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jueves, 4 de enero de 2018

TODA UNA VIDA



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A última hora de la mañana el cielo se cubrió 
y empezó a lloviznar sobre el jardín. Yo merodeaba en el interior de la casa, 
ocioso y al mismo tiempo aguijoneado por la curiosidad. 
Élisa quitaba el polvo a los muebles del comedor. 
Me habría gustado saber quién era, quién iba a ser. 
Me demoré, vigilante, en mi papel de discreto observador. 
No me daba la impresión de que se hubiera 
percatado de mi presencia, tenaz aunque salpicada de idas y venidas.»
—Jacques Chauviré—


Ayer me senté a escribirle una carta a alguien que es, ha sido, y siempre será una de las personas más importantes de mi existencia. Tenía que escribirle una carta para adjuntársela al libro que Santa dejó en mi casa para él. No falto a la verdad si digo que lo que nos une es toda una vida en común. No sé exactamente qué somos, pero de él y con él he aprendido muchas cosas a lo largo de mi vida, una de ellas: que hay relaciones a las que no se les puede poner una etiqueta. Nosotros somos buena demostración de ello, pues incluso sin etiqueta llevamos toda una vida juntos aun en la distancia, aun en el tiempo, y en nuestro pensamiento siempre está ese contigo siempre, jamás sin ti con el que nos despedimos cada vez que ponemos el punto y final a una carta. En muchas ocasiones él me ha preguntado: «¿Qué tenemos cómo prueba de que esta relación se mantiene además de en el tiempo también en el espacio, amén de la eterna y urgente necesidad de saber el uno del otro?» «Los libros, las lecturas», le respondo yo, cada una de las veces, en que él me formula la misma pregunta como queriéndose asegurar de algo que ya sabe. Es decir, de que nuestra relación sin etiqueta es de todo menos efímera y temporal. Y se lo contesto como siempre se lo he dicho todo: con la verdad en la boca y la confianza balanceándose en mi ser al saber que estoy en lo cierto, pues a menudo cuando repaso mentalmente los libros leídos y cuántos he compartido con él me da vértigo el número, puesto que son todos. Todos los libros leídos a lo largo de toda una vida. Y toda una vida en nuestro caso no resulta ser una metáfora sino es un hecho. Sólo tenemos que quedarnos de pie frente a nuestras bibliotecas privadas o trasladarnos a cada lectura o a cada título que habita en nuestro recuerdo para saber que no hay lectura sin el otro, que no hay libro que no hayamos leído juntos, que no hay ningún título del que al leer las primeras líneas no nos hayan devorado unas ganas apremiantes de hacer partícipe al otro. Por ello, no falto al rigor, cuando le digo a mi adorado y cómplice C. que el testigo de nuestra relación son todas las lecturas que hemos compartido, y con ellas, los sueños que llevaban implícitos y el jugo que siempre le hemos sacado a cada una de ellas. Personalmente, no imagino ningún instrumento más maravilloso para ser testigo y testimonio de algo que un sinfín de historias narradas que han elaborado, una a una, un tejido en el que ese nosotros particular y peculiar que somos se sostiene con la fortaleza de una construcción vetusta a la que nada ni nadie puede demoler ni destruir. De la mano y con la misma ilusión nos hemos adentrado con aire de aventura y con las ganas de la pasión por descubrir juntos mundos nuevos en El café de la juventud perdida, en Memorias de África, en El buscador de oro, en La escritura secreta, en El maestro de las almas, en La palabra más hermosa, en El cielo es azul, la tierra blanca, en Póquer de Ases, en Ángulo de reposo, en La librería, en La dama y el recuerdo, en La señora Lirripier, en La fábula de la alforja robada, en Alí y Nino, en La viola de Tyneford house, en El insólito peregrinaje de Harold Fry, en La brújula de Noé, en Mr.Gwyn, en Una dama extraviada, en Lucy Gayheart, en La cata, en La lluvia antes de caer, en Saltaré sobre el fuego, en A la intemperie y un largo, largo, largo etcétera. Para mí saber al recordar una historia o simplemente el título que la he compartido con mi adorado y cómplice C. es mi enorme tesoro, es mi placer y mi fortuna. Pues la nuestra es una de esas relaciones sin etiqueta que con el paso del tiempo se vuelven sólidas, resistentes, que no mueren ni languidecen sino que forjan el carácter de sus componentes como la tempestad forja el carácter de los supervivientes. Y, lectores míos, si tuviera que elegir otro testigo distinto a las lecturas, a los libros, para nosotros dos, en verdad no lo quiero, las quiero a ellas: a las lecturas. Puesto que esa es la única forma de compartir no sólo todo un mundo sino todo el Universo con otro ser. Y yo para ese nosotros sin etiqueta que somos desde hace toda una vida, deseo el Universo entero con todas sus constelaciones. Y ahora, a continuación, a la carta le adjuntaré su ejemplar de Élisa de Jacques Chauviré, una novela que sé que le sabrá a gloria puesto que le conozco bien y sé de qué materia están hechos sus sueños.


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz