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lunes, 24 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. CALAMIDAD


Berlín,  24 de febrero de 2020


¿A qué te refieres cuando me escribes que quizás sabernos el uno del otro no es suficiente cuando la vida viene cuesta arriba? ¿Qué significa que aprenderás a librar tu propia batalla cuando la tristeza de mí ausencia de ti se apodere de tus horas? Sé  que  nunca serás una damisela en apuros y me consta tu gallardía para dar golpes de timón y seguir bregando con la vida, pero, ¿por qué, querida mía, tienes la costumbre de alejarme de tu mundo? Actúas en horas como si no me necesitases, y debo recordarme, que lo que en verdad haces es defenderte de la necesidad que tienes de mí, de la dependencia, y lo haces marcando distancias, con dureza. Actúas como si lo que sintieses no fuese del todo asunto mío. Sé muy bien que la dependencia a la que el amor verdadero nos aboca, para nosotros dos que somos de personalidades tan fuertes y tan independientes, es una especie de esclavitud con la que nos es laborioso comulgar con facilidad. Ambos somos tercos como mulas en ese aspecto y muy probablemente es en el terreno en que nos manejamos peor. Tú y yo no necesitamos a nadie. Así por las buenas.  ¡Faltaría más! Y de pronto nos hemos dado cuenta: ¡oh, sorpresa!, que la necesidad, la dependencia que tenemos del otro,  va en aumento a pasos agigantados. Somos conscientes aunque no lo hayamos verbalizado que cada vez nos será más difícil vivir separados. Pero es lo que hay, al menos, de momento. Deberías resignarte a ello. Dejar de protestar. Sé que estoy pidiendo un imposible. Pedirle que se conforme, que se resigne, a alguien como tú que vive la vida en primera persona y que es la protagonista de lo que en verdad le importa, sin esperar a nadie, sin esperar que suceda, y que hace que la vida ocurra porque necesita vivir ya que no soporta simplemente estar viva, es, lo sé,  una auténtica osadía; y sin embargo en mis adentros te lo pido en secreto cada día. Si te lo pido es porque conozco tu capacidad de adaptación, tu fortaleza mental y el inmenso amor que hay en ti para mí. Ya ves, ahora te lo pido por escrito. He pasado de musitarlo para mis adentros a escribirlo en negro sobre blanco. Me escribes, también, y leerlo me reconforta y calma mi corazón, lo siguiente:《No es extraño que necesite más de ti. No es extraño. Siempre voy a preferir el sol a la lluvia. Tú eres mi sol. El sol se necesita para vivir.  Te amo profundamente, berlinés.》 Te lo trascribo para que memorices tus propias palabras o mejor cópialo quinientas veces como castigo, porque, querida mía, eres una mujer extraordinaria con la que no concibo otra cosa que no sea vivir, vivirte y compartir mi vida contigo; pero, también eres cuando te entra el malhumor de la distancia una auténtica calamidad,  aun así, memoriza también lo que voy a decirte: has sido, eres y serás siempre mi calamidad. Eres, querida mía,  mi asunto y mi verdadero amor. Tengo muchísimo trabajo en el día de hoy, sé que eres consciente de ello, de modo que voy a enviarte la presente y espero con las horas recibir un mensaje tuyo en el que el viento, tu elemento, te haya disipado la angustia por no estar a tiempo completo en mis brazos, caprichosa mía. Te sé en estos momentos desternillándote, feliz y enamorada de mí hasta no poder respirar. Te sé y sé que acierto de lleno. Ah, por cierto, ayer vi 'Persian Lessons’ en la Berlinale.  Merece ganar. Después, me asombré por la expectación y la cola bajo la lluvia para ver ‘Lua Vermella’ de Lois Patiño. Te eché muchísimo de menos. Anótatelo,  memorízalo también, recuérdalo siempre, que no se te olvide nunca, querida  mía, que echarte de menos es ya mi estado habitual. Sonríes, te veo sin verte y  saberlo me hace feliz.


El berlinés.