“Se la explico: la fundación tiene poco más de tres años y en ella se imparten seminarios, clases, charlas alejadas de la ideología woke, de la izquierda radical. Formamos a las futuras personas del mañana en todo lo concerniente a ser persona. Historia, religión, valores, familia y patria. Nuestro objetivo es que acaben convirtiéndose en personas de bien, de provecho y poco manipulables con valores, principios y una personalidad bien definida. En este semestre ampliamos el ciclo de conferencias sobre valores. Y para impartirlas nos fijamos en ciertas personas, nos reunimos con ellas, y lo primero que hacemos, es preguntarles cuán de importante son o han sido los valores en su trayectoria profesional, en qué medida los creen indispensables. Si la persona en cuestión piensa que han sido esenciales, se convierte si así lo desea en conferenciante. Tendrá que impartir seis charlas convenientemente remuneradas durante un semestre a diversos grupos de niños en edades diferentes y de procedencias distintas”, le explicó la mujer. “Realmente interesante", le respondió Neville. “¿Cree que podría ser uno de nuestros conferenciantes?”, le preguntó la presidenta semestral. “¿Tendría que preguntarme primero si soy un tipo con principios y si fundamento la totalidad de mi existencia tanto profesional como personal en unos valores y en unos principios inamovibles?”, le indicó el expiloto de automóviles. “Intuyo que sí, pero dígamelo usted", le contestó la mujer. “Totalmente”, le aclaró con orgullo Neville, como si ése fuese su mayor logro en la vida. “Entonces, ¿puedo contar con usted?”, le preguntó la mujer. “Sólo si acepta mi remuneración como donación para la fundación”, le propuso Neville. “Sin problema “, le contestó la mujer. A lo que añadió: “Ojalá más gente poseyese su nobleza y fuese de trato fácil como lo es usted.” “¿Por qué? ¿Le dan muchos disgustos?”, le preguntó Neville. “Si yo le contase. Aunque dicen que no hay mal que por bien no venga", le indicó ella y luego suspiró hondamente. Cerró los ojos y dos segundos después los volvió abrir. “¿Le ocurre algo?”, le dijo Neville. “¿Sabe cuando una situación de tan anómala que le resulta, acaba haciéndote dudar de la decisión que has tomado al respecto?”, le comentó ella. “Sí. Forma parte de vivir”, le respondió Neville, a lo que agregó: “Si desea contarme algo como se cuenta a los desconocidos puede hacerlo. Huyo de dar consejos, pero me gusta escuchar. Soy buen oyente. Afuera no para de llover y aquí se está bien.” “Realmente es muy amable. Si no le importa le tomo la palabra. Voy a contarle algo que no he contado a nadie porque me enfurece”, le confesó ella. “Cuente", le dijo él. “Hace unas tardes, se presentó en mi despacho de la fundación un hombrecito al que yo reconocí sólo de cruzarme por las calles del lugar. Pensé que venía a algo relacionado con la fundación, pero no. Para mi sorpresa y sin muchos preámbulos me propuso matrimonio. Creí no haberle oído bien y le pedí que lo repitiera. Lo repitió. Le pregunté que cómo se atrevía a proponerme algo así, si no nos conocíamos de nada. Me respondió que sabía que soy viuda (mi marido falleció hace tres años a resultas de una penosa enfermedad) y era obvio, que necesitaba un hombre a mi lado. Me enfureció tanto que le lancé un pisapapeles de acero. Por fortuna, no le di. Le hubiese hecho una buena brecha. A continuación, le expulsé del despacho y del edificio. Me hervía la sangre. ¿Por qué diantres por lo común los hombres creen saber lo que necesita o no una mujer, y ni siquiera se avergüenzan al verbalizarlo? ¿Por qué dan por sentado que las mujeres les dirán a todo que sí, y para mayor oprobio se sentirán incluso agradecidas, como si se tratase de un gran favor? No tardó ni cinco minutos en regresar, con cara de contrariado como si mi respuesta no hubiese sido lo suficientemente clara. Me preguntó que si podía regresar a la tarde siguiente que igual me lo había pensado mejor. Le dije: ‘No hay nada qué pensar. Si vuelve por aquí llamaré a la policía’. Entonces se produjo en él un cambio. Reinterpretó su papel, y me dijo: ‘No hay razón para montar un escándalo. Igual me he equivocado y no he escogido el momento o las palabras adecuadas. Perdone mi estupidez. Usted es muy atractiva, y está sola, y yo también estoy solo, la trataría como a una reina. Por dinero no es. No sé, pero en mi cabeza todo encaja. En fin, qué se le va hacer. No es fácil asumir que le digan que no. Su rechazo me dejará secuelas. Soy un hombre respetable y no me gustaría que esta situación trascendiera. Debo arreglarlo. Sí, voy a subsanar la mala impresión que le he podido dar.’ A continuación, se puso la mano en el bolsillo interior del abrigo, sacó una chequera y extendió un cheque que dejó sobre la mesa, y se fue, diciéndome: ‘Si me hace el favor no le cuente a nadie este episodio’. Atónita me quedé sentada durante un buen rato, pensando en que aquel sinvergüenza que realmente me había ofendido hasta hacerme enfurecer, pretendía comprar mi silencio. Debió pasar una media hora hasta que tomé el cheque en mis manos. La cantidad era considerable. De seis ceros. Llevo preguntándome desde ese momento el motivo por el que no rompí el cheque. Con él me fui directamente a contabilidad para que lo administrasen como una donación. Allí me enteré de que el emisor era notario. Añoré mi vida anterior, en la que sólo era profesora de instituto. ¿En qué clase de persona me he convertido? Pero, ¡por el amor de Dios, si presido una fundación cuya piedra angular son los valores! ¿Se da cuenta de que yo no podría impartir las conferencias por las que le he venido a buscar? No soy digna de ellas, ni de los inocentes oídos que las escuchan, ni de la fundación que presido”, le explicó la mujer, y miró a su alrededor como si no recordase donde se encontraba. Seguidamente fijó la vista en Neville. “En primer lugar, lamento la pérdida de su marido. En segundo, y en lo referente al hecho que me ha narrado, me entristece que el capricho de un desconocido la esté atormentando de esta manera. La vida es dura, muy dura, y muy compleja, y en ocasiones nos lleva a extremos poco comprensibles. Ignoro si para ponernos a prueba o directamente para burlarse de nosotros en nuestra propia cara. Es realmente complicado mantener el equilibrio que nos salvaguarda de sucumbir a esa fracción de segundo diabólica, tan breve como cambiar el peso de un pie a otro, en que podemos dar un puntapié a nuestros principios, como si ya no fuéramos nosotros mismos, como si hubiésemos perdido la chaveta, y que nos avergonzará el resto de la existencia. Al menos, secretamente. Mi opinión (que no consejo) es que debe atenerse a la decisión que tomó. Lo hizo, estoy seguro, porque pensó que era lo más conveniente. Aténgase a la decisión. Viva con ella. Aprenda a vivir con ella. No se la reproche. Olvide si lo hizo por venganza, por rabia, o por lo que fuese”, le contestó Neville, pensando que había tenido toda la mañana delante suyo sin saberlo a Evelyn. Se alegraba, aunque fuese en contra de lo que él había imaginado, deseado y previsto para el feo asunto de Aldo, de que la mujer le hubiese dicho que no. No se la merecía ni en sueños. Y se alegró todavía más de que al notario su atrevimiento no le hubiese salido gratis. Había pagado un buen precio. Como le conocía, sabía que a su bolsillo le dolería de por vida. En buena medida le había estallado en la cara y le había dado de lleno.
LOS INQUIETOS
© MARÍA AIXA SANZ, 2023
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