Un lugar de paz y calma
tanto exterior como interior nos es necesario. Hallar la paz en un paisaje es
igual de trascendental e importante como hallarla dentro de nosotros mismos.
Quien no sabe habitar su soledad mala compañía será para los demás. Ya que
permanecer en armonía e incluso ser felices cuando habitamos nuestra soledad y
nos encontramos al abrigo de la nada, sólo al amparo de nuestros pensamientos
nos nutre, nos construye y nos reconstruye y de esa forma salimos fortalecidos
como seres humanos. Porque en nuestra soledad está nuestra realidad, nuestro yo
más genuino, ese yo que solamente se muestra cuando nos quedamos a solas con
nosotros mismos. En esa vitamínica y reparadora soledad nos encontramos a lo
largo de la vida con un sinfín de sensaciones que sin ninguna duda nos ayudan
a ver desde otra perspectiva y de forma clara nuestra existencia. Es decir, la
soledad nos guía siempre hacia la comprensión del yo. Ya que cuando la habitamos las sensaciones saltan como saltan las liebres, o sea,
inesperadamente. Y, ahí, en ellas, en las sensaciones se esconde nuestra verdad
más íntima. Por ello, hay que saber estar a solas para cribar, discernir y
analizar las sensaciones tanto de lo cotidiano como de lo
espiritual que surgen en nosotros para mejorar y crecer como individuos. Pues una
sensación es la huella de lo que sentimos, es la impronta de las emociones que
provoca el resto del mundo en nosotros, es la intuición racional resultado de
la experiencia, es decir, de todo lo vivido. La importancia de las sensaciones reside en que nada más y nada menos estamos hechos de ellas. Somos seres vivos hechos
de sensaciones. De ahí, que todas las preguntas que nos
podemos llegar a plantear pueden ser respondidas si nos quedamos en paz y en calma solos, para de ese modo y en
silencio, escuchar que es lo que ellas nos tienen qué decir. Pero si escribo este
artículo no es sólo para reflexionar por un instante sobre las personas que sí que disfrutamos del beneficio que invariablemente obtenemos al habitar nuestra soledad, sino lo
escribo para detenerme en las personas que le tienen miedo a quedarse a solas
consigo mismas. Ya que en esa tesitura cualquier estratagema para autoengañarse
se torna asunto vano. Si al principio de este texto he apuntado que quien no
sabe habitar su soledad puede resultar ser una mala compañía para el resto de
personas; ha sido, porque la experiencia me ha ido enseñando cómo todos aquellos
individuos a los que les da pavor tomar conciencia de quiénes son en realidad, viven
una vida en la que están en una guerra permanente con sus demonios. Lo que hace
que me pregunte cómo de oscuras, tristes y desagradables deben ser sus sensaciones
para no tolerarse a sí mismos, para no aceptarse y para ir comprobando como esa negación de lo que son les llena de ponzoña su corazón, convirtiéndolos en individuos
dañinos de los cuales es mejor apartarse. Puesto que si nos cruzamos en su camino seremos nosotros las víctimas de sus estafas emocionales con sus tretas, artimañas, ardides y falsedades. Por ello, lectores míos, no os va a extrañar que le pida al Universo
que nos libre de las gentes que al no saber enfrentarse a su yo desprovisto de todo
artificio, deciden perderle el respeto a los seres que cuando habitan
su soledad lo hacen desde la paz y con calma.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz