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lunes, 8 de enero de 2018

EL GENIO DE LA BOTELLA


«Late corazón… No todo se lo ha tragado la tierra.»
―Antonio Machado―

Poseo el don de contar historias, no es algo que yo escogí, es mi esencia, al igual que ser un alma libre. Nadie puede cambiar su destino, pues aun pensando que urdiendo un retroceso, un regreso al pasado, podríamos cambiar muchísimas cosas de nuestra vida para tener una vida completamente distinta a la que poseemos, es falso, nuestro destino lo forja nuestra esencia. Si alguien es ruin en todos sus destinos imaginables lo será. La ruindad siempre estará en cada uno de ellos. Si alguien es bondadoso en todos sus destinos posibles la bondad será el material con el que estarán gestados sus actos. Yo poseo el don, el arte, la habilidad, la gracia, ―llamadlo como queráis―, de contar historias, las palabras brotan en mi para darle forma a la imaginación e ir construyendo historias que sacien la voracidad que el ser humano posee desde siempre de escuchar o leer narraciones que le den sentido a su vida. Por eso, soy consciente de que poseo la capacidad de hacer feliz a mis lectores pero como el genio de la botella me dijo también poseo la capacidad de tornar desdichada la vida de los que me leen, como también torno mi vida insulsa, vacía, carente de sentido si enmudezco, si dejo de contar, de narrar. Para hallar la plenitud uno debe desarrollar su esencia al completo. Un ser malvado solamente se encontrara satisfecho si hace el mal, un ser generoso será totalmente feliz si pone su generosidad al servicio de los otros y un ser que es contador de historias, que está en su esencia contar historias, sólo será feliz al completo si hace de ese talento su vida. El genio de la botella me dijo muchas cosas y todas ellas estaban envueltas por la voz de la experiencia. Así que siendo como soy un alma libre contadora de historias ser testigo de la potencia que tiene la vida para sorprenderte es una de las cosas que encuentro más apasionantes de vivir. Cuando encontré al genio de la botella, como en otras ocasiones, de esa manera lo percibí. Fue una buena demostración de cómo la vida te sorprende cuando menos te lo esperas, para dejarte maravillada. Esperad, lectores míos, no me he vuelto tarumba en un segundo y por ello os hablo del genio de la botella. No. El genio de la botella existe. Yo lo encontré y no era un ser ilusorio que al frotar la botella cual lámpara mágica apareciese, sino era un sin techo borrachín pegado a una botella. Era tan real como la silla, el sofá, el banco donde ahora mismo estáis sentados. Hay un estudio que dictamina que los sin techo suelen tener algún problema de índole mental además de muchos otros: unos oyen voces, otros tienen visiones, etcétera. Éste concretamente estaba sentado en una escalinata en Montreal y al pasar yo por delante, me gritó: «¡Eh! Tú. ¿Qué don posees?» «¿En qué característica reside tu esencia?» Me detuve. Puesto que sabía que si no contestaba a esas dos preguntas, luego me arrepentiría, puesto que no me dejarían en paz hasta que hallasen su consabida respuesta.  Pero antes de pensar en la contestación, me hice a mí misma una pregunta: «¿Cómo un ser agarrado al cuello de una botella podía hacer unas preguntas tan interesantes?» Así que me aproximé y me agaché para estar a la altura de su rostro y le contesté: «Yo diría que lo que mejor me representa, donde reside mi esencia, además de ser un alma libre, es en ser contadora de historias, puesto que sé que es algo que jamás podría abandonar. Jamás podría dejar de serlo, al menos en esta vida. En otra no sé.» Le asombró la parrafada que le solté y me respondió: «Estás en lo cierto. Yo dejé de ser quién era. Renuncié a mi esencia. Y la botella me atrapó dentro de ella. Fuera de ella sólo hay tristeza, desamparo y la nada.»
―¿Cuál era tu esencia? ―le pregunté.
―Tocaba el piano a todas horas y en todo momento y renuncié a ello como si vivir sin tocar fuese algo posible ―me respondió él
―¿Por qué renunciaste?
―Por una mujer. Concretamente por la mujer que me dijo que si no iba a ser un genio del piano, un virtuoso, sería mejor que lo dejase, y yo lo dejé. Cuando en mi esencia no estaba el ser un genio del piano solo ser pianista, con eso me bastaba, era feliz; y, ahora, ¿sabes en qué me he convertido?
―¿En qué?
―En el genio de la botella. Sólo soy un genio de la botella ―me confesó.
―¿Y no puede volver a tocar?
―Es tarde, mira mi pulso. Mis manos tiemblan a todas horas. Ya es tarde. Muy tarde. Y lo que más me atormenta es no saber si en esencia soy pianista o cobarde. No debí renunciar tan fácilmente.
―Pues yo creo que en su esencia no está el ser cobarde, pues de ser así no tendría la valentía de ser consciente y mentar que abandonó aquello que le daba la vida. Si fuese cobarde se engañaría a sí mismo. No reconocería que dejar de tocar el piano le sentenció y le dejó atrapado dentro de una botella.
―Me gusta tu respuesta. Me satisface. ¡Ojalá, estés en lo cierto!
―Lo estoy ―le respondí.
―¿Cómo lo sabes? ―me preguntó.
―Soy contadora de historias, ¿lo recuerda? Y nadie mejor que un contador de historias para desentrañar lo que esconde el alma humana ―le contesté.
―Tienes razón ―me respondió el genio de la botella y se carcajeó de sí mismo.
―Y, ¿sabe qué? Pues que todavía hay esperanza, ya que cada vez que el Universo invente un destino nuevo para usted, usted volverá al piano. Su don no se lo ha tragado la tierra. Sólo está hechizado dentro de esa botella. Usted me lo acaba de enseñar. Así que no lo olvide nunca.
―No hay duda de que eres una magnifica contadora de historias, pues sabes cómo hacer feliz a las personas ―me dijo. Y yo, sonreí y me alejé. Sintiendo dentro de mí la calma que me invade cada vez que pongo el punto y final a una historia. Ya que en ese instante me noto satisfecha como si fuese la heroína que ha puesto un poco de orden en el mundo. Sí, los seres humanos somos seres ávidos de historias, ellas nos sirven para sobrevivir, por ello alguien las debe contar. Siempre he creído a pies juntillas, que la verdad como la mierda acaba saliendo a flote. Entonces quiénes somos en verdad, siempre, más pronto que tarde aflora. La verdad no puede esconderse bajo tierra nunca, le pese a quién le pese. A la verdad no se la traga la tierra. No es tan fácil, por mucho que algunos lo intenten. Yo soy contadora de historias y un alma libre, no puedo ser otra cosa. Aunque viva mil vidas. Y vosotros, lectores míos, ¿quiénes sois en verdad?


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz