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viernes, 12 de enero de 2018

MIRARTE PARA VERME


«Giraron una y otra vez al ritmo de la melodía. 
Elisa se sentía ligera, libre de obligaciones y de culpa. 
Con la mente despejada, había elegido la libertad. A cualquier precio…»
―Sébastien Perez―


Quien mejor te conoce, quien más te ama entre todas las personas del mundo te recordara quién eres con cada uno de sus actos. En su comportamiento hacia ti podrás comprender quién eres tú. Con sus actos lograras ver qué es lo que el otro ve en ti cuando te mira. Es como si pudieses verte a través de sus ojos. A mí me ocurre a cada hora con el hombre al que amo, con el hombre al que siempre he amado. Por eso, Alberto, y sólo Alberto, podía regalarme Elisa en el corazón del laberinto. Un texto de Sébastien Perez, maravillosamente ilustrado por Ana Juan, que resultó ser un regalo con sorpresa o un dardo que fue a dar directamente en mi corazón, es decir, en el lugar desde donde emana toda mi esencia. Al leerlo noté como si alguien desde muy lejos me estuviese contando un cuento y sentí una enorme felicidad ya que un velo se alzó delante de mí, y la verdad quedó destapada y al descubierto. Hasta llegar a un punto en que la emoción se apoderó de mí porque me vi a mí misma luchando en ese laberinto metafórico para lograr mis sueños y hacer realidad mi pasión que ha sido y es el oxígeno del que me alimento: la literatura; del mismo modo como me vi, en una implacable lucha, contra todo aquel obstáculo y vínculo que se interpone entre mi persona y la libertad que el ser libre que soy yo necesita como el aire que respira. Nada hay más vital y valioso para mí que la libertad del individuo. Y de la magnitud, de la verdadera importancia, y del significado que tiene para mí la libertad sólo tienen constancia dos personas: Alberto y mi madre. Que fuese Alberto quien me regaló el libro, ―ya que él jamás regala un libro sin haberlo leído antes―, era lo lógico, lo esperable. Pues sólo él conocía, cuánto y cómo adoraría yo esa historia al leerla, ya que sabía que me identificaría con la esencia de Elisa. De esa manera y de ese modo, Alberto me reconoció de nuevo. Mostrándome quién soy, quién no dejo de ser aun pase el tiempo. Le dio de nuevo valor a mi esencia aventurera, divertida e insumisa, algo que con los años va a más. Me hizo acordarme del motivo y de las razones por las cuales no soy un ser tradicional, ni convencional. Me recordó por qué la inquietud y la curiosidad sí o sí me hacen galopar por infinitos senderos henchidos de viento y colmados de dicha. Me trasladó a la senda que me explica por qué siempre seré de algún modo la viajera en el camino o la Laila de Kaver. Me señaló la causa por la que yo jamás podré ser quién no puedo ser. Subrayó el hecho de que de ningún modo habría podido quedarme quieta en una oficina mirando como los días pasan en los calendarios sin haberme ensuciado las botas de polvo y sin que la tempestad y la naturaleza me zarandeasen o acariciasen mi rostro durante toda una vida o dos. Invocó a la María que siempre ha preferido tener las manos heladas por el clima, antes que estar al amparo de una buena calefacción sin mover un músculo. Invocó a la mujer que nunca ha sido ni será una mujer tradicional, oficinista y predecible, por ser demasiado original, auténtica y libre; tanto como para saber honestamente que es un imposible llevar una vida opuesta e incompatible con lo que para ella entiende por libertad. Alberto conoce quién soy y le gusta recordármelo puesto que eso es lo que él ama de mí. Además qué diantres me gusta vivirla para contarla, y él también sabe eso. De hecho, él lo sabe todo. Por ello, que todo ese recordatorio llegase a mí de su mano en forma de un maravilloso libro es la prueba y es quién establece y dispone que mi única realidad y mi mayor verdad surge cuando le digo a Alberto: «Tengo que mirarte para verme.» Pues ahí no hay mentira. Ahí mentir es inútil e imposible, ahí por no poder ni siquiera se puede ficcionar. Por eso, lectores míos, deseo que tengáis en vuestras vidas a una persona que os sirva de espejo que os anuncie y os recuerde quién sois siempre y cada día. Si es así, seréis afortunados. 


Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz