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miércoles, 5 de febrero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. TOZUDEZ



Berlín,  5 de febrero de 2020.


Me tienes perplejo, creo en ti y en tu capacidad de amarme. Creo en tu amor. Eres mi certeza. Te sé como nadie. Pero, a la hora de la verdad, últimamente hay algo que te detiene y tu regreso es una sucesión de esperas. Es como si en tu vida existiesen un montón de cosas más importantes que yo y no es cierto. Sé, y como lo sé, me doy cabezazos figurados contra la pared, que es la naturaleza la que tiene poder sobre ti, en ella has encontrado tu lugar. Me impresiona enormemente oír de tu boca en repetidas ocasiones que primero es la naturaleza, seguidamente el contar historias y amar, y luego el resto de vida. Mujer serena de ideas claras a ratos odio que no te desvíes de tu estar en el mundo por mí.  Sé  que otro gallo cantaría si en vez de pedirte que te reúnas conmigo en Berlín te pidiese que te reunieses conmigo en una casa rodeada de la nada verde sobre una colina. ¿Cómo puede ser que prefieras la naturaleza a mí,  al amor? ¿Tanto te aburro,  tanto te distrae? Soy un hombre oriundo de campo, pues nací y crecí en un pueblo pequeño lejos del mar y aunque mis recuerdos de niñez pertenecen a ese paraje, aunque cada verano regreso a pasar unos pocos días en la que fue mi arcadia feliz hasta los siete años, no me siento cómodo como para quedarme en un para siempre sin fecha de caducidad, necesito el bullicio de una ciudad no para perderme en él sino para tener la sensación de que mi vida es más de provecho que la vida de los que habitan praderas, prados, valles, bosques y montañas. Sé que a tus oídos resulta odioso que haga de menos a la gente que allí vive, sé que te desagrada por faltar a la verdad, que crea que sólo el avance y lo importante ocurre en las ciudades. No comprendes mi falta de rusticidad y te ríes de mí,  burlándote, cuando compruebas mi ignorancia sobre aspectos básicos de la vida. Es decir, esos que a la larga son los únicos necesarios para vivir. Te amo como eres, querida mía, amo tu rusticidad, amo que nunca mires tus zapatos sino que al contrario vas con la mirada puesta en tu entorno natural porque tienes la conciencia de quien se sabe parte de un todo, amo no ignorar que nunca serás una damisela en apuros como saber que siempre tendrás muchas más armas que yo para defenderte y arriesgar. Todo lo contrario que yo,  que como mis conciudadanos, me agobio una vez salgo de la comodidad de mi despacho, que miro la punta de mis zapatos creyéndome único, singular y ni por asomo una parte minúscula de un todo enorme que me va a superar siempre y que no me necesita para nada. Comprendo a base de conocerte que sientes verdadera pasión por los dadivas que te ofrece la naturaleza, regalos en los que si no te hubiese conocido jamás hubiese reparado, lo que no comprendo es por qué demonios me enamoré perdidamente de ti, por qué te amo tanto. Lo lógico hubiese sido enamorarme de una chica con la que hubiese tropezado en el ascensor y que sólo fuese feliz al pisar asfalto. No como tú que si no vas descalza no te sientes completa. No como tú que unos eneros te abres la cabeza con una rama que se desprende por el peso de la nieve y otros, como éste,  te lesionas gravemente una rodilla al hacer la borrega en tu mundo natural al correr y saltar cual cabra detrás de algún ciervo o cervatillo en compañía de tu perra de sesenta kilos. ¿Acaso no puedes estarte quieta? ¿Acaso no puedes sentarte en una oficina, utilizar el metro y respirar contaminación como yo? ¿Tan difícil te es? No hace falta que me respondas. Te  veo desternillándote de mí por pensar semejante imposible. Estás ahí de reposo con tu pierna en alto pensando solamente y con ansia en los caminos que no carreteras que recorrerás  en cuanto te quiten el vendaje y recuperes la potencia para dar brincos. Has tenido que dejar de cocinar por unos días y tu mente salvo las horas primeras no se ha llenado de tristeza sino de todas las aventuras salvajes en campo abierto que te quedan por acometer. Te sé revolviéndote durante estos días al tener que estar enclaustrada  entre cuatro paredes y no poder ascender montañas. Es más, te sé,  saliendo a hurtadillas a llenarte los pulmones de invierno. Divago, querida mía,  como un loco enamorado. Pero mi divagaciones son certeras. Sé en el fondo que no vas a venir a Berlín porque le falta la naturaleza, dejando todo el peso sobre mis hombros. Me descubro a mí mismo buscando la naturaleza en el asfalto, buscándote a ti en los cielos de furia que arden como tú ardes entre mis brazos. Hoy asisto a una feria internacional de fruta y verdura. Asisto también como figurante, pero es lo más verde que se me ha ocurrido para que me sigas amando y admirando. Sé que acabaré rindiéndome. Sé que acabaré dejándolo estar y la que perderá, querida mía, no serás tú, será la ciudad. La dejaré por ti y tendrás que acoger a este pobre hombre en tu hogar, en tus brazos,  en tu cuerpo, en tu vida y tendrás que enseñarme a vivir a través las cosas básicas de la vida, porque para ti soy el hombre con el que jamás pasarás frío. Dejo de escribir por unos instantes  y busco inmediatamente un buzón donde depositar la presente para que te llegue lo antes posible pues te amo tercamente y te necesito con tozudez.


El berlinés.