«Giraron una y otra vez al
ritmo de la melodía.
Elisa se sentía ligera,
libre de obligaciones y de culpa.
Con la mente despejada,
había elegido la libertad. A cualquier precio…»
―Sébastien Perez―
Quien mejor te conoce,
quien más te ama entre todas las personas del mundo te recordara quién eres con
cada uno de sus actos. En su comportamiento hacia ti podrás comprender quién
eres tú. Con sus actos lograras ver qué es lo que el otro ve en ti cuando te
mira. Es como si pudieses verte a través de sus ojos. A mí me ocurre a cada
hora con el hombre al que amo, con el hombre al que siempre he amado. Por eso,
Alberto, y sólo Alberto, podía regalarme Elisa en el corazón del
laberinto. Un texto de Sébastien Perez, maravillosamente ilustrado por Ana
Juan, que resultó ser un regalo con sorpresa o un dardo que fue a dar
directamente en mi corazón, es decir, en el lugar desde donde emana toda mi
esencia. Al leerlo noté como si alguien desde muy lejos me estuviese contando
un cuento y sentí una enorme felicidad ya que un velo se alzó delante de mí, y
la verdad quedó destapada y al descubierto. Hasta llegar a un punto en que la
emoción se apoderó de mí porque me vi a mí misma luchando en ese laberinto
metafórico para lograr mis sueños y hacer realidad mi pasión que ha sido y es
el oxígeno del que me alimento: la literatura; del mismo modo como me vi, en
una implacable lucha, contra todo aquel obstáculo y vínculo que se interpone
entre mi persona y la libertad que el ser libre que soy yo necesita
como el aire que respira. Nada hay más vital y valioso para mí que la libertad
del individuo. Y de la magnitud, de la verdadera importancia, y del significado
que tiene para mí la libertad sólo tienen constancia dos personas: Alberto y mi
madre. Que fuese Alberto quien me regaló el libro, ―ya que él jamás regala
un libro sin haberlo leído antes―, era lo lógico, lo esperable. Pues sólo
él conocía, cuánto y cómo adoraría yo esa historia al leerla, ya que sabía que
me identificaría con la esencia de Elisa. De esa manera y de ese modo, Alberto
me reconoció de nuevo. Mostrándome quién soy, quién no dejo de ser aun pase el
tiempo. Le dio de nuevo valor a mi esencia aventurera, divertida e insumisa,
algo que con los años va a más. Me hizo acordarme del motivo y de las razones
por las cuales no soy un ser tradicional, ni convencional. Me recordó por qué
la inquietud y la curiosidad sí o sí me hacen galopar por infinitos senderos
henchidos de viento y colmados de dicha. Me trasladó a la senda que me explica
por qué siempre seré de algún modo la viajera en el camino o
la Laila de Kaver. Me señaló la causa por la que
yo jamás podré ser quién no puedo ser. Subrayó el hecho de que de ningún modo
habría podido quedarme quieta en una oficina mirando como los días pasan en los
calendarios sin haberme ensuciado las botas de polvo y sin que la tempestad y
la naturaleza me zarandeasen o acariciasen mi rostro durante toda una vida o
dos. Invocó a la María que siempre ha preferido tener las manos heladas por el
clima, antes que estar al amparo de una buena calefacción sin mover un músculo.
Invocó a la mujer que nunca ha sido ni será una mujer tradicional, oficinista y
predecible, por ser demasiado original, auténtica y libre; tanto como para
saber honestamente que es un imposible llevar una vida opuesta e incompatible
con lo que para ella entiende por libertad. Alberto conoce quién soy y le gusta
recordármelo puesto que eso es lo que él ama de mí. Además qué diantres me
gusta vivirla para contarla, y él también sabe eso. De hecho, él lo sabe todo.
Por ello, que todo ese recordatorio llegase a mí de su mano en forma de un
maravilloso libro es la prueba y es quién establece y dispone que mi única
realidad y mi mayor verdad surge cuando le digo a Alberto: «Tengo que
mirarte para verme.» Pues ahí no hay mentira. Ahí mentir es inútil e
imposible, ahí por no poder ni siquiera se puede ficcionar. Por
eso, lectores míos, deseo que tengáis en vuestras vidas a una persona que os
sirva de espejo que os anuncie y os recuerde quién sois siempre y cada
día. Si es así, seréis afortunados.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz