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lunes, 25 de octubre de 2021

25 de Octubre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Según el clima o según en que posturas la inspiración llega rodada. A veces tengo la sensación de que se abalanza sobre mí. Entonces debo dejar de lado lo que estoy haciendo para ocuparme de ella. Niña malcriada, muchacha caprichosa, mujer decidida, vieja de armas tomar. En el lunes de hoy se presenta cuando estoy repasando mentalmente, es decir, haciendo memoria sobre lo que guardan las cajas de Navidad que tengo en un altillo de uno de los armarios. Confieso llevarme una sorpresa cada vez que recuerdo algo de su contenido. Los objetos saltan a mi mente y yo murmuro sorprendida: 《¡Ah, oh, ey!》El otro día conversaba con Alberto sobre la importancia que los objetos tienen para mí, sólo ellos tienen el poder de convertir la realidad en más real, si cabe. Son ellos los que nos recuerdan que nuestra vida no ha sido una ensoñación,  ni es un sueño. Son los objetos los que nos permiten recordar al abrir los ojos con cada amanecer que existimos y que nos habitan más allá de nuestros pensamientos y cuerpos. En este instante, tal como escribo esta entrada en el diario del discurrir, al reflexionar sobre los objetos no puedo no relacionarlos con los símbolos. Quizás porque en las últimas horas he estado enredando con mi propio regalo de cumpleaños, aunque hablar de él en ese término es errar. Explico el porqué. Desde el año pasado no me regalo nada por el día de mi cumpleaños, los regalos del año a estrenar (si existen) llegan a mí desde otras manos, lo que yo hago desde el año pasado es regalarme el día anterior un objeto que simbolice o resuma el año que finaliza con ese día. El año pasado me regalé un objeto que al mirarlo agradecida me recuerda cada día la gran fortaleza que demostré tener a lo largo de los meses del veinte. Y, ayer, enredé, bueno, guardé en una caja el regalo envuelto que será Dios mediante dentro de dieciocho días (el once de noviembre) el símbolo de la vida viva y las ganas de vida que he experimentado a lo largo del veintiuno,  y la bendición que ello ha significado para mí. Si el del veinte simboliza, fortaleza; el del veintiuno, simbolizará, vida. Y, ahora, disimulando un poco por no revelarme a mí misma qué es, obligo a la inspiración a dirigir sus pasos por otros derroteros. Pero, incluso así, ella sigue erre que erre, puesto que también fue ayer cuando tras guardar el regalo “secreto", mientras montaba la mesa de otoño como cada domingo, para celebrar el día de nuestro Señor, vi pasar a Alberto con un paquete envuelto. 《Ajá 》, me dije. No pude adivinar de qué se trataba, eso sí, su gran volumen me desconcertó. Intuí que estaba enredando como yo con el regalo de mi cumpleaños, y, supe que había cruzado adrede por delante de mí. Fingí no haberlo visto, pero no podía disimular la risa, pensé que en ese momento me estaba comportando como la niña malcriada, la muchacha caprichosa, la mujer decidida, la vieja de armas tomar que es la inspiración. Y, también, pensé porque lo conozco y me conoce que durante la comida Alberto disfrutaría divertido observando cómo me mordía la lengua, cómo de duro me resultaría dejar de ser yo para fingir que no sabía lo que sabía. Veinte días, pensé mientras me decidía por unos servilleteros en vez de por otros. Veinte días para averiguar qué objeto ha escogido el hombre al que amo y me ama, quien me sabe como nadie y me define en mi verdad. Veinte días para saber si es refugio cálido o aventura en plena naturaleza, el símbolo escogido por mi gran amor. Hoy, un día después, escribiendo estas líneas la sonrisa todavía asoma a mi rostro como una novia asoma tras el visillo para contemplar la llegada del hombre que la ha elegido. Hoy, en esta tarde, antes de cerrar el diario, mi corazón baila contento porque tantos años después el enamoramiento y el amor van aún de la mano. Hoy, en esta hora del último lunes de octubre, con el alma sincerándose llena de gratitud puedo escribir que la eternidad en mi vida tiene el rostro, la voz y la forma de ser de Alberto. 


Y cierro entrada en el diario y mes.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 25 de Octubre de 2021 ) 

lunes, 13 de septiembre de 2021

13 de Septiembre ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


La hora está impregnada de una mezcla especial de sonidos a modo de murmullo, cuchicheo, voz queda y a la vez. Intuyo que es el prolongado adiós de los seres que habitan la naturaleza a los últimos días del verano. En cambio, dentro de La Madriguera, como un sonido limpio y claro suena la canción ‘Love' de Nat  King Cole versionada por The Macarons Project. Sin esperarlo, el tema ha sido nuestra canción del verano. Para Alberto y para mí la canción del verano o la de las otras estaciones, sólo puede ser aquella que nos permite bailar sin distancia ni disimulo. Tal vez porque somos unos “disfrutones” (más que unos románticos) a los que les agrada vivirla piel con piel, las mesas bien puestas con mantel, el buen comer, despertarse sin prisas los domingos y contemplar atardeceres juntos en el silencio de la hora en que todo cobra sentido si hay amor. Acaba la canción, reparo en que la tarde ya declina. Mientras escribo la entrada de hoy en el diario del discurrir ojeo las fotografías que realizo en estos días. Creo que he logrado captar y materializar la idea que tenía para este otoño. Todo va tomando forma. Incluso he conseguido reunir los platos necesarios para poder decir que tengo una vajilla otoñal para dos personas. Descubrí por casualidad el contenido de un gran armario vajillero de principios del siglo pasado que estaba a la venta y quedé prendada de sobre todo una de sus vajillas. No quedaban muchas piezas en buen estado, e incluso consciente de que con facilidad podían romperse o descascarillarse, rescaté cuatro platos hondos, cuatro de llanos y cuatro de postre, para formar una vajilla para dos. La formé y estoy contentísima. Anteayer a media mañana la desembalé, y con sumo cuidado lavé, sequé y coloqué maravillada los platos en la alacena de La Madriguera. Lo admito: sentí tener un tesoro entre las manos. Soy como Alberto me indica riendo cada vez que contempla mi fascinación ante mis nuevas adquisiciones: una table lover, o lo que es lo mismo, una apasionada del menaje de mesa. ¿Desde cuándo? Diría yo, desde siempre. Es una de esas peculiaridades que habitan el carácter y con el paso de los años se manifiestan como algo parecido, sin serlo, a una pasión. Alrededor de esta pasión (me permito llamarla así de manera puntual en este texto, pues, al fin y al cabo, es algo que me apasiona) he conocido por todo el mundo a un grupo de mujeres muy variado y pintoresco con las que he acabado trabando una sólida amistad. Hoy por hoy, me reconforta enormemente saber que están en mi vida, y que juntas formamos un clan, una familia postiza, como la familia que de adulto uno se permite el lujo de elegir. El vínculo se ha manifestado como fortísimo, ayudándonos enormemente en estos extraños meses de sin razón por el virus chino. Y, ahora, cuando cada una prepara el otoño (a su manera y desde un punto distinto del mapamundi) somos como un enjambre de abejas universal que trabaja al unísono por un bien supremo. ¿Cuál? Sencillísimo, crear hogar y cubrirlo de excelencia. Haciéndolo confortable y verdadero desde el corazón, el detalle, la minuciosidad, el esfuerzo y el amor; descartando y apartando de él, la mediocridad y el punto largo, buen tirón. ¿Por qué? Porque el hogar es donde se sostiene la robustez de toda existencia firme sin fisuras ni grietas. ¿Con qué propósito? Con el de mostrar respeto a Dios, a nosotros mismos, a los que amamos, y en general,  a nuestra existencia. ¿Cómo? Exigiéndonos lo mejor, es decir, la excelencia en todo aquello que hacemos a diario. De manera que Dios al contemplar nuestra actitud dedicada, contento, nos otorgue su favor y su bondad una vez más. Y nuestro hogar sea un hogar bendecido, y nosotros, seres generosos y felices. Confieso estar, ahora mismo, escribiendo la entrada de hoy llena de gozo, agradecida y bendecida, por saber en cuerpo y conciencia que cumplo a cada hora con mi deber. Y sé (sin ninguna  duda)  que tengo que finalizarla con las siguientes palabras, no con otras: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de ánimo, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís. [Colosenses 3: 23-24]”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 13 de Septiembre de 2021 ) 

lunes, 19 de julio de 2021

19 de Julio ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Tengo enfrente una pequeña ventana que da a las calles (en esta hora) desiertas de Dawson City a pesar de que el sol de medianoche las ilumina. Detrás de mí está tendido en la cama, durmiendo con el cuerpo relajado, con los brazos abiertos el hombre que amo y me ama. Le miro. Contemplo su forma de dormir entregada y apacible, y sé que Alberto siempre ha sido para mí un amor literario y literal, un amor real. Lo ha sido, lo es y lo será. Le susurro:《Estando aquí me he dado cuenta de que todavía tengo tres deseos en la recámara. Tres deseos como tres balas. Tú eres una de esas tres balas. Quiero envejecer a tu lado, hombre silencioso y mío.》 Siento en este instante la necesidad urgente de escribir. Son las dos de la madrugada y soy presa del desvelo. El ritmo lento de los días de vacaciones y las noches sin luna han alterado mi sueño. Deambulo sin prisa por los caminos por los que mi mente me conduce. Aprendo de lo que sé, de lo que no sé y de lo que no recuerdo que sé. Instintivamente abro el diario del discurrir porque escribir es el único modo de anclar y detener los pensamientos vagabundos. Reparo en el repentino movimiento oscilante de la copa de los árboles que bordean el río Yukón frente al Bed and Breakfast en el que nos hospedamos. Sonrío porque cada vez que le susurro al oído unas palabras se levanta un viento de esos que a mí me llenan incomprensiblemente de dicha. Él siempre ha sido viento para mí. Posee su fuerza. Me agita. Me llena de energía. Y paradójicamente también es: el único lugar del mundo en el que puedo verdaderamente descansar. Tal vez porque él es mi lugar en el mundo. Siempre va a sostener mi mano dentro de la suya. Siempre va a estar para mí. Dios nos quiso juntos. No dejó ni ha dejado nunca margen para el error; y lo que está de Dios, es. Oigo el ulular de un búho, lo busco con la mirada. Qué extraño resulta ser esto de que no se ponga el sol en toda la noche, y que el ardiente atardecer se perpetúe en la madrugada. ¿Cómo debe afectarte, querido búho? Miro de nuevo el texto que escribo. Me río de mí osadía. Pretendía no abrir los diarios en todo el verano, y heme aquí. Sobre todas las cosas: contadora de historias. Levanto la vista de la hoja garabateada y veo como un gato blanco y negro camina con descaro hacia el río. Al verlo me viene a la mente Winston, el gato de Alison. Por unos instantes fantaseo con cómo sería nuestra vida, la de Alberto y la mía, si La Madriguera estuviese situada en Irlanda. Tengo el convencimiento de que de igual manera seríamos felices porque sencillamente Dios lo hubiese querido así. Las dos y media. Echo de menos las cartas de Alison. Me figuro que deben estar al caer. Hay días, incluso semanas, en que echas de menos escandalosamente algo o alguien en concreto, y cuando te detienes a pensar en esa añoranza te ves abocado a averiguar si lo que echas realmente de menos es la idea, el ideal, la ficción, la imagen que tú mismo has construido de ese algo o de ese alguien, o su yo real. No tardas mucho en descubrir que (por fortuna para ti) en tu mente se confunden hasta fusionarse la versión real de ese algo o de ese alguien con la ficción, el recuerdo, la certeza de cómo te hizo sentir. Para concluir que es la versión real versionada por ti lo que en verdad extrañas. Sobre las tres de la mañana, resuelvo que a mí me pasa con algunos pequeños detalles de la existencia, también con llevar el cabello corto, pero en extremo con el otoño y la Navidad. Añoro en este diecinueve de julio el resultado de mi particular otoño y de mi Navidad de un modo escandaloso, como extrañaría a Alberto de no tenerlo en este instante tan cerca de mí. Le miro de nuevo. 《Ganas de ti, siempre 》, le digo sin que me oiga. Decido dejar de escribir en esta noche. Cerrar el diario del discurrir y besarle los labios. Allí donde para mí florece la vida.


María Aixa Sanz 

(Dawson City, 19 de Julio de 2021 ) 

lunes, 28 de junio de 2021

28 de Junio ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


Se trata de remarcar en la mente un día escogido al azar. Enmarcarlo en rojo con un círculo como antes se hacía con las fechas a recordar en los calendarios de pared de los que ignoro si todavía se estilan. Una vez escogida la fecha: desandar el año, deshacer la madeja, contarte de nuevo el cuento. A veces me pregunto si alguna otra vez volveré a sentirme en la cresta de la ola. Cuando los días eran totalmente perfectos. Al completo, no a ratos. También suelo preguntarme si recuperaré la ilusión sobre ciertos temas. Sé que no. Pero preguntar es gratis. Hacerse viejo no es sólo reparar en el desfase que hay entre cuerpo y mente, también es ser consciente de que quizás la última vez de algo hace tiempo que sucedió. ¡Y maldita la gracia que tiene esa toma de conciencia, ese instante de lucidez! ¡Qué lástima no haber sido consciente entonces para despedirte a lo grande de tu última vez de lo que fuese! La vida, el hacerte viejo, te sobreviene como una tormenta. Sin apenas darte cuenta, el sol desaparece y la lluvia te empapa. Sin apenas darte cuenta hace mucho tiempo que parte de tu vida se esfumó. En realidad, pasa todo tan rápido, que un período de treinta años se recuerda como tres minutos. Divago por el diario del discurrir, me paseo descaradamente, metiéndome si conviene el dedo en el ojo. Qué mejor que estas páginas para escribir sobre el discurrir de la vida o de cómo la vida (incluso o tal vez todavía más para los que decidimos vivirla intensamente) acaba escurriéndose como agua entre los dedos. Miro al frente, detengo la mirada primero en unas zinnias que planté a principios de mes, y segundos después, en el pájaro rama en pico que descansa todas las tardes en una escuadra que adorna el jardín de La Madriguera. Sonrío. Es Dios. Vuelvo a sonreír y retomo el inicio de la entrada de hoy. La voluntad de desandar mentalmente un año para saber cuánto se ha avanzado y en qué o quiénes nos hemos convertido. Pierdo fuelle, tal como voy escribiéndola, pierdo las ganas de desandar. Pero así a bote pronto, sé que me he vuelto muy mayor en un año. Tanto, que a veces me asombra la seriedad, la calma, la claridad con la que afronto mis días. Siempre he sido persona de firmes principios, serias convicciones y amores sólidos; pero, además, antes me permitía vivir con la felicidad puesta a tiempo completo, saliéndome por los ojos. No era una postura impostada. Yo era así. Ahora ya no. En la actualidad sólo soy una persona de firmes principios, serias convicciones y amores sólidos que día a día vive sus horas rodeada de fe y esplendor. Escribo esto en este mes, porque junio no se permite ficciones. Junio es tan real que personalmente jamás ha sido de mis preferidos. Salvo este año, en que me he adaptado la mar de bien a sus hechuras sin florituras y a su sensatez sin trampantojos. Por fortuna he caminado a buen ritmo, escrito con solvencia y divertido con provecho. Conociendo que lo que actualmente me sale por los ojos, lo que si alguien mira ve, lo que sustenta su brillo es el enorme sentimiento de gratitud y respeto hacia Dios por poder hacerlo. Este punto, debería ser el punto final de la entrada de hoy en el diario del discurrir. Pero me niego a dejar el mes sin un apunte de mi yo soñador y otoñal, ese yo que está terriblemente enamorado en sesión continua de la sonrisa en rostro ajeno. Le doy permiso para hacer acto de presencia, para dejarle que seguidamente escriba lo que le apetezca. Le digo: 《Ya puedes aparecer, salir, decir, desear fuertemente y con los ojos cerrados y los sentidos abiertos. Es tu turno. Di lo que te mueres de ganas de decir. Escribe como le hablas a tu amante, amigo y amor. A la de tres.》 Tres. Dos. Uno:《¿Vamos a perdernos en un mundo hecho de caminos, bizcochos recién horneados, historias y días lluviosos?》


Pues eso.


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 28 de Junio de 2021)

lunes, 24 de mayo de 2021

24 de Mayo ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬


El establecimiento ChaschasPinut tiene dos puertas batientes. Al cruzarlas te hallas en el interior de un bazar de maravillas. Cuando acudo a él, lo hago con la secreta intención de premiarme; pues soy de pensar que está bien reconocerse alguna que otra vez el mérito propio, el coraje y el esfuerzo. Son poco más de las nueve de la mañana. Tras mi caminata diaria y kilométrica, corto del jardín de La Madriguera unos amarilis. Improviso un ramo, expresamente para la ocasión. Unos minutos más tarde (con el ramo en los brazos) subo a la camioneta para dirigirme al ChaschasPinut. Durante el trayecto contemplo el paisaje y me reafirmo en el deseo de reencarnarme (si llega el caso)  en un gran árbol o en un águila. Seres protectores. Seres que cuidan de los otros. Media hora después, llego. Entro en el local. Dejo a mis espaldas las puertas batientes y le entrego el ramo, mostrándole mis respetos, a la vieja Valentina Pinut. Con delicadeza ella lo deposita en el jarrón escocés que tiene a su derecha. Sus manos me son ya a estas alturas familiares. Sus ojos que han visto tanto y que contienen en sí mismos un mundo me miran sonriendo. Su voz (de anciana india de padre inglés) dirigiéndose a mí desde otro siglo convierte el día en especial. A sus pies Sandokán, un husky blanco de mil años, duerme soñando con calles que están por transitar y con playas nevadas junto al mar. En el mostrador de enfrente saludo a Allan Underwood (dependiente y propietario actual del negocio de Valentina Pinut) que al verme me prepara una taza de café de la vieja cafetera que adquirió junto al local, las existencias y las hermosas estanterías de cedro que sostienen metros de tela, objetos singulares (rara avis de la decoración) y menaje colonial. Allan y yo hablamos animadamente durante un buen rato. A estas horas de la mañana el ChaschasPinut  todavía no está muy concurrido, de modo que puede dedicarme unos minutos de más hasta que lleguen nuevos clientes. Cuando llegan y ambos oímos el característico sonido de las puertas batientes (plas, plas) él se disculpa y vuelve a la realidad del ChaschasPinut. Entonces yo libre ya de formalismos me adentro en los interminables pasillos del establecimiento y me pierdo sin perderme. Me sumerjo como buzo en océano. No sé qué busco, pero sé que un tesoro voy a encontrar. Es ese el encanto del ChaschasPinut. Orientarse por instinto. Tener por brújula sólo la belleza. Me deslizo por el primer pasillo y ante tanta maravilla, resuelvo que si alguien viese mi mirada en este preciso instante, comprendería quien soy en realidad cuando me envuelve la ilusión. Al inicio del segundo pasillo tomo conciencia de que una vez más como siempre pasarán horas antes de recorrer los doce en los que está dividido el bazar, lo que me aporta un extra de felicidad. Al tercer pasillo no me cabe la más mínima duda de que los detalles hermosos y la belleza mejoran la vida de todo aquel que sabe apreciarlos. Recuerdo de pronto como hace unos días le dije a mi amiga Rebecca de Suffolk que había encontrado la clave para distinguir la gente que es de natural feliz o propensa a la felicidad de la que no lo es. La clave son los detalles y la belleza que conforman un hogar. El ChaschasPinut es una fuente inagotable para ser feliz, para alcanzar la confortabilidad y la belleza sin secretos tanto en el uso como al posar la vista. Creo que la gente feliz es la que entiende y repiensa su casa como su verdadero lugar en el mundo, la que comprende que el tener una existencia de mayor calidad radica en el hogar y que está en sus manos que de ese modo sea. En el cuarto pasillo me digo a mí misma que lo cierto es que crear un hogar va mucho más allá de construir o reconstruir una casa y amueblarla, crear un hogar es reciprocidad con la construcción, es comprender que lo que ella en verdad necesita es que tú la disfrutes plenamente, algo imposible sin los detalles y sin la belleza. En el quinto pasillo, tengo la certeza de que a la casa que le insuflas vida y le das a conocer quien eres en realidad, te sana. Pienso en La Madriguera. Ella cura mis heridas y yo le muestro mi gratitud, disfrutando de su exterior y de su interior, con belleza y detalles que me hacen feliz y que son auténticos destellos de una existencia lograda. Estoy en un mundo de ensueño en el sexto pasillo. En el séptimo reculo sobre mis pasos y lo vuelvo a recorrer. La belleza me lleva en volandas. En el octavo me sé inmensamente afortunada de poder, por fin, los domingos celebrar la gracia de Dios con amigos. Hay tanto en este octavo pasillo para que los domingos sean, todavía más bonitos de lo que ya son, que mil ideas pueblan mi mente. A los dos metros del noveno pasillo mis ojos hacen tilín al ver un maravilloso mantel de lino con estampaciones coloniales con sus servilletas a juego. Mi espíritu dicharachero da un brinco. Una enorme sonrisa se dibuja en mi rostro. Veo y toco. Percibo en el alma la historia del tesoro que ha decidido con energía venirse conmigo a La Madriguera para mejorar mi existencia. No obstante, sigo recorriendo los pasillos del ChaschasPinut, aun sabiendo que tengo conmigo (en mis manos) lo que no sabía que buscaba, pero sí que deseaba. En el décimo me invade la sensación de que Dios deposita cada día tesoros para ser descubiertos expresamente por los soñadores valientes y los curiosos con coraje que saben mirar, y emprender el camino y la reconquista si es menester. En el undécimo, sé en el aquí y en el ahora, que la dicha está presente en cada uno de mis átomos. En el duodécimo, me congratulo de lo interesante y divertido que está siendo mayo otra primavera más. Me doy cuenta exhausta y feliz, alrededor de cuatro horas después, que acabo de recorrer los doce pasillos. No debo desandarlos. El ChaschasPinut tiene una puerta para salir distinta a la de entrar, concretamente en el lado opuesto al de las puertas batientes. La caja registradora atendida por Hilaria (la sobrina nieta de Valentina Pinut) está situada justo al lado. Hilaria te cobra diligentemente y sin apenas mediar palabra te da a entender que siempre es poco lo que se acaba pagando por los tesoros encontrados.  


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 24 de Mayo de 2021 ) 


jueves, 20 de mayo de 2021

20 de Mayo ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬


No comprendo cómo se puede odiar al país de uno. No alcanzo a entenderlo. Pero sí que sé que me repugna. Un hombre sin país no es nada, como no es nada un hombre sin casa, sin principios y sin valores. Un hombre debe amar, proteger, defender y cuidar a su país y a sus compatriotas como cuida de sí mismo. Considero que se puede calificar de mal hijo a quien decide socavar, deshilachar, deshacer, destruir su patria. Poniendo su empeño en ello y condenando a sus compatriotas a vivir en la zozobra, la intranquilidad y el disgusto; restándole con ello, calidad de vida y si me apuran años. El problema de España no sólo es un gobierno que carece de principios y valores, y que como un mal hijo, es incapaz de asumir como responsabilidad propia la ruina económica y la muerte de la familia que voluntariamente decidió defender. El otro problema es esa parte de España que no se siente español, no hablo solamente de separatistas, nacionalistas y terroristas, me refiero en este punto, a esa parte del pueblo desleal y amoral que se avergüenza de llamarse español e incluso de la bandera, y que se tienen por una élite elegida para dar lecciones y dictar sentencias. Me refiero, es obvio, a todos esos “progres progresistas del centro centrado con los brazos abiertos a los dos lados”, como ellos mismos se autodenominan, y que a la hora de la verdad, el único argumento que alcanzan a suscribir es el de apedrear y calumniar a quien opina diferente, o para más ridículo que se victimizan a través del envío de balas de mercachifle o navajitas de zurrón de pastor. Para vergüenza y tragedia de todos, en España, hay unas decenas de miles de malos hijos que llevan por bandera en vez de la de su país, un buenismo impostado, una falsa moralidad y un inquisidor en el ombligo. Personas sin principios ni valores, que decididamente ni siquiera poseen en su corazón el sonrojo y el bochorno de la indecencia de sus ídolos gobernantes. Como no puede ser de otra manera, a estas alturas, el hartazgo y la repugnancia del español de bien está a la orden del día. Personalmente estoy harta. Harta en sesión continua. Asqueada las más de las horas. Ahora mismo lo que me ha llevado a escribir esta entrada en el diario del discurrir es la necesidad de dejar por escrito que en el corazón y en la razón conmigo están en estos días mis compatriotas y más que nunca, en estos momentos durísimos, de una gravedad extrema, los de Ceuta, Melilla y Canarias. Escribiendo sobre el sentir que me embarga en esta hora, he llegado a la conclusión de que la grandeza de la nación española, del pueblo español, reside y se sustenta en sus millones de buenos hijos que defienden y defenderán siempre su hogar, su patria, como algo natural; frente a los malos hijos que destilan odio y que poseen algo dentro de ellos tan dañado y dañino para no saber cómo sentirse bien en su país, para no amar su casa. Es evidente, que en las familias siempre han existido los malos hijos como algo antinatural para pesar del resto, y España, como la grandísima familia que es, también posee malos hijos. Pero si algo he aprendido en mitad de la naturaleza es que lo antinatural acaba extinguiéndose; puesto que lo natural, lo bendecido por Dios, tiene una fuerza extremadamente superior. El bien y la verdad sobre el mal y la mentira, siempre. 

Por España, todo por España. 

¡Viva España!


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 20 de Mayo de 2021 ) 

lunes, 17 de mayo de 2021

17 de Mayo ~ Diario del discurrir ✒☀️👣🌬




Fue un viaje por la verdad, la bondad y la belleza. Temíamos ganas de rodar, de kilómetros. Somos dos viajeros. Y en el último año la vida aun sin detenerse ha quedado recogida en los márgenes de La Madriguera. No pretendíamos encerrarnos en ningún otro espacio, fuese habitación de hotel o apartamento de motel. Queríamos rodar. Sólo rodar. Bebernos con los ojos el paisaje, kilómetros y kilómetros, aspirar y respirarlo. Así que nos montamos en la camioneta y nos fuimos unos días. Viajamos en silencio, saboreamos la existencia, deteniéndonos sólo cuando lo estimábamos oportuno. La escapada que habíamos planeado era un viaje sin planes y en eso se convirtió. Fue fluir por la verdad, la bondad y la belleza del mundo natural que nos rodea, de los artesanos que concentrados te brindan la oportunidad de ser parte de su historia al apreciar el trabajo que realizan con manos expertas y amorosas, de los cocineros que con el mimo de una madre te preparan un plato de comida como si fueses su propio hijo y no el desconocido que acaba de entrar en su local, de los viejos indios que al levantar los ojos y reconocerte depositan en ti la sabiduría con hechuras de leyenda. Fue un viaje otoñal en plena primavera, de recogimiento en mitad de la luz que crece y no mengua. En el que no me abandonó la sensación de que en este tiempo quienes poblamos el mundo estamos más asentados en la tierra, en la verdad, siendo más conscientes de todo, valorando los matices como nunca, sintiendo el latido de lo que verdaderamente importa en la sien, por el miedo a que nos arrebaten de nuevo la vida que no sabíamos que amábamos tanto. Palpé la bondad en el aire, la atraparon mis oídos, la intuí en el corazón con palabras no dichas, en pensamientos que no se acaban de formular, en frases que se dejan a medias para no alterar la cambiante realidad. Observé la belleza a cada paso en las esquinas donde transcurren las jornadas, también en las plazas, la contemplé con cada mirada en todos los kilómetros de pradera al atardecer y al amanecer, en el interior y exterior del bosque, en el tiempo de pie frente al arroyo, y fui de nuevo consciente de la grandeza del regalo que nos hizo Dios al permitirnos habitar este mundo en vez de otro. Fue reconfortante regresar a La Madriguera con tanta paz en el alma y bienestar en los huesos. Lejos de ella entendí (como nunca antes) que es la desconexión con la que me abraza la que me lleva no sólo a vivir (por fin) la anhelada vida de fe y esplendor, también es desde donde obtengo la serenidad necesaria para poder separar el grano de la paja, sin miedo ha dejarme nada atrás, pero también sin miedo al tiempo que vendrá. La verdad, la bondad y la belleza encontradas en este rodar me anunciaron que si cada uno de nosotros trabaja su propio don, para ofrecérselo a los otros, el conjunto de dones hace habitable cuanto nos rodea; siendo la reciprocidad, el valor más estimable y voluntarioso de existir en comunidad. Reconozco que me traje hasta La Madriguera (de nuestro viaje de abril) buenas impresiones y aprendizajes nuevos como el de las tres hermanas, la del salmón, la de la espadaña, y la de la cosecha honorable, que voy a conservar en mí junto al resto. Pues siempre descubro en lo aprendido, lo que es imprescindible recordar, cuando a veces parece que se detiene el corazón. Miro el reloj. Son las cinco y cuarto de la tarde. En esta hora lucida y brillante me vienen a la mente de manera espontánea unos versos de Dante Gabriel Rossetti que asocio siempre con La Madriguera. Las más de las veces cuando por alguna misteriosa razón (que no llego a querer descifrar) recalan en mí unos versos sueltos de manera inesperada, tengo el convencimiento de que es la voz de otra alma quien me los susurra al oído. Los de ahora sé que es la misma casa o el espíritu de quien decidió hace muchísimos años idear un hogar en este lugar quien me los dicta. Y aunque, tal vez, en apariencia o superficialmente se alejan un poco del propósito inicial que sostiene la entrada de hoy en el diario del discurrir, sé que no es así. Por ello, resuelvo finalizarla con ellos: "Yo he estado aquí antes, pero cuándo o cómo no sé decirte. Conozco la hierba más allá de la puerta. El dulce y penetrante olor. El sonido de un suspiro. Las luces alrededor de la orilla. Tú has sido mía antes. Hace cuánto tiempo, no lo sé". 


María Aixa Sanz

(La Madriguera, 17 de Mayo de 2021 )

lunes, 12 de abril de 2021

12 de Abril ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬



Hace mucho, pero que mucho tiempo, a esta pradera llegaron como colonos familias de todas partes del mundo, también de la vieja Europa. Todos ellos llevaban consigo el anhelo de raíces, de encontrar su lugar en el mundo, de asentarse, construir y quedarse para que sus hijos, nietos y bisnietos no sintiesen dentro de sí el sentimiento de no pertenecer a ningún lugar.  Al punto me detengo en la historia que quiero contar al comenzar a escribir mi entrada de hoy en el diario del discurrir, y mi mente me traslada a Caótica. El lugar donde la naturaleza me abrazó en mis primeros años, al que sin ninguna duda, pertenece la niña que algún día fui. Es más, desde entonces, intento inconscientemente replicar una Caótica en cada uno de los lugares donde pernocto más de cuatro meses, algo que a todas luces siempre resulta ser un imposible. Hasta ahora, en esta pradera. En la que en los últimos años he sido testigo de como es posible replicar Caótica en La Madriguera y su exterior, y sentir que pertenezco a un lugar en concreto. Aquí, en La Madriguera, se me ha ido revelando poquito a poco cuán puedo llegar a pertenecerle, incluso para pensar que si llegase a morir, moriría en casa. Pertenecer a un lugar responde siempre al deseo de no querer irse de él, de no abandonarlo, ni cambiarlo por otro aun más repleto de esplendor y posibilidades. En estos momentos puedo asegurar que para mí no hay mayor esplendor que el sol posándose en mis margaritas para rebotar después en mi piel, ni hay más golosas posibilidades que hornear un bizcocho o unos dulces de Semana Santa en la cocina de La Madriguera al caer la tarde. Sonrío, y retomo con diligencia la historia que estaba en mi ánimo escribir: Hace mucho, pero que mucho tiempo, a esta pradera llegaron como colonos familias de todas partes del mundo, también de la vieja Europa. Todos ellos llevaban consigo el anhelo de raíces, de encontrar su lugar en el mundo, de asentarse, construir y quedarse para que sus hijos, nietos y bisnietos no sintiesen dentro de sí el sentimiento de no pertenecer a ningún lugar. Uno de ellos fue Pieter el neerlandés (el abuelo del viejo Gerrit) que por aquel entonces estaba en la treintena y que junto a su joven esposa se instaló a unos kilómetros de donde ahora mismo escribo este texto y construyó un molino de harina, antes que casa propia. Las hazañas de Pieter el neerlandés, son recordadas todavía a día de hoy por el viejo Gerrit, de modo, que cuando vas a su granja a preguntarle qué tal anda, eres consciente de que serás el oído donde depositará sus palabras. De todas sus historias, la que más me agrada, es la del descubrimiento de la lápida de mármol debajo del árbol de Júpiter.  Cuenta el viejo Gerrit que tiempo atrás, el hijo de Pieter el neerlandés, es decir, su propio padre: conocido por todos como Johannes, a la edad a la que a un hombre pueden llevárselo los demonios, (señala el viejo Gerrit esa edad como la posterior a la muerte del progenitor), tras las nieves del invierno en que Pieter el neerlandés la diñó, descubrió a la sombra del árbol de Júpiter (que el propio Pieter había plantado con sus manos al llegar a esta tierra y amado con el corazón hasta morir) una lápida de mármol con una inscripción que rezaba: “Será depositado en Domingo de Ramos de cada año uno en jardín vecino el hijo de Júpiter.”  Al desconcertado Johannes (por no saber de su existencia, ni haber reparado en ella para datarla en su memoria) no le quedó otra que interpretar la última voluntad de su padre y cumplir con lo escrito en mármol. Herencia que a través de los años ha llegado a manos del viejo Gerrit. Esta es la interesante historia. Y doy fe de que a día de hoy sigue escribiéndose a la memoria del colono que encontró su lugar en el mundo. Pues el pasado 28 de Marzo, Domingo de Ramos, mientras leía afuera en el exterior, el viejo Gerrit sin apagar el motor de su camioneta mandó a su nieto descargar frente al porche de La Madriguera un joven árbol de Júpiter para nosotros. Antes de que pudiera agradecérselo oí el zumbido del motor alejándose y mis ojos vieron en el horizonte desvanecerse el rastro del viejo Gerrit. Me consta que odia sobremanera que le den las gracias por cumplir a rajatabla con lo que es para él un mandato familiar que lleva a cabo con gusto el año uno de cada década. De pie junto al precioso joven ejemplar admiré su delicadas hojas rojizas de primavera, antes de tornarse verdes en verano y naranjas en otoño. Pensé en lo bonito que me resultaba y con una certeza absoluta supe que lo vería crecer, lo supe como minutos antes había sabido que el viejo Gerrit con el gesto mudo de entregarme el árbol me reconocía en mi hogar. Lo sabía tanto como yo. Al no poder hablar con el hombre que había obsequiado mi Domingo de Ramos, le hablé al ser que tenía a mi lado, al árbol: 《Bienvenido a tu nuevo hogar. Deseo que La Madriguera sea tu lugar en el mundo para echar raíces, que nos escojas para ello y que florezcas cada verano cubriéndonos de dicha, porque en ti siempre va estar la alegría de pertenecer a esta pradera donde en verano surcan los cielos avionetas que me hacen sonreír, que me llevan a África, a las colinas del Ngong, al amor y al tiempo de la felicidad. Voy a buscarte en el jardín el mejor de los sitios para quedarte a vivir. Nosotros cuidaremos de ti, mi querido Júpiter. Será un privilegio y un honor》 , le dije sintiéndome honrada ante tan inmensa fortuna. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 12 de Abril de 2021) 

jueves, 1 de abril de 2021

1 de Abril ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬

Abril se presenta ante mí mientras contemplo la hora en el reloj. Me dispongo a componer un arreglo floral para el jarrón del gran mueble de La Madriguera, miro el reloj y sé que abril va a llamar a nuestra puerta de un momento a otro. En los últimos meses he ido colocando relojes de manecillas negras, y esferas de un suave color crema en cada una de las estancias de mi casa. Necesito con apremio tenerlos en cada lugar en el que transcurre mi existencia. Soy muy consciente de lo extraño de la decisión pues siempre he sido reacia (hasta ahora) a vivir vinculada de forma tan explícita con el tiempo. Pero lo cierto es que un día me vi buscando con los ojos relojes que no existían. Y, como no fue algo puntual, lo solucioné. Frente a los distintos relojes que ahora sí pueblan mi hogar me noto tranquila al saberme en un enclave específico, al saberme en el aquí y en el ahora. Sé que esta urgencia mía, repentina, de tener en todo momento presente el tiempo, obedece sin ninguna duda al instinto de supervivencia que todo ser vivo posee. En el cruel 2020 mi vida quedó detenida y ahora mi cuerpo y mi mente reaccionan. Se sublevan de esta manera. Creo entender que es el modo que han escogido para habitar el tiempo como un espacio de provecho. El caso es que en esta época encuentro la armonía que siempre he encontrado en el orden, en ese otro orden que es el tiempo pautado que conforma mi rutina en el interior y el exterior de La Madriguera. Tengo necesidad de orden en cada faceta de mi vida, de cumplir con mis rutinas, de estirar para que cundan al máximo las horas. Atendiendo a esa necesidad con responsabilidad mi vida se convierte en una vida sólida. Lo cual me reporta satisfacción.《Toc, toc, toc》, llaman a la puerta. Son las dos de la tarde y sin ni siquiera mirar quién va, sé que el cuarto mes del año acaba de presentarse. Lo sé porque hace aproximadamente una hora, el sol primaveral ha desaparecido y un gélido viento ha comenzado a soplar sin sutilezas, convirtiendo el día en una jornada totalmente diferente. Abril es así, posee la personalidad de un loco bravucón y eufórico en la mañana, y la de un manso cobarde y sin honor por las tardes. No abro, no le dejo pasar, le miro a través del ventanal hacer de las suyas. Sonrío. Me divierte ver como con sus vaivenes demanda la atención que no consigue por méritos propios. Ya le saludaré mañana. Puede estar tranquilo. Saldré afuera al exterior a primera hora y le miraré de frente, le buscaré los ojos, aspiraré su aroma de rebelde caprichoso que se sabe aperitivo de la primavera real que es mayo, y le respetaré y abrazaré por lo que sí es: el mes donde se idean y perciben a flor de piel los sueños. Y lo haré de corazón, amanecida llena de amor, a la luz blanca de la primavera cuando es y no es. Un día más agradecida y bendecida de poder madrugar y caminar mis kilómetros. Y, luego, más tarde después de entrenar, mientras Nuna duerme tendida al sol desvestido del invierno, me sentaré en el porche a admirar el milagro que hay siempre en el comienzo de la primavera y a profundizar en el meollo de la existencia para tomar a manos llenas la serenidad y la belleza que se encuentra en el mundo natural. Pero éso, mañana. De momento, en esta primera tarde de abril, prefiero encender la chimenea en La Madriguera (hermosa y estable) y en su calma saborear la cordura de los honestos y amar la vida segundo a segundo en su luminosa quietud. Ahora mismo, mientras prendo el que será uno de los últimos fuegos de la temporada, antes de hornear unos dulces de Semana Santa, llegan a mi mente unos versos de May Sarton: "Si la casa es limpia y pura, ferozmente incorruptible, Dios está siempre en la puerta, del Padre y del Hijo Pródigo".



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 1 de Abril de 2021. Jueves Santo)

lunes, 15 de marzo de 2021

15 de Marzo ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬

 


Llueve ferozmente en todas direcciones. Los caminos de nuevo están impracticables. Y mis pasos se han detenido en el umbral de La Madriguera, resignados. El mundo de ahí afuera, hoy, pertenece a la lluvia. Ni siquiera contemplo la posibilidad de sentarme en el porche a leer. Así que me quedo en el interior de La Madriguera, acogedora y caliente, y escribo estas palabras en el diario del discurrir. No sin antes observar de nuevo el exterior, percibiendo en mí, las ganas de estar en él. Reconozco que sin darme cuenta últimamente paso revista al cielo, a los árboles, a las plantas. Busco en sus oscilaciones la respuesta. En su desembarazo indicios de primavera. Ayer (al mediodía) realicé la misma comprobación y aun sabiendo que la temperatura no sería agradable, me puse el abrigo y me senté en el porche a leer durante unas cuantas horas. Me encanta leer en el exterior. A la luz del día. Sin importarme la tonalidad del cielo, ni si va cargado de sol, viento o lluvia. Lo relevante para mí es estar donde la existencia es una vivencia sin filtros. Quizás por eso encuentro mayor satisfacción en leer afuera. Ya que en el exterior sólo estamos la historia leída y yo, sostenidas ambas en el aire, en mitad de lo que es real sin falsedades ni falacias, sin trampantojos ni luces de gas. En el exterior la historia se mide con todo su peso. Y si es, es; y si no es, nunca será. En los últimos años son muchos más los libros que he leído a la intemperie que al abrigo del hogar. Es posible que a ese hecho se le una que en el interior ocupa mi tiempo el trabajo y que en el exterior es donde disfruto de tiempo de asueto. Seguramente, hoy por hoy, esa razón decanta la balanza hacia un lado y no hacia otro. Pero las preferencias que jamás pueden dejarse de lado, existen: y en la actualidad de preferir prefiero leer afuera, sin paredes y sin techo. Me regodeo enormemente al pensar en las hechuras de los días que vendrán. Primavera, porche, lectura. Verano, porche, lectura. Días más, días menos: seis meses que están a punto de comenzar. Tengo la costumbre por esta época (desde décadas) de reservar al menos dos buenas lecturas escogidas con tino e ilusión para las vacaciones de Semana Santa, es decir, para cuando en realidad se inaugura la vida de afuera con la Pascua de Resurrección. Así que un año más, en los preparativos para darle la bienvenida a la primavera, del mismo modo como no me he olvidado de pasar por el invernadero para adquirir: un níspero, un rosal, un hibiscos y unas margaritas; tampoco me he olvidado de la librería, y en el cesto de lecturas pendientes, lucen ya ejemplares por estrenar. Si me obligase a recordar podría nombrar título a título los libros que he leído en cada Semana Santa, pero no voy hacerlo. No deseo que este diario del discurrir se convierta en un compendio de listas. No. Este diario, como el diario natural (como todos los diarios) es una manera de anclar la existencia, de fijarla, de preservarla del olvido. Escribes un diario no por la necesidad de escribir sin ton ni son. No. Lo escribes porque sin él pierdes la belleza de lo rutinario, de las pequeñas cosas, de los detalles, de lo que verdaderamente te emociona sin aspavientos. Sin el diario, extravías lo que conforma tu día a día, tu vida real. Además para un contador de historias es un excelente modo de mantenerse en forma. Son las diez de la mañana, afuera sigue lloviendo con la misma tenacidad. Apago la luz que ilumina esta página, por hoy. En La Madriguera hay una cocina y en la cocina me espera ese otro trabajo que consiste en mezclar y unir alimentos, en lugar de palabras, y que en una suerte de alquimia se obtienen provechosos y ricos platos, en vez, de reconfortantes historias. Enciendo la luz en mi zona de trabajo entre fogones, donde siempre me he sentido tremendamente en paz. Sonrío y me pongo a trabajar. 


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 15 de Marzo de 2021 )

lunes, 1 de marzo de 2021

1 de Marzo ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬



Un nuevo mes comienza. Marzo esta vez. Anoto como todos los meses en la página en blanco que es el primer día, la máxima de Charles H. Spurgeon: “Empieza como quieres continuar,  y continúa como empezaste,  y deja que el Señor sea todo, en todo para ti.” Estoy cocinando en el horno un plato sencillo: salmón con patatas a las finas hierbas. Nuna se relaja viéndome cocinar y al final acaba dormida. Para ella, el que yo cocine, es su cuento para dormir. Afueran los pájaros juegan divertidos. Ellos son música y también compañía. Se han convertido en consuelo en este tiempo aciago de pandemia y aislamientos forzosos, donde es imposible celebrar la vida según nuestras costumbres con la conciencia tranquila. De hecho, en el último año, lo rutinario ha acabado convirtiéndose en importante. Nada tiene el peso ni la entidad que tenía antes de este desbarajuste tóxico. Ahora, por ejemplo, comprarte un mantel para estrenarlo un domingo, agenciarte unos cuantos libros en papel (desde hace tres años leo sólo en ebook) por el placer de tenerlos a la vista antes de encontrarles su momento, conseguir del quinto pino si hace falta o del buhonero que pasa por el camino alguna bagatela con la que distraer las horas es lo que consuela. Noto mientras le doy el último golpe de horno al salmón que este año tengo muchísimas ganas de primavera. Será porque paso en el exterior entre cuatro y seis horas cada mañana. Pero lo cierto es que tengo ganas de sentarme al sol en los altos del camino, de que las flores inunden los márgenes por los que transito, de que el cielo luzca las más de las horas con el despejado azul de los días felices, de respirar sin que me duelan los pulmones por el frío al caminar. Recuerdo cómo de espantosamente triste fue la primavera pasada, cuán desconcertante nos resultó, nos vimos títeres de una broma de mal gusto y sin darnos tiempo a reaccionar: pasó y voló. Me convenzo de que un año después, y, más o menos, acostumbramos a lo que hay, no debemos perder el regalo que es disfrutar de ésta. Deberíamos celebrarla. Debemos obligarnos a ello, preparar nuestro hogar y a nosotros mismos para recibirla y darle la bienvenida como realmente se merece y nos merecemos. No deberíamos cometer la injusticia de dejarla marchar como si importase poco, porque cometeríamos un grave error. 《Quien no quiso cuando pudo, no podrá cuando quiera》 , me oigo decir en voz alta. Entonces mientras sirvo el salmón con patatas en sendos platos, pienso en qué me hace falta para darle la bienvenida, además de la ilusión y las ganas. Tengo tiempo, me digo. Unos veinte días, me confirmo a mí misma. Pero mejor no esperar por si hay retrasos, concluyo. En línea, con unos cuantos clics y unas horas, en unos días tendré lo que creo que necesito para restarle gravedad a esta sinrazón que nos ha tocado en suerte vivir. La actitud a veces necesita de esa ayudita material que nos mantiene preparados y listos para afrontar el mañana con la clase de sonrisa que tan estupendamente le sienta a nuestra alma y a la de quien convive con nosotros. 《Porque si marzo hace de sí mismo la puerta de la primavera, es justo hacer de nosotros, el hogar donde se detenga》, anoto en mi diario del discurrir antes de sentarme a la mesa en La Madriguera.  


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 1 de Marzo de 2021 ) 

lunes, 22 de febrero de 2021

22 de Febrero ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬


El cielo plúmbeo de febrero me acompaña en mi caminar en el último lunes del mes. Una vez completado el trayecto, en esta jornada, sigo caminando para dirigirme a la pradera nevada situada detrás de la granja de los Tuck. Al aproximarme a la granja distingo la silueta de Molly Tuck tras el cristal de su cocina. La luz ilumina su persona mientras prepara su popular bizcocho de azúcar. Al notar mi presencia, levanta la cabeza, y al verme, me saluda con la mano; yo hago lo propio: la saludo, no sólo con la mano y la sonrisa, también con los ojos y con el corazón inundado de lealtad y del compromiso explícito y diario con los valores de la gente de bien. Seguramente desde primera hora de la mañana Molly habrá saludado a otros tantos como yo, que en este día, han decidido encarar sus pasos hacia su granja albergando en su interior un sentir parecido al mío. Personalmente acudo a la pradera sabiéndome mortal, como acudía siendo niña a la misa del Miércoles de Ceniza. Recuerdo que me sentía en paz, como si todo volviese a su orden natural, cuando trazaban una cruz en mi frente. Recuerdo acudir sola y regresar a casa sintiéndome liviana. Y, ahora, con estos años y en la pradera de los Tuck, me he vuelto a sentir igual que entonces. Si en aquella época era con una cruz en la frente dibujada con las cenizas de la quema de los ramos del Domingo de Ramos del año anterior, en la actualidad, es con el Toque de Silencio que en la pradera, el primer lunes de Cuaresma a las diez y media de la mañana, interpreta con la trompeta Grant, el hijo menor de los Tuck, en honor a todas las personas que anónimamente han fallecido durante el año. Un acto que cobra todo su sentido en el hoy cruel y pandémico en que desgraciadamente los muertos se cuentan por decenas de miles y son sólo fastidiosos números para las inmisericordes estadísticas y los indecentes e ineptos gobernantes. ¿Cómo no estar ahí, presentando mis respetos y tomando verdadera conciencia de la riqueza y de la belleza que habita en la caducidad de lo humano? ¿Cómo no estar, sabiéndome mortal como los que ya no están e infinitamente más triste y desamparada sin todos ellos? La lealtad y el compromiso con mis semejantes me sostienen en la pradera nevada de los Tuck; y las notas que interpreta con la trompeta su hijo (como el corneta que en 1862 las tocó en un funeral para acompañar unos versos encontrados en un bolsillo) me inundan, me tensan y destensan, me equilibran, me hunden para reflotarme segundos después como una mujer mortal, bendecida, en paz las más de las horas, e inmensamente agradecida siempre. En la pradera me sé, en este primer lunes de Cuaresma, y existir es ser, y por todo lo bueno hallado, al llegar a casa junto a mis impresiones, anotaré también en el diario del discurrir, los versos que desde 1862 al caer la noche y en las despedidas son oración: “El día ha terminado / Se fue el sol de los lagos, las colinas, de los cielos /  Todo está bien /  Descansa protegido, Dios está cerca/ La luz tenue oscurece la vista, y la estrella embellece el cielo / Brillando luminosa desde el cielo, acercándose cae la noche / Agradecimientos y alabanzas para nuestros días debajo del sol, de las estrellas, debajo del cielo / Así vamos, esto sabemos, Dios está cerca.”


María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 22 de Febrero de 2021, primer lunes de Cuaresma)



* Toque de silencio: https://youtu.be/EV_Q03zvtkM

sábado, 6 de febrero de 2021

6 de Febrero ~ Diario del discurrir ✒🌞👣🌬


Me deslizo por la quietud de febrero como el barco que surca la mar en calma en un amanecer de finales de junio, como la bailarina que debuta con un vals en la cúpula nevada de la Viena de enero, como el globo que asciende para perderse en la estratósfera la mañana del segundo domingo de mayo, como la gota de lluvia por el cristal que anuncia la última tormenta del verano y la primera de otoño. Pienso y hago. Hago pensando. Camino, entreno y escribo al compás de mis pensamientos. Cocino recetas propias, leo historias que escriben otros, veo películas en la noche, proyecto ideas y reformas para La Madriguera sentada apoyando mi espalda en una pared soleada, beso al hombre al que amo y me ama, y me ilusiono con todo mientras mi mente bulle al calor de mis cavilaciones. Febrero me es siempre fértil, febrero me da el máximo. La mente que es donde se fabrican las historias, en febrero, encuentra el dulce acomodo de quien ha llegado a casa. Y se aprende con los años que si todo lo que se vislumbra en febrero como un pensamiento certero o una historia en ciernes se escribe en negro sobre blanco se torna realidad. Este es uno de los mejores meses para saber cuán poder albergan y atesoran las palabras escritas, para incluso derretir los corazones helados, y salvar o enfurecer a todo un mundo. De la misma manera que los contadores de historias al escribirlas tenemos el poder de acompañar a nuestros semejantes, los pensamientos que nacen en nuestro interior en febrero poseen el poder de acompañarnos a nosotros mismos de por vida, y ante eso la soledad no deseada y el desarraigo van a poner siempre los pies en polvorosa. Hay un momento en estas cuatro semanas en que los pensamientos y el corazón se acompasan de tal modo, que son como una misma respiración, y entonces es cuando tomas conciencia de que todo en ti está bien. Asiento con la cabeza al pensarlo, levanto la vista y miro a Alberto que me mira con los ojos abiertos como platos, llenos de asombro ante mi grado de concentración. A saber el rato que hace que está mirándome sin yo ser consciente, inmersa como estoy en mis pensamientos mientras mecánicamente preparo la farsa para rellenar cuarenta y ocho canelones que después congelaré en paquetes de a seis para cocinarlos durante ocho semanas añadiéndoles sólo la bechamel. Ni pierdo ripio de mis cavilaciones ni de dejarme algún ingrediente. Repaso: 500 gramos de carne picada de cerdo, 500 gramos de carne picada de ternera, 2 pechugas de pollo, 450 gramos de higadillos y corazones de pollo, 150 gramos de jamón serrano, 160 gramos de paté y unas cucharadas soperas de un ingrediente secreto que jamás revelaré. Sonrío sin mirarle. Él cambia su peso de un pie a otro. Levanto de nuevo la mirada, le miro. En su interior se produce la pequeña revolución del efecto de mis ojos en él. Una vez hace muchísimo tiempo, al principio, me dijo que hasta que yo no le miré no había comprendido verdaderamente qué era el amor. 《¿Qué?》, le pregunto. 《¿Qué vas a querer como regalo en este mes del amor?》, me responde, y sonríe relajado, pues ya ha sosegado los latidos de su corazón y ha apagado los fuegos de su pequeña revolución. Le conozco bien y desde siempre,  pienso. 《A poder ser: dos tazas de té de la isla de Ceilán, cuando Sri Lanka era colonia británica 》, le indico divertida.  Ríe. 《Mujer de ideas claras, las tendrás. Aunque para ello tenga que ir hasta la misma Colombo》, me contesta, y seguidamente desaparece, no vaya a ser que reclame su ayuda para rellenar los canelones. Le conozco bien y desde siempre, vuelvo a pensar. Sigo cocinando y febrero sigue con su discurrir tranquilo viviendo a través de nuestros pensamientos, tornándonos más sabios y menos vulnerables, más fuertes, pero no por ello, menos humanos.



María Aixa Sanz 

(La Madriguera, 6 de febrero de 2021)