No comprendo cómo se puede odiar al país de uno. No alcanzo a entenderlo. Pero sí que sé que me repugna. Un hombre sin país no es nada, como no es nada un hombre sin casa, sin principios y sin valores. Un hombre debe amar, proteger, defender y cuidar a su país y a sus compatriotas como cuida de sí mismo. Considero que se puede calificar de mal hijo a quien decide socavar, deshilachar, deshacer, destruir su patria. Poniendo su empeño en ello y condenando a sus compatriotas a vivir en la zozobra, la intranquilidad y el disgusto; restándole con ello, calidad de vida y si me apuran años. El problema de España no sólo es un gobierno que carece de principios y valores, y que como un mal hijo, es incapaz de asumir como responsabilidad propia la ruina económica y la muerte de la familia que voluntariamente decidió defender. El otro problema es esa parte de España que no se siente español, no hablo solamente de separatistas, nacionalistas y terroristas, me refiero en este punto, a esa parte del pueblo desleal y amoral que se avergüenza de llamarse español e incluso de la bandera, y que se tienen por una élite elegida para dar lecciones y dictar sentencias. Me refiero, es obvio, a todos esos “progres progresistas del centro centrado con los brazos abiertos a los dos lados”, como ellos mismos se autodenominan, y que a la hora de la verdad, el único argumento que alcanzan a suscribir es el de apedrear y calumniar a quien opina diferente, o para más ridículo que se victimizan a través del envío de balas de mercachifle o navajitas de zurrón de pastor. Para vergüenza y tragedia de todos, en España, hay unas decenas de miles de malos hijos que llevan por bandera en vez de la de su país, un buenismo impostado, una falsa moralidad y un inquisidor en el ombligo. Personas sin principios ni valores, que decididamente ni siquiera poseen en su corazón el sonrojo y el bochorno de la indecencia de sus ídolos gobernantes. Como no puede ser de otra manera, a estas alturas, el hartazgo y la repugnancia del español de bien está a la orden del día. Personalmente estoy harta. Harta en sesión continua. Asqueada las más de las horas. Ahora mismo lo que me ha llevado a escribir esta entrada en el diario del discurrir es la necesidad de dejar por escrito que en el corazón y en la razón conmigo están en estos días mis compatriotas y más que nunca, en estos momentos durísimos, de una gravedad extrema, los de Ceuta, Melilla y Canarias. Escribiendo sobre el sentir que me embarga en esta hora, he llegado a la conclusión de que la grandeza de la nación española, del pueblo español, reside y se sustenta en sus millones de buenos hijos que defienden y defenderán siempre su hogar, su patria, como algo natural; frente a los malos hijos que destilan odio y que poseen algo dentro de ellos tan dañado y dañino para no saber cómo sentirse bien en su país, para no amar su casa. Es evidente, que en las familias siempre han existido los malos hijos como algo antinatural para pesar del resto, y España, como la grandísima familia que es, también posee malos hijos. Pero si algo he aprendido en mitad de la naturaleza es que lo antinatural acaba extinguiéndose; puesto que lo natural, lo bendecido por Dios, tiene una fuerza extremadamente superior. El bien y la verdad sobre el mal y la mentira, siempre.
Por España, todo por España.
¡Viva España!
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 20 de Mayo de 2021 )