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jueves, 13 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. BAILAR



Baviera,  13 de febrero de 2020


“Que ganas tenía mi amor de estar aquí contigo, acurrucarme en el hueco de tu cuerpo y descansar en ti como los primeros amantes de la historia. Necesito de tu calor, necesito sentir como besas mi nuca al dormirme, necesito que sepas que me haces feliz, necesito tener tu aliento y tu voz en mi oído. Te amo profundamente, berlinés. Eres mi mundo y mi lugar seguro. Estoy exhausta y contenta. Ahora necesito dormir amarradita a ti.” Escribo parte de tu mensaje de anoche. No lo transcribo,  no me hace falta, no lo copio, lo escribo de memoria ya que de tanto como te conozco cuando los leo se quedan grabados en mí. Anoche estabas radiante y en paz y eso nos permitió dormir a los dos a pierna suelta. Ver que podías apoyar el pie en el suelo y poder caminar un poco, un paso tras otro, te dio la vida, a mí también. He soñado bailándote. Sonríes, lo sé. Tú también lo has hecho. Te has soñado, bailándote y bailándonos. Y, sí, querida mía, bailaremos como siempre lo hemos hecho sin soltarnos jamás. La noche transcurrió serena y el día está siendo plácido. La vida es buena cuando tú andas sosegada y feliz conmigo,  cuando dejas que yo cuide un poco de ti. Entonces no hay tiempo ni distancia. Sólo hay una dimensión y es la de nuestro amor. En unos minutos estaré en Múnich. Otro viaje en tren. Me es imposible al subirme en uno, como lo he hecho este mediodía, no rememorar el mejor de los viajes, el que emprendí contigo hace algunos años. Un viaje que iba directo al corazón. A mí corazón noble, como tú lo has apellidado. Sé que de no tener para ti un corazón noble que ofrecerte no estarías a mi lado. Me escribes que tu padre te dijo en el día de ayer que no creía que fueses tan cariñosa y menos con los que a su parecer no te merecen; y entonces me doy cuenta de que no hay otro hombre en el mundo que te conozca como yo te conozco. Ni siquiera tú padre, ni por supuesto, tú padre. Ante esa visión te presentas frente a mí como un ser único creado para mí por alguna ley del Universo. Eres mía no como una posesión sino como una parte de mí, como lo es mi mano o lo son mis ojos, como lo es también el hogar secreto, el último refugio o la infancia. Eres mía en la medida en que yo no quiero moverme ni despegarme de ti, ni tú tampoco de mí.  Eres mía como lo es el primer pensamiento al despertar  y el último antes de dormir. Lo eres,  como lo es la sed y el agua que la sacia. Sé a la vez que eres mía como lo sería un texto escrito en un idioma sólo legible por mí o como el mapa del tesoro que dibujé a los seis años y que sólo yo sé descifrar y saber qué esconde. Eres mía, así de sencillo,  así de contundente. Lo eres desde la libertad de serlo, desde el misterio del amor que une a dos desconocidos y desde la unión los convierte en desconocidos para el resto de la humanidad. ¡Qué feliz singularidad esta! Te escribo, de nuevo como ves, desde el tren. En Múnich me esperan duras y largas horas de trabajo y puedo presumir que estarán acompañadas por una molesta lluvia o un frío estúpido capaz de congelarme la nariz, pero sé, que mi corazón, ese corazón noble que amas más que a tu vida, jamás se ha sentido tan arropado como lo está ahora contigo. Te aseguro que para él siempre es verano y se encuentra con el tuyo al borde de una alberca de agua limpia en la que el sol nos llena de más amor y vida. Va a pasar el revisor. Guardo la presente y te la envío desde la recepción del hotel. Insisto, querida mía, seguiremos bailando hasta que suene la última de las notas allá en la eternidad. Sé porque te conozco que así lo deseas.


El berlinés.