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viernes, 16 de junio de 2023

LOS INQUIETOS ~ 9

ENGALANADOS  como en la última Nochevieja, sobre las ocho y cuarto de la tarde del catorce de febrero, Margaret y Neville dejaron atrás su hogar. Cogidos de la mano, caminaron hasta la calle de los restaurantes donde se encontraba el mejor restaurant del lugar, al que ellos se dirigían. Neville se sentía enorme, puesto que había acertado de lleno al regalarle la lámpara. A Margaret en verdad le había gustado. Enseguida encontró el sitio ideal para colocarla: el alféizar interior de la ventana de la cocina, al lado de la mesa, donde juntos desayunaban y cenaban. Estaría a la vista de los dos. Entre ambos. Iluminando sus conversaciones. Para Neville que Margaret decidiese situar la lámpara en la cocina, que era la estancia predilecta de ella, fue motivo de orgullo. Conocía a su mujer. Sabía qué regalarle. Sabía cómo hacerla feliz. Para mayor gozo y sorpresa, ella le había regalado el lienzo de un artista local que dos semanas atrás subastaron en línea y por el que él había pujado. La puja de Neville había sido irrisoria en comparación a la que finalmente se adjudicó el cuadro. Ese día ignoraba que quien había pujado con una cantidad que él entendió como desorbitada era Margaret. Cambió totalmente de opinión al tener el lienzo en sus manos y saber que era suyo. Valoró muchísimo la determinación de Margaret por hacerse con la pintura para que sólo él la tuviese. Comprendió que ni siquiera el paso del tiempo desalentaba a su mujer cuando se proponía bajar la luna para él. Pensarlo le colmó de una alegría sin igual. Además ese mismo día en su buzón postal había encontrado el ejemplar de la revista ‘7.000 RPM’. El año de suscripción había comenzado a correr. Se sintió bien, muy bien, durante toda la jornada; y en esa hora, andando por la calle con su esposa se sentía incluso mejor. En el momento en que accedieron a la calle de los restaurantes hasta un alienígena hubiese averiguado que esa tarde noche era de celebración. El movimiento, las luces, los andares cómplices, agarrados y confiados de los viandantes daban a entender que la velada era asunto de dos. Tal vez, ellos, por ese motivo, por estar el romance en el aire anduvieron alegremente, sin evitar sentirse festivos en exceso. De refilón, por el rabillo del ojo, unas veces él; otras, ella: observaban el interior de los otros restaurantes al pasar por delante. El suyo estaba al fondo de la calle. Se sentían a gusto. Despreocupados. Delante del ventanal del restaurant  ‘Manzanitas y canciones' , Neville, frenó en seco y atrajo a su mujer hacia él como un yoyó. “¿Qué te pasa?”, le preguntó Margaret. Neville no le contestó, hizo muecas con tal de llamarle la atención. Pero al ver que ella no le entendía, le susurró: “Mira dentro. En la segunda mesa de la izquierda. Miraaaa” Margaret, por fin, miró y vio. Sacudió a su marido para que se apartasen del ventanal antes de ser vistos, husmeando. Salieron pitando como chiquillos. “Vaya, vaya”, dijo Margaret. En ‘Manzanitas y canciones' disfrutaba de una velada romántica, Aldo con la mecanógrafa del coro. “Vaya, vaya”, repitió Neville. “Podría haberse lucido más, escogiendo otro restaurant. Siempre ha sido bastante tacaño”, acabó por decir. “No seas malo”, le indicó Margaret. “No soy malo. Y te prometo que hago de tripas corazón para no entrometerme. Pero, es cruel  no comentar una situación así. Es, incluso, antinatural”, dictaminó Neville, al valorar la postura a adoptar ante lo que habían visto. Margaret rio con ganas. “¿Crees que están celebrando el sí de ella a la propuesta?”, le preguntó a Margaret. “Ni idea”, le respondió. “Creo que en la cena se lo propondrá. Ella se sonrojará porque se sentirá ridícula, azorada y halagada a la vez. Y, después, se levantará, se acercará a él y le dará el bofetón que se merece”, comentó Neville relatando la escena que acababa de imaginar. “No le dará ningún bofetón. Le dirá que se lo tiene que pensar, que una decisión así no se puede tomar al tuntún. Él lo comprenderá y se sentirá enternecido y maravillosamente bien. Se marcharán del restaurant cogidos del brazo. Secretamente felices por la oportunidad que les da la vida a esa edad”, le dijo Margaret. “Ah, ¿sí?”, exclamó Neville, complacido de que su mujer entrase en el juego de imaginar. ”Sí, piloto“, le contestó  ella. “Nos vamos a divertir, tú y yo”, Neville le dijo al oído a Margaret mientras tiraba de sus braguitas y la acariciaba allí donde sólo él podía llegar, aprovechando que estaban en su restaurant quitándose los abrigos en el guardarropa repleto de prendas pero sin nadie ojo avizor. Dos horas después, cuando abandonaron el local abrazados, rebosantes de ternura, a puntito de abandonarse a la pasión, ansiosos por llegar a una casa vacía totalmente suya, fue Margaret la que frenó en seco, clavándole a Neville  el codo en el costado. “¡Mira!”, le indicó señalando la acera de enfrente sin poder ocultar ni el asombro ni la risa. Neville abrió los ojos a más no poder: del restaurant ‘A tus pies' salía Aldo muy agarrado a una mujer de no más de veintiocho años. Mucho más joven, alta e impresionante que Aldo. “¡Ver para creer!”, dijo Neville, sin dejar de parpadear. “¿Quién es? ¿La otra? ¿La del instituto? ¿En serio? ¡Pero si tiene doscientos años menos que él! ¿Tú la conoces?”, le preguntó a Margaret. “No. No la conozco. Pero si lo es, no imaginé  que fuese tan joven”, le respondió. “Yo tampoco. ¡Espera! ¿No será que ante la negativa de sus pretendidas o a que la espera se le está haciendo demasiado larga habrá comprado la compañía de una chica?”, le sugirió a su esposa. “¿A qué te refieres, Neville? ¿Crees que tu viejo amigo está paseándose por la calle, en este preciso momento, abrazado a una prostituta cuando hace sólo unas horas estaba cenando con otra mujer a la vista de todos ? ¿Tu amigo, el que pierde los papeles por sentirse constantemente observado como un pez en una pecera, el respetabilísimo notario, al que no se le ha conocido relación alguna desde que enviudó hace treinta años?”, le preguntó Margaret a su esposo, muy seriamente, mirándolo a los ojos. “Exactamente “, le contestó él. “¡Ay, Neville, es todo tan posible!”, le dijo ella. Muertos de la risa, se abalanzaron el uno sobre el otro, y así siguieron, ebrios de felicidad hasta llegar a casa y durante buena parte de la madrugada.



LOS INQUIETOS 

© MARÍA AIXA SANZ, 2023

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