.

viernes, 23 de junio de 2023

LOS INQUIETOS ~ 12

“Bien. De manera inesperada hace dos días, concretamente, en la tarde del catorce el Señor Notario me propuso matrimonio. He estado valorando la conveniencia de responderle afirmativamente en estas últimas horas y, aunque si bien, tengo la decisión tomada, deseaba hablar con usted. A mi parecer usted es el hombre más respetable y de mundo del lugar. No se lo digo para halagarle. Es lo que siempre he pensado, porque es evidente. El Señor Notario no deja de ser un provinciano por mucho notario que sea”, le dijo la mujer a Neville, y cuando éste fue hablar, ella le hizo una señal con la mano, deteniéndolo y prosiguió. “Nunca he tenido intención de casarme, porque los hombres jamás me han gustado lo suficiente para encima tener que rendirles cuentas y lavarles la ropa. Esta no es la primera vez que me lo piden. En épocas anteriores, alguna lejana ya, ha sido algo que me han propuesto en tres o cuatro ocasiones. Será que siempre he dado la impresión de mujer dócil para nada problemática y con un empleo estable, que sin ganar mucho, es dinero honrado. Sinceramente los motivos que ha llevado a unos y a otros a pedirme en matrimonio los desconozco, pero en cada una de las ocasiones mi respuesta ha sido: no. Un tajante, no. Pero la petición del notario me ha hecho dudar. Me gusta mi existencia tal cual. No me apetece para nada compartir una vivienda con otro ser. Pero es que el Señor Notario me ha ofrecido como regalo de boda una casa unifamiliar en propiedad. A mi nombre. La que yo quiera, que por dinero no es, me dijo. Ya ve usted. Siempre he vivido de alquiler. Sin embargo, en unos meses me jubilo y aunque tengo bastante ahorrado, temo no llegar. No tener suficiente. No deseo sufrir penurias cuando más vulnerable me encuentre”, le explicó la mujer a Neville, y cuando parecía que ya había terminado de hablar, tomó impulso de nuevo: “Le pregunté: ¿qué tipo de relación tendríamos? Me contestó que él sólo deseaba llegar a casa y tener una mujer con la que conversar y con la que pasear por la calle. Lo que viene a ser compañía en la vejez. En lo referente a actos impúdicos (así de ridículamente el Señor Notario se refirió al sexo) me indicó que hay profesionales que se ocupan de ello. Que no tenía de que preocuparme. O sea, Señor Neville, que se va de putas y me lo suelta en plena cara. Sin más. El caso es que  sopesando unas cosas y las otras, ayer por la tarde decidí que sí. No sé si conoce la urbanización El Robledal. Siempre me han gustado esas viviendas. Hace aproximadamente un mes, una de ellas quedó vacía por mudanza. Tiene ciento treinta metros en una sola planta. Un hermoso jardín la rodea, incluso tiene porche. Esta misma mañana, mientras yo converso con usted el Señor Notario va a formalizar el trato, a comprarla. Mañana por la mañana pondrá la escritura a mi nombre. Y el domingo siguiente al día en que yo esté del todo segura, en que sepa que no hay marcha atrás, que la casa es mía, completamente mía (tengo un conocido en el registro de la propiedad): nos casaremos en una boda íntima que se oficiará en la parroquia”, le dijo la mujer. Y calló. Al fin se quedó callada, con un rictus en su rostro alerta, con las manos sobre la falda jugueteando con la tela, que denotaban tensión como si estuviese esperando la tanda de penaltis o el veredicto de un juicio televisado. “Si esa es su voluntad, si la situación que me ha narrado la hace feliz. Yo sólo puedo desearle lo mejor, Selena. Vaya por delante mi más sincera felicitación,  aunque no nos conozcamos de nada", le dijo Neville. Al oír aquellas palabras, la mujer sonrió ampliamente, se levantó del sillón visiblemente satisfecha, le tendió la mano a Neville y se despidió de él: “Le estoy muy agradecida por haberme hecho el favor de escucharme tan atentamente. Ahora si me disculpa tengo una boda que preparar. A mi edad no necesito mucha parafernalia, pero una boda es una boda". “Ha sido muy interesante. Y tiene usted razón: una boda es una boda. No se casa uno todos los días “, le contestó  Neville mientras acompañaba a la mujer hasta la verja que separaba el jardincito delantero de la acera. Una vez allí, volvieron a estrecharse la mano y los dos se perdieron mutuamente de vista, al atender al camión de bomberos que acababa de pasar a una velocidad prohibitiva. Al cerrar la puerta tras de sí y entrar de nuevo en el estudio, Neville, miró el reloj y vio que era tardísimo. 



LOS INQUIETOS 

© MARÍA AIXA SANZ, 2023

Estás leyendo LOS INQUIETOS en línea y por entregas.