Todavía no son las ocho de la mañana y me voy a caminar con la convicción de que la lluvia saldrá a darme la bienvenida. No me importa, al contrario. Me entusiasma el otoño y el invierno, y caminar con lluvia y viento. Ser parte de los elementos me llena de energía, y si las (mal llamadas) inclemencias pasan factura, vale la pena. Son como el amor. Vale la pena del todo y siempre. Así que con el ánimo contento pongo los pies en el porche y antes de que le agradezca a Dios el regalo que es la enormidad del día a estrenar, una docena (me da tiempo a contarlos) de pequeños pájaros cantores vuelan desde mis pies (resguardados del frío y de la noche en las zinnias) hacia el gran árbol del jardín. Sonrío con los ojos, la boca y los sentidos. Me llena de alborozo el corazón y me reconforta el alma que consideren La Madriguera su hogar. Es un honor que la escojan entre decenas de posibles cobijos. Es dicha que la elijan, que nos elijan, que me elijan. En este día, como en todos, cuando salgo al camino a reencontrarme con la naturaleza sé que regresaré con las manos llenas. Habitar la naturaleza como amar de verdad es no tener nunca la sensación de vivir con las manos vacías. Ando los primeros metros del camino pensando en eso, en las similitudes de la naturaleza con el amor. En ambos, si la sed jamás se acaba, si respirar lejos es un imposible, si la existencia sólo cobra pleno sentido en su presencia es porque son tu verdad. Y la verdad de cada uno es la manera en que Dios te muestra su amor. Lo hace a través de lo que te dibuja una sonrisa y te hace ser mejor persona día tras día. Caminados un par de kilómetros determino (más por edad y por lo vivido, que por una inspiración) que cuando reparas en que estás viviendo en tu realidad soñada es porque tus sueños han coincidido con lo que Dios había previsto para ti. Superados los cuatro mil metros y sintiéndome colmada por el fruto del esfuerzo, comienza a llover. 《¡Ya estás aquí! 》, grito, con los ojos clavados en el cielo. Y ella (la lluvia) baña mi rostro, me acoge como si fuese una vieja amiga, bailo y río, levanto los brazos feliz y mi alma eufórica canta la canción de agradecimiento y bendición que aprendí en los meses del pasado invierno en este mismo camino y con un caminar muy semejante al actual en la forma, pero muy distinto al de hoy en el fondo. Sigo unos metros más, empapándome, hasta completar mi tiempo en el camino. El camino, la lluvia, la mañana, la hora me saben a gloria y los sentimientos que se agolpan en mis sentidos surcan el cielo como una bandada de pájaros que sabe adonde va. Media hora después entro en los márgenes de La Madriguera, le sonrío al jardín, voy desvistiéndome mientras cruzo el umbral del hogar, y desnuda me sé vestida de lo que en verdad importa, que es la mejor manera de sabernos en paz. Al entrar en la ducha y con el correr del agua, al regresar el calor a mi cuerpo y en la insonoridad de la burbuja que siempre es el baño; mi yo se aplaca, y tranquilo, es muy consciente de que de no haber tenido el accidente nunca hubiese sabido hasta qué extremo amo la vida y estar viva. Con ese pensamiento que asciende hacia el techo como una pompa de jabón (increíblemente brillante, perfecta y hermosa) termina de algún modo la mejor parte de la mañana. En unas horas, cuando después de las cuatro, tome asiento y abra uno de mis diarios (probablemente el natural) para escribir la entrada de cada lunes y narre lo vivido en la jornada, sé que instintivamente, buscaré con la mirada y la piel a Alberto que junto a mí transita por su tarde. Personalmente, de todos los lugares del mundo, prefiero estar con él cuando el trajín de la mañana se vierte en literatura en la calma de la tarde. Será porque como escribí en el diario del discurrir en el mes de julio: él es mi lugar en el mundo. Pero, lo cierto, es que a ambos nos satisface estar de ese modo, cada uno a sus cosas, en silencio, en compañía del otro. En ese silencio que de manera tan poderosa describe May Sarton en su Diario de una soledad: 《En el silencio es donde los amantes realmente llegan a saber cuanto saben, y saben que ahí todo es profundo, nutritivo, nutritivo hasta las palmas de las manos y las plantas de los pies.》
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 18 de Octubre de 2021 )