.

viernes, 19 de enero de 2018

FRÍO, FRÍO, FRÍO




«El regalo de la felicidad, pertenece a quien lo desenvuelve.» 
―Anónimo―

La claridad aumenta con el frío. El frío agudiza el ingenio. Lo espolea. Por lo menos a mí. El frío me produce el efecto contrario del calor. De ese calor bochornoso mediterráneo que torna laxo no solamente al cuerpo sino a la mente y a todo tipo de pensamientos. En cambio, el frío me vuelve ágil, fuerte como una puma negra capaz de saltar de proyecto en proyecto llevándolos todos a cabo sin darles tiempo a que se me resistan, doblegándolos a mi voluntad con talento y esfuerzo. Con el frío el pensamiento me discurre vivo, hambriento, voraz y el cuerpo me va a la par. El calor me duele, el frío me da la vida. El calor achicharra todo atisbo de lucidez que hay en mí, en cambio, el frío me revitaliza. Con el frío no tengo piedad, no necesito a nadie. Con el calor debo buscar agarraderos para poder sobrevivir. El calor irrita, controla y vapulea mis estados de ánimo, por el contrario con frío la que tiene el control soy yo. Este año recién estrenado se ha asentado como uno de los más gélidos de la historia del planeta, en Canadá las temperaturas nocturnas superan las del Polo Norte. No importa. No me importa. En el frío y en el invierno me reconozco. Me siento más viva que nunca y un cúmulo de buenas sensaciones pueblan mis días. En los primeros minutos del año sentí brotar de dentro de mí una sensación qué pensé que si exactamente era esa la que inauguraba el año, anunciaba un año dichoso. Pero lo mejor estaba por llegar, lo supe cuando Alberto me contó cuál había sido su primera sensación al comenzar el año y voilà: coincidían. La mayoría de veces las sensaciones no se pueden ni siquiera explicar con palabras pero nosotros dos lo hicimos y lo hicimos en el lenguaje que se crea entre el hombre y la mujer que lo comparten todo, incluso el silencio. Y constatamos que había brotado desde las entrañas de los dos la misma sensación de amor profundo y de complicidad absoluta. Más de dos décadas después de haber unido nuestras vidas para convertirlas en una sola existencia, en un solo latido, en un solo corazón, fuimos hermosamente conscientes de que aún tenemos ganas de más, de emprender juntos muchas nuevas aventuras, de vivir los dos de la mano el mismo sueño. Con el inicio del año, Alberto y yo, con una sonrisa en los labios recibimos con júbilo la generosidad de la vida por hacer brotar en nosotros la maravillosa sensación de no tan solo querer sino desear seguir creciendo juntos. Crecer, crecer y crecer. No parar nunca jamás de crecer juntos, ni de creer en nosotros. Lo que nos hizo pensar que tal vez, que quizás amar y el amor no es otra cosa que seguir teniendo a alguien que te mira cuando te despistas, cuando trabajas, cuando te olvidas de ti, cuando no recuerdas que existes; que quizás el amor y amar sólo es tener un cómplice a tiempo completo y en todas las estaciones. Reparamos en que el amor no es sólo querer ser únicamente una huella en el otro sino querer ser el camino por el que el otro transita durante una vida o dos y deja sus huellas; y que amar, siempre será asunto de valientes, pues no deja de ser una apuesta por alguien. Por ello, la felicidad llega sólo y exclusivamente a quien se atreve a desenvolver el regalo que siempre es el amor honesto y verdadero. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz