Se trata de remarcar en la mente un día escogido al azar. Enmarcarlo en rojo con un círculo como antes se hacía con las fechas a recordar en los calendarios de pared de los que ignoro si todavía se estilan. Una vez escogida la fecha: desandar el año, deshacer la madeja, contarte de nuevo el cuento. A veces me pregunto si alguna otra vez volveré a sentirme en la cresta de la ola. Cuando los días eran totalmente perfectos. Al completo, no a ratos. También suelo preguntarme si recuperaré la ilusión sobre ciertos temas. Sé que no. Pero preguntar es gratis. Hacerse viejo no es sólo reparar en el desfase que hay entre cuerpo y mente, también es ser consciente de que quizás la última vez de algo hace tiempo que sucedió. ¡Y maldita la gracia que tiene esa toma de conciencia, ese instante de lucidez! ¡Qué lástima no haber sido consciente entonces para despedirte a lo grande de tu última vez de lo que fuese! La vida, el hacerte viejo, te sobreviene como una tormenta. Sin apenas darte cuenta, el sol desaparece y la lluvia te empapa. Sin apenas darte cuenta hace mucho tiempo que parte de tu vida se esfumó. En realidad, pasa todo tan rápido, que un período de treinta años se recuerda como tres minutos. Divago por el diario del discurrir, me paseo descaradamente, metiéndome si conviene el dedo en el ojo. Qué mejor que estas páginas para escribir sobre el discurrir de la vida o de cómo la vida (incluso o tal vez todavía más para los que decidimos vivirla intensamente) acaba escurriéndose como agua entre los dedos. Miro al frente, detengo la mirada primero en unas zinnias que planté a principios de mes, y segundos después, en el pájaro rama en pico que descansa todas las tardes en una escuadra que adorna el jardín de La Madriguera. Sonrío. Es Dios. Vuelvo a sonreír y retomo el inicio de la entrada de hoy. La voluntad de desandar mentalmente un año para saber cuánto se ha avanzado y en qué o quiénes nos hemos convertido. Pierdo fuelle, tal como voy escribiéndola, pierdo las ganas de desandar. Pero así a bote pronto, sé que me he vuelto muy mayor en un año. Tanto, que a veces me asombra la seriedad, la calma, la claridad con la que afronto mis días. Siempre he sido persona de firmes principios, serias convicciones y amores sólidos; pero, además, antes me permitía vivir con la felicidad puesta a tiempo completo, saliéndome por los ojos. No era una postura impostada. Yo era así. Ahora ya no. En la actualidad sólo soy una persona de firmes principios, serias convicciones y amores sólidos que día a día vive sus horas rodeada de fe y esplendor. Escribo esto en este mes, porque junio no se permite ficciones. Junio es tan real que personalmente jamás ha sido de mis preferidos. Salvo este año, en que me he adaptado la mar de bien a sus hechuras sin florituras y a su sensatez sin trampantojos. Por fortuna he caminado a buen ritmo, escrito con solvencia y divertido con provecho. Conociendo que lo que actualmente me sale por los ojos, lo que si alguien mira ve, lo que sustenta su brillo es el enorme sentimiento de gratitud y respeto hacia Dios por poder hacerlo. Este punto, debería ser el punto final de la entrada de hoy en el diario del discurrir. Pero me niego a dejar el mes sin un apunte de mi yo soñador y otoñal, ese yo que está terriblemente enamorado en sesión continua de la sonrisa en rostro ajeno. Le doy permiso para hacer acto de presencia, para dejarle que seguidamente escriba lo que le apetezca. Le digo: 《Ya puedes aparecer, salir, decir, desear fuertemente y con los ojos cerrados y los sentidos abiertos. Es tu turno. Di lo que te mueres de ganas de decir. Escribe como le hablas a tu amante, amigo y amor. A la de tres.》 Tres. Dos. Uno:《¿Vamos a perdernos en un mundo hecho de caminos, bizcochos recién horneados, historias y días lluviosos?》
Pues eso.
María Aixa Sanz
(La Madriguera, 28 de Junio de 2021)