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miércoles, 28 de junio de 2023

LOS INQUIETOS ~ 14

CUATRO DÍAS DESPUÉS, el lunes veinte de febrero, como si alguien se hubiese dejado la leche en el cazo y no pudiese esperar, a primera hora de la mañana, cuando Margaret se fue a trabajar y Neville planificaba su jornada, llamaron al timbre. Al abrir en lo primero que detuvo la mirada Neville fue en la forma de las nubes y en cómo se estaba oscureciendo el cielo. “Acabará lloviendo y adiós caminata. Si bien es verdad que caminar bajo la lluvia me entusiasma, debo ser prudente ”, dijo Neville, sin reparar en que había hablado en voz alta. “En mi época de estudiante tenía la costumbre de salir a correr cuando llovía. Pero con la edad sólo de pensarlo me da ganas de salir corriendo hacia el interior de una cafetería y sentarme a esperar que escampe. Con un poco de pilates en el gimnasio tengo más que suficiente “, oyó Neville decir a una voz desconocida. Entonces apartó la vista de las nubes y la posó sobre la voz. Su dueña era la extraña que había llamado a su puerta cuando estaba a punto de llover, el primer día de la semana, como si nadie tuviese nada mejor que hacer. “Perdone, ¿nos conocemos?”, le preguntó Neville con la esperanza de que fuese una vendedora de seguros a la que despachar rápidamente, para de ese modo regresar cuanto antes a su rutina. “Personalmente, no nos conocemos. Pero me habló de usted y me dio su dirección, Adelaida Whitaker. Pensó que podría interesarle el proyecto Valores, que podríamos colaborar juntos", le explicó la mujer. “¿Quiénes?”, alcanzó a decir Neville que de repente empezó a sentir muchísimo calor. “Usted y la Fundación Personas que tengo el honor de presidir este semestre”, le respondió la mujer. “¿Desea pasar?”, le preguntó Neville,  temiendo caer en redondo si permanecía un minuto más de pie en el exterior. “Sí, por favor“, contestó la mujer. Entraron, subieron el tramo de escaleras, recorrieron el largo pasillo hasta la puerta del apartamento. Una vez dentro, Neville condujo a la mujer hasta el estudio, la invitó a quitarse el abrigo (esta sí que llevaba) y a sentarse, y luego se sentó él. Su manera serena de ser y el interior de su hogar borraron todo rastro del nerviosismo que le producía la sola mención del nombre de la cantante de góspel. Observó atentamente a la mujer. Iba pulcramente vestida. Ropa clásica de buen corte. Nada de mal gusto. Era guapa. De estatura media, cuerpo lozano y melena larga sin teñir, recogida en una trenza. Superaba los cuarenta pero todavía le faltaba un buen trecho para llegar a los cincuenta. “Voy a preparar té y café, con un poco de bizcocho. Discúlpeme. He sido un maleducado “, le dijo Neville. “Es muy amable", le contestó la mujer, gratamente impresionada por los modales de aquel hombre mayor, blanco, todavía atractivo, que antes de acabar el año había cumplido los sesenta y siete según Adelaida Whitaker. Ésta le había indicado que ambos cumplían años en noviembre con dos días de diferencia. Lo sabía porque de pequeños iban al mismo colegio. Cuando Neville regresó al estudio con la  bandeja de siempre en la que había dispuesto de nuevo: la tetera con forma de elefante que habían comprado en la India, la pequeña cafetera de porcelana que le regalaron a Margaret sus compañeros de cocina, el azucarero y dos tazas a juego, dos cucharillas y dos servilletas de hilo, dos platos de postre con sus tenedores y el pie de tarta bajo cuya campana de cristal lucían los cortes perfectos de un bizcocho esta vez de coco y zanahoria, tuvo la sensación de estar dentro de una película que se repetía. Pero como variación a lo vivido en aquel mismo estudio cuatro días antes con otra desconocida, la del día de hoy estaba despierta, bien despierta. Le sonrío nada más verle entrar y le ayudó con la bandeja. “Qué espléndido. Apenas he tomado un café solo para desayunar. Le confieso que tengo un poco de hambre. El bizcocho tiene una pinta deliciosa. Me figuro que lo habrá preparado su mujer. Gran cocinera, tengo entendido. Este estudio es encantador. Sin duda, es un buen lugar”, le dijo a Neville mientras con el brazo abarcaba parte de la estancia señalándola. “Lo es", contestó Neville. “No se preocupe por el hambre, los bizcochos de Margaret son de lo mejor para no desfallecer a mitad de la jornada. Y, disculpe que insista, pero para no conocernos sabe  bastante de mi esposa y de mí”, le indicó  Neville. “Bueno, usted es uno de los hombres más notables del lugar, y su esposa también. Sin conocerles personalmente, la gente les conoce. Yo no soy una excepción", le explicó la mujer. “Entiendo", le dijo Neville. “¿Le he molestado?”, le preguntó la mujer. “No. Para nada. ¿En qué puedo ayudarla? Usted me dirá, me ha comentado que es la presidenta semestral de la Fundación Personas. Me va a tener que perdonar pero no conozco su labor ”, admitió  Neville. 



LOS INQUIETOS 

© MARÍA AIXA SANZ, 2023

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