Reparo en que en este otoño abandonar a mediodía los espacios abiertos y cambiarlos por el interior de La Madriguera me viene muy cuesta arriba. No sé si es porque en ellos todo es consuelo, alivio y aliento o porque desde ellos es más fácil alcanzar mi ansiado notable alto. Tal como voy escribiendo estas líneas en el diario natural mi cuerpo se tensa emocionado por las ganas (que desde hace días invaden mi caminar) de escribir sobre el notable alto. Pero antes de aclarar y desarrollar qué es, tomo conciencia de que me va a ser imposible reflexionar en negro sobre blanco acerca de ello sin detenerme en la tristeza, aunque sea brevemente. Valoro si hacerlo o no, y decido en un santiamén seguir adelante con el propósito inicial de la entrada de este tercer lunes de noviembre. Centrado el tema y dispuesta la página, explicar qué es el notable alto resulta bastante sencillo, pues no es más, que la nota con la que deseo valorar el día cuando va llegando a su fin. Reconozco, que en mi caso, la actitud con la que encaro y afronto las jornadas tiene mucho que ver con la satisfacción que obtengo de ellas. Una actitud que se torna determinante en esas puntuales y aisladas horas en que de sopetón la tristeza se posa sobre mí como una sombra de pena sin razón alguna para existir. Si bien es cierto que no es malo habitarla (durante unos minutos y muy de tarde en tarde) como un estadio pasajero, confieso que no le consiento que se adueñe de mi ánimo ni siquiera tres cuartos de hora. Con la tristeza hay que poner pies en pared. Ser más responsables que nunca y alejarla rápidamente y sin contemplaciones. Y, si acaso, percibo (en un momento concreto) que la tristeza se está pasando de rosca y demanda algo más de tiempo, la miro de frente y delante de su lúgubre tez chasco los dedos para despertar de su narcótica mirada, y espantarla. 《 Jamás vas a tener derecho a exigirme nada》, le grito enfadada. La espanto. Y una vez espantada, redirijo mis sentidos a lo importante, es decir, a conseguir el notable alto, que en mi existencia se asemeja a una doctrina a seguir con una promesa en sus entrañas. Pues me debo a mí misma acostarme en la noche con una sonrisa dibujada en el rostro de manera espontánea, la conciencia en paz, el espíritu brioso y el alma satisfecha. He aprendido con los años que el notable alto no es algo difícil de conseguir si miro la existencia con el corazón, y si con él, observo, aprecio y contemplo el mundo que me rodea. Es una realidad que desde que despunta el día me encuentro rebuscando a lo largo de la jornada la belleza de los detalles y la felicidad del presente (del aquí y el ahora). En definitiva, busco (como el pirata los tesoros) las bondades que Dios me ofrece en bandeja de plata. Y las encuentro. Presto atención y las encuentro. Me rodean. Dios me abraza con ellas, y yo, me sé agradecida y bendecida con cada una, por tanto, y por todo. Hoy mismo, el amanecer desde La Madriguera ha sido para mí de nuevo la constatación de cuán fortuna es estar viva en la grandiosidad del mundo natural. El juego de colores que iba del rosa al morado, pasando por el amarillo y naranja me ha hecho correr en busca de Alberto para que fuese testigo a mi lado del esplendor de la vida. Mirando el cielo, mi mano ha buscado la suya y se ha refugiado en su interior. Sé que nada malo me puede pasar estando con él. Comenzando de tan gloriosa manera la jornada es fácil de adivinar que he alcanzado el notable cuando el mediodía ha dejado atrás la mañana. Al pensarlo, he sonreído, pues a esa hora sólo me restaba el alto, y para ello me quedaba aún toda la tarde. Afirmo (aquí) cuando faltan unos minutos para las seis que lo conseguiré. Ya que el hecho de escribir me redondea la existencia. Como también estoy en posición de asegurar que lo alcanzo todos los días. Unos, con unas bondades; y otros, con otras. El notable alto es una forma de vivir. Es mi manera de vivir. A mis cuarenta y ocho años ya sé que mi forma de vivir es mi mayor tesoro. Y, entonces, cuando uno sabe, todo es mucho más fácil: “porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón. Mateo 6:21”.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 15 de Noviembre de 2021 )