.

domingo, 19 de enero de 2020

RECIBIR UNA CARTA. NUNCA SERÁS



Suiza, 19 de enero de 2020


Escribo la presente con el traqueteo del tren en mis huesos. Ascender las montañas montado en un ferrocarril, atravesar los bosques y que mi torpe vista se pierda en el paisaje me evoca a ti sin remedio. Aquí todavía me habitas más. Cuando mi  cabeza está  cubierta con el gorro de pelo y orejeras que tanto te entusiasma,aún estás más en mí que el resto del tiempo; puesto que querida mía también sin remedio tú  y yo siempre vamos a estar en el punto donde todo puede suceder. Pensarlo me produce bienestar, me da consuelo. En cierto modo me reconforta. A mí que según tú estoy hecho de porcentajes, el porcentaje que más me duele cuando me falta y el que más me nutre cuando está es el que nace de tu energía. Siempre te he dicho que vives como sientes, enérgicamente. Y yo, egoísta de mí, vivo de tu sentir cual garrapata. Me nutro de ti. Ahora te veo sin verte, veo la sonrisa perenne de tus labios de fresa, escucho tu risa, descubro tu mirada honesta mientras lees estas palabras. Muy probablemente te están entrando ganas de abalanzarte sobre mí y estrangularme o cubrirme de besos, a saber. De ti todo es esperable. Rústica como eres. Entiéndase tu rusticidad no como una manera tosca y basta de ser, sino como lo que eres: una mujer auténtica, despojada de florituras, serena, salvaje y libre que siempre va hacer todo a su manera y que sólo obedece a la luna y al viento. Quien busque algo distinto de ti jamás lo va a encontrar porque tú eres sin explicaciones, tú existes sin artificios, tu naturaleza es ser natural sin falsedades. Eres verdad. Mujer de tierra, mar y aire. Sólo hay que conocerte para saber que estás preparada para sobrevivir en un mundo apocalíptico en el que tan solo podrán estar los que sepan cocinar, plantar, amar e inventar historias. En definitiva, inventarse la vida. Reinterpretarse a sí mismos. Sólo hay que conocerte para saber que jamás serás una damisela en apuros. Sé que eres capaz de todo. Sé que de la misma forma puedes subirte a un árbol, encender un fuego, escribir una novela, cocinar para cincuenta como amar por mil. Sé que si puedes escribir sentada en una pradera no lo harás en un escritorio encerrado entre cuatro paredes, y, sé que si puedes cocinar, como ahora lo haces, para un catering social frente a un ventanal en el que los ciervos se detienen a mirarte a los ojos no lo harás en otro sitio. Sé que necesitas habitar la naturaleza para sentirte sana y plena. Sé que echo de menos lo rústico que hay en ti. Sé que esa rusticidad es una riqueza que hay que mantener cerca de uno para no pasar frío. Lo sé. Ay, cómo me gustaría que estuvieses ahora mismo sentada junto a mí, contemplando este mismo paisaje, riendo a mi lado de camino a Davos. Pero este año no va a poder ser. No te gusta Davos cuando se llena, según tú, de espectadores de la vida como lo soy yo. Odias , bueno, no odias; tú no puedes odiar. Nunca vas a odiar a nadie ni a nada. Pero sí que te disgustan las personas que prefieren mirar o hablar del tema antes que vivir. No te gustan los figurantes, prefieres los protagonistas, la gente que como tú vive la vida en primera persona. No sabes hasta que punto es maravillosa tu forma de ser para mí; porque tú no sólo vives en primera persona y eres la protagonista de lo que en verdad te importa, sin esperar a nadie, sin esperar que suceda, tú haces que la vida ocurra. Tú eres la vida cuando ocurre. Y, éso, querida mía es el porcentaje que yo necesito para mí. Te confieso que esta montaña resulta de todo menos mágica sin ti. Me despido, voy a bajar del tren de un momento a otro. De este sí. Del tuyo jamás. Yo no. 


El berlinés.