El establecimiento ChaschasPinut tiene dos puertas batientes. Al cruzarlas te hallas en el interior de un bazar de maravillas. Cuando acudo a él, lo hago con la secreta intención de premiarme; pues soy de pensar que está bien reconocerse alguna que otra vez el mérito propio, el coraje y el esfuerzo. Son poco más de las nueve de la mañana. Tras mi caminata diaria y kilométrica, corto del jardín de La Madriguera unos amarilis. Improviso un ramo, expresamente para la ocasión. Unos minutos más tarde (con el ramo en los brazos) subo a la camioneta para dirigirme al ChaschasPinut. Durante el trayecto contemplo el paisaje y me reafirmo en el deseo de reencarnarme (si llega el caso) en un gran árbol o en un águila. Seres protectores. Seres que cuidan de los otros. Media hora después, llego. Entro en el local. Dejo a mis espaldas las puertas batientes y le entrego el ramo, mostrándole mis respetos, a la vieja Valentina Pinut. Con delicadeza ella lo deposita en el jarrón escocés que tiene a su derecha. Sus manos me son ya a estas alturas familiares. Sus ojos que han visto tanto y que contienen en sí mismos un mundo me miran sonriendo. Su voz (de anciana india de padre inglés) dirigiéndose a mí desde otro siglo convierte el día en especial. A sus pies Sandokán, un husky blanco de mil años, duerme soñando con calles que están por transitar y con playas nevadas junto al mar. En el mostrador de enfrente saludo a Allan Underwood (dependiente y propietario actual del negocio de Valentina Pinut) que al verme me prepara una taza de café de la vieja cafetera que adquirió junto al local, las existencias y las hermosas estanterías de cedro que sostienen metros de tela, objetos singulares (rara avis de la decoración) y menaje colonial. Allan y yo hablamos animadamente durante un buen rato. A estas horas de la mañana el ChaschasPinut todavía no está muy concurrido, de modo que puede dedicarme unos minutos de más hasta que lleguen nuevos clientes. Cuando llegan y ambos oímos el característico sonido de las puertas batientes (plas, plas) él se disculpa y vuelve a la realidad del ChaschasPinut. Entonces yo libre ya de formalismos me adentro en los interminables pasillos del establecimiento y me pierdo sin perderme. Me sumerjo como buzo en océano. No sé qué busco, pero sé que un tesoro voy a encontrar. Es ese el encanto del ChaschasPinut. Orientarse por instinto. Tener por brújula sólo la belleza. Me deslizo por el primer pasillo y ante tanta maravilla, resuelvo que si alguien viese mi mirada en este preciso instante, comprendería quien soy en realidad cuando me envuelve la ilusión. Al inicio del segundo pasillo tomo conciencia de que una vez más como siempre pasarán horas antes de recorrer los doce en los que está dividido el bazar, lo que me aporta un extra de felicidad. Al tercer pasillo no me cabe la más mínima duda de que los detalles hermosos y la belleza mejoran la vida de todo aquel que sabe apreciarlos. Recuerdo de pronto como hace unos días le dije a mi amiga Rebecca de Suffolk que había encontrado la clave para distinguir la gente que es de natural feliz o propensa a la felicidad de la que no lo es. La clave son los detalles y la belleza que conforman un hogar. El ChaschasPinut es una fuente inagotable para ser feliz, para alcanzar la confortabilidad y la belleza sin secretos tanto en el uso como al posar la vista. Creo que la gente feliz es la que entiende y repiensa su casa como su verdadero lugar en el mundo, la que comprende que el tener una existencia de mayor calidad radica en el hogar y que está en sus manos que de ese modo sea. En el cuarto pasillo me digo a mí misma que lo cierto es que crear un hogar va mucho más allá de construir o reconstruir una casa y amueblarla, crear un hogar es reciprocidad con la construcción, es comprender que lo que ella en verdad necesita es que tú la disfrutes plenamente, algo imposible sin los detalles y sin la belleza. En el quinto pasillo, tengo la certeza de que a la casa que le insuflas vida y le das a conocer quien eres en realidad, te sana. Pienso en La Madriguera. Ella cura mis heridas y yo le muestro mi gratitud, disfrutando de su exterior y de su interior, con belleza y detalles que me hacen feliz y que son auténticos destellos de una existencia lograda. Estoy en un mundo de ensueño en el sexto pasillo. En el séptimo reculo sobre mis pasos y lo vuelvo a recorrer. La belleza me lleva en volandas. En el octavo me sé inmensamente afortunada de poder, por fin, los domingos celebrar la gracia de Dios con amigos. Hay tanto en este octavo pasillo para que los domingos sean, todavía más bonitos de lo que ya son, que mil ideas pueblan mi mente. A los dos metros del noveno pasillo mis ojos hacen tilín al ver un maravilloso mantel de lino con estampaciones coloniales con sus servilletas a juego. Mi espíritu dicharachero da un brinco. Una enorme sonrisa se dibuja en mi rostro. Veo y toco. Percibo en el alma la historia del tesoro que ha decidido con energía venirse conmigo a La Madriguera para mejorar mi existencia. No obstante, sigo recorriendo los pasillos del ChaschasPinut, aun sabiendo que tengo conmigo (en mis manos) lo que no sabía que buscaba, pero sí que deseaba. En el décimo me invade la sensación de que Dios deposita cada día tesoros para ser descubiertos expresamente por los soñadores valientes y los curiosos con coraje que saben mirar, y emprender el camino y la reconquista si es menester. En el undécimo, sé en el aquí y en el ahora, que la dicha está presente en cada uno de mis átomos. En el duodécimo, me congratulo de lo interesante y divertido que está siendo mayo otra primavera más. Me doy cuenta exhausta y feliz, alrededor de cuatro horas después, que acabo de recorrer los doce pasillos. No debo desandarlos. El ChaschasPinut tiene una puerta para salir distinta a la de entrar, concretamente en el lado opuesto al de las puertas batientes. La caja registradora atendida por Hilaria (la sobrina nieta de Valentina Pinut) está situada justo al lado. Hilaria te cobra diligentemente y sin apenas mediar palabra te da a entender que siempre es poco lo que se acaba pagando por los tesoros encontrados.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 24 de Mayo de 2021 )