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lunes, 31 de enero de 2022

31 de Enero ~ Diario natural 🌳🍃🍀🌾


Amanezco y llueve. Inesperadamente llueve. A saber la de horas que la lluvia está embarrando el camino. A un paso del mal humor, me resigno. Hay días en que la lluvia es un alivio, me lo tomo como un descanso y sustituyo el camino por sentarme a escribir de buena mañana como la María de antes. Hoy, no. Hoy, me molesta. La falta de camino me deja como huérfana. Huérfana con cuarenta y ocho años. Debo improvisar la mañana, es lo que me digo mirando el cielo sin poder evitar sentir esperanza. Una hora después sin visos de escampar, el vacío se agarra a mi estómago. Soy animal enjaulado. Miro a mi alrededor. Es imposible estarme quieta como lo es quedarme en el interior de La Madriguera antes de las doce del mediodía. Las mañanas son de exterior. Al menos, las mías. Coloco en un petate un termo con agua caliente, una botella de agua, un bocadillo de jamón, un sándwich de paté de oca, un recipiente con pienso, otro con pollo asado, unas bolsitas de infusiones, un paquete de galletas de chocolate con trocitos de almendra, un libro, el bolígrafo rojo para subrayarlo, mantas y un par de cojines. Le silbo a Nuna. La llamo. Viene. Nos miramos a los ojos. Comprende. Me habla en su lenguaje lleno de verdad y emoción. Le guiño un ojo. Se alegra. Cargo el petate en la camioneta y montamos en ella. Nos vamos. Conduzco durante un buen rato, la lluvia sigue, el limpiaparabrisas le revienta la paciencia a Nuna, y yo no aparto la vista del horizonte. Deseo ver el viejo albergue con su espacioso porche en el borde mismo donde las montañas saltan al vacío. En días como este en que la lluvia es lo único que se ve, el efecto de suspensión entre cielo y tierra es enorme. Y si te sientas cómodamente (apoyada en un mullido cojín) en una de las viejas tumbonas de madera, y, abrigada, te tapas con una manta, y le ofreces a la lluvia tu tiempo; cuando escampa, eres testigo de un paisaje tan bellamente iluminado por la gracia de Dios que no se te olvida jamás. Llegamos. Aparco. Nuna salta de la camioneta, corre y se resguarda en el porche. Me mira. Me ve llegar con el petate. Escoge su lugar. Sobre dos tumbonas (de la veintena que hay disponibles) coloco las mantas y los cojines. Nuna se sube en una y se tumba. Siempre es quien elige primero, estemos donde estemos. La tapo con otra manta, y hago tres cuartos de lo mismo conmigo. A mí derecha, Nuna. A mi izquierda, el petate con la comida. Detrás, la vieja fachada de piedra del albergue cerrado hasta primavera. Frente a nosotras, la baranda de madera, y a continuación, la lluvia y el mundo natural al que pertenecemos. Miro a mi alrededor, todo está en orden y limpio. El equipo de mantenimiento del albergue conserva el lugar de igual forma estando abierto como cerrado. Y las gentes que llegamos hasta aquí durante el día (a la vista está) somos lo suficientemente inteligentes para no dejar rastro. En cuanto a las noches, a partir de octubre, las temperaturas en estos pagos son tan despiadadas que a nadie en su sano juicio se le ocurre pernoctar a la intemperie. Eso, se quiera o no, también ayuda a mantener el lugar en un buen estado. Nuna, me mira. Me interroga con las orejas. Me está preguntando: 《¿En qué piensas para no hacerme caso desde hace un buen rato? 》Le acaricio la cabeza, como respuesta. Le rasco debajo de las orejas. Respira profundamente al tener mi atención de nuevo sobre ella. Está a gusto. Yo, también. Comemos, nos hacemos un infusión, abro el libro, leo en voz alta. Le gusta que lea en voz alta. Subrayo. Levanto la vista. Lluvia. Lluvia. Lluvia. Vuelvo a la lectura. El tipo de libros que en la actualidad comienzo y acabo sin dejar ni una sola página me producen mayor bienestar si los leo al aire libre. Las palabras en negro sobre blanco que en este último día de enero subrayo quedarán grabadas en mi memoria con el sonido de la lluvia de fondo. El sonido de la lluvia. La voz de la lluvia. Cuán importantes han sido y son las voces para mí. Qué inolvidables. Nunca he amado definitivamente, si antes no he amado la voz del portador. La voz para mí equivale a lugar seguro, a sentirme en casa. Para alguien como yo que el silencio le es necesario, vital; la seducción de la voz, su importancia, como lo opuesto al silencio, encaja. El tesoro de la voz única, cargada de vibraciones y argumentos, para romper el silencio, es entendible. Llueve. Llueve. Llueve. Nuna come un poco más de pienso con trocitos de pollo frío. Le acaricio el suave pelaje negrísimo, plagado de rizos. Miro la lluvia caer. Tardará bastante en escampar. No importa. La vida que uno se encuentra después siempre es mucho más valiosa. Sonrío. Realmente necesitaba llegar hasta aquí, hasta este hermoso lugar. Necesitaba sentarme y mirar. Sentarme y no hacer nada. Sentarme y estar. 



“Haré que ellas y los alrededores de mi colina sean una fuente de bendición. Haré caer lluvias de bendición en el tiempo oportuno. Ezequiel 34:26”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 31 de Enero de 2022)