la realidad. Y, la realidad pura y dura, sin artificios, para quien cuenta historias pertenece a los diarios.  


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 7 de Marzo de 2022 ) 

lunes, 21 de febrero de 2022

21 de Febrero ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Los días de febrero se suceden entre la nieve, el hielo, la lluvia y el viento afuera en el exterior, y sopa caliente en el interior de La Madriguera. De ese modo todo resulta perfecto. La combinación de frío (afuera) y de sopa (adentro) me dibuja una hermosa sonrisa en el rostro. Estoy guapa. Miro al espejo y me encuentro con un bello rostro sereno y sonrosado, que por fortuna para mí es el mío, enmarcado por suaves rizos canosos y por los diminutos pendientes de brillantes que sus Majestades los Reyes Magos de Oriente me dejaron en el cesto de Don Farol. Me sonrío. Siempre lo hago cuando me descubro a mí misma mirándome. Encontrarme dentro del espejo es algo que en la actualidad sigue sorprendiéndome de la misma manera como cuando era niña. Ese estar ahí (dentro) y al mismo tiempo aquí (fuera). Mis ojos me interpelan. Desean dialogar, quizás debatir. Declino el ofrecimiento. Y antes de que sin pedírselo me cuenten mi propia historia, me sonrío. La mía es una sonrisa de confianza, de quien apuesta siempre por estar viva en la vida viva, de quien a pesar del sufrimiento vive en calma una existencia de fe y esplendor. Nunca será mi sonrisa, una sonrisa de desdén. Me enfadaría conmigo misma si viese dibujado en mi rostro el desdén, la autosuficiencia, la soberbia. Porque no soporto las sonrisas que nacen de ahí. La sonrisa que deseo ver es la de quien con los pies en la tierra se siente agradecido y bendecido por estar. La que emerge espontánea del buen corazón. Una sonrisa de esas sonrisas imposibles de derrotar. Y de la sonrisa a la risa franca, amigable y amorosa, sólo hay un pasito. Lo sé por experiencia. Como también sé que es imposible hacer feliz al prójimo si no se posee una sonrisa y una risa con esas características, si uno no se sonríe al mirarse en el espejo, si uno no se ama y se respeta a sí mismo. El amor, la capacidad de amar, la generosidad en el amor es un don que como la valentía se tiene o no, se posee o no (sin medias tintas), que siempre brota, crece y se expande de adentro hacia fuera. De nuevo, la dicotomía de exterior (afuera) e interior (adentro). Hoy, es veintiuno de febrero. El mes más corto, acaba. Febrero está siendo un mes dulce, no sólo gélido. En el punto intermedio mi mente en esta tarde se pasea contenta como si bailase una danza compuesta en exclusiva para ella. Estoy entregada a sus caprichos. No me he sentado a escribir esta entrada con un propósito definido de antemano, como habitualmente sucede. No. En esta tarde, no. Todo lo contrario, me dejo llevar. Es bueno dejarse llevar de cuando en cuando. Descansar de todo. Olvidarse de decidir, también de interactuar. Me abrazo a mi mente, que ahorita, piensa en la delicia que ha resultado ser el último audiolibro (de poco más de tres horas) que esta mañana Nuna y yo hemos terminado de escuchar. Se detiene en el poder de las historias que trasmitidas oralmente atraviesan espacios, incluso siglos. Cree que eso es así porque desde el instante en que salen de la boca se quedan prendidas en el sentimiento y en la piel. Las leídas son asimiladas de otra manera. Han de traspasar muchas más capas hasta llegar al corazón o a la estancia donde se guardan bajo llave las debilidades de cada uno. Y, a continuación, (mi mente) sigue por otros derroteros. Yo, solamente, obedezco. Me invita sin ordenar que mire (afuera) por el ventanal. Me obliga a salir desde (adentro) su interior y saltar (afuera) sin paracaídas, sin un punto de apoyo, sin un minuto que perder, rompiendo la atractiva intimidad en la que estábamos instaladas. Veo. Veo. Veo. ¿Qué veo? A la Reina de las Nieves (erre que erre) abriendo su blanca mano y repartiendo su donosura. Congelando los sueños, recuerdos y nostalgias. Fijándolos en nuestra memoria con alfileres hechos de esquirlas de hielo para que nada ni nadie se los lleve muy lejos. Ay, febrero, qué tú eres. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 21 de Febrero de 2022 )

lunes, 7 de febrero de 2022

7 de Febrero ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾



Febrero llega y me descubre escuchando como cada día de mi vida. Escuchar es algo más que prestar atención a lo que se oye. Es más que atender. Es lo opuesto a quedarse con los brazos cruzados, las orejas en desuso, gachas o caídas. Me da la risa al pensar en semejante imagen. A mediados del mes pasado cuando caminaba (atravesando una de esas mañanas en las que el frío te desafía mirándote de frente y sin piedad) me ocurrió algo lo suficientemente extraño cómo para no desear escribir sobre ello después. Vi a enero bostezar. Lo encontré tumbado de cualquier manera debajo del esqueleto durmiente de un árbol milenario con sus treinta y un días enroscándose sobre sí. Se arrancaba los pelos de su cabellera blanca, uno a uno, mientras bostezaba sin disimulo. Aburrido y apático, como si la existencia, o lo que era peor, la vida no fuera con él. Busqué algo para lanzarle. Una piedra afilada y pequeñita, le tiré. 《¡¡¡¡ Ehhhh!!! ¿Se puede saber qué haces?》 , me gritó. 《Espabilarte. Despertarte. Pareces vagancio en el peor de sus días. No es propio de ti que te comportes así, mes primero y puerta 》 , le respondí.  《Me aburre la monotonía del paisaje, la falta de historias, el impás en la narración; además del cielo gris como carpa de circo cerrada hasta la próxima función》 , me indicó. 《¡Escucha!》, le sugerí. 《¿El qué? Si todo es un gran silencio. Vasto y tangible》, me contestó un segundo antes de bostezar de nuevo. 《Escucha atentamente. Porque en lo que tú crees que todo es silencio está la emoción. Olvídate (si lo prefieres) de todos los sentidos, salvo del oído. Concéntrate en el oído. Vive para escuchar y escucha para vivir. De manera que lo que escuches corra por tu interior e impida quedarte con la percepción helada por el aburrimiento 》, le ordené. 《¡Paparruchas! Si tan importante es, escucha tú 》, malcarado, me respondió. 《Lo hago cada día de mi vida. Sólo requiere despejar los sentidos para que el oído trabaje más que el resto. No es tarea difícil para mí, puesto que soy buena oyente. De hecho, amo escuchar》, le dije. 《¿Y qué amas escuchar? A ver, listilla, entretenme un rato》 , me soltó mientras se rascaba con los dedos de una mano, la palma de la otra. 《 Amo escuchar el mundo natural, los pájaros, los animales con los que me cruzo en mi caminar, el viento en la copa de los árboles, el gritito emocionado cuando reconozco las bondades que mi Dios me brinda, la lluvia pisándome los talones, los insectos libando el néctar de la flor, la flor abriéndose a la vida, la vida abriéndose a mí con cada amanecer, el agua de arroyo de verano, la gota de sudor deslizándose por mi piel, la avioneta de Denys sobrevolando las colinas de Ngong mucho antes de verla aparecer, el copo de nieve posándose en la punta de mi nariz, el frufrú de mi anorak rojo, el rítmico sonido de mis bastones y mis pisadas, los pensamientos vagabundos que mi mente me lanza como anzuelos, los latidos ilusionados de mi corazón agradecido por todo lo que mis ojos ven. Y cuando el exterior se queda al otro lado del grueso muro de La Madriguera: la voz única, singular y vibrante, la calidez de la voz que narra la historia, la voz del amor》 , le respondí de carrerilla y desde el corazón. 《¿Y por qué amas escuchar toda esa sarta de tonterías?》, me preguntó, sorprendiéndome puesto que pensé que había dejado de atender mi retahíla al llegar a la mitad. 《Porque todo ello es hogar para mí. Chimenea que arde en el refugio que habito. Amo el silencio, mi Dios sabe cuán de necesario y vital me es; pero la voz que en él se cobija, también, es algo de lo que no puedo prescindir 》, le respondí, dibujándose una enorme sonrisa en mi rostro, puesto que sentí tan enorme dicha y fortuna por todo lo que en verdad me rodea, que dejaron de importarme sus bostezos y lo que pudiera contestarme a continuación.


“Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios, aprovechando al máximo cada momento oportuno, porque los días son malos. Efesios 5: 15-16”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 7 de Febrero de 2022 ) 

lunes, 31 de enero de 2022

31 de Enero ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Amanezco y llueve. Inesperadamente llueve. A saber la de horas que la lluvia está embarrando el camino. A un paso del mal humor, me resigno. Hay días en que la lluvia es un alivio, me lo tomo como un descanso y sustituyo el camino por sentarme a escribir de buena mañana como la María de antes. Hoy, no. Hoy, me molesta. La falta de camino me deja como huérfana. Huérfana con cuarenta y ocho años. Debo improvisar la mañana, es lo que me digo mirando el cielo sin poder evitar sentir esperanza. Una hora después sin visos de escampar, el vacío se agarra a mi estómago. Soy animal enjaulado. Miro a mi alrededor. Es imposible estarme quieta como lo es quedarme en el interior de La Madriguera antes de las doce del mediodía. Las mañanas son de exterior. Al menos, las mías. Coloco en un petate un termo con agua caliente, una botella de agua, un bocadillo de jamón, un sándwich de paté de oca, un recipiente con pienso, otro con pollo asado, unas bolsitas de infusiones, un paquete de galletas de chocolate con trocitos de almendra, un libro, el bolígrafo rojo para subrayarlo, mantas y un par de cojines. Le silbo a Nuna. La llamo. Viene. Nos miramos a los ojos. Comprende. Me habla en su lenguaje lleno de verdad y emoción. Le guiño un ojo. Se alegra. Cargo el petate en la camioneta y montamos en ella. Nos vamos. Conduzco durante un buen rato, la lluvia sigue, el limpiaparabrisas le revienta la paciencia a Nuna, y yo no aparto la vista del horizonte. Deseo ver el viejo albergue con su espacioso porche en el borde mismo donde las montañas saltan al vacío. En días como este en que la lluvia es lo único que se ve, el efecto de suspensión entre cielo y tierra es enorme. Y si te sientas cómodamente (apoyada en un mullido cojín) en una de las viejas tumbonas de madera, y, abrigada, te tapas con una manta, y le ofreces a la lluvia tu tiempo; cuando escampa, eres testigo de un paisaje tan bellamente iluminado por la gracia de Dios que no se te olvida jamás. Llegamos. Aparco. Nuna salta de la camioneta, corre y se resguarda en el porche. Me mira. Me ve llegar con el petate. Escoge su lugar. Sobre dos tumbonas (de la veintena que hay disponibles) coloco las mantas y los cojines. Nuna se sube en una y se tumba. Siempre es quien elige primero, estemos donde estemos. La tapo con otra manta, y hago tres cuartos de lo mismo conmigo. A mí derecha, Nuna. A mi izquierda, el petate con la comida. Detrás, la vieja fachada de piedra del albergue cerrado hasta primavera. Frente a nosotras, la baranda de madera, y a continuación, la lluvia y el mundo natural al que pertenecemos. Miro a mi alrededor, todo está en orden y limpio. El equipo de mantenimiento del albergue conserva el lugar de igual forma estando abierto como cerrado. Y las gentes que llegamos hasta aquí durante el día (a la vista está) somos lo suficientemente inteligentes para no dejar rastro. En cuanto a las noches, a partir de octubre, las temperaturas en estos pagos son tan despiadadas que a nadie en su sano juicio se le ocurre pernoctar a la intemperie. Eso, se quiera o no, también ayuda a mantener el lugar en un buen estado. Nuna, me mira. Me interroga con las orejas. Me está preguntando: 《¿En qué piensas para no hacerme caso desde hace un buen rato? 》Le acaricio la cabeza, como respuesta. Le rasco debajo de las orejas. Respira profundamente al tener mi atención de nuevo sobre ella. Está a gusto. Yo, también. Comemos, nos hacemos un infusión, abro el libro, leo en voz alta. Le gusta que lea en voz alta. Subrayo. Levanto la vista. Lluvia. Lluvia. Lluvia. Vuelvo a la lectura. El tipo de libros que en la actualidad comienzo y acabo sin dejar ni una sola página me producen mayor bienestar si los leo al aire libre. Las palabras en negro sobre blanco que en este último día de enero subrayo quedarán grabadas en mi memoria con el sonido de la lluvia de fondo. El sonido de la lluvia. La voz de la lluvia. Cuán importantes han sido y son las voces para mí. Qué inolvidables. Nunca he amado definitivamente, si antes no he amado la voz del portador. La voz para mí equivale a lugar seguro, a sentirme en casa. Para alguien como yo que el silencio le es necesario, vital; la seducción de la voz, su importancia, como lo opuesto al silencio, encaja. El tesoro de la voz única, cargada de vibraciones y argumentos, para romper el silencio, es entendible. Llueve. Llueve. Llueve. Nuna come un poco más de pienso con trocitos de pollo frío. Le acaricio el suave pelaje negrísimo, plagado de rizos. Miro la lluvia caer. Tardará bastante en escampar. No importa. La vida que uno se encuentra después siempre es mucho más valiosa. Sonrío. Realmente necesitaba llegar hasta aquí, hasta este hermoso lugar. Necesitaba sentarme y mirar. Sentarme y no hacer nada. Sentarme y estar. 



“Haré que ellas y los alrededores de mi colina sean una fuente de bendición. Haré caer lluvias de bendición en el tiempo oportuno. Ezequiel 34:26”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 31 de Enero de 2022)

lunes, 24 de enero de 2022

24 de Enero ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Si cuando cocino me percibo en un tiempo aparte del tiempo y cuando escribo me sé en un tiempo fuera del tiempo; el tiempo que paso afuera en el exterior, al aire libre, en la naturaleza, lo entiendo como el tiempo en su totalidad. Un tiempo que lo abarca todo. Es lo que pienso unos minutos antes de notar que mis piernas, en definitiva, mi cuerpo se acompasa con mi corazón. Y,  en ese instante, caminar se convierte en un acto equilibrado, lleno de armonía en el que la mente vuela libre dibujándose en pensamientos vagabundos que siempre me llevan a territorios fructíferos. Es el cuarto lunes del año nuevo. Miro el cielo, las nubes ahí arriba corren empujadas por el viento; mientras que por aquí abajo, mi amado viento, hoy, todavía no ha hecho acto de presencia. Es cuestión de horas. A mediodía soplará a ras de mi oído. Estoy escribiendo mentalmente (mientras camino) la que será la primera entrada del veintidós en el segundo año del diario natural. Recogida ya la Navidad en cajas en el altillo del armario y guardada en el recuerdo como paño en oro, ahora sí que de verdad de la buena, la existencia torna a la rutina. Ahora puedo mirar a los ojos de enero y reconocerle en su energía positiva y en su vigor entusiasta, y agradecerle sinceramente tanto la una como el otro, pues con ellos me estoy abrigando desde que comenzó el año como si fuesen manto talismán o capa con superpoderes. Me sé bendecida por Dios por la manera en que he transitado de un año a otro. Le estoy inmensamente agradecida por el modo en que crucé la puerta, y por poder hacer frente (como si no viniera de dos años durísimos) a la actividad frenética que encontré esperándome al otro lado. La satisfacción de resolver bajo su atenta mirada (con salud, fortuna y talento) el camino y el entreno, el contar historias y los cocinados, ha hecho de mí en estos días mujer privilegiada y de enero el mejor de los comienzos. Sentada en el escaño natural observo con deleite el vuelo de los pájaros, digo sus nombres en voz baja para no molestar, con respeto contemplo su alegría y su libertad. Pienso detenidamente en la libertad. En el concepto: 《libre como un pájaro》. En cómo Dios nos hizo libres a cada uno de sus hijos. Y, también, en las formas descaradas con las que ciertos humanos que juegan a ser Dios nos la están arrebatando al resto. Jugar a ser Dios, mal asunto para quien se atreve. De los pájaros a la libertad, de la libertad a la revelación en la que mi mente repara antes de proseguir con el día y el camino. Miro a mi alrededor, observo todo lo que me envuelve, adivino, descubro, sé que en el mundo natural en el que vivo y también en el jardín de La Madriguera en el que disfruto, he aprendido a vivir mi vida en la calma y en el silencio, he fortalecido, valga la redundancia, mis fortalezas, y hallado la verdadera fuente de riqueza que es la fe, y así seguiré. Esa es la revelación. Así seguiré. De ese modo, seguiré. Manteniéndome alejada de lo que no representa ni expresa mi forma de entender el mundo. Las nubes siguen su propia maratón, obedeciendo al impulso de un viento que de momento no roza mi piel, pero que intuyo. Me levanto del escaño y continúo, un paso tras otro, un pie y otro pie, un latido y otro latido, y aunque ahora todavía no estén, en mi horizonte veo flores. También como metáfora. Pienso en la primavera, en el gesto confiado que se deposita siempre en el mes de marzo, en ver florecer el jardín, en la dulce caricia que será para mis ojos los brotes y colores de lo que en él sembramos. En la felicidad o el descontento que su libre decisión de florecer o no en el entorno de La Madriguera provocará en mí. Pienso en arreglos florales, en inundar la casa con pequeños y grandes jarrones. Pienso en sentarme a pensar, charlar y leer en el porche mientras tomo el sol. Con eso en mente camino por el invierno; sin prisa, atesorando cada uno de sus días. Y, en este enero, en mi caminar hay un profundo sentimiento de amor. 


“Dichosos todos los que temen al Señor, los que van por sus caminos. Salmo 128:1”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 24 de Enero de 2022 ) 


** En la fotografía una de las raíces de peonía que sembramos. Son más de setenta entre bulbos y raíces de distintos tipos los que aguardan, por vez primera, la primavera en el jardín de La Madriguera.

lunes, 6 de diciembre de 2021

6 de Diciembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Diciembre se ha presentado con días y noches completamente invernales. Al llegar la mañana e ir a explorar la vida a través del camino, me abrigo como una inuit, me coloco las raquetas y miro al frente. Y a pesar de que hay días en que el esfuerzo se quintuplica porque el gélido aire se agarra a los pulmones como un demonio, amo el invierno. La belleza del silencio que acompaña mis caminatas a pocos grados me reconforta enormemente. El silencio en mi existencia es espacio profundo de reflexión. Y, por supuesto, está lleno de amor. No puede ser de otro modo. Puesto que el amor lo inunda todo. Mires donde mires, existe el amor porque existe la gracia de Dios. El amor vive al compás de cada latido de corazón y crece en nosotros con los años. El amor en ninguna vida es finito. No es un carnet con puntos. No es una cuota. Nadie, nada, te prohíbe amar ni seguir amando. Sé de mí que amo a quien amé de la misma manera como amaré siempre a los que hoy amo. En la existencia no varía el amor puro recibido de los otros, al contrario, queda intacto en nuestro interior como el mejor de los regalos para nutrirte mientras estés sobre la faz de la Tierra. Lo que se modifica es el deseo por el otro, la convivencia con el otro, la necesidad del otro. Pero, el amor no. “Por encima de todo, vístanse de amor, que es el vínculo perfecto. Colosenses 3: 14”. Hoy (mientras camino) pienso en el amor, en las maneras de estar en el mundo, en la pereza y en la Navidad. Y no sólo ampara mis pensamientos el versículo que acabo de citar. De igual modo lo hace Karen Blixen con su recomendación sobre cómo encarar la vida: “Yo os diría, ante todo, que debéis ser valientes. Sin valentía no hay forma de vivir. Y si queréis saber algo más, añadiría, que es imprescindible poseer el don de amar.” Caminar, pensar, profundizar, reflexionar en silencio y en plena naturaleza para ser mejor es lo que apuntala mi vida. Es lo que la vertebra. Lo que hermana mis días con las semanas y los meses. Es la forma en la que visto las estaciones y su paso, y también, a mí misma. Por ello, seguramente, me da absoluta pereza el pensamiento lineal, las mentes simples, que huyen de desentrañar la complejidad del mundo que habitan, que quedándose en la superficie juzgan con ligereza y etiquetan como sentencias y sanseacabó. Para mí existir de ese modo es como vivir sin raíces. Los pensamientos fruto de la reflexión son las raíces del bípedo. Te anclan al suelo y te permiten crecer, e impiden que en cualquier amanecer se te lleve el viento como veleta de hojalata combada. Lo que no me da pereza en diciembre, lo que más me apasiona del invierno,  son los fines de semana, los festivos, y por supuesto, las vacaciones de Navidad, cuando el asueto es más poderoso que el reloj, y al dejarte llevar por él, y recordar de nuevo las manecillas, reparas en que ya anochece, que el día se va y tú lo has disfrutado confortablemente al abrigo de paseos, lecturas, galletas dulces y una buena mesa navideña. Me congratula enormemente que la Navidad como el amor esté por todas partes.  Me satisface cómo los cristianos nos volcamos en ella, y a lo largo de semanas, la mostramos a los ojos de Dios como la ofrenda llena de gratitud y la bendición que es. En ningún año como en este he felicitado tanto la Navidad y me la han felicitado. Un sonoro, orgulloso y en mayúsculas: FELIZ NAVIDAD, emerge del corazón a modo de saludo en los cristianos, en la gente de bien, desde que se nos ha dado a conocer sin disimulo que a la falsaría izquierda le molesta la cristiandad, la familia, la verdad, lo real, en definitiva, todo lo que sustenta la existencia del individuo libre que sabe diferenciar por sí mismo (y sin indicaciones, más allá, de la Biblia) el bien del mal. En la mañana de este primer lunes de diciembre, cuando el segundo domingo de Adviento ha sido reverenciado, sentada en el escaño natural de mi camino, agradecida y bendecida, mientras la algarabía de los pájaros entretiene mi vista y rebosa mi corazón de felicidad, en el diálogo honesto en el que cada día en mi caminar ahondo con mi Dios, con claridad sé las palabras con las que finalizar la entrada que a la tarde escribiré. Pero antes, aquí y ahora, contemplando la profundidad del cielo las recito, se las digo, hago mío el salmo 119:105: “Tu palabra es una lámpara a mis pies; es una luz en mi sendero”.  


¡Feliz Navidad!

María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 6 de Diciembre de 2021 ) 

lunes, 22 de noviembre de 2021

22 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Me aflojo los cordones de las botas y con la espalda apoyada en una roca (a la que el sol de noviembre calienta cada mañana) saco el teléfono del bolsillo del anorak rojo, y busco una página en blanco sobre la que escribir. En ella escribo lo que en la tarde del cuarto lunes de noviembre transcribiré en el diario natural, puesto que hoy es jueves, y el lunes quince, existe mentalmente esbozado. He amanecido con la energía a tope, ganas de camino, naturaleza, literatura y vida viva. No ha sido una sorpresa sentir la necesidad urgente de detenerme a escribir en mitad del camino y en plena naturaleza, sino más bien todo lo contrario, lo presentía. Escribir es la experiencia más hermosa del mundo cuando las palabras brotan solas sin saber de dónde llegan, cuando te sabes el medio para que la historia sea narrada. Ahí, cuando nada se fuerza, es cuando el oficio de contador de historias te muestra que él te eligió a ti, y no al revés. Hoy, es el día antes de mi cumpleaños, es el día en que me celebro a mí misma, es la última jornada del año que en esta fecha acaba. Estoy radiante, me sé feliz en la vida de fe y esplendor que he logrado. Noviembre está siendo un mes potente que me va dejando dádivas en los márgenes del camino en forma de recompensas, emociones y libertad. Estoy agradecida (a más no poder) por la bendición que ha sido ser lo suficientemente avispada para convertir un hecho descorazonador, como es un accidente, en una verdadera experiencia de crecimiento personal y fortaleza. Soy consciente de que sin fe, sin las oraciones, sin la Biblia, sin mi Dios no habría podido. Haber aprovechado cada una de las bondades que Dios me ha ido ofreciendo me llena de dicha; como de orgullo, haberme apoyado en él para transformar en positivo lo que a todas luces no lo era. A resultas, mi existencia en la actualidad es mejor que la de antes, y yo me percibo como distinta, y desde la serenidad también una persona mucho mejor, más auténtica y más madura. Cantan los pájaros su canción de media mañana, la luz me ciega, me asombra lo mucho que echaba de menos el invierno, lo intuía, pero desconocía hasta qué punto. Leí en uno de los diarios de May Sarton que los pájaros nunca sienten lástima de sí mismos. Esa es una lección que deberíamos aprender los humanos. Hay tantas lecciones esperándonos a la vuelta de la esquina cuando nacemos, que pensarlo produce vértigo. Contemplas a un bebé y atisbas la magnitud de un lienzo en blanco. Estoy escribiendo como si bailase con las palabras. Ellas me llevan. Los pensamientos vagabundos encuentran su acomodo en un discurso sin hechuras de texto. Se sienten libres a través de mí. Voy transformándolos en emoción mediante una hilera de símbolos negros sobre un fondo luminoso y blanco. No sé si llega a todos, probablemente sí, la hora en que todo cambia definitivamente cuando se te da a conocer que lo verdaderamente importante eres tú. Entonces (cuando llega) comprendes cómo facilita la existencia el continuo diálogo con el Dios de nuestra conciencia, con esa voz interna que te acompaña y te explica qué está bien y qué no lo está. Transcurren unos treinta minutos. O puede que menos, o más. El sol se desliza sobre la roca. La sombra me enfría. El frío se mete en los huesos, avisa. Es la hora de anudar de nuevo los cordones de las botas, guardar la página escrita y seguir con el día. Sonrío al recordar (de pronto) que hoy debo desenvolver mi regalo del último día del año. No está mal esto de celebrar un precumpleaños. De hecho, es fantástico. Dando por alcanzado mi notable (a las diez y media de la mañana) me levanto al encuentro del alto del notable, y mientras pongo un pie tras otro, y avanzo en paz conmigo misma en dirección a La Madriguera, recito mi mantra: “Orgullo, esfuerzo, mérito, olvido".


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 22 de Noviembre de 2021 ) 


* En la fotografía: precioso mantel, servilletas y camino de mesa confeccionados en lino, con estampación colorida de pájaros y naturaleza. Símbolo de la vida viva. Autoregalo del día 11.

lunes, 15 de noviembre de 2021

15 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Reparo en que en este otoño abandonar a mediodía los espacios abiertos y cambiarlos por el interior de La Madriguera me viene muy cuesta arriba. No sé si es porque en ellos todo es consuelo, alivio y aliento o porque desde ellos es más fácil alcanzar mi ansiado notable alto. Tal como voy escribiendo estas líneas en el diario natural mi cuerpo se tensa emocionado por las ganas (que desde hace días invaden mi caminar) de escribir sobre el notable alto. Pero antes de aclarar y desarrollar qué es, tomo conciencia de que me va a ser imposible reflexionar en negro sobre blanco acerca de ello sin detenerme en la tristeza, aunque sea brevemente. Valoro si hacerlo o no, y decido en un santiamén seguir adelante con el propósito inicial de la entrada de este tercer lunes de noviembre. Centrado el tema y dispuesta la página, explicar qué es el notable alto resulta bastante sencillo, pues no es más, que la nota con la que deseo valorar el día cuando va llegando a su fin. Reconozco, que en mi caso, la actitud con la que encaro y afronto las jornadas tiene mucho que ver con la satisfacción que obtengo de ellas. Una actitud que se torna determinante en esas puntuales y aisladas horas en que de sopetón la tristeza se posa sobre mí como una sombra de pena sin razón alguna para existir. Si bien es cierto que no es malo habitarla (durante unos minutos y muy de tarde en tarde) como un estadio pasajero, confieso que no le consiento que se adueñe de mi ánimo ni siquiera tres cuartos de hora. Con la tristeza hay que poner pies en pared. Ser más responsables que nunca y alejarla rápidamente y sin contemplaciones. Y, si acaso, percibo (en un momento concreto) que la tristeza se está pasando de rosca y demanda algo más de tiempo, la miro de frente y delante de su lúgubre tez chasco los dedos para despertar de su narcótica mirada,  y espantarla. 《 Jamás vas a tener derecho a exigirme nada》, le grito enfadada. La espanto. Y una vez espantada, redirijo mis sentidos a lo importante, es decir, a conseguir el notable alto, que en mi existencia se asemeja a una doctrina a seguir con una promesa en sus entrañas. Pues me debo a mí misma acostarme en la noche con una sonrisa dibujada en el rostro de manera espontánea, la conciencia en paz, el espíritu brioso y el alma satisfecha. He aprendido con los años que el notable alto no es algo difícil de conseguir si miro la existencia con el corazón, y si con él, observo, aprecio y contemplo el mundo que me rodea. Es una realidad que desde que despunta el día me encuentro rebuscando a lo largo de la jornada la belleza de los detalles y la felicidad del presente (del aquí y el ahora). En definitiva, busco (como el pirata los tesoros) las bondades que Dios me ofrece en bandeja de plata. Y las encuentro. Presto atención y las encuentro. Me rodean. Dios me abraza con ellas, y yo, me sé agradecida y bendecida con cada una, por tanto, y por todo. Hoy mismo, el amanecer desde La Madriguera ha sido para mí de nuevo la constatación de cuán fortuna es estar viva en la grandiosidad del mundo natural. El juego de colores que iba del rosa al morado, pasando por el amarillo y naranja me ha hecho correr en busca de Alberto para que fuese testigo a mi lado del esplendor de la vida. Mirando el cielo, mi mano ha buscado la suya y se ha refugiado en su interior. Sé que nada malo me puede pasar estando con él. Comenzando de tan gloriosa manera la jornada es fácil de adivinar que he alcanzado el notable cuando el mediodía ha dejado atrás la mañana. Al pensarlo, he sonreído, pues a esa hora sólo me restaba el alto, y para ello me quedaba aún toda la tarde. Afirmo (aquí) cuando faltan unos minutos para las seis que lo conseguiré. Ya que el hecho de escribir me redondea la existencia. Como también estoy en posición de asegurar que lo alcanzo todos los días. Unos, con unas bondades; y otros, con otras. El notable alto es una forma de vivir. Es mi manera de vivir. A mis cuarenta y ocho años ya sé que mi forma de vivir es mi mayor tesoro. Y, entonces, cuando uno sabe, todo es mucho más fácil: “porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Mateo 6:21”.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 15 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 8 de noviembre de 2021

8 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Nunca me he visto a mí misma como madre de familia. En cambio, sí, cabalgando sola con un jinete solitario de noble corazón (loco por mí y yo loca por él) a mi lado en su propio caballo al compás del mío, ni un paso por delante ni uno por detrás. Es lo que soy. Es lo que tengo. Siempre me ha dado un miedo atroz que la existencia de mis días esté vacía de contenido. He huido y sigo haciéndolo de todo lo que pueda significar malgastar el tiempo y la vida. Para mí desperdiciarlos es como perder la fe, es hacerle un grandísimo feo a Dios. Él nos dio como un inmenso regalo una vida  para cada uno de nosotros, y al mismo tiempo nos hizo libres para vivirla, y por ende, responsables al cien por cien de lo que en ella suceda. Por eso (por responsabilidad) me he negado siempre a que en mi vida la felicidad no nazca de mí. Yo debo ser la luz que alumbra mis días y mis noches, la luz de cuanto me rodea. No he deseado, ni deseo, que la materialización de los sueños, la alegría y la dicha lleguen a mí (en exclusiva o mayoritariamente) a través del impulso o la voluntad de terceros, porque de ese modo es como comienzan las injusticias con uno mismo y con los otros. Siempre he rechazado la actitud dependiente y pasiva. Jamás he olvidado de donde vengo y no me ha asustado saber a donde voy. Eso ha sido y es mi brújula. He procurado, hasta conseguirlo, tener una vida sencilla y plena, franca y sin artificios, natural, honesta y feliz, llena de fe y esplendor. He vivido y vivo en sintonía de un propósito claro y definido: llegar al invierno de mi vida satisfecha, agradecida por la bendición que ha sido vivir la que resulta ser la verdadera y gran aventura que es una vida. No deseo llegar (me aterra de hecho) con la sensación de haberme y haberla desaprovechado. En la actualidad me sé en una existencia plagada de riquezas. Me congratulo por mi capacidad para apreciar, disfrutar, valorar y agradecer los pequeños detalles y placeres que ensanchan el alma y las bondades que Dios coloca cada día en mi caminar. Creo que es lo que me mantiene despierta, atenta, interesada. Estoy segurísima de que el amor al detalle y la capacidad de disfrute, de aprecio, de asombro, de esfuerzo, de disciplina, de curiosidad, de responsabilidad, de agradecimiento, de saberse bendecido es lo que diferencia una vida plena de la que no, una vida que está en constante crecimiento y aprendizaje de la que no. Para ello, sólo hace falta sumergirse de verdad en la vida. La vida hay que vivirla, aunque muchas veces duela, como dice Alberto, en ocasiones es el único modo de aprender cuánto vale la pena. Hay que vivirla, lo repetiré mientras esté sobre la faz de la Tierra. No hay que tener miedo a nada, salvo a dejarse el sentir en el tintero. Y, ahora, me viene como anillo al dedo trascribir en esta página las estrofas de una canción de Julio Iglesias, que en momentos puntuales como llevadas por el viento llegan a mi mente mientras camino: 《Y aunque te haga calor, vete igual por el sol. Que la sombra está bien para los blandos de piel que les pica el sudor. Si le da por llover, no te de por correr, que mojarse es crecer, y corriendo entre charcos te puedes caer.》 Exacto. Hay que sumergirse, herirse, alzarse, mojarse, reírse para con coraje y valentía sacarle a vivir todo su jugo. Hay que dejar que la vida nos acelere el corazón y nos colme de dicha el existir. Esto es algo que a noviembre se le da bien hacer. Porque noviembre es un mes de exterior, aunque pueda parecer en un principio que no. Para entender que sí lo es, sólo hace falta sentir el calor del sol en la piel en uno de sus días, o cómo se asimilan en compañía del vuelo rasante de los pájaros los párrafos de esa historia que sólo puede ser leída al aire libre mientras se respira otoño, o cuánta alegría contiene la luz del cielo en esa hora dorada en la que la avioneta de Denys Finch-Hatton sobrevuela las colinas de Ngong, o lo reconfortante que se presenta la vida cuando cae la tarde y en el porche te resguardas bajo la manta a cuadros verdes, blancos y azules del hombre al que amas y te ama. Porque siempre es afuera en el exterior (en la naturaleza) donde la vida es en mayúsculas, donde se expande hasta la plenitud, donde la dicha llega por lo que nos rodea. Quizás por eso (en este segundo lunes del mes) estoy escribiendo en el diario natural estas palabras en vez de otras. Lo hago, para recordarme a mí misma que noviembre sabe cómo hacerme sonreír, conoce cómo dibujarme la más amplia de las sonrisas. Ya que si buscas en su interior, encuentras. Noviembre es como un gran baúl en el que los sueños de los niños se tornan fantasía para volverse a continuación realidad. En sus hechuras de superviviente sabe como convertirse en un mes próspero. Para ello, sólo necesita de ti, de tu complicidad, del avenir de quien está dispuesto a vivirlo. Si le miras a los ojos, el undécimo del año, te borra en un tris cualquier idea pésima o sombría que puedas tener sobre él, y si además, de mirarle a los ojos, lo vives, sin nada preestablecido y sin complejos, adentrándote en él como quien se introduce en un laberinto y no busca la salida inmediatamente, sino que prefiere recorrerlo y disfrutarlo, te revela como si se tratase de un secreto que la manera en que un espíritu superviviente se transforma en próspero con las horas, los días y las semanas es sacándole provecho a todas las bondades que Dios le brinda.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 8 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 1 de noviembre de 2021

1 de Noviembre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Cuando el sueño avanza hacia mí en el duermevela con la insolencia del que no atiende a razones, a veces, en ese estado volátil en el que la mente se deja mecer, surgen aferrados a quien tenemos al lado pensamientos de una obviedad grandiosa, que si horas después con el despertar tenemos la fortuna de recordar y recuperar, marcan la estela del día. Sé que anoche (en ese espacio) cuando yo estaba instalada maravillosamente bien en el hueco del cuerpo de Alberto (en nuestro refugio verde) a mi mente le dio por buscar los motivos por los cuales a muchos el mes de noviembre les disgusta, y como al parecer en esos minutos no halló explicación alguna, decidió dibujarme una sonrisa con la reflexión que hoy he recordado al despertar:  Ser para otro, es la manera más fascinante de trascender. Al contrario que con otras frases y en otras ocasiones no he tenido que anotarla urgentemente, pues sabía que era imposible de olvidar por sus hechuras de certeza. Minutos después en el camino, me he preguntado hasta qué punto y en qué grado los humanos deseamos trascender, y si ese anhelo es consciente o inconsciente, si es perentorio en la intimidad o en lo público. He valorado a la altura del escaño natural el escribir sobre ello en la entrada de hoy. Y, ahora, nueve horas después, sentada en mi rincón de trabajo en La Madriguera con el diario natural abierto ante mí, reparo en que noviembre para el mundo natural, para la naturaleza, para los humanos como parte (minúscula) de lo seres vivos que formamos el Universo, es el mes en el que los paisajes se apagan, la luz declina y la muerte sobresale como lo contrario a la floración, en el que la tristeza del mundo dormido invade la atmósfera y la sensación de “impermanencia" y finitud se torna un estado sólido y material que se puede tocar. Con ello, me doy cuenta, de que no hay nada más natural que la muerte como contrapartida a la vida, ni tan natural como la necesidad de trascender a la muerte. Trascender, aun sin saberlo, es algo que todos los seres llevamos como propósito en nuestro germen, en nuestra semilla, en nuestra primera bocanada de oxígeno, en el primer aleteo, en la primera mirada, en el pulso en la sien, en la piedra contra piedra. Respiro con alivio al darme cuenta de que es buen tema sobre el que reflexionar, de manera que me concedo el favor de escribir sobre ello  en este diario. Y, con cada palabra que añado a la siguiente, creo un texto con un sentido. Crear escribiendo, contando historias, es otra manera de trascender. No tan fascinante como amar y sabernos amados y respetados por otro ser, pero sí es una manera de hacerlo terca y singular. En este minuto de la tarde y en esta línea de lo escrito, entiendo en toda su amplitud que para los miles de millones de fuerzas y energías vivas que formamos el planeta crear (ya sea amor, historias, hijos, lava, edificios, flores, frutos, sendas, olas, miel, pasteles, montañas, playas, nidos u oxígeno) es el único modo que tenemos para trascender,  o lo que es lo mismo, para darle sentido a la vida. Creamos, y en el momento en que creamos, creemos, y sin apenas reparar en ello, apostamos por la fe, y es entonces cuando ocurre el milagro: pues todo es posible, soportable y mejor. Intuyo y no creo errar en que el undécimo del año se nutre de ella. Y, pienso, que la tristeza que muchos le atribuyen a noviembre, no es más que un rapto de lucidez y conciencia. Personalmente, contemplo a noviembre como el mes que se sabe superviviente de inicio, y con valentía, coraje y fe se convierte con los días en el ave fénix que toma impulso, vuela, surca el aire, dibuja piruetas, sonríe, y se aboca al diciembre, más sabio y próspero, y también (por supuesto) más libre, porque en sus treinta jornadas no ha dejado de crear,  ni de creer. 


"Conforme a vuestra fe os será hecho. Mateo 9:29"


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 1 de Noviembre de 2021 ) 

lunes, 18 de octubre de 2021

18 de Octubre ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Todavía no son las ocho de la mañana y me voy a caminar con la convicción de que la lluvia saldrá a darme la bienvenida. No me importa, al contrario. Me entusiasma el otoño y el invierno, y caminar con lluvia y viento. Ser parte de los elementos me llena de energía, y si las (mal llamadas) inclemencias pasan factura, vale la pena. Son como el amor. Vale la pena del todo y siempre. Así que con el ánimo contento pongo los pies en el porche y antes de que le agradezca a Dios el regalo que es la enormidad del día a estrenar, una docena (me da tiempo a contarlos) de pequeños pájaros cantores vuelan desde mis pies (resguardados del frío y de la noche en las zinnias) hacia el gran árbol del jardín. Sonrío con los ojos, la boca y los sentidos. Me llena de alborozo el corazón y me reconforta el alma que consideren La Madriguera su hogar. Es un honor que la escojan entre decenas de posibles cobijos. Es dicha que la elijan, que nos elijan, que me elijan. En este día, como en todos, cuando salgo al camino a reencontrarme con la naturaleza sé que regresaré con las manos llenas. Habitar la naturaleza como amar de verdad es no tener nunca la sensación de vivir con las manos vacías. Ando los primeros metros del camino pensando en eso, en las similitudes de la naturaleza con el amor. En ambos, si la sed jamás se acaba, si respirar lejos es un imposible, si la existencia sólo cobra pleno sentido en su presencia es porque son tu verdad. Y la verdad de cada uno es la manera en que Dios te muestra su amor. Lo hace a través de lo que te dibuja una sonrisa y te hace ser mejor persona día tras día. Caminados un par de kilómetros determino (más por edad y por lo vivido, que por una inspiración) que cuando reparas en que estás viviendo en tu realidad soñada es porque tus sueños han coincidido con lo que Dios había previsto para ti. Superados los cuatro mil metros y sintiéndome colmada por el fruto del esfuerzo, comienza a llover. 《¡Ya estás aquí! 》, grito, con los ojos clavados en el cielo. Y ella (la lluvia) baña mi rostro, me acoge como si fuese una vieja amiga, bailo y río, levanto los brazos feliz y mi alma eufórica canta la canción de agradecimiento y bendición que aprendí en los meses del pasado invierno en este mismo camino y con un caminar muy semejante al actual en la forma, pero muy distinto al de hoy en el fondo. Sigo unos metros más, empapándome, hasta completar mi tiempo en el camino. El camino, la lluvia, la mañana, la hora me saben a gloria y los sentimientos que se agolpan en mis sentidos surcan el cielo como una bandada de pájaros que sabe adonde va. Media hora después entro en los márgenes de La Madriguera, le sonrío al jardín, voy desvistiéndome mientras cruzo el umbral del hogar, y desnuda me sé vestida de lo que en verdad importa, que es la mejor manera de sabernos en paz. Al entrar en la ducha y con el correr del agua, al regresar el calor a mi cuerpo y en la insonoridad de la burbuja que siempre es el baño; mi yo se aplaca, y tranquilo, es muy consciente de que de no haber tenido el accidente nunca hubiese sabido hasta qué extremo amo la vida y estar viva. Con ese pensamiento que asciende hacia el techo como una pompa de jabón (increíblemente brillante, perfecta y hermosa) termina de algún modo la mejor parte de la mañana. En unas horas, cuando después de las cuatro, tome asiento y abra uno de mis diarios (probablemente el natural) para escribir la entrada de cada lunes y narre lo vivido en la jornada, sé que instintivamente, buscaré con la mirada y la piel a Alberto que junto a mí transita por su tarde. Personalmente, de todos los lugares del mundo, prefiero estar con él cuando el trajín de la mañana se vierte en literatura en la calma de la tarde. Será porque como escribí en el diario del discurrir en el mes de julio: él es mi lugar en el mundo. Pero, lo cierto, es que a ambos nos satisface estar de ese modo, cada uno a sus cosas, en silencio, en compañía del otro. En ese silencio que de manera tan poderosa describe May Sarton en su Diario de una soledad: 《En el silencio es donde los amantes realmente llegan a saber cuanto saben, y saben que ahí todo es profundo, nutritivo, nutritivo hasta las palmas de las manos y las plantas de los pies.》



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 18 de Octubre de 2021 )