La mañana de Reyes se
presentó con un extraordinario regalo y ante él sólo tuve ganas de correr y
correr para ir a parar en brazos del REY DE MI MUNDO. De mi Rey Mago particular
que nada tiene de oriental, sino que es muy occidental. Cuando descubrí mi regalo
de Reyes al primero que tuve ganas de contarle qué era y cómo me había sentido
fue a él. Siempre he creído a pies juntillas que si el amor verdadero tiene una buena forma de quedar retratado es mediante las existentes y permanente ganas de contárselo todo
al otro. El ser al que va dirigido todo el amor verdadero que alberga tu
corazón siempre será quién oirá en primer lugar tus historias. De tal modo que
las ganas de contárselo todo al otro sirve muy bien como termómetro para medir cómo de
saludable es la relación y se puede llegar fácilmente a la conclusión de que el amor está bajo mínimos cuando
faltan las ganas. Así que la mañana de
Reyes después de descubrir mi regalo acudí rauda y veloz a sus brazos para
contarle con qué me había encontrado. El regalo de Reyes me esperaba en mi
paseo matutino e invernal. Iba yo caminando crash, crash, crash con mis
raquetas, pensando en cuánta felicidad hay en las minúsculas de la vida y cómo
el verdadero amor es capaz de iluminar nuestra existencia y colmarnos de una
dicha comparable a nada, cuando oí un zasssssssssss, zassssssssssss,
zasssssssss, y noté que alguien me observaba. En un santiamén olvidé por un
momento mis pensamientos y me fijé en que frente a mí tenía a la pareja de
ciervos jovencitos que sé que habitan por estos pagos, pero que apenas se dejan
ver. Imaginé que como acababa de amanecer nos habíamos encontrado
inesperadamente. Y, fui consciente de que estaba ante uno de esos momentos que los
recuerdas durante toda una vida o dos. Me quedé quieta y muda, teniendo la
impresión de que ellos eran un símbolo del amor verdadero, puesto que esos dos
ciervos no se separan jamás, siempre van juntos a todas partes. Fue tal mi
percepción de que los dos ciervos muy bien podrían haber sido cualquier pareja
unida por un amor irrompible e inquebrantable, o sea, verdadero, que me oí
decirles a voz en grito y de una manera imprudente, pero sin poderlo evitarlo:
«¡Seguro que vosotros dos también os lo contáis todo, que no podéis vivir el
uno sin el otro!» Tras lo cual, los ciervos, ante la sorpresa de que les hablase
se me quedaron mirando de hito a hito para seguidamente salir corriendo y
despedirse de mí con ese saltito tan característico de cuando los ciervos están
contentos. Para despedirme de ellos, la osada de mí, todavía les gritó: «¡Seguro que sí. Por eso estáis y sois felices!» Y, como una niña con zapatos
nuevos o una niña el día de su cumpleaños o más exactamente como una niña el
día de Reyes, empecé yo también a dar saltos de alegría, allí, yo sola en mitad
de la nada. Menos mal que ese día Nuna no me acompañaba. Y, entusiasmada, me senté sobre un
tocón en mitad de la nada para oír el discurrir de mis propios pensamientos que no paraban de decirme que ese había sido el regalo de Reyes, como si se tratase de una parábola sobre la fortuna que significa conocer el amor verdadero. En verdad lo creí y lo creo. Ya que hay muchas
formas de que se manifieste la vida que estás viviendo ante ti, hay señales por
todas partes, y no tuve la más mínima duda de que esa pareja de ciervos éramos
mi amor y yo, salvajes y libres, sin ataduras, felices porque estamos siempre
juntos desde hace muchísimos años y así nos paseamos por el mundo. Éramos él y yo. Éramos nosotros la
mañana de Reyes. Me gusta constatar con qué determinación la naturaleza te
muestra las señales que marcan el rumbo de tu vida y el estado de tu
existencia. Me satisface comprobar como la naturaleza me da su visto bueno. Y
mi brújula interna que está totalmente acompasada con el mundo natural y sus
estaciones esa mañana sencillamente me susurró que lo oportuno, lo acertado, lo
procedente siempre será lo que a mí me da la verdadera felicidad. Y mi felicidad es él, siempre ha sido él. Y esa mañana
de Reyes supe que por él yo era completamente feliz. Como también supe que a mi amor y a mí nos quedan muchas mañanas de Reyes y ambos lo
sabemos.
Besos y abrazos a tod@s.
María Aixa Sanz