Berlín, 20 de febrero de 2020
“En el amanecer de hoy al salir al porche a respirar invierno y llenar mis pulmones de naturaleza me esperaba una rebanadita de luna sobre la pradera. Ahí estaba, encantadoramente bella y poderosa menguando para nacer de nuevo. He sonreído. En la naturaleza siempre me sé dichosa y afortunada. Ante ella siempre sé que lo único peor es que el único, valga la redundancia, plan que te reste sea morir. Al igual que a ti tras estar tres días juntos se mezclan en mí ratos de euforia y melancolía. Te echo de menos. Amo tanto estar contigo como te amo a ti. Tú has regresado a tu ciudad y yo en este año en que la vida ha demostrado de nuevo en mí, como en todos, que tiene su propio guión y ha hecho saltar por los aires, literalmente, mis jornadas entre fogones abocándome a vivir mi propia olimpíada y sometiéndome a duras horas de entrenamiento y fortalecimiento de cuádriceps sé que vivir me apasiona, que vivir es lo más apasionante que le puede ocurrir a un ser. En estas últimas semanas pienso en ti más que nunca. Ahora mismo desde la pradera te sé conmigo. Estás aquí. Puedo tocar tu alma porque me habitas. Eres un buen hombre. Un gran hombre. Un hombre formidable. El mejor compañero de vida. Y en estos días en que nuestros cuerpos han estado entrelazados, en los que la risa y las conversaciones han poblado nuestra existencia te he reconocido como mío de nuevo. Tu cuerpo es mi altar y tu forma de ser, tu espíritu, tú, en definitiva, mi templo. Eres mi héroe y también mi dios. Te adoro y en la calidez de tu cuerpo y de tu corazón te beso los pies y los párpados y me sé ofrenda para ti. El Universo hizo algo muy bueno juntándonos. Sí. Nos dio la vida de nuevo. ¿Acaso amar verdaderamente no es la mejor manera de renacer? Sí, lo es. Por ello yo que en más de una hora me siento vieja y cansada tengo la impresión pegadita a ti de ser niña sin edad, puesto que tú, mi amor, me dejas serlo. Te amo profundamente, berlinés.” Leo tu último mensaje. Lo interiorizo. De manera excepcional lo he imprimido para después doblar el folio y guardar tus palabras en el bolsillo interior de mi abrigo. Están en esta hora sobre mi corazón y en mí se acumulan las ganas de mandarlo todo a paseo e irme definitivamente a vivir contigo y pasar el tiempo que nos queda sentados frente a tu chimenea porque, querida mía, cuando me separo de ti los años se me echan encima como una bandada de estorninos que no me deja ver el cielo. Al igual que tú, sólo encuentro una forma válida de vivir, y es la de nacer cada día para ti y en ti. Lucho con ello, rabio con ello. Me enfrento cada día a ello. Ahora dejo de escribirte en este momento y te envió la presente. Estoy preparando la Berlinale. Sé que el festival hará más llevadera nuestra melancolía por eso tengo ganas de que comience lo antes posible y sea interesante, pero no olvides nunca, querida mía, que también sé que el saber que nos tenemos el uno al otro es en toda hora la única manera de poder respirar.
El berlinés.